El galán Castrucho/Acto III

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El galán Castrucho
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Entren ESCOBARILLO y LUCRECIA.
ESCOBARILLO:

   Holgádome he de toparte,
Beltrán ¿dónde vas perdido,
que desde ayer me has traído
hecho un loco por hallarte?
   Enviome mi señora,
que anoche, dadas las once,
quebré un aldaba de bronce
por despertar a Teodora,
   que saliendo a dormir fuera
y acompañada contigo,
volvió dada al enemigo
fingiendo una gran quimera:
   que dice que unos ladrones,
por ser el Alférez ruin,
le dieron mucho botín
y a ti muchos bofetones,
   y que tiene por muy cierto,
pues el Alférez huyó,
que algún ladrón te mató.

LUCRECIA:

Bien sabe que no estoy muerto.
   ¡A Dios, amigo Escobar,
quién pudiera hablar contigo!

ESCOBARILLO:

¿Qué dudas, Beltrán amigo?
¿Qué tienes que me fiar?
   Dime lo que es, por tu vida,
que soy más noble que piensas.

LUCRECIA:

Si este mi amor recompensas,
cree que es deuda debida,
   que te he cobrado afición,
y tanta, que en esta parte,
aunque temo quiero darte
las llaves del corazón.

ESCOBARILLO:

   Si a hacer aquesto conmigo
de sola afición te mueves,
cree, Beltrán, que me lo debes
y que en el alma te obligo.
   Que entre amigos no se cubren
y cuando se quieren bien
sin trato es porque se ven
los pechos que se descubren.
   ¿Qué tienes, por vida tuya?

LUCRECIA:

Sabe que Fortuna ayer
su afición me dio a entender.

ESCOBARILLO:

Condición ligera es suya.

LUCRECIA:

   Y anoche hicimos concierto
para podernos gozar,
que la había de llevar
a la marina del puerto;
   consentilo por hacer
que con don Jorge no fuese.

ESCOBARILLO:

¿Tienes algún interese
con don Jorge?

LUCRECIA:

Un buen querer.
   Al fin le dio cantonada
y a una casa me llevó
donde a los dos recibió
una buena vieja honrada.
   Luego, los brazos traviesos,
llamándome un ángel bello,
me echó mil veces al cuello
y pensó comerme a besos.
   Pero cierta ocupación,
la color como de gualda,
me hizo volver la espalda
a la amorosa ocasión.
   Fuime y dejela, y sospecho
que cansada de esperar
se volvió a casa a acostar
con Castrucho a su despecho.
   Y no he querido volver
de vergüenza de haber sido,
adonde fui tan querido,
tan flojo y flaco en poder.

ESCOBARILLO:

   ¿Tú vendrás a confesar
que eres capón?

LUCRECIA:

¡No, por Dios!

ESCOBARILLO:

Ea, para entre los dos.

LUCRECIA:

¡Por Dios, que puedo engendrar!

ESCOBARILLO:

   Pues habla si eres mujer,
que con otra estás hablando.

LUCRECIA:

¡Jesús!

ESCOBARILLO:

La que estás mirando.

LUCRECIA:

¡Vive Dios que lo he de ver!

ESCOBARILLO:

Cuando tú quieras podrás,
pero dime si lo eres.

LUCRECIA:

Que entrambas somos mujeres
encubrillo es por demás.

ESCOBARILLO:

   Toca esa mano.

LUCRECIA:

Toquemos,
que a fe que nunca su toque
a mal pensar nos provoque.

ESCOBARILLO:

Seguramente podemos.

LUCRECIA:

   Éste sí, que es toque franco.

ESCOBARILLO:

Basta, Beltranico amigo.
¿Que pensó dormir contigo?

LUCRECIA:

Suerte ha sido, pero en blanco.

ESCOBARILLO:

   ¡Cuál quedaría la dama
habiendo echado tal sota!

LUCRECIA:

Como esos mares agota
el calor de quien bien ama.

ESCOBARILLO:

   ¿Qué te trujo a este lugar
desde Milán?

LUCRECIA:

Un soldado
que la palabra me ha dado
de nunca me la guardar.

ESCOBARILLO:

   ¿Y hasle hallado?

LUCRECIA:

Sí.

ESCOBARILLO:

¿Quién es?

LUCRECIA:

Reiraste si lo digo:
don Jorge.

ESCOBARILLO:

Dios me es testigo
que me pesa que así estés,
   pero mi pleito condeno,
pues otro me trujo a mí,
que una noche que le vi
ésa me dejó al sereno.
   Bien puedes quererme más,
que mi don Jorge es sargento.

LUCRECIA:

Mientes.

ESCOBARILLO:

No pienses que miento,
dejemos burlas atrás.

LUCRECIA:

   ¿Es don Álvaro?

ESCOBARILLO:

Es el mismo.
¿Quién te dijo el nombre?

LUCRECIA:

Ayer
della lo vine a saber.

ESCOBARILLO:

Ése es mi cielo y mi abismo.

LUCRECIA:

   Alto, pues nos parecemos
tanto en las vidas y historias,
males, bienes, penas, glorias,
de hoy más nos comuniquemos.

ESCOBARILLO:

   Sea ansí y a casa vamos,
mas ¿qué dirás a Fortuna?

LUCRECIA:

¿Faltará mentira alguna
si entre las dos la trazamos?
   Ya voy de contento loca.

ESCOBARILLO:

Con más razón lo voy yo.
Beltrán, silencio.

