El crimen por la deshonra
l capítulo consagrado en los anales de la humanidad á la memoria de sus errores, es, á no dudarlo, aquel en cuyo estudio recojen el corazon y el alma mas provechoso fruto. No se quebrantan las leyes de la razon sin que se desenvuelvan vehementes pasiones, y cuanto por mas tiempo ha quedado oculto el misterioso juego de los deseos en la opaca luz de los afectos vulgares, tanto mas vigorosa y gigantesca es su aparicion cuando las escita un poderoso estímulo. El moralista que sabe discernir hasta qué punto le es dado al hombre disponer de sí mismo, enriquecerá sus doctrinas con las interesantes y útiles observaciones recogidas en este fértil y abundante campo.
Causa admiracion la unidad y variedad del corazon humano: suele á veces una misma é idéntica tendencia, el propio anhelo, revestirse de mil diferentes formas, impelernos á variadísimas y aun contradictorias acciones; otras por el contrario, mil diversos sentimientos y deseos suelen ajustarse á la misma inclinacion, siendo necesario un detenido exámen para echar de ver estos admirables contrastes que de otro modo pasan desapercibidos á los ojos de la conciencia. Si apareciese un Lineo que clasificase los apetitos é inclinaciones de la naturaleza humana, como se han clasificado los seres inorgánicos, cuanto nos sorprendería ver incluido en una misma clase con el monstruo Borgia á alguno cuyos vicios han sido sofocados por la ley y por los estrechos limites de la esfera en que la suerte lo habia colocado.
De esta manera de considerar la historia se aducen graves razones contra el método generalmente seguido de escribirla, y sospecho ha de consistir en esto el poco fruto que hasta ahora ha reportado su estudio para la mejora de las costumbres. Existe una distancia tan grande y una disparidad de sentimientos entre el vehemente estado de ánimo del héroe, y la fría disposicion del lector, que le es à este sumamente dificil, si ya no imposible, comprender la conexion de los hechos que se le presentan. Es tal el abismo que separa el sugeto històrico del lector, que destruye toda posibilidad de comparacion, todo lazo que pudiera ponerlos en contacto, y en vez de despertar en el ánimo de aquel un saludable sentimiento de terror que amonestase su soberbia; un gesto de estrañeza es todo el tributo, que paga á las páginas de la historia. Consideramos al desgraciado que juntamente en la hora del crimen y en la de espiacion era hombre como nosotros, cual una criatura de estraña naturaleza, cuya sangre circula de diferente modo, y cuya voluntad está regida por otras leyes: su suerte nos conmueve poco, porque la inquietud en semejantes casos está fundada en un oscuro presentimiento de que corremos el mismo peligro, y estamos muy lejos de soñar siquiera la proximidad en que estamos del crimen. Junto con la aplicacion que pudieramos hacernos del ejemplo se pierde su saludable infujo, y de este modo viene á ser la historia en vez de una escuela de educacion moral un miserable y pobre pasatiempo. Para conseguir su elevado fin se debe escoger necesariamente entre estas dos sendas, ó escisar al lector hasta poner su ánimo en el mismo apasionado estado que el del héroe, ó presentar á este frio y tranquilo como el lector.
Bien sé que tanto en los modernos tiempos como en la antigüedad, muchos de los mas célebres historiadores han escogido el primer camino y han seducido el corazon de sus lectores con delirantes cuadros, pero predisponer de este modo el ánimo del público que lee, es ussurparle sus derechos, es quebrantar los confines de sus atributos, porque este estilo pertenece esclusivamente al orador y al poeta. No queda pues al historiador mas camino que el último.
El héroe debe presentarse tranquilo como el lector, ó lo que es lo mismo, debemos conocerle antes de verlo obrar, hemos de estar presente á lo que pasa en su alma, paso á paso hemos de seguir, en su mente, el desarrollo de sus pensamientos y sentimientos antes de verlos reflejados en sus acciones, porque en ellos hay infinitamente mas riquezas para el que sabe aprovecharse de ellas, y aun mas todavia está reservado para el que se eleve hasta el orígen de sus inclinaciones. Se han analizado los terrenos cercanos al vesubio para descubir la causa de sus erupciones. ¿por qué se ha de tener en ménos la aparicion de un raro fenómeno moral que la de uno fisico? ¿Por qué no han de apreciarse igualmente las circunstancias y condiciones que rodean al criminal antes de inflamarse los materiales amontonados en su alma? A el visionario que aficiona lo sobrenatural le incita lo raro y estraordinario de este espectáculo: el amigo de la verdad busca una madre para este abandonado niño; la busca en la eterna estructura del alma humana, y en las variables condiciones esteriores que la modifican, y á no dudarlo, la encuentra en estos dos elementos. Ya no le sorprende ver florecer en el mismo huerto, entre salutíferas plantas, la venenosa cicuta, ni hallar durmiendo en la misma cuna á la sabiduria y la ignorancia, á la virtud y los vicios.
Sin hacer valer las indisputables ventajas que semejante modo de escribir la historia proporcionaria á las doctrinas psycológicas, y tan solo á título de que desterraria el cruel desprecio y la soberbia altanería con que erguida la virtud aun no probada mira á sus pies al caido, mereceria desde luego la preferencia, porque propagaria la divina tolerancia, sin la cual ningun fugitivo vuelve, ningun infecto ó miembro de la sociedad se salva del comun incendio, y sin la cual se hace imposible reconciliacion de la ley con el que la ha ofendido. ¿Tendria derecho el criminal, cuyas desgracias voy á contar, de reclamar este espíritu de misericordia? ó estaba sin remedio perdido para la sociedad? No quiero anticipar el fallo del lector.
