El ciego de Maipú
A la distinguida Señora Rosario Videla Norma de Amadeo, de abolengo patricio y ardiente civismo, nieta predilecta del Ciego de Maipú y digna descendiente de las mujeres de Mayo.
Homenaje de
JOSÉ J. BIEDMA.
¿Por qué ha de quedar olvidado, desconocido, perdido en el recuerdo, lo que oí aquella noche en que los viejos tiempos de la Pátria dieron tema encantador á la noble matrona que nos subyugára con su palabra de tierna y altísima inspiracion?
Daniel Amadeo, su esposo, el compañero de su vida, que no puede ocultar el justificado orgullo de gefe de aquella familia modelo; el doctor Antonio M. Silva, que lleva en su pecho las gloriosas condecoraciones del Paraguay, dos hombres que aman sobre todas las cosas á la Pátria; algunos de sus hijos y yo, que nó tengo título con qué adornarme, formábamos el auditorio de aquella dama que iluminó con la clarísima luz de su inteligencia, de su espíritu delicadísimo, de sus sentimientos tiernos, la plática íntima, familiar, de aquella noche de Noviembre ...
Conocí entónces la historia, del "Ciego de Maipú" que quiero salvar del olvido como detalle glorioso de aquellos viejos tiempos en que palpita el númen y nervio de la Pátria Argentina, pura, indígena, sin los compuestos extraños que nos empujan á la degeneracion; historia sencilla que despierta en nosotros mezcla de sentimientos tiernos de condolencia, gratitud, amor y respeto á la memoria de un compatriota modesto, que fué soldado y mártir de una causa santa de cuyos beneficios somos únicos y legales usufructuarios, de uno de esos soldados que inspiraron á Gutierrez para cantar en lira de oro con cuerdas de bronce:
Yo soy la abnegacion desconocida
Y la pena ignorada;
Soy la sangre vertida
Con todo el sacrificio de la vida,
Y sin otra ambicion en mi carrera
Que un jiron de bandera
Que sepulte mis miembros en la nada!
Nació don Isidoro Enriqués Peña allende el Atlántico y bajo aquel hermoso, sin igual cielo que cubre con manto de azul y plata la tierra feráz de Andalucia.
Cruzó, jóven aún, el salado piélago, con rumbo á la poética América, la de los cuentos de oro, y el ancla de su nave mordió las arenas del gran rio argentino, el más hermoso del mundo, cuyas aguas bañan amorosamente las plantas de dos perlas hermanas: Buenos Aires --Montevideo.
Amor le esperaba en la ciudad de Garay y fijó su tienda de peregrino en la tierra argentina contrayendo santas nupcias con la agraciada Manuela Gogínola de la Cuadra, porteña, de la familia distinguidísima que nos diera como legado maldito un bárbaro tirano!
Cautivo en los dulces lazos de aquel cariño, que doña Manuela amaba como amar saben las porteñas, con alma y corazon; gozó el hispano años hermosos de tranquila vida hasta que á Dios plugo llamarle á juicio.
Fructuoso como feliz fué aquel matrimonio viendo retoñar al calor del hogar y bajo el paterno techo, hermosos vástagos que convirtiéronse despues en hombres útiles y buenos.
Recibieron todos el agua del bautismo cristiano en la actual iglesia de San Ignacio; y corridos los primeros años cuatro de ellos tomaron camino de Córdoba en busca del pan del alma que con mano pródiga repartian doctos varones en el aula de la vieja Universidad que fundáran bajo los auspicios de un muerto ilustre, frai Fernando Trejo de Sanabria, los padres de la Compañia de Jesús, en los tiempos del tercer Felipe.
Uno de ellos, Francisco Enriqués Peña, casó con la cordobesa Maria de los Angeles Velez, y fruto fué de su union Don José María Enriqués Peña y Velez á quien con harta justicia apellidaria "El Mártir", que lo fué por su amor á la pátria y á su libertad.
Como su padre, el niño Peña cursó sus estudios en la Universidad de Córdoba, ménos antigüa pero no ménos importante que la de San Marcos de Lima.
