El diablo cojuelo/X

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El diablo cojuelo
de Luis Vélez de Guevara
Tranco IX

Tranco X

En este tiempo llegaban a Gradas su camarada y don Cleofás, tratando de mudarse de aquella posada, porque ya tenía rastro de ellos Cienllamas, cuando vieron entrar por la posta, tras un postillón, dos caballeros soldados vestidos a la moda, y díjole el Cojuelo a don Cleofás:

-Éstos van a tomar posada y apearse a Caldebayona o a la Pajería, y es tu dama y el soldado que viene en su compañía, que, por acabar más presto la jornada, dejaron la litera y tomaron postas.

-¡Juro a Dios -dijo don Cleofás- que lo he de ir a matar antes que se apee, y a cortarle las piernas a doña Tomasa!

-Sin riesgo tuyo se hará todo eso -dijo el Cojuelo-, ni sin tanta demostración pública; gobiérnate por mí ahora; que yo te dejaré satisfecho.

-Con eso me has templado -dijo don Cleofás-; que estaba loco de celos.

-Ya sé qué enfermedad es esa, pues se compara a todo el infierno junto -dijo el Diablillo-. Vámonos a casa de nuestra mulata, almorzarás y conmutarás en sueño la pendencia; y acuérdate que has de ser presidente de la Academia, y yo fiscal.

-Pardiez -dijo don Cleofás-, todo se me había olvidado con la pesadumbre; pero es razón que cumplamos nuestras palabras como quien somos.

Y habiéndose mudado de la posada de Rufina otro día a otra de la Morería, más recatada, pasaron los que faltaron para la Academia en estudiar y escribir los sujetos que les habían dado y en hacer don Cleofás una oración para preludio de ella, como es costumbre y obligación de las presidencias de tales actos; y, llegado el día, se aderezaron lo mejor que pudieron, y al anochecer partieron a la palestra, donde les esperaban todos los ingenios con admiraciones de los suyos, y con los mismos antojos de la preñez pasada se fueron sentando en los lugares que les tocaban; y haciendo señal con la campanilla para obligar al silencio, don Cleofás, llamado el Engañado en la Academia, hizo una oración excelentísima en verso de silva, cuyos números ataron los oídos al aplauso y desataron los asombros a sus alabanzas. Y en pronunciando la última palabra, que es el Dixi, volviendo a resonar el pájaro de plata, dijo:

-Yo quiero parecer presidente en publicar ahora, después de mi oración, unas premáticas que guarden los divinos ingenios que me han constituido en esta dignidad; -leyendo de esta manera un papel que traía doblado en el pecho:


«PREMÁTICAS, Y ORDENANZAS QUE SE HAN DE GUARDAR EN LA INGENIOSA ACADEMIA SEVILLANA DESDE HOY EN ADELANTE.

»Y por que se celebren y publiquen con la solemnidad que es necesaria, sirviendo de atabales los cuatro vientos y de trompetas el Músico de Tracia, tan marido, que por su mujer descendit ad inferos, y Arión, que, siendo de los piratas con quien navegaba arrojado al mar por robarle, le dio un delfín en su escamosa espalda, al son de su instrumento, jamugas para que no naufragase, et coetus, et Amphion Thebanae conditor urbis; y pregonero la Fama, que penetra provincias y elementos, y secretario que se las dicte Virgilio Marón, príncipe de los poetas, digan de esta suerte:

»Don Apolo, por la gracia de la Poesía rey de las Musas, príncipe de la Aurora, conde y señor de los oráculos de Delfos y Delo, duque del Pindo, archiduque de las dos Frentes del Parnaso y Marqués de la Fuente Cabalina, etc., a todos los poetas heroicos, épicos, trágicos, cómicos, ditirámbicos, dramáticos, autistas, entremeseros, bailinistas y villancieres, y los demás de nuestro dominio, así seglares como eclesiásticos, salud y consonantes. Sepáis: como, advirtiendo las grandes desórdenes y desperdicios con que han vivido hasta aquí los que manejan nuestros ritmos, y que son tantos los que, sin temor de Dios y de sus conciencias, componen, escriben y hacen versos, salteando y capeando de noche y de día los estilos, conceptos y modos de decir de los mayores, no imitándolos con la templanza y perífrasis que aconseja Aristóteles, Horacio y César Escalígero, y los demás censores que nuestra Poética advierten, sino remendándose con centones de los otros y haciendo mohatras de versos, fullerías y trapazas, y para poner remedio en esto, como es justo, ordenamos y mandamos lo siguiente:

