El animal de Hungría/Acto III

De Wikisource, la biblioteca libre.
El animal de Hungría
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

REY DE HUNGRÍA:

  El monstruo es bello animal.

FAUSTINA:

Será monstruo de belleza...

REY DE HUNGRÍA:

No ha hecho naturaleza
belleza tan desigual.

FAUSTINA:

  ¿Dónde dice que le hallaron?

REY DE HUNGRÍA:

Él propio vino al lugar
deseoso de librar
un hombre que le quitaron
  con quien amistad tenía;
que no es nuevo, aunque te asombres,
haber hecho con los hombres
amistad y compañía.

FAUSTINA:

  Ya sé, señor, que no es nuevo,
aunque prodigioso, en fin;
pues escriben que un delfín
amaba un bello mancebo
  que siempre a nadar venía
a las orillas del mar,
donde alegralle y jugar
todas las tardes solía;
  y, que, faltando el invierno,
o porque el mozo murió,
del agua a tierra salió
buscando su amante tierno,
  donde murió de dolor
sin querer volver al mar,
cosa en que quiso mostrar
su poder y fuerza amor.

REY DE HUNGRÍA:

  De perros, Faustina mía,
notables cosas se escriben;
pero ya en efeto viven
del hombre en su compañía.
  También de los elefantes,
y de caballos también,
milagros raros se ven
a ese delfín semejantes.
  Pero este monstruo de suerte
ama a este mozo aldeano
que pensó librarle en vano
con ofrecerse a la muerte.
  Dicen que de agradecido,
de que por librarle a él,
mató dos hombres.

FAUSTINA:

No es él
el primero que lo ha sido.
  Y si el agradecimiento
se ve con ejemplos tales
en las fieras y animales:
mal de los ingratos siento.

REY DE HUNGRÍA:

  Un león agradecido
a un esclavo se mostró
que una espina le sacó.

FAUSTINA:

[Aparte.]
Más fiera y crüel he sido...
  y ansí me castiga el cielo
en no me dar sucesión,
porque en malicia y traición
he sido monstruo en el suelo:
  maté mi inocente hermana
y también su casto honor;
no sé si es disculpa amor,
que fue traición inhumana;
  porque si Progne mató
su hijo por Filomena,
en venganza y por la pena
que de su fuerza tomó:
  ¿qué cuenta daré de mí,
que a mi hermana le quité
la vida cuando ella fue
tan liberal para mí?

REY DE HUNGRÍA:

  ¿En qué estáis tan divertida?

FAUSTINA:

En la gran fuerza de amor,
que a ese monstruo dio valor
para no estimar la vida.
  Pero, ¿dónde le queréis
tener porque visto sea?

REY DE HUNGRÍA:

Si fuera una cosa fea
y no hermosa como veis:
  o jaula o cárcel le hiciera.
Pero siendo tan hermosa,
paréceme justa cosa;
y para que no se muera:
  que atada en el corredor
de palacio esté de día,
porque teniendo alegría
podrá pasarlo mejor.

FAUSTINA:

  Sí, pero la misma gente
podrá ser hacerle mal;
ni pienso que es animal,
pues habla, discurre y siente,
  y le matará la rabia.

REY DE HUNGRÍA:

Un ayo le quiero dar,
que no le deje agraviar
mientras a ninguno agravia.

FAUSTINA:

  Pues con eso estará bien:
búsquese quien esto entienda,
que le guarde y le defienda.

FENICIO:

Entre muchos que le ven,
  un labrador ha llegado
que, en el monte en que vivía,
dicen que le conocía
y que fue dél regalado,
  porque con frutas y pan
muchas veces le acudió.

REY DE HUNGRÍA:

Si le conoció y trató,
y los dos hablando están,
  el ayo será mejor
que le podemos buscar:
váyanle luego a llamar.
(Entre un PAJE.)

PAJE:

Aquí está un embajador
  del conde de Barcelona.

REY DE HUNGRÍA:

Di que entre.
(Entra el EMBAJADOR.)

EMBAJADOR:

Dame tus pies.

REY DE HUNGRÍA:

Cuando los brazos me des,
te igualaré a mi persona.
  Siéntate, español, aquí.

EMBAJADOR:

Hacedme el honor que hiciera
el Conde invicto a cualquiera
que fuera a España por ti.
(Siéntense el REY y FAUSTINA y el EMBAJADOR.)

REY DE HUNGRÍA:

  ¿Está bueno el Conde?

EMBAJADOR:

Está
lleno de congoja y pena.
Esta carta es solamente
de confïanza y creencia;
remítese a mi embajada,
y así podrás saber della
lo que le mueve a envïarme
con tu licencia.

REY DE HUNGRÍA:

Comienza.

EMBAJADOR:

Crïaba el Conde pasado,
que Dios en el cielo tenga,
en su casa a su sobrino
que, si no lo sabes, era
hijo del rey de Aragón
y Nápoles, con la bella
Laura Moncada, su hija,
primos en sangre, en belleza,
en condiciones, en trato,
en edad, amor y estrellas;
porque ellas le concertaron
entre los dos con tal fuerza
que, de secreto casados,
si amando hay cosa secreta,
cuando el Conde, mi señor,
vino a entender que lo eran,
tenían un hijo hermoso
que en su casa y en su mesa
como ajeno se crïaba,
y el Conde por prenda ajena
gustaba de oírle y verle;
tanto que, si alguna fiesta
en la mesa no le vía,
dicen, y es cosa muy cierta,
que hasta que viniese el niño
no se sentaba a la mesa.

REY DE HUNGRÍA:

¿Obligábale la sangre?