No era, empero, en la época á que nos referimos, aquel Colejio Máximo que dió á la gloria literaria talentos como el del santiagueño Juarez, el riojano Camaño y el santafecino Iturri; los tiempos y la institucion habian cambiado, comenzando su transformacion en 1767 en que el Mayor Fabro, obedeciendo á Bucarelli, desalojára de los claustros yá históricos á los relijiosos que les daban vida y especial carácter, siendo reemplazados por los Franciscanos que tambien dejaron apellidos dignos del recuerdo póstumo: Barsola, Barrientos, Parra y otros.
Los tiempos, digo, habian cambiado: algo más que de teolojía se hablaba en aquella mansion de imperturbada paz y reposo sometida á las reglas invariables de un escolasticismo rudo; algo que tocaba más directamente al corazon y heria al alma, se oia en aquellos pesados, lóbregos, interminables claustros; algo que salvando la valla de sus imponentes muros y desparramándose por el interior calentaba cerebros y hacia latir corazones jóvenes; algo que venia de afuera, de las rejiones del pampero, y que como sus vientos se habia introducido por los resquicios de la colonial escuela.
Era una idea nueva y un sentimiento nuevo: era un sentimiento y una idea que modulada por el lábio, aún inocente y puro de aquellos niños estudiantes, reventaba en una palabra cuyo éco gigante repercutia en la bóveda pesada; y convertida en lampo de luz radiaba sus esplendores por el ambiente lóbrego del claustro: una palabra que lo dice todo: Pátria!
Era el despertamiento del alma argentina que conmoveria al mundo americano y le arrancaria del caos de absolutismo y tirania en que estaba sumerjido; que iniciaría sus primeros espasmos con Tupac-- Amarú, tomaria nérvio en la plaza de la Victoria de Buenos Aires y concluiría con el último cañonazo de Ayacucho.
Aquel chispazo eléctrico que sacudió con potente estremecimiento la tierra de San Martin y de Belgrano desde el Desaguadero á las rejiones heladas del Cabo de Hornos, descargó en el corazon de los estudiantes de Córdoba que abandonaron libros y antigüos mamotretos para empuñar el fusil de los libertadores.
El sentimiento revolucionario que fermentaba en el seno del pueblo estalló el 25 de Mayo de 1810 con tan irresistible potencia que pulverizó en pocos instantes el poderio español en el Plata y esparciéndose hasta el lejano Quito quebró allí las cadenas de hombres esclavos que tenian alma de hombres libres.
Las tropas patricias partieron de Buenos Aires, llegaron á Córdoba, pasaron y dieron á la historia Cotagaita, Suipacha, Huaquí, Tucuman, Las Piedras y Salta.
Chile se levantó contra el poder español; en 1813 la junta. revolucionaria de aquel pais pidio auxilio al arjentino que nunca fué sordo al clamor de los menesterosos de libertad: el Triunvirato ordenó marchára en su favor una columna de trescientos soldados.
D. Santiago de la Carrera, Gobernador intendente de Córdoba, recibió el mandato de organizarla é hizo resonar á los clarines el toque de llamada en nombre de la Pátria.
El estudiante de la Universidad José Maria Enriqués Peña ocurrió presuroso al cívico llamamiento; con él marchaban, en Junio de 1813, Juan Gregorio de las Heras, José Antonio Alvarez Condarco, José Argüello, Ramon Antonio Deheza, Ramon Aldoy, Ildefonso Marin y Antonio Martel, que algunos llegaron á conquistar las palmas de general y todos desempeñaron servicios distinguidos.
Los voluntarios pasaron á Mendoza. Enriqués Peña marchaba como sub-teniente, carácter en que fué confirmado en 9 de Noviembre de 1813 por los triunviros Posadas, Peña y Larrea.
Corria el mes de Setiembre de aquel año.
La diminuta columna patriota salió de Mendoza en marcha al occidente...
A su frente se levantaban los Andes majestuosos, soberbios, con sus moles colosales, sus picos altísimos cubiertos eternamente de nieve, sus profundas quebradas, sus hondísimos abismos, sus despeñaderos imponentes; grandiosa cadena de montañas cuyo pasaje erizado de mil peligros y dificultades casi insalvables acometería ese puñado de bravos que iban á representar la Pátria Arjentina en campo extranjero peleando por la libertad de los que, ingratos, retribuirian el beneficio con ódio profundo y pretensiones inconfesables.
Aquellos bravos fueron recibidos por los chilenos con los brazos abiertos: la despedida entrañaria toda la amargura del desengaño.
