El caballero de IllescasEl caballero de IllescasFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Salen JUAN TOMÁS y CAMILO, huésped.
CAMILO:
¿Tan bien os ha parecido
Nápoles?
JUAN TOMÁS:
Vengo admirado
de haber visto el más honrado
lugar que Europa ha tenido.
Ya de la mar la fiereza
y las fortunas pasadas
son, huésped, bien empleadas
hoy, que he visto su grandeza.
De paraíso le dan
nombre, y débelo de ser,
pues en él me vengo a ver
tan en cueros como Adán.
Soy, huésped, un caballero
español, tragó mi hacienda
el mar, dejome una prenda,
que empeñar o vender quiero,
porque todos mis crïados
me dejaron en el puerto,
buscando dueño más cierto.
CAMILO:
Es ley de los poco honrados.
JUAN TOMÁS:
Luego, en viéndome sin ropa,
mudaron de pareceres,
que crïados y mujeres
corren la fortuna en popa.
Pero, en mudando la cara,
el criado más leal,
la mujer con más caudal
de amor, luego desampara.
Tal fueron estos conmigo
en mis trabajos pasados,
que no hay deudos ni criados
como un verdadero amigo.
No solo vine a probar
en tan áspera contienda,
que se atreven a la hacienda
las inclemencias del mar,
mas que al mismo amor se atreven,
a la honra y la lealtad.
CAMILO:
A compasión y piedad
vuestras desdichas me mueven;
que el veros venir a pie,
sin gente y aun sin vestido,
y siendo tan bien nacido
como en el talle se os ve,
las piedras enterneciera.
Mirad lo que haré por vos.
JUAN TOMÁS:
Págueoslo, buen huésped, Dios,
en quien mi fortuna espera.
Oídme, por vida mía,
sabréis mi intención mejor,
conoceréis mi valor
y yo vuestra cortesía.
Pues descubrirme a vos puedo,
sabed que soy natural
de un lugar muy principal
entre Madrid y Toledo.
Llámase Illescas; allí
sabe Dios que me formó
el mismo que ser le dio
al Rey, que como él nací.
Pues siendo yo caballero,
y de tan noble solar,
¿cómo he de poder pasar
en Nápoles sin dinero?
Que le busque me conviene,
que en el mundo, aunque esto asombre,
no tienen en más a un hombre
que piensan que el hombre tiene.
La prenda que yo os decía
es este hermoso diamante,
al lucero semejante,
aposentador del día.
Si sobre él me queréis dar
lo que fuere vuestro gusto,
haréis lo que a un noble es justo,
y me podéis obligar.
Que tengo deudos aquí,
en la casa de Aragón,
que en sabiendo la ocasión
vendrán por vos y por mí
y veréis cuánto acertáis
en ampararme.
CAMILO:
Señor,
piedra de tanto valor,
¿en qué precio la estimáis?
JUAN TOMÁS:
No entiendo que tiene estima,
bien podéis, huésped, prestar.
CAMILO:
Cuando pudiera dudar
vuestra presencia me anima,
pero sabed que aquí enfrente
vive el conde Antonio, un hombre
en Nápoles de gran nombre
y de linaje excelente.
Es, de piedras, tan curioso
y sabe su estima tanto,
que de haber visto me espanto
cómo este diamante hermoso
se le viene a su poder,
que parece piedra imán
de las piedras que aún están
en las minas por nacer.
Llevarele y yo os prometo
que tiene bien que prestar.
JUAN TOMÁS:
Pues bien le podéis llevar,
que si es tan noble y discreto,
conocerá su valor.
CAMILO:
Pues, en tanto, descansad,
si el andar por la ciudad
os ha cansado, señor.
¡Qué luz tan divina encierra!
JUAN TOMÁS:
Con razón os espantáis.
CAMILO:
¿Cómo diré que os llamáis?
JUAN TOMÁS:
Decid don Juan de la Tierra.
CAMILO:
Yo voy.
(Vase el HUÉSPED.)
JUAN TOMÁS:
¿A qué puede más
llegar el valor de un hombre?
Ya he puesto un don a mi nombre,
mudando en Tierra el Tomás.
No dirán los apellidos
de España que les tomé
sus nombres, pues este fue
de quien todos son nacidos.
Bien sé que llamarme puedo
Guzmán, Enríquez, Guevara,
Zúñiga, Cárdenas, Lara,
Cerda, Mendoza, Toledo,
Castro, Rojas, Sandoval,
como otros muchos de España,
no solo por tierra estraña,
mas en la que es natural.
Pero no lo quiera el cielo,
que un hombre que ha de nacer
de sí, solo ha de querer
siete pies que le da el suelo.
