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El laberinto de Creta (Lope de Vega)/Acto II

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Acto II

Sale TESEO, preso.
TESEO:

  Cuando en el nido el pajarillo asiste
en larga noche del invierno airado,
y espera el alba, que con rayo helado
baña los montes, y los campos viste:
luego que de jacinto y amatiste
saca el rico cabello coronado,
trueca las pajas al ameno prado,
y en los rayos del sol la noche triste.
Yo, de otra suerte, en noche oscura y fría,
de aquesta cárcel que me dió la suerte,
no doy lugar a la esperanza mía.
¡Desdichado de aquel que de tan fuerte
prisión no espera que amanezca el día,
pues ha de ser la noche de su muerte!

(Sale FINEO.)
FINEO:

  Bien puedes, en tanto mal,
darme albricias de tu bien.

TESEO:

No sé yo, Fineo, por quién
hablas en estilo igual.
  Si es que se acerca el salir
del Minotauro homicida.
¡Quién vió jamás que la vida
diese albricias al morir!

FINEO:

  Deja tu injusta tristeza,
y en esta cárcel verás
más que el sol; bien digo, más;
dos soles de más belleza.
  Tu talle, o tu buena dicha
 (que aquesto debe de ser,
que no hay talle en el querer
entrar fuerte la desdicha),
  a dos hermosas señoras
obliga a ver si podrás
vivir o no; al fin verás
en tu noche dos auroras:
  la bellísima Ariadna,
hija de este rey Cominos,
que con tales desatinos
hace su afrenta más llana;
  y Fedra, su hermana bella,
vienen a verte.

TESEO:

¿A mí?

FINEO:

Sí.

TESEO:

¿Quién te lo ha dicho que ansí
me favorece mi estrella?

FINEO:

  Esta noche con las dos,
hasta las dos y aun las tres,
estuve, y supe quién es
este amor, que es ciego y dios.
  Verdad es que las moví
con tan ilustre parola,
como si fuera española
la provincia en que nací.
  Porque dicen que hay en ella,
y escriben graves autores,
los mayores habladores
que la verdad atropella.
  Enternecióse Ariadna,
y con más inclinación
dió lugar a la afición
que comenzaba en su hermana.
  Ya vienen las dos aquí.
Ellas dirán lo demás.

TESEO:

Notables nuevas me das.

(Salen FEDRA, ARIADNA y un ALCAIDE.)
ARIADNA:

¿Está aquí?

ALCAIDE:

Señora, sí.

ARIADNA:

  Pues ¿en tan obscura parte?

ALCAIDE:

Mandólo el Rey de esta suerte,
mientras que le dan la muerte.

ARIADNA:

Vete.

FINEO:

Ya vienen a hablarte.

ARIADNA:

  ¿Eres tú el Duque?

TESEO:

Yo soy,
ángel, el duque Teseo;
ya no preso, pues ya veo
que en diverso cielo estoy.
  Ya estoy libre, aunque cautivo
de vuestra rara belleza;
que en noche de tal tristeza,
no menos gloria recibo.
  ¿Por dónde, hermosa Ariadna,
entró sol tan verdadero,
sin que llegasen primero
las nuevas de la mañana?
  Ya no es posible que pueda
venir la muerte importuna,
ni moverse la fortuna
si vos le tenéis la rueda.
  Y vos, Fedra celestial,
que acompañáis su hermosura,
y que esta cárcel obscura
hacéis balcón oriental,
  ¿cómo entenderéis aquí
que os doy agradecimiento
justo, pues el mal que siento
pensaréis que habla por mí?
  Los dioses, tan venturosas
os hagan, como merece
vuestra piedad.

FEDRA:

Quien padece
prisiones tan rigurosas
  sin culpa, tenga esperanza
que le ha de librar el cielo.

TESEO:

La esperanza y el consuelo
a un mismo tiempo me alcanza.

