El campesino
Aquí, castigando el campo
con el pie, por las besanas,
entrañable como un surco,
crespo como un Guadarrama,
un hombre abundante de hombre
de un empujón se levanta.
Valentín tiene por nombre,
por boca un golpe de hacha,
por apellido González
y por horizonte España.
Aquí, entre muertos y heridos
y alrededor de las balas,
fieramente se pasea,
castellanamente habla.
Con el aire de sus hombros
la atmósfera se huracana.
Sus labores son de guerra
y de muerte sus campañas.
Ha matado muchas bestias
y quiere acabar la casta.
Su actitud de león,
negro el pelo, roja el alma,
recorre al sol de la pólvora
las anchuras castellanas,
y el corazón, de tan ancho,
se le sale por las mangas.
Lleva, como la madera
del noble y de la carrasca,
revuelta la sien oscura
y masculina la savia,
que por los tempestuosos
ojos le bulle y le salta.
Lleva el pecho como un monte,
lleva la boca con rabia,
y una ráfaga de sombra
dando vueltas a su barba.
Miradlo cómo reluce
cuando dice una palabra.
Ante este varón del pueblo,
hasta las piedras más bravas
débiles y sin defensa
se sienten y se desgranan.
La cobardía lo esquiva
y el valor duerme en su casa.
Hombre que seguís a este hombre
por laberintos que marchan
a páramos de derrota
ya viñas de triunfo y palma:
que sus cejas de coraje,
y su frente de arrogancia
y su piel de valentía
hallen eco en vuestra cara.
Con él ganaréis Castilla,
con él ganaréis España
a los de la morería
y a los de la canallada:
con él podremos ganar
toda la tierra del mapa.
Yo he de cantar sus proezas,
yo he de romper mi garganta
en alabanza al pueblo
y al hombre de sus entrañas,
hasta que queden de mí
los restos de una guitarra.
Hombres que nunca veía,
porque no tengo bastantes