El diputado Bernardo O'Higgins en el Congreso de 1811: Introducción

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda


Introducción[editar]

“Al descansar su pie sobre la playa de su nativa tierra, que no viera desde niño, don Bernardo O’Higgins, joven ahora de 22 años, instruido, acaudalado, patriota y secretamente revolucionario, no podía menos de sentir una impresión de profundo desaliento”.

Benjamín Vicuña Mackenna,

“El ostracismo del general don Bernardo O’Higgins”


Bernardo O’Higgins regresó a Chile, desde España, el 6 de septiembre de 1802, tras cinco meses de navegación en la fragata Aurora. Su padre, el virrey del Perú, había fallecido el año anterior en Lima con el deseo manifiesto de que el joven —al que llamó en su testamento privado Bernardo Riquelme— recibiera a su regreso de Europa “la mayor parte de su caudal, a excepción tan solo de algunos legados y obras pías que había meditado”.[1] Con este hecho esperaba que después de su muerte fuera reconocido como su único hijo.


“Primeramente mando mi alma a Dios que la creó y redimió — escribió el anciano por mano propia ante su amigo Tomás Delphin— [ ...] Item, mando que a don Bernardo Riquelme, luego que llegue de Europa, se le entregue la estancia de Las Canteras, existente en la provincia de La Concepción, de Chile, con tres mil cabezas de ganado
de todas edades, para que la haya y tenga, en virtud de esta disposición, como suya propia, encargándole procure conservarla y perpetuarla en su familia” [2].

El juicio de residencia correspondiente a Ambrosio O’Higgins y la partición de la herencia tardaron el cumplimiento de ésta.

Sólo el 29 de enero de 1804 se iniciaron los actos posesorios de la hacienda con un rodeo que duró 22 días, en el que se bajaron a los llanos, a fuerza de lazo, no menos de seiscientas reses alzadas [3]. Concluida esta faena, el 19 de febrero, el escribano de Los Ángeles, Miguel del Burgo, realizó el ritual propio de la entrega formal tomando de la mano al que llamó “don Ber nardo O’Higgins Ballenar” e introduciéndolo en las 16.699 cuadras de tierra correspondientes a la hacienda de San José de Las Canteras de Ballenar —como la había denominado Ambrosio O’Higgins una vez que fue su dueño [4]. Bernardo se paseó por ellas e hizo las demostraciones necesarias en derecho “en señal de verdadera, real, actual, civil y natural posesión”[5].

El rodeo había bajado a los llanos cuatro mil trescientos vacunos y quinientos cuarenta caballares. Como el testamento del virrey se refería a sólo tres mil reses hubo ntercambios de opiniones entre Bernardo, el escribano Miguel del Burgo, José de la Cruz, apoderado de Tomás O’Higgins, sobrino del virrey avecindado en Chile y, al año siguiente, el albacea de Ambrosio, José de Gorbea, sobre el excedente en vacunos y sobre los caballares que no figuraban en el testamento. En definitiva, el ganado equino fue dividido por el albacea en iguales partes entre los dos primos, que también llegaron a un acuerdo económico por el excedente en vacunos lo que per mitió a Bernardo mantenerlo en su hacienda.

El cumplimiento del acuerdo y la misma existencia de los animales se vieron afectados por la situación bélica posterior, lo que llevó a Bernardo y a Tomás O’Higgins a transar “amigable y privadamente” sobre el asunto, como lo aclaró el primero al albacea de Tomás, el canónigo Alejo Eyzaguirre, que a la muerte del primo le recordara a Ber nardo una deuda de siete mil pesos por el ganado excedente [6]. Empero —de acuerdo a lo afir mado por el biógrafo Jorge Ibáñez Vergara— desconociendo lo dicho por O’Higgins, el albacea Eyzaguirre continuó con el juicio de cobranza que había iniciado el mismo Tomás O’Higgins, el año 1826. Terminó, después de muerto Ber nardo, con el pago al albacea “de la cantidad de 16.000 pesos de los 24.000 en que el General Manuel Bulnes compró el predio”[7].

En los años siguientes, el novel estanciero aplicó su reconocido talento administrativo y su tesón, heredados de su padre, a la incomparable calidad de las tierras de la Isla de la Laja [8].

Usó en ellas lo que había conocido de la reciente revolución ag rícola inglesa, como los fosos y cercos para fijar su propiedad o separar los diversos potreros, la rotación de los cultivos y el uso de nuevas herramientas.