LUCRECIA:

¡Pues no!

ESCOBARILLO:

Toca aquesa mano.

LUCRECIA:

Toca.

(Vanse.)
(Entren FORTUNA, TEODORA y Maese de campo DON RODRIGO.)
RODRIGO:

   Como digo, señora, me ha mandado
que a su jardín aquesta tarde os lleve,
que por fama de vos está prendado.
   Y pues a tan gran príncipe le mueve,
como es el General, sola la fama,
esta correspondencia se le debe.

FORTUNA:

   (Madre ¿que el General me quiere y ama?

TEODORA:

Sí, hija, que le dicho cómo eres:
gallarda, principal y hermosa dama,
   mira que ni te espantes ni te alteres
de ver su gravedad, y no te esquives
si te quisiere dar para alfileres.
   Dile discretamente cómo vives
con la necesidad que no mereces,
que sabes leer y que también escribes.
   Dile que eres más noble que pareces,
no te levantes mucho del asiento
y, si te levantares, no tropieces.
   Come algún buen olor para el aliento,
no hagas de suerte que te tenga en poco
y, si te convidare el instrumento,
   danza rogada, diestramente y poco.
Y cuando llegue a la amorosa danza,
allí es el ceño y el melindre y coco,
   no rompa luego en allegando lanza;
cuéstele su trabajo, sude, llore,
que eso es gustoso, lo que mal se alcanza.)

RODRIGO:

   ¿Habéis hablado?

TEODORA:

Sí, porque decore
la crianza y respeto de hombres tales,
porque más le convenza y enamore.

RODRIGO:

   (No he visto estremos en mi vida iguales
de mucha fealdad y de hermosura.)

TEODORA:

(No me contento con tres mil reales.)

RODRIGO:

   (Si no fuera tan vil descompostura,
siendo tercero, saltear la dama,
probara con mi resto la ventura;
   mas gócela esta vez el que la llama,
que yo haré después que se me venga
del jardín y sus brazos a mi cama.
   ¿Qué curso puede haber que no detenga
una presa maciza de dinero,
o qué arruinada casa que no tenga?
   Por ser mi General, no soy primero,
que aun en esto le guardo su decoro.)

TEODORA:

El Maese de campo es caballero
   y me dijo que estabas como un oro;
hija, sabe vivir; si algo te pide,
en pagando la entrada corra el toro.

FORTUNA:

   Si con mis fuerzas y salud se mide,
madre, tanto acudir a libertades,
quien mucho carga, la salida impide.

TEODORA:

   Mocedades, Fortuna, mocedades.
¿Tengo de hacerte otro sermón, Fortuna?
¿Cuándo querrás agradecer verdades?
   Todas éstas lo maman en la cuna
sin que conozcan de su edad el oro;
vete, y no me repliques, importuna.
   Vístete luego, necia. ¿Lloras?

FORTUNA:

Lloro.

TEODORA:

¿Qué lloras?

FORTUNA:

Aquel pobre pajecillo
que era para estas cosas un tesoro.

TEODORA:

   Habranle muerto.

FORTUNA:

No me maravillo;
recíbele muy bien, si vuelve a casa.
¿Qué me mandas vestir?

TEODORA:

El amarillo.
   Señor maese de campo, mientras pasa
de tocar y vestir una hora corta,
que poco el sol en este tiempo abrasa,
que a pasear se salga nos importa.

RODRIGO:

   ¡Jesús! De mil amores aquí aguardo.

TEODORA:

Hija, escúchame atenta.

FORTUNA:

Madre, acorta.

TEODORA:

Lleva ese cuerpo tieso y más gallardo,
   graves los ojos, cósete la boca.
¿Qué bajos llevas?

FORTUNA:

El manteo pardo.

TEODORA:

¿Perfumaste las faldas?

FORTUNA:

Y la toca;
   todo parece almizcle.

TEODORA:

Eres de perlas,
una curiosidad mucho provoca.

FORTUNA:

Las ligas llevo que es vergüenza verlas.

TEODORA:

   ¿Cuáles, las verdes?

FORTUNA:

Sí.

TEODORA:

Ponte las rojas.

FORTUNA:

Aún no pudimos acabar de hacerlas.

TEODORA:

¡Calla, necia! ¿De aqueso te congojas?
   ¿Esas piernas habrán menester galas?
Que sean tuertas, flacas, negras, flojas,
yo creo que de vicio te regalas;
   ven y pondréte al cuello la bolsilla.

FORTUNA:

¡No me des, por tu vida, cosas malas!

TEODORA:

¿Y qué sabes tú de eso, rapacilla?
   ¿Con sola la hermosura se enamora?

FORTUNA:

¿Adónde está Castrucho?

TEODORA:

Por la villa;
no tengas miedo dél que viva un hora.

(Váyanse las dos.)
(Entren DON JORGE y CASTRUCHO.)
CASTRUCHO:

   No hay para qué amenazarme
ni ponerme daga al pecho,
que parece que lo has hecho,
don Jorge, por no pagarme.
   ¿Que yo te he engañado, dices?

JORGE:

¿Quién sino tú?

CASTRUCHO:

¡Bueno es eso!

JORGE:

Estoy por perder el seso
y quebrarte las narices.
   Bellaco hablador ¿no sabes
que a los tres nos has revuelto?

CASTRUCHO:

Creo que el diablo anda suelto.
¿Burla a tres hombres tan graves?

JORGE:

   ¿No dijiste que el Sargento,
por orden del Capitán,
me quiso dar solimán?

