El joven y el vicio
En ancho cercado, sembrado de rosas,
vivía un enano. Velaba su tez
gentil mascarilla; su traje era honesto,
su diestra agitaba finísima red.
Cegado, sin duda, por tales encantos,
un joven incauto saltó el valladar,
y diole un abrazo, diciéndole: -«Hermoso,
»¿por qué te recatas con ese antifaz?
»Descubre el semblante.»-
-«A nadie en mis reinos
»es dado mirarlo.»-
-«Pues quiérolo ver.»-
Y al punto, tendiendo su mano atrevida,
la máscara frágil derriba a sus pies.
¡Fatal desengaño! creyole un infante,
y en él halló un viejo de aspecto feroz,
con cuerpo deforme, con rostro tan feo,
que, al verlo, el mancebo dio un grito de horror.
Mas era ya tarde; con lazos tiranos,
artero, el enano le ató la cerviz;
sonaron silbidos y, ¡cosa más rara!
de cada flor bella brotaba un reptil.
-«¿En dónde me encuentro, Dios santo?»-
-«En mi imperio.»-
-«¿Quién eres?»-
-«El vicio.»-
-«¿Con ese disfraz,
»cubierto de hechizos?»-
-«Es fuerza el engaño;
»de no, ¿quién no huyera mi horrible fealdad?»-
-«Desata estos nudos.»-
-«Estás en mis brazos.»-
-«Pues suelta, villano; yo quiero partir.»-
-«No seas imbécil; en lecho de rosas
»darete deleites que te hagan feliz;
»¡si a nadie le falta su máscara propia!
-seguía diciendo con ruda acritud,-
»la astuta serpiente la encuentra en las flores,
»el vicio la lleva mintiendo virtud.»-