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El asalto de Mastrique/Acto III

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El asalto de Mastrique
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Vayan pasando soldados por el teatro
con haces de leña, o sarmientos,
o ramas, de una puerta a otra, y
de arriba vayan disparando,
y suene la caja.
ALONSO:

  Repárate con la leña,
Marcela, que llueve el cielo
granizo de plomo al suelo.

MARCELA:

Mejor fuera de una peña.
  ¡Pésete la guerra, amén!
¿Esto dan por colación?

ALONSO:

Confites de Marte son;
ponte esa gavilla bien,
  que veo dos mil tendidos.

MARCELA:

Ya por defensa la tomo.
¡Los ruiseñores de plomo
que me andan por los oidos!

ALONSO:

  Échala en el foso, y vamos.

MARCELA:

¡Quién pudiera echar a Aynora!

ALONSO:

¿De eso tratamos agora
en el peligro que estamos?

(Éntrense.)


(Salga el DUQUE, y DON LOPE, con haces.)
DON LOPE:

  Deje vuestra Alteza el haz;
no vaya cargado así.

DUQUE DE PARMA:

Dejad que aprendan de mí.

DON LOPE:

¡Vive Dios que es pertinaz!
  Quiere que le dé una bala
que, como a muchos se ha visto,
le envíe con Jesucristo,
y a nosotros noramala.

(PEREA con su haz.)
CAPITÁN PEREA:

  Retírese vuestra Alteza,
que han muerto en esta ocasión
al conde de Barlamón.

DUQUE DE PARMA:

¡Nueva, por Dios, de tristeza!
  ¡Perdió el Rey un gran soldado!

CAPITÁN PEREA:

La artillería también
su general.

DON LOPE:

Murió bien,
pues murió en lo que ha tratado.
  Siempre el mejor nadador
es del agua.

MARTÍN DE RIBERA:

¿Qué hace aquí
vuestra Alteza?

DUQUE DE PARMA:

Pruebo en mí
qué fuerza tiene el valor.

MARTÍN DE RIBERA:

  Don Francisco de Cardona
de un arcabuzazo es muerto.

DON LOPE:

Ande todo hombre despierto,
que el plomo a nadie perdona.

DUQUE DE PARMA:

  Fue del duque de Gandía
primo aqueste caballero.

DON LOPE:

¡Gallardo mozo!

DUQUE DE PARMA:

El primero
a cualquier cosa acudía.

DON LOPE:

  Echádosele ha de ver
porque, como no acudiera,
agora vivo estuviera.

DUQUE DE PARMA:

¡Temerario defender!
  ¡Pues por vida de Alejandro
que has de ser del Rey, Mastrique!

DON LOPE:

Al foso leña se aplique,
que no faltará un Leandro
  que pase este fiero estrecho
con las banderas de España.

DUQUE DE PARMA:

¡Qué grita notable!

DON LOPE:

¡Estraña!

DUQUE DE PARMA:

Alguna cosa sospecho.

(Entre CAMPUZANO.)
CAMPUZANO:

  Ha sido
que don Pedro de Toledo,
reconociendo su miedo
al enemigo atrevido,
  un ojo con una bala
le ha cegado.

DON LOPE:

No verá.

CAMPUZANO:

En mucho peligro está,
y más si adentro resbala.

DON LOPE:

  ¡Ventura, por vida mía!

DUQUE DE PARMA:

¿Cómo?

DON LOPE:

Porque, un ojo ciego
al tirar, se hallará luego
don Pedro la puntería.

(Disparan un botafuego.)
DUQUE DE PARMA:

  ¿Qué es aquello?

CAPITÁN PEREA:

¡Terribles alaridos!

DON LOPE:

Voló la mina, y van subiendo al cielo,
contra su voluntad, algunos ángeles,
¡plega Dios que lo sean en su Reino!

DUQUE DE PARMA:

¡Ay, tan fuerte, que a la mina
que yo hacía, contramina hicieron!

DON LOPE:

Señor, aquesta gente de Mastrique
son diablos, son infiernos, no son hombres.

DUQUE DE PARMA:

¡Pues Mastrique ha de ser del rey de España!

(ALONSO GARCÍA entre.)
ALONSO:

¡Por Dios, señor, que vuestra Alteza intenta
vencer los invencibles!

DUQUE DE PARMA:

Pues García,
¿eso me dice un hombre de Toledo
que, en mi opinión, es español Aquiles,
y que le llamo a cualquier hecho honroso?

ALONSO:

Voláronnos las minas donde estaban
de guarda dos famosas compañías:
una de don Gonzalo Saavedra,
valiente caballero sevillano,
y de Gaspar Ortiz la otra, y sabes
que era honor de Valencia, y sangre ilustre.
Todos hechos pedazos van al cielo
entre nubes de pólvora y de polvo,
pero un caso notable ha sucedido.

DUQUE DE PARMA:

¿De qué suerte?

ALONSO:

Un soldado
llamado Alonso Álvarez es vivo,
con haber caminado por el aire
entre cuerpos y brazos de los otros,
cosa que se ha tenido por milagro.

