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El caballo de Santiago apóstol

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Tradiciones peruanas - Octava serie
El caballo de Santiago apóstol

de Ricardo Palma


Soldado de puño recio, pero de menguados bríos, era Marcos Saravia entre los de caballería que por el rey y Vaca de Castro pelearon el 16 de septiembre de 1542 la muy resida y sangrienta batalla de Chupas contra las huestes de Almagro el Mozo.

El entusiasta cariño de los almagristas por su joven caudillo, así como la reputación de esforzados y mañeros que disfrutaban por hallarse entre ellos muchos hombres de gran experiencia en cosas de guerra y milicia, como que eran la flor y nata de los conquistadores que con Pizarro vinieron al Perú, hacía que los realistas anduviesen la víspera de la batalla nada confiados en la victoria.

A Marcos Saravia no le cuajaba de miedo la saliva en la boca, y en la primera arremetida, que fue de hacer castañetear dientes y muelas, se vio en tan serio peligro que hizo formal promesa al apóstol Santiago de regalarle su caballo si con vida libraba de la batalla.

En aquellos tiempos el gobierno no proveía al soldado de caballo, montura ni arreos. Estos eran propiedad del jinete, y el tesoro le pagaba para manutención de la cabalgadura la mitad de la soldada.

Item los caballos eran escasos y carísimos. El mancarrón más humilde valía mil pesos, y ningún capitán o persona de fuste montaba caballo que no estuviese valorizado en tres o cuatro mil duros.

El santo atendió las preces del cuitado Marcos sacándolo de la zinguizarra sin golpe ni rasguño.

Llegó, pues, la de pagar; y cuando al día siguiente entraron los vencedores en Guamanga, fue nuestro hombre a visitar y dar gracias al apóstol Santiago, que de gorda lo librara. Pero hacíasele muy cuesta arriba eso de quedarse convertido en infante.

Descabalgó en la puerta de la iglesia, y arrodillándose ante la efigie del patrón de España, dijo:

-Santo mío, vos no habéis menester de caballo, sino de su precio.

Y sacó de la escarcela en doblillas de oro cuatrocientos pesos que puso sobre el altar, añadiendo:

-Estamos en paz, patrón, que soy buen pagador.

Pero Santiago apóstol no lo tuvo por tal, sino por tramposo y redomado. Lo menos que valía el jamelgo era doble suma, y era mucha bellaquería venirle con regateos a santo batallador y tan entendido en materia ecuestre, como que nadie lo ha visto pintado a pie, sino sobre arrogantísimo corcel y con mandoble o bandera en mano.

Salido de la iglesia, apoyose Marcos en el estribo y cabalgó; pero el demonche del animal, rebelde a freno, espuela y azote, se encaprichó en no dar paso. El caballo había sido siempre manso de genio, nada corbeteador ni empacón, y por primera vez en su vida revelaba insubordinación y terquedad. Aquello no podía ser sino obra de influencia beatífica.

Aburrido Saravia, apeose, regresó al altar y le dijo al santo:

-¡Ah, picaronazo! No hay quien te la juegue- y puso sobre el altar cantidad de doblillas igual a la que antes dejara. Suma redonda, ochocientos duretes.

Cabalgó nuevamente, y el dócil animal siguió con su habitual paso llano camino de la posada.

Marcos Saravia volvió el rostro hacia la iglesia, murmurando entre dientes y como quien reza:


       «Santiago, patrón de España,
 no eres santo de cucaña
       ni de paja.
 Accedes a hacer favores;
 mas tus caballos peores
 nos los vendes sin rebaja».