El conde Dirlos
Apariencia
Estábase el conde Dirlos, sobrino de don Beltrane, asentado en las sus tierras, deleitándose en cazare, cuando le vinieron cartas de Carlos el imperante. De las cartas placer hubo, de las palabras pesare, que lo que las cartas dicen a el parece male. -Rogar os quiero, sobrino, el buen francés naturale, lleguéis vuestros caballeros, los que comen vuestro pane; darles heis doblado sueldo del que les soledes dare, dobles armas y caballos, que bien menester lo hane; darles heis el campo franco de todo lo que ganaren; partiros heis a los reinos del rey moro Aliarde. Deseximiento me ha dado a mí y a los doce Pares; grande mengua me sería si todos se hobiesen de andare. No veo caballero en Francia que mejor pueda emviare, sino a vos, el conde Dirlos, esforzado en peleare. El conde que esto oyo, tomó tristeza y pesare, no por temor de los moros ni miedo de peleare, mas tiene mujer hermosa, mochacha de poca edade; tres años anduvo en armas para con ella casare, y el año no era complido, della lo mandan apartare. De que esto él pensaba, tomó dello gran pesare; triste estaba y pensativo, no cesa de sospirare. Despide los falconeros, monteros manda pagare, despide todos aquellos con quien solía deleitarse; no burla con la condesa como solía burlare; mas muy triste y pensativo siempre le veían andare. La condesa, que esto vido, llorando empezó de hablare: -¡Triste estades vos, el conde!, ¡triste, lleno de pesare de esta tan triste partida para mí de tanto male! Partir vos queréis, el conde, a los reynos de Aliarde; dejáisme en tierras ajenas sola y sin quien me acompañe. ¿Cuántos años, el buen conde, hazéis cuenta de tardare? Y volverme he a las tierras, a las tierras de mi padre, vestirme he de un paño negro, ese será mi llevare; maldiré mi hermosura, maldire mi mocedade, maldire aquel triste día que con vos quise casare. Mas si vos queredes, conde, yo con vos querría andare; mas quiero perder la vida, que sin vos della gozare. El conde desque esto oyera, empezola de mirare; con una voz amorosa presto tal respuesta hace: -No lloredes vos, condesa, de mi partida no hayáis pesare; no quedáis en tierra ajena, sino en vuestra a vuestro mandare, que antes que yo me parta todo vos lo quiero dare. Podéis vender qualquier villa y empeñar cualquier ciudade, como principal heredera, que nada os pueden quitare. Quedaréis encomendada a mi tío don Beltrane y a mi primo Gayferos, señor de París la grande; quedaréis encomendada a Oliveros y a Roldane, al Emperador, y a los doce que a una mesa comen pane. Porque los reinos son lejos del rey moro Aliarde; que son cerca de la Casa Santa, allende del nuestro mare. Siete años, la condesa, todos siete me esperade, si a los ocho no viniere, a los nueue vos casade; seréis de veinte siete años, que es la mejor edade. El que con vos casare, señora, mis tierras tome en ajuare; gozará mujer hermosa, rica y de gran linaje. Bien es verdad, la condesa, que comigo os querría llevare; mas yo voy para batallas y no cierto para holgare. Caballero que va en armas, de mujer no debe curare, porque con el bien que os quiere la honrra habría de olvidare. Mas aparejad, condesa, mandad vos aparejare, iréis comigo a las cortes, a París esa ciudade. Toquen, toquen mis trompetas, manden luego cabalgare. Ya se partía el buen conde, la condesa otro que tale; la vuelta van de París apriesa no de vagare. Cuando son a una jornada de París esa ciudade, el emperador que lo supo a recebir se los sale. Con él sale Oliveros, con él sale don Roldane, con él Darderín de Ardeña y Urgel de la fuerza grande; con él salía Guarinos, almirante de la mare; con él sale el esforzado Renaldos de Montalvane; con él van todos los doce que a una mesa comen pane, sino el infante Gaiferos y el buen conde don Beltrane, que salieron tres jornadas más que todos adelante. No quiso el emperador que hubiesen de aposentare, sino en sus reales palacios posada les mando dare. Luego empiezan su partida apriesa y no de vagare. Dale diez mil caballeros de Francia más principales, y con otra mucha gente, gran ejército reale. El sueldo les paga junto por siete años y mase. Ya tomadas buenas armas, caballos otro que tale, enderezan su partida, empiezan de cabalgare; cuando el buen conde Dirlos ruega mucho al emperante que él y todos los doce se quisiesen ayuntare. Cuando todos fueron juntos en la gran sala reale, entra el conde y la condesa, mano