»Primeramente se manda que todos escriban con voces castellanas, sin introducirlas de otras lenguas, y que el que dijere fulgor, libar, numen, purpurear, meta, trámite, afectar, pompa, trémula, amago, idilio, ni otras de esta manera, ni introdujere posposiciones desatinadas, quede privado de poeta por dos academias, y a la segunda vez confiscadas sus sílabas y arados de sal sus consonantes, como traidores a su lengua materna.

»Item, que nadie lea sus versos en idioma de jarabe, ni con gárgaras de algarabía en el gútur, sino en nuestra castellana pronunciación, pena de no ser oídos de nadie.

»Item, por cuanto celebraron el Fénix en la academia pasada en tantos géneros de versos, y en otras muchas ocasiones lo han hecho otros, levantándole testimonios a esta ave y llamándola hija y heredera de sí propia y pájaro del Sol, sin haberle tomado una mano ni haberla conocido si no es para servirla, ni haber ningún testigo de vista de su nido, y ser alarbe de los pájaros, pues en ninguna región ha encontrado nadie su aduar, mandamos que se ponga perpetuo silencio en su memoria, atento que es alabanza supersticiosa y pájaro de ningún provecho para nadie, pues ni sus plumas sirven en las galas cortesanas ni militares, ni nadie ha escrito con ellas, ni su voz ha dado música a ningún melancólico, ni sus pechugas alimento a ningún enfermo; que es pájaro duende, pues dicen que le hay, y no le encuentra nadie, y ave solamente para sí; finalmente, sospechosa de su sangre, pues no tiene abuelo que no haya sido quemado; estando en el mundo el pájaro celeste, el cisne, el águila, que no era bobo Júpiter, pues la eligió por su embajatriz, la garza, el neblí, la paloma de Venus, el pelícano, afrenta de los miserables, y, finalmente, el capón de leche, con quien los demás son unos pícaros. Este sí que debe alabarse, y mátenle un fénix a quien sea su devoto, cuando tenga más necesidad de comer. Dios se lo perdone a Claudiano, que celebró esta necedad imaginada, para que todos los poetas pecasen en él.

»Item, porque a nuestra noticia ha venido que hay un linaje de poetas y poetisas hacia palaciegos, que hacen más estrecha vida que los monjes del Paular, porque con ocho o diez vocablos solamente, que son crédito, descrédito, recato, desperdicio, ferrión, desmán, atento, valido, desvalido, baja fortuna, estar falso, explayarse, quieren expresar todos sus conceptos y dejar a Dios solamente que los entienda, mandamos que se les den otros cincuenta vocablos más de ayuda de costa, del tesoro de la Academia, para valerse de ellos, con tal que, si no lo hicieren, caigan en pena de menguados y de no ser entendidos como si hablaran en vascuence.

»Item, que en las comedias se quite el desmesurarse los embajadores con los reyes, y que de aquí adelante no le valga la ley del mensajero; que ningún príncipe en ellas se finja hortelano por ninguna infanta, y que a las de León se les vuelva su honra con chirimías, por los testimonios que las han levantado; que los lacayos graciosos no se entremetan con las personas reales si no es en el campo o en las calles de noche; que para querer dormirse sin qué ni para qué no se diga: «Sueño me toma», ni otros versos por el consonante, como decir a rey, «porque es justísima ley», ni a padre, «porque a mi honra más cuadre», ni las demás: «A furia me provocó», «Aquí para entre los dos» y otras civilidades, ni que se disculpen sin disculparse diciendo:

Porque un consonante obliga
a lo que el hombre no piensa


Y al poeta que en ellas incurriera de aquí adelante, la primera vez le silben, y la segunda sirva a Su Majestad con dos comedias en Orán.