JUAN TOMÁS:
Naturaleza heredó
al hombre más vil que encierra
en siete pies de la tierra,
y con estos nací yo.
Y así, me quiero llamar
de la Tierra en que nací,
y en que he de ser lo que fui,
que este es mi propio solar.
Solo me da confusión
que el huésped la piedra lleve
al Conde, y que el Conde pruebe
si es falsa o no mi intención.
Diómela un hombre en España,
a quien de tres defendí;
guardela, porque entendí
que algún valor la acompaña,
mas no porque yo lo entienda,
que solo en piedras del suelo
que araba, me ha dado el cielo
lición con humilde hacienda.
Si es falsa, diré que fui
engañado de un platero
en Barcelona, y que espero
volverle a buscar allí.
Si es fina, es grande, y sospecho
que bien valdrá mil ducados,
y si estos me da prestados
haranme grande provecho.
Que la cadena vendí
y la gasté en el viaje,
después que perdí aquel paje
por quien el soldado fui,
que mi padre me decía,
aunque no me vio tornar...
(Sale SIRENA, hija del huésped.)
SIRENA:
Bien puede ya descansar,
patrón, vuestra señoría,
que ya está la cama a punto.
JUAN TOMÁS:
¡Señoría!, ¡cosa estraña!
¿Cuál pobre vive en España?
¡Madona!
SIRENA:
Patrón.
JUAN TOMÁS:
Pregunto:
¿vuesa merced es casada?
SIRENA:
Maritada soy señor.
JUAN TOMÁS:
Ya la tengo algún temor,
dice que está espiritada.
¿No comeré yo primero?
SIRENA:
Bien podrá vueseñoría.
JUAN TOMÁS:
¿Qué tenemos?
SIRENA:
A fe mía
que ha tardado el despensero;
pero no falta vitela.
JUAN TOMÁS:
¿Habrá un poco de piñata?
SIRENA:
No mancará, si dilata
la comida, y cocerela.
JUAN TOMÁS:
¡Qué lástima, manca es!,
mas dice que, aunque lo está,
a mí no me mancará.
¿Quereisme servir después?
Que lo tendré a gran regalo.
SIRENA:
No merezco ese favor
porque a vuestro gran valor
de ninguna suerte igualo.
Allí enfrente tiene el Conde
una gallarda fillola,
que a vuestra gracia española
altamente corresponde.
Esta sí es digna de vos.
JUAN TOMÁS:
¿Hija hermosa?
SIRENA:
Y muy hermosa.
JUAN TOMÁS:
Sí, mas imposible cosa
que nos hablemos los dos.
SIRENA:
Ella es cortés de estranjeros.
Cuanto es hablar, bien podéis,
privilegio que tenéis
las damas y caballeros.
JUAN TOMÁS:
Yo quiero ser su galán.
SIRENA:
Venid ahora a comer.
El nombre deseo saber.
JUAN TOMÁS:
Mi nombre propio es don Juan,
¿y el vuestro?
SIRENA:
El mío es Sirena.
JUAN TOMÁS:
¿Sois de la tierra o del mar?
SIRENA:
No suelo a nadie engañar.
JUAN TOMÁS:
¿Para en la tierra sois buena?
SIRENA:
El mar el nombre me ha dado,
la tierra me ha dado el pecho.
JUAN TOMÁS:
No estaréis ya de provecho,
si ha tanto que sois pescado.
(Vanse.)
(Salen el CONDE y CAMILO y OCTAVIA, hija del Conde.)
CONDE:
Vale, Camilo, el diamante
doce o trece mil ducados.
OCTAVIA:
Hombre solo y sin criados,
¿a quién habrá que no espante?
CAMILO:
¿Ya no digo que en la mar
toda su hacienda perdió
y que desnudo salió
y a Nápoles vino a dar,
que era lástima miralle?
CONDE:
¿Qué persona?
CAMILO:
Un gentil brío.
Yo os prometo, señor mío,
que tiene un gallardo talle.
OCTAVIA:
No hay duda que hombre que es dueño
de tal piedra, será un hombre
principal. ¿Díjote el nombre?
CAMILO:
Por fuerza para este empeño.
OCTAVIA:
¿Cómo?
CAMILO:
Don Juan de la Tierra.
CONDE:
Será español apellido.
Llámale y di que he sabido
qué valor la piedra encierra
y que prestaré al presente
sobre ella dos mil ducados.
CAMILO:
Voy.
(Vase CAMILO.)
CONDE:
Perdió hacienda y crïados,
y quedole, solamente,
Octavia, esta pieza hermosa,
con que se podrá volver
a España después de ver
a Italia.
OCTAVIA:
¡Suerte dichosa!
CONDE:
¡Por Dios, que ningún señor
era bien que caminase
sin que una joya llevase
deste o de mayor valor!