por mano se vane. Cuando son en medio dellos, el conde empezó de hablare: -A vos lo digo, mi tío, el buen viejo don Beltrane, y a vos, infante Gayferos, y a mi buen primo carnale, y esto delante de todos lo quiero mucho rogare, y al muy alto Emperador, que sepa es mi voluntade, como villas y castillos y ciudades y lugares los dejo a la condesa, que nadie las puede quitare; mas como principal heredera en ellas pueda mandare, en vender cualquiera villa y empeñar cualquier ciudade; de aquello que ella hiciere todos se hayan de agradare. Si por tiempo yo no viniere, vosotros la queráis casare; el marido que ella tome mis tierras hay en ajuare. Y a vos la encomiendo, tío, en lugar de marido y padre; y a vos, mi primo Gayferos, por mi la querays honrare; y encomiéndola a Oliveros, y encomiéndola a Roldane, y encomiéndola a los doce, y a don Carlos el imperante. Y a todos les place mucho de aquello que el conde hace. Ya se parte el buen conde de París, esa ciudade; la condessa que ir lo vido jamás lo quiso dejare hasta orillas de la mar do se había de embarcare. Con ella va don Gayferos, con ella va don Beltrane, con ella va el esforzado Renaldos de Montalvane, sin otros muchos caballeros de Francia más principales. A tan triste despedida el uno del otro hacen, que si el conde iba triste, la condesa mucho mase. Palabras se estan diciendo que era dolor de escuchare; el conorte que se daban era continuo llorare. Con gran dolor manda el conde hacer vela y navegare. Como sin la condesa se vido navegando por la mare, movido de muy gran saña, movido de gran pesare, diciendo que por ningún tiempo de ella lo harán apartare, sacramento tiene hecho sobre un libro misale de jamás volver en Francia, ni en ella comer pane, ni que nunca emviará carta, porque dél no sepan parte. Siempre triste y pensativo, puesto en pensamiento grande, navegando en sus jornadas por la tempestuosa mare, llegado es a los reinos del rey moro Aliarde. Ese gran Soldán de Persia, con poderío muy grande ya les estaba aguardando a las orillas del mare. Cuando vino cerca tierra las naves mandó llegare; con vn esfuerzo esforzado los empieza de esforzare: -¡Oh esforzados caballeros! ¡oh mi compaña leale! ¡acuérdeseos que dejamos nuestra tierra naturale! De ellos dejamos mujeres, de ellos hijos, de ellos padres, solo para ganar honra, y no para ser cobardes. Pues, esforzaos, caballeros, esforzad en peleare; yo llevaré la delantera, y no me queráis dejare. La morisma era tanta, tierra no dejan tomare. El conde que era esforzado y discreto en peleare, manda toda artellería en las sus barcas posare. Con el ingenio que traía empiézales de tirare; los tiros eran tan fuertes, por fuerza hacen lugare. Veréys sacar los caballos, muy apriesa cabalgare; tan fuerte dan en los moros, que tierra les hacen dejare. En tres años que el buen conde entendió en peleare, ganados tiene los reinos del rey moro Aliarde. Con todos sus caballeros parte por iguales partes; tan grande parte da al chico, tanto le da como al grande; sólo él se retraía sin querer algo tomare. Armado de armas blancas y cuentas para rezare, ¡tan triste vida hacía, que no se puede contare! El Soldán le hace tributo, y los reyes de allende el mare: de los tributos que le daban a todos hacía parte. Hace a todos mandamiento, y a los mejores jurare, ninguno sea osado hombre a Francia embiare, y al que cartas embiase luego le hará matare. Quince años el conde estuvo siempre de allende del mare, y no escribió a la condesa, ni a su tío don Beltrane, ni escribió a los doce, ni menos al emperante. Unos creían que era muerto, otros anegado en mare. Las barbas y los cabellos nunca los quiso afeitare, tiénelos hasta la cinta, hasta la cinta y aun mase; la cara mucho quemada del mucho sol y del aire, con el gesto demudado muy feroz y espantable. Los quince años cumplidos, deciséis querían entrare, acostárase en su cama con deseo de holgare. Pensando estaba, pensando la triste vida que hace, pensando en aquel tiempo que solía festejare, cuando justas y torneos por la condesa solía armare. Durmióse con pensamiento, y empezara de holgare, cuando hace un triste sueño para él de gran pesare. Vía estar la condesa en brazos de un infante. Salto diera de la cama con un pensamiento grande, gritando con altas voces, no cesando de hablare: -¡Toquen, toquen mis trompetas, mi gente manden llegare! Pensando que había moros todos llegados se hane. Desque