ARIADNA:

  Duque, lástima y piedad,
y al ver tu ilustre persona,
digna de mayor corona
que el nombre de tu ciudad,
  mi tierno pecho ha movido
a procurar tu remedio,
puesto que está de por medio
peligro tan conocido.
  Toda esta noche he pensado
cómo has de poder entrar
y salir de aquel lugar
por tantas puertas cerrado.
  Y como siempre el amor
es maestro, y suele ser
más sutil en la mujer,
hallé el remedio mejor.
  Yo te daré de oro un hilo,
que a las puertas has de atar,
por donde puedas tornar
siguiendo aquel mismo estilo.
  Que no te podrás perder
si con él vienes siguiendo
la puerta, ya que al horrendo
monstruo acabes de vencer.

ARIADNA:

  Para el cual has de llevar
tres panes, con tal veneno,
que de su sentido ajeno,
caiga en el mismo lugar.
  Entonces, con una maza
que te daré, larga y fuerte,
en sangre, dánsole muerte,
bañarás la inculta plaza.
  Pero porque el padre mío
ha de saber quién te ha dado
la industria, y vengar airado
en mi amor su desvarío,
  palabra nos has de dar
de llevarnos a tu tierra,
adonde se intenta guerra,
y si quisiere vengar,
  tú nos podrás defender.

TESEO:

Palabra a los cielos doy
que serás, y lo eres hoy,
mi bien, mi reina y mujer.
  Y es corto premio a quien eres,
cuando no por dar a un hombre
vida, que ha de darte nombre
entre famosas mujeres.
  Fía de mi obligación
como de hombre bien nacido,
y que a la muerte ha venido
por el bien de su nación;
  que no seré ingrato al bien
que de tus manos recibo,
señora, si salgo vivo.

ARIADNA:

Vida los cielos te den.

TESEO:

  Serás duquesa de Atenas
si del Laberinto obscuro
salgo con vida, y lo juro
a cuantas luces serenas
  sirven de claras saetías
a los dioses celestiales,
para ver a los mortales
por doradas celosías;
  y fálteme todo el cielo
si a esta palabra faltare.

ARIADNA:

El cielo tu vida ampare
y vuelva a tu patrio suelo.

TESEO:

  La nave que me ha traído,
y espera sólo saber
qué nuevas ha de volver
de lo que me ha sucedido,
  esa misma, con secreto,
nos ha de llevar de aquí.

ARIADNA:

No querría que de mí
formase el Rey mal conceto:
  vamos, Fedra; que yo voy
a prevenir a Teseo
las armas.

TESEO:

Ya con deseo
de ver el peligro estoy.

FEDRA:

  ¡Animo, Duque valiente!

TESEO:

Basta esa voz, Fedra hermosa,
como cuando sonorosa
trompeta el caballo siente.
(Vanse las dos.)
  ¿Qué esperáis, fieros tiranos?
Venid por mí.

FINEO:

Poco a poco.

TESEO:

Con tantos favores loco,
ya tengo el mundo en las manos.

FINEO:

  Pues no le dejes caer:
tenle firme en un estado
porque está tan delicado,
que se te podrá romper.
  Quebraránse muchas damas,
todas melindres y enfados,
y algunos afeminados,
Fénix de sus mismas llamas.
  Quebraránse mil discretos,
que de puro circunscritos,
por vocablos exquisitos
andan a buscar concetos.
  Quebraránse mil que están
arbitrando sacar oro
de sangre ajena, tesoro
que alguna vez pagarán;
  y quebraránse... Callemos,
que hay gran peligro en hablar.

TESEO:

Es menester concertar
cómo esta nave saquemos.

FINEO:

  Luego ¿ya cuentas vencido
este fiero Minotauro?

TESEO:

Haz cuenta que el verde lauro
tengo en la frente ceñido.

FINEO:

  Dícenme que este animal
no guarda a nadie decoro,
y de quien es hombre y toro
se ha de temer mucho mal.
  Esta bestia, que desprecios
hace del cielo y abismo,
va caballero en sí mismo,
como suelen ir los necios;
  porque de la cinta arriba
es hombre, y de medio abajo
toro, que en España el Tajo
de hierba y cristales priva.
  Yo te aseguro de mí,
que estoy temblando de miedo.

TESEO:

¿Y yo que temer no puedo
después que a Ariadna vi?

