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El labrador venturoso/Acto III

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El labrador venturoso
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen FILANDRO, RISELO, LISEO y FILENO, con vestidos de segadores, sombreros y hoces, y instrumentos.
FILANDRO:

  Cansado estoy de segar,
tales bríos el Sol tiene.

LISEO:

Mientras la merienda viene
un poco podéis cantar.

FILENO:

  Eso sí, que yo también
ayudaré por mi parte.

FILANDRO:

¿Será de amor o de Marte?

FILENO:

¿Qué es Marte? Y hablemos bien.

FILANDRO:

  Marte es el Dios de la guerra
y como el Moro Andaluz
su Luna opone a la Cruz,
gloria del cielo y la tierra,
  andan, Fileno, canciones,
que animan al Rey cristiano.

FILENO:

Si baja el Moro Africano,
no faltarán coscorrones.

LISEO:

  Notable gente ha traído.
 

RISELO:

Diz que ya la tierra pasa.

FILENO:

¿Y el Rey?

FILANDRO:

No se está en su casa,
que su ejército escogido
  pasa la Morina tierra,
para detenerle el paso.

FILENO:

¿Supisteis ya todo el caso
que fue causa de la guerra?

RISELO:

  En las copras a la he
se dice todo.

FILENO:

Pues vaya,
en tanto que el Sol desmaya;
¿quién lo compuso?

FILANDRO:

Tomé.

[TODOS]:

(Cantan.)
  Escondida está la Infanta,
doña Elvira de Castilla,
por no casar con Zulema,
el Rey del Andalucía.
Ninguno sabía della,
aunque dicen en Sevilla,
que don Manrique de Lara
en Zamora la tenía.
 

(Sale ALFONSO.)
ALFONSO:

  El cielo maldiga amén
mi necia curiosidad.

RISELO:

Este es Alfonso, parad.

ALFONSO:

Ya que trazó su desdén,
  Inés, en tan grande amor,
me la quita de los ojos
mi padre por darme enojos;
¿hay más estraño rigor?

FILENO:

  ¿Qué hay Alfonso?

ALFONSO:

Busco a Inés,
que mientras fui a ver la gente
del ejército valiente,
que tan cerca como ves,
  pasa de nuestra montaña,
mi padre crüel la echó
de casa.

FILENO:

No supe yo
esa vil y infame hazaña,
  que yo supiera esconderla.
 

ALFONSO:

Vive Dios que le he de dar
tal pesadumbre y pesar,
como él me ha dado por ella.
  Muerto me dejó el cruel,
aquestos prados sin flores,
sin sujeto los pastores,
de quien fue verde laurel.
  Los campos sin primavera,
y las aves sin Aurora,
esta aldea sin señora,
sin abril esta ribera,
  sin alma esta vida ausente,
y a cuantos ojos sin luz,
mas pues el Moro Andaluz
pasa la sierra con gente,
  y va Alfonso con la suya
para detenerle airado,
irme quiero a ser soldado.

FILENO:

Resolución es la tuya
  tan honrada, que me ofrezco
de acompañarte a la guerra,
si bien por hombre de sierra
menos el nombre merezco.
  Pero podrete servir
de llevarte como paje,
armas, caballo y bagaje.
 

ALFONSO:

No me pudieras decir
  cosa de mayor contento,
dame, Fileno, esos brazos,
que estimo más tus abrazos
que el oro dese avariento.
  Mil galas quiero ponerte,
mis plumas.

FILENO:

¿Plumas también?

FILANDRO:

Pues a fe que hay aquí quien
fuera también desa suerte.

ALFONSO:

  Filandro, Riselo, amigos,
venid conmigo a la guerra,
pues ya cercan nuestra sierra
los bárbaros enemigos.
  Siempre en ella los cristianos
han tenido mil vitorias,
tened parte destas glorias,
con las armas en las manos.
  Juntemos un escuadrón,
seré vuestro Capitán.

RISELO:

Si tú vas, todos irán,
pardiez no quede garzón
  en toda la serranía.
 

FILENO:

Vamos zagales por moros,
que diz que traen tesoros
de toda la Andalucía.
  A la he que hemos de ver
esta vez quien puede más.

FILANDRO:

Todos irán si tú vas.

ALFONSO:

A todos quiero poner
  con ricas plumas y espadas.
¿A mí quitarme mi bien,
la vida y alma también
en su luz depositadas?
  ¿A mí, porque a Lauro herí,
si la vida le dejé,
pues bien, qué milagro fue?
¿No pudiera herirme a mí?
  Vamos amigos callando
sin que lo entienda señor.

