El error de la clase media. ¡Procuremos evitarlo nosotros!

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Examen del pasado
El error de la clase media
¡Procuremos evitarlo nosotros!


 Cuando se trata de destruir una organización política o social, cuando se pretende derribar un régimen, por caduco y perjudicial que éste sea, lo primero, lo más indispensable, es pensar con qué ha de ser reemplazado; saber lo que se ha de levantar después. Así lo exige el más elemental raciocinio.

 Y, sin embargo, esta necesaria previsión faltó a aquellas clases medias españolas, que, alegres y confiadas, un buen domingo del mes de abril del pasado año, dieron sus votos a los candidatos republicanos.

 Era una verdadera necesidad y una imposición de las reivindicaciones patrióticas hacer desaparecer un régimen político que nos había hecho enrojecer de vergüenza en cien desastrosas jornadas, que había entronizado el nepotismo, erigido la corrupción en sistema, establecido la intriga como instrumento de gobierno, y admitido las camarillas palaciegas como expresión de la voluntad general y árbitras, a la vez, de los destinos del país.

 Mas, por una incomprensible ceguera intelectual, hija, quizá, del enmohecimiento de las facultades discursivas, incapaces, por ello, de reaccionar contra el impresionismo ambiente, cifraron todas sus ilusiones en una negativa y en una exclusión, y atribuyeron, los más, a la Monarquía, vicios y equivocaciones que no le eran, en justicia, imputables, porque, prácticamente, la Monarquía había desaparecido desde hacía más de un siglo, y las instituciones no eran más que una sombra o una parodia y remedo de ella.

 Se limitaron a decir: ¡Monarquía, no!, y lo que en su conciencia repudiaban era la llamada Monarquía constitucional y la persona y la dinastía que la representaban. Coincidieron en una exclusión; pero no se detuvieron a pensar qué era lo que venía después, ni qué lo que debía establecerse.

 Y así, esas clases medias, en cuyo obsequio se hizo la Revolución francesa de 1789, el 12 de abril de 1931 votaron su propia muerte como clase social, porque lo que con su voto, torpe y simplista, trajeron fué la República del socialismo. Y éste no aspira a otra cosa que al predominio de una clase sobre las otras; mejor dicho, a la absorción, de todas ellas por el proletariado. Ni aún en el proceso evolutivo con que sueña el marxismo, cuentan nada las clases medias, puesto que creyendo en la fuerza de la contradicción, tanto Marx como Engels, muéstranse convencidos de que el momento de su triunfo será precipitado por el desarrollo y poderío del capitalismo. A mayor, empuje del capitalismo, a mayor explotación por parte de éste, mayor fuerza del proletariado, que, en definitiva, será el vencedor.

 Así van siendo eliminadas las llamadas clases medias, víctimas del tremendo contraste entre el capitalismo y la gran industria, de una parte, y el proletariado, de la otra, y van perdiendo aquellos acusados perfiles mesocráticos de otros tiempos, y su misión de tope entre los extremistas de arriba y abajo, y aquella otra, cultural y directriz que desempeñó en la Historia, van resultando ineficaces e imposibles. El materialismo triunfante lo ahoga todo, y la mesocracia perece por aplastamiento, para diluirse y morir en el obrerismo.

 El predominio socialista es el alcance y el significado propio de aquella declaración que los diputados del partido llevaron al texto constitucional: «España es una Repú­blica de trabajadores». Porque a lo que se aspira es a ir desarrollando, evolutivamente, esto es, en las leyes, y no por la violencia material de una revolución, como piensan los comunistas, todo el contenido del sistema social y político del marxismo. Y, en efecto, como veremos en sucesivos artículos, no transcurre día sin que el socialismo gubernamental dé un paso, y paso acelerado, en su camino. La República burguesa no ha sido más que una quimera.

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 Pensemos, pues, también nosotros, que antes de destruir debemos preocuparnos del edificio futuro que hayamos de levantar. No seamos como esas alegres y confiadas clases medias de que hemos hablado, que votemos nuestra muerte, o nuestra esclavitud, contagiados de interesados afanes ajenos. No. No podemos admitir un turno de regímenes, como el fenecido turno de los partidos, al que ayudemos inconscientemente. Nuestra aspiración debe ser la de triunfar nosotros.

 ¡Y triunfar plenamente!


  Goiriz


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