FINEO:

  ¿Y las dos has de llevar?

TESEO:

Eso es forzoso.

FINEO:

¡Por Dios,
que es brava carga las dos,
y que ha de quejarse el mar!
  Mas porque el peso no espante
y las puedas conducir,
como alforjas podrán ir,
una atrás, y otra delante.

(Vanse, y salen el príncipe ORANTEO y LAURO.)
ORANTEO:

  Esto me escribe, Lauro, el Rey de Creta,
viendo que ya mi ejército salía.

LAURO:

Temor le solicita e inquieta.

ORANTEO:

Fue con razón de la venganza mía.
La fama, que las cosas interpreta,
anticipó de mi partida el día,
de suerte que, aun apenas vio mis naves,
cuando le persuadió temores graves.
  No tremolaba una bandera al viento,
ni un gallardete el agua amenazaba,
ni por la racamenta, el alto asiento
de la gavia, piloto caminaba,
cuando el eco del bélico instrumento
en la playa de Creta resonaba,
y la gente que apenas conducía,
a las espaldas del temor venía.

ORANTEO:

  Viendo su carta, en que se ofrece a darme
a la bella Ariadna en casamiento,
a Creta he vuelto alegre de casarme.
La blanda paz, que no la guerra intento,
amor las duras láminas desarme,
pues desde su primero nacimiento
es tan desnudo, como niño, y ciego;
y depuesto el bastón, viva el sosiego.
  Verdad es que antes de entregarme a Minos,
quiero saber en Creta, de secreto,
si son engaños de su pecho indignos
y de un pecho Real bastardo efeto;
que si es engaño, los labrados pinos,
y el lienzo por las ondas inquïeto,
oprimirán el mar con nueva armada
y a dos agravios sacaré la espada.

LAURO:

  Bien has hecho en venir secretamente,
hasta saber, señor, si te he engañado,
vencido de la fama diligente
y de tu prevención amenazado.

ORANTEO:

Este es el Laberinto que eminente
resplandece en el centro de este prado,
artificio de Dédalo, en que puedes
mirar vencido al célebre Arquimedes;
  aquí tiene prisión el Minotauro,
a quien sustenta la vencida Atenas,
desde que a Minos, la corona y lauro
rindió la presunción de sus almenas;
sátiro no se vió, fauno o centauro,
ni monstruo por las líbicas arenas,
de más espanto y prodigiosa fama.

LAURO:

¡Triste del griego a quien la suerte llama!

ORANTEO:

  De aquesta parte, en rejas y balcones
la gente mira un hombre de buen talle
que ha entrado en él.

LAURO:

Si aquí, señor, te pones,
podrás con justa lástima miralle.

ORANTEO:

Con armas entra.

LAURO:

A tales ocasiones,
¿qué bronce puede o por diamante armalle?

ORANTEO:

Lástima tengo a su persona y brío;
lleguemos, Lauro, a ver el desafío.

(Salen TESEO, y FINEO con una maza, y apártanse a un lado los dos, LAURO y ORANTEO.)
TESEO:

  Muestra la maza, Fineo,
y favorézcame Marte.

FINEO:

Temblando estoy de mirarte
en tal peligro, Teseo.

TESEO:

  Extraña suerte de guerra;
pero poco me importuna
si he vencido mi fortuna,
que es mayor monstruo en la tierra.

FINEO:

  Yo no he visto aquesta fiera
más que pintada, señor;
pero a tu heroico valor,
¿qué Libio temor pusiera?
  Mató Apolo la serpiente
a quien llamaron Fitón,
con arco y flechas, que son
de un dios tan diestro y valiente;
  Hércules, la hidra fiera,
porque Júpiter le dio
las fuerzas, a quien honró
después la estrellada esfera.
  Pero si los dos aquí
vieran este monstruo fiero,
rindieran flechas y acero
al valor que miro en ti.

TESEO:

  Si fuera este desafío
con Hércules, con Jasón,
con el griego Telamón,
al fin hombre e igual mío,
  ¿qué debiera agradecerme
la patria?

FINEO:

¡Que un animal
te ponga en ocasión tal!

TESEO:

Amor me manda atreverme.