FILANDRO:

Tú nos verás tu valor
hidalgamente imitando.

ALFONSO:

  Luego que os veáis galanes
tendréis los bríos mayores,
que de fuertes labradores
se hacen fuertes capitanes.
  Volverá todo hombre rico.
 

LISEO:

La guerra lo puede hacer.

FILENO:

Pardiez que me he de comer
un morico chiquitico.

(Vanse.)
(Salen FELICIANO, DORISTO y DOÑA ELVIRA.)
FELICIANO:

  Movido de tu llanto,
que por tu honrada cara decendiendo,
puede obligarme a tanto,
que de sus perlas tu inocencia entiendo.
No quiero que te pierdas,
pues la palabra que te di me acuerdas.
  Aquel loco perdido
a Lauro hirió por ti, y aunque fue poco,
y está convalecido,
no quiero que otra vez de celos loco
vuelva a herirle y le mate,
sino que de su hacienda y labor trate.
  En casa de Doristo
estarás escondida con secreto,
que ya tu pecho he visto,
noble, inocente, principal, discreto,
mientras que le sosiego,
y el casamiento de Leonor le ruego.

ELVIRA:

  No hay monte en esta aldea,
de cuantos la coronan, señor mío,
que para mí no sea,
aunque me pongas en su centro frío,
Palacio descansado,
de jaspes y de mármoles labrado.
  Con tal que no me arrojes
de tu presencia y casa, ni conmigo
por Alfonso te enojes.
 

FELICIANO:

De tu inocencia soy, Inés, testigo;
no llores, pues has visto
la voluntad y celo de Doristo.

(Sale LEONOR.)
LEONOR:

  ¿Con ese descuido estás?

FELICIANO:

¿Sabías que estaba aquí?

LEONOR:

¿No me lo dijiste?

FELICIANO:

Sí,
¿dónde tan turbada vas?

LEONOR:

  ¿Cómo dónde voy turbada,
si Alfonso, por darte enojos,
lleva la luz de mis ojos,
entre sus ojos robada?

FELICIANO:

  ¿Qué dices?

LEONOR:

Que por la sierra
en un caballo se parte.

FELICIANO:

¿Dónde, Leonor, a qué parte?
 

LEONOR:

Todos dicen que a la guerra,
  y debe de ser verdad,
pues se llena un escuadrón
de labradores, que son
lo mejor de tu heredad.
  Entró en casa, y derribando
la puerta de tu aposento,
sacó de su antiguo asiento
el oro que estás guardando,
  y cargando dél muy bien
a Fileno, aquel bellaco,
abrazado con un saco,
se parte con él también.

FELICIANO:

  No tengas pena, Leonor,
aún tengo el pasado brío:
¡oh traidor, no es hijo mío!

DORISTO:

El oro siente.

FELICIANO:

Oh traidor,
  con Lauro te he de casar,
tuya y de Lauro ha de ser
mi hacienda.

LEONOR:

En mí quiso hacer
venganza de su pesar.

FELICIANO:

  Ven conmigo, haz que me den
una yegua.
 

LEONOR:

Estás muy viejo,
que no vayas te aconsejo.

FELICIANO:

¿Viejo? Camina.

LEONOR:

¡Ay mi bien!

(Vanse, tocan caja, salen soldados y un Capitán, el REY ALFONSO y DON MANRIQUE.)
REY:

  ¿Tan cerca estamos ya?

MANRIQUE:

Tan cerca estamos,
que se oyen las trompetas de los moros,
retumbando los ecos en los ramos.
  Conviene a los católicos decoros
de un rey cual tú, después de haber llamado
en tu defensa los celestes coros,
  mostrar valor al Africano airado,
como se le mostraron tus mayores,
pues es de tus mayores heredado.

REY:

  ¡Qué lleguen por mi tierra vencedores
los bárbaros del África, Manrique,
esmaltando los aires de colores!
  ¡Qué su cobarde gente multiplique
el Moro de Granada y de Almería,
por más que lo contrario les suplique!
  Pues será hoy de mi venganza el día;
no ha de quedar con vida solo un moro,
que me anima valor, la Fe me guía.
  La santa Fe de aquel Señor que adoro
se ha de ensalzar, como me enseña Elvira,
Elvira oculta, cuya vida ignoro.
 

MANRIQUE:

  Los pueblos, gran señor, que vienen mira
a socorrer tu ejército de gente,
cuya lealtad con justa causa admira,
pues todos vienen voluntariamente.

