El castigo sin venganzaEl castigo sin venganzaFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Salen CASANDRA y LUCRECIA
LUCRECIA:
Con notable admiración
me ha dejado vuestra alteza.
CASANDRA:
No hay altezas con tristeza,
y más si bajezas son.
Más quisiera, y con razón,
ser una ruda villana
que me hallara la mañana
al lado de un labrador,
que desprecio de un señor
en oro, púrpura y grana.
¡Pluguiera a Dios que naciera
bajamente, pues hallara
quien lo que soy estimara
y a mi amor correspondiera!
En aquella humilde esfera,
como en las camas reales,
se gozan contentos tales,
que no los crece el valor,
si los efectos de amor
son en las noches iguales.
CASANDRA:
No los halla a dos casados
el sol por las vidrieras
de cristal, a la primeras
luces del alba, abrazados
con más gusto, ni en dorados
techos más descanso halló
que tal vez su rayo entró,
del aurora a los principios,
por mal ajustados ripios,
y un alma en dos cuerpos vio.
¡Dichosa la que no siente
un desprecio autorizado,
y se levanta del lado
de su esposo alegremente!
La que en la primera fuente
mira y lava, ¡oh cosa rara!,
con las dos manos la cara,
y no en llanto cuando fue
con ser duque de Ferrara.
Sola una noche le vi
en mis brazos en un mes,
y muchas le vi después
que no quiso verme a mí.
Pero de que viva así
¿cómo me puedo quejar,
pues que me pudo enseñar
la fama que quien vivía
tan mal, no se enmendaría
aunque mudase lugar?
CASANDRA:
Que venga un hombre a su casa
cuando viene al mundo el día,
que viva a su fantasía,
por libertad de hombre pasa.
¿Quién puede ponerle tasa?
Pero que con tal desprecio
trate una mujer de precio,
de que es casado olvidado,
o quiere ser desdichado,
o tiene mucho de necio.
El duque debe de ser
de aquéllos cuya opinión
en tomando posesión,
quieren en casa tener
como alhaja la mujer,
para adorno, lustre y gala,
silla o escritorio en sala;
y es término que condeno,
porque con marido bueno,
¡cuándo se vio mujer mala?
La mujer de honesto trato
viene para ser mujer
a su casa; que no a ser
silla, escritorio o retrato.
Basta ser un hombre ingrato,
sin que sea descortés;
y es mejor, si causa es
de algún pensamiento extraño,
no dar ocasión al daño,
que remediarle después.
LUCRECIA:
Tu discurso me ha causado
lástima y admiración;
que tan grande sinrazón
puede ponerte en cuidado.
¿Quién pensara que casado
fuera el duque tan vicioso,
o que no siendo amoroso,
cortés, como dices, fuera,
con que tu pecho estuviera
para el agravio animoso?
En materia de galán
puédese picar en celos,
y dar algunos desvelos,
cuando dormidos están
el desdén, el ademán,
la risa con quien pasó,
alabar al que la habló,
con que despierta el dormido;
pero celos a marido,
¿quién en el mundo los dio?
¿Hale escrito vuestra alteza
a su padre estos enojos?
CASANDRA:
No, Lucrecia; que mis ojos
sólo saben mi tristeza.
LUCRECIA:
Conforme a la naturaleza
y a la razón, mejor fuera
que el conde te mereciera
y que contigo casado,
asegurado su estado,
su nieto le sucediera.
Que aquestas melancolías
que trae el conde, no son,
señora, sin ocasión.
CASANDRA:
No serán sus fantasías,
Lucrecia, de envidias mías,
ni yo hermanos le daré;
con que Federico esté
seguro que no soy yo
la que la causa le dio.
Desdicha de entrambos fue.
Salen el DUQUE, FEDERICO y BATíN
DUQUE:
Si yo pensara, conde, que te diera
tanta tristeza el casamiento mío,
antes de imaginarlo me muriera.
FEDERICO:
Señor, fuera notable desvarío
entristecerme a mí tu casamiento.
Ni de tu amor por eso desconfío.
Advierta pues tu claro entendimiento
que si del casamiento me pesara,
disimular supiera el descontento.
La falta de salud se ve en mi cara,
pero no la ocasión.
DUQUE:
Mucho presumen
los médicos de Mantua y de Ferrara,
y todos finalmente se resumen
en que casarte es el mejor remedio,
en que tales tristezas se consumen.
FEDERICO:
Para doncellas era mejor medio,
señor, que para un hombre de mi estado
que no por esos medios me remedio.
CASANDRA:
Aun apenas el duque me ha mirado.
