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El cardenal Cisneros/XLVII

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XLVII.

Cuando Cisneros volvió á España después de la expedición de Orán, huyó de todas las ovaciones con que se le quiso obsequiar, y ni se presentó en Valladolid, donde le esperaba la Corte, ni en Alcalá quiso autorizar el recibimiento entusiasta que se le habia preparado. Tres dias estuvo recogido, huyendo de las gentes que acudian á felicitarle y dando gracias á Dios en el oratorio, en donde diariamente pasaba dos horas, oyéndosele exclamar con frecuencia: Domine, non est exaltatum cor meum, neque elati sunt occuli mei [1].

No era el ilustre Cardenal como esos héroes postizos que en todos tiempos han procurado, aprovechar en beneficio de su popularidad el entusiasmo ó el frenesí del pueblo por una causa que ellos creen representar, y por la que, si bien se mira, han hecho escasos ó ningún sacrificio. Los hombres que, como Cisneros, viven con su conciencia y para la posteridad, dan poca importancia á esas ruidosas manifestaciones que ciegan y embriagan á los ídolos de un día. Por eso se dirigió desde luego á su querida residencia del Henares y se oscureció voluntariamente, aprovechando aquellos ocios para acabar su célebre Universidad y emprender otros trabajos que debían también inmortalizar su nombre, y á los cuales es hora ya de que consagremos con especialidad nuestra atención, como que tuvieron una grande influencia en las glorias y en los progresos literarios de nuestra pátria en aquel siglo y siguientes.

  1. Señor, mi corazón no se ha ensoberbecido, ni mis ojos se han levantado con arrogancia.
Las letras españoles que habían alcanzado un período brillante en el medio siglo que reinara Juan II, tan desastroso en todo lo demás, sufrieron luego un triste paréntesis en tiempos de Enrique IV, y no se volvieron á levantar de su postración hasta que se sentó en el Trono la gran Reina Católica, poderosamente ayudada en sus últimos años por el infatigable Cisneros. La ilustre Isabel protegió las letras y las artes, fundó bibliotecas, introdujo el arte de imprimir, ofreció ventajas á los nacionales y extranjeros que lo cultivaban, y Cisneros, que imprimió muchos libros á su costa, distribuyó premios á los mejores tipógrafos. ¡Qué protección tan delicada y decidida encontraron en la Corte de Castilla los sabios nacionales y extranjeros que á ella llegaban! Vinieron entonces á España los hermanos Antonio y Alejandro Geraldino, distinguidísimos humanistas, que educaron brillantemente á los Príncipes, Pedro Mártir de Angleria, el maestro de la Nobleza Castellana, Marineo Sículo, cuyas curiosas obras de tanta ilustración sirven para la historia, Antonio de Lebrija, Arias Barbosa y tantos otros como brillaban ya en Salamanca ó luego florecieron en Alcalá.

Gracias á estos cuidados, los hijos de la Reina Católica eran considerados en Europa como modelos de educación, y su hija menor, que casó con Enrique VIII, llamaba la atención de los sabios de Inglaterra, y la misma Juana, la desdichada loca de amor, admiraba al ilustre Vives con sus discursos latinos improvisados. La nobleza seguía estos ilustres ejemplos: Isabel I instituyó una Academia, como Carlo-Magno su Escuela Palatina, que acompañaba á la Corte en sus expediciones guerreras ó en sus viajes de placer, y los Nobles, que al principio no tenían más afición que la de las armas, debieron bien pronto á aquella Academia, dirigida por Pedro Mártir, una cultura, una ilustración, un saber que arranca al célebre Erasmo tan entusiastas elogios. Las damas más ilustres daban lecciones públicas de elocuencia y literatura clásica en las Academias, y en la Universidad de Salamanca figuraban como Profesores un primo del Rey, hijo del Duque de Alba, y otro hijo del Conde de Haro.

No, no eran aquellos tiempos como los nuestros en que es tan fácil y económico adquirir una educación sólida, variada y brillante; en aquellos tiempos era esto harto difícil y caro, y sin embargo, los hijos de nuestros Reyes y los hijos de nuestros Nobles y nuestras damas más insignes, brillaban por su ilustracion y su cultura, hasta el punto de que en los pueblos más adelantados los Españoles podían pasar por modelos [1]. ¡Qué contraste con la educación que hoy reciben algunos Príncipes y las ocupaciones frívolas y livianas de la nobleza de ambos sexos! Por eso era tan alta la misión social que desempeñaban en los siglos XVI y XVII, y es tan desdichada y triste la que desempeñan en el nuestro!


  1. Erasmus, ep. 977.