CASTRUCHO:

En eso es verdad que miento
   ¿mas no veis que soy burlón
y me tiene por gracioso?

JORGE:

¡Hi de puta, mentiroso,
sucio, infame, fanfarrón!
   Si no fuera por manchar
de tan vil sangre la espada,
te diera una cuchillada.

CASTRUCHO:

Mejor estará por dar,
   y más que yo la recibo
como si ya la tuviera,
que puesta en mi rostro fuera
como señal de cautivo.
   Séllame, príncipe, dame,
abóllame aqueste rostro,
que humilde a tus pies me postro.

JORGE:

(¡Qué propia humildad de infame!)

CASTRUCHO:

   Que me la des te requiero,
que de mano tan honrada
más vale una cuchillada
que de otra mucho dinero.
   Mi buen deseo te obliga
y aunque tu valor repara,
haz de suerte que esta cara
«don Jorge me fecit» diga.

JORGE:

   ¿Quién anoche me llevó
a Fortuna quando iba
conmigo?

CASTRUCHO:

En galeras viva
si fui en quitártela yo:
   ese traidor don Rodrigo.

JORGE:

¿Quién? ¿El maese de campo?

CASTRUCHO:

Ese mismo corre el campo
y es tu mayor enemigo.

JORGE:

   ¡Cómo!

CASTRUCHO:

Quiero declararte
lo que un sujeto acomete,
que es del Príncipe alcagüete
y principal por su parte.

JORGE:

   ¿Pues conoce el General
esa dama?

CASTRUCHO:

¡Pese a mí!
Conócela como a ti.

JORGE:

¡Eso no, por Dios, no hay tal!
   Conocerla bien podrá
pero en modo diferente.

CASTRUCHO:

Hablándote claramente,
ahora la lleva allá,
   que antes que subiese arriba
habló conmigo a la puerta,
y esta tarde se concierta
gran jira.

JORGE:

Todo lo priva;
   él es gran competidor,
pero quiérole avisar
que le tengo de matar
como a bellaco hablador
   si esta noche no me trae
a Fortuna que la goce
antes que toquen las doce.

CASTRUCHO:

(Brava maldición me cae.)
   Pero no tengas temor,
que yo te doy la palabra
que saltando como cabra
llame a tu puerta, señor.
   Y digo que si no fuere
verdad, que con esa espada
me des una cuchillada
donde mejor me estuviere.

JORGE:

   Ahora bien, pues quede ansí.

CASTRUCHO:

Ansí queda, vete a Dios.

JORGE:

¿Cumpliraslo?

CASTRUCHO:

Por los dos.

JORGE:

Si no, guárdate de mí.

(Váyase.)
CASTRUCHO:

   (¡Vive Dios, que si no fuera
por alborotar el brazo,
que le diera un cintarazo!)

JORGE:

¿Qué dices?

CASTRUCHO:

Que te sirviera
   sin que me hicieras agravio.
(¡Vete con Dios, el gallina
que habla detrás de esquina!)
¡De puro coraje rabio!
   Todos estos mozalbitos
que no han pasado fortunas
cogen a un hombre en ayunas
cuando ellos están ahítos.
   No saben lo que es llevar
cólera el hombre cortada;
agora sí ¡pesia a nada!
estoy por ille a llamar.
(Entre el SARGENTO.)
   Éste es... ¡ah, pléguete Diez!
¿Por dónde podré escaparme?

ÁLVARO:

¡Ah, ya no podrá burlarme
el fanfarrón esta vez!

CASTRUCHO:

   Otra es ésta, pese a mí:
tras el relámpago, el rayo.

ÁLVARO:

¡Oh, mi señor papagayo,
de los más lindos que vi!
   ¿Cómo va de hablar?

CASTRUCHO:

Muy bien,
a servicio de los buenos.

ÁLVARO:

No os iréis désta a lo menos.

CASTRUCHO:

Vivas mil años, amén.
   Pues bien, príncipe ¿qué hay?
¿Qué se suena del intento
del Emperador?

ÁLVARO:

¡Qué viento!
(Meta mano.)
¡Guarde, picarón!

CASTRUCHO:

¡Ay, ay!

ÁLVARO:

   ¿De sólo mirar la espada
lloras y tiemblas?

CASTRUCHO:

¿Pues no,
si he sido la causa yo
de que esté desenvainada?
   ¿Pues por ser tan mal cristiano
quiere desangrar mis poros
espada que contra moros
relumbrar suele en tu mano?
   ¡Qué hazañas con ella has hecho
en medio de esa campaña,
que de tu sangre se baña!
Ea, rey, pásame el pecho.

CASTRUCHO:

   Tales grandezas escucho
de tus brazos, que es muy bien
que a ti la gloria te den
del haber muerto a Castrucho;
   cuanto más, que si es la dama
que deseas la ocasión
de hacer esta sinrazón,
irá esta noche a tu cama,
   que yo la tengo mandado
que a nadie palabra dé,
y esta noche la pondré
con esta mano a tu lado.

ÁLVARO:

   ¿Dasme la palabra de eso?

CASTRUCHO:

Pena de una cuchillada
de trece puntos bien dada,
que traspase carne y hueso.

(Entre el CAPITÁN.)
ÁLVARO:

   El Capitán viene aquí
y te ha de pedir lo mismo.

CASTRUCHO:

¡Antes me trague el abismo
que le dé segundo sí!
   Mas no te vayas, que quiero,
pues por ti no se la doy,
que me libres.

