El clavo/XI
- XI -
Fatalidad
Fatalidad
Al día siguiente fui a visitar a mi nueva amiga a la Fonda de los Siete Suelos de la Alhambra.
La encantadora Mercedes me trató como a un amigo íntimo, y me invitó a pasear con ella por aquel edén de la Naturaleza y templo del arte, y a acompañarla luego a comer.
De muchas cosas hablamos durante las seis horas que estuvimos juntos; y, como el tema a que siempre volvíamos era el de los desengaños amorosos, hube de contarle la historia de los amores de mi amigo Zarco.
Ella la oyó muy atentamente, y, cuando terminé; se echó a reír, y me dijo:
-Señor don Felipe, sírvale a usted eso de lección para no enamorarse nunca de mujeres a quienes no conozca...
-No vaya usted a creer -respondí con viveza- que he inventado esa historia, o se la he referido, porque me figure que todas las damas misteriosas que se encuentra uno en viaje son como la que engañó a mi condiscípulo...
-Muchas gracias... pero no siga usted -replicó, levantándose de pronto-. ¿Quién duda de que en la Fonda de los Siete Suelos de Granada pueden alojarse mujeres que en nada se parezcan a esa que tan fácilmente se enamoró de su amigo de usted en la fonda de Sevilla? En cuanto a mí, no hay riesgo de que me enamore de nadie, puesto que nunca hablo tres veces con un mismo hombre...
-¡Señora! ¡Eso es decirme que no vuelva!...
-No: esto es anunciar a usted que mañana, al ser de día, me marcharé de Granada, y que probablemente no volveremos a vernos nunca.
-¡Nunca! Lo mismo me dijo usted en Málaga, después de nuestro famoso viaje...; y, sin embargo, nos hemos visto de nuevo...
-En fin: dejemos libre el campo a la fatalidad. Por mi parte, repito que ésta es nuestra despedida... eterna...
Dichas tan solemnes palabras, Mercedes me alargó la mano y me hizo un profundo saludo.
Yo me alejé vivamente conmovido, no sólo por las frías y desdeñosas frases con que aquella mujer había vuelto a descartarme de su vida (como cuando nos separamos en Málaga), sino ante el incurable dolor que vi pintarse en su rostro, mientras que procuraba sonreírse, al decirme adiós por última vez...
¡Por última vez!... ¡Ay! ¡Ojalá hubiera sido la última!
Pero la fatalidad lo tenía dispuesto de otro modo.