El drama del alma: 15
LIX.
¡Oh leal monarca bueno,
Que pudiendo tu persona
Rescatar con tu corona
Arrojándola a la mar,
De egoísmo ruin ajeno,
De tu buena fe en abono
Tu cabeza al pie del trono
Preferistes arrojar;
LX.
Como en Cristo en ti han befado
De una ley las tradiciones,
Y el error de las naciones
Te arrastraron a espiar:
Como a Cristo te han llevado
A traición al sacrificio,
Mas como él en el suplicio
Encontrastes un altar!
LXI.
¡Santo Mártir! ¡Cuál sería
De tu espíritu la pena
Al morir en tierra ajena
Como infame salteador!
Yo te veo en tu agonía
Como a Cristo en el calvario
Espirando solitario,
De tu raza redentor.
. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .
LXII.
De tu crónica funesta
Viva página arrancada
Para dar, por Dios salvada,
Testimonio de tu fe,
Con mi voz desde la cresta
De un peñasco de Castilla,
Como el búho y la abubilla
Las tinieblas turbaré.
LXIII.
Y si al son de sus cañones,
Presa en guerra ya cercana,
Olvidar puede mañana
Europa al Emperador,
En los viejos paredones
De su albergue castellano
Llorará a Maximiliano,
Mientras viva, su lector.
LXIV.
Dios, que libras las naciones
Y las cargas de odio y yugos;
Dios, que juez de los verdugos
Y las víctimas serás;
Dios que el sello a todo pones,
Yo a tus pies por él orando
No venganza te demando
¡Dios, justicia nada más!