El caballero de graciaEl caballero de graciaTirso de MolinaActo III
Acto III
Salen don CRISTÓBAL de Mora
y el CABALLERO de
Gracia, con hábito de Cristo
CRISTÓBAL:
Ha aumentado la afición
que a vuesa merced tenía
la nueva prohijación
que a los dos desde este día
da una patria y profesión.
Ya es portugués adoptivo,
si yo lo soy natural,
ya a mi nación apercibo
con hijo tan principal
valor nuevo.
CABALLERO:
Yo recibo
su noble insignia, señor,
bien que indigno de tal prenda,
con obligación mayor,
pues servirle me encomienda,
si me hace comendador
y el ánimo solicito
que vueseñoría me da
con la Cruz, en que le imito,
que buen ejemplo tendría,
si a sombra suya milito.
CRISTÓBAL:
No sé si llega su renta
a mil ducados, mas quede
desde hoy a mi cargo y cuenta
el mejorarle.
CABALLERO:
Bien puede
vueseñoría, aunque intenta
mi aumento, descuidar de eso
que mucho menos le basta
al estado que profeso.
CRISTÓBAL:
Sé cuán bien su hacienda gasta.
CABALLERO:
Si trae la cruz mucho peso
podrá ser que a tropezar
me obligue de tal manera,
que me estorbe su pesar;
cuanto fuese más ligera
será mejor de llevar.
No apetezco mucha hacienda,
la que me dio Monseñor
y la de aquesta encomienda
me sobra, y siendo mayor
mi quietud temo que ofenda.
CRISTÓBAL:
El rey sale con su hermana
la princesa, mi señora.
CABALLERO:
(Mi dicha el peligro allana. (-Aparte-)
¿Qué temo? Hablaréle agora,
pues con su presencia gana
el favor que he menester.
Salen el REY y la PRINCESA,
don DIEGO y don JUAN
REY:
Ya vuestra alteza estará
contenta, pues llega a ver
lo que deseado ha
tantos días.
PRINCESA:
Por tener
mi monasterio acabado
y de su fábrica estar
vuestra majestad pagado,
puedo a mi ventura dar
el parabién deseado,
y porque con su asistencia
nuestra fiesta ha sido real.
REY:
La iglesia es por excelencia,
y el comenzado hospital
va conforme el arte y ciencia.
PRINCESA:
Con esa satisfación
no tendrá la obra defecto,
pues la aprueba el Salomón
de España, rey y arquitecto,
gloria de nuestra nación,
que el Escorial, en quien fundo
de Jerusalén el templo,
que fue milagro del mundo,
le ha de llamar a su ejemplo
nuestro Salomón segundo.
Llégase el CABALLERO de Gracia,
de rodillas, al REY
CABALLERO:
Vuestra majestad, señor,
castigue en mí un desacato,
hecho con poco recato,
aunque digno de loor.
Junto a la Calle Mayor
por donde el concurso pasa
de su corte, tenían casa
las mujeres más perdidas
de Madrid, con cuyas vidas
la mayor virtud se abrasa.
Supliqué a su presidente
de Castilla que mudase
aquella gente y la echase
a otra parte más decente,
y que el Carmen excelente
fundase allí, y la esperanza
de tan piadosa mudanza
diese a Dios, con dicha inmensa,
casa en que vivió la ofensa
y ya vive su alabanza.
Respondió con aspereza
que si la devoción mía
novedad alguna hacía
peligraba mi cabeza.
CABALLERO:
Pero yo; que la torpeza
de aquesta gente mundana
aborrezco, una mañana
hospedar a Dios dispuse,
desterré al demonio y puse
celdas, iglesia y campana.
Holgóse la vecindad
libre de aquel vituperio,
ya es del Carmen monasterio
el de la sensualidad.
Si esto Vuestra Majestad,
siendo tan cristiano y fiel, Saca un cordel
juzga por culpa, el cordel
desde ayer traigo conmigo,
para que me de el castigo
que he merecido con él.
PRINCESA:
Vuestra majestad le haga
merced, porque es cosa mía.
REY:
Devota es vuestra osadía;
no es justo que se deshaga
casa de quien Dios se paga
y al vicio se pone freno.
Vuestro celo ha sido bueno,
y aunque el Carmen en tal cabo
está bien, el hecho alabo,
las circunstancias condeno.
Vase el REY
CABALLERO:
¡Qué. compendiosa sentencia!
¡Qué cristiana conclusión!
Bien te llaman Salomón
en la justicia y clemencia.
¡Prospere Dios tal prudencia!
PRINCESA:
En fin, me habéis imitado;
un monasterio he fundado
y otro al Carmen dedicáis,
como un hospital hagáis
me habréis en todo igualado.
CABALLERO:
No puedo yo ser igual
a hazañas tan excelentes,
aunque a los convalecientes
también he dado hospital.