»Item, que los poetas más antiguos se repartan por sus turnos a dar limosna de sonetos, canciones, madrigales, silvas, décimas, romances y todos los demás géneros de versos a poetas vergonzantes que piden de noche, y a recoger los que hallaren enfermos comentando o perdidos en las Soledades de don Luis de Góngora; que haya una portería en la Academia, por donde se dé sopa de versos a los poetas mendigos.

»Item, que se instituya una Hermandad y Peralvillo contra los poetas monteses y jabalíes.

»Item, mandamos que las comedias de moros se bauticen dentro de cuarenta días, o salgan del reino.

»Item, que ningún poeta, por necesidad ni amor, pueda ser pastor de cabras ni ovejas, ni de otra res semejante, salvo si fuere tan Hijo Pródigo que, disipando sus consonantes en cosas ilícitas, quedare sin ninguno sobre qué caer poeta; mandamos que en tal caso, en pena de su pecado, guarde cochinos.

»Item, que ningún otro poeta sea osado a hablar mal de los otros sino es dos veces en la semana.

»Item, que al poeta que hiciere poema heroico no se le dé de plazo más que un año y medio, y que lo que más tardare se entienda que es falta de la musa; que a los poetas satíricos no se les dé lugar en las academias, y se tengan por poetas bandidos y fuera del gremio de la poesía noble, y que se pregonen las tallas de sus consonantes, como de hombres facinerosos a la república. Que ningún hijo de poeta que no hiciere versos no pueda jurar por vida de su padre, porque parece que no es su hijo.

»Item, que el poeta que sirviere a señor ninguno, muera de hambre por ello.

»Y, al fin, estas premáticas y ordenanzas se obedezcan y ejecuten como si fueran leyes establecidas de nuestros príncipes, reyes y emperadores de la Poesía. Mándanse pregonar, porque venga a noticia de todos.»

Celebradísimo fue el papel de el Engañado por peregrino y caprichoso, sacando, al mismo tiempo que le acababa, otro del pecho el Engañador, llamado así en la Academia y en los tres hemisferios, y fiscal de la presente, que decía de esta manera:

«PRONÓSTICO Y LUNARIO DEL AÑO QUE VIENE, AL MERIDIANO DE SEVILLA Y MADRID, CONTRA LOS POETAS, MÚSICOS Y PINTORES. COMPUESTO POR «EL ENGAÑADOR», ACADÉMICO DE LA INSIGNE ACADEMIA DEL BETIS, Y DIRIGIDO A PERICO DE LOS PALOTES, PROTODEMONIO Y POETA DE DIOS TE LA DEPARE BUENA»;

interrumpiendo estas últimas razones un alguacil de los veinte, guarnecido de corchetes (y tantos, que si fueran de plata pudiera competir con la capitana y almiranta de los galeones cuando vuelven de retorno con las entrañas del Potosí y los corazones de los que los esperan y los traen), doña Tomasa y su soldado, como entraron por la posta para estar a la vista de la ejecución de su requisitoria; la Academia se alteró con la intempestiva visita, y el atrevido Alguacil dijo:

-Vuesas mercedes no se alboroten; que yo vengo a hacer mi oficio y a prender no menos que al señor Presidente, porque es orden de Madrid y la he de hacer de Evangelio. Palotearon los académicos, y don Cleofás se espeluzó tanto cuanto, y el Fiscal, que era el Cojuelo, le dijo:

-No te sobresaltes, don Cleofás, y déjate prender, no nos perdamos en esta ocasión; que yo te sacaré a paz y a salvo de todo.

Y volviendo a los demás, les dijo lo mismo, y que no convenía en aquel lance resistencia ninguna; que si fuera menester, el Engañado y él metieran a todos los alguaciles de Sevilla las cabras en el corral.

-Hombre hay aquí -dijo un estudiantón del Corpus, graduado por la Feria y el pendón verde-, que, si es menester, no dejará oreja de ministro a manteazos, siendo yo el menor de todos estos señores.

El Alguacil trató de su negocio sin meterse en más dimes ni diretes, deseando más que hubiese dares y tomares, y doña Tomasa estuvo, empuñada la espada y terciada la capa, a punto de pelear al lado de su soldado; que era, sobre alentada, muy diestra, como había tanto que jugaba las armas, hasta que vio sacar preso al que le negaba la deuda, libre de polvo y paja. El Cojuelo se fue tras ellos, y la Academia se malogró aquella noche y murió de viruelas locas.