¡Desprecio extraño y vil descortesía!
LUCRECIA:
Si no te ha visto, no será culpado.
CASANDRA:
Fingir descuido es brava tiranía.
Vamos, Lucrecia; que, si no me engaño,
de este desdén le pesará algún día.
Vanse las dos
DUQUE:
Si bien de la verdad me desengaño,
yo quiero proponerte un casamiento,
ni lejos de tu amor, ni en reino extraño.
FEDERICO:
Es por ventura Aurora?
DUQUE:
El pensamiento
me hurtaste al producirla por los labios,
como quien tuvo el mismo sentimiento.
Yo consulté los más ancianos sabios
del magistrado nuestro, y todos vienen
en que esto sobredora tus agravios.
FEDERICO:
Poca experiencia de mi pecho tienen;
neciamente me juzgan agraviado,
pues sin causa ofendido me previenen.
Ellos saben que nunca reprobado
tu casamiento de mi voto ha sido;
antes por tu sosiego deseado.
DUQUE:
Así lo creo y siempre lo he creído;
y esa obediencia, Federico, pago
con estar de casarme arrepentido.
FEDERICO:
Señor, porque no entiendas que yo hago
sentimiento de cosa que es tan justa,
y el amor que me muestras satisfago,
sabré primero si mi prima gusta;
y luego disponiendo mi obediencia
pues lo contrario fuera cosa injusta,
haré lo que me mandas.
DUQUE:
Su licencia
tengo firmada de su misma boca.
FEDERICO:
Yo sé que hay novedad, de cierta ciencia,
y que porque a servirle le provoca,
el marqués en Ferrara se ha quedado.
DUQUE:
Pues eso, Federico, ¿qué te toca?
FEDERICO:
Al que se ha de casar le da cuidado
el galán que ha servido y aún enojos;
que es escribir sobre papel borrado.
DUQUE:
Si andan los hombres a mirar antojos,
encierren en castillos las mujeres
desde que nacen, contra tantos ojos;
que el más puro cristal, si verte quieres,
se mancha del aliento; mas, ¿qué importa
si del mirar escrupuloso eres?
Pues luego que se limpia y se reporta,
tan claro queda como estaba antes.
FEDERICO:
Muy bien tu ingenio y tu valor me exhorta.
Señor, cuando centellas rutilantes
escupe alguna fragua, y el que fragua
quiere apagar las llamas resonantes,
moja las brasas de la ardiente fragua;
pero rebeldes ellas, crecen luego,
y arde el fuego voraz lamiendo el agua.
Así un marido del amante ciego
templa el deseo y la primera llama;
pero puede volver más vivo el fuego;
y así, debo temerme de quien ama;
que no quiero ser agua que le aumente,
dando fuego a mi honor y humo a mi fama.
DUQUE:
Muy necio, conde, estás e impertinente.
Hablas de Aurora, cual si noche fuera,
con bárbaro lenguaje e indecente.
FEDERICO:
Espera.
DUQUE:
¿Para qué?
FEDERICO:
Señor, espera.
Vase el DUQUE
BATÍN:
¡Oh qué bien has negociado
la gracia del duque!
FEDERICO:
Espero
su desgracia, porque quiero
ser en todo desdichado;
que mi desesperación
ha llegado a ser de suerte
que sólo para la muerte
me permite apelación.
Y si muriera quisiera
poder volver a vivir
mil veces, para morir
cuantas a vivir volviera.
Tal estoy, que no me atrevo
ni a vivir ni a morir ya,
por ver que el vivir será
volver a morir de nuevo.
Y si no soy mi homicida,
es por ser mi mal tan fuerte,
que porque es menos la muerte,
me dejo estar con la vida.
BATÍN:
Según eso, ni tú quieres
vivir, conde, ni morir;
que entre morir y vivir
como hermafrodita eres;
que como aquél se compone
de hombre y mujer, tú de muerte
y vida; que de tal suerte
la tristeza te dispone,
que ni eres muerte ni vida.
Pero ¡por Dios! que, mirado
tu desesperado estado,
me obligas a que te pida
o la razón de tu mal
o la licencia de irme
adonde que fui confirme
desdichado por leal.
Dame tu mano.
FEDERICO:
Batín,
si yo decirte pudiera
mi mal, mal posible fuera,
y mal que tuviera fin.
Pero la desdicha ha sido
que es mi mal de condición
que no cabe en mi razón
sino sólo en mi sentido;
que cuando por mi consuelo
voy a hablar, me pone en calma
ver que de la lengua al alma
hay más que del suelo al cielo,.