De nada le aprovecha ya nuestra indulgencia, porque murió á manos del verdugo; pero la autopsia de sus vicios será una saludable leccion para la humanidad, y quizá un consejo para la justicia de los hombres.
CRISTIAN Wolf era hijo único de un posadero de la villa municipal de *** (cuyo nombre se calla por motivos que aparecerán en el curso de esta historia) y ayudaba á su madre, ya viuda, en el manejo del establecimiento. El negocio iba mal, la ocupacion escasa, y las mas de las horas las pasaba Wolf en el ocio. Creció el niño, y la mala fama de holgazan y desaplicado que sacó de la escuela, no la desmintió el hombre. Quejábanse las mozas de los desacatos que en ellas cometia, y los jóvenes envidiaban su ingenio, fecundo en malicias. La naturaleza lo habia maltratado: pequeño y miserable de cuerpo, cabello crespo y de un negro apagado y desagradable, chato, y los abultados labios feamente desfigurados con una ancha cicatriz; reunidas todas estas partes formaban un todo del que huian con repugnancia las mugeres, y suministraba abundantes materiales á los sarcasmos de sus camaradas.
Con orgullosa altaneria exigia lo que se negaba á sus malas prendas, proponiéndose agradar justamente porque desagradaba: se le antojaba ser amor su sensualidad. La muchacha que enamoraba lo engañó, y supuso con fundada razon, que sus rivales eran preferidos: como era pobre la moza, creyó que el corazon que no se habia abierto á su cariño se rendiria á sus dadivas; pero la miseria le oprimia, y lo poco que le producia su oficio lo consumia la vana presuncion de adamar su persona. Demasiado ignorante y holgazan para mejorar el trático con nuevas especulaciones, demasiado soberbio y delicado para dedicarse á las tareas del campo, y apreciando en mas la ociosa libertad que la productiva aplicacion, escogió el que él creia inico camino, camino que otros muchos han seguido con mejor dicha.—Lindaba el lugar de su nacimientu con vastas posesiones señorlales, abundantes en caza, y aunque la vigilancia era grande, y severas las leyes, no faltaban atrevidos cazadores que se burlasen de ambas: á este arriesgado ejercicio se dedicó Wolf.
Quiso la suerte que entre los amantes de Juanita estuviese Roberto, criado del guardabosques. Era Roberto mozo de gran malicia y astucia, asi que fué todo uno, el percibir la variacion que en el ánimo de su querida hacian las dádivas de su rival, y acertar con la oculta fuente de donde manaban. Poco antes se habia publicado un edicto que condonaba á los ladrones de caza al presidio correccional; veló incansable Roberto los pasos del incauto Wolf, y á poco logró cogerlo la fraganti; trabajosamente, y solo á costa de su miserabie fortuna, logró el desgraciado trocar la pena de destierro en una crecida multa.
Triunfaba Roberto, y los favores de Juanita no eran ya para el mendigo. Bien conocia Wolf á su cruel enemigo, y mas que la miseria, mas que su ofendido orgullo le mortificaba verle tranquilo poseedor da su Juana; la necesidad le lanzaba al ancho mundo; la pasion y la venganza le encadenaban á sus objetos. Volvió á su oficio, y tornó Roberto á sorprenderlo y entregarlo á la justicia: ya no tenia oro que lo salvase, y pocas semanas despues partió para la casa de correccion del distrito.
Corrió el tiempo, volvió la liberlad, pero solo tornaron con ella los malos deseos que en la soledad y la desgracia crecen en el corazon como agrestos yerbas en un inculto y descuidado huerto. Ya en libertad, se apresuró en llegar á su pueblo. Llega, y amigos estraños huyen de él como de un apestado. El hambre rinde su altivez, supera su delicadeza, y el que poco ha desdenaba los trabajos del campo, pordiosea ahora un jornal de los hacendados del pueblo, pero de todas partes es rechazado; su endeblez le hace inadmisible para las penosas fatigas del labrador.
Hace un último esfuerzo sobre su soberbia naturaleza, y se ofrece para guardar puercos, pero nadie quiere confiar su hacienda á el ladron. De todos despreciado, escluido de toda honrada ocupacion, vuelve tercera vez al bosque, y quiere su desgracia que por tercera vez caiga en manos de su implacable enemigo.
El juez consultó los libros de la ley, pero no la disposicion de ánimo del delincuente; tuvo solo presente que se necesitaba un solemne y ejemplar castigo y condenó á Wolf á tres años de trabajos públicos, y á llevar eternamente el recuerdo de su vergüenra en una horca que le quemaron en la espalda.
Pasó el tiempo de la condena, y salió del presidio otro hombre del que habia entrado. De este tiempo principia una nueva era de su vida: oigámoslo á él mismo en su confesion.
«Entré en el presidio un descarriado, y salí un perdido; aun conservaba en el mundo algo que amaba, y mi orgullo sufria cruelmente con la vergüenza: me pusieron en la misma cuadra con veinte y dos malhechores, entre los cuales habia dos asesinos; el escarnio era mi recompensa cuando oraba, y no pararon en esto, que me obligaron á blasfemar y cantar junto con ellos canciones obscenas. Las horas de descanso las empleaba aquella desalmada gente en referir la historia de sus pasa dos crimenes, y en discurrir el modo mas fácil y seguro de cometerlos en lo succesivo, cuando les fuese devuelta la libertad. En los primeros tiempos de mi encarcelamiento evitaba cuanto podia la companía de estos desalmados: pero necesitaba un compañero, y la barbarie de mis guardianes habia llegado al punto de separarme de mi fiel perro. Los penosos trabajos á que nos dedicaban debilitaron mi cuerpo, y juntamente con él enfermó mi alma; necesitaba consuelo, necesitaba misericordia, y ya que no pudiese conseguirla, compré á costa de los sentimientos buenos que aun poseia, una febril y pasagera animacion en el trato de los malvados que me rodeaban. De tal suerte me familiaricé con las mayores abominaciones, con las mas grandes inmoralidades, que al cuarto y último año habia pasado ya mi noviciado.