Altérase el fiero mar,
roban a un hombre en la tierra,
o cautívanle en la guerra
y puédese remediar.
No sé por qué los romanos,
y Nerón, de seso ajeno,
usaban llevar veneno
para casos inhumanos.
¡Cuánto mejor los sacara
deste peligro una joya,
con que aun presumo que Troya
menos tiempo se guardara!
OCTAVIA:
A la cuenta, este español
debe de ser principal.
CONDE:
No lo muestra, Octavia, mal
la claridad deste sol,
que te certifico es bello,
y que si puedo comprallo
en tu dote has de llevallo
y en tu vínculo ponello.
OCTAVIA:
Bellas cosas tiene España.
CONDE:
Es rica, aunque, por las guerras,
no están fértiles las tierras
que el mar en su margen baña.
(Sale un PAJE.)
PAJE:
El español ha venido.
CONDE:
Entre.
(Salen JUAN TOMÁS y CAMILO, huésped, JUAN, vestido de galán.)
JUAN TOMÁS:
Vuestros pies me dad.
CONDE:
Ya de vuestra calidad
testigo esta piedra ha sido,
y en información igual
podemos jurar los dos
que hasta las piedras de vos
dicen que sois principal.
Huélgome de conoceros,
porque este abono es bastante.
JUAN TOMÁS:
Yo le agradezco al diamante
el bien de llegar a veros.
Y el precio que le habéis puesto
es tan propio a su valor
que me [he] espantado, señor,
de lo que entendéis en esto.
Dicen que daréis sobre él
dos mil ducados; sea ansí,
y vos le tendréis por mí
mientras yo vuelvo por él,
que esta tarde escribo a España,
y me enviarán letras luego.
CONDE:
Cobrad contento y sosiego,
sin pensar que es tierra estraña
Nápoles, adonde estáis,
pues esta casa es tan vuestra...
JUAN TOMÁS:
No quiero ya mayor muestra
que el ver yo lo que me honráis,
y he tenido a gran ventura
que en tanto rigor del cielo
me ayude vuestro consuelo.
OCTAVIA:
¡Qué buen talle y compostura!
¡Oh, España, no sé qué tienen
tus hombres!
CAMILO:
¡Bizarros son!
OCTAVIA:
Tienen esta condición
todos los que de allá vienen.
CAMILO:
Este vino muy perdido,
que para entraros [a] hablar
yo le hice reparar
de aqueste galán vestido.
Que en viéndosele poner,
dije que era caballero
Mendoza o Puertocarrero.
OCTAVIA:
Bien claro se echa de ver
que le trató mal la mar.
Siempre las desdichas vienen
a hombres que estos talles tienen
y aquesta gracia en hablar.
¿No seré yo tan dichosa
que como este venga a ser
a quien yo pueda querer,
y él me quiera por su esposa?
CAMILO:
¿Por qué no, si merecéis
gran señora lo mejor
del mundo?
JUAN TOMÁS:
Hareisme favor
de que el dinero me deis,
que tengo necesidad.
CONDE:
Vámoslo a contar adentro.
JUAN TOMÁS:
A recebir mercé dentro.
CONDE:
Ya me debéis voluntad.
(Vase el CONDE.)
JUAN TOMÁS:
(Aparte.)
¿Hay tal suceso? Ahora digo
que hombre pobre y en su tierra
o ningún valor encierra,
o es de su bajeza amigo.
Trece mil ducados vale
la piedra que yo traía.
¡Oh, piedra del alma mía,
y que de su centro sale!
¡Vive Dios!, si este dijera
que valía un solo escudo,
que le tomara y tan mudo
como la piedra me fuera.
En su lengua estuvo sola.
¿Quién será aquel caballero
que me le dio? ¡Oh, fuerte acero!,
¡oh, mano honrada española!
¡Oh, benditas cuchilladas!,
que remedian tantas penas,
aun en la cara eran buenas,
siendo tan bien empleadas.
Voy a contar los dos mil,
y entrar luego en veinte grescas.
Ahora sí que de Illescas
soy caballero gentil.
¡Huésped!
CAMILO:
Señor.
JUAN TOMÁS:
Los dos vamos,
porque el dinero llevéis.
(Vanse los dos, JUAN y CAMILO.)
OCTAVIA:
¿Ahora no me diréis,
pensamiento, en qué quedamos?
¿De qué sirve imaginar
que posible hubiese sido
que para darme marido
arroje un hombre la mar?
Donde tantos hay en tierra,
¿para qué del mar le espero?
PAJE:
Buen talle de caballero,
valor y nobleza encierra.
OCTAVIA:
Aguárdate, Celio.
