El inobedienteEl inobedienteFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Voces de mar, y sale JONÁS, profeta, huyendo.
JONÁS:
¡Vaya el engañador! ¡Matalde! ¡Muera!
¡Oh, bárbaros sin ley, samaritanos!
¿Quién vuestra voz contra mi vida altera?
¡Para un viejo sin manos tenéis manos!
TODOS:
Si le alcanzáis, matadle.
JONÁS:
¡Quién tuviera
alas en los dos pies, o en estos llanos,
aunque partiera en dos este horizonte!
¡Quién pudiera poner delante un monte!
¡Ah, Samaria cruel! ¡Ah, vil Samaria!
Niegue Dios el rocío a tus sembrados
y del cielo la hermosa luminaria
vista jamás de verde a tus collados!
¡El agua de tus fuentes necesaria,
se agote y seque, contra tus pecados
fuego llueven las nubes a la tierra,
y aunque busques la paz, vivas en guerra!
Nocturnas aves con graznidos roncos
te formen siempre cánticos acerbos;
búhos te espanten con gemidos broncos
perros te aullen y te bramen ciervos;
sílbente las lechuzas, y en los troncos
las grajas enfadosas, y los cuervos,
cuajando el aire, en ofenderte tercos,
noche vuelvan el día en negros cercos.
Por mandado de Dios fui a predicarte,
y en lugar de imprimirse en ti mi cuento,
has querido, Samaria, amotinarte
y dar tu voz contra mi vida al viento;
en tus vicios, cruel, quiero dejarte, (Aparece DIOS sobre un arco iris, de medio cuerpo.)
aunque no haga de Dios el mandamiento.
Quédate entre tus sierpes, Vehemut fiera,
que a ti no he de volver.
VOZ:
Jonás, espera.
JONÁS:
¿Quién me llama?
VOZ:
Yo soy que el mundo abarco
con mis dos pies que calzan los coluros.
JONÁS:
¿Dónde estáis que no os veo?
VOZ:
Sobre el arco,
que los ojos del cielo deja oscuros.
Éste mostró mi paz, cuando en el barco
primero entre los vientos mal seguros,
un Patriarca vio tras el diluvio
recamados los montes del sol rubio.
Aquel creyó, y creyendo, en agua pudo
salvar el mundo; que la fe esto puede,
y a ti dudando te faltó el escudo,
donde no hay golpe que incapaz no quede.
JONÁS:
Señor, yo no he dudado, y si algo dudo,
de aqueste reino mi dudar procede;
que aunque en su oído vuestra voz se forme,
ocupado lo tiene el vicio enorme.
Prediquéle, Señor, y airado y fiero,
en galardón me quiso dar la muerte,
y tu ley en aquel cobrar no espero;
su alma es con los vicios bronce fuerte:
a veces león fui, y otras cordero;
pero no pude de ninguna suerte
en su pecho imprimir tu ley divina;
que el deleite que es tierra a tierra inclina.
DIOS:
Pues tus voces, Jonás, no han sido parte
a reducir esta ciudad perdida,
vuelve tu rostro, y desde aquí te parte
a Nínive, que en vicios divertida
está también.
JONÁS:
¡Señor!
DIOS:
No hay excusarte.
JONÁS:
Quitaránme la vida.
DIOS:
De tu vida
tengo cuidado yo, pues de mi mano
pende la vida del menor gusano.
Diles que dentro de cuarenta días
hagan de sus errores penitencia,
pena de verse entre las manos mías,
en mi juicio, en la postrer sentencia;
haré que caigan de las nubes frías
guerra sobre ellos, sangre y pestilencia,
y si lloran su culpa en los cuarenta,
el premio y el perdón queda a mi cuenta.
JONÁS:
¿Qué crédito, Señor, darán a un hombre
desnudo y pobre, como yo, esta gente?
Un ángel enviad con que se asombre,
y no enviéis un hombre que os afrente.
¿Qué calidad, qué fama, qué renombre
tenéis, Jonás, para que un caso intente
tan arduo? ¿Qué he de hacer?
DIOS:
¿Qué estás dudando?
JONÁS:
Señor, yo tengo de ir.
DIOS:
Haz lo que mando.
(Cúbrese la apariencia: queda JONÁS solo.)
JONÁS:
Si me escapé en Samaria de la muerte,
a Nínive ¿a qué he de ir sino a otro tanto?
Huir quiero a Sidón, y desta suerte,
Nínive no podrá causarme espanto.
Si es el brazo de Dios eterno y fuerte
cada día le vence nuestro llanto;
huirme quiero a la provincia Tiria,
y envíe Dios sus ángeles a Siria.
Cuatro caminos veo, ¿qué camino
de los cuatro irá a Nínive? Dudando
estoy; por este a huir me determino,
que de la Siria más se va apartando.