Vete, si quieres, también,
y déjame solo aquí,
porque no haya cosa en mí
que aun tenga sombra de bien.
Salen CASANDRA y AURORA
CASANDRA:
¿De eso lloras?
AURORA:
¿Le parece
a vuestra alteza, señora,
sin razón, si el conde agora
me desprecia y aborrece?
Dice que quiero al marqués
Gonzaga. ¿Yo a Carlos, yo?
¿Cuándo? ¿Cómo? Pero no;
que ya sé lo que esto es.
Él tiene en su pensamiento
irse a España, despechado
de ver su padre casado;
que antes de su casamiento
la misma luz de sus ojos
era yo; pero ya soy
quien en los ojos le doy,
y mis ojos sus enojos.
¿Qué aurora nuevas del día
trajo al mundo sin hallar
al conde donde a buscar
la de sus ojos venía?
¿En qué jardín, en qué fuente
no me dijo el conde amores?
¿Qué jazmines o qué flores
no fueron mi boca y frente?
Cuando de mí se apartó,
¿qué instante vivió sin mí?,
o, ¿cómo viviera en sí,
si no le animara yo?
Que tanto el trato acrisola
la fe de amor, que de dos
almas que nos puso Dios,
hicimos un alma sola.
Esto desde tiernos años,
porque con los dos nació
este amor, que hoy acabó
a manos de sus engaños.
Tanto pudo la ambición
del estado que ha perdido.
CASANDRA:
Pésame de que haya sido,
Aurora, por mi ocasión.
Pero templa tus desvelos
mientras voy a hablar con él,
si bien es cosa cruel
poner en razón los celos.
AURORA:
¿Yo celos?
CASANDRA:
Con el marqués
dice el duque.
AURORA:
Vuestra alteza
crea que aquella tristeza
ni es amor, ni celos es.
Vase AURORA
CASANDRA:
Federico.
FEDERICO:
Mi señor,
dé vuestra alteza la mano
a su esclavo.
CASANDRA:
¿Tú en el suelo?
Conde, no te humilles tanto;
que te llamaré "excelencia."
FEDERICO:
Será de mi honor agravio.
Ni me pienso levantar
sin ella.
CASANDRA:
Aquí están mis brazos.
¿Qué tienes? ¿Qué has visto en mí?
Parece que estás temblando.
¿Sabes ya lo que te quiero?
FEDERICO:
El haberlo adivinado,
el alma lo dijo al pecho,
el pecho al rostro, causando
el sentimiento que miras.
CASANDRA:
Déjanos solos un rato,
Batín; que tengo que hablar
al conde.
BATÍN:
(¡El conde turbado, (-Aparte-)
a hablarle Casandra a solas!
No lo entiendo).
Vase BATÍN
FEDERICO:
(¡Ay cielo!, en tanto (-Aparte-)
que muero Fénix, poned
a tanta llama descanso,
pues otra vida me espera).
CASANDRA:
Federico, aunque reparo
en lo que me ha dicho Aurora
de tus celosos cuidados
después que vino conmigo
a Ferrara el marqués Carlos,
por quien de casarte dejas,
apenas me persuado
que tus méritos desprecies,
siendo, como dicen sabios
desconfianza y envidia;
que más tiene de soldado,
aunque es gallardo el marqués,
que de galán cortesano.
De suerte que lo que pienso
de tu tristeza y recato
es porque el duque, tu padre,
se casó conmigo, dando
por ya perdida tu acción,
a la luz del primero parto,
que a sus estados tenías.
Y siendo así que yo causo
tu desasosiego y pena,
desde aquí te desengaño,
que puedes estar seguro
de que no tendrás hermanos,
porque el duque, solamente
por cumplir con sus vasallos,
este casamiento ha hecho;
que sus viciosos regalos,
por no les dar otro nombre,
apenas el breve espacio
de una noche, que su cuenta
fue cifra de muchos años,
mis brazos le permitieron;
que a los deleites pasados
ha vuelto con mayor furia,
roto el freno de mis brazos.
CASANDRA:
Como se suelta al estruendo
un arrogante caballo
del atambor, porque quiero
usar de término casto,
que del bordado jaez
va sembrando los pedazos,
allí las piezas del freno
vertiendo espumosos rayos,
allí la barba y la rienda,
allí las cintas y lazos.
Así el duque, la obediencia
rota al matrimonio santo,
va por mujercillas viles
pedazos de honor sembrando.