todos son llegados, llorando empezó a hablare: -¡Oh esforzados caballeros! ¡oh mi compaña leale! yo conozco aquel ejemplo que dicen, y es gran verdade, que todo hombre nacido que es de hueso y de carne, el mayor deseo que tenía es en sus tierras holgare. Ya cumplidos son quince años, y en deciséis quiere entrare, que somos en estos reynos y estamos en soledade. Quien tenía mujer hermosa, vieja la debe de hallare; el que dejó hijos pequeños, hallarlos ha hombres grandes; ni el padre conocerá al hijo, ni el hijo menos al padre. Hora es ya, mis caballeros, de ir a Francia a holgare, pues llevamos harta honra y dineros mucho mase. Lleguen, lleguen naves luego, mándolas aparejare, capitanes ordenemos para las tierras guardare. Ya todo es aparejado, ya empiezan a navegare. Cuando todos son llegados a las orillas del mare, llorando el conde de sus ojos les empieza de hablare: -¡Oh esforzados caballeros! ¡oh mi compaña leale! una cosa rogar vos quiero, no me la queráis negare; quien secreto me tuviere, yo le he de galardonare: que todos hagáis juramento sobre un libro misale, que en parte ninguna que sea no me hayáis de nombrare, porque con el gesto que traigo ningunos me conocerane; mas viéndome con tanta gente y ejército reale, si vos demandan quién soy no les digáis la verdade; decid que soy mensajero, que vengo de allende el mare, que voy con una embajada a don Carlos el emperante, porque es hecho un mal suyo, y quiero ver si es verdade. Con l'alegría que llevan de a Francia se tornare, todos hazen sacramento de tenerle puridade. Embárcanse muy alegres, empiezan de navegare; el tiempo tienen muy fresco que placer es de mirare. Allegados son en Francia, en sus tierras naturales. Cuando el conde se vio en tierra, empieza de caminare; no va vuelta de las cortes de Carlos el emperante, mas va vuelta de sus tierras, las que solía mandare. Ya llegado que es a ellas, por ellas empieza de andare. Andando por su camino una villa fue a hallare; llegado se había cerca por con alguno hablare. Alzó los ojos en alto a la puerta del lugare, llorando de los sus ojos comenzara de hablare: -¡Oh esforzados caballeros, de mi duelo habed pesare, armas que mi padre puso mudadas las veo estare! O es casada la condesa, o mis tierras van a male. Allegóse a las puertas con gran enojo y pesare; miró por entre las puertas, gente de armas vido estare. Llamando está uno dellos, el más viejo en antiguedade; de la mano él lo toma y empiézale de hablare: -Por Dios te ruego, el portero, me digas una verdade: ¿de quién son aquestas tierras?, ¿quién las solía mandare? -Pláceme, dijo el portero, de deciros la verdade; ellas eran del conde Dirlos, señor de aqueste lugare, agora son de Celinos, de Celinos el infante. El conde desque esto oyera vuelto se le ha la sangre; con una voz demudada otra vez le fue a hablare: -Por Dios te ruego, hermano, no te quieras enojare, que esto que agora me dices tiempo habrá que te lo pagare. ¿Dime si las heredo Celinos, o si las fue a mercare? ¿o si en el juego de dados él las fuera a ganare, ¿o si las tiene por fuerza, que no las quiere tornare? El portero que esto oyera, presto le fue a hablare: -No las heredó, señor, que no le vienen de linaje, que hermanos tiene el conde, aunque se querían male, y sobrinos tiene muchos que las podían heredare; ni menos las ha mercado, que no las basta a pagare, que Irlos es grande ciudade, y ha muchas villas y lugares. Cartas hizo contrahechas, de que al conde muerto le hane, por casar con la condesa, que era rica y de linaje, y aun ella no se casara cierto a su voluntade, sino por fuerza de Oliveros, y a porfía de Roldane, y a ruego de Carlo Magno, de Francia rey emperante, por casar bien a Celinos y ponerle en buen lugare. Mas el casamiento han hecho con una condición tale, que no allegase a la condesa, ni a ella haya de llegare, mas por él se desposara ese paladín Roldane. Ricas fiestas se hicieron en Irlos esa ciudade; gastos, galas y torneos muchos, de los doce Pares. El conde desque esto oyera, vuelto se le ha la sangre; por mucho que disimula no cesa de sospirare, diciéndole esto: -Hermano, no te enojes de contare: ¿quién fue en aquestas bodas, y quién no quiso estare? -Señor, en ellos fue Oliveros y el emperador y Roldane; fue Belardos y Montesinos y el gran conde don Grimalde y otros muchos caballeros de los de los doce Pares. Pesole mucho a Gayferos, pesó mucho a don Beltrane, y más