Mas ¿qué letras son estas, Dios divino,
que en el arena están? Haz lo que mando,
dicen las letras que borrar procuro;
mas parece que están en bronce duro.
No las puedo borrar, ¡válgame el cielo!
Huiré por este, pues por el arena
las mismas letras forma, haciendo el suelo
blanco papel; mas esto Dios lo ordena.
A Nínive quiero ir; pero recelo
que han de matarme en Nínive. ¿Habrá pena
que se iguale a la mía? No me entiendo;
mas ¡ay! que si no voy, a Dios ofendo.
Pero allí viene un hombre: él podrá darme
lo que mi confusión ciega codicia,
y hacia Tiro o Sidón podrá guiarme,
si tiene de sus términos noticia;
conmigo irá, si quiere acompañarme;
en caballo de miedo o de codicia
viene, sin duda, pues camina tanto.
Dios os guarde.
(Un caminante, que es DEMONIO.)
DEMONIO:
Y a vos el cielo santo.
JONÁS:
¿Cuál, amigo, es el camino
de Sidón?
DEMONIO:
Este que al mar
está, señor, más vecino,
y yo os podré acompañar,
que a Sidón también camino.
JONÁS:
¿De dónde bueno venís?
DEMONIO:
De Nínive llego agora.
JONÁS:
De Nínive, ¿qué decís?
¿Y a qué Dios Nínive adora?
DEMONIO:
¡Ay de mí!
JONÁS:
¿De qué os sentís?
DEMONIO:
Solo en oíros nombrar
a Nínive, el corazón
quiso del pecho saltar.
JONÁS:
¿Pues qué ha sido la ocasión
de vuestro enojo y pesar?
DEMONIO:
Nínive, señor, es tierra
tan mala, que la malicia
en sus murallas se encierra:
ni hay Dios, ni hay Rey, ni hay justicia,
ni hay virtud, que la destierra;
ella es la ciudad sin Dios,
y para buenos no es buena.
JONÁS:
Sin duda sois bueno vos,
pues desterraros ordena.
DEMONIO:
Aquí, para entre los dos,
¿sois de Nínive?
JONÁS:
No, amigo;
solo sé que Dios le tiene
prevenido un gran castigo,
y que allá...
DEMONIO:
Si no os conviene,
no vais; porque soy testigo
de las mayores crueldades
que se han visto entre gentiles;
no hicieron tantas maldades
la ciudad de los pensiles
ni otras bárbaras ciudades:
y así, señor, si allá vais,
sin duda os darán la muerte
si en ser vicioso no dais;
y pues por ventura y suerte
aquí, Señor, me encontráis,
id a Tiro y a Sidón
conmigo.
JONÁS:
Digo, que vamos
en buena conversación:
¿qué está escrito en estos ramos?
DEMONIO:
Letras son.
JONÁS:
Hebreas son.
DEMONIO:
¿Qué dice?
JONÁS:
Haz lo que mando;
mi muerte en las letras veo.
DEMONIO:
¿Quién es quien te está turbando?
JONÁS:
Es el Dios del pueblo hebreo,
cuya ley voy predicando:
manda que a Nínive vaya,
y yo, la muerte temiendo,
me escondo.
DEMONIO:
En ella se ensaya
la crueldad; que está corriendo
sangre de justos su playa;
mas si tienes gusto de ir,
el camino que atrás dejas
va allá.
JONÁS:
No quiero morir;
bien, amigo, me aconsejas,
y yo te quiero seguir.
DEMONIO:
Si estás de mi parecer,
sígueme.
JONÁS:
Vamos los dos;
que tu Orestes pienso ser;
esta vez perdone Dios,
que a Nínive no he de ver.
(SIQUER y LANFIRO desnudos, uno con un grillo, otro con un pedazo de espada.)
SIQUER:
Gracias a Dios que nos vemos
libres de tal sujeción.
LANFIRO:
Quédate, infame prisión,
que ya libertad tenemos;
quédate, jaula de locos,
inocentes pajarillos,
donde solo cantan grillos,
y si cantan, cantan pocos.
Mar fiero, donde anegadas
mil almas veo en tu espuma,
y a donde un tajo de pluma
corta más que mil espadas.
SIQUER:
¿Ahora en darle epítetos
a la cárcel te detienes?
Ven presto, que si no vienes,
quizá en mayores aprietos
nos veremos otra vez,
porque nos viene siguiendo
todo el mundo, a lo que entiendo;
que dar la muerte a un jüez,
no es delito que no pide
digna venganza.
LANFIRO:
Pasemos
al monte, y en sus extremos,
pues ninguno nos lo impide,
no faltará alguna cueva,
que nos dé mudo aposento,
y compraremos sustento,
del que seguro le lleva,
a precio de miedo infame.
SIQUER:
Y al primero que encontremos,
los vestidos quitaremos,
aunque su sangre derrame.