Poco despues la Junta revolucionaria de Chile dispuso trasladarse á Talca y la escoltó la tropa de «Auxiliares Arjentinos».
El coronel D. Márcos Balcarce, nombrado su jefe, llegó á Talca y se recibió del mando el último dia de Octubre de ese año.
El 19 de Noviembre abrieron la campaña.
El 30 de Diciembre el jóven Peña fué ascendido á "sub-teniente abanderado de las compañias sueltas de línea del cuerpo Auxiliar de las Provincias Unidas".
De Quirihue marcharon al Membrillar, sobre la márjen derecha del rio Itata, amenazando á Chillan. Las tropas chileno-arjentinas eran mandadas por el jeneral D. Juan Mackena cuya frente, respetada por las balas españolas, rompió una bala chilena dirijida por Luis Carrera.
Balcarce era su Jefe de Estado Mayor.
Peña, como lo hemos dicho, sub-teniente de bandera.
Acababa de recibir el galon que discerniérale la justicia del gobierno patrio: faltábale bautizarlo con el "óleo de los valientes" como llamó Napoleon el Grande al fuego de las batallas.
En Cucha-Cucha encontró la fuente de su bautismo de sangre; y allí en la vorájine de fuego y plomo de la pelea recojió honra y gloria para su nombre y su nuevo empleo militar.
El 23 de Febrero de 1814 se libró la accion: Las Heras al frente de cien auxiliares dió una brillante carga á la bayoneta, desalojó al enemigo de sus posiciones y conquistó los verdaderos lauros de la jornada.
Cuando los bizarros arjentinos regresaron al campo fortificado de Membrillar las tropas chilenas les aclamaron frenética y expontáneamente inclinándose respetuosas ante la heróica bravura que les admirara.
Peña recibió el escudo con que premiaba poco despues «La Pátria á los valerosos de Cucha-Cucha, auxiliares en Chile» que hoy conserva con relijiosa veneracion su nieta predilecta, la distinguida Señora de Amadeo, como herencia la más preciada que le legára su amado projenitor.
Ese escudo, símbolo de la gratitud de la Pátria al valor y abnegacion de sus buenos hijos, es de paño, por que entónces bastaba á su ambicion tal premio que conceptuaban inapreciable conformándose con el altísimo honor de haberlo conquistado, pues tan pobre de riquezas era la Pátria cómo ricos sus hijos de desinterés y desprendimiento.
Despues de la gloria de Cucha-Cucha les reservaba el destino la de Membrillar.
El 20 de Marzo de 1814 el brioso Gainza que defendia la causa del Rey; atacó los atrincheramientos patriotas: la pelea se mantenía indecisa, ejecutándose por ámbas partes prodijios de valor. Mackena dirijia el combate. De pronto ordena á Balcarce que se arroje fuera de los reductos y cárgue con sus soldados al arma blanca al valeroso adversario.
No era Balcarce de los que esperan la reiteracion de esta clase de órdenes. Toma setenta hombres de la Compañia reclutada en Córdoba y se lanza con ellos á la bayoneta llevándose por delante la columna realista. «Volvió á las trincheras, dice un historiador chileno, trayendo fusiles, sables y muchos otros despojos», y entre ellos, agrega el historiador Lopez, «algunos jirones del estandarte español colgando de la lanza de que lo habian arrancado para salvarlo».
Ambos han olvidado que traia algo más: la victoria y el honor de la jornada, dejando en cambio el ejemplo de como se batían los arjentinos por la libertad chilena y de cómo se derrotaban leones á pecho descubierto y alta la frente.
O'Higgins, una de las más brillantes reputaciones chilenas, reconoció que el esfuerzo de los arjentinos evitó la ruina de las armas de Chile en aquel día.
¡Qué pronto habian de olvidar sus descendientes el beneficio recibido, apesar de tener siempre presente y usufructuar sus resultados: Pátria, libertad, gloria chilena!
Rota de hecho la alianza arjentino-chilena á consecuencia del tratado de Lircay, vergonzoso convenio en que Chile reconocia el vasallaje español, y á que no suscribieron el representante del Plata, Dr. Passo, ni Balcarce, los «Auxiliaras Arjentinos, recibieron órden de retirarse del ejército en campaña y reconcentrarse sobre Santiago por disposicion del dictador Lastra.
