El corsario:VIII
Apariencia
Antes de que los turcos renovasen con nuevas iras la marcial pelea, Gulnara fue con las demás cautivas en libertad de los peligros puesta; y apenas pudo serenar la mente con los temores de la muerte inquieta, cuando la hermosa de los negros ojos en el soldado que librola piensa. ¿Quién fue? ¿Por qué para con ellas solas endulzó el vencedor su ira soberbia? ¿Por qué a la hermosa en lance tan sangriento él más amable que Selim se muestra en los momentos de mayor ternura? Es que el pachá su corazón le entrega como un don harto rico, y a su esclava orgulloso a la par ama y desdeña, mientras Conrado consoló sus duelos como un honor que a la mujer es deuda. -«¡Ay!, es tal vez culpable este deseo e inútil a la par; mas yo quisiera ver mi libertador, darle las gracias (lo que olvidé turbada por mis penas), darle las gracias, pues salvó mi vida, que mi dueño cruel tan poco aprecia.» De pronto mira que le traen cautivo tras recogerle respirando apenas de entre los muertos. Lejos de sus tropas combatió de contrarios turba inmensa, caro cediendo el campo, y cayó herido sin obtener la muerte que desea. Su contrario le ve, su herida cura y a muerte al mismo tiempo le condena, que la venganza le excitó, y el odio nuevos suplicios pavoroso inventa para que ante Selim soplo por soplo la vida se consuma que aún le resta. ¿Ese es el que ella contempló triunfante? De su sangrienta mano entonces era cada signo una ley: ahora está inerme, mas no abatido, y sólo la existencia que conserva le duele; sus heridas son despreciables para aquél que en ellas la muerte ansió encontrar. ¿Sólo él debía conservar una vida que desprecia? Él sintió lo que aquel a quien derriba la suerte infiel de lo alto de su rueda. sintió el temor de las torturas crueles do muestra el vencedor su ira funesta; pero el orgullo que instigole un día tanto delito a cometer, le esfuerza, y más de un vencedor que de un cautivo, es la arrogancia altiva que demuestra. Ni temor, ni fatiga se descubre en su mirada límpida y serena. La muchedumbre en vano y sin peligro prorrumpe en gritos llenos de insolencia, los guerreros valientes, los que han visto a su contrario combatir de cerca, conocen ya su brazo, y no le insultan, que su desgracia y su valor respetan; mientras los guardias con secreto espanto a las prisiones de Selim lo llevan. Un médico le vio, no compasivo para curarle y aliviar sus penas, sino por ver si sufrirá el tormento, y calcular la vida que le resta. Cuando mañana moribundo el día se hunda en la mar, para Conrado empieza del empalado la tortura horrible; y cuando el sol disipe las tinieblas verá si en los tormentos ha guardado la constancia del ánimo altanera. ¡Suplicio horrible! Se una a la agonía la sed devoradora: en torno vuelan bandas sin fin de carniceros buitres que se disputan su cercana presa. «¡Agua!, ¡agua!» grita el moribundo, y nadie a ese gemido de dolor contesta: refinamiento de odio, pues si bebe la vida acaba y el dolor con ella. Médico y carceleros se retiran dejándole cargado de cadenas. ¿Quién explicar podrá los pensamientos que se agitan en su alma turbulenta? El mismo la ignora: lucha y caos dominan nuestra enferma inteligencia cuando confunde sus ideas todas de lo pasado la memoria eterna. Remordimiento, engañadoras voces que se levantan sólo en la conciencia después que el crimen cometiste, y gritan: «Ya yo te lo advertí; busca la enmienda.» ¡Vano reproche!; el ánimo inflexible esa incesante acusación subleva; sólo el débil se dobla y se quebranta. sí, que esta es la verdad hasta en aquellas horas de calma, solitarias, tristes, en que el alma a sí misma se revela, y un pensamiento pertinaz y fijo no a los demás entre las sombras deja; en que el salvaje aspecto del pasado concurre