El corsario:I
Apariencia
Nessun maggior dolore
Che ricordarsi del tempo felice
Nella miseria.
«Del negro abismo de la mar profunda sobre las pardas ondas turbulentas, son nuestros pensamientos como él, grandes; es nuestro corazón libre, cual ellas. Do blanda brisa halagadora expire, do gruesas olas espumando inquietas su furor quiebren en inmóvil roca, hed nuestro hogar y nuestro imperio. En esa no medida extensión, de playa a playa, todo se humilla a nuestra roja enseña. Lo mismo que en la lucha en el reposo agitada y feliz nuestra existencia, hoy en el riesgo, en el festín mañana, brinda a nuestra ansiedad delicias nuevas. ¿Quién describir pudiera nuestros goces? ¡Oh!, no eres tú, que la molicie enerva, siervo de los deleites, que temblaras de las montañas de olas en la incierta, móvil cumbre; ni tú, noble orgulloso, del hastío sumido en la indolencia, a quien ya el sueño bienhechor no halaga, a quien ya los placeres no deleitan. Sólo el infatigable peregrino de esos caminos líquidos sin huellas, cuyo audaz corazón, templado al riesgo, al sordo rebramar de la tormenta palpitando arrogante, hasta la fiebre del delirio frenético en sus venas sintiese hervir la sangre enardecida, nuestros rudos placeres comprendiera. Do el cobarde ve el riesgo, él ve la gloria, y sólo por luchar la lucha anhela el pirata feliz, rey de los mares. Cuando ya el débil desmayado tiembla, se conmueve él, apenas... se conmueve al sentir que en su pecho se despierta osada la esperanza, que atrevida su corazón para el peligro templa. ¿Qué es a nosotros la temida muerte como el rival odioso también muera? ¡Qué es la muerte! La muerte es el reposo... cobarde, eterno, aborrecible... ¡Sea! Serenos aguardémosla. Apuremos la vida de la vida, y después venga fiebre traidora o descubierto acero implacable a romper su débil hebra. Cobardes otros, de vejez avaros, revuélquense en el lecho que envenena dolencia inmunda, y el impuro ambiente con flaco pecho aspiren y fallezcan luchando con la muerte... ¡Oh, no a nosotros fúnebre lecho de agonía lenta; ¡césped fresco es mejor...! Y mientras su alma sollozo tras sollozo tarda quiebra los nudos de la vida, de un impulso sus ligaduras rompe y se liberta osado nuestro espíritu. Sus restos del blanco mármol de su tumba estrecha, grabado por el mismo que su muerte hipócrita anhelaba, se envanezcan: Cuando sepulte el mar nuestro cadáver le bastará una lágrima sincera, ¡una lágrima sola! Henchido el vaso del alegre festín en la ancha mesa honra de nuestros bravos la memoria. Corto epitafio su valor celebra cuando en el día augusto del peligro, al repartir el vencedor la presa, recuerdo de dolor su frente anubla y con voz ronca que insegura tiembla: «¡Cuán felices, exclama, nuestra dicha los valientes que han muerto compartieran!» Así grito salvaje en sordo acento repite el eco en las cortadas peñas del islote escarpado del Corsario, do del vivac se apagan las hogueras; y en alegre cantar sus agrias notas de los piratas al oído suenan. En pintorescos grupos esparcidos de fresca playa en la dorada arena, aguzan unos sus puñales; otros alegres ríen, bulliciosos juegan, o sus fieles alfanjes desnudando indiferentes, sin afán, contemplan la sangre que los mancha. Precavidos otros, con mano previsora pliegan las anchas velas del bajel osado, o el negro flanco recomponen; mientras pensativos algunos por la orilla, de las olas al son, lentos pasean. A quien aguija de inquietud oculta el afán incesante, allá en las quiebras de las ásperas rocas, lazos tiende a las marinas aves, o al sol seca la red humedecida; y en la mancha que del mar en los límites blanquea, con los ojos de la ávida esperanza del incauto bajel mira las velas. De cien noches de horror y de combate los lances con placer todos recuerdan. Y de luchar ansiosos se preguntan: «¿En dónde buscaremos nuevas presas?» ¿Dónde? ¿Qué les importa? Ya lo sabe, y basta, el capitán. Fiel obediencia es su único deber: saben que nunca les faltará el botín, y más no anhelan. ¿Y quién es ese capitán? Su nombre pronuncian en voz baja y lo respetan cuantos habitan las hermosas playas que aquellas olas complacidas besan: y más no saben, ni saber más quieren Les basta un gesto, una mirada. Apenas oyen su voz. De sus banquetes rudos no anima el regocijo su presencia. Mas ¿cómo ante la gloria de sus triunfos acusar sus desdenes? Jamás llenan para él la roja copa: indiferente la mira y a sus labios no la acerca; y es su sobrio manjar, que desdeñara el más grosero de su banda, y fue a ermitaño frugal ración escasa, secas raíces de silvestres yerbas, rústico pan y los jugosos frutos que brinda el árbol en sus ramas tiernas. El impuro placer de los sentidos desdeñoso su espíritu desprecia, ¿Será que su energía no domada de esa abstinencia misma se alimenta? «Pronto a la mar.»-Y el mar surcan sus naves. «A aquella playa el rumbo.»-Y allá vuelan. «¡Sus!, ¡a las armas!»-¡Y el botín es suyo! Así a su voz, que imperativa ordena, sigue la acción; y todos obedecen, Y su oculta intención nadie penetra. Si suena escrutadora una palabra, una mirada de desprecio muestra de su temida indignación un rayo: no sabe dar su orgullo otra respuesta.