Conforme al Inventario de la Hacienda de Las Canteras de Ballenar[9], confeccionado por el mismo Bernardo, basándose en información que conservaba sobre su estado en 1810, seis años después de haber sido recibida la hacienda, la producción agrícola orientada a viñas y frutales alcanzaba a 85.000 plantas, siendo los otros rubros las papas, el trigo y el forraje. Asimismo, contaba con 10.228 cabezas de vacuno, en sus correspondientes potreros y potrerillos, entre los cuales, sólo para el vacuno de engorda, el principal potrero tenía cuatro leguas [10]

En las labores ag rícolas de la hacienda participaban alrededor de 400 inquilinos, principalmente a través del sistema de medieros. En varias ocasiones Bernardo contrató para ellas a ingleses que habían naufragado en costas del reino.

El joven Bernardo, constituido en un próspero agricultor, ter minó de construir su nueva casa en sus tierras, en 1808. Si bien es fácil imaginar, como lo hizo Vicuña Mackenna, que la primera impresión que Bernardo tuvo del país —después de quince años de estar en el extranjero viviendo en ciudades como Lima de la época, Cádiz y Londres— debe haberle producido un profundo desaliento, la actividad agrícola lo llenó de satisfacciones. También lo hizo olvidar las tribulaciones sufridas en Europa y la g ran tristeza

de nunca haber tenido el gusto de ver y abrazar a su padre, como lo deseaba [11]. Es así como, en enero de 1811, Bernardo escribió a Juan


Juan Mackenna
(fuente MHN)
Mackenna[12], que había sido colaborador de Ambrosio O’Higgins:

”Para lo que yo me consideraría más apto sería para cultivar el suelo; y ésta es la carrera que yo preferiría”[13]

Sin embargo, le escribe a Mackenna bajo el presentimiento que la felicidad que le ofrecía la labor agrícola sería transitoria, pues nuevas responsabilidades lo llevarían lejos de su hacienda. Es este nuevo horizonte, que él avizora, el que lo induce a escribirle al irlandés con la intención de pedirle “los consejos e instrucciones de carácter militar que Ud considere mejor calculados para que yo sea útil a mi país” [14]. El todavía hacendado sintetiza las razones por las cuales le son necesarios, a través de estas palabras:

“He pasado ya el Rubicón. Es ahora demasiado tarde para retirarme, aun cuando estuviera dispuesto a hacerlo; pero esa idea jamás ha pasado por mi mente. Me he alistado bajo las banderas de mi país después de madura deliberación y, créalo Ud., jamás me arrepentiré de haberlo hecho, sean cuales fueran las consecuencias. No me ciegan, sin embargo, mi temperamento sanguíneo y mis esperanzas juveniles, hasta no dar me cuenta de que esas consecuencias tienen que ser g raves [...] . Mi único deseo es que cualquiera sangre que se derrame ahora, corra sobre el campo de batalla y no sobre las gradas de un cadalso” [15]

Bernardo no oculta sus dudas frente a la decisión tomada, y se las transmite a Mackenna. Se pone en el lugar de su primo Tomás O’Higgins: “Tengo también razones para creer que él piensa que no he obrado muy cuerdamente al mezclarme en una revolución en la cual, según sus cálculos, tengo mucho que perder y nada que ganar. Temo, por otra parte, que no sea don Tomás la única persona que piense de esa manera”[16]. Duda sobre sus aptitudes de soldado: “El talento necesario para un gran general y para un gran poeta nace con nosotros mismos; sé cuan raro es este talento y me doy cuenta demasiado de que no lo tengo, para alimentar esperanzas en este sentido” [17]. Por último, la gran tentación del retroceso: “Si me hubiera tocado en suerte nacer en Gran Bretaña o en Irlanda, habría vivido y muerto en el campo” [18]. Esta carta conservada constituye uno de los pocos documentos que dan a conocer lo que le preocupaba a Bernardo en aquel período de su vida [19]. Por ello, un cabal conocimiento de los hechos acaecidos en el tiempo inmediatamente anterior a su elección como diputado al Congreso de 1811.

La “revolución de 1810”, como la llamaba Bernardo, lo encontró como subdelegado de la Isla de la Laja [20]. Según relata a Mackenna, había prestado especial atención a la renuncia de Francisco Antonio García Carrasco [21]. La asoció con el nacimiento de un tipo de libertad que debía ser protegida. No se le ocultaba que esa protección exigía organización militar. Con su sentido práctico, se comprometió a organizar las fuerzas necesarias en la Isla de la Laja.