FINEO:

  ¡Que nazca de una mujer
un monstruo como esta fiera!
mas ¿de quien nacer pudiera
sino de su mismo ser?
  Que no es menos de admirar
que nazca de ellas la ira,
la lisonja, la mentira,
y el monstruo de hacer pesar.
  Que no le hay que más extrañe
naturaleza ¡por Dios!
que el ver que la sirvan dos,
y que a los dos los engañe.
  Si has visto el monstruo de celos,
cree, Duque belicoso,
que han hecho con él hermoso
al Minotauro los cielos.
  Si has visto la ingratitud,
dirás que es monstruo mayor,
y no lo es pequeño amor,
del alma eterna inquietud.

TESEO:

  Atar quiero el hilo de oro.

FINEO:

Júpiter vaya contigo:
que no puedo ser testigo
de tu valor; siento y lloro.

TESEO:

  Deidades santas, favor;
favor, Marte; favor pido,
y a ti, amor, pues has vencido
todos los dioses de amor.
  ¡Favor, hermosa Ariadna,
tú que las armas me diste
porque digas que venciste
como deidad soberana!
  Que si salgo de los lazos
donde mi muerte contemplo,
haré de tu cuello un templo,
y colgaré en él mis brazos.

(Vase.)
ORANTEO:

  ¿Entró el ateniense?

LAURO:

Entró
dándole aplauso la gente.

ORANTEO:

Y ya mi sol, del oriente
de su balcón se quitó.
  Vamos, Lauro, a ver si puedo
verla sin ser conocido;
que de ausencia temo olvido.

LAURO:

Amor, señor, todo es miedo.

FINEO:

  Ya la gente, lastimada
del valeroso Teseo,
deja ventanas y rejas;
todos le cuentan por muerto.
Y para mí, si a la plaza
que es del Laberinto el centro,
ha llegado, ya lo está
como otros valientes griegos.
¡No fuera este medio toro
un hombre de los que vemos
pacer, mansos, por las calles,
y no tan bárbaro y fiero!
¡Ah, cielos, mi buen señor
a manos de un toro pierdo!
Estoy por entrar. ¿Qué haré?
Mas que no he de acertar temo,
que me falta el hilo de oro;
oro me falta, no puedo,
porque monstruo de mujer
sin oro, es cosa de cuentos;
aun en negocios de acá,
ni acertamos, ni podemos,
en faltando el hilo de oro,
que es con que se sale de ellos.
Ya no se siente rüido:
¡Oh, Pasife del infierno,
como hiciste un torihombre,
no hicieras un hombriciervo!
Que los ciervos son cobardes,
y aunque armados, van huyendo;
pero los toros son bravos,
y más en hombre enjertos.
La noche baja, y sus luces
enciende la luna al cielo,
dos bultos vienen aquí:
¡Si son las sombras del miedo!
Mas ya, ¿qué puedo temer?

(Salen FEDRA y ARIADNA en hábito de hombres con capas y espadas.)
FEDRA:

Animosa vienes.

ARIADNA:

Vengo
animando la esperanza
para que sustente al cuerpo.

FEDRA:

Con este disfraz, seguras
a la puerta aguardaremos
del Laberinto, hasta ver
la disposición del cielo.

ARIADNA:

¿Es hombre aquél?

FEDRA:

Eso muestra,
Ariadna, el movimiento.

ARIADNA:

Fineo debe de ser.

FEDRA:

Llegemos cerca.

ARIADNA:

¡Ah, Fineo!

FINEO:

Mi nombre han llamado, ¡ay triste!
¡Buen ánimo; llegar quiero!
¿Quién va?

ARIADNA:

¿No conoces?

FINEO:

Sí;
conozco tu voz, y pienso
que si supiera que estabas
en esta puerta Teseo,
fuera parte para darle
tan glorioso vencimiento.

ARIADNA:

El tardar me causa pena.

FEDRA:

Rüido en las puertas siento.

ARIADNA:

Pues si en ellas hay rüido,
muerto es el monstruo.

FEDRA:

Eso pienso

(Sale TESEO.)
TESEO:

¡Gracias a los altos dioses
que del Laberinto ciego
salgo con vida! ¿Quién va?