LANFIRO:
Pues que supimos romper
la prisión, no habrá imposible
que no rompamos.
SIQUER:
Terrible
rumor suena.
LANFIRO:
Podrá ser
la justicia.
SIQUER:
Pues huyamos;
aquí escondidos veremos
si es la justicia.
LANFIRO:
Busquemos
lo oculto de aquestos ramos.
(Escóndense, y salen JONÁS y el caminante.)
JONÁS:
Después de haber caminado
más de cuatro leguas largas,
dices que de aquí al lugar
ocho por andar nos faltan.
Cansado estoy: ya los pies
apenas pueden la carga
sustentar; que es todo tierra,
y así a su centro le baja.
DEMONIO:
A esotra parte del río
está el lugar, que sus aguas
a sus ricos edificios
sirven de muros de plata.
JONÁS:
¿Hay puente para pasalle?
DEMONIO:
No, que se pasa con barca;
aunque es de curso tan pobre,
que por el vado le pasan.
Quiero llegar, y ver quiero
si a esta parte nos aguarda
o en la otra: mas no veo
barca ninguna amarrada.
Sin duda se la ha llevado
el río, que cuando asalta
los límites de su arena,
hasta las piedras arranca.
La noche viene corriendo,
y es forzosa mi jornada,
y detenerme no puedo;
que quiero ganar un alma.
JONÁS:
Alma, ¿cómo?
DEMONIO:
Si pasamos
el río, verás ganalla;
que está en pasar solamente
su ventura o su desgracia.
JONÁS:
Ventura y desgracia, ¿cómo?
DEMONIO:
Llevo, señor, una carta
a gran prisa, y si no llego
antes que amanezca el alba,
ha de perderse.
JONÁS:
¿Por qué?
DEMONIO:
Quiero decirle la causa:
yo soy criado de un rey,
cuya majestad es tanta,
que las tres partes del mundo
casi en su nombre idolatran.
Fue hermoso como el lucero
que sale en conchas de nácar
vertiendo en los campos risa
cuando el sol su frente saca.
Pero de una enfermedad,
de una caída causada,
perdió la hermosura toda,
y está tan feo que espanta.
JONÁS:
¿De dónde cayó?
DEMONIO:
Cayó
de un monte, saliendo a caza;
que era el caballo soberbio,
y fue del caer la causa.
Quiso sentarse en la cumbre
del monte: el caballo agravia
con los pies en los ijares,
y el caballo se abalanza
con su soberbia a subir,
y las manos y pies alza,
y perdiendo los estribos,
cayó el rey, que dio de espaldas
en lo profundo del valle,
sin hermosura y sin habla.
Diéronle unas calenturas,
que un momento no le faltan,
y desde aquel punto vive
siempre en partes abrigadas.
Este rey al fin pretende
a una hermosísima dama,
la cual, porque está tan feo,
le aborrece y le difama.
Él la ofrece sus trofeos,
sus riquezas y sus galas,
y su reino finalmente,
para poder conquistalla.
Y en esta carta que llevo,
dice que si no lo alcanza,
se ha de matar, aunque pierda
el alma.
JONÁS:
¡Extraña desgracia!
DEMONIO:
Al fin la carta, señor,
es cierto que ha de ablandarla,
a trueque que no se pierda
el alma.
JONÁS:
¡Mujer ingrata!
DEMONIO:
Pasemos, por vida vuestra,
por el vado, pues las blancas
guijas se ven como dientes
por donde las aguas hablan.
JONÁS:
Yo no me atrevo.
DEMONIO:
Yo iré
delante y a mis espaldas
os pasaré.
JONÁS:
No me atrevo.
DEMONIO:
Pues yo vadearé las aguas
para que paséis sin miedo,
o aguardad: mirad si bastan
estas corrientes a hundir
a un hombre: venid.
(Hace que entra en el río.)
JONÁS:
Aguarda;
mas unas letras de fuego
veo en las aguas formadas,
y aunque son de fuego todas,
el agua no las apaga.
Haz lo que mando me dicen:
¡vive Dios que he de borrarlas
con esta piedra, enturbiando
las corrientes ondas claras!
Pero parece imposible
borrarlas.
DEMONIO:
Amigo, pasa;
que a la rodilla no llega
el agua corriendo mansa.
JONÁS:
Ya voy.
(Dentro dan voces.)
DEMONIO:
Mas ¡ay! que me ahogo,
no pases.
JONÁS:
¿Quién me lo manda?
DIOS:
Este anegarte quería.
DEMONIO:
Y este por mi mal te guarda.
JONÁS:
Hundióse el hombre, y del cielo
cayó un rayo, cuyas llamas,
las aguas han confundido.
¡Desgracia y desdicha extraña!
(Húndese el río y lo demás, y salen SICAR y CORFINO.)