Allí se deja la fama,
allí los laureles y arcos,
los títulos y los nombres
de sus ascendientes claros,
allí el valor, la salud
y el tiempo tan mal gastado,
haciendo las noches días
en estos indignos pasos;
con que sabrás cuán seguro
estás de heredar su estado;
o escribiendo yo a mi padre
que es, más que esposo, tirano,
para que me saque libre
del Argel de su palacio,
si no anticipa la muerte
breve fin a tantos daños.
FEDERICO:
Comenzando vuestra alteza
riñéndome, acaba en llanto
su discurso, que pudiera
en el más duro peñasco
imprimir dolor. (¿Qué es esto? (-Aparte-)
Sin duda que me ha mirado
por hijos de quien la ofende;
pero yo la desengaño
que no parezca hijo suyo
para tan injustos casos).
Esto persuadido así,
de mi tristeza, me espanto
que la atribuyas, señora,
a pensamientos tan bajos.
¿Ha menester Federico,
para ser quien es, estado?
¿No lo son los de mi prima,
si yo con ella me caso,
o si la espada por dicha
contra algún príncipe saco
de estos confinantes nuestros,
los que me quitan restauro?
No procede mi tristeza
de interés; y aunque me alargo
a más de lo que es razón,
sabe, señora, que paso
una vida la más triste
que se cuenta de hombre humano
desde que Amor en el mundo
puso las flechas al arco.
Yo me muero sin remedio,
mi vida se va acabando,
como vela, poco a poco,
y ruego a la muerte en vano
que no aguarde a que la cera
llegue al último desmayo,
sino que con breve soplo
cubra de noche mis años.
CASANDRA:
Detén, Federico ilustre,
las lágrimas; que no ha dado
el cielo el llanto a los hombres,
sino el ánimo gallardo.
Naturaleza el llorar
vinculó por mayorazgo
en las mujeres, a quien,
aunque hay valor, faltan manos.
No en los hombres, que una vez
sólo pueden, y es en caso
de haber perdido el honor,
mientras vengan el agravio.
¡Mal haya Aurora, y sus celos,
que un caballero bizarro,
discreto, dulce y tan digno
de ser querido, a una estado
ha reducido tan triste!
FEDERICO:
No es Aurora; que es engaño.
CASANDRA:
Pues, ¿quién es?
FEDERICO:
El mismo sol;
que de esas auroras hallo
muchas siempre que amanece.
CASANDRA:
¿Que no es Aurora?
FEDERICO:
Más alto
vuela el pensamiento mío.
CASANDRA:
¿Mujer te ha visto y hablado,
y tú le has dicho tu amor,
que puede con pecho ingrato
corresponderte? ¿No miras
que son efectos contrarios,
y proceder de una causa
parece imposible?
FEDERICO:
Cuando
supieras tú el imposible,
dijeras que soy de mármol,
pues no me matan mis penas,
o que vivo de milagro.
¿Qué Faetonte se atrevió
del sol al dorado carro,
aquél que juntó con cera,
débiles plumas infausto,
que sembradas por los vientos,
pájaros que van volando
las creyó el mar, hasta verlas
en sus cristales salados?
¿Qué Belerofonte vio
en el caballo Pegaso
parecer el mundo un punto
del círculo de los astros?
¿Qué griego Sinón metió
aquel caballo preñado
de armado hombres en Troya,
fatal de su incendio parto?
¿Qué Jasón tentó primero
pasar el mar temerario,
poniendo yugo a su cuello
los pinos y lienzos de Argos,
que se iguale a mi locura?
CASANDRA:
¿Estás, conde, enamorado
de alguna imagen de bronce,
ninfa o diosa de alabastro?
Las almas de las mujeres
no las viste jaspe helado;
ligera cortina cubre
todo pensamiento humano.
Jamás Amor llamó al pecho,
siendo con méritos tantos,
que no respondiese el alma;
"Aquí estoy; pero entrad paso."
Dile tu amor, sea quien quiere;
que no sin causa pintaron
a Venus tal vez los griegos
rendida a un sátiro y fauno.
Más alta será la luna,
y de su cerco argentado
bajó por Endimión
mil veces al monte Latmo.
Toma mi consejo, conde;
que el edificio más casto
tiene la puerte de cera.
Habla, y no mueras callando.
FEDERICO:
El cazador con industria
pone al pelícano indiano
fuego alrededor del nido;
y él, descendiendo de un árbol,
para librar a sus hijos
bate las alas turbado,
con que más enciende el fuego
que piensa que está matando.
Finalmente se le queman,
y sin alas, en el campo
se deja coger, no viendo
que era imposible volando.
Mis pensamientos, que son
hijos de mi amor, que guardo
en el nido del silencio,
se están, señora, abrasando.