pesó a don Galbán y al fuerte Meriane. Ya que eran desposados, misa les querían dare, allego un falconero a Carlos el emperante, que venía de aquellas tierras de allá de allende el mare; y dijo que el conde era vivo, y que traía señale. Plugo mucho a la condesa, pesole mucho al infante, porque en las grandes fiestas hubo grande desbarate. Alla traen grandes pleitos en cortes del emperante, por lo cual es vuelta Francia y todos los doce Pares. Ella dice que un año de tiempo pidió antes de desposare, por emviar mensajeros muchos allende la mare; y que si el conde era ya muerto, el casamiento fuese adelante; si era vivo, bien se sabía que ella no podía casare. Por ella responde Gayferos, Gayferos y don Beltrane; por Celinos era Oliveros, Oliveros y Roldane. Creemos que es dada sentencia, o que se quería ahora dare, por que ayer hubimos cartas de Carlos el emperante, que quitemos estas armas, pongamos las naturales, y que guardemos las tierras por el conde don Beltrane; que ninguno de Celinos en ellas no pueda entrare. El conde desque esto oyera, movido de gran pesare, vuelve riendas al caballo, en el lugar no quiso entrare. Mas allá en un verde prado su gente mandó llegare; con una voz muy humilde les empieza de hablare: -¡Oh esforzados caballeros!, ¡oh mi compaña leale! el consejo que os pidiere bueno me lo queráis dare: ¿Si me consejáis que vaya a las cortes del emperante? ¿o que mate a Celinos, a Celinos el infante? ¿Volveremos en allende do podremos bien estare? Caballeros que esto oyeron presto tal respuesta hazen: -¡Calledes, conde, calledes!, ¡conde, no digáis vos tale! No miréis a vuestra gana, mas mirad a don Beltrane y esos buenos caballeros que tanta honra vos hacen. Si vos matáis a Celinos, dirán que fuísteis cobarde; idos, idos a las cortes de Carlos el emperante. Conoceréis quien bien os quiere y quien os quería male. Por bueno que es Celinos, vos sois de tam buen linaje, y tenéis dos tantas tierras y dineros que gastare. Nosotros vos prometemos con sacramento leale, somos diez mil caballeros y franceses naturales, que por vos perder la vida y cuanto tenemos gastare, quitando al Emperador, contra cualquier otro grande. El conde desque esto oyera, respuesta ninguna hace; da de espuelas al caballo, va por el camino adelante; la vuelta va de París como aquel que bien la sabe. Cuando fue a una jornada de las cortes del emperante, otra vez llega a los suyos y les empieza de hablare: -¡Esforzados caballeros!, una cosa os quiero rogare; siempre tomé vuestro consejo, el mío queráis tomare; porque si entro en París con ejército reale, saldra por mí el Emperador con todos los principales. Si no me conoce de vista, conocerme ha en el hablare, y así no sabré de cierto todo mi bien y mi male. El que no tiene dineros, yo le daré que gastare; los unos vuelvan a caza, los otros pasen delante, los otros en derredor pasad en villas y lugares; yo solo con cient caballeros entráreme en la ciudade de noche y escurecido, que nadie sepa mi parte. Vosotros en ocho días podéis poco a poco entrare; hallaréime en los palacios de mi tío don Beltrane; aparejandoos posada y dineros que gastare. Todos fueron muy contentos, pues al conde así le place. La noche era escurecida cerca diez horas o mase, cuando entró el conde Dirlos en París esa ciudade. Derecho va a los palacios de su tío don Beltrane; pero cuando atravesaban por medio de la ciudade, vido asomar tantas hachas, gente de armas mucho mase; por do él pasar había, por allí van a pasare. El conde, cuando los vido, los suyos manda apartare; desque todos son pasados, el postrero fue a llamare: -Por Dios te ruego, escuder, me digas una verdade: ¿Quién son esa gente de armas que agora van por ciudade? El escudero que esto oyera tal respuesta le fue a dare: -Señor, la condesa Dirlos viene del palacio reale sobre un pleito que traía con Oliveros y Roldane. Los que la llevan en medio son Roldán y don Beltrane; aquellos que van postreros, donde tantas lumbres vane, son el infante Gayferos y el fuerte Meriane. El conde de que esto oyera de la ciudad él se sale. Debajo de una espesura para cabe los adarves, diciendo está a los suyos: -No es hora de entrare, que de que sean apeados tornarán a cabalgare. Yo quiero entrar en hora que de mí no sepan parte. Allí están razonando de armas y de hechos grandes hasta que era media noche, los gallos querían cantare, velven rienda a los caballos, y entran en la