El hediondo pozo siniestro
o sea
La historia del Gran Consejo de Siké
Siké, la gran aldea china que existiera allá por los tiempos en que Confucio fumaba opio y dictaba lecciones de Moral en la Universidad de Pekín, había sufrido grandes vicisitudes políticas. En los antiguos tiempos Siké había sido el centro de una importante civilización de la China, una especie de teocracia a base de servilismo que duró hasta la invasión de los conquistadores manchúes, que trajeron a los indígenas de Siké más vicios de los que ellos, sin esfuerzo, poseían y practicaban. Los manchúes esclavizaron a los de Siké durante siglos. Todas las riquezas de Siké, todas las contribuciones de opio, crisantemos, nidos de golondrinas, ratas en conserva, grullas, lotos, arroz y demás productos, iban derecho a parar al gobernador de los manchúes. Cansáronse un día los de Siké y por inspiración de algunos patriotas levantáronse en armas y quisieron ser libres. Pero fracasaron en su empeño y viéronse obligados a pedir auxilio a un capitán extranjero, de gran fama, que estaba a la sazón libertando otras comarcas. A él se entregaron los de Siké y él efectivamente los libró del yugo manchú, pero los sometió a su yugo. Éste, que fue un nuevo tirano, llamábase Si-Mo-On. Humilló a los aristócratas, despojó al gobernante natural, dispuso de las rentas públicas a su antojo, se hizo coronar, ahorcó en las plazas públicas a los altos dignatarios de la milicia, desmembró el territorio de Siké para crear nuevos estados que llevaran su nombre, se hizo gobernante vitalicio, pagó a sus soldados sumas fabulosas por servicios de guerra, y un buen día se marchó después de haber humillado muchos nombres, franqueado muchas alcobas y suprimido algunas vidas ilustres. Sin embargo, los de Siké, que no pudieron olvidar nunca su origen de esclavos manumisos, lo proclamaron "el gran genio protector y alado, libertador magnánimo y dios titular de Siké", le levantaron estatuas de bronce y le cantaron himnos rítmicos y épicos. Ya se ha dicho que los de Siké parecían hijos directos de Chun-Chun, el dios del Servilismo.
Una de las cosas en las cuales consistía el gran orgullo de este vano pueblo de Siké, era su Gran Consejo. Todos los pueblos adyacentes a Siké tenían su Gran Consejo, pero estaba formado por altos dignatarios, por personas de privilegiado cerebro, por individuos probos y meritísimos; mas en Siké las cosas estaban invertidas. El Gran Consejo de Siké, llamado también Chun-Gau-Loó -que quiere decir el pozo hediondo- era una agrupación ineficaz y heterogénea de hombres de todas las tribus, de todas las castas, de todos los aspectos y de todas las tendencias. Sin saber cómo llegaron a juntarse en el Gran Consejo de Siké como las langostas en una trampa, o los camarones en un remanso, o las moscas en un estercolero, o los penitenciarios en una cárcel, o los pecadores en el Infierno, o Cielo negro; sin saber cómo llegaron a juntarse en el Consejo, pordioseros, tránsfugas, oradores, criminales, hombres de ciencia, sacerdotes de Buda, bellacos, traidores, mudos, tramposos, deshonestos; había allí quienes huyendo de la justicia se habían acogido bajo el artesonado del Consejo, como los mirlos bajo los duraznos en flor; los había leprosos de cuerpo y de alma; los había que vendían sus votos por un puñado de arroz, o por un yen; los había, en fin, que no teniendo qué vender, vendían a sus compañeros. El Gran Consejo de Siké llegó a obtener tal fama que en los mercados, al verlos pasar, los vendedores ocultaban sus mercancías y se decían unos a otros:
–Despreocupado Chon-Long, vendedor de ranas jóvenes, esconde tus mercancías, ¿no ves que se acercan dos miembros de Gran Consejo?