«Desde este tiempo mi deseo de libertad se igualó al de mi venganza. Odiaba á todos los hombres, porque eran mejores y mas felices que yo: me creia el mártir del derecho natural y la víctima de las leyes. Con concentrada rabia revolvia furioso mis cadenas, cuando veia el sol levantarse magestuoso é impasible á mi desgracia sobre los montes: la vista de un rico y variado paisage hace un infierno del estrecho y triste calabozo. El libre y aromado ambiente, la golondrina que se posaba en las rejas de mi ventana, me parecian burlarse cruelmente de mi esclavitud. Entonces juré odio eterno é irreconciliable á el género humano, y he cumplido este triste juramento.
«Mis primeros pensamientos asi que me vi libre, se dirigieron al lugar de mis deseos, y si bien es cierto que no esperaba hallar en él el bienestar de mi vida, al menos pensaba encontrar un abundante pasto á mi venganza. Los latidos de mi corazon, al ver salir poco á poco la iglesia del pueblo de detras de las copas de los arboles, no eran de gozo: la pura alegria que llena el alma al volver al lugar de nuestro nacimiento, la presencia de los objetos que primero conmovieron el corazon, quedaron sepultados en mi impureza. El recuerdo de las injusticias, de los desprecios que habia sufrido, se despertaron en mi alma; manaba sangre de todas mis heridas; apresuré el paso, y ya me regocijaba del terror de mi enemigo á mi inesperada aparicion: tanto ansiaba en aquellos momentos nuevas humillaciones, cuanto he temblado despues ante ellas.
«Pausa lam nte tocabal la so emne oracion las campanas de la iglesia, cuando llegué á la plaza del mercado: todos me reconocian, y todos huian de mí con repugnancia. Los niños habian sido siempre grandes favoritus mios; le ofrecí una moneda de cobre á uno que acertó á estar, junto, el muchacho me miró un instante, y me tiró la moneda á la cara. En una disposicion tranquila de ánimo me hubiese recordado que aun conservaba la barba larga con que sali del presidio, y que daba á mi cara una espresion horrorosa, pero el mal corazon habia ofuscado el entendimiento. Lágrimas cono aquellas no han corrido nunca por mis megillas.
«El muchacho no sabe quien soy, y sin embargo me trata como una despreciable bestia (me dije á mí mismo). ¿He perdido la semejanza con los demas hombres? porque siento que en adelante no los podré amar.
«El desprecio de aquel niño en cambio de la buena accion que habia querido hacerme, me fué mas amargo que los tres años de presidio.
«Entré en un café, con qué intencion no lo sé; pero bien me acuerdo que salí de él con rabia en el corazon; de los muchos antiguos conocidos que alli hallé reunidos, ni uno se dignó siquiera saludarme. Asi andaba buscando un asilo en que recogerme, cuando al volver de una esquina me encontré con mi Juana. —Wolf!— esclamó, é hizo un movimiento para abrazarme.— Gracias doy á Dios por tu vuelta, querido Wolf.— Los harapos que la cubrian revelaban el hambre y la miseria, y sus modales me descubrieron el humillante estado á que habia descendido, algunos dragones del principe que poco antes habia encontrado recorriendo las calles me dijeron lo demas.— Vivandera! esclamé con la risa del desprecio en los labios, y me separé de ella. Consolóme el ver una criatura mas envilecida que yo.
«Mi madre habia muerto, y mis acreedores se habian apoderado de mis cortos bienes: nada tenia ya en el mundo. Antes evitaba con cuiado las miradas de los hombres: el desprecio me era intolerable; ahora las buscaba y me complacia en incomodarlos con mi presencia. Bien se avenia á mi propósito el no tener nada que perder ni conservar, ni tampoco necesitaba bienes, porque nadie sospechaba que los tuviese.
«El mundo está abierto á mis proyectos: quizá hubiera podido vivir honradamente en otra provincia, pero me faltaba el ánimo aun siquiera de parecer honrado. La désesperacion y la vergüenza habian acabado con mi pundonor; si la soberbia y el orgullo me hubiesen animado hubieia acabado con mi vida.
«Sin darme cuenta á mi mismo, adopté el camino para que estaba mi alma mas dispuesta, solo recuerdo que queria hacer daño, que deseaba merecer mi suerte. En mi opinion, las leyes eran las bienhechoras del mundo, y esta razon era mas que suficiente para propenerme ofenderlas: anteriormente las habia quebrantado por necesidad y ligereza; ahora intenclonalmente, y para vengargre de los hombres.
«Mi primer propósito fué volver á mi oficia de ladron de caza: este ejercicio se habia transformado en una pasion para mi; pero no era esto solo lo que me impulsó á él. Ansiaba por burlarme del edicto señorial, y por hacer cuanto daño pudiese al señor de aquellas tierras. No me detenia ya el temor de que me sorprendieran, porque ahora tenia una bala lista para el delator, y ni mi ojo ni mi mano erraban. Sin consideracion alguna mataba cuanta caza se levantaba, y no era que me aficionase el dinero, pues la mayor parte la dejaba podrirse en los bosques; vivia miserablemente, y solo gapaba para plomo y pólvora. Ruidosas fueron mis devastaciones en la caza mayor, pero ningun temor me acongojaba. Poco á poco se estinguia mi fama; poco á poco se olvidó mi nombre.