SICAR:
Pues estamos satisfechos
que no es justicia, las ramas
dejemos, y estos nos dejen
las espadas y las capas.
CORFINO:
Quedo, que es un hombre solo.
SICAR:
¿Un hombre solo y sin armas?
CORFINO:
¿De qué nación?
JONÁS:
Soy hebreo.
CORFINO:
Bien lo dicen traje y barba.
SICAR:
Ea, desnúdate, viejo.
JONÁS:
¿En qué este viejo os agravia?
SICAR:
Haz lo que mando.
JONÁS:
Señores...
CORFINO:
Haga, pues, lo que le mandan;
quítese el manto.
JONÁS:
En buen hora.
CORFINO:
Y la túnica.
JONÁS:
¿No basta
el manto?
CORFINO:
Haz lo que te digo.
SICAR:
Haga aquí lo que le mandan.
¿Tiene dineros?
JONÁS:
No tengo,
sino es en la barba, blanca.
CORFINO:
¿Pues sin dineros caminas?
¡Vive Dios!
SICAR:
Tente; que basta
dejarle solo y desnudo.
CORFINO:
¿Dónde va por las montañas
un viejo y a aquestas horas
sin camino?
SICAR:
Alguna causa
debe de tener el viejo,
pues del camino se aparta.
JONÁS:
¿Luego no voy por camino?
SICAR:
¿No lo veis?
JONÁS:
Yo caminaba
agora por un camino
ancho y de hermosura extraña.
CORFINO:
Una industria se me ofrece,
que nuestras vidas ampara:
pongámosle a este estos grillos,
y si por suerte le alcanza
la justicia, imaginando,
viéndole así, entre estas plantas,
que es alguno de nosotros,
entendiendo que nos hallan,
a Jopé le volverá.
SICAR:
Dices bien.
JONÁS:
¿Por qué a mis canas (Pónenle los grillos.)
no respetáis; que a los viejos,
los brutos respeto guardan,
señores?
SICAR:
Haz lo que mando.
JONÁS:
Solo con estas palabras,
cada vez que me las dices,
me atormentas y me matas.
CORFINO:
Ya los grillos puestos tiene.
JONÁS:
La muerte solo me falta.
SICAR:
Entrémonos por el monte
antes que la luna salga.
CORFINO:
El viejo vuelva a Jopé,
y haga allí lo que le mandan.
(Vanse.)
JONÁS:
¡Buenas mis venturas andan!
(Salgan algunos hebreos.)
PRIMERO:
Rodeando el monte así,
no han de poder escaparse,
y presos han de llevarse
a Jopé.
JONÁS:
¡Pobre de mí!
Estos dos vienen buscando
a los que de aquí se han ido.
SEGUNDO:
Por aquí nos ha traído
sin duda Dios blanqueando
tras de aquel árbol está.
SEGUNDO:
¡Mátale! ¡Mátale! ¡Muera!
PRIMERO:
¡Ah traidor!
JONÁS:
¡Detente! ¡Espera!
SEGUNDO:
Para llevarte será
a Jopé, donde te den
mísera muerte y castigo.
PRIMERO:
¿Dónde está el otro su amigo,
que está culpado también?
Que dos mil monedas de oro
gana el que preso os lleve.
SEGUNDO:
¿Cómo a mover no se atreve?
JONÁS:
¡Guardad a viejo el decoro!
PRIMERO:
¡Oh, ladrón viejo! ¿Y rompías
la prisión?
SEGUNDO:
¿Y en la vejez
le dabas muerte a un juez?
Dos mil muertes merecías.
PRIMERO:
Aún puestos los grillos tiene.
JONÁS:
No soy yo a quien vais buscando.
SEGUNDO:
Camina, y haz lo que mando.
JONÁS:
Esta voz misterio tiene.
Señor, ¿en qué os he ofendido
que tanto me perseguís?
PRIMERO:
¿Ahora favor pedís,
viejo infame y mal nacido?
JONÁS:
¡Dadme la muerte los dos!
SEGUNDO:
En Jopé te harán morir.
JONÁS:
¿Pues a Nínive no he de ir
aunque me lo mande Dios?
(Llévanle.)
(LISBEO y ABISÉN, rey, salen.)
LISBEO:
Con tus palabras a vengar me incitas
deste bárbaro pueblo y Rey tirano.
Ya te digo que están los ninivitas
sepultados en gusto y ocio vano;
y como me consientas y permitas
que enarbole, señor, en esta mano
el águila imperial de tu estandarte,
Cupido y Venus temblarán de Marte.
Después de haber vencido y conquistado
una provincia rebelada y fiera,
y haber sobre sus muros levantado
sus armas y mi nombre en su bandera,
me mandó que saliese desterrado,
sin premio, sin honor, de esta manera;
alborotóse el pueblo en mi defensa,
mas pudo más su multitud inmensa.