Bate las alas amor,
y enciéndelos por librarlos.
Crece el fuego, y él se quema.
Tú me engañas, yo me abraso;
tú me incitas, yo me pierdo;
tú me animas, yo me espanto;
tú me esfuerzas, yo me turbo;
tú me libras, yo me enlazo;
tú me llevas, yo me quedo;
tú me enseñas, yo me atajo;
porque es tanto mi peligro,
que juzgo por menos daños,
pues todos ha de ser morir,
morir sufriendo y callando.
Vase FEDERICO
CASANDRA:
No ha hecho en la tierra el cielo
cosa de más confusión
que fue la imaginación
para el humano desvelo.
Ella vuelve el fuego en hielo,
y en el color se transforma
del deseo, donde forma
guerra, paz, tormenta y calma;
y es una manera de alma
que más engaña que informa.
Estos oscuros intentos,
estas clara confusiones,
más que me han dicho razones,
me han dejado pensamientos.
¿Qué tempestades los vientos
mueven de más variedades
que estas confusas verdades
en una imaginación?
Porque las del alma son
las mayores tempestades.
Cuando a imaginar me inclino
que soy lo que quiere el conde,
el mismo engaño responde
que lo imposible imagino.
Luego mi fatal destino
me ofrece mi casamiento,
y en lo que siento, consiento;
que no hay tan grande imposible
que no le juzguen visible
los ojos del pensamiento.
CASANDRA:
Tantas cosas se me ofrecen
juntas, como esto ha caído
sobre un bárbaro marido,
que pienso que me enloquecen.
Los imposibles parecen
fáciles, y yo, engañada,
ya pienso que estoy vengada;
mas siendo error tan injusto,
a la sombra de mi gusto
estoy mirando su espada.
Las partes del conde son
grandes; pero mayor fuera
mi desatino, si diera
puerta a tan loca pasión.
No más, necia confusión.
Salid, cielo, a la defensa
aunque no yerra quien piensa;
porque en el mundo no hubiera
hombre con honra si fuera
ofensa pensar la ofensa.
Hasta agora no han errado
ni mi honor ni mi sentido,
porque lo que he consentido,
ha sido un error pintado.
Consentir lo imaginado,
para con Dios es error,
mas no para el deshonor;
que diferencian intentos
el ver Dios los pensamientos
y no los ver el honor.
Sale AURORA
AURORA:
Larga plática ha tenido
vuestra alteza con el conde.
¿Qué responde?
CASANDRA:
Que responde
a tu amor agradecido.
Sosiega, Aurora, sus celos;
que esto pretende, no más.
Vase CASANDRA
AURORA:
¡Qué tibio consuelo das
a mis ardientes celos!
¡Que pueda tanto en un hombre
que adoró mis pensamientos,
ver burlados los intentos
de aquel ambicioso nombre
con que heredaba a Ferrara!
Tú eres poderoso, Amor.
Por ti ni en vida, ni honor,
ni aun en alma se repara.
Y Federico se muere
que me solía querer,
con la tristeza de ver
lo que de Casandra infiere.
Pero, pues él ha fingido
celos por disimular
la ocasión, y despertar
suelen el amor dormido,
quiero dárselos de veras,
favoreciendo al marqués.
Salen RUTILIO y el MARQUÉS
RUTILIO:
Con el contrario que ves,
en vano remedio esperas
de tus locas esperanzas.
MARQUÉS:
Calla, Rutilio, que aquí
está Aurora.
RUTILIO:
Y tú sin ti,
firme entre tantas mudanzas.
MARQUÉS:
Aurora del claro día
en que te dieron mis ojos,
con toda el alma en despojos,
la libertad que tenía;
Aurora, que el sol envía
cuando en mi pena anochece,
por quien ya cuanto florece
viste colores hermosas,
pues entre perlas y rosas
de tus labios amanece;
Desde que de Mantua vine,
hice con poca ventura
elección de tu hermosura,
que no hay alma que no incline.
¡Qué mal mi engaño previne,
puesto que el alma te adora,
pues sólo sirve, señora,
de que te canses de mí,
hallando mi noche en ti,
cuando te suspiro Aurora!
No el verte desdicha ha sido;
que ver luz nunca lo fue,
sino que mi amor te dé
causa para tanto olvido.
Mi partida he prevenido,
que es el remedio mejor:
fugitivo a tu rigor,
voy a buscar resistencia
en los milagros de ausencia
y en las venganzas de amor.
Dame licencia y la mano.