EMBAJADOR:

No le obligó; que si fuera
por esa parte el amor
con menos ira y fiereza
procediera en sus desdichas
cuando conoció quién era.
Porque poniendo en prisión
su sobrino y yerno, encierra
en un monesterio a Laura,
y el niño a muerte condena.
Mas dicen que no mandó
que fuese con tal violencia
sino que tres caballeros
que en una nave le llevan
lejos de España, le dejen
en isla, montaña o selva.
Los tres lo hicieron ansí;
y fue tanta la entereza
del Conde que, en cuantos años
vivió, ni lágrimas tiernas
de su mujer, ni las cartas
del Príncipe de la Iglesia,
amenazas de los reyes
de Aragón con fieras guerras,
ruegos de Castilla y Francia,
pudieron hacer que diera
libertad a su sobrino.
Murió el Conde y al fin reina,
con dispensación, casado.

EMBAJADOR:

Pero porque enfermo queda
y quieren desposeer
del estado a la Condesa,
un caballero, de tres
que te dije que a las selvas
llevaron al niño, tiene
tal edad, salud y fuerzas
que solo por relación
puede ayudar a esta impresa.
Dice, señor, que en Hungría,
en una montaña yerma
que mira a España hacia el norte
y que el mar combate y cerca,
dejó a Felipe, que agora,
si acaso en ciudad o aldea
tiene vida, tendrá bien
veinte y nueve años o treinta.
Para que, invicto señor,
Tu Majestad se conduela
de aquel estado, y de Laura,
y mande que en esta tierra
se busque, si acaso vive,
con mayores diligencias
me envía el Conde, y también
lo mismo os suplica y ruega
por esta carta, señora,
nuestra afligida Condesa.

REY DE HUNGRÍA:

  Del suceso me ha pesado
que ya noticia tenía;
aunque de que esté en Hungría
contento y placer me ha dado:
  ojalá mi dicha sea
tal que halléis vuestro señor.

EMBAJADOR:

Ya con el gusto y favor
de ver, señor, que desea
  Vuestra Majestad el bien
de aquella tierra afligida,
a la esperanza perdida
hace que fuerzas le den.

FAUSTINA:

  Un consejo os quiero dar,
tal vez, sutil de mujer:
que a nadie deis a entender
lo que venís a buscar.
  Porque con señas fingidas
os puede engañar cualquiera;
que habrá, si reinar espera,
quien aventure mil vidas.

REY DE HUNGRÍA:

  Es notable advertimiento:
yo os daré, en secreto, gente,
a la empresa, conveniente.

FAUSTINA:

[Aparte.]
Hablé con mi pensamiento,
  porque lo que yo fingí
este aviso me enseñó.

EMBAJADOR:

Dadme los pies.

REY DE HUNGRÍA:

Mientras yo
escribo al reino por ti,
  y justicias y señores,
con secreta diligencia,
le buscan en competencia
de mi promesa y favores:
  descansa, español, y el cielo
te dé ese bien aunque es tarde.

EMBAJADOR:

Él te prospere y te guarde,
por gloria y honra del cielo.
(Vase el EMBAJADOR.)

REY DE HUNGRÍA:

  Estraño caso, Faustina,
es este del catalán.

FAUSTINA:

Tristes memorias me dan.

REY DE HUNGRÍA:

A mí alegres, si imagina
  el alma que ser pudiera,
en algún monte escondida,
aquella prenda querida
vivir de aquesta manera.

FAUSTINA:

  De suerte me ha refrescado
la memoria de aquel día
que, al pie de la fuente fría
y en la yerba de aquel prado,
  el espantoso animal
me arrebató fieramente
aquel ángel inocente,
que ya es ángel celestial,
  que pienso hacer diligencia
con esta fiera y saber
lo que pienso que ha de ser
consuelo de mi paciencia;
  que aquella muerta criatura
que me trujeron, señor,
fue industria de algún pastor
que solo interés procura.
  No me ha dado este deseo,
como agora, en tantos años;
que con los ajenos daños
mil males presentes veo;
  de donde vengo a pensar
que tal imaginación
no viene sin ocasión.

REY DE HUNGRÍA:

¡Ay mi bien!, que es renovar
  la historia de nuestros males
y dar fuerzas al dolor.

(Sale FABIO.)

FABIO:

Aquí viene el labrador.
(Entre la reina TEODOSIA como villano tosco.)

TEODOSIA:

Dadme vuestros pies reales.

FAUSTINA:

  Dime, amigo.

TEODOSIA:

[Aparte.]
«Dime, hermana»,
pudiera decir si fuera
menos rigurosa y fiera...

FAUSTINA:

¿Es aquesta fiera humana?
  ¿Es criatura racional?
¿Dónde la viste y trataste?
¿Cómo a querer te obligaste
tan espantoso animal?
  ¿Hate dicho por ventura
que era su madre otra fiera
por quien, que nunca lo viera,
vivo en tanta desventura?

TEODOSIA:

  Muerta la reina de Hungría,
Teodosia, señora nuestra,
y pienso que vuestra hermana,
por ciertas falsas sospechas
-que en esto, como villano,
no es justo ponga la lengua,
que las cosas de los reyes,
o justas o injustas sean,
se han de mirar del vasallo
con silencio y reverencia-
viose en aquestas montañas,
entre cosas estupendas,
este no visto animal
por la mar y por la tierra.
Hubo quien dijo, señora,
que era el alma de la Reina
que andaba a tomar venganza;
mas que esto mentira sea
nuestra religión lo dice,
fuera de que en estas selvas
hurtó pan, leche y ganado,
vino, queso y frutas secas;
y que las almas no comen
ya sabéis que es cosa cierta,
pues, donde cuerpo no hay,
sus pasiones no penetran.
Vivió los años que sabes
hasta que por las riberas
del mar saliste a cazar
y sobre la verde yerba
pariste una niña hermosa
a quien te llevó la fiera.
¿Lloras?

FAUSTINA:

¿No quieres que llore
tan espantosa tragedia?

TEODOSIA:

¿Luego no paso adelante?

FAUSTINA:

Di cómo: no te detengas.