Este modo de vida duraba ya algunos meses; una mañana despues de haberme cansado en vano dos horas siguiendo la pista de un ciervo, lo vi de repente saiir á un claro del bosque, justamente cuando iba á tirar, me sorprendió la vista de un sombrero que estaba á pocos pasos, y á algunos mas reconoci al cazador Roberto, que detras del tronco de una gruesa encina acechaba al mismo ciervo. Un frio mortal recorrió mi cuerpo; alli al alcance de mi bala estaba el hombre que mas aborrecia, la causa de todas mis horas de cruel amargura. La escopeta me pesaba como si el destino del mundo pendiese de ella, y el concentrado odio de mi vida entera movia convulsivamente el dedo que habia de hacer el movimiento homicida. Una horrorosa invisible mano echó un velo sobre todos mis sentimientos; bien se mostró en aquel negro momento cual habia de ser el destino de mi desgraciada vida! El brazo temblaba al permitir al fusil seguir la fatal direccion, golpeaba los dientes, el aire entraba como si quisiese desgarrar mis pulmones. Un minuto quedó indeciso el curso del cañon entre el hombre y la bestia; un minuto tembló... un minuto aun un minuto lucharon el bien y el mal destrozando mi alma; al fin venció la venganza, y Roberto yacia muerto á mis pies.
El arma cayó con el tiro......... —Asesino— repetí por mucho tiempo: el bosque me parecia un callado y solitario cementerio; me pia á mi mismo pronunciar pausadamente, pero como si una voz estraña lo digese: asesino!!!
«Largo rato estuve ante el muerto sin movimiento y sin habla, hasta que una risa me volvió á la vida: —¿hablarás ahora, buen amigo? dije; y despues de haberlo vuelto boca arriba y cerrado los ojos que tenia abiertas, me apresuro á alejarme del sitio. Principiaba á sentirme estraño á mi mismo.
Hasta entonces habia pecado á costa de mi vergüenza; pero ahora habia sucedido algo que no podia resarcir ni aun á costa de mi propia sangre. Una hora antes nadie me hubiera persuadido que habia una criatura mas desgraciada que yo bajo el cielo; ahora empezaba á sospechar que una hora antes era de envidiar.
«Al cabo me interné en el bosque, pero pocos pasos habia andado cuando adverti que necesitaba dinero para llegar á la frontera; me faltaba ánimo para volver al sitio y tomar el relox que poseia el difunto; aterradores pensamientos del demonio y de la presencia de Dios me asaltaron en este punto, y tuve que reunir todo mi átrevimiento para dirigirme á la escena del crimen. Encontré lo que deseaba, y á mas algun dinero, del que tomé el necesario para mi viage, y dejé lo demas junto con el relox: poco se me daba pasar por un enemigo personal de Roberto, pero se me importaba mucho pasar por un ladron.
«Continué apresuradamente mi camino hácia el interior del bosque que se estendia hacia el norte hasta tocar con la frontera. Hasta el medio dia corri sin tomar aliento, y bien me avino porque la velo cidad de la carrera ahogó los gritos de mi conciencia; pero á medida que se debilitaba el cuerpo se hacian oir mas formidables, mas inmisericordiosos. El temor de la justicia divina no ocurrió á mi angustiada fantasia... bien es verdad que un temor me acongojaba, pero me acuerdo cual fuese? Confusas asociaciones de la horca, de la cuchilla y de la ejecucion de una infanticida que habia presenciado en mis juveniles años se agolpaban atropelladamente en mi imaginacion; no podia familiarizarme con la horrorosa idea de ser desde aquel momento deudor de mi vida á la justicia humana; á veces comprendia los sobresaltos, las agonias del porvenir; otras dudaba de que un solo hecho hubiese de tal suerte trastornado mi posicion social. Penosos, terribles eran los esfuerzos con que procuraba traer á la memoria los males, las humillaciones que por la crueldad del difunto habian acumulado sobre mi cabeza; pero con él murió mi memoria, no podia recordar lo que pocos momentos antes me habia puesto furioso, no alcanzaba porque habia asesinado.
Permanecí inmóvil delante del cadáver hasta que el chasquido de los látigos y chirrear de los carros me advirtió la proximidad del camino, y que debia pensar en mi seguridad.
«Mil medrosas figuras volvian y revolvian á mi alrededor: ya tomaban forma en los árboles, ya desaparecian confundiéndose con los álamos. Espantoso porvenir! la vida y la eternidad, la vida y sus incansables tormentos, y sus angustias mortales, la eternidad y sus inciertos horrores eran las sendas, una de las cuales necesariamente habia de recorrer: me faltó valor para matarme, é incapaz de vivir y de morir pasé la sesta hora de criminal, hora de dolores que destrozó mi alma.
«Despacio y completamente distraido del mundo esterior, caido sobre los ojos el sombrero, para sustraerme a la indagadora espresion con que en aquel momento se vestia hasta la naturalesa del bosque, seguia un estrecho sendero que pasaba por lo mas espeso de la selva.— Alto! gritó de repente una ronca voz que á poca distancia de mi salia. Levanté los ojos y me hallé en presencia de un hombre con proporciomes de gigante: Traia en la mano una nudosa porra: horriblemente brillaban en su cara negra como la noche, el blanco de sus salientes y bizcos ojos. Llevaba, en lugar del ceñidor, una gruesa cuerda en varias vueltas hada á la cintura, y venian en ella sujeto un ancho cuchillo y un par de pislolas.— Alto, repitió, y al tiempo que su poderoso brazo me sujetaba. La voz humana me hizo temblar; pero la presencia de un malvado me animó. Desgraciada situacion la mia! temer, huir del hombre honrado iba á ser en adelante mi destino.
