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El don de la palabra :7

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El don de la palabra - Ramón Campos


Capítulo VII. De la abundancia de las lenguas, de su armonía y de su índole


De estos tres asuntos se habla mucho, y se especifican tan poco que no se oye sino disputar a bulto cual o cual lengua es más rica, más armoniosa o de mejor índole.

Dos cosas solas pueden contribuir a la riqueza de una lengua; la abundancia de sus raíces y la abundancia en las derivaciones, modificaciones y composiciones de éstas.

La abundancia de las raíces significa la abundancia de las palabras primitivas. En esto no hay coto señalado. El mayor extremo a que puede llegarse es que todas las palabras de la lengua sean totalmente distintas entre sí, sin tener la más mínima dependencia. Una lengua semejante ya se dijo que separa demasiado el pensamiento; pero debe añadirse que por separarlo tanto lo deja con menos sujeción, no le prescribe ningún rumbo general, cada individuo sigue el que le inspira la imaginación o la casualidad, y se hace más original, esto es, menos semejante a los otros individuos. Tal vez ésta sea la razón de hallarse más originalidad en los escritos del Norte que en los de Mediodía. Las lenguas modernas teniendo más raíces que las antiguas, conducen naturalmente a la originalidad del aspecto en que cada individuo ve las cosas.

La abundancia de las derivaciones en los verbos consiste en el número de sus tiempos, modos y voces, y en las modificaciones radicales comunes a todas estas inflexiones; y en esta parte las lenguas antiguas vencen de mucho a las modernas. Pero en la extracción de los verbos no llegan las lenguas antiguas a la castellana.

La abundancia de las derivaciones de los nombres consiste no sólo en lo largo de la declinación y en la cantidad de sus números, sino principalmente en la cantidad de sus orígenes y de sus modificaciones particulares de aumento, disminución, propiedad, semejanza, participación, fealdad, ridiculez, etc., etc., y en esta parte habrá pocas lenguas que puedan compararse con la castellana, teniendo, como se verá luego, unas setenta modificaciones o derivaciones distintas para sólo los nombres sustantivos; quiere decir, muchas más que las lenguas griega y latina, y cinco veces más que la lengua inglesa.

La abundancia en la derivación de los nombres adjetivos consiste en la facilidad de su extracción y en el número de sus modificaciones.

La abundancia en las palabras dependenciales y referenciales consiste en el número y en la variedad de ellas, en lo cual las lenguas modernas exceden conocidamente a las antiguas.

La abundancia en orden a la composición consiste en la facilidad de casar palabras. En este ramo ninguna lengua de las que hay noticia puede compararse con la lengua griega. Pero ya se habló arriba de la naturaleza y efecto de esta ventaja ilusoria.

Tan prodigiosa como parece la abundancia de la lengua griega, viene a tener sólo unas cuatro mil palabras primitivas.

La armonía de una lengua consiste no sólo en lo sonoro de cada palabra de por sí, mas también en la diferencia y en la semejanza de los sonidos. A ser diferentes todos los sonidos, no hicieran armonía, siendo parecidos hacen cacofonía. Las lenguas antiguas tienen naturalmente más cacofonía que las modernas por razón de sus declinaciones y conjugaciones. El que una misma derivación pueda hacerse de varios modos es muy favorable para evitar la cacofonía; y por este respeto se adelanta a las más de las lenguas la lengua castellana, como se verá en su exposición.

A proporción que un sonido es más diferente del sonido inmediato, cortan ambos con más fuerza, y hacen precisamente más claro el pensamiento.

La frecuente semejanza de los sonidos que es necesaria para la armonía depende del número de sílabas del idioma. En la lengua china que tiene trescientas sesenta sílabas será más frecuente la semejanza de sonidos que no en la lengua castellana, cuyo número de sílabas viene a ser el doble. En la lengua inglesa el número de sílabas se cuenta por millares; y en el sajón antiguo había tantas sílabas como palabras. Si en aquella lengua había, por ejemplo, veinte mil palabras y veinte vocales, estando éstas repartidas con igualdad, habría para cada vocal mil palabras que no se diferenciarían si no es por las consonantes, esto es, que serían asonantes.

Se llaman sonidos heterogéneos o disimilares los que se componen de sílabas ajenas a la lengua.

La armonía se divide en música e imitativa. Ambas son muy distintas e inconexas. Puede haber lenguas suaves, sonoras y excelentes para la música, y carecer del carácter de la música imitativa. En la música no agrada sólo la flauta, mas también el clarín y la trompa: la imaginación se enciende cuando los afectos y pasajes se imitan con propiedad, aunque sean los sonidos broncos. Lo mismo sucede con las palabras: su carácter imitativo agrada a pesar de las consonantes duras: suele agradar por ser duras las consonantes.

El carácter de las lenguas tiene tres respetos: uno en orden a los sonidos, otro en orden a las colocaciones y el tercero en orden a las expresiones.

Las lenguas pueden usar con más frecuencia unas sílabas que otras. Por ejemplo, las sílabas que tienen a en la lengua castellana vienen a ser doble que las en e, en i o en o, y cuatro veces más que las sílabas en u; por donde se infiere que las sílabas en u son menos del genio de la lengua castellana que las sílabas en otras vocales, y que las sílabas en a son las favoritas. Con efecto, la mayor parte de los verbos castellanos acaban en ar, y no se puede extraer de los nombres ningún verbo sin darle la misma terminación en ar. Una palabra de dos sílabas solas en i es ridícula en castellano. Las palabras de aes y oes le agradan. Iguales observaciones pueden hacerse en orden a las consonantes iniciales o finales; y todas estas reglas juntas componen una parte de la índole o carácter de la lengua castellana.

Acerca de la colocación de las palabras ya se insinuaron las razones de que cada lengua adapte el régimen que le conviene más; y ese es el propio de su índole.

Como la escasez primordial de las palabras hace extenderles el sentido, según quedó ya dicho, es natural que una misma palabra tenga muy distintas acepciones en cada idioma. Así en inglés tomar un paseo, hacer una vuelta equivale a lo que en castellano se llama dar un paseo, dar una vuelta. Cada lengua pues, tiene sus expresiones particulares; y los puntos generales a que éstas se reduzcan componen otra parte del carácter de la lengua. Lo mismo puede observarse en orden al acento, a la sinalefa, a las contracciones y otros pormenores.

La exposición pues de una lengua para formar una idea de su naturaleza y de su índole debe comprender, además de lo que estilan las gramáticas, el número y calidad de sus letras y sílabas, y todas las modificaciones de cada clase de palabras.

Bajo estos puntos de vista han de examinarse en otros dos libros las lenguas inglesa y castellana.