El corsario:VI
Apariencia
De cien galeras la soberbia escuadra en la bahía de Coron hoy flota, y los blancos cristales del serrallo lámparas mil con su esplendor coloran. En nocturno festín celebra ufano Selim-pachá la próxima victoria en que al corsario arrancará cautivo del hondo nido de sus negras rocas. El lo ha jurado por Alá y su alfanje, y ha de cumplirlo. Las vecinas costas cubren las naves de doquier venidas, y los marinos con canciones roncas hieren los aires, celebrando alegres la rica presa y la cercana gloria. Ya se reparten fáciles cautivos, y con desprecio a sus contrarios nombran; los centinelas duermen descudiados y al enemigo en sueños lo derrotan. Los otros van dispersos por la playa y su valor ejercitando, acosan a los esclavos griegos; ¡digna hazaña que la energía de los turcos honra, sacar la espada y espantar a siervos! Hoy se contentan con quemar sus chozas, y compasivos derramar desdeñan sangre que inútil su valor desdora. Tan sólo a veces el capricho alegre hace esgrimir sus cimitiarras corvas; para ensayar la fuerza de su brazo la débil hebra de la vida cortan. En tanto esperan en bullente orgía ligeras pasen las nocturnas horas, que los esclavos, si su vida estiman, gozosos digan sus canciones todas, y que el furor no brote de sus pechos mientras les miren dominar sus costas. En su palacio, en medio de los jefes, Selim sobre un diván muelle reposa: Ya terminó el banquete, y él aún bebe el vedado licor en anchas copas. En torno suyo los esclavos pasan las tazas llenas del café de Moka; las largas pipas con las nubes de humo llenan la estancia y el ambiente aroman, mientras que bailan sueltas las almeas al agrio son de destempladas notas. A la mañana ocuparán sus naves; pues como el mar de noche se alborota, mejor se duerme sobre blandos lechos que no arrullados por movibles ondas. Olvidan, pues, el próximo combate hasta que nazca la cercana aurora: ellos entonces lucharán valientes, más por su Dios que por su propia gloria; su número y sus naves justifican la confianza del pachá orgullosa. De pronto vese tímido que avanza el negro esclavo que a la puerta ronda, y antes de hablar inclina la cabeza y con la mano el pavimento toca. -«Señor, licencia para hablaros pide un dervis, que a la puerta llegó ahora, y que escapó de la isla del Corsario.» Sale el esclavo a una señal, y torna con el santo dervis. Los brazos cruza sobre el oscuro verde de su ropa; su marcha es lenta y vacilante, humilde su mirada; en su aspecto se denota más que la edad la penitencia austera; no el temor sus mejillas descolora; con el cabello que a su Dios consagra el ancha frente pálida corona. Un capuz cubre el rostro, y llena el pecho sólo el amor de las celestes glorias. Modesto, mas no tímido, sostiene tranquilo la mirada escrutadora, de los que antes que el Pachá le hablase mudos aguardan que el silencio rompa.