El corsario:IX

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El corsario de Lord Byron


 Ella le mira, y asombrada exclama: 
 «¿Cómo descansa en paz, cuando los duelos 
 que él ha causado los que viven lloran? 
 ¿Cómo yo le amo tanto? ¿Por qué el sueño 
 así huyó de mis párpados, y sola 
 he venido hasta aquí? Sí, lo confieso. 
 ¡Mi gratitud...! ¡Para ella es ya muy tarde! 
 ¿Qué puedo yo ofrecerle...? Mas, silencio; 
 se agita, tiembla, el sueño se interrumpe, 
 respira con fatiga... está despierto.» 
 Conrado se incorpora y le deslumbra 
 la claridad. Lo que sus ojos vieron 
 le pareció mentira; agita el brazo, 
 y el duro son de los macizos hierros 
 el recuerda su mísera existencia. 
 -¿Quién eres tú? Si no eres algún genio 
 celestial, me pareces harto hermoso 
 para el oficio vil de carcelero. 
 -Pirata, yo conozco el valor todo 
 de la acción buena que conmigo has hecho: 
 yo soy una mujer que tú has librado 
 con tus amigos del terrible incendio. 
 Yo no te quiero mal... vengo de noche... 
 no sé por qué... pero a buscarte vengo. 
 -Si eso es así, los únicos tus ojos 
 son que de este vencido se dolieron. 
 La fortuna a los turcos favorece; 
 que la aprovechen y usen de su derecho: 
 gracias les doy, porque antes de que muera 
 me han deparado confesor tan bello.» 
 ¡Cosa extraña!, se mezcla una alegría 
 glacial con los extremos sufrimientos, 
 que no endulza el dolor de aquel instante, 
 que no da al corazón ningún consuelo: 
 sonrisa de amargura, mas sonrisa 
 que en muchos labios pálidos la vieron, 
 y hasta el cadalso repetir sus chistes 
 a los hombres oyó; mas no el acerbo 
 dolor por eso mitigaron nunca. 
 Sea cual fuere el triste sentimiento 
 que animaba a Conrado, en sus miradas 
 de un oculto furor brillaba el fuego; 
 mientras que al par alegre sonreía 
 y era festivo y plácido su acento: 
 contrario a su carácter, pues su vida 
 de las miserias bajo el grave peso 
 robar pocos instantes han podido 
 al combate y los tristes pensamientos. 