La calle de Fuencarral
se honra con esta obra pía;
flaca la gente salía
enferma y para volver,
gran señora; a recaer,
¿de qué curallos servía?
Allí a su regalo asisto
mientras fuerza y salud cobra.
PRINCESA:
No sólo en hábito, en obra
sois caballero de Cristo;
el celo que en vos he visto
es bien, Jacobo, que aliente;
quien sustenta tanta gente
los gastos tendrá doblados.
¡Hola! dadle mil ducados.
CABALLERO:
¿Otros mil? El cielo aumente
la católica virtud
con que España se está honrando.
PRINCESA:
Encomendadme a Dios, que ando
muy quebrada de salud.
CABALLERO:
Como mi solicitud
lo que le falte asegure,
¿qué habrá que yo no procure
para que su vida aumente?
Mas vuestra alteza, ¿qué siente?
podrá ser que yo la cure.
PRINCESA:
Con oraciones sí haréis.
CABALLERO:
Dígame esto vuestra alteza.
PRINCESA:
De estómago y de cabeza
mil dolores, que podréis
remediar si instancia hacéis
a Dios.
CABALLERO:
Valgo para eso
poco, y aunque no profeso
medicina, una receta
tengo yo santa y discreta,
a quien debo vida y seso.
Cuando en Bolonia estudiaba,
de suerte me perseguía
ese dolor cada día,
que por muerto me dejaba.
El médico me mandaba
beber vino, si mi vida
estimaba, consumida
con el estudio y cuidado,
mi estómago delicado,
el agua, y poca comida.
Pero nunca Dios permita
que el vino haga en mi sosiego,
tocar en el alma a fuego
ni su vecindad admita.
Íbame al agua bendita,
--¡mire que extraña simpleza!--
y prometo a vuestra alteza
que las pilas agotaba
bebiéndola, y me aliviaba
el estómago y cabeza.
Desde entonces hasta agora
no he sabido qué es dolor;
no hay medicina mejor
que agua bendita, señora.
PRINCESA:
Quien vuestra virtud ignora
juzgara por desatino
lo que el cielo a daros vino.
A ser mi fe cual la vuestra
hiciera en mi salud muestra
ese remedio divino.
Con la sagrada divisa
de Cristus honrado estáis,
si es que servirme gustáis,
Jacobo, ordenaos de misa,
pues vuestra virtud me avisa
que con tan divino oficio
daréis de quien sois indicio,
mi capellán os haré.
CABALLERO:
Vuestra alteza en mí no ve...
PRINCESA:
Hacedme aqueste servicio.
Vanse todos, sino es el CABALLERO
CABALLERO:
¿Yo sacerdote, mi Dios,
con suficiencia tan poca?
¿Yo señor de vuestra boca?
¿Cristo de mi boca, Vos?
¿Tanta amistad en los dos
que, a mi palabra obediente,
bajáis siendo omnipotente,
cuando en el cielo asistís?
Mi Dios, si de esto os servís
hacedme vos suficiente.
Vase.
RICOTE:
¡Que intente
traerme al retortero una picaña!
¡Válgate el diablo, Amor impertinente!
¿Una fregona a mí, una telaraña
me ha de coger cual mosca en su garlito?
Sirviendo a un santo, amar es gran delito.
¡Ay si lo sabe, pobre de Ricote,
tras un sermón habrá despedimiento!
¿Que tenga yo por amo a un virginote
y me tiente Inesilla? No consiento.
Emplee Amor en otros su virote.
Mas--¡ay Inés--no pidas casamiento
y friega en este pecho tu retrato,
de tu esperanza apetecible plato.
Esto de Inés, ¿qué voluntad no inclina?
Hay otros nombres ásperos: Olalla;
ola en mujer, borrascas adivina;
Dominga, que el domingo han de guardalla;
Polonia está sin dientes; Catalina,
empezando por cata han de catalla
cuantos llegaren; pero Inés--¡qué agrado!--
¡Ay Dios¡ ¿Qué haré que estoy ininesado?
Sale el CABALLERO de Gracia
CABALLERO:
Extraña confusión me habéis causado,
católica princesa. ¡Sacerdote
un pecador de crímenes cargado!
¿De Oza no temo el riguroso azote?
Si muere, porque el arca toca asado,
¿he de tocar yo a Dios?
RICOTE:
¡Que intente
traerme al retortero una picaña!
¡Válgate el diablo, Amor impertinente!
¿Una fregona a mí, una telaraña
me ha de coger cual mosca en su garlito?
Sirviendo a un santo, amar es gran delito.
¡Ay si lo sabe, pobre de Ricote,
tras un sermón habrá despedimiento!
¿Que tenga yo por amo a un virginote
y me tiente Inesilla? No consiento.
Emplee Amor en otros su virote.
Mas--¡ay Inés--no pidas casamiento
y friega en este pecho tu retrato,
de tu esperanza apetecible plato.
Esto de Inés, ¿qué voluntad no inclina?