PAJE:
A mí
bien el español me agrada.
OCTAVIA:
¿Y estaré yo reportada
si el hombre te agrada a ti?
¿Cómo podré yo saber
sus padres?
PAJE:
Cuidado tienes.
¿Cuánto va que [a] amarle vienes?
OCTAVIA:
¡Ay, Celio, no puede ser!
PAJE:
¿Cómo?
OCTAVIA:
Porque ya le quiero.
PAJE:
Si él es hombre de valor,
haz que el Conde, mi señor,
honre a tan gran caballero.
Coma en casa y, por ventura,
verás por pasos más ciertos
qué presto se hacen conciertos
entre el trato y la hermosura.
OCTAVIA:
Yo le quiero regalar
como a forastero. Ven,
que de mi parte también
hoy le has de ir a visitar,
que esto cabe en cortesía.
PAJE:
Por ahí comienza amor.
OCTAVIA:
¡Ay, español, tu valor
me ha dado tanta osadía!
(Vanse.)
(Salen CAMILO, con el dinero, y JUAN TOMÁS con él.)
JUAN TOMÁS:
Poned en esa arca presto
ese dinero, Camilo.
CAMILO:
Por aqueste mismo estilo,
dice el Conde, dará el resto.
JUAN TOMÁS:
¡Qué bellos doblones tiene
el buen viejo!
CAMILO:
Es un avaro.
JUAN TOMÁS:
Yo poco en eso reparo,
aunque es lo que más conviene.
A Octavia miré y es bella.
CAMILO:
Los españoles tenéis
más codicia cuando veis
alguna hermosa doncella
que a los tesoros del mundo.
JUAN TOMÁS:
Harto bien me pareció,
aunque el oro que me dio
entra en el lugar segundo.
CAMILO:
Decid quién sois y mostrad
a quien os conozca aquí,
que yo sé que él dirá sí
y ella os tiene voluntad.
Cogeréis bello dinero
y una moza como un oro.
JUAN TOMÁS:
Quiero ponerme en decoro
de hombre principal primero.
Id y el dinero guardad,
y quien me sirva traed,
que le haré toda merced
y buena comodidad.
CAMILO:
Deso hay en Nápoles tanto
que a toda ciudad excede.
¿Qué casa queréis?
JUAN TOMÁS:
No puede
tanto un estranjero cuanto
le pide su calidad,
y más quien el mar perdió;
paréceme a mí que yo
viviré en esta ciudad
hasta que letras de España
vengan, con quien sirva de ayo
a mi hacienda, algún lacayo
y dos pajes de campaña.
Quiero decir que ceñidas
las espadas me acompañen,
y para que no se estrañen
mis plantas, harto ofendidas
desto poco que ando a pie,
compradme, Camilo hermano,
un fusón napolitano.
CAMILO:
A todo volando iré.
Un mayordomo, un lacayo,
dos pajes de espada son
vuestra casa y un frisón;
¿quereislo castaño o bayo?
JUAN TOMÁS:
Como os diere a vos contento.
CAMILO:
Voy.
JUAN TOMÁS:
Caballo pide ya
quien acostumbrado está
al perezoso jumento.
¿Ya mayordomo y lacayo?
¿Ya pajes? ¿Qué es esto Juan?
Más sujetas siempre están
las altas torres al rayo.
¿Qué intentáis? ¿Qué pretendéis?
¿No érades vos labrador?
¿Quién os mete a ser señor,
que es ciencia que no sabéis?
Pero como al que es muy pobre
no le puede suceder,
no teniendo que perder
cosa en que valor no cobre,
necio seré si no emprendo
que Illescas un hombre tenga
que a ser caballero venga,
por donde serlo pretendo.
Si me ha dado la fortuna
de una vez tantos ducados,
para mayores estados
es señal que me importuna.
Servir quiero esta mujer
con todo aqueste dinero,
que si yo soy caballero,
dineros he menester.
Con ellos yo sé que igualo
la sangre más noble y franca
que un caballero sin blanca
es como espada de palo.
Parece un señor lo que es,
mas no tiene ejecución,
y así no importa el blasón
donde falta el interés.
Es ejemplo aquel diamante
con que a más subirme enseño,
pues tiene, en ser tan pequeño,
precio y luz tan importante.
Y ansí, aunque tan vil me siento,
quiere que haya precio en mí.
Un criado viene aquí;
callemos, señor contento.
(Sale CELIO, con un tabaque cubierto.)
PAJE:
La señora Octavia Andrea
a visitaros me envía,
que muy de veras querría
que entendáis que lo desea.
Dice que seáis bien venido,
que hoy de temor no os habló
cuando aquel dinero os dio
su padre.
