El drama del alma: 10
XX.
¡Madre del hombre Dios y madre mía!
Cuando el Cristo en el Gólgota espiraba,
A la raza de Adán por quien moría
De tu amor al amparo encomendaba.
Desde que vi a tus pies la luz del día,
Hoy medio siglo de cumplirse acaba:
Madre, tras medio siglo de pesares,
Vuelvo al pie de tu altar a que me ampares.
XXI.
¡Madre buena del triste y del que llora…
No desoigas mi voz, no me abandones!
Recuerda que tu fe consoladora
Inspiró desde niño mis canciones;
Solo, con mi arpa y con tu fé, Señora,
Cruzé de medio mundo las regiones:
Y hoy del mundo a través con mis cantares
Me trae mi fe a tus pies a que me ampares.
XXII.
A sombra de tu torre bizantina
Del vientre de mi madre me sacaron;
Desde el nicho en que estás, tras su cortina,
Viste cómo a tus pies me bautizaron;
A tu materna protección divina
Mis padres al nacer me encomendaron:
La primera oración que en mis hogares
Aprendí, fui a rezarla en tus altares.
XXIII.
Mi madre… (¡desdichada madre mía!
¿Quién el futuro mal nos predijera?)
Mi madre me enseñaba y yo aprendía
De tus dolores la epopeya entera:
Mi madre dio su fe a mi poesía,
Yo uní el tuyo a su amor con fe sincera;
Ella murió abrevada de pesares,
Y yo vuelvo por ella a tus altares.
XXIV.
¡Infeliz madre mía! en tedio y duelo
Vivió por mí sus postrimeros años.
Yo abandoné mi hogar aun muchachuelo
Del mundo por correr tras los engaños:
Ella por mí a tus pies oraba al cielo
Mientras corría yo climas extraños.
¿Y a quién debí salvar tierras y mares
Si no fue a su oración en tus altares?
XXV.
¿Quién sino tú y por quién sino por ella
Pudo velar por mí en la tierra extraña?
¿A quién debo sino la fausta estrella
Que en mi loca existencia me acompaña?
¿A quién debo las flores que mi huella
Dó quiera pisa cuando vuelvo a España?
¿Y dónde sino al pie de tus altares
Debo poner mis lauros y cantares?
XXVI.
¿Por quién sino por ti me han respetado
La fiebre, el mar, el cólera, la guerra
Y el odio que a mi raza inveterado
De otra en el ciego corazón se encierra?
Al llegar y al volver, me han alfombrado
Allá de flores como acá la tierra:
Y ¿quiénes son los genios tutelares
Que enfloran para mí tierras y mares?
XXVII.
Tras mí dejo mi huella, madre mía,
Marcada por dó quier con sepulturas:
Cuantos darme quisieron compañía
Murieron en mis locas aventuras:
Dejo a los que allí me aman todavía
Un porvenir de sangre y desventuras:
Y a través de tan múltiples azares
¡Sólo incólume yo vuelvo a mis lares!
XXVIII.
¿Quién sino tú me guarda, Virgen santa?
¿Quién a mi bien sino tu amor me guía?
¿Quién conserva la voz en mi garganta?
¿Quién mantiene la fe en mi poesía?
¿Quién hacia Dios mi espíritu levanta?
¿Quién mi alma acogerá en mi último día?
La historia de mi vida y mis cantares
Tienen principio y fin en tus altares.
XXIX.
Y he aquí toda la historia de mi vida:
De esta vida que aún mima la fortuna,
Toda en el vicio por mi mal perdida,
Las horas he perdido una por una.
Tan sólo la oración por mí aprendida
De mi madre en los brazos en la cuna
No olvidé, ni he perdido en tus altares
Mi fe, y vengo con ella a que me ampares.
XXX.
Pródigo me dio el mundo sus placeres,
Su gloria el suelo me alfombró de flores,
Amé y me amaron mucho las mujeres,
Me embriagó la fortuna de favores,
Me honraron de la tierra los poderes,
La fama me aclamó con los mejores:
Aun me corona el mundo en sus altares,
Mas yo vengo a tu altar a que me ampares.
XXXI.
La gloria y el favor son polvo y humo:
Las coronas del mundo son de espinas:
No hay laurel que no tenga amargo zumo,
No hay aura sin moléculas dañinas:
No hay triunfo colosal ni éxito sumo
Sin envidias rastreras y mezquinas:
Con mis coronas vengo a tus altares
De mi gloria mortal a que me ampares.
XXXII.
Madre, yo reconozco mi bajeza,
Yo sé mi pequeñez y mi ignorancia.
Salva del rudo escollo en que hoy tropieza
El barquichuelo ruin de mi importancia.
Libra de humo que embriaga mi cabeza,
Salva a mi corazón de mi arrogancia:
Pues vengo en bien y en mal a tus altares,
Ni en el mal ni en el bien me desampares
XXXIII.
Madre, hoy en prenda de mi fe, en tus aras
Vengo a colgar humilde mis coronas:
Prendas son, Madre, para mí muy caras,
Mas aun debo partir a extrañas zonas.
Por si allá por recónditas y raras
Razones y desdichas me abandonas,
Y me pierdo, y las pierdo en mis azares…
Guárdalas, madre mía, en tus altares.
XXXIV.
Y a aquellos que pusieron a mi planta
O en mi sien esos lauros y esas flores,
Diles que frases no hay en mi garganta
Con que agradezca yo tales honores:
Y si en mi fe no creen ¡oh Virgen santa!
Si me juzgan ingrato a sus favores
¡Madre mía y del Cristo, a tus altares
Vendré de su injusticia a que me ampares!
XXXV.
¡Virgen santa cuyo amparo
Guardó allá mi inútil vida,
Guarda en mi alma dolorida
Las semillas de tu fe:
Pues tu amparo a mí es tan claro
Mis coronas bajo él dejo:
Ya sin raza… solo… y viejo
¿Para quién las guardaré?