Hay otros nombres ásperos: Olalla;
ola en mujer, borrascas adivina;
Dominga, que el domingo han de guardalla;
Polonia está sin dientes; Catalina,
empezando por cata han de catalla
cuantos llegaren; pero Inés--¡qué agrado!--
¡Ay Dios¡ ¿Qué haré que estoy ininesado?
Sale el CABALLERO de Gracia
CABALLERO:
Extraña confusión me habéis causado,
católica princesa. ¡Sacerdote
un pecador de crímenes cargado!
¿De Oza no temo el riguroso azote?
Si muere, porque el arca toca asado,
¿he de tocar yo a Dios?
RICOTE:
Señor.
CABALLERO:
Ricote.
RICOTE:
Mil ducados te envía la princesa.
CABALLERO:
Déjame solo.
RICOTE:
(Inés, mi alma es Inesa.) (-Aparte-) Vase
CABALLERO:
Los ángeles sin diezmo han alcanzado
la dignidad del sacerdocio eterno;
San Francisco, que fue vuestro traslado,
no se atrevió a ordenar humilde y tierno.
Cortóse el dedo Marcos, con que ha dado
a la fe su evangelio y el gobierno
sacerdotal rehusó, valiendo tanto,
¡y osaré tocar yo vuestro Altar santo! Salen un CAPITÁN y ROBERTO
CAPITÁN:
Pretender en la corte sin dinero,
alegando papeles y servicios,
es pedir fruta y flores por enero,
que sólo el interés alcanza oficios,
pues ni el ser capitán, ni caballero,
ni en Flandes hazañosos ejercicios
bastan para alcanzar lo que pretendo;
pobreza, a vuestra industria me encomiendo.
Aquí, Roberto, vive una casada
rica en extremo, su marido ausente.
ROBERTO:
Nuestra necesidad es extremada,
la noche a nuestro intento conveniente.
CAPITÁN:
Entremos encubiertos, que, negada,
si sus joyas gozarnos no consiente,
con ellas perderá vida y belleza.
ROBERTO:
Y su infame rigor nuestra pobreza.
CABALLERO:
¡Oh cruel necesidad!
¡que la falta de dinero
obligue así a un caballero
a ofender su calidad!
Quitar quiero la ocasión
que le ofrece su pobreza
y socorrer la nobleza
que desdora su opinión.
Caballero, yo he sabido
que en la corte pretendéis
los cargos que merecéis
porque al rey habéis servido
valerosamente en Flandes
contra su gente enemiga;
la necesidad obliga
a emprender delitos grandes.
Tomad estos cien escudos
por hacerme a mí merced,
y en gastándolos, volved
por más, que ellos cual yo, mudos,
socorrerán con largueza
el aprieto con que estáis,
y aquí, ya que allá la honráis,
no afrentéis vuestra nobleza
poniendo cosas por obra
que injurien vuestro valor,
porque, perdido el honor,
o tarde o nunca se cobra.
Dáselos
CAPITÁN:
Dios en mi remedio toca,
aquestos labios cristianos
con el socorro en las manos
con el consejo en la boca,
remedio de mi desgracia,
¿quién mi dicha en ti apercibe?
CABALLERO:
Andad con Dios, que aquí vive
el Caballero de Gracia.
CAPITÁN:
Gracias doy agradecido
a tan hidalgo valor.
Volvamos por vos, honor,
que os tuve casi perdido,
y, al que os socorre de gracia
sin tener de mí noticia,
llamad de hoy por justicia
el Caballero de Gracia.
Vanse
CABALLERO:
Agora importa avisar
que con cuidado defienda
su honra, casa y hacienda,
la que ocasión pudo dar
a robarla a este soldado,
que al pobre con opinión
hace agresor la ocasión
y la ocasión al pecado.
Pero, mi Dios, declarad
las dudas que mi alma tiene.
Mandado me han que me ordene;
temo de esta dignidad
la pureza que procura
llegar cada día, mi Dios,
a vuestro altar. Si con Vos
el alma más limpia y pura
es inmunda y pecadora,
¿quién no tiembla? ¿Qué señor,
aunque tenga más amor
a quien le sirve y adora,
si ve que con faltas llega
descompuesto y mal vestido,
no le echa de si ofendido
y su presencia le niega?
Pues si nada se os esconde,
si caláis los pensamientos,
si medís los elementos,
si no hay parte o lugar donde
de Vos puedan los humanos
sus defectos esconder,
¿cómo os osaré tener
en mis atrevidas manos?
CABALLERO:
Al santo Papa León
primero, que en Roma un día
con mil ansias os pedía
de sus culpas remisión,
vuestra piedad satisfizo
diciendo que perdonados
estaban ya sus pecados,
fuera de aquellos que hizo
en ordenar sacerdotes
sin virtud ni suficiencia.