JUAN TOMÁS:
Yo estoy corrido
de no haber, como era justo,
reconocido el valor
que tiene el mundo mayor.
PAJE:
Siente mucho el gran disgusto
que tendréis de no tener
servicio, señor don Juan,
y, así, dice que vendrán
los que fueren menester
de su casa hoy a serviros.
JUAN TOMÁS:
Ya, señor, casa he tomado;
a lo que quedo obligado
no es menester advertiros.
PAJE:
Dice que, pues vuestra ropa
y cosas tan importantes
guarda el mar, que a navegantes
sirve el mar de guardarropa,
que os sirváis desta docena
de camisas y creáis
que porque della os sirváis
la estima y tiene por buena.
Vienen lienzos, vienen guantes
y otras cosillas así.
JUAN TOMÁS:
Vienen lazos para mí
a los grillos semejantes.
¡Tanta merced, tal favor!
Dad una voz a Sirena.
PAJE:
Sirena.
JUAN TOMÁS:
Octavia, y tan buena.
[A] Octavia advertid mi amor.
Decid que si aquel diamante
tuviera aquí, suyo fuera.
Vendrán letras y Dios quiera
que valga yo para amante,
que tendré mayor fineza...
(Sale SIRENA.)
SIRENA:
¿Qué manda vueseñoría?
JUAN TOMÁS:
Ese lienzo, amiga mía,
es muestra de la grandeza
de Octavia, a quien doy la palma
de más valor que a mujer.
Guardaldo bien, que ha de ser
para mortajas al alma.
SIRENA:
Vos, mi señor español,
merecéis aquesa salva,
que es bien que entre las del alba
se envuelva, en naciendo el sol.
Voylo a guardar.
JUAN TOMÁS:
Esperad.
Decid al huésped que luego
dé a Celio...
PAJE:
Eso no, yo os ruego
deis sola la voluntad.
JUAN TOMÁS:
Denle docientos escudos.
SIRENA:
¿Qué decís?
JUAN TOMÁS:
Esto ha de ser.
SIRENA:
Más luce en corto poder.
PAJE:
Serán otros tantos nudos
en lazos de obligación,
como la que yo tenía.
(Vanse, queda JUAN solo.)
JUAN TOMÁS:
No entro mal, ¡por vida mía!,
para el primero escalón.
¿Docientos escudos? Bueno,
¿cuándo soñó mi linaje
dar tan solo un cuarto a un paje?
¡Oh, dulce dinero ajeno!
Si yo lo hubiera ganado
más cuerdo lo despendiera;
ya yo estoy de la manera
que está un recién heredado.
Fuera de que cuando Octavia
sepa esta dádiva, creo
que doblará su deseo,
si, como es hermosa, es sabia.
Yo me quiero acreditar;
trece mil tengo, ¿que importa?
Amante que se reporta,
pues para, no ha de alcanzar.
Son los pasos del que ama
el dinero, el interés;
pues si le faltan los pies,
¿cómo ha de alcanzar su dama?
(Sale CAMILO con FILANDRO, mayordomo)
CAMILO:
Podéis fiar deste hidalgo,
señor don Juan, vuestra hacienda.
Yo os le doy por propia prenda,
si para fianzas valgo.
(Paséase JUAN TOMÁS.)
JUAN TOMÁS:
¿En qué oficio?
CAMILO:
Mayordomo.
JUAN TOMÁS:
¿De dónde sois?
FILANDRO:
De aquí soy.
JUAN TOMÁS:
Buen talle, contento estoy.
Ved la gravedad que tomo.
¿Hay tal desvanecimiento?
Pero no es desvanecido
hombre que se ha conocido
y que intenta un fingimiento.
Aquel se tiene por loco
que cree que es gran señor,
teniendo humilde valor;
pero yo téngome en poco,
sino que voy procurando
ser algo por mí, en efeto.
¿De aquí sois? ¡Qué buen sujeto!
CAMILO:
Mucho le vais contentando.
Es un grande caballero.
FILANDRO:
Aquí estoy para serviros.
JUAN TOMÁS:
Yo no tengo qué deciros,
a Camilo me refiero.
Él hará el acostamiento
y quedaréis por mi cuenta.
FILANDRO:
Beso esos pies.
JUAN TOMÁS:
¿Quién no intenta
tan notable atrevimiento?
¿Cómo esas cosas habrá
con principios tan humildes?
CAMILO:
Pajes hay aquí.
JUAN TOMÁS:
Decildes,
Camilo, que entren acá.
(Salen FABRICIO y HORACIO, pajes, y él paséandose.)
FABRICIO:
Denos vuestra señoría
los pies.
JUAN TOMÁS:
Seáis bien venidos.
Ya estáis los dos advertidos
de lo que en esto querría.