DUQUE DE PARMA:

Luego ¿seralo que a Mastrique entremos?
Ahora bien, vós, Alonso de Perea,
y el capitán Palencia, vizcaíno,
asistid juntamente a las trincheas,
las nuevas minas y la plataforma.
Castro.

CAPITÁN CASTRO:

Señor.

DUQUE DE PARMA:

Decid al que hace oficio
de general de vuestra artillería
que quite los traveses y que plante
ocho cañones, porque el claro día
de San Juan, con el campo todo, quiero
dar un asalto general al muro.

DON LOPE:

Por Dios que hemos de entrar, gran Alejandro,
aunque sea hechos balas destos tiros,
que si faltare munición, ofrezco
a vuestra Alteza aquesta pierna mía,
que, pues me mata a mí, que soy cristiano,
bien puede allá matar un luterano.

(Éntrense.)


(Salgan el GOBERNADOR DE MASTRIQUE
y soldados flamencos.)
ENRIQUE:

  Entre señor atrevido,
y halle todas las naciones
con diversas opiniones,
pero Alejandro lo ha sido:
  aunque todos de mil modos
le refieren tu valor,
él con el suyo, señor,
resiste, y se opone a todos.
  Cuando los dos capitanes
Rosado y Herrera fueron
a tomar puesto, y salieron
tan gallardos y galanes,
  y volvieron ofendidos,
locos, maltratados, ciegos
de tantas bombas de fuegos
artificiales, heridos,
  desconfiaron de ver
las riquezas de Mastrique,
aunque Alejandro se pique
de que de España han de ser,
  y así, ya desconfiados,
tratan de fiestas no más.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

¡Estrañas nuevas me das
del gusto de los soldados!
  Mas ¿cómo esperan aquí
sin tener un real de España?,
¿comen yerba en la campaña?

ENRIQUE:

No, monsiur.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Lo que es me di.

ENRIQUE:

  La española gente dio
a Alejandro un gran tesoro,
que hasta las cadenas de oro
de los hombros se quitó.
  Con esto al campo trujeron
del País de Liege sustento
y municiones.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Más siento
el ver que el oro le dieron,
  que toda su batería,
porque es gran señal, Enrique,
que ha de cobrar de Mastrique
lo que dieron aquel día
  y, españoles, no se irán
sin cobrar lo que han prestado.

ENRIQUE:

Sobre crédito lo han dado
a un español capitán.
  Pero advierte que se ofrece
grande ocasión de una hazaña
contra la gente de España.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Iré, si a ti te parece.

ENRIQUE:

  En el casar donde está
la caballería de Otavio
Gonzaga, pues eres sabio,
oye el honor que te va:
  convidados a un banquete
muchos maeses de campo,
y sin cabezas un campo,
mira qué guarda promete;
  sal de Mastrique animoso,
que como en el tercio des
de Francisco de Valdés,
harás un hecho hazañoso.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  Quedo, que has dicho una cosa
notable y de gran valor
contra la opinión y honor
de esa nación belicosa.
  Pónganse con gran secreto
todos a caballo al punto,
que dando en el tercio junto,
haremos un grande efeto,
  pues sin cabezas están.

ENRIQUE:

Salir puedes sin sospecha.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Quien la ocasión no aprovecha,
ni es sabio, ni es capitán.

(Vanse.)
(Entren AYNORA y BISANZÓN.)
BISANZÓN:

  Detente un poco, no huyas,
que bien te conozco, Aynora.

AYNORA:

¿Qué has visto, villano, agora
en mí para que esto arguyas?
  ¿Cómo por mujer me tienes
siendo de don Lope un paje?

BISANZÓN:

Seraslo, Aynora, en el traje
con que disfrazada vienes.
  Pues ¿cómo?, ¿a quién te sacó
de Amberes niegas quién eres?

AYNORA:

Ni he visto en mi vida Amberes,
ni a ti tampoco.

BISANZÓN:

¿A mí no?

AYNORA:

  A ti no.

BISANZÓN:

Pues ¿cómo niegas
una tan llana verdad?

AYNORA:

Mira que, con voluntad,
de la que dices te ciegas.
  Hombre, que soy hombre, y hombre
muy hombre, vete con Dios.

BISANZÓN:

Averigüemos los dos
si son las obras, o el nombre.
  Mira, mi bien, que tu trato,
por no ser de mujer cuerda,
me cuesta tratos de cuerda,
que sin cuerda en cuerdas trato.
  Ten piedad de quien te adora,
y te perdona el agravio.

AYNORA:

De que lo pienses me agravio.

(Entre MARCELA.)
MARCELA:

Juntos Bisanzón y Aynora.
  ¡Ah, feminil condición,
creeré que aquesta mujer
se vuelve otra vez a ver
las ferias de Bisanzón!
  ¡Que sean mis celos tales,
que la acomoden a efeto
de que algún hombre en secreto,
pues los tiene el campo iguales,
  la tenga donde no sea
vista de un hombre que adoro!
¡Que tenga el regalo, el oro,
y todo el bien que desea
  y que se vuelva a un soldado,
que la deja en libertad!
Hoy se verá si es verdad
que amor es fuerte incitado
  de la furia de los celos,
y más en una mujer,
que airada suele romper
rayos del aire a los cielos.
  Hola, tudesco.