El Cojuelo, arrimándose al Alguacil, le dijo aparte, metiéndole un bolsillo en la mano, de trescientos escudos:

-Señor mío, vuesa merced ablande su cólera con este diaquilón mayor, que son ciento cincuenta doblones de a dos.

Respondiéndole el Alguacil, al mismo tiempo que los recibió: -Vuesas mercedes perdonen el haberme equivocado, y el señor Licenciado se vaya libre y sin costas, más de las que hemos hecho; que yo me he puesto a un riesgo muy grande habiendo errado el golpe.

El soldado y la señora doña Tomasa, que también habían regalado al Alguacil, por más protestas que le hicieron entonces, no le pudieron poner en razón, y ya a estas horas estaban los dos camaradas tan lejos de ellos, que habían llegado al río y al Pasaje, que llaman, por donde pasan de Sevilla a Triana y vuelven de Triana a Sevilla, y, tomando un barco, durmieron aquella noche en la calle del Altozano, calle Mayor de aquel ilustre arrabal, y la Vitigudino y su galán se fueron muy desairados a lo mismo a su posada, y el Alguacil a la suya, haciendo mil discursos con sus trecientos escudos, y el Cojuelo madrugó sin dormir, dejando al compañero en Triana, para espiar en Sevilla lo que pasaba acerca de las causas de los dos, revolviendo de paso dos o tres pendencias en el Arenal.

Y el Alguacil despertó más temprano, con el alborozo de sus doblones, que había puesto debajo de las almohadas, y, metiendo la mano, no los halló; y levantándose a buscarlos, se vio emparedado de carbón, y todos los aposentos de la casa de la misma suerte, porque no faltase lo que suele ser siempre del dinero que da el diablo, y tan sitiado de esta mercadería, que fue necesario salir por una ventana que estaba junto al techo, y en saliendo, se le volvió todo el carbón ceniza; que si no fuera así, tomara después por partido dejar lo alguacil por carbonero, si fuere el carbón de la encina del infierno, que nunca se acaba, amén, Jesús.

El Cojuelo iba dando notables risadas entre sí, sabiendo lo que le había sucedido al Alguacil con el soborno. Saliendo, en este tiempo, por cal de Tintores a la plaza de San Francisco, y habiendo andando muy pocos pasos, volvió la cabeza y vio que le venían siguiendo Cienllamas, Chispa y Redina; y, dejando las muletas, comenzó a correr, y ellos tras él, a grandes voces diciendo:

-¡Tengan ese cojo ladrón!

Y cuando casi le echaban las garras Chispa y Redina, venía un escribano del número bostezando, y metiósele el Cojuelo por la boca, calzado y vestido, tomando iglesia, la que más a su propósito pudo hallar. Quisieron entrarse tras él a sacarle de este sagrado Chispa, Redina y Cienllamas, y salió a defender su jurisdicción una cuadrilla de sastres, que les hicieron resistencia a agujazos y a dedalazos, obligando a Cienllamas a enviar a Redina al infierno por orden de lo que se había de hacer; y lo que trajo en los aires fue que, con el Escribano y los sastres, diesen con el Cojuelo en los infiernos. Ejecutose como se dijo, y fue tanto lo que los revolvió el Escribano, después de haberle hecho gormar al Cojuelo, que tuvieron por bien los jueces de aquel partido echarlo fuera, y que se volviese a su escritorio, dejando a los sastres en rehenes, para unas libreas que habían de hacer a Lucifer a la festividad del nacimiento del Antecristo; tratando doña Tomasa, desengañada, de pasarse a las Indias con el tal soldado, y don Cleofás de volverse a Alcalá a acabar sus estudios, habiendo sabido el mal suceso de la prisión de su Diablillo, desengañado de que hasta los diablos tienen sus alguaciles, y que los alguaciles tienen a los diablos. Con que da fin esta novela, y su dueño gracias a Dios porque le sacó de ella con bien, suplicando a quien la leyere que se entretenga y no se pudra en su leyenda, y verá qué bien se halla.