FINEO:

Dos ángeles y Fineo.

TESEO:

¿Ariadna y Fedra?

FINEO:

Sí.

TESEO:

¡Luces hermosas del cielo!

FINEO:

Quedito, no hables de luces;
que a oscuras es mejor eso.

ARIADNA:

Teseo, el verte con vida
en tanta gloria me ha puesto,
como me tuvo el temor
entre penas y tormentos;
ya quiero darte los brazos
como a mi esposo.

TESEO:

No puedo
responderte de alegría.

FEDRA:

Puesto que yo soy lo menos,
Teseo, para que tenga
esta tu ventura aumento,
en cambio del parabién
pido tus brazos.

TESEO:

En ellos,
hermosa Fedra, tendrás
el corazón de su dueño.

ARIADNA:

¿Cómo sucedió tu dicha?

TESEO:

Até el hilo de oro, y entro
dando, vueltas a mil calles
por infinitos rodeos;
cuando pensaba que estaba
del Laberinto en el centro,
estaba más lejos de él,
y cerca cuando más lejos.
Finalmente: yo llegué
a un sitio en cuadro pequeño,
donde estaba el Minotauro,
echado entre varios huesos;
cuando vi tanto cadáver,
imagine si de aquéllos
dentro de tan breve espacio
había de ser mi cuerpo;
pero animándome el alma,
al monstruo horrible me acerco
que puesto en sus cuatro pies
me mira espantoso y fiero;
yo entonces aquellos panes
le arrojo, y él, dando en ellos,
comenzó a tragar su muerte
en el cifrado veneno;
alzo la maza animoso,
y de los golpes primeros,
con dos horrendos bramidos,
doy con el monstruo en el suelo:
bañado en espuma y sangre
sobre la hierba le dejo,
y asiendo del hilo el cabo,
por él a la puerta vuelvo.

ARIADNA:

¡Gracias a los altos dioses!
Pero, gallardo Teseo,
mira que el peligro es grande,
si es grande el atrevimiento:
vamos al mar; que si acaso
siente mi padre soberbio
que de su casa faltamos,
no habrá disculpa o remedio
para salir con la vida.

TESEO:

La nave queda en el puerto
con amigos y criados.

FEDRA:

Pues ¿qué aguardáis? Caminemos.

TESEO:

Ven, mi señora, y tú, Fedra,
dale la mano a Fineo.

FINEO:

¡Lucero seré desde hoy,
que al sol de la mano llevo!

(Vanse, y salen MINOS, ORANTEO, LAURO y POLINECES.)
MINOS:

  Agravio notable ha sido.

ORANTEO:

No pensé, señor, que fuera
de ninguno conocido,
hasta que en Creta supiera
si el ausencia causa olvido;
  pero, pues que ya lo estoy,
ya sabéis cuán vuestro soy;
dadme a besar vuestras manos.

MINOS:

A los dioses soberanos
gracias infinitas doy
  de nuestra paz, Oranteo.

ORANTEO:

Sólo servirte deseo.

MINOS:

Hoy Ariadna ha de ser
tu mujer; que tal mujer
en ti justamente empleo;
  Feniso está consolado
de que le case con Fedra.

ORANTEO:

Y yo de tu mano honrado.

(Sale FENISO.)
FENISO:

Escriba la fama en piedra,
acero o bronce dorado,
  hecho de tanto valor.

MINOS:

¿Qué es eso, amigo Feniso?

FENISO:

Es que a Teseo, señor,
dar victoria el cielo quiso;
ya es Teseo, vencedor.

MINOS:

  Pues ¿cómo ha entrado?

FENISO:

No sé
de la manera que entró;
sé que a Dédalo rogué
que entrase, y que entró, y que vio
que en vano su industria fue,
  porque en medio de la plaza
halló al Minotauro muerto.

MINOS:

¡Por Marte, que ha dado traza
a este engaño!

FENISO:

Si es concierto,
su vida injusta amenaza;
  que él te dirá la verdad.

MINOS:

Llamad también a Teseo.