BISANZÓN:

¿Quién es?

MARCELA:

Un hombre.

BISANZÓN:

Un hombre es el sol.

MARCELA:

Entiéndese un español,
¿en el talle no lo ves?

BISANZÓN:

  ¿En diciendo hombre se entiende
un español?, ¿no son hombres
los que tienen otros nombres?

MARCELA:

No, que el ser de hombre se ofende.

BISANZÓN:

  Pues ¿qué venimos a ser
nacidos de otras naciones?,
¿qué nombre, español, nos pones
diferente al de mujer?

MARCELA:

  Llámese segunda parte
de hombres, porque donde quiera,
español es la primera.

BISANZÓN:

Mucho me alegra escucharte,
  pero, señor parte prima
del libro de hombre, ¿tenéis
algo aquí?

MARCELA:

Luego ¿no veis
lo que a buscaros me anima?
  Libro o parte, de aquí a un poco,
la hoja os haré leer.

BISANZÓN:

La margen debéis de ser,
que para el texto sois poco.

MARCELA:

  Esa mujer es mujer
de mí, de yo, de mi gusto,
porque de tenerla gusto,
y ella me quiere tener.
  Suelte la hembra y camine
por allí, señor flin flon.

BISANZÓN:

¿Tienes algún escuadrón,
villano, que te apadrine?

MARCELA:

  Sí tengo, esta hoja sella
dos escuadrones tan grandes,
que hubieran rendido a Flandes,
si hubiera dos como ella.
  Meta mano, que he de hacer
de las calzas un gigote.

BISANZÓN:

¿Quieres, rapaz, que te azote?

MARCELA:

¡Por Dios que fuera de ver!
  Pero no es buena ocasión.

BISANZÓN:

Gracia tienes con tu hojilla,
parece de la cartilla
en que te he de dar lición.

MARCELA:

  Más chica es una lanceta,
y más de dos algún día
se han muerto de una sangría,
como con una escopeta.

BISANZÓN:

  ¡Qué gana de morir tiene!

AYNORA:

¡Marcelo, ten corazón!

MARCELA:

Calla, que es un fanfarrón.

(Entre DON LOPE.)
DON LOPE:

¿Qué es esto?

AYNORA:

Don Lope viene.

MARCELA:

  Perdone vueseñoría.

DON LOPE:

¿Por qué la espada has sacado?

BISANZÓN:

Señor, con este soldado
por esta mujer reñía.

AYNORA:

  Yo dice que soy mujer.

DON LOPE:

¿Estáis loco?

BISANZÓN:

No, señor,
aunque siendo loco amor,
bien podría enloquecer.

DON LOPE:

  Pues ¿en qué os ha parecido
mujer?

BISANZÓN:

Luego ¿no lo es?

DON LOPE:

Desde el cabello a los pies
viene el hombre sin sentido.

BISANZÓN:

  Señor, si tú no llegaras,
y lo afirmaras ansí,
yo jurara, cuanto a mí,
que era mujer.

DON LOPE:

Mal juraras.
  Vete, ignorante, a buscar
quién te quiere esos enojos.

BISANZÓN:

Engañádome habéis, ojos,
o alguno os quiere engañar.
  Ojos, pues que sois tan vanos
que hacéis al amor jüez,
si la topáis otra vez,
dejad la causa a las manos.

(Váyase.)
DON LOPE:

  ¿Qué es esto, Aynora?

AYNORA:

Señor,
por defenderme Marcelo,
como ves, mostraba el celo
a que le obliga tu honor.

DON LOPE:

  Aynora, no soy tan bobo
cuando esta pierna me deja,
que no conozca la oveja,
y dónde la espera el lobo.
  Tú quieres bien a Marcelo;
no niegues, porque por vida
del Rey...

AYNORA:

Tu rigor impida,
aunque mi culpa recelo,
  la flaqueza de mi ser;
verdad es que bien le quiero,
que un soldado, y caballero,
¿qué ha de hacer a una mujer?

DON LOPE:

  Aynora, sosiega el llanto,
yo huelgo de la ocasión,
todas estas cosas son
trazas de quien sabe tanto.
  Los de Mastrique han salido
y de improviso asaltado
un tercio, y han degollado,
cosa que lástima ha sido,
  sesenta españoles juntos
por falta de la cabeza;
hase enojado su Alteza
y, sin reparar en puntos,
  a Francisco de Valdés
le ha reñido de manera,
que con la cólera fiera,
aunque por Dios justa es,
  un asalto general
manda que demos al muro.
Yo, Aynora, no estoy seguro,
que en efeto soy mortal.
  Tratamos de confesión,
hablarte más no podré,
y ansí parece que hallé
en las manos la ocasión.
  No vivas como has vivido,
que te has de morir, Aynora;
toma de mi mano agora
a Marcelo por marido,
  y vive como mujer
que para morir nació,
y pues te predico yo,
bien me lo puedes creer.

AYNORA:

  Señor, gran merced me has hecho:
aunque en ti bien empleada,
mejor estaré casada.

DON LOPE:

Hacen ya señal sospecho.
  Dale, Marcelo, esa mano
y, en acabando el asalto,
si no estoy de vida falto
y vuelvo a la tienda sano,
  ven por quinientos escudos
que de tu dote serán
y daraos mi capellán
las manos.

