El drama del alma: 13
Libro quinto. ¡Væe victis!
[editar]I. en la catedral de burgos
Honda inquietud el alma me atribula,
Vago terror el corazón me prensa:
Miro al cielo, y el aire que le azula
Ennegrece a mis ojos niebla densa:
Sondeo el porvenir, y se acumula
En su horizonte tempestad inmensa;
Quiero cantar, y el llanto me sofoca:
Orar, y no hallo preces en mi boca.
II.
Vuelvo tras larga ausencia a ver a España
Con el placer que un náufrago la orilla,
Y me acoge al volver de tierra extraña
En su regazo maternal Castilla:
Mas un genio fatal que me acompaña
Mi lengua anuda y mi cabeza humilla,
Y mal mi pecho en su pavor alienta,
Y de pesar mi corazón revienta.
III.
¿Qué es de mi gratitud y mis cantares?
Vuelvo tal vez sin alma y sin aliento,
O desdeño la tierra y los solares
Dó fui feliz y amé y viví contento?
¿Dejé mi alma allende de los mares
Y quedaron allá mi fe y mi acento?
No, todo en mi alma por Castilla aboga:
Es mi duelo interior el que me ahoga.
IV.
Algo a mi superior me paraliza,
Mi inspiración poética impotente
Torna, y mi pobre ingenio esteriliza:
No brotan las ideas en mi mente,
Mi voz mi antigua fe no vigoriza,
Presa del miedo el corazón se siente,
Y la tristeza que me roe el alma
Silencio, exige y soledad y calma.
V.
A través de los mares, de un amigo
Espero oír la voz, y… ¡tarda mucho!
En vano tras sus nuevas me fatigo,
La tierra exploro y el silencio escucho:
Y en la esperanza que de oírla abrigo,
Con mi pavor desesperado lucho.
¿Qué es lo que oculta en Méjico ¡Dios bueno!
Este silencio de amenazas lleno?
VI.
¡Insoportable afán! La noche oscura
No trae ya para mí la paz del sueño:
De día entre las gentes con premura
Paso como visión de torvo ceño:
Me enoja quien consuelos me procura:
Frío, el amor y la amistad desdeño,
Y espero de esperar desesperado.
¡Oh si estuviera el globo taladrado!
VII.
Tanta nueva invención… tanto adelanto,
Tanta electricidad, telegrafía,
Globos, vapores… ¡y silencio tanto
Y tanta soledad… tanta agonía!
¡Y no poder en mi inquietud, Dios santo,
La pena revelar del alma mía!
¡Y creer en ti, buen Dios, con fe sincera
Y no poderte ni rezar siquiera!
VIII.
Porque yo vengo al templo y sin rezarte
Que estoy hincado ante tu altar advierto,
Que está mi pensamiento en otra parte,
Y que con frases para orar no acierto:
Y mis vagas ideas ni aun del arte
Con el primor multíplice divierto:
Yo, que entro en esta Catedral bendita
Y el mundo de delante se me quita.
IX.
Yo que he venido a ella pequeñuelo
Con mi madre infeliz, que me enseñaba
A oír la misa y a invocar al cielo:
Mientras yo, ignaro aún, solo saciaba
De ver el templo mi infantil anhelo,
Y sus palabras santas no escuchaba;
Y en lugar de atender al sacrificio,
Admiraba encantado el edificio.
X.
Yo que por fe, placer, arte y costumbre,
Cuando de Burgos la ciudad habito,
Vengo a soliviantar la pesadumbre
Del corazón en su ámbito bendito:
Y esquivo la devota muchedumbre
Aquí cual fuera la mundana evito,
Para dejar que se apacente el alma
De triste paz y religiosa calma.
XI.
¡Cuan poético es Dios! ¡y cuan poético
Es un templo católico, que encierra
Cuanto conmovedor, grande y magnético
Podemos concebir sobre la tierra:
Desde el libro y el cántico profético,
Hasta el grosero material de tierra:
Desde la prueba real, hasta el misterio;
Todo, desde el bautismo, al cementerio.
XII.
La Catedral de Burgos, maravilla
Del arte, de la tierra castellana
Gloria y joyel, y fuera de Castilla
Muestra sin par de fábrica cristiana,
Es el templo ojival donde mas brilla
La fe de una nación en su arte humana;
Modelo de arte y fé, yo la contemplo
De ellas a par como museo y templo.
XIII.
Percibe en sus católicos santuarios
La presencia de Dios el alma mía:
Aspira en sus andenes solitarios
Inspiración y fe mi poesía:
Exaltan sus prodigios estatuarios
Al éxtasis tal vez mi fantasía…
¡Con la imaginería de un retablo,
Delirando tal vez, plática entablo!
XIV.