Al siguiente dia de su arribo á la capital, estalló en ella una sublevacion militar que llevó al mando supremo del Estado al revoltoso José Miguel Carrera. Muy poco despues los «Auxiliares Arjentinos» los salvadores de Chile en el Membrillar, eran brutalmente expulsados de Santiago por haber permanecido neutrales en las contiendas políticas del pais, cargo que Las Heras contestó inmediatamente con la altura y virilidad que le eran jeniales.
Pero producido el desastre de Rancagua, el caudillo chileno recordó en sus momentos de angustias a Las Heras que se hallaba en Aconcágua, para ordenarle marchase á la costa de San Antonio á fin de prevenir un desembarco del enemigo en ese punto; pero segun Las Heras y sus bravos oficiales con el preconcebido intento de colocarles allí como carne de cañon, mientras Carrera, merced al sacrificio de los arjentinos, seguia su retirada al norte en busca de su salvacion.
Las Heras se puso en marcha, pero en la cuesta de Chacabuco encontró la columnna emigratoria chilena á las Provincias Arjentinas, y todo perdido yá, colocóse noblemente á su retaguardia para salvarla, como lo hizo, de la saña de los perseguidores triunfantes.
Tocóle á Peña el inmarcesible honor de ser de los fundadores del hasta hoy sin par Ejército de los Andes, libertador de Chile y del Perú.
La tropa de "Auxiliares", convertida en Batallon n° 11 de infanteria de línea fué la basa y núcleo de aquel glorioso ejército destinado á inmortalizar su fama en una grandiosa campaña continental.
Peña fué ascendido á teniente segundo el 24 de Diciembre de 1814 por el Director Posadas con destino á la 1ª compañia de aquel cuerpo que Las Heras llevaria bien pronto á la victoria.
Sirvió en él algun tiempo; y disponiendo San Martin la elevacion del batallon á Regimiento, fué Peña separado de la Compañia de Granaderos en que entonces revistaba y pasé con el empleo de ayudante mayor, conferido el 27 de Abril de 1816, al segundo batallon formado en San Juan, que tomó despues la denominacion de "1° de Cazadores" al mando de Alvarado; siendo ascendido por el gran Capitan provisoriamente y en virtud de las facultades que le delegara el Director Supremo del Estado, á la clase de Capitan de la 4ª Compañia en fecha 7 de Enero de 1817, diez días ántes de abrir la gran campaña á través de los Andes.
El gobierno confirmóle en el empleo destinándole á la 5ª compañia el 20 de Enero.
No me detendré á detallarla porque ella es, por suerte, bastante conocida estando su recuerdo profundamente grabado en la mente del pueblo.
El 5 de Enero Peña prestó el juramento sagrado de defender su bandera hasta derramar la última gota de su sangre, como reza la ordenanza.
¡Soldados! les dijo el egrégio caudillo, ésta es la primera bandera independiente que se bendice en América — Viva la Pátria! — Jurad sostenerla muriendo en su defensa como yó lo juro!
Lo juramos, contestó con voz potente aquella masa de leones.
El 17 de Enero de 1817 emprendia el famoso pasaje de los Andes con su ejército, la operacion de guerra mas difícil que ha ejecutado tropa argentina en las innumerables campañas que cuentan sus anales militares.
Para darse cuenta de lo que son los Andes es necesario verlos; no basta descripcion ni pintura, por magnifica que sea, á revelar la verdad de aquella inmensidad de moles colosales, mudos gigantes de granito de blanca. cabellera y vestidura multicolor, indefinible, cuya presencia obliga al hombre á inclinar la frente ante la potencia y majestad de Dios que los formó.
Los Andes!
Yo comprendí y admiré á San Martin cuando, á la sombra de la bandera patria y vistíendo el uniforme del soldado argentino, escalé, persiguiendo al indio que en ellas tenia su guarida, las cumbres casi inacesibles de sus montañas, recorrí sus valles lujuriosos, ascendí sus laderas escarpadas, escuché el rumor salvaje y potente de sus torrentes, mire sin ver en el antro de sus abismos profundos, atravezé sus rios, crucé sus montes abriéndome paso con el sable por los enmarañados breñales, y contemplé deslumbrado el fuego de sus volcanes eternamente encendidos como una antorcha colosal: y todo lo contemplé grande, inmenso, magestuoso, menos yo, que me ví pigmeo ante tanta, estupenda magnitud!