MARCELA:

Vuélvenos mudos,
  señor, tan grande favor.
Digo que aquesta es mi mano.

AYNORA:

Y esta la mía, pues gano
con Marcelo tanto honor.

(Váyase.)
DON LOPE:

  Pues yo me voy al asalto;
hágaos bien casados Dios.

AYNORA:

¿Que nos casase a los dos,
ríeste?

MARCELA:

De gozo salto.

AYNORA:

  ¿De qué?

MARCELA:

Yo me entiendo acá.

AYNORA:

¿Hay tan noble caballero?

MARCELA:

¿Estás contenta?

AYNORA:

No espero
mayor bien que el que me da.
  Digo que, si le dejase
de la pierna aquel dolor,
en España no hay señor
que a don Lope se igualase.

MARCELA:

  ¡Válate Dios por Amberes,
y por Mastrique también!

AYNORA:

¿De qué te ríes, mi bien?

MARCELA:

Que se casen dos mujeres.

AYNORA:

  ¿Qué dices?

MARCELA:

No digo nada;
mas di, ¿que, en efeto, soy
tu marido?

AYNORA:

No te doy
mal dote.

MARCELA:

El dote me agrada.

AYNORA:

  ¿Y la mujer?

MARCELA:

No sé, a fee.

AYNORA:

¿Por qué?

MARCELA:

No preguntes tanto.

AYNORA:

Y de tu rigor me espanto.

MARCELA:

Quiero decirte el porqué.

AYNORA:

  Quitarasme mil cuidados.

MARCELA:

Mi bien, cuando los doblones
andan por muchas naciones,
suelen venir cercenados.

AYNORA:

  Pues ¿yo no vengo a tener
mi peso en tu confianza?

MARCELA:

No me dio el cielo balanza
en que lo pueda saber.

AYNORA:

  ¿Recíbesme con decir
pesadumbres?

MARCELA:

No, mas siento
el no tener aposento
adonde puedas vivir.

AYNORA:

  Pues, con quinientos ducados,
¿te ha de faltar?

MARCELA:

¡Pesia a mí!,
¡si esto se comprara así!

(Disparen.)
AYNORA:

¿Qué es aquello?

MARCELA:

Los soldados,
  que arremeten a Mastrique.

VOCES:

(Dentro.)
¡Felipe, Felipe! ¡España!

MARCELA:

Sangre y fuego el campo baña.

[UNO] :

(Dentro.)
Aquí, Carlos.

OTRO:

Aquí, Enrique.

(Fíngese el asalto dentro con estas voces.)
MARCELA:

  Allá voy.

AYNORA:

Detente loco,
que no van bien los casados
en peligros tan osados.

MARCELA:

Aquí, Aynora, todo es poco.

[VOCES]:

(Dentro.)
  Aquí los del tercio viejo,
que los de don Lope están
dentro del muro.

MARCELA:

Podrán
mirándose en tal espejo,
  que es Alejandro de Parma
otro nuevo Cipión.

AYNORA:

Tente.

MARCELA:

Déjame, aquel son
en el honor toca al arma.
Alonso, la espada desnuda.

ALONSO:

  Esto es trabajar en vano.

MARCELA:

¿Qué hay, García?

ALONSO:

Aunque trabuque
el mar y la tierra el Duque,
no verá a Mastrique llano.
  Salía de Oriente el alba,
bebiendo sus blancas perlas
las flores, en vez de bocas,
de sus cogollos abiertas;
íbase a dormir la noche
a las antárticas tierras
y llevándose tras sí
mil ejércitos de estrellas,
cuando Alejandro Farnesio,
duque de Parma y Plasencia,
general en el de España,
que por Felipe gobierna
-Felipe, aquel gran monarca,
por cuyo mar se da vuelta
al mundo sin que se toque
en palmo de tierra ajena-,
asalta el fuerte Mastrique
y a sus murallas asesta
cuarenta cañones juntos
y diez culebrinas fieras;
brama el sonoroso bronce,
las almas de hierro vuelan,
vertiendo fuego las bocas
forma el humo nubes densas;
huyen las aves del aire,
los montes lejos resuenan,
que sin preguntarles nada
dan a los tiros respuesta;

ALONSO:

ni los que llevan se ven,
ni lo saben los que quedan,
que la prisa del batir
todo lo confunde en niebla;
manda Alejandro dar voces,
los del tercio viejo llegan,
ya están dentro, ya se lanzan
por las murallas abiertas;
y que en otra parte digan:
«ya los de don Lope cierran,
ya están dentro de Mastrique,
ya sus riquezas saquean»,
para que con esta envidia
los españoles hicieran
lo que hicieron, que es romper
por bombas, balas y piedras.
Pero todo ha sido en vano,
que es tan grande la defensa,
los fuegos artificiales,
y las máquinas que inventan,
que parece que los orbes
de la celestial esfera
círculos de fuego arrojan,
y nubes de plomo engendran.
¡Oh animosos españoles,
que, entre brazos y cabezas,
piernas y troncos, bañados
de sangre, los muros trepan!