TEODOSIA:

Un pastor medio hechicero
que, por las varias estrellas,
adivinaba a los hombres
las futuras contingencias
dijo que el cielo crïaba
esta nunca vista bestia
para que en esta ocasión
robase esta niña bella.
Pasados años que estaban
seguras nuestras aldeas
de aqueste nuevo animal,
de improviso, entre las selvas
aparecen dos: el grande
y esta fiera más pequeña;
porque dicen que es linaje
y que habita en estas sierras.
Llevome una niña un día
de mi cabaña y, tras ella,
subí con amor de padre
trepando por altas peñas;
alcancela y, de rodillas,
le pedí que en cambio della
bebiese mi triste sangre;
moviose, en fin, a clemencia
y yo le di por rescate
dos cabras y diez ovejas,
tres mantas de fina lana
y cuatro o cinco de jergas.
Desde aquel día, señora,
me cobró amor de manera
que de conversar conmigo
aprendí toda la lengua.
Preguntele lo que hacían
de aquellas criaturas tiernas
que robaban a sus padres;
y díjome, ¡oh gran fiereza!,
que a un ídolo que tenían
sacrificaban con ellas.
Si quieres que por la tuya
haga alguna diligencia
y sepa si es muerta o viva:
yo sabré si es viva o muerta.

REY DE HUNGRÍA:

  No digas más ni le des
más fatiga con tu historia.

TEODOSIA:

Si ofendí vuestra memoria
pido perdón a esos pies.

REY DE HUNGRÍA:

  Teodosia con gran razón
es muerta; y si el vulgo vario
ha pensado lo contrario,
yo tengo satisfación
  de la justicia que tuve.

TEODOSIA:

Del vulgo jamás cuidéis,
que lo que humilla veréis
cómo mañana lo sube.
  Es imagen y retrato
de la fortuna: a los reyes
quiere oprimir con sus leyes;
es padre del desacato.
  A nadie guarda respeto;
y así no os debe espantar
el verle en Teodosia hablar
con este piadoso afecto;
  que como os casastes luego
con su hermana, fue ocasión
de aquella murmuración.

REY DE HUNGRÍA:

Ya conozco al vulgo ciego.

TEODOSIA:

  Vós y Faustina tenéis
para con Dios la conciencia
segura.

FAUSTINA:

¡Qué impertinencia!,
¡dejadle!, ¡no le escuchéis!

TEODOSIA:

  Dígolo, porque he sabido
que tenéis dispensación:
el cielo os dé sucesión;
con lágrimas se la pido.

FAUSTINA:

  Teodosia fue una traidora
al Rey, al Cielo y al suelo;
y ansí el Rey, con justo celo,
me quiere, estima y adora;
  que fui quien le descubrió
la traición.

TEODOSIA:

Eso es muy cierto.

FAUSTINA:

Lo que yo, amigo, te advierto
-pues sabes que me quitó,
  uno destos animales,
el bien mayor que tenía-
es que sepas si aquel día
murió en sacrificios tales
  o vive en alguna parte.

TEODOSIA:

Dejadme el cuidado a mí.

REY DE HUNGRÍA:

Tú no le entiendes.

TEODOSIA:

Yo sí.

REY DE HUNGRÍA:

Pues yo quiero el cargo darte
  deste animal, y que seas,
con salario conveniente,
su ayo y guarda.

TEODOSIA:

El cielo aumente
tu vida para que veas
  de tu sangre sucesión.

[VOCES]:

(Dentro.)
¡Guarda el monstruo, guarda, guarda!

FAUSTINA:

Él viene.

TEODOSIA:

¿Qué te acobarda?

FAUSTINA:

Memorias, amigo, son
  de aquel semejante suyo
que tanto bien me quitó.

[VOCES]:

(Dentro.)
¡Guarda el monstro!

FAUSTINA:

¿Podré yo
ver, fiera, ese rostro tuyo,
  tan semejante al crüel
por quien tengo tanto mal?
(Algunos pajes, huyendo, y ROSAURA.)

CELIO:

¡Guarda, Lidio, el animal!

LIDIO:

¡El cielo me libre dél!

ROSAURA:

  Si me hacéis mal, ¿no queréis
que me defienda?

TEODOSIA:

¡Detente!

ROSAURA:

Madre, ¿quién es esta gente
que importa que me aviséis?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

  ¿Ya no te tengo advertida
que no me des ese nombre?
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

Decidme, ¿quién es este hombre?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

Es el que te dio la vida.

ROSAURA:

  ¿Qué decís?

TEODOSIA:

Que este es el Rey.

ROSAURA:

¿Qué es ‘rey’?

TEODOSIA:

El que a los demás
gobierna.

REY DE HUNGRÍA:

Medrosa estás...

TEODOSIA:

Este es autor de la ley,
  este de nadie depende,
este representa a Dios.

ROSAURA:

¿Por qué no lo fuistes vós,
pues que tanto se os entiende?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

  Sí fui, pero la malicia
humana me lo impidió.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

Pues de eso apelara yo
a la divina justicia.
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

  El apelar para Dios
es el sufrir las injurias.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

Tomando me están mil furias
por deshacer a los dos:
  ¿quién es aquella?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

La Reina.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

¿Qué es ‘reina’?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

Mujer del rey.

[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

¿También da aquesta la ley
con que viven donde reina?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

  No, Rosaura.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

¿Pues qué hace?
¿De qué sirve?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

De dar reyes
para que den esas leyes;
porque desta otro rey nace;
  y de aquel, otro; y ansí
se va el gobierno aumentando.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

Ser reina voy deseando.
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

Más dichosa que yo fui.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

Paréceme lindo oficio
hacer reyes; por mi vida,
que me dejéis que al Rey pida,
pues es común beneficio,
  haga que nazcan de mí
treinta reyes o cuarenta.

[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

La Reina te escucha atenta
y tendrá celos de ti;
  y mira que quien mató
su hermana para reinar,
su hija sabrá matar.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

Pues, ¿de quién soy hija yo?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

  De alguna reina fingida.

CELIO:

¡Ya el Almirante llegó!
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

Calla agora como yo.
(Sale el ALMIRANTE DE HUNGRÍA.)

ALMIRANTE:

Guarden los cielos tu vida.