El Gran Consejo, que carecía de patriotismo y de otras virtudes elementales, estaba siempre dividido en dos grupos. Unos que adulaban al Mandarín, y otros que le hacían guerra. Generalmente los que adulaban eran mayoría, pero siempre que se iniciaba un nuevo mandarín en el gobierno, peleábanse todos por ofrecerle sus servicios, y por alcanzarle primero la sebada pipa de opio. Como era imposible al Mandarín contentar a todos y dar a todos un pedazo, los resentidos iban a formar poco a poco el grupo de la oposición sistemática. ¡Y había que ver lo que hacía el Gran Consejo con los mandarines caídos! En el reinado del famoso y probo mandarín Chin-Kau, del cual se ha hablado ya, con motivo de la rebelión del famoso Rat-Hon, Chin-Kau, convencido de la abyección del Consejo, quiso disolverlo. Tomó de ello pretexto Ran-Hon, contra las leyes expresas de Siké, para encabezar la revuelta, diciendo que defendía la intregridad del Consejo. Pues bien, Chin-Kau no llegó a atentar contra el Consejo, pero su defensor Rat-Hon lo atacó a balazo limpio, hirió a sus miembros, expatrió a otros, encarceló a muchos, y se hizo nombrar mandarín, a fuerza. Y bien, ¿qué dispuso el Gran Consejo para vengarse de Rat-Hon? Pues hacerlo gran Mandarín, concederle inmerecidos títulos militares y adularlo servilmente durante su mandarinato.
Bien cierto es que entre los que perteneciendo al Gran Consejo contribuyeron poderosamente a las tropelías y gatuperios de Rat-Hon, se encontraban el peligrosísimo Chin-Gau, el de la gran joroba; el agresivo Tu-Pay-Chon -que quiere decir "el que se hace el loco"-; el analfabeto y gordo Si-Tu-Pon, enamorado de la sucesión en el mandarinato; el mediocre Chon-Chi; y, sobre todo, el inolvidable, el inolvidabilísimo Si-Tay-Chong, el desvergonzado, que era más sucio y asqueroso que un escupitajo de suegra desdentada en cara de borracho tuberculoso. Si-Tay-Chong era plebeyo, astroso, mala persona, bajo de alma y de cuerpo, de espíritu mefítico, de uñas largas y negras, pedigüeño en su mocedad, insolente en su apogeo; adulador de los señores, déspota de los infelices, megalómano, cínico, inmoral, bruto, sucio, servil, falso, artero, intrigante, malévolo, presuntuoso, vacuo, fatuo, desleal, sin ley, sin conciencia, sin dios, algo buen mozo y de ojos dormidos, creía poseer el secreto de las siete ciencias, la trascendental filosofía de Buda, las sabias máximas de Confucio, las dotes literarias de Li-Kay-Pé, el noble uso de las armas, la difícil ciencia de administrador y la brillante virtud de la oratoria. Hablaba de honradez inmaculada y cobijaba malhechores; enseñaba en la Academia de Siké y engañaba en ella, con falsas doctrinas, a la candorosa juventud; era capaz de vender su alma por un mimpau; su cuerpo por un nido de golondrinas; su honor, por una torta de sesos de murciélago; era un chino infecto; no había por dónde cogerlo. Todo esto es pálido retrato de lo que era en verdad, Si-Tay-Chong, el desvergonzado.
Y así llegó a ser primer ministro de Siké en el gobierno desgraciado del famoso mandarín Rat-Hon. Por todo esto se verá que los habitantes de Siké merecían la suerte que les estaba deparada por Buda, el admirable padre de la sabiduría, el dispensador de beneficios, el que hace florecer los crisantemos en la primavera, y rompe el broche verde por donde surgen, en los lagos tranquilos, las blancas flores del loto frágil, bajo el cielo hondo y azul, en los paisajes multicolores de las comarcas chinas.
(La Prensa, 11 de octubre de 1915, p. 2.)