Y volvió a hacer penitencia
por excusar los azotes
de vuestra ira; pues, Señor,
si a quien indignos ordena
dilata para más pena
el perdón vuestro rigor,
¿qué haréis al mismo ordenado
que el sancta sanctorum toca
con las manos y la boca
y del cielo os ha abajado?
Vos sabéis lo que deseo
el ordenarme, Señor,
que es propiedad del amor
cuyas llamas en mi veo
juntarse a la cosa amada,
y como os amo, querría
incorporar cada día
mi alma en vos abrasada
con la vuestra, pues con Vos
junto, en fe de que os adoro
mi ser realzo y mejoro
haciéndome de hombre Dios.
No os indigne que mi pecho
os busque, que es natural
el pretender cada cual,
Cristo mío, su provecho.
Decidme, por que no pene,
con qué más os serviré,
¡con que en este estado esté,
mi Dios, o con que me ordene!
Sale un PINTOR
PINTOR:
Por saber que es tan curioso
vuesa merced, y que estima
pinturas, si las anima
algún pintor valeroso,
para su oratorio tengo aquí
dos cuadros de mano
del celebrado Pinciano.
CABALLERO:
Con pinturas me entretengo;
veamos qué tales son.
PINTOR:
Por ser nuevo el pensamiento
de ésta, ha de darle contento
y animar su devoción.
Ésta es de Nuestra Señora,
que en fe de la reverencia
que tenía a la presencia
de un sacerdote, a la hora
que le veía, se postraba,
aunque madre de Dios es,
y en levantando él los pies
sus impresiones besaba,
que así María acredita
a quien da a Dios en sustento.
Escribe este pensamiento
San Dionisio Areopaguita,
y es digno de que se note
y a espantar el mundo venga,
que a la madre de Dios tenga
a sus pies un sacerdote.
CABALLERO:
¡Válgame Dios y qué a punto,
en castigo de mi mengua,
hace el cielo un pincel lengua,
y con, aqueste trasunto
corrige el atrevimiento
que de ordenarme he tenido!
Ángeles que habéis servido
a Dios de escabel y asiento,
y en honra de las bellezas
de vuestras jerarquías santas,
ponéis debajo las plantas
de María las cabezas;
¿cómo espanto no os provoca
que donde pone los pies
un sacerdote, después
ponga María su boca?
La que es en la gracia una,
la que pisa serafines,
guarneciendo sus chapines,
por ser de plata, la luna;
¿ésa la tierra guarnece
con su boca, que ha pisado
él sacerdotal estado?
¿No tiembla; no se estremece
el que ordenarse porfía,
encargándose de andar.
pasos que puedan besar
después labios de María?
¿De qué es esotra?
PINTOR:
Ésta es
del Redentor cuando estaba
de rodillas, y lavaba
al falso Judas los pies.
CABALLERO:
Con eso crecen mis dudas.
¿Cómo, omnipotente Dios?
¿Por qué ha de ordenarse Vos
besando los pies de Judas?
¿Del hombre más atrevido,
más desleal, más traidor,
de quien le fuera mejor,
mi Dios, nunca haber nacido,
¿vuestra boca en los pies fieros
ponéis, que os han hecho guerra,
que están con el polvo y tierra
que pisó yendo a venderos?
Si lo hacéis por que después
se ha de ordenar Jesús, bueno,
y yo también si me ordeno
os he de ver a mis pies,
aunque excuse lo que medro
en el altar por serviros,
no lo haré, por no deciros
lo que al lavárselos Pedro.
Perdóneme la princesa
y mis deseos mal seguros,
que han de ser los pies muy puros
que Cristo regala y besa,
y él esos cuadros me lleve
a mi oratorio, y después
concertaremos lo que es,
dando lo que se le debe.
PINTOR:
(Este hombre es sin duda santo: (-Aparte-)
grande virtud he en él visto.)
CABALLERO:
¿Que un sacerdote de Cristo
con vos, Señor, pueda tanto?
Si del talento que dais
y de la merced que hacéis,
libros de caja tenéis
y estrecha cuenta tomáis
y yo a pagaros no basto,
favor que es tan excesivo;
¿qué mucho deje el recibo
teniendo alcance del gasto?
Juzgádome ha insuficiente
él temor que en mí se esparce. Salen don JUAN y don DIEGO
JUAN:
¿Qué Rodrigo Vázquez de Arce
salió en fin por presidente?
DIEGO:
Presidente es de Castilla.
JUAN:
¿Que un letrado el mundo mande
cargo que es digno de un grande
de España, la primer silla
un jurista?
DIEGO:
Aunque se asombre
de un presidente el poder,
si un ángel no lo ha de ser,
forzoso es el serlo un hombre.
Vanse
CABALLERO:
"¡Si un ángel no lo ha de ser
forzoso es el sello un hombre!"
Esto se dice en mi nombre,
alma, dejad de temer.
Bien es que el misterio note
que mi fe vino a animar,
no puede un ángel gozar
el cargo de sacerdote.