Solo a quedarme en su recinto espero
O a él cuando solo le supongo acudo:
Y olvidándome aquí del mundo entero,
Aquí al arte y a Dios adoro mudo:
Sonrío a los relieves del crucero;
Los bustos de los túmulos saludo:
Canto en el coro, beso los altares,
Y abrazo las estatuas y pilares.
XV.
Y platico en espíritu a mis solas
Con cuantos en su fábrica pusieron
Las manos. Con sus mitras y sus colas
Vienen tras mí arzobispos y arcedianos;
Salen con sus perillas y sus golas
A hablarme con sus obras, castellanos
Y extranjeros a un tiempo, entalladores,
Plateros, arquitectos y escultores.
XVI.
Sánchez, Diego de Siloe, Vallejo,
Gil, Berruguete, el Borgoñón, Camargo…
Toda gente leal del tiempo viejo
Que vivirá en la historia tiempo largo,
Salen conmigo a plática o consejo
Rompiendo un punto su mortal letargo,
Y a hacerme imaginaria compañía,
Dándoles voz mi ignara poesía.
XVII.
La Catedral de Burgos abre ahora
De consuelo a mi espíritu un tesoro:
Aquí ve a Dios mi alma, aquí le adora,
Aquí su amparo omnipotente imploro:
Y en la inquietud aquí que me devora,
Por los que en riesgo están le ruego y lloro;
Y aquí a solas a Dios pregunto en vano
¿Qué es ¡oh buen Dios! del buen Maximiliano?
XVIII.
Aquí frente a la mágica escultura,
Obra del Borgoñón incomparable,
Me siento a ver cerrar la noche oscura
Al umbral del cancel del Condestable:
Y espero que del Cristo la figura
De su relieve se desprenda y hable;
Y le pregunto en mi delirio insano,
¿Qué es, buen Jesús, del buen Maximiliano?
XIX.
Todas las tardes vengo: todas miro
Mientras hay luz el Cristo del relieve:
Y en vano todas a sus pies suspiro,
Porque ni me habla el Cristo ni se mueve.
Todas esperanzado me retiro
De que alguna por fin moverse debe
Y darme nuevas de él… ¡delirio insano
De mi afán por el buen Maximiliano!
XX.
Es una tarde parda; centellea
El sol entre los cárdenos celajes
De un aplomado nubarrón que ondea
Ante él, cuyos flotantes cortinajes
Entoldan su fulgor; amarillea
Desgarrándole el sol por mil parajes
Con mil rayos de luz de cuando en cuando:
Mas el nublado ante él se va cuajando.
XXI.
Penetran en las naves, por los huecos
De sus ojivos dobles ajimeces,
Los relámpagos vagos y los secos
Truenos, roncos aún: siéntese a veces
De las hondas capillas a los ecos
Ir por las insondables lobregueces
El trueno a repetir que afuera zumba
De rincón en rincón, de tumba en tumba.
XXII.
A la luz temerosa y fugitiva
Del rápido relámpago brillante,
Los arquitrabes en que el templo estriba
Vacilan desquiciados un instante.
Toda imagen de altar salta de él viva:
No hay busto que no marche o se levante,
Pareciendo en redor por un momento
Toda inmovilidad en movimiento.
XXIII.
Parece la calada crestería
De los arcos y nichos ojivales
Ondulante y flexible encajería:
Las verjas y barreados barandales
Lanzas de militar caballería
Que avanza en escuadrones desiguales:
Y los tubos del órgano salientes
Crestas de grifos, colas de serpientes.
XXIV.
Tórnanse a su fulgor los rosetones,
Ojos de leviatán que parpadean:
La labor de hojarasca y canelones,
Reptiles que en los muros culebrean:
Las capillas profundas, panteones
Donde libres los muertos se pasean:
Las ventanas de vidrios losangeados,
Hornos de salamandras atestados.
XXV.
Al lejano rumor de un ronco trueno,
Miles de voces de invisibles bocas
Pueblan del aire el impalpable seno,
Incoherentes, gárrulas y locas.
Allí resuena un, ¡ay! de angustia lleno,
Allá muge un torrente entre las rocas,
Allá el crujido del incendio estalla,
Allá rompe el clamor de una batalla.
XXVI.
Gime allí un moribundo que se queja,
Allá rechina un cable que se amarra;
Una ráfaga silba en una reja,
Una tela se rasga en una barra,
Canta en una cornisa una corneja
Y el ruido del turbión que se desgarra,
En los huecos del órgano gorjea,
Bufa, muge, relincha y cacarea.
XXVII.
Del trueno al son y al resplandor del cielo
Nada queda sin voz ni yace inerte.
¡Un relámpago!… y pueblan aire y suelo
Móviles bultos mil—¡un trueno!… y vierte
Su voz en él mil ecos de odio, anhelo,
Triunfo terror, placer, victoria o muerte.
Pasan… y pasa cuanto suena y gira,
La calma torna y el rumor espira.