De acuerdo con un censo que él mismo realizó, entre los 34.000 habitantes de la Isla se encontraba un número de hombres suficientes como para crear dos buenos regimientos de caballería. A ellos se les podría adicionar un batallón de infantería compuesto por habitantes de la ciudad de Los Ángeles. Con sus inquilinos de Las Canteras y otros hombres formó el regimiento número dos de La Laja.

O’Higgins no imaginaba que esta acción suya le causaría uno de los mayores dolores morales de su vida. Habiendo ofrecido al Gobierno (la Primera Junta) estas fuerzas de caballería al mismo tiempo que sus propios servicios, sin pedir ninguna retribución, sólo esperaba que se le hiciera justicia nombrándolo coronel del regimiento número dos formado por él. No fue así porque el mismo Juan Martínez de Rozas [22], como integrante de la Primera Junta de Gobierno, gestionó este cargo para uno de sus cuñados, “que no tenía una sola cuadra de propiedad en la Laja” [23], y tres de nivel emejante para sus otros cuñados. “No puedo negarle que me sentí profundamente herido —decía el joven a Mackenna— al ver que se colocaba sobre mí a un oficial sin especiales merecimientos y que esto lo hacía el propio don Juan Rozas, a quien yo amaba y respetaba como a un padre” [24].

La grosera deslealtad de Martínez de Rozas llevó a Bernardo a comprender que sus poderosos títulos de hacendado podían transformarse en enemigos suyos al no ser respetados, por los motivos que fuesen, por las influencias domésticas, a las cuales él era ajeno. Por eso su primera reacción fue vender su ganado, arrendar su hacienda y marcharse a Buenos Aires a combatir como voluntario sin títulos por lo tanto, sin poder exigir puesto alguno y, por ello, no ser tratado con injusticia. Su posterior reflexión —explicaba Bernardo— concluyó en que su “indignación se debía al hecho de no haber sido nombrado coronel de mi regimiento y que esto podría rebajar me en la estimación de mis inquilinos y los habitantes de la vecindad” [25]. Finalmente, aquella resiliencia que lo caracterizaba contribuyó a tranquilizarlo, convencido de que su situación era ventajosa porque disminuía en gran parte su responsabilidad en el día de combate y, además, lo estimulaba para levantarse más alto en su carrera.

Después de finalizar su escrito, Bernardo recibió la noticia que la junta había decidido convocar a un Congreso. Se la comunicó a Juan Mackenna a través de la siguiente postdata:

“P.S .- En este momento acabo de saber con el mayor placer que mi amigo Rozas ha podido llevar a cabo algo que lo establece por completo en mi buena opinión: ha obtenido de sus colegas de la Junta la firma para convocar un Congreso. Se por mi amigo Jonte [26]y por otras fuentes, que Rozas ha encontrado las dificultades más formidables para la realización de esta medida, pues la mayoría de los miembros de la Junta se oponían violentamente a ella. Merece, por consiguiente, las mayores alabanzas al obtener el éxito en tales circunstancias, sobre todo porque el mismo Rozas abrigaba grandes dudas respecto a su conveniencia. Poco antes de irse a Santiago para hacerse cargo de su puesto en la Junta, tuve con él una conversación larga y confidencial acerca de las medidas que era necesario adoptar para el éxito de la revolución y el bienestar del país. En esa ocasión, insistí fuertemente en la necesidad de dos medidas encaminadas a levantar al pueblo de su letargo y a hacerlo tomar interés en la revolución: la convocatoria de un congreso y el establecimiento de la libertad de comercio. Rozas parecía temeroso de las consecuencias de reunir un Congreso, y no sin razón. Por mi parte, no tengo ninguna duda de que el primer Congreso de Chile mostrará la más pueril ignorancia y se hará culpable de toda clase de locuras. Tales consecuencias son inevitables, a causa de nuestra total falta de conocimientos y de experiencia; y no podemos aguardar que sea de otra manera hasta que principiemos a aprender. Mientras más pronto comencemos nuestra lección, mejor. Con tales ideas, le

dije francamente a mi amigo don Juan que debía o bien inducir a sus colegas a convocar a un Congreso o retirarse del Gobierno o contar con una hostilidad determinada de mi parte, en vez de la ardiente amistad que hasta entonces sentía para él. Después de esta declaración, echó a un lado todas las objeciones y se comprometió a convocar a un Congreso o, si no podía hacerlo, a retirarse del Gobierno. Tengo gusto en decir que ha cumplido su palabra y que puede contar con mi más ardiente cooperación en todo momento; aun cuando me hubiera hecho tan solo cabo en vez de hacerme coronel” [27].