¿Traéis espadas?
HORACIO:
Sí, señor.
(Paséase.)
JUAN TOMÁS:
¿Cómo os llamáis?
FABRICIO:
Yo, Fabricio.
HORACIO:
Yo, Horacio, a vuestro servicio.
CAMILO:
Son mozos de gran valor.
JUAN TOMÁS:
¿De dónde sois?
FABRICIO:
Yo, romano.
HORACIO:
Yo, señor, soy ginovés.
JUAN TOMÁS:
Mirad el mundo lo que es,
todo es nada y viento vano.
Con dos bueyes solía ir,
hoy, con dos pajes paseo;
este, sin duda es rodeo
del nacer para el morir.
Desvela la autoridad
cosa que alcanza el dinero,
pues yo, ¿con tan poco espero
cobrar tanta calidad?
Ser caballero es tener,
sin que noticia se tenga
de dónde el principio venga,
pues todos somos de un ser.
La nobleza es la virtud,
todos nacimos de un padre,
es la tierra común madre,
de la cuna al ataúd.
CAMILO:
¿Querrás el lacayo?
JUAN TOMÁS:
Quiero
ir acompañado a misa.
Cosas de honor quieren prisa.
Entre y verele primero.
(Sale ROBERTO, vestido de lacayo.)
ROBERTO:
Las de vuestra señoría,
príncipe español.
JUAN TOMÁS:
Por cierto
que es bueno. ¿El nombre?
ROBERTO:
Roberto.
JUAN TOMÁS:
¡Buen talle, por vida mía!
A ver, paseaos un poco.
ROBERTO:
¿Soy caballo o soy lacayo?
JUAN TOMÁS:
¡Qué tieso!
ROBERTO:
Parezco un mayo.
JUAN TOMÁS:
¿Qué partes?
ROBERTO:
Borracho y loco.
JUAN TOMÁS:
¿Decislo de veras?
ROBERTO:
Soy
limpio, cual veis, y aseado;
pícome de enamorado,
hago piernas, pecho doy.
De la braveza no os digo
mas de que por perspectiva
es imposible que viva
el que no fuere mi amigo,
y tengo gracia en hacer
versos, que canto a un laúd.
JUAN TOMÁS:
Cual tengáis vos la salud,
todo eso debe de ser.
ROBERTO:
Quedo, que no hemos comido
tanto pan que no podamos
retozar si nos burlamos.
JUAN TOMÁS:
¡Lindo humor!
CAMILO:
Es escogido.
JUAN TOMÁS:
Yo sé también de la hoja,
y no hay año que por mayo
no despedace un lacayo,
porque su sombra me enoja.
ROBERTO:
No es amo que he menester.
Adiós.
JUAN TOMÁS:
Volved, ¡pesia tal!,
que no os habéis de hallar mal.
ROBERTO:
Famoso debéis de ser.
Estos amos son los buenos,
y no alcorzas afeitadas.
JUAN TOMÁS:
Busca dos negras espadas,
matarete por lo menos.
ROBERTO:
Norabuena, que deseo
ser muerto de buena mano.
JUAN TOMÁS:
Yo me voy, Camilo hermano,
a buscar mi nuevo empleo.
Ténganme caballo aquí
para la vuelta.
CAMILO:
Así sea.
JUAN TOMÁS:
¿Qué hay del frisón?
CAMILO:
Que pasea
mejor que en mi vida vi.
¿No os agrada?
JUAN TOMÁS:
Sí, por Dios,
basta venir de esa mano.
(Vase JUAN, el lacayo delante, los pajes detrás, éntrase muy grave, quedan CAMILO y FILANDRO.)
CAMILO:
Aunque es español marrano,
lo ha de hacer muy bien con vos,
que toca en la vanidad,
y ceremonia, y lisonja
le chuparán, como esponja,
dineros y voluntad.
(Salen LEONELO, caballero, y dos criados, TEODORO y RIBERIO.)
LEONELO:
¿Español dices?
TEODORO:
Señor,
español y caballero.
LEONELO:
¿Si es deudo del Conde?
TEODORO:
Quiero
que conozcas su valor,
en lo que te he referido
del diamante.
LEONELO:
¿Que es tan bueno?
TEODORO:
No da el sol, de rayos lleno,
más luz, estando encendido
que a respeto de sus partes
tan pequeña cantidad.
LEONELO:
Arguye su calidad.
RIBERIO:
No es cosa por que te apartes
del intento venturoso
de la pretensión de Octavia.
LEONELO:
¿Cómo que no, si me agravia
y estoy celoso y quejoso?
Del que haya entrado en su casa
no formo celos ni quejas,
de que ose mirar sus rejas
cuando por la calle pasa,
ni de otras cosas ansí;
mas que Celio haya contado
que mil regalos le ha dado,
me tiene fuera de mí.