ALONSO:

Pues primero que las cajas,
la señal de las trompetas
de los muros los aparten,
ambición de fama eterna,
volver la noche otra vez
y, coronada de estrellas,
hizo aposento a la Luna
con tapices de tinieblas.
Allí el conde de Masflet
y Otavio Gonzaga muestran
el valor de sus personas,
de su sangre la excelencia;
los dos Toledos famosos,
Fernando y Pedro, que fueron
Gracos en la antigua Roma,
materia eterna a las letras;
don Lope de Figueroa
gallardamente pelea,
y Francisco de Valdés
anima, enseña, aconseja;
Fabio Farnesio, gallardo,
Juan de Paz, rayo en la guerra,
y el castellano de Gante,
famoso Agustín de Herrera;
Gabrio Cerbellón; dos Castros,
Bernardo y Pedro, que dieran
envidia al Héctor de Troya,
si entonces los viera en Grecia;
con el sargento mayor
Pedro de Vallejo quedan
mil heroicos capitanes;
sus nombres quiero que sepas:

ALONSO:

con don Diego de Gaona
y Juan Núñez de Palencia,
generoso guipuzcuano,
Ribas, Rosado, Fonseca,
Amador de la Abadía,
Renguiso, Núñez, Perea,
y el alférez, aunque mozo
fuerte, Martín de Ribera.
Pero qué os digo, si, en fin,
tras tanto valor y fuerzas,
de ochocientos españoles,
las vidas Mastrique cuesta.
Sin veinte y dos capitanes,
que honrar el mundo pudieran,
murió el conde Guido, y Fabio,
y el conde de Toruchela,
Carlos Venzo, piamontés,
y otros que no se me acuerdan,
que ha sido tal la desgracia
desta llorosa tragedia
que, a los que por cobardía
hoy al asalto no llegan,
el fuego en veinte barriles
de pólvora juntos entra
que los abrasa de suerte
que, por ver si se remedian,
se arrojan ardiendo al foso,
y entre las aguas se queman.
Mas el campo se retira.

MARCELA:

Antes que a alojarte vuelvas,
oye, Alonso, dos palabras,
mas ¿para qué te doy cuenta
de lo que podré decirte
con más espacio en la tienda?

ALONSO:

Son negocios desta dama.

MARCELA:

Hoy me he casado con ella.

ALONSO:

¿Quién lo ha tratado?

MARCELA:

Don Lope.

ALONSO:

Luego que eres hombre piensa.

MARCELA:

Ven conmigo, y verás luego
lo que los celos enredan.
Aynora.

AYNORA:

Mi bien.

MARCELA:

Al rancho.

AYNORA:

¿Cuándo esta boda conciertas?

MARCELA:

En tomándose Mastrique.

ALONSO:

¿Qué has de hacer si al punto llegas?

MARCELA:

Como reloj sin campana,
no dar y servir de muestra.

(El DUQUE DE PARMA, DON LOPE,
DON FERNANDO DE TOLEDO y soldados.)
DON LOPE:

  No sé qué habemos de hacer,
ni qué piensa vuestra Alteza.

DUQUE DE PARMA:

Tener, don Lope, firmeza
hasta morir o vencer.
  El honor del rey de España
está en tomar esta tierra.

DON LOPE:

¡Algún diablo dentro encierra!,
¡qué brava defensa!

DUQUE DE PARMA:

¡Estraña!
  ¡Qué de fuego, qué de gente,
artificios, municiones,
quimeras, armas, traiciones!
No hay cosa, en fin, que no intente.
  Pero así puede este invierno
en daño nuestro intentar
traer por foso la mar,
y por fuego el del infierno
  como él, o ser otro griego
sobre los muros troyanos.

DON LOPE:

¡Remitíerase a las manos
sin foso, muro, agua y fuego,
  que voto a Dios que no hubiera
un rebelde en todo Flandes!

DON FERNANDO:

Las municiones son grandes,
la obstinación persevera,
  vuestra Alteza ha dado en esto
mis hombres, nos cuesta ya,
lejos el remedio está,
el peligro y daño presto,
  pero crea que en servicio
del Rey y suyo no hay hombre
que de la muerte se asombre.

DUQUE DE PARMA:

Ya he visto bastante indicio.

(RIBERA entre.)
MARTÍN DE RIBERA:

  ¿Hay tal valor de soldados?
¿Hay resistencia tan fiera?

DUQUE DE PARMA:

¿Qué es eso, alférez Ribera?

MARTÍN DE RIBERA:

Que, de laurel coronados,
  merecen, señor, estar
los que, en aquesta ocasión,
han ganado el torreón
que les mandaste ganar.

DUQUE DE PARMA:

  El torreón se ha ganado
entre las dos baterías.

DON FERNANDO:

Muy justamente porfías.

DON LOPE:

Valerosos han andado.

MARTÍN DE RIBERA:

  Ganáronle, y le mantienen
españoles corazones.

DUQUE DE PARMA:

Pónganse allí dos cañones,
que puesto notable tienen
  para destruir la tierra.

DON FERNANDO:

Voy, señor.