La respuesta de Juan Mackenna tardó casi dos meses [28]. En ella el irlandés le manifestó a Bernardo el agrado de ser su instructor militar, considerando “la virilidad, buen sentido y modestia” [29] mostrados en su carta. Entre otros valiosos antecedentes se refería al Congreso Nacional recientemente convocado. Por una parte, alababa la destreza de Martínez de Rozas al “contrarrestar la acción de un partido rico y poderoso, que suple con su astucia y con sus artificios su falta de talento”''[30]. Para lograrlo —le comenta— debió amenazarlos con retirarse a Concepción y denunciarlos allí “al ejército y al pueblo como traidores que complotaban vender al país a esos abominables herejes, Bonaparte y los franceses”[31].

El futuro Congreso es juzgado negativamente por Mackenna:

“Podemos esperar tanto que un ciego entienda de colores como que el pueblo de Chile entienda la legislación [...] . A decir verdad, nada me deja más perplejo que querer formarme idea de qué especie de cosa pueda resultar un Congreso chileno — decía a Bernardo — La historia de la humanidad no presenta ejemplo alguno de una asamblea de hombres absolutamente faltos de conocimiento y de experiencia, que tomen sobre sí la ardua tarea de legislar, que requiere un saber variado y profundo y una grande experimentación previa. Pronto lo veremos; la convocatoria

va a hacerse luego [32] y espero su resultado con interés y ansiedad no pequeños” [33]

Por otra parte, el militar encontraba plausible el aserto de O’Higgins de que “mientras más pronto comencemos nuestra lección, mejor”[34], pero se preguntaba: “Cuando los responsables del pueblo de Chile se hallen reunidos para dar leyes al país ¿En dónde estará la persona capaz de enseñarlos? O si la encuentra ¿Será escuchada?” [35].

Pero ya los dados estaban echados: la tenacidad del joven Bernardo O’Higgins y su influjo sobre Juan Martínez de Rozas habían tenido como resultado la convocatoria a un Congreso, y con ella, se abrió el 4 de julio de 1811 la primera página de la historia parlamentaria de la nueva nación.

Todos los antecedentes anteriores per miten formarse un perfil, más bien externo, del joven revolucionario que se aprestaba a participar en el nuevo Congreso. En los dos capítulos siguientes se ofrece un ensayo de acercamiento a sus ideas políticas y al modo que buscó de llevarlas a la realidad como diputado al Congreso de 1811.