REY DE HUNGRÍA:

  Pues, Almirante, ¿qué hay de Ingalaterra?

ALMIRANTE:

Correr por ella una fingida fama
que ha puesto en arma al Rey contra tu tierra.

FAUSTINA:

  ¿A mi padre? ¿Por qué?

ALMIRANTE:

Porque disfama
tu honor diciendo que le diste muerte
a la cosa del mundo que más ama.
  Suénase por allá que por hacerte
reina de Hungría...

FAUSTINA:

Paso, no prosigas.

ALMIRANTE:

No fue con pensamiento de ofenderte.

REY DE HUNGRÍA:

  Si es cosa en su disgusto, no lo digas.

ALMIRANTE:

Quieren decir que fue, Teodosia, santa.

TEODOSIA:

[Aparte.]
Parécelo en sus penas y fatigas.

ALMIRANTE:

  También por toda Escocia se levanta
gente en su ayuda, que su rey se queja
de que ofendiesen inocencia tanta.

REY DE HUNGRÍA:

  Las relaciones, Almirante, deja;
defiende nuestros puertos, Almirante,
y de pensar en lo que fue te aleja.

ALMIRANTE:

  Cualquiera prevención será importante;
que pienso que el ejército camina
y que vienen sus príncipes delante.

REY DE HUNGRÍA:

  La gente de presidios y marina
le cuente luego que yo haré de suerte,
si la fama vulgar le desatina,
  que conozca que fue justa su muerte.

ALMIRANTE:

Yo voy.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

¿Quién es aqueste?

[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

El Almirante.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

¿Qué es ‘almirante’?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

Oficio preeminente;
tomose del ejército ese nombre,
y es en la mar lo mismo que en la tierra
el oficio que llaman condestable:
lleva en su nave, como el rey que imita,
estandarte real.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

Ya he visto naves;
y vós me declarases lo que hacían.
Mas, ¿qué guerra es aquesta que le mueve
el rey que dicen?
[Aparte, a ROSAURA.]

TEODOSIA:

Vive en otro reino,
y es padre de la Reina y de Teodosia,
la que yo te conté que por engaño
dieron la muerte, si te acuerdas.
[Aparte, a TEODOSIA.]

ROSAURA:

Creo
que la merece en lo que en ella veo.

(Salga el JUSTICIA con un papel,
pluma y tinta.)

LIDIO:

¿El Justicia está aquí?

REY DE HUNGRÍA:

¿Qué es lo que quieres?

JUSTICIA:

Que firmes de una muerte la sentencia.

REY DE HUNGRÍA:

Informa.

JUSTICIA:

Yo presumo que el suceso
te es muy notorio.

REY DE HUNGRÍA:

¿Cómo?

JUSTICIA:

Es el mancebo
que, por dar libertad a aqueste monstruo,
mató aquel hombre.

REY DE HUNGRÍA:

¿A muerte le condenan?

JUSTICIA:

No lo ha negado, y es atroz delito.

REY DE HUNGRÍA:

Muestra.

JUSTICIA:

Si quieres, puedes verlo escrito.

ROSAURA:

  Cielos, ¿aquesto sufrís?
Ojos, ¿aquesto miráis?
Brazos, ¿esto consentís?
Pues Rey, ¿qué es lo que firmáis?,
¿vós sabéis lo que escribís?
  Pensaldo mejor aquí;
noramala para vós
-aunque es toda para mí-
que una vida que da Dios
no se ha de quitar ansí.
  Vós daréis oro y divisa
de honra al que queráis honrar;
vida no, porque eso es risa;
pues lo que no podéis dar,
no lo quitéis tan a prisa.

REY DE HUNGRÍA:

  Monstruo, el serlo te disculpa;
y, si esto sabes, advierte
que si delito le culpa,
Dios quiso que hubiese muerte
para castigar la culpa.
Yo firmo lo que es razón,
y el Rey, a la imitación
de Dios, da premio y castigo.

ROSAURA:

Yo no sé leyes; mas digo
que es injusta indinación.
  Siguiendo mi natural
hallo que, aquel enemigo
que dio la causa del mal
ese, merece el castigo.

JUSTICIA:

Ley es esa: ¿hay cosa igual?
Lo mismo tiene el derecho,
porque dice que le ha hecho
quien da la causa del daño.

ROSAURA:

Siendo ansí, ¿no es claro engaño
pasar su inocente pecho?
  Que si yo la causa di,
razón es matarme a mí:
¡viva un hombre, un mostruo muera!

FAUSTINA:

Toda me espanta y altera.

TEODOSIA:

[Aparte.]
¿Qué he de hacer, triste de mí,
  puesta en tanta confusión,
pues decir quién es no puedo?

REY DE HUNGRÍA:

Poned en ejecución
su muerte.

ROSAURA:

¡No tengáis miedo!

REY DE HUNGRÍA:

¡Asilde, echalde en prisión!

ROSAURA:

  ¿A mí perros?

REY DE HUNGRÍA:

¡Tente, fiera!

JUSTICIA:

Voy a hacerla ejecutar.

(Vase el JUSTICIA.)

ROSAURA:

¿Cómo ejecutar? Espera,
primero me han de matar,
perros, que Felipe muera.

FAUSTINA:

  Lástima me da notable:
las entrañas me enternece.

REY DE HUNGRÍA:

A mí también me entristece.
(Vanse los reyes.)

TEODOSIA:

¿A qué punto miserable
el cielo mi vida ofrece?
¡Tente, Rosaura, por Dios!

ROSAURA:

Mas, ¿qué digo?, ¿quién sois vós
si me apretáis?

CELIO:

¡Lidio, llega!

LIDIO:

¿Que llegue?

TEODOSIA:

¡Que estés tan ciega!

CELIO:

Lleguemos juntos los dos.

LIDIO:

  ¿Que se va?

TEODOSIA:

Rosaura, espera.

ROSAURA:

En librar mi bien me fundo.

CELIO:

¡Gente de palacio!

