El bastardo Mudarra/Acto III

De Wikisource, la biblioteca libre.
El bastardo Mudarra
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Arlaja y Viara.
ARLAJA:

¿Qué hace el Rey?

VIARA:

A las tablas
con Mudarra se entretiene.

ARLAJA:

Bien hace, en la paz que tiene.

VIARA:

Maliciosamente hablas.

ARLAJA:

Cuando el Conde de Castilla
tanta gente en armas puesta
en sangre baña y molesta
de Guadalquivir la orilla,
en vez de la cimitarra,
del caballo y del jaez,
con piezas del ajedrez
arma al valiente Mudarra.
Con los caballos de palo,
con peones mal regidos,
damas y reyes fingidos.
busca en ocio vil regalo.
¿Agora engañosas lides
sobre el campo de una tabla?
¿Agora tretas entabla,
cuando el castellano ardides?
Despacio sus cosas van;
mal le enseña, mal le inclina.

VIARA:

Quiero correr la cortina;
que en aquesta cuadra están.

Véanse Almanzor y Mudarra
en un estrato de almohadas jugando al ajedrez,
y los músicos y otros moros de rodillas.
MÚSICOS:

De las torres de Jaén
está mirando Abenámar
el campo de los cristianos
atrevidos a cercarla.
Por capitán dellos viene
Martín Enríquez de Lara,
hombre que llegó con ellos
a la vega de Granada.
Cobarde le tiene al Rey
una cautiva cristiana,
y entre el amor y la honra
dice, sin cesar la espada:
«¡Al arma, al arma, al arma!
¡Salgan mis lanzas, mis adargas sangan!»
Mas luego dice a la cristiana bella:
«Sólo tus ojos pueden darme guerra.»

MUDARRA:

¡Jaque de aquí!

ALMANZOR:

¡Necedad!

MUDARRA:

¡Jaque digo!

ALMANZOR:

Aquí hay defensa.

MUDARRA:

Esa dama, ¿adónde piensa
gozar de su libertad?

ALMANZOR:

¿Quién la persigue?

MUDARRA:

Este roque,
con que cautivarla aguardo.
Arroja el tablero el Rey.

ALMANZOR:

Vete en mala hora, bastardo.

MUDARRA:

Pues ¿es bien que te provoque
lo que es juego a tantas veras?

ALMANZOR:

Vete, bastardo, de aquí.

MUDARRA:

¿Yo bastardo?

ALMANZOR:

Tú.

MUDARRA:

¿Yo?

ALMANZOR:

Sí.

MUDARRA:

Tú solo me lo dijeras;
y de ese agravio a mi engaño
apelo, porque he creído
que era yo tan bien nacido
como tú.

ALMANZOR:

¡Bárbaro, extraño
de nuestra sangre y nobleza,
y de nuestra misma ley!

MUDARRA:

¿No soy yo tu hijo, Rey?

ALMANZOR:

¿Mi hijo?

MUDARRA:

Si en tu cabeza
no estuviera la corona...

ALMANZOR:

Quiero dejarte por loco.

Váyase.


MUDARRA:

Oye, madre, aguarda un poco,
si el ser quien eres me abona.

ARLAJA:

Tengo a tu furia temor.

MUDARRA:

¿Has estado aquí presente?

ARLAJA:

Aquí estuve.

MUDARRA:

Pues ¿qué siente
de mi desdicha tu honor?
¿Cómo los años que tengo
he vivido en este engaño,
y a tan bajo desengaño,
madre, por tu culpa vengo?
¿Quién soy, Arlaja, o quién eres,
ya que del cielo el rigor
puso del hombre el honor
en flaquezas de mujer[es]?
El Rey me llamó bastardo
de su sangre y de su ley;
y aunque no me afrenta el Rey,
ni satisfacerme aguardo,
Por lo menos ya lo estoy.
aunque no sé cómo sienta
la calidad de mi afrenta
mientras que no sé quién soy.
Dime, pues, traidora madre,
qué padre tengo por ti;
que, en lo que siento de mí,
nobleza tendrá mi padre;
que si de mi inclinación
mi padre debo inferir,
bien me lo podrás decir;
que mis pensamientos son
altos como el mismo cielo,
tanto, que si él engendrara,
ser su hijo imaginara,
y no de sangre del suelo.
Pero pues engendra el sol,
bien puede ser que el sol sea,
para que presto se vea
que soy su rayo español.

ARLAJA:

Ya, Mudarra, que no pueden
tu cuidado y mi desgracia
encubrir tu nacimiento,
escucha a tu madre Arlaja
la historia que tantos días
cubrió el silencio por causa
de no alterar tu quietud,
en este engaño fundada.
Vive en Castilla, y en Burgos,
ciudad famosa de España,
un valiente caballero
a quien Ruy Velázquez llaman,
casado, para mal suyo,
y con una prima hermana
del conde Garci Fernández,
cuyo nombre es doña Alambra.
Siete sobrinos tenían,
que a las maravillas raras,
siendo hombres y no edificios,
pudieran quitar la fama.
No es posible que no sepas
que los Infantes de Lara
fueron muertos a traición
en campos de Arabiana.