—¿Quién sois, hermano? dijo á este punto el del garrote.
—Un malvado como tu sino me engañan las apariencias.
—El sendero no pasa por aqui: ¿qué buscas en estos apartados lugares?
—¿Qué derecho tienes de preguntármelo? dije con soberbia.
El del bosque me miraba de arriba abajo, como si quisiese comparar mis formas con las suyas, y descubrir en mis miembros el apoyo de mis altaneras palabras.
—El temor de perder no te detiene la lengua; hablas brutalmente como un mendigo.
—Bien puede eso ser; pero de ayer acá ya no lo soy.
—No me detendria el temor de jurar en falso, dijo el otro rièndose, para jurar que á la presente tu traza no te recomienda por cosa mejor.
—Por algo peor: y con estas palabras quise seguir mi camino.
—Hola! amigo, ¿qué os hace correr así fuera de aliento por estas soledades?
Me recapacito algun tiempo y aun no acierto como se me vinieron estas palabras á la boca.— «La vida es corta, dije pausadamente, y los martirios del infierno son eternos.»
Pasmado se me quedó mirando: maldito sea, esclamó, sino te has escapado, y á duras penas, de la horca.
—Bien puede ser asi como lo cuentas; pero hasta mas ver, camarada.
Bravo, hermano; y sacando de sus alforjas una bota de cuero, la empinó un breve espacio, convidándome á hacer lo mismo. La carrera y la angustia habian agotado mis fuerzas; en todo el dia no habia tomado alimento. Ya temia morir de hambre y de sed en la selva que en tres leguas a la redonda no habia donde ampararme. Volvió el perdido vigor á mis miembros, y nuevo valor animó mi corazon; y fue de tal suerte, que ya no me creia tan desgraciado, y con la esperanza renació el amor á la vida: tan benéfico influjo tuvo la bien venida bebida. Tan desesperado estaba, que con el mismo diablo me hubiera asociado por tal de tener alguno à quien confiar mis dolores.
El del bosque se tendió en la verde yerba: yo segui su ejemplo.
—Tu hospitalidad ha reanimado mis fuerzas, solo te la puedo pagar con mi confianza.
Entretanto habia encendido su pipa el del bosque:
—Hace mucho que andas en el oficio?
—¿Qué quieres decir con eso? me preguntó despues de haberme mirado atentamente.
—Digo que si ha corrido alguna vez la sangre por ese cuchillo que tienes en la cintura.
—¿Quien eres? dijo quitándose horrorizado la pipa de la boca.
—Un asesino como tu; pero aun soy novicio.
—¿De donde eres?
—A tres millas de aqui está el lugar que me vió nacer: soy Wolf el posadero de L.; quizá habrás oido ya de mi.
El del bosque se levantó como un poseido.
—¡Qué! ¿Eres Wolf el ladron de caza? esclamó.
—El mismo.
—Bien venido, camarada! Bien venido! vociferaba, y me apretaba poderosamente la mano. Cuanto me alegro de tenerte finalmente á mi lado. Dia y noche maquinaba como hacerte de los nuestros. Te conozco, conozco los sucesos de tu vida: hace micho que contaba contigo.
—¿Que contabas conmigo? ¿y qué esperas de mí?
—La comarca entera clama contra ti. La justicia te ha maltratado: los hombres le han ofenido; le han humillado. Wolf! ¿y por qué? porque has matado algunos javalies que el príncipe alimentaba en nuestras heredades, en nuestros cercados; por esto te han tenido años y años en el presidio; por esto te han desposeido de tus bienes, de tu oficio, y te han hecho un mendigo Hermano, hemos de ser peor tratados que las bestias que pacen en los bosques? y que un mozo como tu lo tolcre!
—¿Y qué he de hacer?
—De esto ya tratarémos; pero ahora dime de donde vienes, y que proyectos traes en la mente.
Le conté mi historia, y sin esperar á que le diese fin se levantó con impaciencia, llevándome tras si.
—Venid hermano Wolf, ha llegado la hora, y las circunstancias que tanto deseaba: fama y provecho adquiriré contigo. Sigueme.
—Y ¿adonde me llevas?
-No repliques, sígueme: y diciendo y haciendo, asió de mi, y á la fuerza me llevó con él.
«Escasamente habriamos andado un cuarto de legna: el bosque era cada vez mas espeso, mas intransitable, cuando me distrajo de mis reflexiones el pito de mi conductor. Habiamos llegado á la escarpada cima de una peña que cortada verticalmente descendia á un ondísimo abismo. Un silvido que salió de lo interior de la peña contestó al nuestro, y una escalera ascendió á poco hasta tocar á el borde del precipicio. Mi conductor bajó primero diciéndome que esperase su vuelta, que iba á sujetar à los perros, para que como á estraño no me destrozasen.
