El clarín de la selva
RASGANDO la tiniebla ya colora
En el Oriente, imperceptible, escasa,
Como cendal de transparente gasa,
La tibia luz de la risueña aurora.
Y apena el viento, que al follage orea,
Comienza fresco á susurrar sonoro,
Y presta al dulce matutino coro
El ave entre las ramas se menea;
Apenas el arroyo cristalino
Murmura entre las guijas mansamente,
Allá, sobre las rocas del torrente
Se escucha un canto de placer divino.
Un arpegio sonoro, melodioso,
Como el del arpa del querub alado,
Grato como la voz del sér amado
Que infunde al alma halagador reposo.
¿De quién es esa voz, cuya armonía
Fué la primera que rasgó los vientos
Por saludar con mágicos acentos
La nueva luz del esplendente día?
¡Ah! tú turbaste el funeral sosiego,
Tú anunciaste el consuelo matutino,
Y al escuchar tu cántico divino
Todas las aves te siguieron luego.
El clarín de la selva! ¡Cuán hermoso
Se ostenta allá sobre escarpada cumbre,
Para gozar de la primera lumbre
Que presta al orbe Febo luminoso!
Al contemplarlo en el pintado Oriente
Derramando su luz á lo creado,
Mezcla el cantor su acento regalado
Con el bramido del veloz torrente.
Desde el raudal de reluciante plata,
Rasgando el velo de la espesa bruma,
Rápido vuela por besar la espuma
Del fondo de la horrible catarata.
Y sus livianas alas humedece
En la ola que pasa murmurando,
Y luego alegre en el ciprés cantando
En las ramas meciéndose aparece.
Canta, pájaro errante, en la espesura,
Que al escucharte el triste peregrino
En la mitad de su árido camino,
Tregua darás tal vez á su amargura.
Canta porque á tu dulce melodía
El corazón de padecer cansado,
De súbito se siente enagenado
En alas de la férvida poesía.
¡Ah! tú tal vez cuando naciera el mundo
Al soplo del Eterno, de improviso
En medio del ameno paraíso,
Lanzaste un canto de placer profundo.
Y con el alma noble estremecida
Tal vez Adán al contemplarte atento,
Elevó su mirada al firmamento
Para ensalzar al que te diera vida.
Tu acento celestial, cantor silvestre,
Infunde al alma bienestar sabroso,
Ya en el seno del soto pavoroso,
O ya en la grata soledad campestre.
Lenitivo de férvidas pasiones,
Bálsamo del dolor, almo consuelo;
¡Cuántas veces cesó bárbaro anhelo
De tu voz al sonar las vibraciones!
Tal vez el criminal en la espesura,
Acechando á la víctima inocente,
El brazo ha suspendido de repente
Al escuchar tu angélica dulzura.
Sí; la voz de las aves candenciosa
Es eco de la música del cielo.
Que Dios enviara á nuestro triste suelo
Para alivio del alma congojosa.
Canta, pájaro hermoso, revolando
En el confín del apartado monte,
O rápido atraviesa el horizonte
Siempre tu dulce grito levantando.
Escúchete doquiera en mi camino;
Que si me agobia torcedor secreto,
O he de vivir en mi pesar sujeto
Al capricho de bárbaro destino.
Si alguna vez la negra desventura,
O el falso alhago de mujer traidora,
Mi apasionado corazón devora
Y vierte en mi existencia la amargura;
Llegando á mí tu armónico concento,
Salvaje morador del soto umbrío,
Dilataráse entonce el pecho mío,
De blanda paz al delicioso aliento.
¡Oh! plegué á Dios que cuando dura suerte
Me marque el hasta aquí de mi camino,
Escuche yo tu cántico divino
Entre los brazos de la horrible muerte!