El argumento de Filogonio
Cruzando un río volcóse una barca donde iban Filogonio y sus compañeros; algunos entre ellos sabían nadar y trataron de ganar la orilla remolcando a los que por temor o ineptitud se dejaban arrastrar por la corriente. Filogonio fue hábil para mantenerse a flote durante algunos minutos; pero no nado hacia la ribera, ni remolcó a nadie; solamente habló en nombre de la prudencia y del bien común a los que disputaban su vida con las aguas.
-¡Imbéciles! ¿Qué hacen ustedes? ¡Imprudentes! ¿No ven que con tales esfuerzos y dando tales brazadas podemos morir de cansancio? Caímos en esta odiosa corriente por culpa de alguno de nosotros, ahora lo prudente es maldecir y protestar en contra de ella y no hacer esos movimientos, porque pudiera suceder que muriéramos de fatiga, que es la peor de las muertes.
Y Filogonio, gritando cada vez más irritado a los que luchaban por alcanzar la orilla, se fue alejando, arrastrado por el río.
Desaparecía entre las olas dando tragos de agua, y cuando volvía a la superficie, tornaba a exclamar: ¡imbéciles, van a morir de fatiga!
El cuento parece inverosímil, sin embargo, por ahí, en el mundo, corren algunos hábiles y prudentes patriotas que usan y abusan del argumento de Filogonio, sin parecer locos, sino muy inteligentes y cuerdos sujetos.
La amenaza del Norte, el peligro norteamericano ha sido y es para muchos la razón patriótica de más peso para oponerse a la revolución. El temor a la absorción yanqui, explotado por la Dictadura y explotado por ciertos elementos de la oposición platónica y del apostolado transante, han hecho al pueblo mexicano olvidar en parte el peligro real en que lo han precipitado los traficantes del Gobierno.
Durante la violenta paz porfirista, han caido en la amenazadora corriente del capitalismo yanqui, los grandes y pequeños intereses de México: las fuentes naturales de riqueza, minas, bosques, tierras, pescaderías; y rápidamente la dependencia a los financieros de Estados Unidos, ha sido un hecho nacional en el orden político y en el orden económico. La voluntad de los multimillonarios yanquis es en la actualidad el factor más potente del statu quo mexicano. Esto es sabido por los mexicanos y reconocido por los extranjeros. La paz en México, tal y como es hoy día, constituye el medio más favorable para su completa absorción en la ambiciosa corriente del imperialismo del Norte que trabaja por conservarla, entendido como lo está de que una Revolución, si no arranca por completo la presa de sus manos, si disminuirá considerablemente su preponderancia y las probabilidades de dominio absoluto que ahora tiene el futuro de México.
Unos de mala fe y otros por ignorancia, dicen que los Estados Unidos esperan un movimiento revolucionario en México, para intervenir, enviar su escuadra y sus tropas y declarar la anexión en cualquier forma. Y aconsejan que se conserve la paz a toda costa, aun al precio mismo de la esclavitud, para no dar lugar a que el poderoso y omnipotente Gobierno de Washington nos declare provincia yanqui.
El argumento es pueril, como cándido es el consejo. El Gobierno de los Estados Unidos, instrumento y servidor del capitalismo, no espera ni desea una revolución en México, al contrario, la teme. Todos sus actos lo han demostrado plenamente.
Atropellando los principios más triviales de justicia, el gobierno yanqui ha trabajado por aniquilar a los revolucionarios mexicanos, lanzándose contra ellos con una saña sin precedente en su historia, escrita en actos de diferente complacencia hacia todos los revolucionarios que han buscado refugio en su territorio y que han organizado desde él muchos movimientos triunfantes o fracasados. Esta persecución ha tenido incidentes que revelan el interés particular que el capitalismo yanqui pone en que la paz actual no se quebrante, interés que está muy lejos de ser el simple deseo de apurar el resorte de los tratados internacionales para salvar el poder de un déspota amigo, sino que es el esfuerzo desesperado del que combate a un enemigo propio, del que siente que le arrebatan un tesoro del que se creía indiscutible dueño.
De otra manera el Gobierno de Washington no habría llamado con tanta frecuencia y audacia a la puerta del desprestigio, ni hubiera levantado con sus violencias y abusos ese gran movimiento de indignación que ha forzado la investigación que se está llevando en el Congreso para el esclarecimiento de los crímenes cometidos con los liberales mexicanos en los Estados Unidos.
En los Estados Unidos, como en todas partes, hay gentes honradas que se oponen al imperialismo de su Gobierno, y a la rapacidad del capitalismo que ha venido minando las antiguas libertades republicanas. El socialismo, fuerza en continuo desarrolIo, se extiende por las praderas del Oeste. Escala las vertientes de los montes rocallosos, se agita en las enormes ciudades del Este, penetra en las selvas del sur, toma asiento en el escritorio de la intelectualidad; se difunde en las minas, en los ferrocarriles, en los campos, en las fábricas, y se levanta frente al Capitalismo para decirle: No pasarás de aquí. Las uniones obreras, cada día más numerosas y radicales, ganan terreno en sus disputas con los patrones; y gracias a los trabajos y persecuciones del los revolucionarios, han abierto los ojos en la cuestión mexicana para ver la relación que la esclavitud y el peonaje de México tienen con la situación de ellos. El trabajo barato de allá es el gran enemigo del trabajo organizado de aquí. El capitalismo yanqui tiene en cuenta estos dos factores: socialismo y unionismo; los suma al problema negro, cada día más agudo, a la liquidación pendiente con el Japón, a los fermentos emancipadores de Filipinas, al descontento de la América española, al crecimiento de la idea civilizadora que rechaza las guerras de conquista, a la resistencia que un pueblo en rebelión ofrecería a la dominaci6n armada en un extenso territorio cubierto de montañas; y sabiamente trata de prolongar la paz existente, que le permite usar de México como de un almacén de esclavos baratos y de un depósito inagotable de recursos materiales.
Tal vez si la revolución mexicana fuera acaudillada por un ambicioso y no llevara, como lleva, tendencias poderosas de reforma social y económica, el capitalismo yanqui, por medio de sus hechuras en el Gobierno, asiría la oportunidad ayudando al pretendiente para tener con él iguales privilegios que con el tirano viejo que se debilita y que forzosamente desaparecerá. Pero en cualqmer caso, la empresa de reconquistar a México a sangre y fuego sería una aventura de malos resultados.
Los Estados Unidos no quieren la revolución en México; eso está plenamente demostrado en su conducta, el peligro de la absorción y de la conquista no es una amenaza para el futuro; cuando el pueblo mexicano quiera obtener su libertad, por el único medio práctico, por medio de la revolución; es un peligro de actualidad; es la corriente que nos arrastra y de la cual no saldremos con facilidad; estamos ya en ella y es preciso nadar, nadar vigorosamente hacia la orilla, aunque Filogonio nos grite que así podemos morir de fatiga.
Los rebaños de borregos no imponen respeto a nadie, sólo Don Quijote pudo ver en ellos escuadrones de combatientes.
Un pueblo pasivo es la esclavitud, es miel sobre hojuelas para los ambiciosos explotadores.
Un pueblo revolucionario por su libertad y derecho, se hace temible a los conquistadores.
Dejemos a Filogonio y a los prudentes que arguyan sobre los peligros de la fatiga. Nademos para salir de la corriente.
Práxedis G. Guerrero
Regeneración, N° 6 del 8 de Octubre de 1910. Los Angeles, California.