ciudade. Vuelta van de los palacios del buen conde don Beltrane; antes de llegar a ellos de dos calles y aún mase, tantas cadenas hay puestas que ellos no pueden pasare. Lanzas les ponen a los pechos, no cesando de hablare: -¡Vuelta, vuelta, caballeros, que por aquí no hay pasaje!, que aquí están los palacios del buen conde don Beltrane, enemigo de Oliveros, enemigo de Roldane, enemigo de Belardos y de Celinos el infante. El conde, desque esto oyera, presto tal respuesta hace: -Ruégote, el caballero, que me quieras escuchare. Anda, ve, y dile luego a tu señor don Beltrane, que aquí esta un mensajero que viene de allende el mare. Cartas traigo del conde Dirlos, su buen sobrino carnale. El caballero con placer empieza de aguijare; presto las nuevas le daba al buen conde don Beltrane, el cual ya se acostaba en su cámara reale. Desque tal nueva oyera, tornose a vestir y calzare. Caballeros al derredor trescientos trae por guardarle; hachas muchas encendidas al patín hizo bajare; mandó que al mensajero solo le dejen entrare. Cando fue en el patín con la mucha claridade mirándole está, mirando, viéndole como salvaje. Como el que está espantado a él no se osa llegare; bajito el conde le habla, dándole muchas señales. Conociole don Beltrán entonces en el hablare, y con los brazos abiertos corre para abrazarle; diciéndole está: -¡Sobrino! Sin cesar de sospirare; el Conde le está rogando que nadie de él sepa parte. Envían presto a las plazas, carnecerías otro que tale, para mercarles de cena, la cual mándales aparejare. Manda que a sus caballeros todos los dejen entrare; que les tomen los caballos y los hagan bien pensare. Abren muy grandes estudios, mándanlos aposentare. Allí entra el conde y los suyos, ningún otro dejan entrare, porque no conozcan al conde ni del supiesen parte. Ver heis todos del palacio unos con otros hablare, si es este el conde Dirlos, o quien otro puede estare, según el recibimiento le ha hecho don Beltrane. Oídolo ha la condesa a las vozes que dan grandes; mandó llamar sus doncellas y encomienza de hablare: -¿Qué es aquesto, mis doncellas, no me lo querráis negare, que esta noche tanta gente por el palacio siento andare? Decidme, ¿dó es el señor, el mi tío don Beltrane?, ¿si quizá dentro en mis tierras Roldan ha hecho algún male? Las doncellas que lo oyeran atal respuesta le hacen: -Lo que vos sentís, señora, no son nuevas de pesare, es venido un caballero así propio como salvaje; muchos caballeros con él, ¡gran acatamiento le hacen! ¡muy rica cena le guisa el buen conde don Beltrane! Unos dicen que es mensajero que viene de allende el mare, otros que es el conde Dirlos, nuestro señor naturale. Alla se ha encerrado, que nadie no puede entrare; según ven el aparejo creen todos que es verdade. La condesa, que esto oyera, de la cama fue a saltare; apriesa demanda el vestido, apriesa demanda el calzare, muchas damas y donzellas empiezan de aguijare. A las puertas de los estudios grandes golpes manda dare, llamando a don Beltrane, que dentro la manda entrare; no quería el conde Dirlos que la dejasen entrare. Don Beltran salió a la puerta no cesando de hablare: -¿Qué es esto, señora prima? no tengáis priesa tan grande, que aún no sé bien las nuevas que el mensajero me trae, porque es de tierras ajenas y no le entiendo el lenguaje. Mas la condesa por esto no quiere sino entrare; que mensajero de su marido ella lo quiere honrrare. De la mano la entraba ese conde don Beltrane; desque ella es de dentro, al mensajero empieza a mirare; mas él mirarla no osaba, y no cesa de sospirare; y meneando la cabeza los cabellos ponía a la face. Desque la condesa viera todos callar y no hablare, con una voz muy humilde empieza de razonare: -¡Por Dios vos ruego, mi tío, por Dios vos quiero rogare, pues que este mensajero viene de tan luengas partes, que si no terná dineros, ni tuviere que gastare, decid si nada le falta, no cese de demandare! Pagarle hemos su gente, darle hemos que gastare; pues viene por mi señor, yo no le puedo faltare a él y a todos los suyos, aunque fuesen muchos mase. Estas palabras hablando no cesaba de llorare. Mancilla hubo su marido con amor que tiene grande; pensando de consolarla acordó de la abrazare, y con los brazos abiertos iba para la tomare. La condesa espantada púsose tras don Beltrane; el conde con grandes sospiros comenzole de hablare: -¡No huyades, la condesa, ni os queráis espantare, que yo soy el