ARLAJA:

Pues el padre destos siete
vino a traer una carta
de su cuñado, engañosa,
a Córdoba desde Salas,
para que el Rey le cortase
la cabeza, por venganza
de agravios de Gonzalico,
el menor de los Lara;
que este mancebo tenía
tanto nombre por las armas
y el valor de su persona
saliendo en su edad el alba,
que le persiguió la envidia
hasta poner a sus plantas
el más fuerte caballero
que ciñó en Castilla espada.
No quiso matar el Rey
a su padre, ni en sus canas
ensangrentar su nobleza;
prendióle y diómele en guarda.
No me enamoré del cuerpo;
enamoréme del alma,
de la fama, del valor,
alto ingenio y sangre clara.
Si flaqueza de mujer
tiene disculpa en quien ama,
la mía sola en el mundo,
pues fue en deseos fundada
de tener hijos de un hombre
gloria y honor de su patria.
No me engañé, pues naciste
deste cristiano, Mudarra,
tan hijo de su valor
y con tan alta esperanza.
Las siete cabezas tristes
de tus hermanos, cortadas
más por traición que por fuerza
en la sangrienta batalla,
mostró Almanzor a Gonzalo

BUSTOS:

—que así le llamaban
a tu padre— el mismo día
que se las trujo Viara.
Y viendo su sentimiento,
lastimado de sus ansias,
le dio libertad, a tiempo
que de ti estaba preñada.
Hicimos en la partida
concierto que si llegaba
mi parto a la luz y hembra fuese
fuese am i cuenta el criarla;
pero que, siendo varón,
luego que ciñese espada
se le enviase a Castilla
para aumento de su casa.
Partió un anillo al partirse;
siempre he tenido guardada
la mitad, que es ésta, hijo,
porque, cuando a verle vayas,
te conozca por las señas
si no se lo dice el alma.

MUDARRA:

Bésoos las manos, madre; los pies pido
por este desengaño tan honesto;
que más os debo estar agradecido
que al padre que por vos aquí me ha puesto,
pues él me ha dado madre en que he perdido,
por ser bárbara en ley, perdonad esto,
y vos, un padre a quien aumenta al doble
la ley cristiana, el nacimiento doble.
Mejor padre me distes que él me ha dado
madre; y así, señora, más os debo;
y de bastardo estoy tan consolado,
que, por cristiano, el ser bastardo apruebo:
Yo os tuve por mujer del Rey que, airado,
hoy me dijo por vos nombre tan nuevo;
que a menos honra ser de un moro obliga
propia mujer, que de un cristiano amiga.
Porque le di, jugando, con un roque
jaque, y le puse en tal rigor la dama,
me dijo el Rey, sin que otra pieza toque:
«¡Jaque de aquí», ganándome la fama,
que a furor esta injuria me provoque,
madre, soberbia no, que honor se llama;
mas yo me huelgo que haya sucedido
para saber que soy tan bien nacido.
Tenga Almanzor más perlas y diamantes
que en cochas cría el mar, las tierras en minas,
que no quiero sus bárbaros turbantes,
sino esta ley a cuya luz me inclinas.

ARLAJA:

Yo, madre, vengaré los siete Infantes
si mi partida justa determinas;
yo haré que ese Gonzalo a vivir vuelva;
su rama me engendró bárbara selva.
Ruy Velázquez en Burgos; doña Alambra
gloriosa de la sangre de los siete,
y yo, con almaizal, mezquita y zambra,
coronado de plumas el bonete:
Así pudiera, granadina Alhambra,
que contra el tiempo eterna se promete
defender a los dos, como mi furia
tomará la venganza desta injuria.
Yo llevo aqueste anillo para señas
de que soy de la sangre de los Liras,
si las de mi valor fueren pequeñas,
que alguna vez serán señas más claras.

ARLAJA:

Hijo, detente; mira que te empeñas
en gran peligro.

MUDARRA:

Madre, si reparas
el tronco de quien soy rama, ¿qué dudas?
o tú me engañas, pues que no me ayudas.

ARLAJA:

Yo te digo verdad.

MUDARRA:

Y yo me parto
a vengar mis hermanos, madre mía.

ARLAJA:

Con tus hazañas honrarás mi parto
aunque me mate el parto deste día.

MUDARRA:

Sabe Dios el dolor con que me aparto.

ARLAJA:

Espera un año más.

MUDARRA:

Madre, desvía.

ARLAJA:

Siento tu ausencia.

MUDARRA:

Tarde me das cuenta:
El gusto te tocó, y a mí la afrenta.

Éntrense, y salga Gonzalo Bustos,
viejo y ciego, con un báculo, y Nuño, criado.
NUÑO:

Deja, señor, de llorar,
pues que llorando has cegado.

BUSTOS:

Si ya no temo cegar,
Nuño, no te dé cuidado
verme llorando acabar.
Yo he cumplido en estar ciego
con lo que debo al dolor,
si a pensar la causa llego.

NUÑO:

Pues ¿por qué lloras, señor?

BUSTOS:

Por ver si en llanto me anego;
mas como fragua me veo,
pues toda el agua que empleo
no me puede consumir,
y más enciendo el vivir
cuanto más morir deseo.
Aunque en pena tan dudosa
tienen mis ojos un bien,
y es su ceguedad dichosa,
que a Ruy Velázquez no ven,
ni a doña Lambra, su esposa.
Y aunque no cegara ansí,
la vista, Nuño, perdí,
sin que luz en ella asista;
que ya se murió mi vista
desde que a mis hijos vi.
Cegaron en su presencia
mis ojos, mis regocijos
hicieron fin en su ausencia,
porque de ojos a hijos
hay muy poca diferencia.
Mas solamente quisiera
que, como no vi, no oyera,
por no oír la tiranía
con que Alambra cada día
me acuerda mi pena fiera.
Siete piedras penetrantes
tira a esas ventanas antes
que salga el sol, por memoria
de aquella trágica historia,
muerte de mis siete Infantes.

NUÑO:

No llores, señor, ansí.

BUSTOS:

¿Está mi cantor ahí?
Páez, músico.

PÁEZ:

Aquí está Páez, señor.

BUSTOS:

Tiempla, amigo, mi dolor.