a la memoria por mil sendas. Los sueños ya de la ambición que expira, el amor que dolido se recuerda, la gloria sin peligro, el soplo leve que de esta vida mísera nos resta, los goces ignorados, el desprecio por quien sin gloria nos venció, la acerba memoria de un pasado irreparable, el porvenir que en rápida carrera ignoramos do marcha, todo, todo lo que jamás tan vivo se recuerda, pero que nunca se olvidó; las faltas que ayer pudimos cometer ligeras y hoy crímenes son ya; la certidumbre de un mal desconocido, que atormenta más si es más ignorado; todo aquello que hace temblar del hombre la conciencia, eso es lo que se ve dentro el sepulcro del corazón al entreabrir sus puertas, hasta que al fin, tú, Orgullo, te levantas, y el espejo del alma altivo quiebras. Todo lo oculta la altivez y todo lo resiste el valor, aun en aquella postrera al par que irreparable caída; pero en la hora fatal todos conservan el amor de la vida y todos temen, aun el que menos los descubre. ¿Espera éste tal vez mentidas alabanzas? ¿Es por ventura el fanfarrón que muestra valor, y huye después? No; es el que mira a la muerte en silencio y nunca tiembla, es el que armado desde largo tiempo aguarda firme la final pelea, es el que al ver la muerte ya vecina por recibirla se adelanta a ella. En la más alta torre del castillo Conrado está cargado de cadenas: como el palacio devoró el incendio, corte y prisión la fortaleza encierra. Conrado aguarda la cercana muerte sin acusar de injusta esta sentencia: igual suerte a Selim él le guardaba. Solo está, y los recuerdos que le apenan no han conseguido perturbar su calma; uno sólo incesante le atormenta: ¡Medora! ¿Soportar le será dado de su derrota las terribles nuevas? Los brazos alza con dolor al cielo cuando en su mente fíjase esta idea, y mirando sus hierros, los sacude con rabia convulsiva: luego encuentra un punto de descanso, y se sonríe como burlando de sus propias penas. -«¡Voy a dormir: lo pide mi fatiga; y que la muerte a despertarme venga!» Hablando así, sus ojos se cerraron, y al dulce sueño sin temor se entrega. A media noche comenzó sus planes, que ejecutó con infernal presteza, porque a la destrucción le basta un soplo para arruinar cuanto delante encuentra. Desde que el buque le aportó a las costas, Conrado a un mismo tiempo, él solo, fuera Dervis, soldado, vencedor, vencido, pirata sobre el mar, caudillo en tierra, destructor, salvador de las hermosas y cautivo dormido entre cadenas. Conrado duerme en aparente calma: ¡feliz si el sueño aquel la muerte fuera! Duerme... mas ¿quién sobre su duro lecho viene a inclinar la lánguida cabeza? ¿Es algún ángel que a anunciarle baja el paraíso que al morir le espera? No, que es una mujer, aunque al mirarla lo dudaríais por su forma esbelta. Una lámpara lleva, y sus fulgores con una mano alabastrina vela, de temor que algún rayo del cautivo hiera sus ojos y al dolor le vuelva. Una mujer de pálidas mejillas, de negros ojos y de trenzas negras cuyos rizos adorna desprendidos con una red de blanquecinas perlas. De hada es el talle, y con los pies desnudos blancos como la nieve el piso huella. ¿Cómo llegar hasta el encierro pudo, entre la sombra y rudos centinelas? ¡Ah!, preguntad más bien qué es lo que puede oponerse al poder de una belleza a quien amor y compasión conducen! Gulnara insomne meditaba, y mientras mira aún en sueños el pachá al pirata, ella su lecho silenciosa deja, toma el anillo de Selim, que a veces riendo se ciñó, y confiando en esta señal temida, se abren a su paso del calabozo las cerradas puertas. Rendidos del combate, adormecidos los centinelas por las duras piedras, al paso y a la voz que los llamaba alzaban dormitando la cabeza para ver el anillo, y ni la causa ni la persona indagan que lo lleva.