Hombre es fuerza que ejercite
tan suprema dignidad,
de nuestra fragilidad
Dios tocarte en pan permite.
Mi poco ánimo condeno,
fe santa, alentadle vos,
que el estar siempre con Dios
me obligará a ser más bueno.
Ayudada su eficacia,
si me da su gracia y fe,
llamarme mejor podré
el Caballero de Gracia.
Ya de sacerdote el nombre
amo, pues llego a saber,
si un ángel no lo ha de ser,
que es forzoso serlo un hombre.
Vase.
Sale INÉS con mantellina, y RICOTE
RICOTE:
Inesilla, tu hermosura
es el hechizo español,
y siendo tu cara el sol
no hay contigo noche obscura.
Ella y el diablo me tienta,
tu amor vinoso me abrasa.
Aunque me eche de su casa
mi señor y hagamos cuenta,
tu belleza he de gozar
esta noche a letra vista,
y siendo amor organista,
tus teclas ha de tocar.
Éntrate en este aposento,
recámara de un lacayo,
que en tu abril busca su mayo.
INÉS:
En no habiendo casamiento
no aguarde manifatura.
RICOTE:
Ya empiezas a congojarme.
¡Que no pueda yo librarme
de los asaltos de un cura!
Si bebo, un cura bautiza,
o por decirlo mejor,
un tabernero el licor,
con que Noé se autoriza.
Si salir de noche intento
entre su tiniebla escura,
luego topo con un cura
que va a dar el Sacramento.
Si duermo, un cura soñado
que me descomulgue topo;
si entro en la iglesia, el hisopo
está de un cura agarrado.
Un cura, si no me caso,
impedirme a Inés procura;
en signo nací de cura,
pues los topo á cada paso.
Entre, y no se me rebulla,
que hay si la ven al momento,
sermón y despedimiento
verle en un pie como grulla,
que si vidas apetece
bodas tendremos después.
INÉS:
¿Que te casarás?
RICOTE:
Sí, Inés.
INÉS:
Júralo una vez.
RICOTE:
Y trece;
pero no ha de ser pesada,
que cantará si me hechiza
con Monsieur de la Paliza,
"la bella malmaridada." Vase INÉS
Esto está como ha de estar,
cuéstemelo que me cueste;
mi amo antes que se acueste
las puertas hace cerrar.
Mas ya está la ganga en casa,
perdone su devoción,
que no es mucho un refregón,
pues si rizna, luego pasa.
Coja yo vuestro cabello,
ocasión, que si la dama
Iglesia después se llama,
yo negativo y a ello.
Salen el CABALLERO de Gracia y FISBERTO
CABALLERO:
Pues los clérigos menores
a la corte a fundar vienen,
y como muebles no tienen,
ni dineros, ni favores,
mil ducados que me ha dado
la princesa mi señora,
podrán cumplir por agora
mi deseo y su cuidado.
Compren un sitio con ellos,
que hacia el Prado estarán bien,
y mientras labran, estén
en mi casa, que en tenellos,
Fisberto, en mi compañía,
gozaré la bendición
que Dios echó a Obededón.
RICOTE:
¡Un convento cada día!
¿Qué hacienda basta y caudal?
El Carmen fundaste ayer.
No has acabado de hacer
a los pobres hospital
en que después convalezcan,
¿y ya quieres dar posada
a toda una clerigada
en tu casa? Aunque merezcan
todo eso y más, ¿quién te mete,
señor, en tantos extremos,
ni en casa cómo podremos
caber con tanto bonete?
CABALLERO:
Pluguiera a Dios que pudiera
como el gusto lo acomoda,
hacer yo una corte toda
de religiosos.
RICOTE:
Y hubiera
mucho que ver en Castilla,
pues en fe de aquesa ley,
hubiera de andar el rey
con bonete o con capilla.
CABALLERO:
Llevadlos ese dinero,
y mañana a vivir vengan
a mi casa, donde tengan
hospedaje, que, pues quiero
ser clérigo, en compañia
de los que clérigos son
Menores, su perfección
dará materia a la mía;
ve tú también con Fisberto.
RICOTE:
(Mas quedo con mi ocasión, (-Aparte-)
Ciégamele San Antón,
que si la topa soy muerto.)
Vanse
CABALLERO:
Dinero, echándoos de casa
echo de ella al enemigo,
y a la avaricia castigo
mísera, necia y escasa.
Mi Dios, pues sois Rey,
razón, es que en la corte viváis,
y en muchas casas tengáis
religiosa habitación.
¡Ojalá que yo pudiera
en estas ocupaciones
traer cuantas religiones
os sirven, por que viviera
satisfecha la codicia
que alienta mi devoción,
porque las órdenes son
tercios de vuestra milicia.
Sin dineros me he quedado
aun para la costa corta
de mi casa, mas ¿qué importa?