(Sale ALFONSO muy bizarro, y los labradores todos con espadas y plumas, y FILENO de soldado, a lo gracioso.)
FILENO:

  Aquí está su Majestad.

ALFONSO:

Dejadme llegar primero.

FILENO:

Oh lo que ha de hacer el Rey
en viéndome los briviescos.

ALFONSO:

Calla, Fileno, que aquí
es todo mudo respeto,
porque la primera ley
del Palacio es el silencio.

FILENO:

Voto a tal, que quiero echar
varaones a este coleto,
pero parecen alones,
y hacen menos alto el cuerpo.

ALFONSO:

Vuestra Majestad me dé
sus pies.

REY:

¿Quién eres mancebo?
 

ALFONSO:

Quien con aquestos soldados
viene a servirte dispuesto.
Hijo soy de un labrador,
cuyos hidalgos abuelos
el Rey de León sentaba
a su lado en algún tiempo.
Bien sabes quien fue, señor,
el generoso don Tello
de Quiñones y de Asturias,
Godo en sangre, en armas Héctor.
Retrújose por la muerte
de un asturiano soberbio,
que llamaban don Bermudo,
a los montes de Toledo.
Supo, señor, tu venida,
y aunque solo soy quien tengo
el báculo de sus años,
y de su luz el espejo,
quiere que venga a servirte,
con estos fuertes mancebos,
lo mejor de su labranza,
y que te traiga sin esto
tres mil ducados en oro,
ojalá que fueran ciento,
para gastos de la guerra.
 

REY:

Manrique, ¿qué dices desto?

MANRIQUE:

Señor, que se ve muy claro,
que te favorece el cielo,
por ser la causa tan justa.
Ya tienes, señor, dineros
para sustentar seis meses
tu ejército.

REY:

Ya no temo,
ni los soles del verano
ni los yelos del invierno.
Danse, mancebo animoso,
los brazos, como mi deudo,
y dime tu nombre.

ALFONSO:

Alfonso
me llamo.

REY:

Tengo por cierto
que serás de los mejores
que ha tenido nuestro Reino.
Llegaos vosotros también,
que a todos os agradezco
el gusto con que venís.
¿Quién eres tú?

LISEO:

Soy Liseo.
 

FILANDRO:

Yo Filandro, gran señor.

FILENO:

Yo, con perdón, soy Fileno.

REY:

¿Qué tenéis que yo os perdone?
¿Es muerte lo que habéis hecho?

FILENO:

Sí señor, allá en mi tierra
he muerto muchos carneros.

REY:

¡Qué inocencia!

FILENO:

No en pendencia,
señor, sino los pescuezos
con el cuchillo.

ALFONSO:

Es un hombre
simple y de poco talento.

FILENO:

Los talegos truje yo,
y sino es por mí, no creo
que se rompieran las arcas
donde los tenía el viejo.
Que a fe que ha gentiles años
que no vieron luz.

ALFONSO:

Callemos,
bestia.
 

REY:

Capitán le nombro
a Alfonso.

ALFONSO:

Los pies te beso.

FILENO:

A mí me toca pardiez
ser Alteza.

ALFONSO:

Esto es bueno.

FILENO:

He tenido alferecía
siendo niño.

FILANDRO:

De becerro,
Fileno, serás Alférez.

FILENO:

Alférez vacuno, niego.

REY:

Vamos, Manrique, a saber
qué intenta el Moro soberbio.

MANRIQUE:

Que pretende acometer,
dijeron los caballeros
que ayer corrieron el campo.

REY:

Esté apercebido el nuestro,
y lo que quisiere intente,
que ver sus fuerzas deseo.

(Vanse.)

 

FILENO:

Qué hombre de bien es el Rey.

ALFONSO:

¿Parécete bien?

FILENO:

No pienso
que hay mejor hombre en Castilla,
aficionado le quedo.
¿Hemos de comer con él?

ALFONSO:

Nunca te he visto tan necio.

FILENO:

Pues, ¿dónde, que rabio de hambre,
como soy soldado nuevo?

ALFONSO:

Lo que tuvieren los moros
después que se lo quitemos,
eso habemos de comer,
porque no hay otro sustento.

FILENO:

La gana se me ha quitado.

ALFONSO:

Amigos, venido habemos
a ganar honor y fama,
en viendo moros, a ellos.

FILENO:

¿Y ellos qué han de hacer entonces?

ALFONSO:

Tirar cuchilladas diestros
con los alfanjes que traen.
 

FILENO:

¿A quién?

ALFONSO:

A nosotros.

FILENO:

Bueno.

