El corsario:III
Apariencia
No cual los héroes es de antigua raza, de alma infernal, mas de beldad divina, el misterioso capitán: su aspecto no la curiosa admiración excita; só las negras pestañas, solo un rayo de oculto fuego concentrado brilla. No iguala a la de un Hércules su talla; mas fornido es y fuerte, y quien le mira con tranquila atención, algo descubre de superior en él. Todos admiran la honda impresión que su mirada causa, que todos sienten y ninguno explica. El sol ardiente que las playas dora quemó en largas jornadas sus mejillas; pálida y ancha es su serena frente, y su abundante cabellera riza medio la cubre; irónicos sus labios, los pensamientos que ocultar ansía a su pesar descubren desdeñosos. De sus facciones las marcadas líneas y de su tez cambiante los matices atraen y turban a la par la vista; y parece que ocultos pensamientos en su alma incierta confundidos lidian. Mas su secreto es ese: su mirada los ojos que atrevidos la examinan hace al punto bajar, que el de sus rayos pocos audaces sostener podrían el encuentro fatal que el alma hiela. Vaga en sus labios infernal sonrisa que cólera y espanto al par provoca: y donde su mirada cae sombría las alas tiende la Esperanza y huye, y eterno adiós la Compasión suspira. ¡Cuán débil del culpable pensamiento es el signo fugaz! Honda guarida del escondido corazón los pliegues son al genio del mal. Cuando palpita el dulce amor en nuestro pecho, el alma feliz irradia el fuego que la anima y alegre su pasión publica al mundo: el odio, la ambición y la perfidia sólo en sonrisa amarga se revelan. Labio que arquea leve la ironía, ligera palidez que mate cubre faz observada, signos son que indican de profunda pasión oculto fuego. Sólo en la soledad sorprenderías, invisible testigo, sus afanes. Entonces en la marcha interrumpida, en los ojos que al cielo se levantan, en las cerradas manos convulsivas, en el pálido rostro contraído, en las pausas que cortan su agonía cuando el culpable súbito se vuelve y sueña escuchar pasos, y que espían el vago afán de sus terrores piensa, en el fuego que inflama sus mejillas, en el frio sudor que su sien baña, de su alma enferma los misterios mira, si hacerlo puedes sin temblar. El sueño es ese que tras ásperas fatigas le da el reposo. El corazón ya mustio en abandono y soledad se agita de un pasado fatal con el recuerdo. Contempla su alma. -¡Oh!, no; ¿quién osaría siendo sólo un mortal, clavar los ojos del corazón humano en la honda sima? Y no a ser jefe de piratas rudos del negro crimen en la odiosa vía nació al mundo Conrado: su alma noble sufrió tenaz violentas sacudidas antes que al hombre declarando guerra del cielo airado renegase altiva. Del desencanto en la infecunda escuela vio la llama apagarse de su vida: para humillarse en demasía austero, para ceder soberbio en demasía, cual predilecta víctima, en el mundo blanco juzgose de traidoras iras. Y cual causa fatal de sus tormentos su altanera virtud maldijo un día, en vez de maldecir a los que infames del abismo arrastráronle a la orilla. Si de sus beneficios el tesoro de los ingratos a la turba indigna el prodigado imprevisor no hubiera, conservara tal vez su propia dicha; mas no lo quiso ver: y calumniado cuando feliz su juventud hervía, odio insensato a los mortales lento creció en su corazón; de voz divina creyó escuchar la vocación sagrada que de soñadas culpas vengativa, sobre el linaje humano le arrojaba cual rayo de su cólera encendida. Sintiéndose culpable, más culpables juzgaba a los demás: hipocresía llamando a la virtud, imaginaba que en el secreto de cobarde intriga ocultaban al mundo los honrados lo que él osaba al resplandor del día. Detestábanle: nada le importaba; los mismos que le odiaban, a su vista temblaban de pavor. Sólo de orgullo nutriendo en hondo afán su alma egoísta, quiso al desprecio inaccesible hacerse de su altivez sobre la agreste cima. Espanto siembre su temido nombre; despierte su valor ansiosa envidia; ódienle enhorabuena; mas que nadie se atreva a despreciarle. -El hombre pisa débil oruga, mas el pie detiene si enroscada culebra ve dormida: el gusano levanta la cabeza mas no su muerte venga; el áspid silba, enlázase al contrario moribundo, el dardo ponzoñoso airado vibra, y muere, sí; pero vengado muere, y aunque aplastan su frente, no le humillan. Siempre el alma culpable oculto un resto conserva de virtud: cándido brilla entre odios acres sentimiento puro de Conrado en el alma. El mundo indigna juzga del hombre esa pasión de niños que es quizá objeto de su mofa impía; Conrado empero resistiera en vano a ese afecto que tierno le domina, al que de Amor el lisonjero nombre negar no puede su altivez esquiva. Sí; un amor es, sereno, inalterable, que no enturbió jamás nube sombría, jamás! En vano a sus audaces ojos presentábanse hermosas cien cautivas: sin despreciar adusto sus encantos, sin pretender amante sus caricias, pasaba por su lado indiferente. Cariñosas, de amor languidecían las beldades en vano en sus cadenas; jamás en su fatal melancolía la más ociosa de sus largas horas quiso en sus brazos abreviar. Si digna es del nombre de amor firme ternura en vano tenazmente combatida por el dolor, la ausencia y la desgracia; noble pasión que el tiempo no amortigua, que lucha audaz con la contraria suerte, que nunca suspiró queja furtiva en los tormentos del dolor; alegre siempre al regreso, siempre a la partida la ansiedad del amante reprimiendo porque a su tierna amada no le aflija; afecto puro nunca desmentido, que nunca el tiempo aminorar podría: si eso se llamaba amor, Conrado amaba, era en verdad muy criminal; inicuas sus hazañas; sus odios infernales: no así aquella pasión. La mano fría del crimen duro al apagar su alma sólo de fuego le dejó una chispa: de todas las virtudes la más dulce aún arde de su pecho en las cenizas.