Y vencida la naturaleza por el esfuerzo y patriotismo de aquellos varones, restábales aun vencer al leon que, preparada la rampante garra, esperábales avisado al combate en la Cuesta de Chacabuco.
Grande fué el triunfo y disputado por el brioso enemigo que "fué pasado á bayonetazos" dice San Martin en el parte de la batalla, por los bravos del 1° de Cazadores.
Peña obtuvo la medalla de plata de Chacabuco cuyo diploma, extendido en el cuartel general de Santiago de Chile, lleva la firma de San Martin y la del general Miguel Brayer que vino á empequeñecer en América la distinguida fama que obtuviera en Europa.
San Martin llegó al teatro da la guerra y dispuso su plan de campaña.
Peña continuó en el ejército de operaciones y fué de los que compartieron la amarga pena de Cancha Rayada; de aquella
que cantára con éco sonoro la lira de Olegario Andrade.
El ejército argentino fué en aquella noche, segun la espresion de su gran capitan, "dispersado sin ser batido".
El batallon de Cazadores sufrió veintiuna baja; y salvó del desastre casi intacto merced á la serenidad de su gefe y oficiales.
Allí se batió el N° 1, que formaba la segunda línea con el 7° de los Andes y 2° de Chile, con denuedo admirable.
Salvó el honor de las armas y fué, segun el ilustre historiador de San Martin, el coronel Alvarado el que tuvo la inspiracion del momento manióbrando con acertada firmeza en medio de la horrenda confusion y ejecutando una de las operaciones más atrevidas en esa noche de funestos recuerdos.
Esperábales la gran revancha.
De la noche del 19 de Marzo á la tarde del 5 de Abril solo diez y siete dias corrieron y entre una y otra cupo la enorme diferencia de la derrota momentánea á la victoria final.
En Maipú y en aquel dia, 5 de Abril de 1818, volvieron y chocar libres y opresores, derrotados y victoriosos: la fortuna estuvo del lado de aquellos en ese momento supremo, que la justicia les acompañó siempre.
.... "Reguero de laureles!
" Solo una vez el sol de su bandera
" Palideció con fúnebre desmayo:
" Aquella ingrata noche de la historia,
" Que cruzó como nube pasajera
" Barrida por cien ráfagas de gloria.
" Para borrar sus sombras encendimos
" Con corazas y yelmos y cañones,
" En el llano de Maipú inmensa hoguera
" A cuya luz brotaron dos naciones!
El batallon 1° de Cazadores formaba en el segundo cuerpo de ejército cuyo mando ejercía Alvarado.
Fué Maipú una de las mas reñidas batallas de la guerra de la independencia y ella comportó á España la perdida definitiva del Reino de Chile.
Realistas y patriotas batiéronse allí con heróico empeño; los combatientes fueron dignos los unos de los otros.
Sabido es que el 1° de Cazadores fué casi destruido; haciendo en sus filas hondo estrago la metralla española.
Peña cayó en el campo regándolo con su sangre generosa derramada en holocausto á la libertad chilena!
Mas dichosos que él fueron los compañeros en el sacrificio y la gloria que cayeron allí para no levantarse mas!
En lo mas rudo de la batalla nuestro bravo Capitan recibió un balazo en el cuello y quedó tendido, desangrando, sin auxilio alguno de sus compañeros porque el General en Gefe habia ordenado, para aprovechar todas las fuerzas, que no se atendiera, á los que cayeran durante la pelea.
La bala, que hirió las partes blandas, lesionó probablemente en su trayectoria alguno de los diversos nérvios y músculos que las constituyen y comenzó desde entónces á sufrir un debilitamiento progresivo de la vision, que tendria resultado fatal.
Maipú fué de resultados políticos y militares positivos: fué la batalla modelo de la guerra de la independencia y la que quebró el poderío español en América.
El gobierno arjentino premió á los vencedores acordándoles un cordon de honor de oro para los jenerales, de oro con cabetes de plata para los jefes, de plata para los oficiales, de seda blanca y celeste con cabetes de metal para los sarjentos y de lana para los soldados. El diploma correspondiente al de Peña en atencion "al mérito especial" que coüntrajo en aquella funcion de guerra, lleva la fecha de 16 de Enero de 1819 y la firma de Rondeau, Director del Estado.