ROSAURA:

¡Afuera!

CELIO:

¡A recoger todo el mundo!
¡Que se va suelta la fiera!
(Vanse, y entre FELIPE, preso, con LAURO.)

LAURO:

  Hijo, bien fuera en la prisión que vives
buscar algún remedio.

FELIPE:

Padre amado,
pésame de la pena que recibes
porque del tuyo nace mi cuidado;
en lo demás, si agora te apercibes
para decir quién soy, no es acertado.
Respeto del peligro de mi tierra,
si vive quien me ha dado tanta guerra,
  en sabiendo en España aquel tirano,
que ansí quiero llamarle aunque es mi abuelo,
o alguno que él ha puesto de su mano
que vivo yo porque lo quiere el cielo,
que ha de intentar segunda vez, es llano,
mi muerte por mil partes, con recelo
de que pueda cobrar lo que me debe.

LAURO:

A mí, Felipe, tu afición me mueve:
  veo el peligro y temo que suceda,
que es condición de amor temer el daño;
que viene el mal y el bien atrás se queda
y en nuestra confïanza está el engaño.

FELIPE:

¿Pues qué han de hacer de mí?

LAURO:

No sé qué pueda
ser menos que tu muerte... El desengaño,
siendo un villano vil el que te pide...
(Entren un ESCRIBANO y ALCAIDE.)

ALCAIDE:

En esta parte, el que decís, reside.

ESCRIBANO:

  ¿Sois vós, Felipe, natural del Prado
de Miraflor?

FELIPE:

Yo soy.

ESCRIBANO:

Yo os notifico
que estáis, señor, a muerte sentenciado.

LAURO:

¿A muerte?

FELIPE:

Apelo y ante el Rey suplico.

ESCRIBANO:

Si ya del mismo Rey viene firmado,
no hay qué apelar ni a quién.

FELIPE:

Pues no replico.

LAURO:

¿Cómo que no? Yo voy al Rey y creo
que no se cumplirá tan mal deseo.

FELIPE:

  Padre, padre...

ALCAIDE:

Este viejo, ¿es padre vuestro?

FELIPE:

Sí, señor.

ALCAIDE:

¡Qué dolor!

ESCRIBANO:

Lástima estraña.

[VOCES]:

(Dentro.)
¡Guarda el fiero animal, guarda la fiera!
¡Guarda, que está en la cárcel!

ESCRIBANO:

¿Qué es aquello?

ALCAIDE:

Que el monstruo de palacio se ha soltado,
y dicen que a la cárcel se ha venido.

ESCRIBANO:

¡Suceso estraño!

ALCAIDE:

¡Bien notable ha sido!
(Entra ROSAURA con bastón.)

ROSAURA:

  ¡Afuera digo, villanos!

ESCRIBANO:

Yo no me atrevo a esperar.

ALCAIDE:

Yo le pienso hacer atar
de los pies y de las manos.

ESCRIBANO:

  No podréis.

ALCAIDE:

Cuando no pueda,
disparalle un arcabuz.

ROSAURA:

¿Es sueño o verdad, mi luz,
que tanto bien me conceda
  mi fortuna, que te ven
los ojos de mi deseo?

FELIPE:

¿Y es posible que te veo
con los del cuerpo, mi bien?

ROSAURA:

  ¡Ay, Felipe, qué molestas
horas ausente he pasado!

FELIPE:

¡Ay, Rosaura, qué cuidado
en esta ausencia me cuestas!

ROSAURA:

  ¿Cómo, mis ojos, te ha ido
en esta obscura prisión?

FELIPE:

¿Cómo sin ti? Que estas son
las desdichas que he tenido.
  ¿Y a ti por allá sin mí,
en el Palacio Real?

ROSAURA:

Como quien es animal
el tiempo que está sin ti.

FELIPE:

  ¿Tú, animal, si el sol que ofrece
tu vista, los ojos calma?

ROSAURA:

Pues la que vive sin alma,
¿cuál otro nombre merece?
  El tiempo que estoy sin ti,
sin alma, Felipe, estoy:
si animal dicen que soy
bien dicen, no hay alma en mí.

FELIPE:

  ¡Ay, Rosaura! No querría
engañarte y ofenderte:
sentenciado estoy a muerte.

ROSAURA:

Ya yo lo sé, prenda mía;
  que por eso vengo ansí,
pero no tengas temor.

FELIPE:

Después que te tengo amor,
Rosaura, hay temor en mí.
  ¿Qué has visto allá en el palacio?
De sus grandezas me avisa.

ROSAURA:

Vi pasar vidas a prisa,
siendo tan corto el espacio.
  Vi reyes, supremo oficio
de la justicia y gobierno.
Vi el diluvio y el infierno
y vi el día del juicio:
  el diluvio en pretendientes
anegados y quejosos;
el infierno en ambiciosos
de lugares eminentes.
  El juicio en la estrañeza
y multitud desigual
como junta universal
de nuestra naturaleza.
  Vi riquezas en tropel
con pequeño beneficio,
y vi allí con artificio
lo que en el campo sin él.
  Lisonjas y adulaciones
muy válidas conocí;
y a las ceremonias vi
con un libro de invenciones.
  Vi grandeza en las coronas
y vi, por una escalera
que toda de vidros era,
subir y bajar personas.
  Vi dignidades y cargos
a quien la envidia se atreve;
que para vida tan breve
me parecieron muy largos.
  Vi unos hombres que decían
gracias sin habilidad,
y otros con ciencia y verdad
que apenas entrar podían.
  Al fin, con dolor profundo,
dije a su máquina hermosa:
«Por cierto que es linda cosa,
a no haber muerte en el mundo».

FELIPE:

  No te llamara animal
quien eso, mi bien, te oyera;
bien dicen que es vedriera
el ingenio natural
  por quien el alma divina
mira con más atención.

ROSAURA:

Hoy saldrás desta prisión.

FELIPE:

Ansí el Rey lo determina;
  pero dicen que a morir.