¿Con Dios no los he gastado?
Él nos dará de cenar,
que no es deudor avariento.
Pasos parece que siento.
¿Quién pudo adentro quedar,
si Ricote fuera está
y en su compañía sola
vine? ¿Quién puede ser? ¡Hola!
¿Quién anda ahí? Salga acá.
Sale INÉS
INÉS:
Ya salen, ¡válenos Dios!
CABALLERO:
¿Qué es esto?
INÉS:
Una mujer es
que no es nadie.
CABALLERO:
¿Quién?
INÉS:
Inés.
CABALLERO:
Pues ¿qué, buscáis aquí vos?
INÉS:
Buscaba a mi matrimonio,
que es Ricote.
CABALLERO:
¿Para qué
le buscáis vos?
INÉS:
Ya lo ve;
engañónos el demonio.
CABALLERO:
¿Pues está con vos casado?
INÉS:
No, señor; pero podía.
CABALLERO:
¿Hay tan gran bellaquería?
INÉS:
Trátele bien, que es honrado.
CABALLERO:
!Jesús! ¿Deshonestidades
en mi casa? Sale LAMBERTO
LAMBERTO:
¿Qué es aquesto?
CABALLERO:
Oh Lamberto, deshonesto
Ricote...
INÉS:
Hablando verdades,
no ha habido hasta agora nada.
LAMBERTO:
Pues ¿qué es lo que había de haber?
CABALLERO:
Llevadme aquesta mujer,
A la galera.
INÉS:
¡Ay cuitada!
CABALLERO:
Llevadla.
INÉS:
¿Yo galeota?
¡Señor, duélante mis quejas,
que diz que rapan las cejas,
y allí una cómitra azota
hasta que se cansa!
CABALLERO:
Ansí
no ofenderéis a Dios más.
INÉS:
Si agora perdón me das,
yo os prometo desde aquí
ser un ánima de Dios,
una santa Catalina.
CABALLERO:
Lamberto, haced que Sabina
la tenga encerrada, y vos
cuidad también de guardarla
hasta que busquemos medio
con que la demos remedio.
INÉS:
¿Encerrarme? Más matarla.
CABALLERO:
¿Casaréisos?
INÉS:
Eso sí.
CABALLERO:
Pues sed vos mujer de bien,
que yo haré que dote os den.
Ea, llevadla.
LAMBERTO:
Vení.
INÉS:
El verá qué bien apruebo
como casamientos haya.
CABALLERO:
Tened cuenta no se os vaya.
LAMBERTO:
A casa, hermano, la llevo. Vanse
CABALLERO:
Que tenía en opinión
yo a Ricote de virtuoso,
mas siempre es dificultoso
conocer un corazón.
Ya os entiendo, torpe vicio,
que, como entrada no halláis
en mi casa, os contentáis
con el más frágil resquicio
de un criado, que el castillo
de más defensa y poder
tal vez se suele perder
por el más flaco portillo.
Sin luz quiero aquí esperarle,
que no acabo de creer
sino que aquesta mujer
entró aquí para engañarle;
sabré a obscuras lo que pasa
cuando la vuelva a buscar,
y un instante no ha de estar
si es que la trujo a mi casa,
que de la torpeza ciega
rehuso la vecindad,
y la deshonestidad
es contagio que se pega.
Sale RICOTE
RICOTE:
De la mitad del camino
vuelve el temor mis pies,
recelando que mi Inés
tope mi medio Teatino.
Cerrado en su sala está,
porque a la quietud se inclina,
y si no se disciplina,
o contempla o rezará.
Aquí mi virtud quedó,
el diablo me precipita.
¿Inés, oyes, Inésita,
amores, si se durmió?
CABALLERO:
(¿Hay tal cosa, que en travieso (-Aparte-)
haya dado aqueste loco?)
RICOTE:
Basta ya la burla un poco.
Inés, aquí está tu hueso.
CABALLERO:
¡Jesús, qué hombre tan perdido!
RICOTE:
¿Inés, fregoncilla mía?
Yo soy; el diablo seria,
Inés, que te hubieses ido.
Ya está mi amo santurrón,
o rezando, o acostado,
mira que estoy rematado;
háblame, mi corazón.
Ó está durmiendo o se fue,
voy por luz para saberlo.
Vase
CABALLERO:
No lo creyera a no verlo.
¡Cielos, que en mi casa esté
hombre de tales costumbres!
Despediréle al momento. Sale RICOTE con una luz
RICOTE:
Mucho, Inés, tus burlas siento;
basten ya las pesadumbres;
háblame--¡cuerpo de Cristo!--
que no hay temer embarazos;
fregona, dadme esos brazos.
¡Ay, Jesús! ¿Qué es lo que he visto?
¡En las brasas hemos dado!
¡Oh quién no hubiera nacido!
CABALLERO:
¿Qué buscáis aquí?