PÁEZ:

Oye este romance.

BUSTOS:

Di.

Cante
PÁEZ:

En campos de Arabiana
murió gran caballería
por traición de Ruy Velázquez,
Siéntese el viejo.
y de doña Alambra envidia.
Murieron los siete Infantes,
que eran la flor de Castilla;
Sus cabezas lleva el moro,
en polvo y sangre teñidas.
Convidárame a comer
el rey Almanzor un día;
después que hubimos comido,
diome la sobrecomida:
Altérase el viejo. Tiran una piedra
Conocí los hijos míos
y el ayo que los regía;
dejé con mi tierno llanto
las piedras enternecidas.

PÁEZ:

Otra.
Diome libertad el Rey,
luego a Castilla me envía;
Otra.
mas no me la dio la muerte,
pues no me quitó la vida.
Vine a Burgos, donde estoy
ciego de llorar desdichas,
pidiendo justicia al cielo;
Otra.
que en suelo no hay justicia.
Cada día que amanece,
doña Alambra, mi enemiga,
hace que mi mal me acuerden
siete piedras que me tira.
Tiren tres.

BUSTOS:

Hasta aquí pude callar,
y aquí perdí la paciencia;
seis pude disimular;
no dio el corazón licencia,
ni a la postrera lugar.
De Álvaro, Ordoño y Fernando,
de Nuño, Alfonso y de Diego,
las piedras sufrí callando;
mas cuando a Gonzalo llego,
rompo el silencio llorando.
Porque, cuando más en calma
quiero escuchar satisfecho
de que el sufrimiento es palma
las seis me pasan el pecho
pero la postrera el alma;
¡Vil autor de la traición,
tales lanzadas te den
por medio del corazón!

NUÑO:

Señor, las manos detén.

BUSTOS:

Mis canas la culpa son,
que, pues que yo las tenía,
justo fuera no creer
el engaño de aquel día,
que la causa vino a ser
de tanta desdicha mía.
No para señales vanas
hacen las piedras tirar;
que esas piedras son campanas
con que tocan a arrancar
tan mal entendidas canas.
Que como, en fin, de rigor
no pago la deuda a amor
con estas canas que arranco,
le doy cédulas en blanco
que sobreescriba el dolor.
A la deuda me socorre
la edad, en deudas tan llanas,
para que el amor las borre,
pues pago en plata de canas
moneda que siempre corre.

NUÑO:

Tiempla, señor, los enojos,
deja las canas.

BUSTOS:

Despojos
del tiempo no faltarán;
que otras tantas nacerán
regándolas con mis ojos.

Éntrense y salgan Mudarra y Zayde.
MUDARRA:

Tú bien conoces, Zayde, aquesta tierra.

ZAYDE:

Cerca estamos de Burgos, o me engaño,
generoso Mudarra; que la guerra
me la enseñó, tal vez para mi daño.

MUDARRA:

Espanto me causó la altiva sierra,
que ya con nieve, y ya con verde paño,
divide castellanos y andaluces,
las blancas lunas y las rojas cruces.

ZAYDE:

Estos montes, Mudarra, muchas veces
pasaron con las armas nuestros moros,
haciendo a sus caballos los jaeces,
robando los católicos tesoros.
Aquí son estos árboles jueces,
y hasta la tierra, cuyos verdes poros
bebió la sangre noble castellana
de la espada belígera africana.

MUDARRA:

Fuerte es Castilla.

ZAYDE:

Por el sitio es fuerte,
y más por sus gallardos moradores.

Lope entre de cazador.
LOPE:

Ya el sol los rayos del ocaso vierte;
a recoger, señores cazadores:
Mas ¡ay! que vine a ver volar mi muerte,
mi engaño el cazador, mis pies azores;
moros hay en celada.

MUDARRA:

Ten, cristiano,
el pie al huir, y al defender, la mano;
yo soy un mensajero del Rey moro
de Córdoba.

LOPE:

Seáis muy bien venido,
aunque por él, nuestro mayor tesoro
yace en el campo, y por traición perdido:
Desde que sale el alba, hasta que en oro
y púrpura se muestra convertido
el Occidente, llora el alma mía
por ese nombre un miserable día.

MUDARRA:

¿Córdoba os hizo daño, y el Rey suyo
os obliga a llorar, noble cristiano?

LOPE:

¡Oh, nunca yo supiera el nombre tuyo,
que siete vidas que segó tu mano...!

MUDARRA:

Cristiano, de esas lágrimas arguyo
que mi cuidado no me trujo en vano
por esta senda; que otros siete han sido
los que a vengar su muerte me han traído.

LOPE:

Las que yo lloro son de siete hermanos,
honra del mundo y de un traidor venganza.

MUDARRA:

Los mismos ofrecieron a mis manos,
para vengar su sangre, la esperanza.

LOPE:

Estos que lloro yo fueron cristianos.

MUDARRA:

Tendrán a los que lloro semejanza.

LOPE:

Son siete Infantes éstos.

MUDARRA:

No te espantes;
que yo digo también los siete Infantes.

LOPE:

¿Son ésos los de Lara?

MUDARRA:

Los de Lara.

LOPE:

No sé que he visto en ti, porque pareces
tanto al menos de todos en la cara,
que me admiras, me espantas y enloqueces.

MUDARRA:

¿Era Gonzalo?

LOPE:

Sí.

MUDARRA:

¡Quién tal pensara!
Pero de esos cristianos que encareces
yo soy hermano.

LOPE:

¿Tú?

MUDARRA:

Sí, que su padre
en Córdoba me dio bárbara madre;
Mudarra, amigo, soy, hijo de Arlaja,
del Rey hermana, y de Gonzalo Bustos
que en ley, no en sangre, la llevó ventaja.