ROSAURA:

Eso no, viviendo yo.
(Un CRIADO con un arcabuz,
y el ALCAIDE, y otros con una cadena.)

ALCAIDE:

¡No le tires!

CRIADO:

¿Cómo no,
si se quiere resistir?

ALCAIDE:

  ¡Date, salvaje, a prisión!

ROSAURA:

¿Estando Felipe preso,
necio, me preguntas eso?
Mal sabes tú mi afición.
  Todo el mundo no bastara,
si defenderme quisiera;
pero ¿quién se defendiera,
donde a Felipe gozara?
  Llega; ponme la cadena,
que si hoy se acaba mi historia
no quiero yo mayor gloria
que parecerle en la pena.

CRIADO:

[Aparte.]
¡Vive Dios que estoy temblando!

ROSAURA:

Acaba, no tengas miedo;
que con más prisiones quedo
adonde le estoy gozando.

CRIADO:

[Aparte.]
Ya le puse la cadena:
bellísimo rostro tiene.

ALCAIDE:

Que os recojáis me conviene
mientras de los dos ordena
  el Rey lo que se ha de hacer.

FELIPE:

Mi bien, mucho me ha pesado
que este pesar te hayan dado.

ROSAURA:

Yo le tengo por placer,
  aunque mil muertes me den.

FELIPE:

Y yo por mayor vitoria,
que no hay pena en tanta gloria
ni mal entre tanto bien.
(Vanse, y entre TEODOSIA.)

TEODOSIA:

  Este mortal cuidado con que vivo
en el palacio donde fui estimada
me solicita a ver si al cielo esquivo
tiene mi triste vida lastimada:
el Rey se muestra con mi hermana altivo;
ella se aflige ya, como culpada;
los criados murmuran mi inocencia
y a los cielos obliga mi paciencia.
  Acércase mi padre: el Rey, turbado,
que le vea de paz por cartas trata.
El príncipe de Escocia viene airado:
la muerte pide de mi hermana ingrata.
Ya promete ruina el mal fundado
edificio que al viento se dilata:
yo en forma de villano escucho y veo
hasta que llegue el fin de mi deseo.
  Faustina es esta, aquí quiero esconderme;
que con el Almirante viene hablando.
(Sale FAUSTINA y el ALMIRANTE.)

FAUSTINA:

No repliques en tanta desventura
a cosa que te diga.

ALMIRANTE:

No te ciegues
y des por remediar un mal en muchos.

FAUSTINA:

Ya sabes que te puse en el estado
que tienes siendo un pobre caballero,
cuando, por medio tuyo y por las cartas
que fingimos los dos del rey de Escocia,
hice matar a mi inocente hermana.
El Rey, viendo que ya mi padre viene,
y que dice que yo culpada he sido,
y que solo ha venido a castigarme
y volver por la honra de Teodosia,
que por pensar que fuese al Rey adúltera
ha guardado silencio tantos años,
o movido del cielo y de la fuerza
que tiene la verdad, me mira airado.

ALMIRANTE:

Pues bien, ¿qué tienes contra el Rey pensado?

FAUSTINA:

Darle veneno y acabar con todo
poniéndote en lugar del Rey, de suerte
que me defiendas de mi padre airado.

ALMIRANTE:

A tanto prometer, a tanta gloria,
a tanto levantarme a tu grandeza
ríndanse mi lealtad y obligaciones.
Mas mira, que se acerca el Rey.

FAUSTINA:

No importa,
hoy le daré veneno en la bebida
que le quiero brindar con unas rosas
que llevo en el tocado; porque aquestas
del lado diestro están avenenadas,
y en estas del siniestro no hay engaño;
que esta lición es de Cleopatra bella.

ALMIRANTE:

No estamos bien aquí.

FAUSTINA:

Pues ven conmigo,
que en el jardín lo trataré contigo.
(Vanse los dos.)

TEODOSIA:

  ¿Hay ventura semejante
como haber querido el cielo
que con aqueste recelo
que tuve del Almirante
  aquí me escondiese a oír
lo que los dos han tratado?
(Entren el REY y el
EMBAJADOR DE ESPAÑA y LAURO.)
{{Pt|LAURO:|
Solo me hubiera obligado
verle a punto de morir.

REY DE HUNGRÍA:

  Él es estraño suceso.

EMBAJADOR:

Mándale traer, señor.

LAURO:

¿Que vós sois, Embajador,
quien busca mi amado preso?

EMBAJADOR:

  De España vengo; y si es él,
dichosa vejez la vuestra.

LAURO:

La misma os sirve de muestra
de que en todo soy fïel.
  Los vestidos que traía,
y joyas, tengo guardadas;
que ya mis canas honradas
temen el último día.
  No hubiera humano interés
porque yo al Rey engañara.

REY DE HUNGRÍA:

¡Vayan por él!

EMBAJADOR:

Cosa es clara
que es él.

LAURO:

Y como si es.

CELIO:

  Advierte que el animal
está en la cárcel.

REY DE HUNGRÍA:

¿Por qué?

CELIO:

Porque oyó su muerte y fue
a libralle.

REY DE HUNGRÍA:

¿Hay cosa igual?
  ¡Juntos los traed aquí!

LAURO:

Al pie de esa gran montaña
que la mar corona y baña,
a caza, español, salí
  una tarde, en el rigor
que mi nueva sangre ardía,
cuando vi el llanto que hacía
Felipe, vuestro señor.
  Llegué y bajele de un alto
peñasco; al fin me contó
quién era, quién le dejó
de todo remedio falto.
  Los nombres de aquellos hombres
Fulgencio y Arfindo son.

EMBAJADOR:

¡Ay, padre! Tienes razón:
¿qué más señas que sus nombres?
  Dios quiere, por oraciones
de Laura, darle este bien.
(Entren FELIPE, ROSAURA y criados)

FELIPE:

Tú serás reina también.

ROSAURA:

En gran tristeza me pones.