«Me hallé solo, y la imprevision de mi guia no me llamó la atencion: poco me hubiese costado subir la escalera, y asegurar de este modo mi huida; confieso que semejantes pensamientos ocuparon algunos instantes mi alma. Miraba el abismo à que debia descender, y se me agolparon confusas ideas del infierno y de su eternidad. Ya me horrorizaba el terrible camino que iba á emprender, ya estaba resuelto á huir, y á punto de empujar la escalera, tronó en mi oido como una risa del infierno «qué puede esperar un asesino!» y mi estendido brazo cayó sin fuerza á mi lado. El tiempo del arrepentimiento habia pasado, el asesinato que habia cometido, yacia como una inmovible roca en el camino que habia de separarme del vicio. En esto apareció mi guia convidándome á bajar. Yo no tenia que escojer. Bajé.
A los pocos pasos se agrandaba el terreno hasta poder centener algunas chozas, en medio de las cuales habia un espacio donde vi reunidos al rededor de una hoguera hasta unos veinte hombres.
—Por aqui, camarada, dijo mi guia, y me presentó como Wolf el posadero.
—Wolf! esclamaron, y todos á un tiempo se agruparon al rededor mío, hombres y mugeres. ¿Lo confesaré? La alegría era tan general, tan sincera, en todas las caras brilaba la confianza, si aun el aprecio; cual me apretaba la mano, cual me tiraba de los vestidos; mas parecia la vuelta de un antiguo amigo, que la presentacion de un estraño. La comida que habia interrumpido mi llegada se continuó, no sin haberme obligado antes á beber la bien venida. Caza de toda clase eran los únicos manjares y la bota vagaba sin agotarse de vecino á vecino. Buena vida é igualdad animaban á todos, y todos á porfia pugnaban por comunicarme su legria.
Me habian colocado entre las dos mugeres, que era el sitio de honor en la mesa. Esperaba encontrar en ellas la escoria de su sexo; pero fui agradablemente sorprendido: en aquella sociedad de malvados hallé las mas agraciadas mugeres que jamas habia visto. Margarita, la mayor y mas hermosa, podia tener veinticinco años, y por broma la llamaban la Niña. Sus modales y palabras eran graciosos y vivos, Maria, la mas jóven, habia estado casada, y su marido la habia abandonado: era mas delgada; estaba mas pálida, y parecia mas delicada que su fogosa vecina: ambas á porfia procuraban agradarme, pero mi corazon escogió á la tímida Maria.
—Ya ves, hermano Wolf, dijo el hombre que alli me habia traido, ya ves cumo vivimos, cada día es semejante al pasado, ¿no es así, camaradas?
—Todos como el presente, repitió toda la banda.
—Pues decidete á seguir nuestro modo de vivir, y sé nuestro capitan, hasta ahora lo he sido yo, pero gustoso te cedo el puesto: ¿qué os parece, compañeros?
«Un alegre si salió de todos los pechos.
«Mi cabeza ardia: estaba embriagado, y mi sangre hervia con el vino y la alegria. El mundo me habia desechado como un apestado; aqui hallé cariño fraternal, buena vida y honores. Cualquier camino que quise escoger me conducia al cadalso; aqui á lo menos podia vender cara mi vida. Amor habia sido siempre mi pasion favorita: el otro secso me habia hasta ahora despreciado, en este sitio esperaba dichas y favores. Poco me costó determinarme.
—Soy de los vuestros, camaradas, dije adelantándome entre ellos; pero con una sola condicion, que se me ha de ceder la hermosa Maria.
«Todos vinieron en ello, y yo vine á ser poseedor de una muger perdida, y capitan de ladrones.»
Aqui cesó de seguir su historia: lo abominable de ella no tendria nada de interesante para el lector. Un desgraciado que habia ascendido hasta tan bajo, se permitió toda clase de escesos que repugnan á la humanidad: sin embargo, jamás volvió á asesinar.
La fama pronto se esparció por toda la comarca. Los caminos no estaban ya seguros; nocturnas tropelías y robos inquietaban á los moradores, y el nombre de Wolf el posadero se hizo temible; la justicia ofreció una crecida suma por su cabeza. Fué tan felíz, que acertó á desbaratar los planes que se tramaron contra él, y bastante discreto para aprovechar las supersticiosas creencias que sobre él andaban en bocas de todos. Sus compañeros hacian correr la voz de que tenia pacto con el demonio, y como estuviese el distrito, teatro de sus fechorias, en la parte menos ilustrala de Alemania, le avino bien para la seguridad de su persona, porque no habia valiente en aquellos contornos que no huyera de hallarse cara á cara con un mozo que tenia asalariado al diablo
Pasó un año, y empezó á serle insoportable el género de vida que llevaba. La banda no llenó las esperanzas con que se habia halagado en la ilusion de la embriaguez y los placeres; descubrió cuan horrorosamente se habia engañado. El hambre y la miseria sustituyeron la aparente abundancia con que le cautivaron: ¡cuántas veces no espuso su vida para no morir de hambre! La alagüena imágen de la fraternidad, desapareció, y en su lugar se elevaron la envidía y los celos, y la mortal desconfianza. Grandes sumas se ofrecian al que le entregase, y ademas un completo perdon si habia sido partícipe en sus crimenes, ¡poderosísimos, irresistibles alicientes para desalmados cansados ya de su triste vida! El desgraciado, bien conocia el peligro de su situacioa: dependia su vida de la fé de hombres que no respetaban ni las leyes divinas ni las humanas. Todo acabó para él en el mundo; el sueño huia de sus cansados párpados, la sospecha lo martirizaba cuando velaba, dormia á su lado, y lo despertaba en la noche con horribles sueños. La hasta entonces muda conciencia, tornó con sus clamores, el aspid de los remordimientos despertó en este trastorno de su ser. Todo su odio á la humanidad, volvió su agudo filo contra èl mismo; perdonó la naturaleza y se maldijo á sí propio.