LOPE:

¡Qué secretos tenéis, oh cielos justos!
A toda información el paso ataja
tu mismo rostro; si esperarse gustos
pueden dar un gran dolor, en ti los fío:
¡Dame esos pies, querido señor mío!
Conoce a Lope de Vivar, un hombre
de Gonzalo González escudero,
que de aquella batalla, aunque te asombre,
huyendo me escapé con pie ligero;
no quise allí morir, ni ganar nombre
de leal hidalgo y noble caballero,
prevenido del cielo, que sabía
el bien de hallarte en este dulce día.

MUDARRA:

¿Que tú viste morir mis siete hermanos?

LOPE:

Y al ayo honrado que murió con ellos;
yo vi entonces llorar los montes canos,
líquidos ya sus rígidos cabellos.
Alegres viven hoy los dos tiranos
que injustamente se vengaron dellos.

MUDARRA:

Pues yo vengo a causarles tanta pena,
que Burgos quede se su sangre llena.

LOPE:

Yace en la falda deste risco un valle
selvoso de hayas, que aun solar dan sombra,
donde vive una dama, cuyo talle,
único Fénix español la nombra;
cierran cipreses con funesta calle,
de un verde prado la pintada alfombra,
donde agora quedó del sol rendida,
en un espejo de agua divertida.
Es hija de tu hermano, aquel Gonzalo
que mataron los moros, y Constanza,
una señora que en virtud igualo
a la que agora mayor fama alcanza:
Ella está en Burgos monja; que el regalo
trocó en la red, sin pretender venganza
del muerto esposo, y en aquesta casa
su hija bella el julio ardiente pasa,
en traje de hombre; que nació ya muerto
su padre y mi señor; mas ¿qué te digo?
agora todo lo verás más cierto,
pues es la parte de quien soy testigo.

Entre doña Clara, con vaquero y venablo.
CLARA:

Soledades de un áspero desierto,
donde una fiera libremente sigo,
¿a dónde me lleváis, si no es mi estrella?

MUDARRA:

Belleza extraña.

LOPE:

Por extremo es bella.

CLARA:

Claras, sonoras fuentes apacibles,
que francas de esos cándidos cristales
dais tregua a los calores insufribles,
bañando el campo en perlas orientales:
Templad ¡ah, pensamientos imposibles!
las imaginaciones desiguales;
que no es justo que en vos, quien nunca quiso,
halle ejemplo a querer, y a errar aviso.
Libre soy yo; mi madre me ha dejado
historias que llorar del amor suyo;
¿qué me queréis, si duerme mi cuidado,
y del amor imaginado huyo?

MUDARRA:

¿Así son las cristianas?

LOPE:

He pensado
que se concierta el pensamiento tuyo
con el de desta señora, y el certero
debe ser la sangre.

MUDARRA:

Hablarla quiero.

LOPE:

Dejadme a mí; ¡señora!

CLARA:

¿Qué es aquesto?

LOPE:

No te alteres, que el moro es medio hermano
de Gonzalo, tu padre.

MUDARRA:

Ya con esto
podré pediros que me deis la mano;
Bustos, mi padre y vuestro agüelo, ha puesto,
señora, entre los dos deudo tan llano,
que aunque os pida los brazos, no es ofensa.

CLARA:

¿Es esto ansí?

LOPE:

Que ves tu padre piensa;
no se ha visto retrato semejante.

CLARA:

Los brazos quiero daros como tío,
puesto que el traje bárbaro me espante.

MUDARRA:

Cristiano soy, que sólo en Dios confío;
presto veréis que el árabe turbante
y el africano capellar desvío;
cristiana, hermano soy de vuestro padre.

LOPE:

En Castilla no pierdes por la madre;
el caballo, señor, lleva la silla:
Dale los brazos tú, porque Mudarra
ha de ser una octava maravilla,
y a la siete añadir la más bizarra.

MUDARRA:

Sólo vengo de Córdoba a Castilla
a espantar su León y su Navarra,
y a vuestras plantas, con igual presteza,
poner de Ruy Velázquez la cabeza.

CLARA:

¡Ay, Mudarra! Si vieses de mi agüelo
los trabajos, las ansias, los dolores
que le hace padecer airado el cielo,
la fiera crueldad de esos traidores...
Mas tú serás de tanto mal consuelo;
y si contigo pueden ser mayores,
yo iré contigo a Burgos.

MUDARRA:

Dos mil veces
beso esos pies.

CLARA:

Quien eres me pareces.

LOPE:

Desde agora, mirándoos tan gallardos,
en el entendimiento se me asienta
que amor, que hace legítimos bastardo,
las sangres junta y matrimonio intenta.

MUDARRA:

Salió mi sol entre nublados pardos.

ZAYDE:

¿Qué va que la sobrina te contenta?

MUDARRA:

¡Bella mujer!

LOPE:

¿Qué te parece el moro?

CLARA:

Tío que basta, y tío como un oro.
Éntrense y salga Gonzalo Bustos.

BUSTOS:

Quien vive larga vida, no se espante
que en muchos años muchas cosas vea;
tanto suele engañarse el que desea,
que al límite postrero se adelante.
El más robusto, fuerte y arrogante,
no hay caña humilde que más débil sea,
ni hay gusto en las riquezas que posea,
ni mal que no le humille y le quebrante.
Todo se atreve al que no ve ni siente:
¿En qué imagina el que vivir procura,
si en todo tiempo muere brevemente?
La muerte, en fin, ha de venir segura,
pues siendo un enemigo tan valiente,
esperarle sin fuerzas no es cordura.