Que como el vicio reina, y es el vicio
el padre universal de todo el mundo,
y a quien queman los hombres sacrificio,
siguieron muchos su furor profundo;
y como la privanza es artificio,
y yo en servir y no en privar me fundo,
me he escapado, señor, de aquesta suerte,
y fue ventura no encontrar la muerte.
ABISÉN:
Lisbeo, estos altivos galeones,
fabricados en brea y blanca espuma,
que parecen soberbios torreones,
de mi venganza escribirán la suma.
Esta dirán corriendo a los tritones,
y sin pluma a los pájaros con pluma;
y yo en ellos, armado de mi agravio,
veré a su honor el turquesado labio.
Vengaréme del Rey, cuya malicia
ha sido tal, que mi deshonra topa,
pues sin ser toro, me robó a Fenicia,
imitando la fábula de Europa.
LISBEO:
¡Válgame Dios!
ABISÉN:
Pondrále mi justicia
temor y espanto, y clavaré en mi popa
por farol su cabeza, y por sus ojos
saldrá la luz, de mi furor despojos.
LISBEO:
Que te robó a tu hermana es caso cierto.
ABISÉN:
Por orden suya entraron cinco naves
como pavones, ocupando el puerto,
dando envidia sus velas a las aves;
y él, me dicen, Lisbeo, que encubierto
con obras locas y palabras graves,
mi hermana me robó, que a ver la pesca
salió una tarde a la ribera fresca.
Iban con ella cuatro damas solas,
y dos viejos ancianos escuderos
en un esquife, que en rizadas olas
se recreaba con los pies ligeros,
tendiendo luego sus hinchadas colas;
aquellos monstruos y gigantes fieros
de espuma y viento, vieron sus arenas,
a pesar de tritones y sirenas.
Y pues me dices que en el ocio infame
vive el Rey y su gente, al viento demos
mi gruesa armada, aunque oprimida brame,
y en sus playas espanto sembraremos;
a embarcar el metal incite y llame,
y munición y gente convoquemos,
y a ti te hago mi lugarteniente,
para que mandes mi soberbia gente.
LISBEO:
Beso tus pies por la merced suprema
a que me has levantado, y te prometo
de hacer, señor, que tu estandarte tema,
poniendo sus murallas en aprieto.
ABISÉN:
Pues el agravio no consiente flema,
ordena la jornada, y en efeto
pongamos mi venganza; zarpen luego,
y cuaje el mar de tu venganza el fuego.
FENICIA:
Atenta escuchando he estado
tu plática, y te confieso
que si no he perdido el seso,
la vergüenza lo ha causado.
LISBEO:
Dame tus manos, señora,
que en tu casto proceder,
muy bien has dado a entender
lo que he colegido ahora.
Ya me acuerdo que aquel día
que en la ribera te hallé
del mar; tu valor y fe
venció mi descortesía;
y me acuerdo que dijiste
que eras esposa de un hombre
de reputación y nombre,
y pienso que no mentiste.
Y me acuerdo que queriendo
ser tirano y descortés,
entre unas peñas después,
tus bellos ojos, vertiendo
perlas y aljófares bellos,
por guardar tu honestidad
en aquella soledad,
esparciendo tus cabellos,
me pediste y suplicaste
que enfrenase mi apetito,
y al pecho el fuego infinito,
con tus lágrimas templaste,
conociendo ser mujer
ilustre y noble en efeto;
y así te guardé el respeto
que otros pudieran perder.
Y pues fui tan atrevido,
que a tu esposo y tu señor
te quité, viva tu honor;
que en mí tendrá tu marido
un escudo, que la vida
perderé por tu defensa;
y esto que es muy cierto piensa.
FENICIA:
Pues la ocasión me convida,
quiero que sepas, Lisbeo,
mi feliz y triste suerte,
y en mis desdichas advierte
el gran poder de un deseo.
Hermana soy de Abisén,
Rey desta provincia bella,
que la dividen de Arabia
estas montañas soberbias.
Pidióme para su esposa
Ardinabel, Rey de Persia,
afable y manso en las paces
y prodigioso en las guerras.
Pero temiendo mi hermano
su valor y fortaleza,
y que eran parte sus partes
para usurparle sus tierras,
no quiso, y él, ofendido
de su bárbara respuesta,
cubrió la tierra de espanto
y los aires de banderas.
Y tras de una clara noche,
el alba, llorando perlas,
amaneció, dando aviso
del daño que verse espera.
FENICIA:
Al fin, al subir del sol,
vimos los prados y vegas
matizados de colores,
bordando una primavera;
y en medio de las escuadras,
en una persiana yegua,
monte de nieve de lejos
y blanco cisne de cerca,
con un bozal de oro fino,
lleno de borlas de seda,
cuya color hurtó al cielo
para dar celosas muestras;
con un bastón en la mano
y una marlota de seda
turquí, llena de alcachofas
de plata cendrada y tersa,
al son de las dulces trompas
venía gallardo, y ella
parecía que danzaba
con saltos y con corvetas.