ÁLVARO:

Aquí estoy.

HÉCTOR:

¿Aquí estáis vos, caballero?

ÁLVARO:

   Déjele vuesa merced,
que es un pobreto.

CASTRUCHO:

Sí, cierto,
y no hay que matar un muerto
de hambre, cansancio y sed.
   Necesidad me ha traído
a andar en aquestas cosas.

HÉCTOR:

Ellas son harto graciosas;
buena trama habéis urdido.
   El diablo la desenrede
si no es que vos la cortéis,
que según la revolvéis
ingenio de hombre no puede.

CASTRUCHO:

   No hay que cortarme a mí nada,
que yo estoy presto y a punto
para...

HÉCTOR:

Oídme al punto:
¿dónde está la dueña honrada?

CASTRUCHO:

   Hilando la dejé agora
uno destos copos grandes
que llaman pichel de Flandes.

HÉCTOR:

¿A quién?

CASTRUCHO:

La vieja Teodora.

HÉCTOR:

   No os digo sino su hija.

CASTRUCHO:

Esa ayer te fue a buscar,
pero púdolo estorbar
cierto juego de sortija
   de quien ha sido el padrino
don Rodrigo, y el ahijado
el General, que ha tomado
los puertos deste camino.
   No tienes que hacerme mal,
que ahora el Sargento y yo,
como aquí se concertó,
matamos al General.
   Digo que los dos iremos
a tu casa aquesta noche
y a caballo, a pie o en coche
a Fortuna llevaremos,
    que él, por la gente de guarda
que don Rodrigo tendrá,
dice que espaldas hará
con su escuadra y alabarda.

(Esté desviado el SARGENTO.)
HÉCTOR:

   ¿Es lo que dice esto así
y que vos la llevaréis?

ÁLVARO:

Verdad es, si vos queréis,
y si no, perdono el sí.

HÉCTOR:

   ¿Que en efeto irá con vos?

ÁLVARO:

Irá como vos queráis.

HÉCTOR:

Mucho en eso me obligáis.
¡Pues alto! Castrucho, a Dios;
   señor Sargento, allá espero.

(Váyase el CAPITÁN.)
ÁLVARO:

No he entendido aquesto bien.
¿No dijo que a mí me den
la dama?

CASTRUCHO:

¿Pues no? ¡El primero!
   ¿Pues entendiste otra cosa?

ÁLVARO:

¿Dijo que allá me esperaba?

CASTRUCHO:

Sí, a cenar te convidaba.

ÁLVARO:

¡Ay, ocupación forzosa!
   Mucho debo al Capitán,
pues luego se fue de aquí.

CASTRUCHO:

¿No es mucho dártela a ti
siendo el primero galán?

ÁLVARO:

   Aun no lo digo por eso.

CASTRUCHO:

Pues ¿por qué?

ÁLVARO:

Porque juraba
de darte, si te encontraba,
las gracias del buen suceso.

CASTRUCHO:

   ¿Qué gracias?

ÁLVARO:

Dos cuchilladas.

CASTRUCHO:

(¡Bravamente me escapé!)

ÁLVARO:

¿Qué dices?

CASTRUCHO:

Que a un turco dé
esas gracias tan pesadas.
   Ahora bien, vete con Dios,
que a la hora que te digo
será Fortuna contigo.

ÁLVARO:

Ésa nos valga a los dos,
   porque donde aquésa falta
todo es trabajo, Castrucho.

CASTRUCHO:

Yo sé que la quieres mucho.

ÁLVARO:

¿Al fin la traerás?

CASTRUCHO:

Sin falta.
(Vase el SARGENTO.)

CASTRUCHO:

   Bueno quedo, a gran poder
de un miedo al fin de morir.
¿Cómo tengo de acudir
a tres con una mujer?
   Necio he sido en concertallos
para un mismo punto y hora;
pero valdrame Teodora,
que sabe enfrenar caballos.
   Dos mozos tengo, que son
Escobarillo y Beltrán,
en el talle y ademán
de mujeril condición.
   A estos dos vestiré
como mujeres, y luego
a uno y otro amante ciego
la palabra cumpliré,
   que al Capitán ya yo tengo
una vieja que le dar
que le sabrá regalar;
pues ¡alto! ¿En qué me detengo?

CASTRUCHO:

   Sólo este engaño ha de ser
el que me ha de remediar;
mas bueno será pensar
lo que puede suceder.
   Pero alarguemos el paso
y la ventura se intente,
que nunca es hombre valiente
el que mira el fin del caso.

(Váyase CASTRUCHO.)
(Entren el GENERAL, FORTUNA y DON RODRIGO.)
GENERAL:

   Digo que es pieza de rey
y que me agrada en estremo.

RODRIGO:

(Que se ha enamorado temo.
¡Oh, villano amor sin ley!
   Si la quiere como muestra,
sin ella vengo a quedarme.)

GENERAL:

Basta, mi bien, a abrasarme
la menor perfección vuestra,
   que vuestro gentil donaire,
más que el amor con sus tiros,
me obliga a que con suspiros
encienda mi pecho el aire.
   De vos aqueste jardín
ha hecho una bestia hermosa
hurtando el color la rosa
y la blancura el jazmín.

RODRIGO:

   (Rematado está, por Dios.)

FORTUNA:

No hay obligación que mande
que me hagáis merced tan grande.

GENERAL:

Esto y más se os debe a vos.

RODRIGO:

   (Esto y más merezco yo,
pues pudiendo ser primero
gozar como necio quiero
lo que otro desechó.)