La gratitud chilena colgó del peto, de su casaca de cazador una medalla de plata decretada en 10 de Mayo de 1818 y entregada en Diciembre del mismo año "á los dignos defensores de la Pátria en aquella célebre funcion" segun reza el respectivo diploma firmado por el benemérito chileno que á la sazon dirijia los destinos del Estado.
Y el gran Capitan de América, el insigne vencedor de Chacabuco y Maipú, envióle al lecho en que su herida le tenía postrado los despachos provisorios de Sarjento Mayor graduado de infantería, extendidos en el Cuartel Jeneral de Santiago de Chile á 12 de Abril de aquel año y que fueron confirmados por el Director arjentino con fecha 13 de Mayo y antigüedad de 15 de Abril.
Como lo hemos dicho ántes á consecuencia de la herida recibida el Mayor Peña comenzó á sentir debilitado el órgano de la vista, debilidad que fué en aumento hasta pasar la vision de la penumbra vaga á las tinieblas, las eternas tinieblas de la ceguera tanto mas horribles cuanto producen la noche sin fin en médio á los háces fulgurantes del rey de los astros que son, cuando envuelven en sus radiaciones á la tierra, luz, calor, vida!
Quedó inútil, inválido para el servicio de la Pátria, y llegó el momento en que la fatalidad de su síno impuso su separacion de las filas heróicas:
"Don José de San Martin, Capitan Jeneral de Provincia y en Jefe del Ejército Libertador del Perú, Grande Oficial de la Legión de Mérito de Chile, etc: Por cuanto atendiendo á los méritos y servicios del Sarjento Mayor graduado del batallon n° 1 de los Andes D. José María Enriques Peña, y en virtud de las facultades que me están concedidas hé venido á nombrarle Sarjento Mayor efectivo hasta que el Gobierno Central que se erija en la Capital de Buenos Aires le dé los despachos orijinales; y en virtud de hallarse inútil para el servicio de las armas por faltarle enteramente la vista su licencia absoluta con goce de fuero y uso de uniforme —Cuartel Jeneral en Santiago de Chile, á 3 de Mayo de 1820.
El Jeneral Don Martin Rodriguez Gobernador y Capitan Jeneral de la Provincia de Buenos Aires, confirmóle en su empleo en 15 de Octubre de 1821, y á petición del interesado se le confirió el retiro con agregación á la plaza en la misma fecha.
Volvió á la Pátria tras años despues de abandonarla en cumplimiento de una altísima misión; libertar á costa de su sangre á un pueblo hermano, que consiguieron con abnegado, jeneroso sacrificio; volvió á la Pátria por el mismo camino que llevara, nó yá al son de tambores y cornetas guerreras, sinó acompañado por el triste, melancólico susurrar de la brisas andinas entre los breñales ó las anfractuosidades pétreas de la cordillera; volvió por el mismo camino que llevára al emprender la jigantezca empresa de que fué colaborador y en la que fué mártir, pero ¡ay! regresaba sin luz en los ojos y sin luz en el alma magüer que la gloria quebrára sus rayos luminosos en su frente despejada y altiva.
Todo para él era igual yá: su vida no tendria dias, color ni luz, porque le envolvia en su manto sin estrellas la eterna, perdurable, tenebrosa noche de la ceguera.