RICOTE:
He perdido,
porque el rosario he quebrado,
unas cuentas por aquí,
y traje luz para alzarlas.
CABALLERO:
Cuentas, que mal podréis darlas
de vos.
RICOTE:
Algunas perdí,
y como rezo por ellas
pesadamente le llevo.
CABALLERO:
Andad, y de lo que os debo
mañana volved a hacellas.
No estéis en mi casa más.
RICOTE:
Pues qué, ¿hay ya despedidura?
¿Es por Inés por ventura?
Si la mírase jamás
un basilisco me mire.
CABALLERO:
No me repliquéis, salid;
buscad señor en Madrid
a quien servir.
RICOTE:
No se admire
de cosas, vuesamerced,
humanas.
CABALLERO:
¿Cómo no ís?
RICOTE:
Si a la Red de San Luis
vivimos y en una red
pesca el demonio por uso
tanto perdido mancebo,
¿qué se espanta si por cebo
una merluza me puso
que picase en el anzuelo?
CABALLERO:
Idos, que os haré llevar
a la carcel.
RICOTE:
Perdonar
los pecados manda el cielo.
¡Duélase de un pecador
lacayo!
CABALLERO:
Sois deshonesto.
RICOTE:
Si se ha enojado por esto
yo me caparé, señor.
CABALLERO:
Idos.
RICOTE:
Iránse importunas
tentaciones desde hoy;
escarmiento, pues me voy
despedido y en ayunas.
Vase.
Sale el CAPITÁN
CAPITÁN:
En fe, señor, de la ayuda
que no ha mucho que me hicistes,
cuando mi honor socorristes,
es fuerza que agora acuda
a ejecutar la palabra
que a mi pobreza habéis dado.
En Nápoles he alcanzado,
que en fin la paciencia
labra de la justicia los pechos
la conducta que pedí,
y para salir de aquí
y pagar los gastos hechos,
fuera de la cantidad
que me distes, y vos debo,
culpad, si veis que me atrevo,
mi muda necesidad,
otros doscientos ducados.
Si me los dais, entended
que excusáis con tal merced
atrevimientos soldados;
que, con algún desatino
haré, negándolo vos,
cosa en ofensa de Dios
que remedien mi camino.
CABALLERO:
Huélgome que despachado
de Madrid salga tan bien,
y que en Nápoles le den
premios de tan buen soldado;
pero vuesa merced viene
en coyuntura terrible.
Por agora es imposible
socorrelle, que no tiene
esta casa un solo real;
pero procure volver
mañana, que podría ser
acudirle.
CAPITÁN:
(¡Pesia a tal! (-Aparte-)
A "mañana," y con "podría"
me remite. ¡Juro a Dios!)
Que he de salir a las dos
de la noche.
CABALLERO:
Por un día
no es mucho que se detenga.
CAPITÁN:
¡Voto a Dios! Que aunque procure
hurtarlo...
CABALLERO:
Paso, no jure.
CAPITÁN:
Pues no me diga que venga
tantas veces, que un hidalgo
de mis prendas y valor
suele...
CABALLERO:
Dígame, señor:
¿por dicha débole algo?
CAPITÁN:
Débeme mucho si mide
el empacho que me mueve,
porque al noble se le debe
lo que con vergüenza pide.
Mas no importa, que escalando
un par de casas tendré
con que pagar, y me iré
de hipócritas murmurando.
¡Voto a Cristo, que quien ruega
a quien guerras nunca ha visto!
CABALLERO:
Pues ¿qué culpa tiene Cristo
de lo que un hombre le niega?
CAPITÁN:
Es costumbre envejecida.
CABALLERO:
Prométame no jurar
por su vida, y le haré dar
lo que pide.
CAPITÁN:
¿Por mi vida?
¿Es censo? Aqueso sería
morirme yo.
CABALLERO:
¿Y por un año?
CAPITÁN:
Es un siglo.
CABALLERO:
¡Vicio extraño!
¿Un mes?
CAPITÁN:
Tampoco.
CABALLERO:
¿Y un día?
CAPITÁN:
Por un día, aunque es tormento,
vaya, yo lo cumpliré.
CABALLERO:
¡Jurará!
CAPITÁN:
No juraré;
¡por el Santo Sacramento!
CABALLERO:
¿Pues jura?
CAPITÁN:
Esto es despedirme
del juramento postrero.
CABALLERO:
Vuelva peor ese dinero
luego.
CAPITÁN:
Tengo de partirme
esta noche.
CABALLERO:
Haré empeñar
cuanto tengo.
CAPITÁN:
Voy seguro;
mas ¡voto...!
CABALLERO:
¿Jura?
CAPITÁN:
No juro.
(¡Voto á Dios que iba a votar!) (-Aparte-) Vase
CABALLERO:
No sé cómo cumplir pueda
lo que tengo prometido
a este soldado afligido
el corto plazo que queda.
