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El final de Norma: Tercera parte: Capítulo V

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Pasaron cinco meses sin que nada notable ocurriera en el castillo.

Desapareció el sol completamente; el frío se presentó más intenso que ningún año; mi padre se agravó de sus achaques, empezando a inclinarse hacia el sepulcro; mi tío Gustavo se fue a vivir con nosotros, y Carlos Yo volvió a Copenhague, dando por terminada mi educación.

Yo no torné a ver al montañés de la flauta.

El bardo del arpa negra dejó también de aparecer por los alrededores de Silly.

Rurico de Cálix no vino tampoco a reclamar su promesa.

Transcurrió otro mes, durante el cual mi padre, cada vez más débil y abatido, no dejó el lecho.

Entonces se presentó un correo con una carta, que decía así:

«Jarl:

»No he olvidado vuestro juramento.

»Espero de vuestra honradez que os suceda lo mismo.

»Acabo de llegar de Spitzberg, y no sé cuándo podré presentarme a reclamar mis derechos; pero será antes del plazo fijado.

»Como la vida es la probabilidad de la muerte, desearía que exigieseis a vuestra hija y a su tío (que supongo será su tutor cuando bajéis al sepulcro) el cumplimiento de lo que me jurasteis.

»Así lograremos más tranquilidad, vos en la muerte y yo en la vida.


»RURICO DE CÁLIX.»


La rudeza de esta carta afectó mucho a mi padre.

A mí no pudo menos de inspirarme un sentimiento de rebeldía contra el que la había escrito.

Pero mi padre y yo teníamos prestado un juramento que era forzoso cumplir. Es más: receloso ya el noble anciano, en vista del disgusto que nos había causado a todos aquella lectura, nos llamó una noche a mi tío y a mí al lado de su lecho, nos hizo volver a jurar el cumplimiento de su promesa, encargó mi tutela a Gustavo y nos bendijo...

Ya dábamos por segura la muerte del anciano, cuando empezó a reponerse...

La vuelta de la primavera acabó de restablecerlo, y a mediados de Abril salió de Silly, después de once meses de clausura.

Despidiose de todos por cuatro días, diciendo que iba a Malenger... y ¡pobre padre mío! su cadáver fue el que volvió...

¡Sí, Serafín! ¡Su cadáver, bañado en sangre, cosido a puñaladas!

Tal lo encontraron unos pastores en los desfiladeros del Monte Bermejo. ¡Tal lo llevaron al castillo!

¡Óscar, el Encubierto, había sido vengado!