AURORA:
No se morirá de triste
el que tan poco resiste,
ni galán ni cortesano,
marqués, el primer desdén;
que no están hechos favores
para primeros amores
antes que se quiera bien.
Poco amáis, poco sufrís,
pero en tal desigualdad,
con la misma libertad
que licencia me pedís,
os mando que no os partáis.
MARQUÉS:
Señora, a tan gran favor,
aunque parece rigor,
con que esperar me mandáis,
no los diez años que a Troya
cercó el griego, ni los siete
del pastor, a quien promete
Labán su divina joya,
pero siglos inmortales,
como Tántalo estaré
entre la duda y la fe
de vuestros bienes y males.
Albricias quiero pedir
a mi amor de mi esperanza.
AURORA:
Mientras el bien no se alcanza
méritos tiene el sufrir.
Salen el DUQUE, FEDERICO y BATÍN
DUQUE:
Escríbeme el Pontífice por ésta
que luego a Roma parta.
FEDERICO:
¿Y no dice la causa en esa carta?
DUQUE:
Que sea la respuesta,
conde, partirme al punto.
FEDERICO:
Si lo encubres, señor, no lo pregunto.
DUQUE:
¿Cuándo te encubro yo, conde, mi pecho?
Sólo puedo decirte que sospecho
que con las guerras que en Italia tiene,
si numeroso ejército previene,
podemos presumir que hacerme intenta
general de la Iglesia; que a mi cuenta
también querrá que con dinero ayude,
si no es que en la elección de intento mude.
FEDERICO:
No en vano lo que piensas me encubrías,
si solo te partías;
que ya será conmigo; que a tu lado
no pienso que tendrás mejor soldado.
DUQUE:
Eso no podrá ser porque no es justo,
conde, que sin los dos mi casa quede.
Ninguno como tú regirla puede.
Esto es razón y basta ser mi gusto.
FEDERICO:
No quiero darte, gran señor, disgusto;
pero en Italia, ¿qué dirán si quedo?
DUQUE:
Que esto es gobierno, y que sufrir no puedo
aun de mi propio hijo compañía.
FEDERICO:
Notable prueba en la obediencia mía.
Vase el DUQUE
BATÍN:
Mientras con el duque hablaste
he reparado en que Aurora,
sin hacer caso de ti,
con el marqués habla a solas.
FEDERICO:
¿Con el marqués?
BATÍN:
Sí, señor.
FEDERICO:
¿Y qué piensas tú que importa?
AURORA, aparte con el MARQUÉS y RUTILIO
AURORA:
Esta banda prenda sea
del primer favor.
MARQUÉS:
Señora,
será cadena en mi cuello,
será de mi mano esposa,
para no darla en mi vida.
Si queréis que me la ponga,
será doblado el favor.
AURORA:
(Aunque es venganza amorosa (-Aparte-)
parece a mi amor agravio).
Porque de dueño mejora
os ruego que os la pongáis.
BATÍN:
Ser las mujeres traidoras
fue de la naturaleza
invención maravillosa;
porque, si no fueran falsas,
algunas digo, no todas,
idolatraran en ellas
los hombres que las adoran.
¿No ves la banda?
FEDERICO:
¿Qué banda?
BATÍN:
¿Qué banda? ¡Graciosa cosa!
Una que lo fue del sol,
cuando lo fue de una sola
en la gracia y la hermosura,
planetas con que se adorna,
y agora, como en eclipse,
del dragón lo extremo toca.
Yo me acuerdo cuando fuera
la banda de la discordia,
como la manzana de oro
de Paris y las tres diosas.
FEDERICO:
Eso fue entonces, Batín,
pero es otro tiempo agora.
AURORA:
Venid al jardín conmigo.
Vanse AURORA, el MARQUÉS y RUTILIO
BATÍN:
¡Con qué libertad la toma
de la mano y se van juntos!
FEDERICO:
¿Qué quieres, si se conforman
las almas?
BATÍN:
¿Eso respondes?
FEDERICO:
¿Qué quieres que te responda?
BATÍN:
Si un cisne no sufre al lado
otro cisne y se remonta
con su prenda muchas veces
a las extranjeras ondas;
y un gallo, si al de otra casa
con sus gallinas le topa,
con el suyo le deshace
los picos de la corona;
y encrespando su turbante,
turco por la barba roja,
celoso vencerle intenta
hasta en la nocturna solfa;
¿cómo sufres que el marqués
a quitarte se disponga
prenda que tanto quisiste?
FEDERICO:
Porque la venganza propia
para castigar las damas,
que a los hombres ocasionan,
es dejarlas con su gusto;
porque aventura la honra
quien la pone en sus mudanzas.