GENERAL:

   ¿Quién os trujo aquesta guerra?

FORTUNA:

Un hombre, a más no poder,
que con nombre de mujer
me ha sacado de mi tierra.

GENERAL:

   ¿Y está en el lugar el hombre?

FORTUNA:

Sí, señor.

GENERAL:

¿Pues es soldado?

FORTUNA:

En aventurero ha dado,
no le conozco otro nombre.

GENERAL:

   ¿Es hidalgo?

FORTUNA:

Es bien nacido.

GENERAL:

Bien le debes de querer.

FORTUNA:

Ya, señor ¿qué puedo hacer
después de ser mi marido?
   Aunque no tengo esperanza
que la palabra ofrecida
se verá jamás cumplida.

GENERAL:

No perdáis la confianza,
   que yo me ofrezco, si puedo,
y sí creo que podré,
hacer que la mano os dé,
y por fiador suyo quedo.

FORTUNA:

   Bésoos las manos, señor,
por bien tan alto, pues es
el de mayor interés
y de mi bien el mayor.
   Vuestro valeroso nombre
de hoy más en el alma estampo.

GENERAL:

¡Hola! Maese de campo,
haréisme llamar ese hombre.

RODRIGO:

   ¿Quieres ser casamentero?

GENERAL:

Quiero en aquesta ocasión
pagarle la obligación
que desta venida espero.

(Entre un PAJE.)
PAJE:

Aquí ha venido agora el Duque Enrico
que de parte del César viene a hablarte.

GENERAL:

¡Noramala vengáis!

RODRIGO:

(Mas norabuena.)

GENERAL:

Nunca falta un azar.

RODRIGO:

(Para mí ha sido
más que dichoso y más que alegre encuentro.)

GENERAL:

Entretenedme, don Rodrigo, un poco
esta dama gentil mientras despacho
este prolijo y enfadoso Duque.
¿No dije yo, rapaz, que me negasen?

PAJE:

Sabía ya que estaba Su Excelencia
desde aquesta mañana en este huerto.

GENERAL:

No recibáis enojo, que ya vuelvo.

(Váyase el GENERAL.)
RODRIGO:

   A gran ventura he tenido
que a solas nos han dejado,
mi alma, con vuestro olvido,
para ver si mi cuidado
despierta vuestro sentido.
   ¿Habéis conocido acaso
lo que por vos sufro y paso?
¿No me habéis visto en los ojos
los celos, rabias y enojos
en que esta tarde me abraso?
   ¿No veis mi arrepentimiento
de haberos traído aquí?

FORTUNA:

Veo vuestro sentimiento,
pero ya no hay fuerza en mí
que venza vuestro tormento.
   Quien le tuvo y tiempo aguarda,
y viendo la ocasión tarda,
pues que no merece silla,
como dicen en Castilla...

RODRIGO:

Ya entiendo, merezco albarda.
   Pero pues sabéis quién soy,
cuando hayáis muerto la llama
déste a quien sujeto estoy
¿no vendréis conmigo, dama,
a cierto jardín que voy?

FORTUNA:

   Como mi madre lo quiera,
y vamos donde me espera,
con su licencia iré cierto.

RODRIGO:

Pues alto: quede el concierto
firmado de esa manera.
   Dadme la mano.

FORTUNA:

Tomad.

RODRIGO:

Servíos desta cadena
en prendas desta amistad.

FORTUNA:

Creed, señor, que encadena
la vuestra y mi voluntad.

RODRIGO:

   Este paje nos ha visto,
que nunca un testigo falta.

FORTUNA:

A fe que es agudo y listo.

RODRIGO:

Él se lo dirá sin falta,
con su señor me enemisto;
   ¡Hernandico!

PAJE:

¿Qué me mandas?

RODRIGO:

¿Cómo en aquesta ocasión
sin juego y dineros andas?
Toma, juega ese doblón,
salte afuera a las barandas.

PAJE:

   Vivas, príncipe, mil años.

(Váyase el PAJE.)
RODRIGO:

La soldura de los daños
dicen que es el interés.

FORTUNA:

Y el silencio dicen que es
de las mentiras y engaños.

(Entre el GENERAL.)
GENERAL:

   Ya queda aquel prolijo despachado,
por vida mía, al cenador entremos
para que os vais después de haber cenado,
que más despacio quiero yo que hablemos;
a don Rodrigo quedará avisado
cuándo tendré lugar.

FORTUNA:

Siempre estaremos
mi madre y yo esperando que nos mandes.

RODRIGO:

¡Oh, qué bien se negocia! No hay más Flandes.
(Vanse todos.)

(Entre DON ÁLVARO.)
ÁLVARO:

   Ya son cerca de las nueve
y no cumple este Castrucho
la palabra que me debe.
¡Oh, cómo el que espera mucho
juzga largo el tiempo breve!
   Llegarme quiero a la puerta,
¡por mi vida! que está abierta.
¡Hola! ¿A quién digo?

CASTRUCHO:

¿Quién es?

(CASTRUCHO saca la cabeza a la puerta.)
ÁLVARO:

El Sargento. ¿No me ves?

(Salga cubierto ESCOBARILLO, que es mujer BRISENA.)
ESCOBARILLO:

Ya te esperaba cubierta.

ÁLVARO:

   Dame, señora, esa mano.

CASTRUCHO:

¿Vais contento?

ÁLVARO:

¿Pues no había?
Ea, a Dios, Castrucho hermano.