DUQUE DE PARMA:

Id, don Fernando.
Esto se va comenzando:
el valor hace la guerra,
  la firmeza y la porfía,
y si el foso lleno está,
su muralla sufrirá
que plante mi artillería.

MARTÍN DE RIBERA:

  También está lleno el foso.

DUQUE DE PARMA:

Pues, españoles leones,
llevemos veinte cañones,
que es imposible y forzoso.

DON LOPE:

  ¿Cómo los han de llevar?

DUQUE DE PARMA:

A manos de los soldados.
Ea, españoles honrados,
que yo ayudaré a tirar.

MARTÍN DE RIBERA:

  A manos, señor, no sé
si saldrás con lo que intentas,
que tú por posible cuentas
lo que imposible se vee.

DUQUE DE PARMA:

  Id, don Lope.

DON LOPE:

Vuestra Alteza
esté de España seguro,
que no solo sobre el muro
pondré la más grande pieza,
  mas, si fuere necesario,
y os importa al Rey y a vós,
la he de poner, ¡juro a Dios!,
en el mismo campanario.

DUQUE DE PARMA:

  Guerra, ¿quién te inventó? Si soy injusta,
mi origen fue de un ángel la malicia;
si soy justa, inventome la justicia,
porque, con la razón, la guerra es justa.
Quien de tus asperezas se disgusta,
ni tiene honor, ni tu laurel codicia:
así es verdad, que mi triunfal milicia
dio a humildes frentes la corona augusta.
¿Qué haré, guerra, qué haré? Seguir la guerra,
y abrase el fuego los flamencos yelos
hasta que se reduzga al Rey su tierra.
Filipe tiene aquí de sus agüelos
el patrimonio: pues al arma cierra,
que la razón es hija de los cielos.
  ¡Válame Dios!, ¿qué me ha dado?

CAPITÁN CASTRO:

¿Qué es lo que su Alteza tiene?

DUQUE DE PARMA:

¡Qué fiero ardor que me viene,
y ha poco que estaba helado!
  ¡Jesús! Mirad, Castro, aquí.

CAPITÁN CASTRO:

Señor, que no será nada.

DUQUE DE PARMA:

Tomad, quitadme esta espada.

CAPITÁN CASTRO:

Nunca estos estremos vi.

DUQUE DE PARMA:

  Tened aquese bastón,
que me abraso.

CAPITÁN CASTRO:

¡Cielo santo!,
¿qué tienes que sientes tanto?

DUQUE DE PARMA:

Abrásame el corazón.

CAPITÁN CASTRO:

  Debe de ser, que tan grandes
son las alas del que has hecho,
que no te quepa en el pecho.

DUQUE DE PARMA:

Échenme por tierra a Flandes.
  ¡Viva España! ¡Cierra, cierra!

MARTÍN DE RIBERA:

Voy a avisar deste mal.

CAPITÁN CASTRO:

Id, Ribera, ¿hay caso igual?

DUQUE DE PARMA:

¡Revelarse al Rey su tierra!
  ¡Fuera digo!

CAPITÁN CASTRO:

Gran señor,
vuestro valor, ¿dónde está?
¿Una calentura os da
tan insufrible dolor?
  Alguna cosa le han dado,
¡triste de mí!, ¿qué he de hacer?

DON FERNANDO:

Desnúdate.

DUQUE DE PARMA:

Quiero ver
por dónde este fuego ha entrado.

DON FERNANDO:

  Perdido el seso su Alteza.

(Entren DON LOPE y OTAVIO GONZAGA.)
DON LOPE:

Su Alteza está sin sentido.

OTAVIO:

Su Alteza el seso ha perdido.

DUQUE DE PARMA:

¡Disparad presto una pieza!
  ¡Haced señal!, ¡retirad
esos valones!

DON FERNANDO:

Señor,
¿dónde está vuestro valor?,
¿qué es de vuestra autoridad?

OTAVIO:

  Hola, una ropa traed.

CAPITÁN CASTRO:

Señor, la ropa está aquí.

DON LOPE:

Llevalde a la cama ansí.

DUQUE DE PARMA:

Lo que os he mandado haced.
  Éntrese Mastrique luego.
¡Cierra España, Santiago,
que hoy habéis de ver su estrago
a yerro, a sangre y a fuego!

(Llévenle dentro.)
DON FERNANDO:

  No hay contento en el mundo que lo sea,
¿si le han dado, don Lope, algún veneno?

DON LOPE:

No sé, por Dios, vuseñoría crea
que está Mastrique de demonios lleno.

OTAVIO:

Mal en el Duque tanto mal se emplea.

DON LOPE:

No ha un momento, por Dios, que estaba bueno.

OTAVIO:

No sé por qué le desayuda el cielo,
siendo tan grande su cristiano celo.

DON LOPE:

  Tan grande que, antes que el asalto diese,
nos hizo confesar, y yo he dejado
alguna cosa porque no dijese
que por mi causa la ciudad no ha entrado;
si topa en que don Lope se confiese,
no tiene qué decir, porque he casado
una flamenca.

DON FERNANDO:

Estáis como un cartujo.

DON LOPE:

Con el mismo alcagüete que la trujo.

(PEREA entre.)
CAPITÁN PEREA:

  Ya el daño, su Alteza, se ha sabido.