  1. Valencia Avaria, Luis. “Bernardo O’Higgins. El buen genio de América”, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1980, p. 39
  2. 2 Ibíd.p.40.
  3. Vicuña Mackenna, Benjamín. “La vida de O’Higgins. La corona del héroe”. En Obras Completas de Benjamín Vicuña Mackenna. Volumen V. Dirección General de Prisiones, Santiago de Chile, 1936, p. 99
  4. Molina Riquelme, Neftalí. “Noticias sobre la Hacienda San José de Las Canteras de Ballenar, herencia paterna del Libertador”. En: Revista del Libertador Bernardo ÓHiggins, Año II, N° 2, pp. 261-265
  5. Eyzaguirre Gutiérrez, Jaime. “O’Higgins”. Ed . Zig-Zag, Santiago de Chile, 1972, p. 47
  6. Archivo Nacional. “Archivo de don Bernardo ÓHiggins”. T. XXXI, pp. 205-206
  7. Ibáñez Vergara, Jorge. “O’Higgins el Libertador”. Instituto O’Higginiano de Chile, Santiago de Chile, 2001, p. 45
  8. La Villa de Nuestra Señora de Los Ángeles fue fundada en 1739 con el fin de poblar el territorio comprendido entre los ríos Laja y Bío Bío y la Cordillera de Los Andes, conocido como Isla de La Laja. Esta comarca fue incorporada a la producción agropecuaria. Las Canteras era una entre otras haciendas destinadas de for ma preferencial a la crianza ganadera. Dentro de la organización territorial borbónica, la Isla de La Laja era uno de los partidos de la Intendencia de Concepción, siendo su capital la Villa de Santa María de Los Ángeles que se emplazaba en su centro. La Hacienda San José de Las Canteras de Ballenar era vecina a la Villa
  9. Bernardo O’Higgins hizo este inventario en 1824, durante su exilio en el Perú, en vísperas de incorporarse al Ejército Libertador que comandaba Simón Bolívar. Como ignoraba cual sería la suerte que le estaba deparada en la campaña, creía que podría servir a sus herederos, en el caso de que falleciera, para solicitar al Gobierno de Chile una justa indemnización
  10. La legua española cor responde, aproximadamente, a 5.572,7 metros. Para disponer de alguna referencia sobre volúmenes de ganado vacuno: en el valle de La Ligua el total de cabezas de ganado mayor fue estimado en 24.325, en 1818. La Hacienda de Pullaly, que había sido una de las encomiendas más importantes del reino, contaba con siete mil vacas y obtenía una “parición” de mil quinientos ter neros por año (Mellafe Rojas, Rolando y René Salinas Meza. “Sociedad y población rural en la for mación de Chile actual: La Ligua 1700-1850”. Eds. de la Universidad de Chile, Santiago, 1988, p. 111).
  11. En 1800 escribió, desde Cádiz, a don Ambrosio, en Lima: “Dios guarde la preciosa vida de V.E . Adiós, amantísimo padre, hasta que el cielo me conceda el gusto de darle un abrazo; hasta entonces no estaré contento, ni seré feliz” (de la Cr uz, Er nesto. “Epistolario de D. Ber nardo ÓHiggins”, Tomo I (1798-1819). Editorial América, Madrid, 1920, p. 22)
  12. Nacido en Glogher (Irlanda), en octubre de 1771, Juan Mackenna pasó a España donde sirvió como militar. Postergado en un ascenso, se trasladó en 1796 a América. El virrey Ambrosio O’Higgins lo nombró, bajo su directa autoridad, gobernador político y militar de Osorno en Chile, ciudad que deseaba repoblar después de haber sido destruida por los araucanos. En 1808 fue llamado a Santiago para prestar sus servicios como ingeniero militar. Participó en Membrillar y el Roble. Fue muerto en un duelo por el menor de los hermanos Carrera en Buenos Aires, en 1814.
  13. Archivo Nacional, op.cit. Tomo I, p. 64. De esta carta, fechada el 5 de enero de 1811 y de la respuesta de Juan Mackenna, no existen los originales, sólo las versiones traducidas al inglés por Thomas Nowles, un irlandés a quien O’Higgins conoció después de su abdicación, y que ofició como su secretario cerca de veinte años. Este hombre es conocido por su seudónimo John Thomas. Al menos, Luis Valencia Avaria ha destacado que en esta carta Thomas hizo interpolaciones al incluir hechos aún no acaecidos, sin embargo, acepta que esta interpolación “no fue dolosa, en sentido estricto, sino producto de alguna confusión que sufrió en el ordenamiento de papeles. Thomas era desordenado.” (Valencia, op. cit., p. 60). En otras palabras, todos los hechos expuestos en la carta son ciertos pero algunos no podrían haber sido contados en esa fecha porque sucedieron más tarde.
  14. Ibíd. p. 67.
  15. Ibíd. p. 62.
  16. Ibíd. p. 60.
  17. Ibíd. p. 64.'
  18. Ibídem.
  19. Collier, Simon. “Ideas y políticas de la independencia de Chile 1808-1833”. Ed . Andrés Bello, Santiago de Chile, p. 214: “Bernardo O’Higgins fue ante todo un soldado, y soldado excelente; mas, a diferencia de otros grandes jefes de la revolución hispanoamericana, raras veces le tentó consignar en el papel sus móviles e ideas políticos”.
  20. El subdelegado venía a ser un gobernador civil. En 1806, O’Higgins había sido miembro del Cabildo de Chillán.
  21. García Carrasco fue un ingeniero militar español llegado a Chile en 1796 para revisar las defensas de Valparaíso. Entre 1808 y 1810 ejerció como Gobernador de Chile. Su llegada a este cargo fue a instancias de Juan Martínez de Rozas, su consejero legal.
  22. Más adelante se hablará más en detalle sobre este abogado de gran participación en el proceso revolucionario.
  23. Archivo Nacional, op. cit. T. I . p. 66
  24. Ibídem
  25. Ibídem
  26. José Antonio Álvarez Jonte, agente diplomático del gobierno de Buenos Aires muy cercano a los patriotas más radicales.
  27. Archivo Nacional, op. cit., T. I, pp.
  28. La carta de O’Higgins a Mackenna está fechada el 5 de enero de 1811. La respuesta de Juan Mackenna es del 20 de febrero de 1811 (Ibíd. pp. 70-104).
  29. Ibíd. p. 74.
  30. Ibíd. p. 72.
  31. Ibídem.
  32. Nuevo error del secretario Thomas. El Congreso había sido convocado veinte días antes.
  33. Archivo Nacional, op. cit., T. I, pp.
  34. Ibíd. p. 68.
  35. Ibíd. p. 78.