(Vase el SARGENTO y BRISENA.)
CASTRUCHO:

Antes que amanezca el día
descubriréis el pantano.
   Ya viene otro aventurero
a la red, como el primero.

(Entre DON JORGE.)
JORGE:

Ellos son hombre y mujer,
cosa que viniese a ser
segunda vez majadero.
   A esta hora me mandó
Castrucho venir aquí;
si es que al Sargento la dio...
Llamaré.

CASTRUCHO:

¿Quién está ahí?

(Asómase CASTRUCHO.)
JORGE:

¿No me conoces?

CASTRUCHO:

¿Quién?

JORGE:

Yo.

CASTRUCHO:

    ¿Es don Jorge?

JORGE:

Sí.

CASTRUCHO:

Pues lleva
tu dama.

JORGE:

¿De veras?

CASTRUCHO:

Sí.

(Salga LUCRECIA, vestida de mujer y cubierta.)
LUCRECIA:

Véisme aquí.

JORGE:

¿No hay más que os deba?
Vamos, mi bien, por aquí.

CASTRUCHO:

Allá os aguardo a la prueba.
   Sólo falta el Capitán,
mas ya como en cebo dan
también acude a la red.
Ce, llegue vuesa merced.
¿Qué digo? ¡Ah, señor galán!

[Entre DON HÉCTOR.]
HÉCTOR:

   ¿Es Castrucho?

CASTRUCHO:

¿No me ve?

HÉCTOR:

¿Cómo el Sargento no vino?

CASTRUCHO:

¿El Sargento? ¿Para qué?
Tu dama sale al camino,
que el otro a buscarte fue.

(TEODORA, con manto cubierta.)
HÉCTOR:

   ¡Oh, gloria del alma mía!
Castrucho, no hay que esperar,
veámonos otro día.

[Vanse el CAPITÁN y TEODORA.]
CASTRUCHO:

La vieja lleva a acostar,
¡qué graciosa niñería!
   Ellos van bien despachados,
pues van todos tres burlados;
por Fortuna quiero irme
y esta noche prevenirme
de confesar mis pecados.
(Vase.)

(Entre el GENERAL con el PAJE y acompañamiento.)
GENERAL:

¿Que eso me cuentas y que al fin quedaron
concertados de verse aquesta noche
y una cadena le ha dejado en prendas?

PAJE:

Excelente, señor, aquesto pasa
y a mí, porque callase, me taparon
con un doblón la boca, de la suerte
que a Efestión el sello de Alejandro.

GENERAL:

¡Que tenga don Rodrigo atrevimiento
para emprender lo que tan claro sabe
que puede resultar en mi disgusto,
y que sabiendo que el lugar no ha dado
tiempo para gozar de aquesa dama,
aquesta noche misma se la lleve
y piense estar con ella a pesar mío!
¡Hola!

PAJE:

Señor.

GENERAL:

En punto de las nueve
haced que toquen a rebato y sea
fingida con secreto un arma falsa,
que quiero hacer que salga de su cama
y deje la mujer a su disgusto,
que en tanto que viniere a ver qué es esto
yo haré que dos soldados se la quiten.

PAJE:

Todo se hará, señor, como lo mandas.

GENERAL:

De mucho atrás estamos encontrados,
que no se ofrece lance que no piense
que sólo con su azar puede matarse.
Tóquese al arma luego al punto ¡hola!
Sea secreto y una vez tan sola.
(Váyase.)

(DON RODRIGO y FORTUNA.)
FORTUNA:

   En deuda os estoy muy grande
por acompañarme agora.

RODRIGO:

Basta el ser vos mi señora
cuando el amor no lo mande.
   De vuestra madre he querido
tomar, señora, licencia
para aquesta breve ausencia,
y por daros gusto ha sido.
   Que no sufriera la fuerza
del amor, que os tengo tanto,
sino ver el alma cuánto
vuestra esperanza la esfuerza.

FORTUNA:

   Sin mi madre no dispongo
destas cosas aunque puedo,
que como la tengo miedo
toda en sus manos me pongo.
   Vuesa merced me perdone
y lleguemos a su casa.

RODRIGO:

Todo este tiempo que pasa
en mayor fuego me pone
   porque tan gran dilación,
por hacer mayor el bien,
podrá matarme también
antes de ver la ocasión.

FORTUNA:

   ¿Tan enamorado estáis?

RODRIGO:

Vos misma lo juzgaréis
cuando al espejo miréis
los ojos con que matáis.
   Digo que estoy como un loco.

FORTUNA:

¿Tan presto? Guárdeme Dios.

RODRIGO:

Para perderse por vos
el haberos visto es poco.

FORTUNA:

   Salgamos de aquesta plaza,
que hay soldados por aquí.

RODRIGO:

¿Dirá vuestra madre sí?

FORTUNA:

Como saliere la caza,
   porque es más interesable
que si en Génova naciera,
y sin interés no hay fiera
tan dura y inexorable.

RODRIGO:

   En eso consista el bien
que el alma espera de vos.

(Entre CASTRUCHO.)
CASTRUCHO:

Digo que son estos dos.

RODRIGO:

¿Quién va allá?

CASTRUCHO:

Un amigo.

RODRIGO:

¿Quién?

CASTRUCHO:

   Castrucho.

RODRIGO:

Venga en buen hora.

FORTUNA:

Pues, Castrucho ¿qué hay de nuevo?

CASTRUCHO:

Las malas noches que llevo
por esta vieja Teodora.

