El falso Inca: 16
El señor gobernador hallábase la noche del 11 al 12 de junio departiendo con algunos de sus oficiales, en su tienda de campaña, junto a Chicoana de los Pulares, cuando un ayudante le anunció que una mujer, detenida en la línea del campamento, solicitaba hablarle inmediatamente.
-¿Es del pueblo? -preguntó.
-No es del pueblo. Parece india, pero no podría afirmarse. Dice que es criada del capitán don Melchor Díaz Zambrano, y que ha estado prisionera en poder de los calchaquíes.
-Que se la conduzca aquí.
Los oficiales se retiraron discretamente. Mercado quedó solo. Un momento después, entraba en la tienda una mujer envuelta en un manto.
-¡Carmen! -exclamó Mercado en cuanto se desembozó.
-¡Sí, soy yo! Vengo a revelar a vuecencia importantes secretos, si antes me promete la vida y la libertad inmediata de Bohórquez.
-¿Tan importantes son? -preguntó con cierta sorna Mercado.
-Vuecencia juzgará al oírlos -replicó fríamente la mestiza.
-Empieza, pues.
-Antes quiero que vuecencia me dé su palabra...
-¿De que concederé la vida y la libertad a Bohórquez?
-Sí.
-Pues ya la tienes, si se trata de algo que me sea provechoso.
-¿Solemnemente empeñada?
-¡Sí!
Carmen, entonces, reveló a Mercado el plan de Bohórquez, agregando que podía hacerse fracasar con sólo precipitar la marcha.
-Otra traición, de yapa -agregó la mestiza con amargura-. ¡El cacique Pablo, que acompaña a vuecencia, es espía de los indios y viene para observar los movimientos del ejército y comunicarlos a Luis Enríquez!... En querer y en traicionar no hay más que empezar...
Carmen se marchó, el cacique don Pablo murió aquella misma noche y, mucho antes de amanecer, el ejército tomaba a marcha forzada el camino de Tolombón, a cuyo pueblo entró tres días después, sin disparar un tiro...
No tenían la menor noticia del ejército de Nieva y Castilla; el enemigo, indudablemente, interceptaba los mensajes y mataba los chasques.
Mercado no se eternizó en Tolombón. Después de guarecerlo con un regular destacamento, en la madrugada del 15 marchó en dirección al pueblo de los Quilmes. Detúvose a pernoctar en Colalao.
Los indios, que seguían los movimientos del ejército, disimulándose entre los árboles y tras las asperezas del terreno, y cuyo grueso acampaba en aquellas inmediaciones, consideraron que el momento era propicio.
En número de dos mil, rodearon por todas partes a los españoles, llevándoles el más formidable ataque. Se peleó encarnizadamente hasta las cuatro de la tarde. Viéndose en inferioridad de condiciones, Mercado resolvió retroceder, pero con tan mala suerte, que casi da en una emboscada que se le había preparado a orillas del río, en previsión de ese movimiento.
El español no perdió la cabeza, sin embargo. Dejando que el grueso del ejército siguiera donde estaba, flanqueó rápidamente a los calchaquíes con la compañía de su guardia, y precipitándose a la retaguardia de los indios los tomó entre dos fuegos. La carnicería fue tan espantosa, que la sangre corrió hasta el río y el campo quedó sembrado de cadáveres calchaquíes con la cabeza separada del tronco... Los españoles estaban vengados de la sorpresa y del grave peligro que habían corrido...
Pocas horas después, en medio de la noche que cobijaba tranquila y silenciosa a los guerreros ebrios de sangre y ahítos de matanza, llegó al campamento el primer mensaje de Nieva y Castilla, llevado por un cacique de Colpes, llamado don Lorenzo.
Conducido inmediatamente a la presencia del gobernador, entregole una carta de su jefe en la que éste le daba cuenta de varios combates sangrientos, especialmente de uno en que los heroicos calchaquíes habían llegado hasta la misma boca de los arcabuces españoles. En este encuentro, Nieva se vio arrollado por los indios, y hubiera perecido, si el joven Ignacio de Herrera no se hubiese lanzado en su auxilio, entusiasmando con su arrojo a muchos que lo siguieron. La derrota de los indios se produjo en seguida, y la matanza fue espantosa, pues no se dio cuartel y los españoles estaban convertidos en fieras.
La carta terminaba anunciando que al día siguiente se operaría la reunión del tercio de Londres con el de Salta, es decir, que los valles calchaquíes quedaban en poder de los españoles, salvo las ocho leguas dominadas por los heroicos Quilmes, y que durante varios años todavía, continuaron bajo el dominio de éstos...
Mercado y Villacorta apresurose a comunicar tan faustas nuevas al padre Torreblanca.
-Y ahora -díjole en seguida-, ¿qué hacemos con Bohórquez?
-Enviarlo al Perú -contestó el jesuita sin vacilar.
-Es que he empeñado mi palabra de honor...
-¿Sobre qué?
-De devolverle inmediatamente la libertad...
El padre Torreblanca reflexionó un instante y luego, con angelical mansedumbre, dijo:
-Tu empeño no es válido, porque al hacerlo olvidabas que Bohórquez no está ya bajo tu jurisdicción sino bajo la del virrey. No te preocupes, pues, hijo mío, y mándalo inmediatamente al Perú.
Villacorta quedó pasmado de admiración ante el ingenio del jesuita, que así le alivianaba la conciencia...
Bohórquez, bajo segura custodia, fue llevado a Lima, en cuya cárcel se le cargó de cadenas. Allí pasó algunos años, soñando inútilmente en escapar. Condenósele a muerte, pero un resto de escrúpulo nacido del hecho de habérsele indultado antes, hizo que se consultase a España, a la reina doña María de Austria, regente en nombre de su hijo Carlos II. Su Majestad contestó sencillamente al virrey: «Os mando que obréis conforme a justicia y gobierno, lo que fuere de mi mejor servicio». Esto era simplemente poner el cúmplase a la sentencia de Chamijo.
Diósele garrote, el cadáver fue exhibido en la plaza pública, colgado de una horca; luego se le cortó la cabeza y ésta fue clavada en el arco del puente que mira al barrio de San Lázaro...
Carmen, que había seguido a Bohórquez hasta Lima, cuando se convenció de que su amante no le sería restituido más, volvió sigilosa y penosísimamente a Londres, con el firme propósito de vengarse de Mercado. Para conseguirlo, envenenó un jarro de chicha, de que el gobernador comenzó a beber, abandonándolo por su extraño sabor. Perseguida y a punto de caer en manos de los españoles, precipitose a un barranco, haciéndose pedazos contra las rocas...
En esto, como en muchas otras manifestaciones, imitó a las heroicas y salvajes calchaquíes que seguían a la guerra a sus maridos con los hijos atados a la espalda, y que, en caso de derrota, se lanzaban sin vacilar al abismo...