Nuño entre.
NUÑO:

Aunque me pesa de darte
tan malas nuevas, señor,
será forzoso avisarte.

BUSTOS:

Ya no hay parte en que el dolor
tenga en mis sentidos parte.

NUÑO:

Pues doña Lambra está aquí.

BUSTOS:

¡Ay, Dios! Nuño, ¿qué me quiere?
Si por perdón viene, di
que siendo yo el que se muere,
¿cómo me le pide a mí?
Si es de mis prendas queridas
restitución, que la impidas
te ruego, pues no ha de darme
vida en que pueda pagarme
siete tan hermosas vidas.

NUÑO:

Antes sospecho que viene
a darte mucho pesar
de ciertas quejas que tiene.

BUSTOS:

Pues no la dejes entrar;
ya Rodrigo la detiene.

Dª Lambra entre.
LAMBRA:

Dejadme entrar, escuderos.

NUÑO:

Ya se entró.

LAMBRA:

Dime, Gonzalo,
¿es hecho de caballeros
el mandar que mi regalo
me maten tus ballesteros?
¿Es buen modo de vengar
agravios mandar que tire
tu gente a mi palomar,
que unas mate, otras retire,
por sólo haceme pesar?
Enmienda esta sinrazón,
o quitaréles la vida.

BUSTOS:

Quejas como tuyas son.

LAMBRA:

Pues ¿no he de estar ofendida,
dándome tanta ocasión?

BUSTOS:

¿Una mujer principal,
por una paloma viene
a decirme queja igual?

LAMBRA:

Ese gusto me entretiene.

BUSTOS:

Y no te entretienes mal;
mas nuestras quejas concierta
cuando el tenerlas de ti
por siete hijos, se advierta,
pues tú las tienes de mí
por una paloma muerta.
Que no soy el que te tiré,
Alambra, te persuado,
pues de los que tiran sé
que un ojo tienen cerrado,
y yo de entrambos cegué.
Y no digas desconciertos,
pues tan viles quejas tomas;
que el tenerlos yo cubiertos
no fue de llorar palomas,
sino vidas de hijos muertos.
Así el mundo procedió:
Muchos a quien fuerzas dio,
pretenden venganzas graves
de que les maten sus aves,
y otros, de sus hijos no.
Mas no te quejes de aquel
que tan vil venganza toma,
pues estás segura dél
no morir como paloma,
porque tienes mucha hiel.

LAMBRA:

¡Qué claro en ti se parece,
Bustos, ser cierta verdad
que la lengua reverdece,
mientras la vida y la edad
más se acaba y envejece!
La tuya así se deslengua,
que en estos años ancianos,
adonde la fuerza mengua,
todo el calor de las manos
se ha recogido a la lengua.
Nuestras quejas y porfías
desiguales juzgarías,
y esos tus llantos prolijos,
pues eran cuervos tus hijos,
y éstas son palomas mías.

BUSTOS:

Bien juzgas nuestros enojos;
tienes, Alambra, razón;
mal lloro yo sus despojos,
que cuervos mis hijos son,
pues me han sacado los ojos.
Cegué de llorar por ellos,
ya la humildad acabada;
pero esto les debo a ellos,
pues por no verte, cuñada,
me pesara de tenellos.

LAMBRA:

¡Maldito sea Almanzor,
caduco viejo atrevido,
que para darme dolor
te dejó vivo!

BUSTOS:

No ha sido
para tu venganza error;
que, como vivo de miras,
tienes en quien emplear
las siete piedras que tiras,
despertador del pesar
de mi agravio y de tus iras.
Horas tristes me promete,
como tú te satisfaces,
que este reloj me inquiete,
que, aunque estoy ciego, me haces
que me levante a las siete.

LAMBRA:

¡Oh Almanzor, moro traidor,
qué vida dejaste asida
a tan inmortal calor!

BUSTOS:

Calla, Alambra, que no hay vida
que no tenga su Almanzor.
Yo moriré presto ya,
la muerte vendrá por mí.

LAMBRA:

Ya tarda.

BUSTOS:

No tardará;
pero vete tú de aquí,
que luego al punto vendrá.
Porque de temor de verte
no osará venir la muerte;
que temerá que la mates.

LAMBRA:

No escucho más disparates.

Váyase Dª Lambra.
NUÑO:

¡Fuerte mujer!

BUSTOS:

¡Brava y fuerte!
Páez entre.

PÁEZ:

Tres moros están aquí,
aunque los dos son criados.

BUSTOS:

¿Moros, Páez?

PÁEZ:

Señor, sí.

BUSTOS:

¿A mí en años tan cansados?
Di que entren. ¿Moros a mí?

Mudarra, Zayde y Lope,
en hábito de moros.
MUDARRA:

¿Quién, señores, de vosotros
es el dueño desta casa?

BUSTOS:

Este ciego es, moro noble,
Gonzalo Bustos de Lara;
digo, el que serlo solía:
¿No me dices más, no hablas?

MUDARRA:

Estoy suspenso de verte;
que esas venerables canas
obligan a reverencia.

BUSTOS:

Y yo de verte me holgara.
¿Eres mancebo?

MUDARRA:

Sí soy.

BUSTOS:

¿Qué edad?

MUDARRA:

Estoy en el alba
de mis años.

BUSTOS:

A esa cuenta,
no mentirás por la barba.
¿A qué vienes?

MUDARRA:

De un amigo
te traigo cierta embajada.

BUSTOS:

¿Cautivo en Córdoba?

MUDARRA:

No,
porque la tiene por patria;
es entre cristiano y moro,
que es hijo tuyo y de Arlaja,
una hermana de Almanzor.