FORTUNA:

   ¿Cómo así?

CASTRUCHO:

Fuese de casa.

RODRIGO:

En efeto, no está en ella.
(Oyó el amor mi querella
desde el fuego que me abrasa.)
   No hay para qué nos cansemos,
a mi alojamiento vamos.
(Toquen dentro una caja al arma, y voces que digan «arma, arma».)
Paso, deteneos, oyamos.

CASTRUCHO:

¡Oíd!

FORTUNA:

¿De qué hacéis estremos?

RODRIGO:

   ¡Al arma tocan, por Dios!
¡Oh, pesar de mi linaje!
O he de hacer a mi honra ultraje
o he de perderos a vos.
   Pero no os quitéis de aquí,
que yo sabré lo que es esto;
Castrucho, guárdame el puesto.

CASTRUCHO:

Fiad la posta de mí.

(Váyase.)
FORTUNA:

   No sabe con quién me deja.

CASTRUCHO:

Ni aun tú lo puedes saber.
¿Qué has ganado desde ayer?

FORTUNA:

Pregúntaselo a la vieja;
   no estoy en tiempo que pueda
sufrir infamias tan grandes.

CASTRUCHO:

Pues qué ¿no corre hasta Flandes
de nuestro Rey la moneda?
   He de asentalle los cinco.

FORTUNA:

¡Estate quedo, bellaco!

CASTRUCHO:

¿Qué te han dado?

FORTUNA:

Ya lo saco.

CASTRUCHO:

(¡Qué bien la lanza la hinco!)

(Entre el SARGENTO.)
ÁLVARO:

   ¡Ah, soldados, ea, al arma!
¡A la plaza, pese a mí!
¿Qué hacen parados aquí,
que todo el mundo se arma?

CASTRUCHO:

   Tápate.

FORTUNA:

Ya estoy cubierta.

CASTRUCHO:

¿Es el Sargento?

ÁLVARO:

Yo soy.

CASTRUCHO:

¿Dónde bueno?

ÁLVARO:

Acudir voy
al arma que nos despierta.
   ¡Ah, Castrucho, y a qué tiempo
me levantó de la cama!

CASTRUCHO:

Pues qué, ¿gozaste la dama?

ÁLVARO:

   Con gran gusto y pasatiempo.

CASTRUCHO:

   (¡Oh, pese a quien me parió!
¡Oh, bellaco Escobarillo!
¡Vive Dios que he de dicillo
a la justicia! ¡Eso no!)
   ¿Con el muchacho?

ÁLVARO:

¿Qué dices?

CASTRUCHO:

Yo me entiendo y tú me entiendes.

ÁLVARO:

¿De lo que digo te ofendes?

CASTRUCHO:

(Quemado hasta las raíces.)

(Entre el ALFÉREZ y el CAPITÁN.)
HÉCTOR:

   Pasad delante y juntad
la escuadra de vuestra gente.

JORGE:

¿Quién es?

ÁLVARO:

¿Quién va allá?

HÉCTOR:

Detente.

JORGE:

Muy buen encuentro, en verdad.
   ¿El Sargento con Castrucho?

HÉCTOR:

Castrucho ¿qué te parece
de la ocasión que se ofrece?

CASTRUCHO:

Ahora lo poco es mucho.

HÉCTOR:

   Bien me pareció la dama.

CASTRUCHO:

¡Pesia tal! ¿Ya la gozaste?

JORGE:

Como tan bien le ocupaste...

CASTRUCHO:

¿Y adónde queda?

HÉCTOR:

En la cama.

CASTRUCHO:

   (¿No digo yo que es Teodora
hechicera hasta no más?)
Y tú, don Jorge ¿no has
gozado de tu señora?

JORGE:

   ¿Teniendo yo lo mejor
había de estar en eso?
¿No soy tan mozo y travieso
como cualquier amador?

CASTRUCHO:

   (Otro bellaco tenemos.
¿A Beltrán no le entregué?)

JORGE:

Con mis ruegos la cansé,
con mis suspiros y estremos.

CASTRUCHO:

   (¿Pues no habia de defenderse,
pesar de quien me parió?
¿Que en efeto le forzó?
¡Vive Dios que ha de saberse!)

HÉCTOR:

   ¿Cómo es esto? ¿Estamos todos
acomodados de dama?

ÁLVARO:

La mía dejo en la cama
y aun a fe que es de los godos.

JORGE:

   Yo también dejo la mía.

HÉCTOR:

Y yo la mía ¡por Dios!

ÁLVARO:

¿Adónde hallaste otras dos,
Castrucho?

CASTRUCHO:

En la herrería.

HÉCTOR:

   ¿Que Castrucho os dio las vuestras?

JORGE:

A mí a Fortuna me dio.

ÁLVARO:

A Fortuna tengo yo.

HÉCTOR:

Tres Fortunas son las nuestras:
   yo también tengo a Fortuna.

CASTRUCHO:

¡Oh, que bien afortunados!

HÉCTOR:

¡Engaño es éste, soldados,
pues tenemos tres y una!

ÁLVARO:

   Asid aquese picaño
y vaya alguno por ellas.

HÉCTOR:

Pues ¡sús! yo voy a traellas,
que sé que es vuestro el engaño.

ÁLVARO:

   Id volando ¡pese a tal!
que me tiembla el corazón.

JORGE:

¿Qué has hecho, infame ladrón?

CASTRUCHO:

Paso, nadie me haga mal,
   que descubriré la fiesta.