El vicio habia completado su obra en el desdichado: su naturalmente buena razon venció las desgraciadas ilusiones que lo habian descarriado. Conoció y sintió el abismo á que habia descendido, y la melancolia llenó su alma en vez de la vehemente desesperacion de los primeros momentos.
Ardientes lágrimas le hacia derramar el deseo de que volvíese el tiempo que para siempre huyó; sentia una íntima seguridad de que lo emplearia de muy distinto modo. Tenia esperanzas de ser aun honrado; y esta esperanza la fundaba en el sentimiento de que podia serlo. En la cumbre de la degradacion estaba mas cercano al bien, que quizá lo ha bia estado antes de sus primeras faltas.
Por este tiempo estalló la guerra de los siete años y los alistamientos de gente que se hacian por todo el reino alimentaron sus esperanzas. En esta ocasion escribió una carta á su soberano, que presento á mis lectores.
»Si no repugna á vestra alteza descender hasta mi; si alcanza
»su misericordia á grandes criminales como yo, prestadme oido, Serení-
»simo Señor. Soy asesino, soy ladron, las leyes me condenan, la justicia
»me busca... y yo me ofrezco á presentarme á ella. Pera pongo á los
»pies del trono una súplica que acaso sorprenderá oirla de mi boca. Abo-
»mino mi vida y no temo la muerte, pero es horrible que muera sin ha-
»ber vivido: quisiera vivir para redimir siquiera una parte de lo pasado:
»quisiera vivir para reconciliarme con la justicia humana que tan cruel-
»mente he ofendido: quiza fuese mi suplicio un saludable egemplo para
»el mundo; pero de nada aprovecharia para remediar los males que he
»causado. Odio el vicio, y arde mi alma en deseos de esperimentar los es-
»quisitos goces de la virtud y la honradez. El valor que tan temible me
»ha hecho para mi patria, ansio por mostrarlo combatiendo sus enemigos
»No se me oculta, cuan mal sienta en mi boca proponer condicio-
»nes, cuando la vida ya no me pertenece: pero no aparezco ante la jus-
»ticia arrastrando las cadenas de criminal.... todavia soy libre.... y nin-
»guna parte tiene el temor en el paso que ahora doy
»Gracia, misericordia pido.... aun cuando poseyese títulos para
»ser juzgado con indulgencia, no seria osado á aprovecharme de ellos;
»quiero sin embargo acordar uno que deseo no pase desapercibido à los
»ojos del que me ha de juzgar. Principian mis crimenes desde el momen-
»to que acabó mi honra, si la equidad hubiera presidido la eleccion del
»castigo conque se quiso remediar mis faltas, no necesitaria implorar
»abora su misericordia.
»Ocupe la clemencia el lugar de la justícia, y si es en vuestro po
»der ínterceder por mi; hacedlo Señor, y conededme la vida que de hoy
»mas la dedicaré á serviros. Si os dignais anunciarme el favorable éxito
»que no dudo tendra mi súplica, si vuestra alteza se interesa en mi suer-
»te, los papeles públicos le harán llegar hasta mí: si así no fuese haga
»su deber la juslicia de los hombres; yo haré el mio.»
Esta súplica y dos mas que se siguieron, en las que el desgraciado pedia ser admitido en el servicio militar de su señor, quedaron sin respuesta. Toda esperanza de perdon huyó de su alma y determinó huir del pais para ir á servir y morir como valiente soldado en el egército del rey de Prusia. Como mejor pudo burló la vigilancia de sus compañeros y emprendió el viage á tiempo que anochecia llegó á un pueblo y por creerse seguro quiso reposar en él. Poco tiempo antes, y por ser el señor de aquella tierra príncipe de la corona y haber tomado parte en la guerra que á la sazon se hacia, muy severas órdenes se habian dado á los magistrados para vigilar los que iban y venian. Acertó á estar ya prevenido el portazguero cuando llegó Wolf al rastrillo del pueblo. En su presencia contrastaban muy singularmente lo ridículo y lo terrible. El flaco rocin que montaba, las deshermanadas piezas de su vestido, que mas revelaban la cronologia de sus robos que el gusto que habia presidido su eleccion, hacian resaltar tanto mas su fisonomia en la que yacian la furia de las pasiones como mutilados cadáveres en un estendido campo de batalla. El guarda quedó admirado de tan estraña figura; habia encanecido en el oficio, y una práctica de cuarenta años le habia hecho escelente fisionomista no le engañaron las sospechas que concibió al ver á aquel hombre. Le cerró el camino y al tiempo que cogió las riendas del caballo le pidió el pasaporte. Wolf, que venia preparado para este caso, dió un pasaporte que pocos dias antes se habia apropiado de los despojos de un robado comerciante. Pero no bastó este solo testimonio al desconfiado portazguero que creia mas á sus ojos que al papel, y obligó á seguirle ante la autoridad.
El magistrado del pueblo examinó el pasaporte y lo encontró corriente; pero no quiso dejar pasar esta ocasion, que él se imaginó le deparaba su buena fortuna, sin departir un rato de noticias políticas, de las que era grande aficionado y eterno disputador; tanto mas le estimulaba el aguijon de sus deseos, cuanto sabia por el pasaporte que su dueño venia del teatro de la guerra; le envió, pues, el escribiente con corteses ofrecimientos de su casa y persona.