Dentro de un hora vendrá
por los docientos ducados,
y por excusar pecados,
¿qué no hallándolos hará?
Por remediarle con ellos
he de buscarlos; no hay prenda
mi Dios, que empeñe ni venda,
ni traza para tenellos.
Socorred esta desgracia
y volved, Señor, por mí;
mas ¿qué es esto?
Sale un ÁNGEL en traje de caballero
ÁNGEL:
¿Vive aquí
el Caballero de Gracia?
CABALLERO:
Yo soy el que buscáis.
ÁNGEL:
Cierta persona me envía
A que en alguna obra pía,
de las muchas en que estáis
todo el tiempo entretenido,
gastéis docientos ducados
que os traigo en oro.
CABALLERO:
Cuidados,
el cielo os ha socorrido;
no sé con qué os satisfaga
la ocasión que llegáis;
a Dios, señor, los prestáis,
segura tenéis la paga. Saca un libro de caja
En este libro apercibo
lo que yo a pagar no basto,
en él asiento su gasto
y en él pongo su recibo.
Firmad aquí que le dais
esos docientos ducados
a Dios, hidalgo, prestados.
ÁNGEL:
¿Para qué a Dios los cargáis
si al fin los recibís vos?
CABALLERO:
Es ésta costumbre mía.
ÁNGEL:
Dios, Jacobo, os los envía,
agradecedlos a Dios. Cáesele la capa y sombrero y vuela el ÁNGEL
CABALLERO:
¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
Desapareció y se fue
el que socorrió mi fe.
De su talle y rostro honesto
¿será mucho que imagine
que es Ángel vuestro mi Dios?
Mas esto, juzgarlo Vos
cuando yo no determine
la verdad de esta ventura,
aunque en el tiempo que corre
sólo es Dios el que socorre
la pobreza a coyuntura.
Buen fiador en Vos he hallado,
pues mi palabra cumplís,
y liberal no sufrís
que se quiebre.
Sale el CAPITÁN
CAPITÁN:
¿Habéis hallado
aquel dinero, señor,
porque he de partirme luego?
CABALLERO:
Nunca Dios desprecia el ruego
de quien le pide favor.
Tomad y partíos seguro,
vuestras deudas socorred;
pero hacedme a mí merced
de no jurar.
CAPITÁN:
Ya no juro,
que, como os tengo por santo,
si vuestro gusto no sigo,
temo del cielo el castigo.
CABALLERO:
No es nobleza jurar tanto;
pues sois caballero vos
hablad como caballero.
CAPITÁN:
Seguir el consejo espero
que me dais. Adiós.
CABALLERO:
Adiós.
Sale LAMBERTO, SABINA, FISBERTO y OTROS
LAMBERTO:
Jacobo, dadnos albricias,
aunque por lo que ganamos
que os las demos es más justo;
ya Juan Bautista Cataño,
cardenal de San Marcelo
el sumo Pontificado,
goza en la romana Silla,
y con el nombre de Urbano
Séptimo tiene en sus hombros
de toda la iglesia el cargo.
Por muerte de Sixto Quinto
todo el Colegio Romano
le adora por vice Dios.
CABALLERO:
¡Gracias a los cielos santos!
LAMBERTO:
El cardenal, mi señor,
su sobrino, ha perdonado
mis travesuras.
SABINA:
Y libre
a vuestra instancia, Conrado,
volviéndole a recibir
en su servicio y amparo,
también reduce a Lamberto,
y su hacienda y mayorazgo
le restituye y perdona,
por lo que debemos daros
las gracias mi hermano y yo.
CABALLERO:
Dadme en albricias los brazos.
LAMBERTO:
Partirémonos a Roma al punto.
CABALLERO:
A la iglesia vamos
a darle el pláceme a Dios,
de su divino vicario,
que yo, después que en mi casa
seguro hospicio haya dado
a los clérigos menores
de virtud espejos claros,
pienso partirme a Toledo
a ordenarme de orden santo,
por que siendo sacerdote
tome el cielo con las manos. Sale RICOTE de clérigo menor con un gran bonete
RICOTE:
Del ocio y mundo repudio;
no más chanzas y barrancos,
adiós, Inés fugitiva,
ya renuncio tu estropajo.
FISBERTO:
Ricote ¿qué traje es éste?
RICOTE:
Éste es un traje esquinado
con cuernos que no deshonran;
¿no me ven embonetado?
Pues por mí dicen que dijo
nuestro refrán castellano
lo de "a come de bonete."
CABALLERO:
Huélgome que reformado
estéis de vida y costumbres.
RICOTE:
Padre Ricote me llamo.
CABALLERO:
Vamos a ver la princesa,
que no poco se habrá holgado
con la elección acertada
de su santidad.
LAMBERTO:
Es tanto
lo que de este caballero
hay que decir, que lo guardo
para la segunda parte,
por lo que habéis estimado
al Caballero de Gracia
en Madrid sus cortesanos.