Yá no le era dado contemplar, y extasiarse contemplándolos, los colores de aquella bandera que habia seguido á través de las más altas montañas del globo y que había sostenido en médio del fuego, de la muerte y del estrago de batallas dadas en nombre de la libertad humana en contra de la tiranía feral del hombre sobre el hombre; yá no podía recrear la vista, que le abandonára por siempre, en el imponente, salvaje espectáculo de la naturaleza andina, rica de galas, exhuberante de colores, de magestuosa, colosal grandeza; para él no existian yá aquellas montañas abruptas, de rápidas y riscosas laderas, cuya cima había hollado en representacion y defensa del derecho americano y cuya memoria inmortalizára con su atrevido paso aquel gigante de la historia que naciera á la sombra de los bosques umbrios de "Yapeyú"; para él no existia el fuego rojizo de sus volcanes qué alumbrára en la oscuridad de la noche las fragosidades de innumerables desfiladeros como antorcha colosal encendida por la mano de Dios para iluminar el camino de los libres; para él habia perdido su alba blancura aquella nieve eterna que diera un color á su bandera y que era ménos helada que el corazon de los tiranos que habia ido á combatir y vencido en combates homéricos; para él no tenia vuelos magestuosos el águila ni el cóndor y habian desaparecido las inmensas, dilatadas llanuras, anchas como mar, de la Pátria Argentina que cruzára antes al compás bélico de los atambores y clarines de la guerrera tropa; para él la gran ciudad que baña el Plata no tenia, monumentos, ni calles, ni plazas; su esposa, la compañera inseparable de sus horas, no tendría alegrías en el rostro, sus hijos sonrisas en el lábio inocente, sus tiernos nietos de cabellos de oro, rizos sedosos en la anjelical cabecita cuyo contorno no podía distinguir...
Todo era tétrico alrededor del bravo soldado de los Andes, del valeroso luchador en Cucha-Cucha, Membrillar, Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú: todo era tétrico como que llenaba su alma la sombría fatalidad de la desgracia irreparable y cubría sus ojos el velo de la ceguera sin remédio.
Así fué de eterna aquella noche de su vida, vida sin luz, sin sol, sin esperanzas, que si algo endulzaba era el recuerdo de un pasado glorioso, la satisfacción de haber cumplido el deber del civismo, y la ternura anjelical de los vástagos que le rodeaban con su amor y le alentaban con sus caricias infantiles.
Cuarenta años pasaron desde que el fuego de Maipú encegueció al soldado de los Andes hasta que la muerte arrancóle el último aliento de vitalidad, cuarenta años parecidos á cuarenta siglos de sufrimiento con que la suerte compensára su amor á la Pátria, su generosa pasión por la libertad.
Dióle ésta aliento para sobrellevar el tremendo peso de su desgracia; y tan arraigados en su corazon era sus sentimientos patricios que duráron latentes siempre, lo que su vida.
El 1° de Octubre de 1860 entregó su espíritu al Supremo Hacedor pasando de la vida de las tinieblas á las tinieblas de la muerte, al descanso del cuerpo y del alma, y á la inmortalidad de la historia.
El hogar paterno quedaba huérfano del amor de aquel viejo abuelito que tenía para sus nietos sombras en los ojos y luz en el alma; que tenía amor para la Pátria y para los suyos y cuya vida era ejemplo constante de cristiana resignación de virtudes que eran enseñanza provechosa para los vástagos á que había dado existencia ese tronco carcomido yá por el dolor y los años...
Libre la Pátria, inútil él para servirla, concentró todo lo que le quedaba del naufrajio de su vida, alma y corazon, en el hogar que calentaba con sus tiernos afectos y que abrigaba á aquellos anjelitos de ojos azules y cabellos de oro, cuya felicidad era su postrer aspiración, cuya existencia era su más preciada corona de abuelo, y á quienes legó la sublime pasión, el entrañable amor á la tierra á que sacrificára todo y que hoy guarda sus despojos con cariño de madre.
¡Qué hermosa, tierna y melancólica escena la que iluminaba con rayos de gloria aquella humilde mansión de soldado en los dias legendarios de la Pátria!
Abrazaban ámorosamente la tierra arjentina, bañandola de luz, los rayos primeros del sol del 25 de Mayo, y el anciano guerrero, conducido de la mano por su nieta predilecta, se sentía renacer al sentir su calor en la frente coronada de cabellos blancos, y su alma se elevaba á las alturas como en nube de sacro incienso envuelta en los arpéjios celestiales de una voz de niña que entonaba las estrofas vibrantes da nuestra inspirada canción nacional!
Era la voz de su nieta más querida aquella que exaltaba el alma del viejo guerrero, del anciano abuelito, evocando recuerdos de otros días, de otros tiempos de gloria que pasaron tal vez para nó volver! Era la voz tierna como un arrullo, diáfana como el cielo de la Pátria, sentida como la plegaria de la virgen, de la que hoy, noble matrona, es la joya más preciada de un hogar en que todo es plácido, y conserva en la memoria, con religioso respeto, el recuerdo inolvidable del "Ciego de Maipú".
Buenos Aires, Enero 1° de 1895.