conde Dirlos, vuestro marido carnale! Estos son aquellos brazos en que solíades holgare. Con las manos se aparta los cabellos de la haze; conociolo la condesa entonces en el hablare; en sus brazos ella se echa, no cesando de llorare: -¿Qué es aquesto, mi señor? ¿quién os hizo ser salvaje? ¡No, no es este aquel gesto que vos teníades antes! Quiten os aquestas armas, otras luego os quieran dare; traigan de aquellos vestidos que solíades llevare. Ya les paraban las mesas, ya les daban a cenare, cuando empezó la condesa a decir esto y a hablare: -¡Cierto parece, señor, que lo hacemos muy male, que el conde está ya en sus tierras y en la su heredade, que no avisemos a aquellos que su honra quieren mirare! No lo digo aún por Gayferos, ni por su hermano Meriane, sino por el esforzado Renaldo de Montalvane. ¡Bien sabedes, señor tío, cuánto se quiso mostrare. siendo siempre con nosotros contra el paladín Roldane! Llaman luego dos caballeros de aquellos más principales, el uno emvían a Gayferos, otro a Renaldos de Montalvane. Apriesa viene Gayferos, apriesa y no de vagare; desque vido la condesa en brazos de aquel salvaje, a ellos él se allega, y empezoles de hablare. Desque el conde lo vido, levantose abrazarle: desque se han conocido, grande acatamiento se hacen. Ya puestas eran las mesas, ya le daban a cenare; la condesa lo servía y estaba siempre delante, en esto llegó Renaldos, Renaldos de Montalvane, y desque el conde lo vido, hubo un placer muy grande. Con una boz amorosa le empezara de hablare: -¡Oh esforzado conde Dirlos, de vuestra venida me place! Aunque agora vuestros pleitos mejor se podrán librare; más si yo fuera creído, fueran fechos antes de vos llegare; o me halláredes a vivo, o al paladín don Roldane. El conde desque esto oyera grandes mercedes le hace, diciendo: -Juramento ha hecho sobre un libro misale de jamás quitar las armas, ni con la condesa holgare, hasta que haya cumplido toda la su voluntade. El concierto que ellos tienen por mejor y naturale, era que en el otro día, se presente al emperante, el conde vaya a palacio por la mano le besare. Toda la noche pasaron descansando, en hablare; y cuando vino el otro día, a la hora de yantare, cabalgara el conde Dirlos, muy leales armas trae, y encima un collar de oro y una ropa rozagante, solo con cient caballeros, que no quiere llevar mase, a la izquierda va Gayferos, a la derecha don Beltrane. Y viénense a los palacios de Carlos el emperante; cuantos grandes allí hallan, acatamiento le hacen por honra de don Gayferos, que era suya la ciudade. Cuando son en la gran sala, hallan allí al emperante asentado a la su mesa, que le daban a yantare. Con él está Oliveros, con él está don Roldane, con el está Valdovinos y Celinos el infante, con él están muchos grandes de Francia la naturale. En entrando por la sala grande reverencia hacen, Y al Emperador saludan los tres juntos a la pare. Desque don Roldane los vido, presto se fue a levantare; apriesa demanda Celinos no cesando de hablare: -Cabalgad presto, Celinos, no estéis más en la ciudade, que quiero perder la vida, si bien miráis las señales, si aquel no es el conde Dirlos, que viene como salvaje; yo quedare por vos, primo, a lo que querrán demandare. Ya cabalgaba Celinos, y sale de la ciudade; con el va gran gente de armas por haberlo de guardare. El conde y don Gayferos lléganse al emperante, la mano besar le quiere y él no se la quiere dare; mas está maravillado, diciendo: -¿Quién podrá estare? El conde, que así lo vido, empezole de hablare: -No se maraville vuestra alteza, que no es de maravillare, que quien dijo que era muerto, mentira dijo y no verdade. Señor, yo soy el conde Dirlos, vuestro servidor leale; mas los malos caballeros siempre presumen el male. Conocídole han todos entonces en el hablare. Levantose el Emperador y empezó de abrazarle, y mandó salir a todos y las puertas bien cerrare. Solo queda Oliveros y el paladín Roldane, el conde Dirlos y Gayferos, y el buen viejo don Beltrane. Asentose el Emperador y a todos manda posare; entonces con voz humilde les empezó de hablare: -Esforzado conde Dirlos, de vuestra venida me place, aunque de vuestro enojo no es de tener pesare, porque no hay cargo ninguno, ni verguenza otro que tale, que si casó la condesa, no cierto a su voluntade, sino a porfía mía y a ruegos de don Roldane, y con tantas condiciones que sería largo de contare; por do siempre ha mostrado teneros