Tocó la ciudad al arma,
acudió el miedo a las puertas,
a las murallas los hombres,
las voces a las estrellas.
Cercados nos tuvo un año,
con tanta infamia y bajeza,
que se atrevió el hambre a entrar
al plato de nuestras mesas.
Pero los vecinos, tristes,
viendo que el daño se acerca,
despechados, salen juntos
una noche oscura y negra.
FENICIA:
Desbarataron sus campos,
y él, con infamia y afrenta,
con cien hombres salió huyendo,
dejando sola su tienda.
Salió mi hermano al alcance,
y en más de veintiséis leguas
la sangre de los persianos
fue un mar a las gentes nuestras.
Quedó libre la ciudad,
y los que en muros y rejas
se escondieron, ya en el campo,
viéndose libres, se alejan.
A esta sazón, por el puerto
cinco naves extranjeras
entraron, haciendo salva,
de mil flámulas cubiertas.
Piensa el pueblo que otra vez
vuelve el contrario, y se apresta;
mas ellos, desde las gavias,
paz demandaron por señas.
Dijeron que eran amigos;
que el furor de una tormenta
les arribó a aquellos puertos,
faltos de sustento y fuerzas.
Preguntaron qué nación,
y nos respondieron que eran
ninivitas, que pedían
por hospedaje clemencia.
Diles licencia que entraran:
nunca licencia los diera,
que desta licencia, amor
se entró al alma sin licencia.
FENICIA:
Luego, de la capitana
echan el esquife a tierra,
donde el Príncipe venía
cercado de su nobleza.
Vile entrar desde unos vidrios
de mi balcón, y fue fuerza
beber en ellos mi amor,
que se subió a la cabeza.
Viendo al Príncipe salir
de la mar por la ribera,
me pareció ver al sol
tras las confusas tinieblas.
Entró a palacio a besarme
las manos, y dile en ellas,
Lisbeo, mi libertad,
y en los ojos mil ternezas.
Confrontáronse las almas
y entendiéronse las lenguas,
que hablan mucho siendo mudas
cuando quieren y desean.
Declaróme su pasión,
y yo la mía en respuesta,
y luego el respeto quiso
atreverse a mi grandeza.
Concertamos que una tarde
saliese yo a ver la pesca
con dos escuderos solos
y solas cuatro doncellas,
y que tendrían sus naves,
puestas a punta las velas,
porque hiriendo en popa el viento,
se escapasen con la presa.
FENICIA:
Hícelo así, y él, a vista
de la ciudad, que me espera
por el muelle, y la marina
con regocijos y fiestas,
me roba y pone en su nave,
que pareció, en ligereza,
al águila del dios Jove,
que a Ganimedes se lleva.
Dio voces mi pueblo junto;
pero el mar, alzando fieras
de plata y de espuma cana,
en agua las voces mezcla.
Navegamos doce días
por zafiros y turquesas,
y al cabo dellos tocamos
de Nínive las arenas.
Y Danfanisbo, traidor,
que en ella entre vicios reina,
nos mandó sacar al punto
de aquella playa desierta,
porque le corrió fortuna,
con virtud y sin prudencia;
conmigo vivía, y él
así las virtudes premia.
Déjame el Príncipe sola
por buscar camino o senda;
tú en esta ocasión llegaste
y me llevaste por fuerza.
FENICIA:
En Nínive me tuviste
cuatro días encubierta,
y contra tu voluntad
mi honestidad se conserva.
Y pues hasta aquí, Lisbeo,
no has manchado mi limpieza,
quiero que tus mismas manos
su escudo y mi amparo sean.
Y fío decirle a mi hermano:
con esta armada me lleva,
pues voy en aqueste traje
tan segura y encubierta,
que si a Nínive llegamos,
podrá ser que el cielo quiera
que con mi esposo encontremos,
y fin mis desdichas tengan.
LISBEO:
En mí, señora, tendréis
una defensa y escudo,
y en mis labios hallaréis
los de un Jenofonte mudo,
y un Pitágoras veréis.
Con el debido respeto,
con esta armada, en efeto,
señora, te llevaré,
y el respeto igualaré
de mis labios al secreto.
Y porque segura vayas,
no en la nave de tu hermano
verás las remotas playas
sulcando por el mar cano,
las puntas, líneas y rayas,
sino en otra nave, adonde
puedas ir más escondida,
aunque nada el tiempo esconde.
FENICIA:
Puesta en tus manos mi vida
a quien eres corresponde.
LISBEO:
Ya las trampas en el muelle.
quieren que los hipogrifos
blanca espuma los estrelle,
y sus encrespados rizos
quieren que la armada huelle.