ALFONSO:

Pues, ¿no se han de defender?

FILENO:

¿Y qué les habemos hecho,
para tirar cuchilladas?

ALFONSO:

Eso es guerra, majadero,
hasta ver quien vence a quien.

FILENO:

No tendré yo por discreto
hombre que fuere a la guerra.

ALFONSO:

La guerra fue fundamento
de la nobleza del mundo,
ella introdujo el Imperio,
por ella fueron los Reyes,
y ella tiene en paz los Reinos.
Tuvo en el cielo principio.

FILENO:

En ese principio veo,
que tal debía de ser,
pues que la echaron del cielo.
 

(Cajas dentro, y dice MANRIQUE.)
MANRIQUE:

Aquí soldados, aquí
que el Africano soberbio
acomete la vanguardia,
vibrad los valientes fresnos.
Aquí fidalgos, aquí,
los del Reino de Toledo.
Aquí Vegas y Mendozas,
aquí Vargas y Bueros.

ALFONSO:

Ea mis fuertes soldados,
cuando llaman vamos presto.
Acometamos.

FILENO:

A mí,
no me llama por lo menos,
porque llama a los Mendozas,
y yo me llamo Fileno.

ALFONSO:

Fileno, a todos nos llama,
daca la espada.

FILENO:

No puedo,
que le hizo el sastre el sayo
al uso de agora estrecho.

ALFONSO:

Maestra bestia.
 

FILENO:

No estoy ducho,
¿qué he de hacer?

ALFONSO:

Ir sacudiendo
en los moros.

FILENO:

¿En los moros?
Eso es si quisieren ellos.

(Vanse, quede FILENO, y dice dentro ZULEMA.)
ZULEMA:

Valientes moros aquí,
mostrad africano esfuerzo,
Sultanos, Muzas, Zegríes,
Zaros, Hametes y Celios.

FILENO:

Él conjura algunos diablos,
los nombres lo van diciendo:
garipundios, niflos, gazmios,
californios; yo soy muerto.
No sé quién me trajo acá,
si no me escondo perezco,
que el efeto del temor
se me baja a los briviescos.

REY:

Ea, valientes cristianos,
a ellos Santiago a ellos.

ZULEMA:

Ea moros andaluces,
Mahoma, Mahoma.
 

FILENO:

Oh perros,
quiero ir y tener brío,
voto al Sol que no me atrevo.
Aquí vienen peleando,
¿quién pudiera para verlos
alquilar una ventana?
Mas venza el honor al miedo,
que mal podré ser valiente,
si nunca comienzo a serlo.

(Suena ruido de guerra y vayan saliendo algunos soldados moros y cristianos peleando, y después ALFONSO con ZULEMA.)
ALFONSO:

Ya te digo que te rindas.

ZULEMA:

Cristiano mira primero
la calidad del rendido.

ALFONSO:

Moro, yo no estoy a tiempo
de mirar en calidades,
que en la guerra hay mil ejemplos,
puesto que seas el Rey,
de infinitos Reyes presos
por soldados sin valor,
y yo tan grande le tengo,
que puedo igualarme a ti.

ZULEMA:

¿Quién eres?
 

ALFONSO:

Un caballero
que tengo sangre Real.

ZULEMA:

Pues yo me rindo y te ruego
que no me quites la espada.

ALFONSO:

Di la causa, porque debo
fiarme de tu palabra,
y guardarte ese respeto.

ZULEMA:

Porque soy el Rey.

ALFONSO:

Señor,
dadme, si la espada os dejo,
una prenda para gaje,
de que sois mi prisionero,
como en Castilla se usa.

ZULEMA:

Solo en mi persona tengo
este retrato, que es causa
destas guerras, estad cierto,
soldado, que para mí
es la prenda que más quiero,
aunque si digo verdad,
en mi vida vi su dueño.
Este ha poco que en Sevilla
unos cristianos me dieron,
que dicen que es de la Infanta.
¿Qué te admiras?
 

ALFONSO:

Santo cielo,
que cosa tan parecida
aquella Inés, por quien muero.
Dejadme imaginación,
que me ha dado un pensamiento
más loco que el amor mío,
más imposible y más necio.

(Suena la guerra, y salgan tres moros, acuchillándoles FILENO.)
FILENO:

  Todo ha sido comenzar,
hüir galgos, pues hay cerros.

ALFONSO:

¿Qué es esto Fileno?

FILENO:

Oh perros.

ALFONSO:

Tente.

FILENO:

Déjame matar
  diez o doce, que ya estoy
emberrinchado con ellos.