¿Camisas Octavia a un hombre
español y forastero?
¿Guantes y lienzos primero
que su marido se nombre?
¡Ah, Conde, ayer mercader,
a quien dio hacienda el mar fiero
y el título dio el dinero!
TEODORO:
Todo se ha echado de ver.
RIBERIO:
Ya dicen que está en su casa.
LEONELO:
¿También?
RIBERIO:
¿A qué se previene?
Pues si allí aposento tiene,
tú verás a lo que pasa,
que es mala naturaleza
y, en fin, españoles son,
que llegan al corazón
y empiezan por la corteza.
TEODORO:
¡Matarle!
LEONELO:
Hablaste, Teodoro,
con mi propio pensamiento.
Pero vesle aquí que atento
mira el oriente que adoro.
¿Hay más loca vanidad
que la desta pobre gente?
¿Que esto a Octavia le contente?
TEODORO:
Son la misma liviandad,
siempre escogen lo peor,
y es gracia, si así la llamas,
que a un estranjero las damas
gusten de hacerle favor.
(Sale JUAN TOMÁS, con sus pajes y lacayo, él detrás, grave.)
JUAN TOMÁS:
¿No se pone en el balcón?
FABRICIO:
Denantes estaba allí.
JUAN TOMÁS:
¿Voy bien puesto?
HORACIO:
Señor, sí.
JUAN TOMÁS:
¡Qué buen trocar de azadón!
Parezco, en estos combates,
mar que crezco con la luna.
Del pincel de la fortuna,
soy tabla de disparates.
¿Qué pinturas hay brutescas
que se puedan conferir
a ver por Nápoles ir
el caballero de Illescas?
¡Qué fábula representa
el mundo en mi elevación
más ridícula!
LEONELO:
No son
amigos amor y afrenta.
No puedo sufrir que estén
juntos, Teodoro, en mi pecho,
porque si él les viene estrecho,
no dudes que a mí también. (Sale CELIO.)
¿Si será ocasión de hablalle?
TEODORO:
Paréceme a mí que no.
PAJE:
Don Juan, mi señora os vio
paseando por la calle,
y os ruega que a vella entréis.
JUAN TOMÁS:
Idos todos por ahí.
¿Que tan dichoso nací.
Celio?
PAJE:
Vos lo merecéis.
(Vanse JUAN TOMÁS y CELIO, solos.)
RIBERIO:
Llamole el paje y entró.
LEONELO:
Esto es hecho. ¿Yo qué aguardo?
TEODORO:
¡Por mi vida que es gallardo!
¡Con qué donaire pasó!
LEONELO:
Pasó con tanto donaire
a los ojos que yo miro,
que como bala de tiro
me pudo matar el aire.
La noche quiere cerrarse.
Tarde saldrá; armarme quiero.
TEODORO:
Y de paciencia primero.
LEONELO:
Eso no es, Teodoro, armarse,
es confesarse rendido.
¡Ay, español vitorioso,
guárdate bien de un celoso
en vísperas de ofendido!
(Vanse.)
(Sale JUAN TOMÁS solo, y OCTAVIA con él.)
JUAN TOMÁS:
Estimo la cortesía,
mi señora, que me hacéis.
OCTAVIA:
A lo que vos merecéis
y a lo que el alma os debía,
todo es muy poco, don Juan.
JUAN TOMÁS:
Sin el anillo no es bien
que aquesas manos estén;
hoy el anillo os darán.
Daré los dos mil ducados,
aunque a cambio tome mil.
OCTAVIA:
Ya que en todo sois gentil,
seldo en pagar mis cuidados.
Si queréis que en vuestro nombre
le traiga, yo os enviaré
el dinero, o le diré,
aunque del plazo se asombre,
que vos lo habéis enviado.
JUAN TOMÁS:
Por enlazaros consiento
este descortés intento
en lo que a mí me ha tocado.
Dádselos en hora buena
porque luego le traigáis.
OCTAVIA:
Por la prenda que me dais
os doy aquesta cadena.
JUAN TOMÁS:
Yo la tomo como quien
ya es esclavo desos ojos.
OCTAVIA:
Guardaos, no vengan antojos
que otros ojos os los den.
JUAN TOMÁS:
Seré luego conocido
y doblareisme la pena.
OCTAVIA:
Doblaré yo la cadena
de otras vueltas.
JUAN TOMÁS:
Eso pido.
¿Qué Indias son estas, amor?
Quien de su concha no sale,
a una vil piedra se iguale
en cantera sin valor;
mas la que sale de allí
y sirve en rica portada,
ya tiene valor. labrada,
como yo le tengo aquí.