EMBAJADOR:

  No es menester que me digas
quién es: este es el retrato
del Conde. ¡Oh, señor! ¡Qué ingrato
fue el tiempo a tantas fatigas!
  Con lágrimas desos pies,
pido las manos, señor.

FELIPE:

¿Quién eres?

EMBAJADOR:

Embajador
de vuestros padres.

REY DE HUNGRÍA:

Él es de presencia tan real
que obliga a crédito cierto:
dadme esos brazos.

FELIPE:

No acierto
a tal bien en tanto mal.
  Las manos, señor, os pido.

REY DE HUNGRÍA:

Los brazos, Felipe, quiero.

ROSAURA:

[Aparte.]
¿Que este es conde y caballero?
Todo mi bien he perdido.

REY DE HUNGRÍA:

  Venid, Felipe, que es justo
que el Embajador y vós
comáis conmigo.

FELIPE:

Los dos
iremos a hacer tu gusto
  y a recebir tanto honor.

ROSAURA:

¡Hola, Rey!

REY DE HUNGRÍA:

Fiera cruel,
¿qué quieres?

ROSAURA:

Comer con él.

REY DE HUNGRÍA:

[Aparte.]
Volverle quiere el furor.

ROSAURA:

  Hola, Felipe no os vais
ni me dejéis sola aquí.

FELIPE:

Calla y espera.

ROSAURA:

Eso sí:
ya como señor me habláis.
  Pues por vida de los dos
que si la mesa arrebato,
que por la ventana, ingrato,
vuele con él y con vós.

REY DE HUNGRÍA:

  ¡Atalda en ese pilar!:
larga un poco la cadena
porque no le cause pena.

ROSAURA:

¿Qué es atar?

CELIO:

¡Déjate atar!
(Vanse el REY, el EMBAJADOR, FELIPE y LAURO.)

ROSAURA:

Perros, haré mil pedazos
la cadena y a vosotros:
no lo mandarán a otros.
(Entra TEODOSIA.)

TEODOSIA:

Dales, Rosaura, los brazos.
  Que con que Felipe sea
quien dicen, serás su esposa.

ROSAURA:

¿Cómo?

TEODOSIA:

¿Es imposible cosa
que una reina le posea?

ROSAURA:

  ¿Quién es reina?
(Dos o tres pajes con un plato de manjar blanco,
y PABLOS, truhán.)

TEODOSIA:

Deja atarte.

ROSAURA:

Por vós, madre, me sujeto.

LIDIO:

O por miedo o por respeto
ya queda en segura parte.
(Átanla con una cadena larga a un pilar.)

TEODOSIA:

  Quédate, Rosaura, aquí,
mientras voy a tu remedio.

ROSAURA:

Buena me dejáis en medio
de tanto mal, ¡ay de mí!
(Quédese sola y pregúntese y respóndase.)
  Alma cubierta desta vil corteza,
¿sientes, por dicha? ¿Ya no ves que siento?
¿Entiendes bien? En el entendimiento
parezco celestial naturaleza.
¿Tienes, tú, voluntad? ¿En la belleza
que adoro no lo ves, y en mi tormento?
¿Y memoria? También, que en un momento
doy tiempo volador en la presteza.
Pues si quieres, entiendes y te acuerdas,
quieres con voluntad lo que has buscado
con el entendimiento y la memoria:
no pierdas la razón, porque no pierdas
las tres potencias con que Dios te ha dado
saber qué es bien y mal; qué es pena y gloria.

CELIO:

  No lo llevo para ti,
bestia; que es para la fiera.

PABLOS:

¿Y yo no me lo comiera
ya que tan bestia nací?
  Dádmelo, por vuestra vida.

LIDIO:

No se lo des, que es mejor
que nos cobre y tenga amor
trayéndole la comida.
  ¿Quieres aquesto, animal?

PABLOS:

Diga que no, sino a mí;
que a fe que guisarlo vi
y que no le echaron sal.
  Mire que es, el manjar blanco,
dañoso a la dentadura.

CELIO:

Sospecho que te la jura.

PABLOS:

Pues darela con un banco.

ROSAURA:

  ¡No estuviera desatada...!

CELIO:

Tome, tome; y no haga mal.

PABLOS:

¡No lo comáis, animal,
que os daré una bofetada!

ROSAURA:

  ¡Ah, perros! Que no estuviera
suelta...

PABLOS:

Pues soltaos aquí:
quizá el diablo...

ROSAURA:

¿Perro a mí
que soy, hasta el alma, fiera?

PABLOS:

  Soltaos y apostad comigo
las pellas a tres caídas.

ROSAURA:

No, como cosas traídas
de mi mortal enemigo...

PABLOS:

  Pues ¿qué come?

ROSAURA:

¡Pies y manos!

PABLOS:

Y vientres también, ¡por Dios!;
que parecemos los dos,
en comer, vientres hermanos.

LIDIO:

  Allega tú por detrás
y arrempújale.

CELIO:

Sí haré.
(Rempújanle y cae donde le coge ROSAURA.)

PABLOS:

¡Ay, ay!

CELIO:

¡Oh qué bien le eché!

ROSAURA:

¡Aquí me lo pagarás!
(Estándole pegando, entra TEODOSIA.)

TEODOSIA:

  Deja, Rosaura querida,
en ocasión como esta
las burlas.

PABLOS:

¡Ay, que me ha muerto!

TEODOSIA:

Huye, villano, y no temas.

PABLOS:

¡Ah, borracha, borrachona!

ROSAURA:

Pues, madre, ¿qué me aconseja
en semejante desdicha?

TEODOSIA:

Toda la mesa se altera
porque le han dado una carta
al mismo Rey, en la mesa,
que decía que Faustina,
esa que llaman la Reina,
le quería dar veneno
en unas rosas; y quedan
haciendo con un lebrel
y las rosas la esperiencia
en un plato o fuente grande
llena de agua pura y fresca
donde han echado las rosas.

ROSAURA:

Pues, Teodosia, ¿qué remedia
mi desventura el delito
desa mujer?