amor muy grande. Si ha errado Celinos, hízolo con mocedade, en escrebir que érades muerto, pues que no era verdade. Mas por eso nunca quise a ella dejar tocare, ni menos a los desposorios a el no dejé estare; mas por él fue presentado ese paladín Roldane. Mas la culpa, conde, es vuestra, y a vos os la devéis dare: para ser vos tan discreto, esforzado y de linaje, dejastes mujer hermosa, moza de poca edade; y de vista no la visitaste, de cartas la debíades visitare. Si supiera que a la partida llebábades tal pesare, no os enviara yo, el conde, que otros pudiera emviare; mas por ser buen caballero sólo a vos quise emviare. El conde de que esto oyera, atal respuesta le hace: -¡Calle, calle vuestra alteza!, ¡buen señor, no diga tale!, que no cabe quejar de Celinos por ser de tan poca edade; que con tales caballeros yo no me costumbro honrare. Por él está aquí Oliveros, por él está don Roldane, que son buenos caballeros y los tengo yo por tales. ¡Consentir ellos tal carta! ¡consentir tan gran maldade! ¡o me tenían en poco, o me tienen por cobarde, que sabiendo que era vivo no se lo osaría demandare! Por eso suplico a vuestra alteza campo me quiera otorgare; pues por él, pleito tomaban, pueden el campo aceptare, si quieren uno por uno, o amos juntos a la pare; no perjudicando a los míos, aunque hay hartos de linaje, que a esto y mucho más que esto recaudo bastan a dare. Por que conozcan que sin parientes, amigos no me han de faltare, tomaré al esforzado Renaldos de Montalvane. Don Roldán que esto oyera con gran enojo y pesare, no por lo que el conde dijo, que con razón lo veía estare, mas en nombrarle Reynaldos, vuelto se le ha la sangre, porque los que mal le quieren, cuando le quieren facer pesare, luego le dan por los ojos Renaldos de Montalvane. Movido de muy gran saña, luego habló así don Roldane: -Soy contento, el conde Dirlos, y tomad este mi guante, y agradeced que sois venido tan presto sin más tardare, que a pesar de quien pesara yo los hiciera casare, sacando a don Gayferos, sobrino del emperante. -Calledes, dijo Gayferos, Roldán, no digáis tale; por ser soberbio y descortés mal vos quieren los doce Pares, que otros tan buenos como vos defienden la otra parte, y yo faltar no les puedo, ni dejar pasar lo tale. Aunque mi primo es Celinos, hijo de hermana de madre, bien sabéis que el conde Dirlos es hijo de hermano de padre; y por ser de padre hermano, no le tengo de faltare, ni porque no pase la vuestra, que a todos vantaja queréis llevare. Toma el guante el conde Dirlos y de la sala se sale, tras él guía Gayferos, y tras él va don Beltrane. Triste está el Emperador, haciendo llantos muy grandes, viendo a Francia revuelta y a todos los doce Pares. Desque Renaldos lo supo, hubo dello placer grande; decía al conde palabras, mostrándole voluntade: -Esforçado conde Dirlos, lo que habéis hecho me place, y muy mucho más del campo contra Oliveros y Roldane. Una cosa rogar quiero, no me la queráis negare; pues no es principal Oliveros, ni menos es don Roldane, sin perjudicar vuestra honra con cualquier podéis peleare; tomad vos a Oliveros y dejadme a don Roldane. -Pláceme, dijo el conde, Renaldos, pues a vos place. Desque supieron las nuevas los grandes y principales que es venido el conde Dirlos y que está ya en la ciudade, veréis parientes y amigos que grandes fiestas le hacen. Los que a Roldán mal quieren, al conde Dirlos hacen parte, por lo cual toda la Francia en armas veréis estare. Mas si los doce quisieran, bien los podían paciguare; mas ninguno por paz se pone, todos hacen parcialidade, sino el arzobispo Turpín, que es de Francia cardenale; sobrino del Emperador, en esfuezço principale, que sólo aquel se ponía si los podía apaciguare; mas ellos escuchar no quieren, tanto se han mala voluntade. Veréis ir dueñas, donzellas a unos y a otros rogare; ni por ruegos ni por cosas no los pueden apaciguare. muestra má saña que todos el esforzado Meriane, hermano del conde Dirlos y hermano de Durandarte, aunque por diferencias no se solían hablare, de que sabe lo que ha dicho en el palacio reale que si el conde más tardara el casamiento hiciera pasare a pesar de todos ellos y a pesar de don Beltrane. Por esto cartas envía con palabras de pesare, que aquello que él ha dicho no le basta hacer verdade, que aunque el conde no viniera había quien lo demandare. El Emperador que lo supo, muy grandes llantos hace; por perdida dan a Francia