BUSTOS:

¿Qué dices?

MUDARRA:

Verdades claras.

BUSTOS:

¿Parió Arlaja?

MUDARRA:

A este mi amigo.

BUSTOS:

Alterado me has el alma,
que puesto que en mora sea,
me regocija y agrada
tener algún hijo en fin.

MUDARRA:

Arlaja es de un rey hermana.

BUSTOS:

Dices bien, ya es sangre noble.
¿Cómo está?

MUDARRA:

Buena quedaba.

BUSTOS:

Y el hijo, ¿tiene valor?

MUDARRA:

Como de tu tronco rama.

BUSTOS:

¿Qué disposición?

MUDARRA:

Briosa.

BUSTOS:

¿Qué inclinación?

MUDARRA:

A las armas.

BUSTOS:

¿Qué entendimiento?

MUDARRA:

Gentil.

BUSTOS:

Y ¿qué persona?

MUDARRA:

Gallarda.

BUSTOS:

¿Qué opinión?

MUDARRA:

La de tu hijo.

BUSTOS:

¿Qué amigos?

MUDARRA:

Cuantos le tratan.

BUSTOS:

¿Qué condición?

MUDARRA:

Amorosa.

BUSTOS:

¿Qué le entretiene?

MUDARRA:

La caza.

BUSTOS:

¿Sabe que su padre soy?

MUDARRA:

Venir a verte, ¿no basta
para saber si se acuerda?

BUSTOS:

¿Estima el nombre de Lara?

MUDARRA:

¿Eso preguntas?

BUSTOS:

Pues di,
¿cómo ni a Burgos ni a Salas
ha enviado en tantos años?

MUDARRA:

Porque le engañó la fama
de que era su padre el Rey;
pero jugando a las tablas
le llamó bastardo un día,
y él quiso saber la causa,
y su madre se la dijo,
con que animó su esperanza
de venir a ser cristiano.

BUSTOS:

Por esas nuevas me abraza.

MUDARRA:

Sí haré, porque lo deseo.

BUSTOS:

¡Ay, ay, Dios!

MUDARRA:

Suéltame.

BUSTOS:

Aguarda.

MUDARRA:

¿Qué me quieres en los brazos?

BUSTOS:

Has hecho por mis entrañas
una extraña novedad,
y así, en las mismas estampas
de mis hijos quiere agora
tomarte medida el alma.
Bien me parece que vienes,
amigo, por qué me engañas?
¿Eres mi hijo? ¿Eres tú?

MUDARRA:

¡Oh padre, yo soy Mudarra
Mudarra González soy!
Si acaso tenéis guardada
la mitad desta sortija,
veréis que con ella iguala.

BUSTOS:

No será ya menester;
que la sangre lo declara
con más fuerza. ¡Ay, prenda mía,
para tanto bien hallada!
¡Ay Dios, quién pudiera verte!
¡Ay Dios, quién viera tu cara!
Cegué, llorando mis hijos
muertos en Arabina.
¡Bien pudiera ver por verlos,
oh naturaleza rara,
si no es milagro del cielo!
Cegóme tristeza tanta,
y el alegría me ha dado
la vista que me faltaba:
Hijo mío, bien te veo.

NUÑO:

Señor, mira que te engañas,
no te enloquezca el placer.

BUSTOS:

Nuño, demos a Dios gracias;
bien te veo, y veo a Páez,
y para señas más claras,
el uno de aquellos moros
que a mi Mudarra acompañan,
parece a Lope en extremo,
un criado de mi casa
que a Gonzalico servía.

LOPE:

Para tu crédito basta:
Yo soy Lope de Vivar,
el que sirve a doña Clara,
tu nieta, donde esta noche
ha descansado Mudarra.
Con él vine disfrazado;
que para cierta venganza
conviene que venga ansí.

NUÑO:

La casa está alborotada,
y la ciudad lo estará.

MUDARRA:

Antes que las nuevas vayan
a Ruy Velázquez y al Conde,
me importa cierta jornada.

BUSTOS:

¿Dónde vas?

MUDARRA:

Por mi [sobrina].

BUSTOS:

Yo tengo que hablarte, aguarda.

MUDARRA:

Vamos y hablemos, señor,
pero mi secreto encarga.

BUSTOS:

Amigos, guardad silencio.

NUÑO:

¿Qué hay Lope?

LOPE:

Que esta almalafa
ha de ser red de una fiera
que por estos montes anda.

NUÑO:

Valor en Mudarra veo.

LOPE:

Presto verás la venganza
que de Ruy Velázquez toma
por los Infantes de Lara.

Éntrense, y salga Ruy Velázquez,
Ortuño e Íñigo, cazadores.
ÍÑIGO:

Ya no tienes que buscar,
ni que atravesar el monte.

RUY:

Cansado estoy de cazar.

ORTUÑO:

La línea del horizonte
comienzo el sol a tocar.

RUY:

Antes queda mucha luz.
¿Arrendaste el andaluz?

ORTUÑO:

Atado al pie de ese cerro,
intenta tragarse el yerro,
como si fuera avestruz.

RUY:

¿No le colgarás el freno
del arzón, pues aquí sobra
verde yerba y fértil heno?

ORTUÑO:

Los bríos que sin él cobra,
en corto bocado enfreno.

RUY:

¿Tiene Bustos por aquí
alguna hacienda?

ORTUÑO:

No sé;
gente de su casa, sí.

RUY:

¿Guardan ganado?

ORTUÑO:

Ayer fue
el primero que los vi.

RUY:

Pues Bustos me ha de pagar
ciertos tiros de ballesta
que han hecho a Alambra llorar.

ÍÑIGO:

Algún villano molesta
con ella tu palomar;
mas no creas que él lo sabe.