BATÍN:
Dame, por Dios, una copia
de ese arancel de galanes,
tomaréle de memoria.
No, conde. Misterio tiene
tu sufrimiento, perdona;
que pensamientos de amor
son arcaduces de noria:
ya deja el agua primera
el que la segunda toma.
Por nuevo cuidado dejas
el de Aurora; que si sobra
el agua, ¿cómo es posible
que pueda ocuparse de otra?
FEDERICO:
Bachiller estás, Batín,
pues con fuerza cautelosa
lo que no entiendo de mí
a presumir te provocas.
Entra, y mira qué hace el duque,
y de partida te informa
porque vaya acompañarle.
BATÍN:
Sin causa necio me nombras,
porque abonar tus tristezas
fuera más necia lisonja.
Vase BATÍN
FEDERICO:
¿Qué buscas, imposible pensamiento?
Bárbaro, ¿qué me quieres? ¡Qué me incitas?
¿Por qué la vida sin razón me quitas,
donde volando aun no te quiere el viento?
Detén el vagaroso movimiento;
que la muerte de entrambos solicitas.
Déjame descansar, y no permitas
tan triste fin a tan glorioso intento.
No hay pensamiento, si rindió despojos,
que sin determinado fin se aumente,
pues dándole esperanzas, sufre enojos.
Todo es posible a quien amando intente;
y sólo tú naciste de mis ojos,
para ser imposible eternamente.
Sale CASANDRA
CASANDRA:
Entre agravios y venganzas
anda solícito Amor
después de tantas mudanzas,
sembrando contra mi honor
mal nacidas esperanzas.
En cosas inaccesibles
quiere poner fundamentos,
como si fuesen visibles;
que no puede haber contentos
fundado en imposibles.
En el ánimo que inclino
al mal, por tantos disgustos
del duque, loca imagino
hallar venganzas y gustos
en el mayor desatino.
Al galán conde y discreto,
y su hijo, ya permito
para mi venganza efeto,
pues para tanto delito
conviene tanto secreto.
Vile turbado, llegando
a decir su pensamiento,
y desmayarse temblando,
aunque es más atrevimiento
hablar un hombre callando.
CASANDRA:
Pues de aquella turbación
tanto el alma satisfice
dándome el duque ocasión,
que hay dentro de mí quien dice
que si es amor, no es traición.
Y que cuando ser pudiera
rendirme desesperada
a tanto valor, no fuera
la postrera enamorada,
ni la traidora primera.
A sus padres han querido
sus hijas, y a sus hermanos
algunas. Luego no han sido
mis sucesos inhumanos,
ni mi propia sangre olvido.
Pero no es disculpa igual
que haya otros males, de quien
me valga en peligro tal;
que para pecar no es bien
tomar ejemplo del mal.
Éste es el conde. ¡Ay de mí!
Pero ya determinada,
¿qué temo?
FEDERICO:
Ya viene aquí
desnuda la dulce espada
por quien la vida perdí.
¡Oh, hermosura celestial!
CASANDRA:
¿Cómo te va de tristeza
Federico?
FEDERICO:
En tanto mal,
responderé a vuestra alteza
que es mi tristeza inmortal.
CASANDRA:
Destemplan melancolías
la salud. Enfermo estás.
FEDERICO:
Traigo unas necias porfías,
sin que pueda decir más,
señora, de que son mías.
CASANDRA:
Si es cosa que yo la puedo
remediar, fía de mí,
que en amor tu amor excedo.
FEDERICO:
Mucho fiara de ti,
pero no me deja el miedo.
CASANDRA:
Dijísteme que era amor
tu mal.
FEDERICO:
Mi pena y mi gloria
nacieron de su rigor.
CASANDRA:
Pues oye una antigua historia;
que el amor quiere valor:
Antíoco, enamorado
de su madrastra, enfermó
de tristeza y de cuidado.
FEDERICO:
Bien hizo si se murió;
que yo soy más desdichado.
CASANDRA:
El rey su padre, afligido,
cuantos médicos tenía
juntó, y fue tiempo perdido;
que la causa no sufría
que fuese amor conocido.
Mas Eróstrato, más sabio
que Hipócrates y Galeno,
conoció luego su agravio;
pero que estaba el veneno
entre el corazón y el labio.
Tomóle el pulso y mandó
que cuantas damas había
en palacio entrasen.
FEDERICO:
Yo
presumo, señora mía,
que algún espíritu habló.
CASANDRA:
Cuando su madrastra entraba,
conoció en la alteración
del pulso, que ella causaba
su mal.
FEDERICO:
¡Extraña invención!
