El corsario:I

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El corsario de Lord Byron


Nessun maggior dolore
Che ricordarsi del tempo felice
Nella miseria.

Dante.



 «Del negro abismo de la mar profunda 
 sobre las pardas ondas turbulentas, 
 son nuestros pensamientos como él, grandes; 
 es nuestro corazón libre, cual ellas. 
 Do blanda brisa halagadora expire, 
 do gruesas olas espumando inquietas 
 su furor quiebren en inmóvil roca, 
 hed nuestro hogar y nuestro imperio. En esa 
 no medida extensión, de playa a playa, 
 todo se humilla a nuestra roja enseña. 
 Lo mismo que en la lucha en el reposo 
 agitada y feliz nuestra existencia, 
 hoy en el riesgo, en el festín mañana, 
 brinda a nuestra ansiedad delicias nuevas. 
 ¿Quién describir pudiera nuestros goces? 
 ¡Oh!, no eres tú, que la molicie enerva, 
 siervo de los deleites, que temblaras 
 de las montañas de olas en la incierta, 
 móvil cumbre; ni tú, noble orgulloso, 
 del hastío sumido en la indolencia, 
 a quien ya el sueño bienhechor no halaga, 
 a quien ya los placeres no deleitan. 
 Sólo el infatigable peregrino 
 de esos caminos líquidos sin huellas, 
 cuyo audaz corazón, templado al riesgo, 
 al sordo rebramar de la tormenta 
 palpitando arrogante, hasta la fiebre 
 del delirio frenético en sus venas 
 sintiese hervir la sangre enardecida, 
 nuestros rudos placeres comprendiera. 
 Do el cobarde ve el riesgo, él ve la gloria, 
 y sólo por luchar la lucha anhela 
 el pirata feliz, rey de los mares. 
 Cuando ya el débil desmayado tiembla, 
 se conmueve él, apenas... se conmueve 
 al sentir que en su pecho se despierta 
 osada la esperanza, que atrevida 
 su corazón para el peligro templa. 
 ¿Qué es a nosotros la temida muerte 
 como el rival odioso también muera? 
 ¡Qué es la muerte! La muerte es el reposo... 
 cobarde, eterno, aborrecible... ¡Sea! 
 Serenos aguardémosla. Apuremos 
 la vida de la vida, y después venga 
 fiebre traidora o descubierto acero 
 implacable a romper su débil hebra. 
 Cobardes otros, de vejez avaros, 
 revuélquense en el lecho que envenena 
 dolencia inmunda, y el impuro ambiente 
 con flaco pecho aspiren y fallezcan 
 luchando con la muerte... ¡Oh, no a nosotros 
 fúnebre lecho de agonía lenta; 
 ¡césped fresco es mejor...! Y mientras su alma 
 sollozo tras sollozo tarda quiebra 
 los nudos de la vida, de un impulso 
 sus ligaduras rompe y se liberta 
 osado nuestro espíritu. Sus restos 
 del blanco mármol de su tumba estrecha, 
 grabado por el mismo que su muerte 
 hipócrita anhelaba, se envanezcan: 
 Cuando sepulte el mar nuestro cadáver 
 le bastará una lágrima sincera, 
 ¡una lágrima sola! Henchido el vaso 
 del alegre festín en la ancha mesa 
 honra de nuestros bravos la memoria. 
 Corto epitafio su valor celebra 
 cuando en el día augusto del peligro, 
 al repartir el vencedor la presa, 
 recuerdo de dolor su frente anubla 
 y con voz ronca que insegura tiembla: 
 «¡Cuán felices, exclama, nuestra dicha 
 los valientes que han muerto compartieran!» 

 Así grito salvaje en sordo acento 
 repite el eco en las cortadas peñas 
 del islote escarpado del Corsario, 
 do del vivac se apagan las hogueras; 
 y en alegre cantar sus agrias notas 
 de los piratas al oído suenan. 
 En pintorescos grupos esparcidos 
 de fresca playa en la dorada arena, 
 aguzan unos sus puñales; otros 
 alegres ríen, bulliciosos juegan, 
 o sus fieles alfanjes desnudando 
 indiferentes, sin afán, contemplan 
 la sangre que los mancha. Precavidos 
 otros, con mano previsora pliegan 
 las anchas velas del bajel osado, 
 o el negro flanco recomponen; mientras 
 pensativos algunos por la orilla, 
 de las olas al son, lentos pasean. 
 A quien aguija de inquietud oculta 
 el afán incesante, allá en las quiebras 
 de las ásperas rocas, lazos tiende 
 a las marinas aves, o al sol seca 
 la red humedecida; y en la mancha 
 que del mar en los límites blanquea, 
 con los ojos de la ávida esperanza 
 del incauto bajel mira las velas. 
 De cien noches de horror y de combate 
 los lances con placer todos recuerdan. 
 Y de luchar ansiosos se preguntan: 
 «¿En dónde buscaremos nuevas presas?» 
 ¿Dónde? ¿Qué les importa? Ya lo sabe, 
 y basta, el capitán. Fiel obediencia 
 es su único deber: saben que nunca 
 les faltará el botín, y más no anhelan. 
 ¿Y quién es ese capitán? Su nombre 
 pronuncian en voz baja y lo respetan 
 cuantos habitan las hermosas playas 
 que aquellas olas complacidas besan: 
 y más no saben, ni saber más quieren 
 Les basta un gesto, una mirada. Apenas 
 oyen su voz. De sus banquetes rudos 
 no anima el regocijo su presencia. 
 Mas ¿cómo ante la gloria de sus triunfos 
 acusar sus desdenes? Jamás llenan 
 para él la roja copa: indiferente 
 la mira y a sus labios no la acerca; 
 y es su sobrio manjar, que desdeñara 
 el más grosero de su banda, y fue 
 a ermitaño frugal ración escasa, 
 secas raíces de silvestres yerbas, 
 rústico pan y los jugosos frutos 
 que brinda el árbol en sus ramas tiernas. 
 El impuro placer de los sentidos 
 desdeñoso su espíritu desprecia, 
 ¿Será que su energía no domada 
 de esa abstinencia misma se alimenta? 
 «Pronto a la mar.»-Y el mar surcan sus naves. 
 «A aquella playa el rumbo.»-Y allá vuelan. 
 «¡Sus!, ¡a las armas!»-¡Y el botín es suyo! 
 Así a su voz, que imperativa ordena, 
 sigue la acción; y todos obedecen, 
 Y su oculta intención nadie penetra. 
 Si suena escrutadora una palabra, 
 una mirada de desprecio muestra 
 de su temida indignación un rayo: 
 no sabe dar su orgullo otra respuesta.