Mientras esto pasaba, estaba Wolf parado en ver la plaza del cabildo, siendo la mofa del populacho: contentáronse al principio con mudas chocarrerias, mostrándose unos á otros con ridículos gestos el rocin y el caballero, hasta que no conteniéndoles ya la estrañeza rompieron en un bullicioso tumulto. Para colmo de desgracia era robado el caballo que asi llamaba la atencion, y ya se imaginaba que las señas del caballo junto con las suyas venian en el señalamiento que de su persona se habia pasado á las autoridades. La inesperada hospitalidad del magistrado vino á convertir en certidumbre sus sospechas; tuvo por cosa averiguada que descubierta la supercheria del pasaporte, aquella invitarion era un lazo para cogerlo sin resistencia: tan cierto es que una mala conciencia enmudece las facultades del alma: metió espuelas al caballo, y rompió por entre la gente sin contestar á el recado del corregidor.
Esta repentina fuga fué la seňal del levantamiento.
«A el picaro!» vociferaban de todas partes, y todos se arrojaron tras él. Fué un momento de vida ó muerte; ya les habia ganado un buen trecho: sus perseguidores, faltos de aliento desistian los mas de su empeño; estaba próximo á salvarse; pero una invisible mano se levantó contra él: la hora de su suerte habia pasado, y la inexorable Nemesis se apoderó de su deudor. La calle que escogió no tenia salida.
El ruido de lo que pasaba habia alarmado á todo el pueblo, la gente llenaba las calles: por todas partes no habia mas que enemigos. Amenazando la muchedumbre con una pistola procuraba abrirse campo por entre sus filas.
—Esta bala, les dice, castigará á el atrevido que intente detenerme.
El temor tuvo á todos quietos: un arrojado herrero se arrojó sobre él por detras y le descoyuntó el dedo con que iba á hacer fuego. Cayó la pistola, y el desarmado fué conducido ante el cabildo.
—¿Quién sois? preguntó el juez con brutal tono.
—Un hombre que està dispuesto á no contestar sino á corteses razones.
—¿Quién es V?
—Quien parezco ser: la Alemania entera he recorrido, y en ninguna parte he encontrado la insolencia mas en su pusto que aqui.
—Vuestra repentina huida le hace á V. muy sospechoso. ¡Por qué huia V?
—Porque me faligaba ya ser la mofa de este soez populacho.
—V. amenazó de hacer fuego.
—No estaba cargada la pistola.
Se examinó, y se halló ser cierto lo que decia el prisionero.
—¿Por qué traía V. armas ocultas?
—Me habian aconsejado hacerlo asi, á causa de un cierto Wolf que infesta con sus robos y correrias esta comarca.
—La desfachalez con que hasta ahora ha contestado V. á mis preguntas, en manera alguna recomiendan su carácter: quiero, sin embargo, dejarle tiempo hasta mañana para que reflexione si no le estaria mejor descubrirme la verdad.
—Mañana repetiré lo que he dicho hoy.
—Que conduzcan el prisionero á la torre, dijo el juez á los alguaciles que presentes estaban.
—A la torre!... Señor magistrado mirad bien en lo que haceis, que si hay justicia en esta tierra me habeis de dar una cumplida satisfaccion de este agravio.
—Si os la daré cuando le haya absuelto
Bien se le ocurrió á la mañana á el magistrado que podia ser inocente, y que de un modo ú otro sus imperiosas palabras no habian de hacer el apetecido efecto en el ánimo del prisiorero. Asi que determínó usar con él de corteses razones. Reunió el jurado, é hizo comparecer al prisioiero.
—Perdone V. si ayer le traté con dureza, pues raras veces logramos dominar nuestros afectos en los primeros momentos.
—Con infinito gusto,
—La severidad de las leyes y las sospechosas circunstancias que le acompañan, me precisan á examinarlo á V. con detenimiento. Las apariencias hablan contra V., y desearia sin embargo me dijese V. algo que las desvaneciera.
—¿Y si nada supiese?
—Entonces daria mi informe al tribunal superior, y V, quedaria entretanto prisionero aqui.
—¿Y despues?
—Despues seria V. espulsado á latigazos, como un vago del pais, ó iria V. á servir al rey.
Calló el prisionero, y los pocos minutos que duró su silencio parecía que opuestos sentimientos combatian en reñido combate su alma: e dirigió con gran vehemencia al magistrado, y le dijo.
—Podria tener una conferencia privada con V.?
Suspensos y dudosos quedaron los jueces de la palabra y ademanes del acusado; pero se retiraron á una seña del corregidor.
—¿Qué desea V? preguntó asi que estuvieron solos.
—La dureza con que me trató ayer jamás hubiera arrancado de mi pecho confesion alguna: mas la cordura y nobleza de hoy me han inspirado amor y confianza.
—¿Qué me teneis que decir?
El corazon me dice que sois de condicion generosa; ¡ay! hace mucho que mi alma necesitaba un alma como la vuestra. Y le tomó las manos con muestras de gran amor y veneracion.
—¿Qué me quereis!!
Esa cabeza cana y venerable ha combatido muchos años las tormentas de la vida y las pasiones de los hombres? ¿No es verdad que habeis aprendido á ser indulgente con vuestros semejantes?
—Señor, no comprendo á donde se dirigen sus palabras.
—Pocos pasos os separan de la eternidad:— pronto necesitareis misericordia ante Dios:— ¿no se la negareis á un hombre:— ¿no presiente V. nada?— no sospecha con quien habla?
—¿Quién sois? me atemorizais.
—Aun no presiente V. nada?— Escriba V. al principe como me habeis hallado, y que yo de propia voluntad he sido mi delator, y que asi tenga Dios misericordia de él, como la tenga él ahora conmigo.—Rogad por mi, anciano, y verted una lágrima sobre el informe que vais á dar de mí.— Soy Wolf el posadero.