TEODOSIA:

¡Oye, espera!
Cajas suenan: el Rey viene;
tu bien, Rosaura, comienza.

ROSAURA:

¿Cajas y rosas a mí,
cómo puede ser que sean,
sin Felipe, de importancia?

(Salen el REY DE INGALATERRA,
y PRÍNCIPE DE ESCOCIA, y soldados.)

REY DE INGLATERRA:

¡Yo puedo entrar sin licencia!

ESCUDERO:

Reporta, señor, la ira
hasta que la culpa sepas.

REY DE INGLATERRA:

Si fuere de Primislao,
no ha de quedar una almena
en toda su tierra libre.
(El REY PRIMISLAO, FAUSTINA,
FELIPE, EMBAJADOR, LAURO y todos.)

REY DE HUNGRÍA:

Señor, ¿qué venida es esta?
¿No te dije que sin armas
tomases puerto en mi tierra?
Que yo no te resistía
las ciudades ni las fuerzas;
que te batiese estandarte
toda nave y fortaleza,
en la tierra y la mar...

REY DE INGLATERRA:

No tengo de ti la queja
sino desta ingrata hija.

REY DE HUNGRÍA:

Tan ingrata que quisiera
que no hubiera sido tuya.
Pero a tiempo, señor, llegas,
que ha echado el sello y vencido
las romanas y las griegas,
de quien se escriben traiciones,
de quien maldades se cuentan:
Sabiendo que tú venías
hoy que tenía a mi mesa
a Felipe de Moncada,
hijo de Laura la bella,
condesa de Barcelona,
que se ha crïado en las selvas
destos montes desde niño,
quiso, como ingrata y fiera,
darme veneno y casarse
con Rugero de Liberia,
Gran Almirante de Hungría.
Hice al veneno la prueba
y hallé ser todo verdad.

REY DE INGLATERRA:

¿En tan estrañas quimeras,
en desventuras tan grandes
que medio hallaran mis penas,
traidora, por qué mataste
la santidad, la inocencia
de aquel ángel? No respondas;
no me incite la respuesta
a que te quite la vida.

FELIPE:

Señor, tu mucha prudencia
lleve el golpe de fortuna,
como de mujer y ciega,
considerando en su hija
casi la misma esperiencia.
Laura, mi madre, que ya
a mi muerto abuelo hereda,
hizo un yerro por amor
que lo que sabes me cuesta.
Este ejemplo y otros muchos
te consuelen porque creas
que siempre en las torres altas
hiere el rayo con más fuerza.

REY DE INGLATERRA:

Estás bien desengañado,
que el de Escocia libre queda
del testimonio.

REY DE HUNGRÍA:

Ya estoy
llorando lágrimas tiernas
por mi difunta Teodosia.

REY DE INGLATERRA:

Encierra luego esta fiera;
que para que tengas hijos
que en el reino te sucedan
te da su hermana Eduardo.

TEODOSIA:

Dadme, señores, licencia,
aunque pobre labrador,
para que deciros pueda
que si es por la sucesión
que el rey Primislao espera,
no es bien hecho que se case,
pues la tiene en su presencia.

REY DE HUNGRÍA:

¿Yo? ¿Qué dices?

TEODOSIA:

Tú, señor.

REY DE HUNGRÍA:

Pues ¿quién es?

TEODOSIA:

Aquesta fiera
llamada ‘animal de Hungría’
que atáis en esta cadena,
esta, es aquella criatura
que Faustina entre la yerba
parió aquel mísero día.

REY DE HUNGRÍA:

Esa es notable quimera
que tú, villano ambicioso,
de algún interés inventas.

FELIPE:

Oídle, señor, que creo
que será verdad muy cierta,
porque la quiero y la adoro
desde que la vi en las selvas:
tiene raro entendimiento,
tiene no vista belleza
y es vuestro mismo traslado.

REY DE INGLATERRA:

Aunque lo que dices sea:
para dar un reino a un monstruo
ha de haber mayores señas.
¡Den tormento a este villano!

TEODOSIA:

[Aparte.]
¡Hartos me han dado las penas
de tantos años!

REY DE HUNGRÍA:

Bien dices.
¡Hola! ¡Algún tormento venga!

TEODOSIA:

Si dijese algún testigo
de vista que es cosa cierta,
¿dareisle fe?

REY DE INGLATERRA:

No hay ninguno
que de tanta fuerza sea.
Y no lo pienso creer
ni pienso que lo creyera
quien tuviera entendimiento.

REY DE HUNGRÍA:

Si en ocasión como aquesta
no viera resucitar
la reina Teodosia muerta,
y que ella propia a mí mismo,
y en vuestra misma presencia,
me dijera que es mi hija,
no pienso que lo creyera.

TEODOSIA:

Pues yo, señor, soy Teodosia.

REY DE HUNGRÍA:

¿Quién?

REY DE INGLATERRA:

¿Cómo?

TEODOSIA:

Yo soy la Reina
que en ese monte he vivido
en forma y traje de fiera:
yo le tomé la criatura.

REY DE HUNGRÍA:

¡Déjame, Teodosia, deja
ver tu rostro! Ella es, sin duda.

REY DE INGLATERRA:

¡Hija!

REY DE HUNGRÍA:

¡Esposa!

TEODOSIA:

Nadie crea
que ha de llegar a mis brazos
sin dos cosas: la primera,
dar a Felipe Rosaura,
pues él a España la lleva;
y perdonar a Faustina,
como en religión se meta.

REY DE HUNGRÍA:

Yo doy mi hija a Felipe.

FELIPE:

Y yo, mi adorada fiera,
te quiero hacer de mis brazos
otra más fuerte cadena.

REY DE INGLATERRA:

Yo doy perdón a Faustina.

FELIPE:

Y el autor, senado, os ruega
se le deis de sus errores,
pues que serviros profesa.
Verdades habéis oído
hasta el fin de la Comedia
del gran animal de Hungría
que las historias celebran.

Fin de la comedia de El animal de Hungría.