SOLDADOS:

No ha parado en la ciudad;
que piensa que este trofeo
no ha de ganar tu amistad.

MINOS:

  Bien hizo en huirse el griego
y no probar mi furor.

ORANTEO:

Que te consueles te ruego
si lo merece mi amor.

MINOS:

Llamad a mis hijas luego,
  porque hoy Fedra ha de tener
en Feniso noble esposo,
y de Oranteo ha de ser
Ariadna.

ORANTEO:

¡El poderoso
cielo aumente tu poder!

FENISO:

  ¡Dilate tu señorío
desde el Sur al Norte frío!

MINOS:

Con tales yernos, espero
hacer guerra al mundo.

ORANTEO:

Hoy quiero
decirte el intento mío:
  no tienes hijo varón,
rey Minos, y así es razón
que nombres quién ha de ser
el que te ha de suceder,
pues que dos tus hijas son.

MINOS:

  Que gobernéis juntos quiero
este reino.

ORANTEO:

Yo lo pido,
si tú eres servido, entero,
porque en siendo dividido,
de gusto y paz desespero.
  O sea suyo o sea mío,
porque amor y señorío
no permiten compañía.

FENISO:

Ni lo quisiera la mía;
que tengo bastante brio
  para gobernar a Creta.

ORANTEO:

Y yo para los gobiernos
del mundo, que se sujeta
a mi valor.

MINOS:

¡Paso, yernos!
Vivo estoy, ¿qué os inquieta?

(Sale POLINECES.)
POLINECES:

  No hay en palacio señal
de estar tus hijas en él.

MINOS:

¿Qué dices?

POLINECES:

Que hay grande mal
si lo que dicen por él
fuese a la verdad igual.

MINOS:

  Advierte bien, Polineces
que es mi muerte lo que dices.

POLINECES:

Digo, señor, que las bodas
que esperas, se vuelven todas
en tragedias infelices,
  porque cuentan que Teseo
se las lleva por la mar.

MINOS:

¿Qué te parece, Oranteo?

ORANTEO:

Que no se puede fiar
sino es del cielo el deseo.

MINOS:

  ¿Hay tan grande atrevimiento?
El vino a vengar a Atenas;
pero de mis hijas siento
que era imposible ser buenas
mirando su nacimiento.
  Pasife, madre de un toro,
¿qué pudo engrendrar que fuese
digno del Rëal decoro?
Seguirle tengo, aunque pese
al mar, ¡por Marte!, que adoro,
  que bien saben sus caminos,
aunque inciertos, quién es Minos.
¡Aguarda, ladrón Teseo!

(Vase.)
FENISO:

Perdí el reino, y no el deseo.

ORANTEO:

¡Ay, Lauro, haré desatinos!

LAURO:

  ¡Que Ariadna te ha olvidado,
y que se va con Teseo!

ORANTEO:

Si de Fedra enamorado,
cosa que más cierta creo
para aliviar mi cuidado,
  lleva a Ariadna con ella,
no culpemos a Ariadna;
pero si es mudanza en ella,
¡ay de mi esperanza vana!
¡ay de mi contraria estrella!
  No le dé amor los efetos;
mas pensaré que en su amor
caben mayores defectos,
porque temer lo peor
es condición de discretos;
  ven conmigo, que he de hacer
guerra a Atenas por venganza.

LAURO:

¿De mujer se ha de temer?

ORANTEO:

Sí, Lauro, que la mudanza
halló su centro en mujer.

(Vanse, y sale TESEO desembarcando, y FINEO.)
TESEO:

  Mal las ha tratado el mar.

FINEO:

El mar ¿a quién trata bien?
Pues no sé en el mundo a quien
no le haya dado un pesar.

TESEO:

  En estas islas tomé
puerto porque vean la tierra.

FINEO:

Pues que no tratan de guerra
buen advertimiento fue.

TESEO:

  Temeroso en Lesbos entro.

FINEO:

Tierra fue justo tomar;
parece juez el mar,
que hace echar lo que está dentro.

TESEO:

  Haz cuenta que tú lo eres,
y que confesar me haces.

FINEO:

¿Qué tenemos?