ÁLVARO:

¿Qué fiesta?

CASTRUCHO:

Fiesta de fuego;
denme campo franco luego
o cantaré lo que resta.

ÁLVARO:

   ¿Qué has de cantar, sentenciado?

CASTRUCHO:

¿Luego Escobar y Beltrán
no son las damas que han
el uno y otro gozado?

ÁLVARO:

   ¿Yo a Escobar?

JORGE:

¿Yo a Beltranico?

ÁLVARO:

Que sea Escobar puede ser,
mas vive Dios que es mujer.

CASTRUCHO:

Desa sentencia replico:
   ¿luego confiesas que has
hecho delito tan feo?

JORGE:

¿Yo a Beltranico? No creo
que pueda ser.

CASTRUCHO:

¡Bueno estás,
   que también pecaste tú!

JORGE:

Digo que es sin falta alguna
mujer, y que sea Fortuna
yo no lo afirmo.

CASTRUCHO:

¡Jesú!
   Déjenme, que les importa,
o daré voces al cielo.

ÁLVARO:

¡Matalde!

JORGE:

Estoy hecho un yelo.
Saber lo que es me reporta.

(Entre el CAPITÁN con las tres mujeres cubiertas, que son LUCRECIA, que era Beltrán, ESCOBAR, que es Brisena, y TEODORA la vieja, y DON RODRIGO y el GENERAL detrás.)
GENERAL:

   En verdad, Capitán, que es buena hora,
tú que al Héctor de Troya te prefieres,
de socorrer al arma guerreadora
con una escuadra infame de mujeres.
¿Adónde ibas, di, villano, ahora?
Responde libremente, no te alteres.
¿Dónde las llevas, dónde? Habla, comienza.

HÉCTOR:

Impídime, señor, cierta vergüenza;
   para decir verdad, este soldado,
este Castrucho, este demonio de hombre;
al Sargento y Alférez ha engañado
y a un hombre de mis prendas y mi nombre.
Por una, tres mujeres nos ha dado,
ríase tu Excelencia y no se asombre,
porque es el más astuto y más asperto
que tiene aqueste campo.

GENERAL:

¿Cierto?

HÉCTOR:

Es cierto.

GENERAL:

   ¿Eres tú aquel que trajo aquella dama
que vino aquí desde Sevilla?

CASTRUCHO:

El propio.
Yo soy Castrucho «el bravo», cuya fama
vuela en el mundo y no con nombre impropio.
Al fin, entre las cosas que derrama
de algunos libros que traslado y copio,
quiero poner la burla que se ha hecho
a tres hombres de tanto nombre y pecho.
   Y así, si lo permite tu Excelencia,
descubriré estas damas, si hay alguna.

GENERAL:

Para todo, Castrucho, doy licencia.

(Descubre la vieja.)
CASTRUCHO:

Ésta gozó don Héctor el de Osuna,
porque andando los tres en competencia
sobre cuál de los tres goza a Fortuna,
a dos muchachos y esta vieja he puesto
de la manera que los ves.

GENERAL:

¿Qué es esto?

(Descúbrelos a todos.)
RODRIGO:

   ¿Éstos mujeres son?

ESCOBARILLO:

A tu servicio.
Yo soy Brisena, dama y española,
que siguiendo al Sargento he dado indicio
de aquesta voluntad única y sola;
como burlarnos es del hombre oficio,
allí en Valladolid, donde enarbola
la vez primera su estandarte, diome
palabra de marido y deshonrome.
   Y en hábito de paje, por criado
de Castrucho he venido desta suerte
donde con el vestido propio he dado
segunda fuerza al juramento fuerte.
Suplícote, señor, pues has llegado
a tiempo tal, si mi justicia advierte
tu gran valor, que pues que soy tan buena,
no quede sin marido en tierra ajena.

LUCRECIA:

   Eso mismo, señor, suplico y pido,
que con don Jorge, cuando el campo estaba
a vista de Milán, como a marido
comuniqué las prendas que guardaba.
Lucrecia soy, mi padre fue Leonido,
artillero mayor de quien amaba
el César tanto como sabes. Muestra
tu gran valor en darnos la honra nuestra.

GENERAL:

   ¡Buen término, por cierto, de soldados
dar palabra a mujeres tan honradas
y dejar a sus padres deshonrados
y a ellas juntamente deshonradas!
Pero esta vez han de quedar casados
y ellas de su valor galardonadas:
denles las manos, yo lo mando y ruego
o he ¡por vida del Rey! de ahorcarlos luego.

(Dense las manos los cuatro y descúbrase FORTUNA.)
FORTUNA:

   Ya que a todas, señor, les das marido,
aquí estoy yo, tu esclava, con Teodora.

GENERAL:

¡Oh, señora, a buen tiempo habéis venido;
cumpliros quiero la palabra ahora!
Castrucho, informaciones he tenido
de lo que le debéis a esta señora:
dalde la mano luego.

CASTRUCHO:

En ello gano,
y pongo en vuestros pies mi boca y mano.

GENERAL:

   Yo os doy en dote una jineta y quiero
que seáis capitán de infantería,
porque de un hombre tan astuto espero
que se han de ver grandezas algún día.

CASTRUCHO:

La vuestra ha sido de tan gran guerrero.
El cielo cumpla la esperanza mía
y acabe aquí, porque tardamos mucho,
vida y costumbres del galán Castrucho.

FIN DE LA COMEDIA DE EL GALÁN CASTRUCHO