Mi señora, ¿con deseo
estáis de saber quién soy?
OCTAVIA:
Con tanto deseo estoy
que a mis pensamientos creo.
¿No sois español? Pues basta.
JUAN TOMÁS:
No quiero tanto favor,
mas que entendáis el valor
de mis padres, nombre y casta.
Nací en la mitad de España,
que poniéndole un compás,
por ninguna parte hay más
de las partes que el mar baña.
Yo soy don Juan de la Tierra,
apellido en mi linaje,
que -porque el prólogo ataje,
pues quien se alaba al fin yerra-
nací como el Rey nació,
y tengo sangre como él,
que mi linaje fiel
del primer rey decendió
que fue señor en el mundo.
Son mis armas un arado
en campo verde de un prado,
blasón de Wamba segundo.
Salí a ver a Italia, en fin.
Mi padre come la renta
de las tierras que sustenta,
retirado en un jardín
donde él propio le cultiva,
que algún senador romano
plantó a veces con su mano,
el mirto, el olmo y la oliva.
No tengo, después que el mar
tanta hacienda me robó,
cosa con que os pueda yo
esta voluntad mostrar,
ni que quien soy acredite,
si no es que el alma veáis,
que por el pecho miráis
y el pecho al cristal imite.
Pero cual soy, cual estoy,
estranjero y perseguido,
vuestro soy y vuestro he sido,
y el alma en prendas os doy.
OCTAVIA:
Español, don Juan, amigo:
tres títulos que podrán
asegurarte que están
todas mis fuerzas contigo.
Inclinada a tu nación,
por decreto celestial
desprecie mi natural,
si es natural condición,
y era todo un cierto agüero
de que te había de amar.
No puedo de espacio hablar
en lo que te adoro y quiero,
porque hay padre y hay testigos,
a quien ya he echado de ver
que es pedirme por mujer
tenerlos por enemigos.
Pero mira quién será
contra amor tan atrevido,
que o tú serás mi marido
o que por nacer está.
No juzgues atrevimiento
lo que voy contigo hablando,
porque la mujer, amando,
carece de entendimiento,
sino mira con piedad,
para que tu amor me crea,
que quien ama, si desea,
no tiene dificultad.
JUAN TOMÁS:
Si no la tiene quien ama
y no os puedo pretender
por legítima mujer,
haced un hecho de fama:
venid a España conmigo,
adonde seréis señora
de cuanto en mi tierra ahora
a vuestro servicio obligo,
que aunque es poco, es en la parte
desta provincia mejor.
OCTAVIA:
¿Qué negará un grande amor?
Don Juan, más hice en amarte.
Traza el modo, sin que entienda
mi padre tan gran locura,
que si tú fe me asegura
que soy y seré tu prenda,
iré a España y hasta donde
jamás llegó humana planta.
JUAN TOMÁS:
Pues tu voluntad es tanta
que a mi firmeza responde,
esta mano es prenda, y tal,
que solo podrá la muerte
deshacer lazo tan fuerte
sobre mi forma inmortal.
El modo será que estés,
la noche que te avisare,
sin que ninguno repare
que me hablas ni me ves,
a punto para partir,
que yo tendré una tartana
velera, fuerte y liviana,
para que podamos ir
hasta España por el mar,
que con un ángel yo sé
que en su margen pondré el pie,
sin que me vuelva a engañar.
OCTAVIA:
¿Cumpliraslo?
JUAN TOMÁS:
Es infalible.
OCTAVIA:
¿Cuándo será?
JUAN TOMÁS:
Brevemente.
OCTAVIA:
¿Quién hay que amando no intente
alguna cosa imposible?
Torno a decir que soy tuya
y que te espero.
JUAN TOMÁS:
Verás,
Octavia, [a] qué tierra vas.
OCTAVIA:
De tus efetos se arguya.
Bien haya la tierra, amén,
que tales hombres produce.
JUAN TOMÁS:
No es oro lo que reluce.
OCTAVIA:
Adiós, alma.
JUAN TOMÁS:
Adiós, mi bien. (Vase OCTAVIA, queda JUAN.)
Subí, llegué, toqué, cometa he sido;
solo me falta deshacerme luego,
pero si estoy en la región del fuego,
¿qué mucho que de allá salga encendido?
Tracé, dije, rendí, diose a partido
la gran ciudad a cuyas puertas llego,
porque, siendo español, parezco griego
en el engaño y el andar perdido.
Esfuerza, para aumento de sus glorias,
cebo dorado que las almas pescas,
la vela con que salen mis historias.
Porque tendrán, si el viento me refrescas,
Toledo, fiestas y Madrid, vitorias,
laurel, amor y caballero, Illescas.