OTAVIO:

¿Qué es Perea?

CAPITÁN PEREA:

Como se desnuda,
en las espaldas se le vio un nacido
que ser carbunco o peste puso en duda:
pero en el punto que cortado ha sido
de tal manera el Príncipe se muda,
que tiene aquel sentido que primero.

OTAVIO:

Daros de albricias este anillo quiero.

DON FERNANDO:

  Ya le traen aquí.

DON LOPE:

¡Suceso estraño!

(El PRÍNCIPE con ropa.)
CAPITÁN CASTRO:

Señor, ¿no descansará vuestra Alteza?

DUQUE DE PARMA:

¡Oh caballeros, sean bien hallados!

DON FERNANDO:

Y vós, señor, seáis muy bienvenido
con salud a este ejército.

DUQUE DE PARMA:

¿En qué estado
están las cosas de Mastrique?

OTAVIO:

El mismo
en que antes de su mal las vio su Alteza.

DUQUE DE PARMA:

Otavio, vós y el conde Masflet luego
id a dar orden que la tierra se entre
mañana, pues es día de San Pedro,
que este apóstol santísimo sin duda
que nos dará las llaves de Mastrique,
y para cierta cosa que he pensado,
llamadme aquí un soldado de Toledo
que tengo por valiente, si le he visto
después que ciñó espada, y cuyo nombre
es Alonso García.

CAPITÁN PEREA:

Es mi soldado:
yo iré por él.

OTAVIO:

Y yo a servirte parto.

(RIBERA entre.)
MARTÍN DE RIBERA:

Viendo, señor, que está el artillería
plantada en las murallas de Mastrique,
y que tienen perdidas las murallas,
han hecho dentro de la tierra un cerco,
o media luna, donde se defienden.

DUQUE DE PARMA:

No son cortos indicios de su daño
ver que hayan hecho tan menguante luna,
antes señal que mengua su fortuna.

(Entren PEREA y ALONSO.)
CAPITÁN PEREA:

  Aquí está Alonso García.

DUQUE DE PARMA:

Alonso, en tu corazón
estriba en esta ocasión
la honra del Rey y mía.
  Tú eres de Toledo, y hombre
de valor.

ALONSO:

Yo sirvo al Rey
y a vuestra Alteza, la ley
de Cristo ensalzo y su nombre.
  Mandadme, que me echaré
vivo en un fuego.

DUQUE DE PARMA:

Pues sabes
que en cosas arduas y graves
de un hombre el valor se ve,
  sube en aquel torreón
y esta noche toda en vela
servirás de centinela
al campo.

CAPITÁN PEREA:

¡Honrosa ocasión!

DUQUE DE PARMA:

  «¡Alerta!» siempre dirás
y, al rayar del sol dorado,
en la media luna, armado
de esfuerzo, te arrojarás,
  que, a tu ejemplo, yo sé bien
lo que harán los españoles
cuando la espada enarboles,
o por envidia también.

ALONSO:

  ¿Es más que esto?

DUQUE DE PARMA:

¿Y esto es poco?

(Cálese el sombrero y váyase.)
ALONSO:

Cristo con todos, adiós.

DON LOPE:

¡Bravo soldado!

CAPITÁN PEREA:

No hay dos
como este.

DUQUE DE PARMA:

Ansí le provocó.

DON LOPE:

  No hay duda, haralo tan bien
que del valor de su pecho
puedes estar satisfecho,
aunque mil muertes le den.
  Ven, señor, a sosegar,
si puedes tener sosiego.

DUQUE DE PARMA:

Pedro, que me deis os ruego
los llaves deste lugar,
  porque dando os desta hazaña
gloria a vós después de Dios,
se las envíe por vós
a Felipe, rey de España.

(Vanse.)


(ALONSO GARCÍA en alto.)
ALONSO:

  Animoso corazón,
mirad lo que en esto os va,
que en vuestras manos está
hoy de España la opinión;
  muriendo, la gloria es cierta;
no desmayéis, tened suerte,
que aquí y allí todo es muerte.
¡Soldados!, ¡alerta, alerta!
  La noche se va pasando,
y las ardientes estrellas
hacen lenguas sus centellas
con que me están animando;
  el sol del alba en la puerta
quiere salir, y la hazaña
ver que ha de dar honra a España.
¡Soldados!, ¡alerta, alerta!
  Pasa, noche rigurosa,
los negros caballos hiere,
que ya el alba pisar quiere
el cielo con pies de rosa;
  ya casi está descubierta;
ea, Virgen del Sagrario,
que es tu favor necesario.
¡Soldados!, ¡alerta, alerta!
  Ya está declarado el día,
ya comienzan a mirarme,
tiempo será de arrojarme.
¡Santiago!, ¡Santa María!


(En arrojándose del muro al teatro, salgan de una puerta
soldados flamencos con espadas y rodelas, y den en él,
y él en ellos, tocándose las cajas con esta voz:
«¡Santiago!, ¡España!» y, estando peleando, salgan españoles
y den sobre ellos. Basta que digan «¡Vitoria!».
Aquí no hay representación, sino cuchilladas, y
tirar dentro arcabuces, que se pueden fingir con botafuegos,
y salga el DUQUE DE PARMA.)