RUY:

Yo le haré que no se alabe.

ÍÑIGO:

¿Has de descansar?

RUY:

Querría
haces desta fuente fría
puerto de sueño a mi nave.

ÍÑIGO:

Ella te llama, y cruzando
sus venas por las arenas,
parece que están cantando.

RUY:

Tiemplen la sangre a mis venas.

ORTUÑO:

Podrán muy bien murmurando;
que no hay música mejor.

RUY:

Iros podéis entretanto
a pasar este calor.

ÍÑIGO:

Dios te guarde.

Váyanse.


RUY:

En mí no es tanto
como el cuidado y temor.
Quiérome aquí recostar,
aunque las congojas mías
no dan al sueño lugar,
porque todos estos días
he dado en imaginar.
Traigo presente a mis ojos
la muerte de mis sobrinos
y sus ardientes despojos,
que por diversos caminos
mezcla temores a enojos.
Paréceme que los veo
al punto que solo estoy,
y por no verlos rodeo:
Las sombras que viendo voy,
como las verdades creo.
Allí Nuño se presenta
todo roto y desarmado;
allí Fernando, sangrienta
la cara; allí Ordoño airado
de mi rigor se lamenta;
allí Gonzalo, el menor,
parece que me acomete
y que me llama traidor;
finalmente, todos siete
me están poniendo temor.
Dejadme, imaginaciones.
Alma, ¿para qué me pones
en tan tristes fantasías?

Mudarra, Lope y Zayde.
LOPE:

Él es, por las señas mías.

MUDARRA:

Para el pie con las razones.

LOPE:

Si sabe aqueste traidor
que le has buscado, Mudarra,
¿cómo se entretiene y vive?
¿cómo en todo el mundo para,
cuanto más tan libremente,
puesta la espada en la vaina,
en un monte junto a Burgos
y a la sombra de una haya?

MUDARRA:

Quedo, que sin duda es él.

LOPE:

Entre aquellas verdes ramas
echado está Ruy Velázquez,
cansado de andar a caza;
paréceme que le claves
al suelo con esa lanza.

MUDARRA:

Eso no, que ha de saber
por qué muere y quién le mata.
A ti digo, Ruy Velázquez,
que el Bravo los moros llaman,
en quien traidor y valiente
en un sujeto se hallan:
Traidor al Conde, tu dueño,
quitando a su guerra y armas
siete soldados que valen
por nueve de la fama;
traidor a tu patria misma,
pues has quitado a tu patria
siete muros, siete torres,
y la mejor barbacana;
traidor a tu sangre noble,
pues que la sangre de Lara
vendiste a tus enemigos
por precio de tu venganza;
traidor a tu amigo y deudo,
pues que le enviaste con cartas
a que le pusiera un moro
el cuchillo a la garganta;
traidor al cielo, pues diste
sangre de la ley cristiana
a los moros cordobeses,
que ha viente años que te infaman.

MUDARRA:

Esos tengo yo, que soy
hijo de Bustos y Arlaja,
habido en ella en prisiones,
mientras que le tuvo en guarda.
Que quiso el cielo que diese
el viejo tronco esta rama,
cuando tú, como villano,
le despojaste de tantas.
Mudarra soy, ¿qué me miras?
a mí me llaman Mudarra,
retrato de Gonzalillo,
el coco de doña Alambra.
¡Ea, bravo Ruy Velázquez,
ven, que Mudarra te aguarda
por matarte cuerpo a cuerpo,
de solo a solo en campaña!
Que aunque tú como traidor
a siete hermanos me matas,
yo como leal los vengo
con la lanza y el adarga.
¡Ea, que me está esperando
mi esposa y sobrina Clara,
nieta de Gonzalo Bustos,
hija de doña Constanza,
esposa de Gonzalillo!
¡Ea! ¿Qué esperas? ¿Qué aguardas?
Del Rey de Córdoba soy
sangre, por mi madre Arlaja;
por Bustos, son mis hermanos
los siete Infantes de Lara,
que tú mataste a traición
en campos de Arabiana.

RUY:

¡Mientes, infame morillo,
que cuerpo a cuerpo en batalla
mataron a tus hermanos,
en Fabros, Galve y Viara!
Y en hablar tan sin vergüenza
tienes disculpa, pues basta
que no te obliga a tenerla
ni la sangre ni la barba.
Rodrigo soy, Mudarrilla,
el de Velázquez y Lara,
aquel que tiemblan los moros
de Jaén, Córdoba y Baza.
Y desde Sierra Morena
hasta la Sierra Nevada,
no temo yo bastardillos
hijos de su misma infamia:
Eres mal nacido.

MUDARRA:

¡Mientes
si de bastardo me infamas!
En mi tierra no se usan
más bodas que las palabras:
que en mi ley es matrimonio
la voluntad de las almas.
Sal a campaña conmigo.

RUY:

Deja la lanza.

MUDARRA:

A la espada,
Rodrigo, te desafío.
Cielos, juzgad vuestra causa!

LOPE:

Zayde, si estos escuderos
se acostaren a su banda,
saca la espada.

ZAYDE:

Aquí estoy.

LOPE:

Ya comienzan la batalla.

ZAYDE:

¡Qué bravos golpes le tira
el valeroso Mudarra!

LOPE:

¿No ves que le dan favor
sangre, razón, honra y fama?

ZAYDE:

Ya se retira turbado
Ruy Velázquez, que en el alma
le acobarda su traición.

LOPE:

Ya cayó, y sobre él Mudarra
se arroja, y de veinte heridas
aprisa el cuerpo le pasa.