CASANDRA:
Tal en el mundo se alaba.
FEDERICO:
¿Y tuvo remedio así?
CASANDRA:
No niegues, conde, que yo
he visto lo mismo en ti.
FEDERICO:
Pues, ¿enojaráste?
CASANDRA:
No.
FEDERICO:
¿Y tendrás lástima?
CASANDRA:
Sí.
FEDERICO:
Pues, señora, yo he llegado
perdido a Dios el temor
y al duque, a tan triste estado,
que éste mi imposible amor
me tiene desesperado.
En fin, señora, me veo
sin mí, sin vos, y sin Dios.
Sin Dios, por lo que os deseo;
sin mí, porque estoy sin vos;
sin vos, porque no os poseo.
Y por si no lo entendéis,
haré sobre estas razones
un discurso, en que podréis
conocer de mis pasiones
la culpa que vos tenéis.
Aunque dicen que el no ser
es, señora, el mayor mal,
tal por vos me vengo a ver,
que para no verme tal,
quisiera dejar de ser.
En tantos males me empleo,
después que mi ser perdí,
que aunque no verme deseo,
para ver si soy quien fui,
en fin, señora, me veo.
FEDERICO:
A decir que soy quien soy,
tal estoy, que no me atrevo,
y por tales pasos voy,
que aun no me acuerdo que debo
a Dios la vida que os doy.
Culpa tenemos los dos,
del no ser que soy agora,
pues olvidado por vos
de mí mismo, estoy, señora,
sin mí, sin vos y sin Dios.
Sin mí no es mucho, pues ya
no hay vida sin vos, que pida
al mismo que me la da;
pero sin Dios, con ser vida,
¿quién si no mi amor está?
Si en desearos me empleo,
y él manda no desear
la hermosura que en vos veo,
claro está que vengo a estar
sin Dios, por lo que os deseo.
¡Oh, qué loco barbarismo
es presumir conservar
la vida en tan ciego abismo
hombre que no puede estar
ni en vos, ni en Dios, ni en sí mismo.
¿Qué habemos de hacer los dos,
pues a Dios por vos perdí,
después que os tengo por dios,
sin Dios, porque estáis en mí,
sin mí, porque estoy sin vos?
Por haceros sólo bien,
mil males vengo a sufrir;
yo tengo amor, vos desdén,
tanto, que puedo decir:
¡mirad con quién y sin quién!
Sin vos y sin mí peleo
con tanta desconfianza.
Sin mí porque en vos ya veo
imposible mi esperanza;
sin vos, porque no os poseo
CASANDRA:
Conde, cuando yo imagino
a Dios y al duque, confieso
que tiemblo, porque adivino
juntos para tanto exceso
poder humano y divino.
Pero viendo que el amor
halló en el mundo disculpa,
hallo mi culpa menor,
porque hace menor la culpa
ser la disculpa mayor.
Muchas ejemplo me dieron,
que a errar se determinaron;
porque los que errar quisieron
siempre miran los que erraron,
no los que se arrepintieron.
Si remedio puede haber,
es hüir de ver y hablar;
porque con no hablar ni ver,
o el vivir se ha de acabar,
o el amor se ha de vencer.
Huye de mí; que de ti
yo no sé si huír podré,
o me mataré por ti.
FEDERICO:
Yo, señora moriré;
que es lo más que haré por mí.
No quiero vida. Ya soy
cuerpo sin alma, y de suerte
a buscar mi muerte voy,
que aun no pienso hallar mi muerte,
por el placer que me doy.
Sola una mano suplico
que me des; dame el veneno
que me ha muerto.
CASANDRA:
Federico,
todo principio condeno,
si pólvora al fuego aplico.
Vete con Dios.
FEDERICO:
¡Qué traición!
CASANDRA:
Ya determinada estuve;
pero advertir es razón
que por una mano sube
el veneno al corazón.
FEDERICO:
Sirena, Casandra, fuiste.
Cantaste para meterme
en el mar, donde me diste
la muerte.
CASANDRA:
Yo he de perderme.
Tente, honor. Fama, resiste.
FEDERICO:
Apenas a andar acierto.
CASANDRA:
Alma y sentidos perdí.
FEDERICO:
¡Oh, qué extraño desconcierto!
CASANDRA:
Yo voy muriendo por ti.
FEDERICO:
Yo no, porque ya voy muerto.
CASANDRA:
Conde, tú serás mi muerte.
FEDERICO:
Y yo aunque muerto, estoy tal,
que me alegro, con perderte,
que sea el alma inmortal,
por no dejar de quererte.