DUQUE DE PARMA:

  Ea, soldados fuertes, hoy es día
de ganar para siempre eterna fama
y mostrar vuestra heroica valentía
que a la inmortalidad del alma os llama;
dad esta honra ilustre a mi porfía,
que a veros salgo de mi tienda y cama,
enfermo, y lleno de congoja airada
de ver que no os ayudo con la espada.
  Ea, que os mira desde el quinto cielo
Marte y, desde el impíreo, Carlos Quinto;
desde España, Filipo, en cuyo celo
católico la empresa fácil pinto;
la fama os llevará con presto vuelo
de todo olvido temporal distinto,
de donde vuestros nombres, consagrados
a la inmortalidad, vivan honrados.
(CASTRO entre.)

CAPITÁN CASTRO:

  Ya vuestra Alteza ha salido
con su honra.

DUQUE DE PARMA:

¡Bella hazaña!

CAPITÁN CASTRO:

Echose Alonso García
del torreón con la espada
en las armas enemigas,
y no le han muerto las armas,
que vive, y mata más hombres
que hay yerba en esta campaña.
Los soldados se arrojaron
tras él, con destreza estraña,
que en espacio de media hora
ha despoblado su espada
más de catorce mil hombres,
donde se han visto en venganza
de los españoles muertos
cosas honradas y estrañas;
un alférez a una torre
de donde al campo tiraban
subió y, hallando veinte hombres,
los hizo saltar desde ella.

DUQUE DE PARMA:

¿Qué rumor es este? Aguarda.
(Los españoles entren, las espadas desnudas.)

ALONSO:

Señor, pues te hemos servido,
manda que Otavio Gonzaga
nos deje gozar la gloria,
que el burgo con gente guarda.
¿No hemos de cobrar, señor,
esta sangre que nos falta?
Da premio a los españoles,
pues les debes esta hazaña.

DUQUE DE PARMA:

Id, Castro, y decid que cesen
las crueldades comenzadas,
y que Otavio deje entrar
toda la nación de España
para que del saco goce,
pues cuando tan pobre estaba
me dio el oro que tenía,
que aun esta es pequeña paga.

TODOS:

¡Viva Alejandro Farnesio!
¡Viva el gran duque de Parma!

DUQUE DE PARMA:

Yo quiero entrar en Mastrique.
Todos los maestres llama
y póngase el campo en orden,
lucido de armas y galas.

CAPITÁN CASTRO:

Triunfa, señor, este día,
glorioso a España y a Italia.
(Toquen la caja,
y vayan saliendo soldados con ropas
y riquezas del saco, y flamencos.)

CAPITÁN PEREA:

Monsiur, dad cien mil escudos.

FLAMENCO:

¿No bastan diez?

CAPITÁN PEREA:

Una blanca:
no le daré menos.

(RIBERA con una flamenca.)

MARTÍN DE RIBERA:

Ea,
mil doblones o matalla.

MARCELA:

¡Brava ventura he tenido!

ALONSO:

Marcela.

MARCELA:

Alonso.

ALONSO:

Una casa
dejo de riqueza llena.

MARCELA:

Y yo seis llenas de plata.

AYNORA:

¡Que no eres muerto, mi bien!

DON LOPE:

¡Ah paje!, ¿qué digo? ¡Ah dama!

AYNORA:

Ya no soy vuestra, señor,
que mi marido me agrada.

MARCELA:

Señor, si vós la queréis,
con vós norabuena vaya,
que está mi marido aquí,
y su marido me llama.

ALONSO:

Yo lo soy, por Dios, señor.

DON LOPE:

¿Es mujer?

ALONSO:

No, sino el alba,
¿pues había de ser hombre
y estar conmigo casada?

AYNORA:

¿Mujer es?

MARCELA:

Aquí hay testigos.

AYNORA:

Traidor, ¿por qué me burlabas?

MARCELA:

De celos deste enemigo.

DON LOPE:

La burla ha sido estremada.
Vuelve a mi casa, Aynora,
que no estás mal en mi casa.

AYNORA:

Serviros será mi gusto.

DON LOPE:

El Príncipe sale, aguarda.
(El DUQUE en una silla de manos,
con cajas y trompetas, y, por otra parte,
capitanes con un palio.)

MARTÍN DE RIBERA:

Venid, famoso señor.

CAPITÁN ROMÁN:

Gloria y honor de las armas,
venid a entrar en Mastrique,
de laurel la frente honrada.

DUQUE DE PARMA:

¿Qué palio es ese, soldados?

CAPITÁN PEREA:

Aquí en una iglesia estaba.

DUQUE DE PARMA:

¿Es del Santo Sacramento?

CAPITÁN ROMÁN:

Sí, señor.

DUQUE DE PARMA:

¡Locura estraña!
De vós Agustín Román
me quejo con justa causa,
pues siendo viejo y discreto,
de edad y experiencia larga,
¿con lo que se cubre Dios
cubrís la miseria humana?
Volvelde luego a la Iglesia
so pena de mi desgracia,
que en esta silla entraré.

DON LOPE:

Aquí, Senado, se acaba
el asalto de Mastrique
por el príncipe de Parma.