ZAYDE:

Ya le corta la cabeza:
¡Victoria! ¡Viva Mudarra!

MUDARRA:

¡Ansí se pagan, aleve,
las traiciones! Doña Alambra,
que está en aqueste castillo,
la misma suerte le aguarda,
¡Ah de arriba!

LAMBRA:

¿Quién da voces?

MUDARRA:

Ruy Velázquez, el de Lara,
que sin cuerpo viene a verte,
que siendo de Bustos rama,
he vengado a mis hermanos.

LAMBRA:

¡Ah, criados de mi casa,
matad a aqueste morillo!

MUDARRA:

Tú has de morir abrasada,
con la gente que te sigue.

LAMBRA:

¡Cielos! ¿Qué es esto?

MUDARRA:

Pues causa
fuiste de tantas desdichas,
hoy has de pagar tu infamia.

Éntrense y salga el conde Garci Fernández,
Gonzalo Bustos y doña Clara.
GARCI FERNÁNDEZ:

No sosegara, Bustos, hasta veros.
¡Qué, cobraste la vista! ¡Extraño caso!

BUSTOS:

Yo vine, gran señor, a obedeceros.

GARCI FERNÁNDEZ:

Y yo de buena gana os salgo al paso.

BUSTOS:

Mi nieta Clara pretendí traeros,
que no me ha sido el cielo tan escaso
que no quedase de mi sangre prenda
que sucediese en ella y en mi hacienda.

GARCI FERNÁNDEZ:

¿Es hija del menor de los de Lara?

BUSTOS:

De Gonzalo, mi hijo.

CLARA:

Humildemente
pido esos pies.

GARCI FERNÁNDEZ:

Alzad del suelo, Clara,
y el cielo santo vuestra vida aumente.

BUSTOS:

Ya que a su madre religión ampara,
razón será que vuestro amparo intente,
y que quede sirviendo desde agora
su hija a la Condesa, mi señora.

GARCI FERNÁNDEZ:

Pláceme de ampararla, y os prometo
de hacer de padre y de señor oficio.

Entren Ortuño e Íñigo
ÍÑIGO:

¿Dónde está el Conde?

GARCI FERNÁNDEZ:

Íñigo ¿a qué efecto
tanto alboroto?

ÍÑIGO:

Para darte indicio
de mi dolor.

GARCI FERNÁNDEZ:

¿Qué dices?

ÍÑIGO:

Que en secreto, Bustos
el que ha venido a tu servicio
para fingir que te guardó decoro,
de Córdoba ha traído...

GARCI FERNÁNDEZ:

¿A quién?

ÍÑIGO:

Un moro:
A un Mudarra, que dicen que es su hijo,
que ha muerto a Ruy Velázquez en un monte,
y que le ha de quemar su casa, dijo,
porque es otro africano Rodamonte.

GARCI FERNÁNDEZ:

¿Qué es esto, Bustos?

BUSTOS:

Sin hablar prolijo,
a escucharme con lágrimas dispone:
que a este Mudarra tuve estando preso,
en una hermana de Almanzor, confieso.
Vino a vengar su sangre, que tu sabes
que es justicia del cielo y no malicia;
si culpa tuve, sufriré que acabes
esta vida que ya morir codicia:
No quiero yo que la venganza alabes;
pero quiero que alabes la justicia:
Si Dios le trajo, que es Autor del orbe,
¿quieres tú, por ventura, que lo estorbe?

GARCI FERNÁNDEZ:

¿Cómo me habéis callado su venida?

BUSTOS:

Hasta hacerle cristiano lo he calla[do].

Entren Mudarra con la cabeza, Lope y Zayde.
MUDARRA:

Ninguno el paso a mi venganza impida.

ÍÑIGO:

Mudarra es éste.

GARCI FERNÁNDEZ:

Y qué feroz y airado!

MUDARRA:

Famoso Conde, cuya ilustre vida
alargue el cielo, y cuyo noble estado
dilate al polo más distante al nuestro:
Mudarra soy, no soy vasallo vuestro.
Como sobrino de Almanzor, propuse
cortar deste tirano la cabeza;
que deste error, si le hay, es bien que excuse
mi delito a los pies de esa nobleza:
a venir en persona me dispuse
luego que supe déste la bajeza,
y mi cristiano nacimiento noble,
que por tan santa ley estimo al doble.
Tres cosas os daré si a mi venganza
mostráis ánimo, honroso castellano:
La primera, un soldado, cuya lanza
hará temblar el bárbaro Africano;
la segunda, en que estriba mi esperanza,
a vuestra Iglesia un Príncipe cristiano;
la tercera, la paz del Rey, mi tío,
y su favor por el respeto mío.
Pero habéisme de dar por cada cosa
otra su igual: perdón por la primera;
por la segunda, a Clara por esposa,
y esos brazos, señor, por la tercera.

GARCI FERNÁNDEZ:

Mudarra, tu venganza milagrosa
mayores premios en la fama espera;
ese partido acepto a los tres plazos,
con perdón, con esposa y con brazos.

LOPE:

¡Salto, bailo de presto, no soy moro,
Lope soy de Vivar, el asturiano!

GARCI FERNÁNDEZ:

Yo te mando un jaez de plata y oro.

BUSTOS:

Y yo un caballo cordobés lozano.

MUDARRA:

Dadme el bautismo, que ya en Cristo adoro.

GARCI FERNÁNDEZ:

Tu padrino he de ser.

MUDARRA:

Ya soy cristiano.

BUSTOS:

Aquí la historia acabe, al mundo rara,
del Bastardo Mudarra y los de Lara.

Loado sea el Smo. Sacramento.


En Madrid, a 27 de abril de 1612.


Lope de Vega Carpio