El caballero de Illescas/Prólogo
Prólogo
El caballero de Illescas
Félix Lope de Vega y Carpio
Dirigida al maestro Vicente Espinel y su maestro |
El caballero de Illescas
Félix Lope de Vega y Carpio
Dijo Píndaro en sus Pythacos. Notable fue la estimación que los antiguos hicieron de la música, cuyos milagros deber ser creídos, como de cosa celestial y divina. Pitágoras tañendo enfureció un mancebo y viendo, que celoso quería romper las puertas de su amiga para matarla, mudó el son Frigio en el cromático, música de quien hace memoria Natal Comite en su «Mitología, chromaticum melos adhibuerunt ad demulcendos animos», con que el furioso mozo detuvo el suyo. Así lo cuentan Boecio y Marco Tulio, y lo dijo Aristóteles en el libro octavo de sus «Politicos, Saepe aleuiat Melodia iratos, et facit laetos». Y por darla lugar en las virtudes, quisieron que Clitemnestra fuese casta, mientras la entretuvo aquel insigne músico, que le dejó Agamenon cuando se fue a Troya, como lo afirman Filelfo y Séneca. Con música curaban mortales enfermedades Terprandro, Arion e Hismenias, graves filósofos, y lo confirma la opinión de Avicena. Solamente en honra de la música hallaron en las rigurosas leyes de Licurgo blandura los Lacedemonios. Dejó Alejandro el convite y tomó las armas incitado de la música de Timoteo Milesio, a quien vuesa merced parece tanto, pues de él se dice que «Decimam, et vndecimam Lyre chordam addidit, et antiquam musicam in meliorem mutauit modum». De este rapto hace Cicerón memoria, y san Basilio Magno, y el ejemplo de David con Saubes de mayor fuerza, gran excelencia de la música, que muchos de los espíritus malignos no puedan sufrirla, porque no pueden asistir a su celestial armonía y suavísimo concento. Y así también la vitoria de Josafat, cuando los israelitas cantaron delante del ejército. Mas, ¿para qué alabo yo esta divino y liberal arte con ejemplos comunes, al mismo Apolo, y de mayor oráculo que el délfico? Quédese pues la música especulativa y prática, a quien de entrambas ha sido insigne monstruo, que volviendo a las quejas de esta edad ingrata, tengo consuelo en que han de pagarle los futuros siglos lo que ha faltado el discurso de estos infelices años, que la virtud es premio de sí misma, y la fama no muere, pues hoy vive la de Anagenoris, a cuya música debieron su libertad cuatro ciudades. Y desde el origen que le dio Tubal (como consta de las sagradas letras) a la edad nuestra, donde tanto han florecido Guerrero, Tejeda, Cotes, Filipe Roger y el Capitán Romero, no ha borrado el tiempo de los libros de la inmortalidad la fama, nombre y vida de docto músico, ni olvidará jamás en los instrumentos el arte y dulzura de vuesa merced De Palomares y Juan Blas de Castro. Homero dijo que les dictaba Júpiter a los que cantaban, a lo que aludió San Agustín, llamando a la música en una de sus Epístolas, «Dei donum», cuya máxima se ha confirmado en vuesa merced con notable ejemplo, pues parece que lo que ha cantado, le ha dictado el cielo, en tan excelentes versos que le podríamos decir lo que Ovidio de Apolo, «Per me concordant carmina neruis». Pero pues la figura música, como vuesa merced sabe, es una señal representativa de voz o de silencio, de voz por la diversidad de los puntos, y de silencio por las pausas, haciéndola yo a este discurso, como músico prático y no teórico. |
El caballero de Illescas
Félix Lope de Vega y Carpio
Suspenderé la pluma, y no el deseo, |