El canto de Altabiscar

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​El canto de Altabiscar​ de Gertrudis Gómez de Avellaneda


 Súbito se alza un grito en las montañas
 De los valientes euskaldunes. Presta
 Todo su oído el bravo echeco-jauna,
 Que de su noble hogar guarda la puerta.
 -¡Qué es eso!, exclama- y se levanta al punto
 Su perro fiel, irguiendo las orejas.
 ¡Escuchad! ¡Escuchad cual sus ladridos
 De Altabiscar en derredor resuenan!
 Pero un ruido mayor, más espantoso,
 Parte veloz de lo alto de Ibañeta,
 Y va, de monte en monte retumbando,
 A ensordecer las solitarias crestas.
 ¡Es la voz de un ejército que avanza!
 Otras mil, otras mil responden fieras,
 Del ronco cuerno al áspero sonido,
 Entre montes, peñascos y malezas.
 ¡Los nuestros son! -El bravo echeco-jauna
 Salta blandiendo la acerada flecha.
 -¡Con él todos!... ¡Mirad! Sobre esas cimas
 Móvil bosque de lanzas centellea,
 Y en medio, sus colores ostentando,
 Majestuosas ondulan las banderas.
 ¡Oh!... ¡Qué bajan!... ¡Qué vienen!... ¡Qué desfilan,
 Cual lobos a caer sobre su presa!...
 ¡Qué guerrero tropel!¡Cuéntalos, mozo!
 -Diez... quince... veinte... veinticinco... treinta...
 ¡Y otros tantos!... ¡Y cien!... Se pierde el número,
 Porque son más, señor, que las arenas.
 -¿Qué importa? Venid todos, ¡euskaldunes!
 De cuajo arrancaremos estas peñas,
 Y sobre el vil enjambre de enemigos
 Las lanzarán nuestras nervudas diestras.
 ¿Qué vienen a buscar a nuestros montes
 Esos hijos del Norte en son de guerra?
 ¿Entre ellos y nosotros puso en balde
 El mismo Dios una muralla eterna?
 ¡Caiga sobre ellos, caiga desplomado
 Todo este monte, piedra sobre piedra!
 ¡A una todos!... ¡Así! -Se anubla el aire;
 La tierra cruje; los peñascos ruedan;
 Jinetes y caballos confundidos
 Con sus despojos los breñales siembran;
 Y palpitan las carnes aplastadas,
 Chorros brotando, que en el suelo humean.
 ¡Cuántos huesos molidos!¡Cuánta sangre,
 En la que el sol medroso reverbera!...
 -¡Huid si aún podéis, reliquias miserables!
 El que aún tiene bridón métale espuelas,
 Y corra como ciervo perseguido
 El que aún conserve para hacerlo fuerzas.
 ¡Huye con tu pendón, rey Carlo-Magno,
 Que el rico manto entre las zarzas dejas,
 Mientras el viento en remolinos barre
 De tu casco rëal las plumas negras!
 ¿Qué aguardas? ¿A quién buscas? Tu sobrino,
 El que rival no tuvo en la pelea,
 Tu famoso Roldán, bravo entre bravos,
 ¡Allí tendido entre los muertos queda!
 Ya huyen veloces, ¡euskaldunes!... ¡Huyen!...
 ¿Do sus lanzas están? ¿Do sus enseñas?
 ¡Cuál huyen!... ¡Oh! ¡Cuál huyen!... ¡Cuenta, mozo!
 ¿Cuántos los vivos son que aún aquí restan?
 ¿Veinte?... ¿quince?... ¿diez?... ¿ocho?... ¿siete?... ¿cinco?...
 -No, señor. -¿Cuatro?... ¿dos?...- ¡Ni uno siquiera!
 Todo acabó. -Valiente echeco-jauna,
 Llama a tu perro; vuelve do te esperan
 Los tiernos hijos, la querida esposa,
 Y en tu cuerno de buey guarda las flechas;
 Que ya en el campo, herencia de tus padres,
 Puedes dormir tranquilo sobre de ellas.
 ¡Pronto la noche tenderá su manto,
 Y acudiendo de buitres nube espesa,
 Se cebarán en carnes machacadas,
 Esparciendo las blancas osamentas,
 Que en polvo convertidas por los siglos
 Darán abono a nuestra agreste tierra!