FENICIA:
Pues que tocan a embarcar,
vamos.
(Vase.)
LISBEO:
Saliendo del mar,
después que sé que es hermana
de Abisén esta tirana,
la he de matar o forzar;
con este hecho concluyo
con mi suerte y mi malicia,
y al Rey su honor restituyo
casándome con Fenicia
y siendo cuñado suyo.
(ROSANIO y PETRONIA, dama.)
PETRONIA:
¿Al fin dice que me adora
y me pretende?
ROSANIO:
Tu hermano.
PETRONIA:
¿Mi hermano?
ROSANIO:
¡Calla, señora;
que tu muerte y fin es llano
con lo que dices ahora!
Si mi dolor te provoca.
ten la voz, la boca no abras,
que al alma penetra y toca,
y dan muerte tus palabras
aunque salen por tu boca.
PETRONIA:
¿Siénteslo mucho?
ROSANIO:
El pesar
es tan grande y tan cruel,
que llegándole a explicar,
la mínima parte dél
pudiera el mundo abrasar.
Y si su rigor te enseño
con ejemplos tan profundos,
mira si el pesar es dueño,
señora, de tantos mundos,
¿qué harán a un mundo pequeño?
PETRONIA:
Pues cuando mi hermano fuera
de todo el mundo señor,
por tu amor le aborreciera,
que como es gusto el amor,
la calidad no pondera;
y así pienso que será
vuestro amor más infinito,
si él gloria infinita da,
y el yerro de su apetito
el tiempo lo acabará.
ROSANIO:
¿Cómo?
PETRONIA:
Quiérome fingir
su enamorada, y al tiempo
que él pretenda conseguir
su deleite y pasatiempo,
le privaré del vivir;
pues con cuchillo o veneno,
estando a solas los dos,
desde ahora le condeno.
ROSANIO:
Buen engaño.
PETRONIA:
Amor, que es Dios,
lo traza.
ROSANIO:
En extremo es bueno,
y para que el Rey esté
engañado y satisfecho,
finge luego.
PETRONIA:
Yo lo haré;
que soy mujer, y del pecho
mujeril el fingir fue.
El sol tiene movimientos,
la luna tiene mudanzas,
rabia el mar, furia los vientos,
el hombre tiene venganzas
y la mujer fingimientos;
dijo a Sócrates un día
un hombre, en cuyo poder
el engaño hallar podría;
y él respondió: En la mujer
de quien el hombre se fía.
ROSANIO:
Por eso dese tirano
monstruo jamás se fió,
Dionisio siracusano,
y a sus mujeres mostró
temor bárbaro y villano.
Pues jamás durmió con ellas
que no mirase primero
los rincones, por temellas,
y en parte andaba grosero;
que eran por extremo bellas.
La mujer es un tesoro,
de quien los hombres son Midas;
es un fingido decoro,
y en nuestras humanas vidas,
es veneno en vaso de oro;
es una furia infernal,
aunque tiene de ángel nombre;
es un ingrato animal,
que cuando no puede al hombre,
a sí misma se hace mal;
es un tirano poder
que nuestras vidas condena,
y al fin su imperfecto ser
no tuviera cosa buena,
si tú no fueras mujer.
PETRONIA:
Bravamente mal la quieres.
ROSANIO:
No tiene cosa mejor
el mundo, que las mujeres,
y tiene tanto valor,
solo porque tú lo eres.
PETRONIA:
No dirá aquesto mi hermano
si penetra mi traición.
ROSANIO:
¿Finges al fin?
PETRONIA:
Es muy llano,
que el engaño y la traición
puso el tiempo en nuestra mano.
ROSANIO:
¿Cómo figuras?
PETRONIA:
Así.
Ufana de mi grandeza
estoy desde que te vi,
esclava soy de tu alteza:
si tanto bien merecí.
¡Ay, mi bien! ¡ay, mi señor!
¿Posible es que he merecido
tantas grandezas de amor?
Dame una mano, que pido
por merced y por favor.
¡Ay Dios, qué dulces despojos!
Pondréla, aunque tú no quieras,
en la niñas de tus ojos.
ROSANIO:
Yo pienso que hablas de veras;
que es la mujer toda antojos.
PETRONIA:
Daréle de cuando en cuando,
estando a solas los dos,
un abrazo suspirando.
ROSANIO:
Basta, señora, por Dios,
que me das celos burlando.
PETRONIA:
Estos son celos injustos.
ROSANIO:
Antes los puedo llamar,
con justicia, celos justos;
que a solas el abrazar,
es la puerta de otros gustos,
y más viendo que aunque estás
conmigo, nunca un abrazo
ni una ternura me das.
PETRONIA:
Toma, si con este lazo,
bien mío, contento estás.
(Abrázale. DANFANISBO entre, y DELIO.)