 -«Corsario, está resuelto tu suplicio; 
 pero un instante de flaqueza puedo 
 yo aprovechar, y de Selim las iras 
 ablandaré: salvarte es mi deseo, 
 aun ahora mismo; mas tus flacas fuerzas, 
 las circunstancias, el escaso tiempo 
 que resta para el día me lo impiden. 
 Una demora alcanzaré yo al menos 
 para la ejecución de la sentencia. 
 No con promesas consolarte quiero, 
 ni una resolución desesperada 
 que nos pierda a los dos, ahora tomemos. 
 -No te fascines, pues, ni la esperanza 
 hagas que nazca en mi angustiado pecho. 
 Si no vencí, no deberé a la fuga 
 una existencia que por mí perdieron 
 tantos otros; no obstante, un ser querido 
 hay, a quien siempre mi memoria vuelvo. 
 Mis ojos cual los suyos se humedecen. 
 En la senda trazada, ¿cuáles fueron 
 mis apoyos? Mi espada, mi galera, 
 mi cariño y mi Dios. A éste le huyeron 
 mis pasos desde niño: no a su trono 
 la oración del temor elevar quiero; 
 todavía respiro y tengo fuerzas 
 para afrontar el porvenir adverso. 
 Mi alfanje lo arrancaron de esta mano 
 que no sostuvo bien tan fiel acero. 
 Mi buque, o estrellado en esas costas 
 yace, o es presa de tu altivo dueño... 
 ¡Pero mi amor...! Por ella, sí, por ella 
 aún mi plegaria elevaría al cielo. 
 Único lazo que a la vida me une. 
 ¡Cómo desgarrará su tierno pecho 
 oh Dios, mi muerte!... Forma tan divina 
 nunca, si no es en ti, mis ojos vieron! 
 -¡Luego tu amor es de otra...! Y ¿qué me importa? 
 Nada... ¡Tú la amas:..! ¡Oh!, ¡qué envidia tengo 
 a las que pueden apoyar felices 
 su blanca frente sobre amigo seno, 
 y que jamás el hórrido vacío 
 de corazones sin amor sintieron; 
 cuya mente jamás, como la mía, 
 va fantásticas sombras persiguiendo! 
 -Yo creí, joven, que era tu cariño 
 del pachá que te adora.-¡Yo al soberbio 
 Selim amar...! ¡Oh, nunca, nunca! En vano 
 por atender a su pasión me esfuerzo. 
 Que sólo existe amor en almas libres, 
 yo de muy niña lo aprendí y aún creo; 
 mas soy esclava, esclava favorita, 
 y orgullosa y feliz mostrarme debo. 
 ¡Oh!, ¡cuántas veces me pregunta!: «¿Me amas?» 
 y responderle «¡No!, ¡cuánto deseo! 
 Que es penoso sufrir una ternura 
 que aversión nos inspira en vez de afecto. 
 Pero aún es más penoso al ser que amamos 
 ver cual huye, y que lleno de otro objeto, 
 No comprende pasión que se le oculta...! 
 Selim toma una mano que no entrego, 
 que no rehúso, y que cual peso inerte 
 cuando él la suelta cae. Dentro del pecho 
 no late el corazón ni más aprisa 
 ni más despacio, y como amor no tengo 
 ni le tuve jamás, no puedo odiarle. 
 Fríos mis labios, de su ardiente beso 
 no sienten el calor. ¡Oh!, si yo hubiese 
 viva pasión por él sentido un tiempo, 
 hoy al trocarla en odio gozaría; 
 pero huye sin pesar, y sin deseo 
 vuelve otra vez, y siempre de él ausente 
 está mi apasionado pensamiento. 
 La reflexión aumenta mi disgusto: 
 soy su esclava, es verdad, pero prefiero 
 la servidumbre a ser su esposa libre... 
 ¡Si su amor sensual pudiese al menos, 
 dejándome en la fría indiferencia 
 buscar a sus caricias otro objeto...! 
 Hoy, cautivo, si finjo una ternura 
 que no acostumbro, piensa que ese afecto 
 sólo es para romper estas cadenas, 
 para pagar la vida que aún te debo, 
 para volverte a la que tierno adoras, 
 a la que envidio y conocer no quiero. 
 ¡Adiós!, el día llega, y es preciso 
 comprar tu salvación: ¡te la prometo! 
 Las manos del cautivo encadenadas 
 cariñosa estrechó contra su pecho: 
 bajó la frente, la linterna apaga, 
 y y desparece como dulce sueño. 
 ¿Está aún allí? ¿Conrado está ya solo? 
 Esas líquidas perlas que está viendo 
 brillar en sus cadenas, son el llanto 
 que Compasión y Amor sobre él vertieron! 
 ¡Lágrimas de mujer cuánto son fuertes! 
 Arma de su flaqueza al mismo tiempo 
 son su espada y su adarga: ¡huid tal lloro! 
 La virtud se doblega, el sabio es necio 
 cuando el dolor de la mujer penetra. 
 De Cleopatra las lágrimas hicieron 
 a un héroe huir y que perdiese un mundo. 
 Excusemos su falta, que a ese precio 
 ¡cuántos a quienes rinde una hermosura, 
 no han perdido la tierra, sino el cielo! 
 ¡Cuántos por complacerla en sus caprichos 
 se han entregado al enemigo eterno! 

 Ya brilló la mañana y con sus rayos 
 iluminó el dolor del prisionero; 
 pero sin arrancarle esa esperanza 
 que siempre guarda el porvenir incierto. 
 Tal vez la noche le verá ya inerte, 
 y en torno suyo volarán los cuervos 
 ávidos de su presa: ese sol mismo 
 su agonía ha de ver, su adiós postrero, 
 y al dar vida a las plantas el rocío, 
 descenderá sobre sus fríos miembros.