TESEO:

Pocas paces.

FINEO:

¿Por qué?

TESEO:

Porque hay dos mujeres.

FINEO:

  Dos hombres y una mujer
suélense ver; pero asombre
ver dos mujeres y un hombre,
porque no se suele ver.

TESEO:

  Casados enamorados,
¿no sirven a dos mujeres?

FINEO:

Sí, pero son sus placeres
de bolsa y de gusto aguados.

TESEO:

  Una habemos de dejar.

FINEO:

¿Dónde?

TESEO:

En estas islas.

FINEO:

¡Bueno!

TESEO:

Bueno, o malo, yo estoy lleno
de amor, y no hay replicar.

FINEO:

  ¿Qué importa tener amor
para hacer como quien eres?
Que desamparar mujeres
no es de hombres de tu valor;
  y Fedra no ha merecido
que la dejes.

TESEO:

Necio estás,
pues entendiendo no vas
que me ha quitado el sentido.

FINEO:

  ¿Fedra?

TESEO:

Fedra, pues

FINEO:

¿Qué dices?

TESEO:

Que adoro en Fedra, Fineo,
y que de un justo deseo
no es bien que te escandalices.
  En el camino del mar,
de Fedra me enamoré.

FINEO:

Si justo o si injusto fue,
yo no quiero disputar;
  pero dejar a Ariadna,
esa es bajeza, señor,
indigna de tu valor
y una ingratitud villana;
  que Ariadna te dió a ti
la vida en una ocasión
tan notable, y no es razón
que se lo pagues así.

TESEO:

  ¿Tú me hablas de esa suerte?

FINEO:

Puesto que soy tu criado,
soy un ateniense honrado.

TESEO:

Daréte, infame, la muerte.

FINEO:

  No me matarás a mí
por monstruo en lisonjas feo,
mas por honrado Fineo,
y que en tu casa nací;
  y si huyo tu furor,
en así sólo en respeto
del pan que comí, en efeto,
de tu padre, y mi señor;
  y huélgome de quedarme
en tan honrada ocasión.

TESEO:

Aguarda.

FINEO:

Tienes pasión,
y te ha de pesar matarme.

(Huye FINEO, y salen ARIADNA y FEDRA, y dos o tres criados MÚSICOS.)
ARIADNA:

  ¿Qué es esto, mi bien?

TESEO:

Aquí
a un isleño preguntaba
qué ciudades o qué villas
este distrito adornaban;
y de razón en razón,
me dijo arrogancias tantas,
que le quitara la vida
a no volver las espaldas.

ARIADNA:

Pues ¿cómo, siendo extranjero,
no sabéis vos que acompaña
la humildad al peregrino?

FEDRA:

Teseo no se acordaba
que nos dejaba en la mar.

TESEO:

Este verde prado esmaltan
tantas flores, que convidan
la vista y alegra el alma;
asentémonos aquí,
y al son del agua que baja
a dar tan presto tributo
al mar, de esas peñas altas,
cantarán alguna cosa
para que duerma Ariadna,
pues la trata el mar tan mal.

ARIADNA:

Peor los celos me tratan.

MÚSICOS:

¿Qué canción le cantaremos?

ARIADNA:

De celos podéis, cantarla.

FEDRA:

Celos no cantan, que lloran.

ARIADNA:

A unos lloran y a otros cantan.
 (Sentadas ellas y TESEO, cantan.)
Mala noche me han dado celos;
tal la tenga quien me los dió.
¡Qué mala noche me han dado
tus celos, Fílida mía!
¡Ay, Dios, si llegase el día
para ver si me ha engañado!
Toda la noche he pasado
con mil sueños y desvelos;
despertáronme los celos,
y el amor se lo mandó;
tal la tenga quien me los dió.

TESEO:

¿Duerme Ariadna?

FEDRA:

Ya duerme.

TESEO:

Pues Fedra, tan adorada
de mi alma y de mis ojos,
levántate.

FEDRA:

¿Qué palabras
son ésas?

TESEO:

Presto verás
que amor me debes: levanta.
¡Ea, griegos generosos,
a embarcar! ¡Alto: a la playa!