y a toda la cristiandade; dicen que alguna de las partes con moros se irá ayuntare. Triste iba y pensativo, no cesando el sospirare, mas los buenos consejeros aprovechan a la necesidade. Consejan al Emperador para remedio tomare, mande tocar las trompetas y a todos mande juntare, y al que luego no viniere, por traidor lo mande dare; que le quitará las tierras y mandará desterrare. Mas todos son muy leales, todos juntados se hane. El Emperador en medio dellos, llorando, empezó de hablare: -¡Esforzados caballeros! ¡oh primos míos carnales! Entre vosotros no hay diferencia, vosotros las queréis buscare todos sois muy esforzados, todos primos, de linaje; acuérdeseos de morire y que a Dios hacéis pesare, no sólo en perder a vosotros, mas a toda la cristiandade. rogar os quiero una cosa, y no os queráis enojare; que sin mis leyes de Francia, campo no se puede dare. De tal campo no soy contento, ni a mi cierto me place, porque yo no veo causa porque lo haya de dare, ni hay verguenza ni injuria que a ninguno se pueda dare, ni al conde han enojado Oliveros ni Roldane, ni el conde a ellos menos porque se hayan de matare, de ayudar a sus amigos ya es la usanza tale. Si Celinos ha errado con amor y mocedade, no ha tocado a la condesa, no ha hecho tanto male que dello merezca muerte, ni se la deben de dare. Ya sabemos que el conde Dirlos es esforzado y de linaje, y de los grandes señores que en Francia comen pane, que quien enojara a él él le basta a enojare, aunque fuese el mejor caballero que en el mundo se hallare. Mas porque sea escarmiento a otros hombres de linaje, que ninguno sea osado, ni pueda hacer otro tale, si estimara su honrr en esto no osara entrare, que mengüemos a Celinos por villano y no de linaje, que en el número de los doce no se haya de contare, ni cuando el conde fuere en cortes Celinos no pueda estare, ni do fuere la condesa el no pueda habitare. Y esta honra, el conde Dirlos, para siempre os la darane. Don Roldán cuando esto oyera, presto tal respuesta hace: -Mas quiero perder la vida, que tal haya de pasare. El conde Dirlos que lo oyera, presto se fue a levantare, y con una voz muy alta empezara de fablare: -Pues requiéroos, don Roldán, por mí y el de Montalvane, que de hoy en los tres días en campo hayáis de estare; si no, a vos y a Oliveros, dar os hemos por cobardes. -Pláceme, dijo Roldán, y aun si quisiéredes antes. Veréis llantos en palacio que al cielo quieren llegare, dueñas y grandes señoras, casadas y por casare, a pies de maridos e hijos las veréis arrodillare. Gayferos fue el primero que a mancilla de su madre, asimesmo don Beltrán de su hermana carnale, don Roldán de la su esposa, que tan tristes llantos hace. Tíranse entonces todos, y vanse a aposentare, los valedores hablando a voz alta y sin parare: -Mejor es, buenos caballeros, a todos apaciguare; pues no hay cargo ninguno, que todo se haya de dejare. Entonces dijo Roldán que es contento y que le place, con aquesta condición, y esto se quiere otorgare: que Celinos es mochacho de quince años y no mase, y no es para las armas ni aun para peleare, que hasta veinte y cinco años, y hasta en aquella edade, que en número de los doce no se haya de contare, ni en la mesa redonda menos pueda comer pane, do fuere el conde y la condesa Celinos no pueda estare; cuando fuere de veinte años o puesto en mejor edade, si estimare la su honra, que lo pueda demandare, y que entonces por las armas todos defiendan su parte, porque no diga Celinos que era de menor edade. Todos fueron muy contentos, y a ambas partes les place. Entonces el Emperador a todos los hace abrazare; todos quedan muy contentos, todos quedan muy iguales. Otro día el Emperador muy real sala les hace; a damas y caballeros convídalos a yantare. El conde se afeita las barbas, los cabellos otro que tale, la condesa en las fiestas sale muy rica y triunfante. Los mestresalas que servían de parte del emperante, el uno es don Roldán, y el otro el de Montalvane, por dar más avinenteza que hubiesen de hablare. Cuando hubieron yantado, antes de bailar ni danzare, se levantó el conde Dirlos delante todos los grandes, y al Emperador entregó de las villas y lugares las llaves y lo ganado del rey moro Aliarde; por lo cual el Emperador dello le da muy gran parte, y él a sus caballeros grandes mercedes les hace. Los doce tenían en mucho la gran victoria que trae. De allí quedo con gran honrra y mayor prosperidade.