DANFANISBO:
No llego a buena ocasión:
que está mi hermana ocupada.
DELIO:
Tomando está posesión
de la merced alcanzada,
Rosanio.
ROSANIO:
Estos brazos son,
luna hermosa, en quien se encierra
tu sol, que en rayos benignos
quiere ennoblecer mi tierra,
y en ella los doce signos
meten paz y me hacen guerra.
Aries muestra la piedad
destos dos labios que adoro;
Tauro, firmeza y lealtad;
Géminis, en niños de oro,
amor y eterna amistad;
Cáncer, el fuego en que veo
que se arde mi corazón;
y de mi dichoso empleo,
la fortaleza el León;
Virgo, tu casto deseo;
Libra, la mucha igualdad
de nuestro amor voluntario;
Escorpión, la crueldad
de mis celos; Sagitario,
las flechas de tu beldad;
Capricornio, los antojos
del retrógrado en tu eterno
amor por causarme enojos;
Acuario, el confuso y tierno
de la lluvia de tus ojos;
Piscis muestra y representa
un mar de gusto y pesar,
en que el alma se sustenta;
que en la inconstancia del mar
hay bonanza y hay tormenta.
Estos doce signos bellos,
en la zona de tus brazos,
están siendo tú el sol dellos:
deja que viva en tus lazos
aunque me abrase con ellos.
DANFANISBO:
Ya no los puedo escuchar:
aplacar quiero esta guerra.
DELIO:
Llégalos, señor, a hablar.
DANFANISBO:
Estando el sol en la tierra;
¿quién se deja de abrasar?
Si a Rosanio has abrasado,
que es tierra que amar deseas,
también tus rayos me han dado.
ROSANIO:
¡Ay sombra, maldita seas,
que mi nombre has eclipsado!
DANFANISBO:
Rosanio ponte a esta puerta
mientras Petronia, mi hermana,
mi amor y gustos concierta.
ROSANIO:
¡Cielos, si ha de ser liviana
mi mujer, mi muerte es cierta!
(Vase.)
DANFANISBO:
Las novedades de amor,
hermana, placen al gusto,
que es para el alma mejor,
y pues es caso tan justo,
que me hagas algún favor,
en esta ocasión te pido,
que si otro te ha de gozar,
yo, que tu hermano he nacido,
merezca el primer lugar,
pues en nacer le he tenido;
que, ¿quién mejor que tu hermano?
te puede a ti merecer?
Dame una mano.
ROSANIO:
A tirano.
Enmedio me he de poner
porque no le dé la mano.
¡Señor!
(Pónese en medio de los dos.)
DANFANISBO:
¿Qué quieres?
ROSANIO:
Que está
Macaria a la puerta y quiere
entrar.
DANFANISBO:
Entre, dejalá.
ROSANIO:
Haré que a la puerta espere.
DANFANISBO:
Ven, verás cómo me da
mi hermana la mano.
PETRONIA:
Tuya
ha de ser.
DANFANISBO:
¡Dichosa suerte!
ROSANIO:
Macaria viene.
DANFANISBO:
Concluya
hoy su vida con su muerte,
Rosanio, sin que se arguya
de mí que quiero ni adoro
desde hoy a mujer humana,
sino a mi hermana: el decoro
de Dios la den a mi hermana,
y en altar estatuas de oro.
Dame un abrazo.
PETRONIA:
Señor,
el alma tu gusto aprueba.
DANFANISBO:
¡Oh, soberano señor!
Rosanio esta noche lleva
a mi hermana, sin rumor,
a mi aposento.
ROSANIO:
Primero
has de dar muerte a Macaria.
DANFANISBO:
¡Muera luego!
ROSANIO:
¡Ah, suerte varia!
¡Ah, celos! ¡Tormento fiero!
Para que Macaria muera,
sálgase de aquí Su Alteza.
PETRONIA:
Yo quiero salirme afuera.
¿Finjo bien?
ROSANIO:
Mucha terneza
muestra. ¡Morir no quisiera!
(Vase PETRONIA.)
DANFANISBO:
Ven acá. ¿Con qué invención
podremos darla la muerte
a Macaria sin traición?
ROSANIO:
Con una extremada; advierte
y aprobarás mi intención:
Desvelándome anoche, imaginando
nuevos modos, señor, de darte gusto,
vino a mi entendimiento un modo extraño
de gusto y novedad que tú codicias.
DANFANISBO:
¿De qué suerte?
ROSANIO:
Señor, dar de repente
la muerte a un hombre; es cosa de gran gusto,
porque muere diciendo mil blasfemias
y haciendo mil visajes y posturas,
que provocan a risa y son de gusto.
DANFANISBO:
Extraña novedad, y me ha agradado
por lo que es novedad. Si entra Macaria,
dala luego, Rosanio; que ver quiero
su muerte con donaire, que le tiene
en todo cuanto intenta.