FEDRA:

¿Qué dices?

TESEO:

Que irás en brazos.

FEDRA:

¡Hermana, hermana, Ariadna!
Llévala en brazos, y Ariadna despierta.

ARIADNA:

Parece que oí mi nombre,
y huélgome, porque estaba
con mil congojas de un sueño
que me traspasaba el alma;
soñaba que un pardo azor
una paloma sacaba
del nido en que yo dormía,
y que del mar por las aguas,
a la margen de otro puerto
se la llevaba en las alas.
¡Ah, mi querido Teseo!
¡Ah, mi señor, mí esperanza,
mi esposo! ¿No respondéis?
¿Qué es esto? ¿Nadie me habla?
¿Nadie está conmigo aquí?
¡Ay, que no de balde estaba
temeroso el corazón!
El se ha llevado a mi hermana,
él me ha dejado dormida,
aunque despierta a mis ansias.

ARIADNA:

Desde esta peña veré
si la sospecha me engaña:
aquella es la nave. ¡Ay, cielo,
que ya por la mar se alarga,
todas las velas tendiendo
al viento de mi esperanza,
aunque no era menester,
si el de mis suspiros basta!
¡Oh cruel griego! ¡Oh traidor!
¡Qué bien, ingrato, me pagas
esa vida que me debes!
¡Oh Fedra, también ingrata!
Aunque no puedo creer
que eres cómplice en la causa
de mi muerte. Si Teseo
te lleva por fuerza, hermana,
voy a echarle maldiciones,
y detiéneme que vayas
con él porque no te alcancen
las que a traidores alcanzan.
Mas ¡plega a Dios que aquel día
que desembarque en su patria,
le mate el mayor amigo
dentro de su misma casa!
No sé qué tengo de hacer;
cuanto miro me desmaya,
cuanto dejo me destruye,
cuanto siento me acobarda.
 (Sale FINEO.)
Gente viene.

FINEO:

Voces dan.
¿Si habrán salido a la playa
Fedra y Ariadna? ¡Ay, cielo!
¡Bella señora Ariadna!

ARIADNA:

¿Quién me nombra en tal desdicha?

FINEO:

¿Tú, señora, desdichada?

ARIADNA:

Desdichada, pues me deja
Teseo, y lleva a mi hermana.

FINEO:

Eso me dijo furioso
y porque yo procuraba
que no hiciera tal bajeza,
sacó contra mí la espada;
volvíle el rostro, y es justo,
aunque volver las espaldas
a un traidor es darle el rostro,
que en ellas tiene la cara.
Ejecutó su deseo:
no llores, señora amada;
que, en fin, es madre la tierra,
y la mar siempre madrastra.
Esta es la isla de Lesbos.

ARIADNA:

¿De Lesbos?

FINEO:

¿De qué te espantas?

ARIADNA:

De que es de un hombre a quien fui
tan injustamente ingrata,
como lo ha sido Teseo
con mi amor y mi esperanza.

FINEO:

Tú estás en traje, señora,
con que podrás, disfrazada
y a mi lado, hallar remedio,
con segura confianza
que te ha de ayudar el cielo.

ARIADNA:

Allí se ven unas casas
sobre mal labrados pinos,
cubiertas de seca paja.

FINEO:

Sin duda son pescadores
que aquí, con sus pobres barcas,
se ríen de la fortuna.
¡Dichoso el que en redes pardas
pesca dos pequeños peces,
y no los que el mundo mandan
llenos de cuidados tristes!

ARIADNA:

En estas pobres cabañas
pensaremos el remedio,
pues a los que no le hallan
ayuda la muerte presto,
para quien el dolor basta.
Sin memoriales decreta,
sin ruegos, de penas saca,
sin medicamentos cura,
y sin interés regala.

FINEO:

Muy griego ha sido Teseo.

ARIADNA:

Tienen en el mundo fama
de traidores.

FINEO:

Por ventura,
fuera mayor tu desgracia...
¡Da gracias al alto cielo!

ARIADNA:

Doylas en desdichas tantas,
pues deja con honra un cuerpo
de donde se eleva el alma.