El cáliz de Santo Toribio

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Tradiciones peruanas
Tercera serie (1894) de Ricardo Palma
El cáliz de Santo Toribio


Por los años de 183... el señor don Gregorio Cartagena, presbítero de mucha ilustración y campanillas, como que alcanzó a ser hasta consejero de Estado, llegó una tarde a un pueblecito de la provincia de Huamalíes, cuyo cura, después de agasajarlo en regla, le dijo:

-Como ve usted, mi iglesia es pobrísima y mi curato de los más desdichados en diezmos y primicias; pero así estoy contento y lleno los deberes evangélicos de mi ministerio con cierta complacencia íntima, pues no hay en todo el Perú sacerdote que celebre el santo sacrificio con más prendas de santidad que yo.

Por mucho que hizo el huésped no pudo arrancar del cura palabras que aclarasen el sentido enigmático de su última frase. Despidiéronse, y el señor Cartagena pasó una noche de insomnio, dando y cavando en qué podrían tener de especial las misas de aquel buen párroco.

Al día siguiente el señor Cartagena antes de continuar su viaje quiso celebrar misa. Díjolo al cura, y éste puso gesto avinagrado. Manifestó que no tenía más que un ornamento que de puro viejo era hilachas; pero insistió Cartagena, y el otro tuvo que ceder.

En efecto, revistiose don Gregorio con una alba de género de algodón, amarillenta y llena de zurcidos, y una casulla de damasco en iguales condiciones de ancianidad.

En el momento de elevar el cáliz, que nada tenía de artístico ni de valioso, pues la copa era de una delgada lámina de plata y la base de cobre dorado, fijose el celebrante en que ésta tenía en la parte inferior que descansaba sobre el mantel la siguiente inscripción:


SOY
DEL DOCTOR DON
TORIBIO ALFONSO DE MOGROVEJO.
GRANADA.
AÑO DE 1572.


El enigma estaba descifrado.

Sabido es que Santo Toribio recibió órdenes sagradas muy pocos años antes de ser nombrado arzobispo de Lima. Quizá aquel cáliz le sirvió para celebrar su primera misa.

Impúsose entonces el señor Cartagena de que cuando el santo arzobispo hizo la visita de la diócesis, encontró la iglesita de ese pueblo tan desprovista de útiles, que obsequió al cura alba, casulla y cáliz.

Esta prenda no debía permanecer en un obscuro lugarejo de la sierra, y el señor Cartagena ofreció por ella al cura quinientos pesos. El digno párroco resistió enérgicamente a la tentación.

Mas, corriendo los años, llegó uno de abundantes lluvias, y el techo de la iglesia vino al suelo. El pobre cura emprendió viaje a Lima, buscó al señor Cartagena y entre lágrimas y sollozos le pidió la suma que antes había ofrecido por el cáliz, pues necesitaba de esa limosna para impedir que la iglesia de su pueblo acabase de derrumbarse. El señor Cartagena aceptó con júbilo la propuesta, bajo la condición de hacer por sí todos los gastos que la refacción del santuario demandase, proveyéndolo de otro cáliz y de ornamentos nuevos.

Poco más de tres mil pesos le costó el cáliz de Santo Toribio.

Tal es la historia del cáliz que actualmente es propiedad del ilustrísimo arzobispo de Berito y obispo de Huánuco.