ALFONSO:

Escucha.

FILENO:

Muero por vellos
patalear.

ZULEMA:

Muerto soy,
  todo me sucede mal.
 

ALFONSO:

Ay, Fileno, qué ventura
tuviera yo tan segura,
a ser la fortuna igual.

FILENO:

  ¿Qué hace este perro aquí?

ALFONSO:

Déjale, que es prisionero
mío.

FILENO:

Sacodirle quiero.

ALFONSO:

Tente y escucha.

FILENO:

Di,
  que estoy de verme valiente,
y de haber vencido el miedo
tan contento, que no puedo
tenerle la espada.

ALFONSO:

Pues tente,
  oye la desdicha mía,
este es el Rey.

FILENO:

¿Este?

ALFONSO:

Sí.

FILENO:

Pagarme tenéis aquí
los gansos del otro día.
  Voto al Sol que he de quitalle
el almalafa.
 

ALFONSO:

Está atento.

FILENO:

¿Cómo tienes sentimiento
prendiendo un rey?

ALFONSO:

Por dejalle
  las armas me dio esta prenda,
que es un retrato de Inés,
y si Inés la Infanta es,
¿cómo quieres tú que emprenda,
  que sea tan gran señora
de un hidalgo labrador?

FILENO:

Cuido que te engaña amor
con este retrato agora.
  Que mujer que se casaba
conmigo, no puede ser
la Infanta, si bien tener
voluntad la disculpaba
  a un hombre de mi caletre.

ALFONSO:

¿Quién habrá fortuna mía,
que en el término de un día
tus confusiones penetre?
  Ay cielos, no permitáis
que sea la Infanta Inés,
porque si la Infanta es,
mi bella Inés me quitáis.
  Labradora quiero yo,
la que quise labradora,
que perderla por señora,
no hay mayor desdicha, no.
  O nunca yo te venciera,
Rey de Sevilla.
 

FILENO:

¿Esa gloria
te quitas?

ZULEMA:

Ya la vitoria
cantan, qué infamia me espera.

(Tocan cajas y sale el REY, MANRIQUE y soldados.)
REY:

  En la felicidad deste suceso,
Manrique, huirse el Rey, desdicha ha sido.

MANRIQUE:

Antes dicen que es muerto, y te confieso
que tu mismo valor le habrá vencido.

REY:

Si le llevara yo conmigo preso,
la paz, las parias y el mejor partido,
quedaban a mi gusto, que en su tierra,
quien le heredare seguirá la guerra.

MANRIQUE:

  Aquí está Alfonso, a quien le debes parte
desta vitoria, que animoso ha hecho
altas hazañas de un cristiano Marte.

REY:

Estoy aficionado y satisfecho.

ALFONSO:

Más deseo servirte y obligarte,
por circunstancias de mi noble pecho.
 [...]
[...]
 

REY:

  ¿Quién le prendió?

FILENO:

Yo.

ALFONSO:

Calla necio,
yo le rendí, señor, para que veas
si parte desta sangre tengo en precio.

ZULEMA:

Para que el fin de mi fortuna veas
de su constancia término y desprecio,
[...-eas]
aquí me tienes a tus pies.

REY:

Zulema,
el más seguro sus mudanzas tema.
  Como esta guerra sin razón hacías,
y con más arrogancia que derecho,
no tuviste el suceso que emprendías.

ZULEMA:

Ya lo he pagado y quedas satisfecho.

REY:

Alfonso, más laureles merecías
que dio Roma a sus cónsules.

ALFONSO:

Mi pecho
con su humildad estos favores mide.

REY:

Pide mercedes, pide Alfonso, pide.
 

ALFONSO:

  Señor, solo quisiera suplicarte,
que pues mi casa está de aquí tan cerca,
y no puedes hallar mejor posada
por la aspereza de la inculta tierra,
te sirvas de ser huésped de mi padre,
y honrar sus canas con tu Real presencia,
que morirá con esto el viejo honrado,
y yo de mi servicio tan pagado,
que alabaré tu nombre eternamente.

REY:

Para huéspedes somos mucha gente,
que por tu causa, como ves, llevamos
otro rey más.

MANRIQUE:

Señor, yo he visto en ella
al Rey aposentado, y sé que es casa
que puede aposentar a muchos reyes.

REY:

Si dispensan de huéspedes las leyes,
que uno pueda llevar otro consigo,
yo llevo al Rey.

ZULEMA:

Y yo, señor, te digo,
que agora que conozco quien me ha preso,
tengo consuelo de mi mal suceso.

ALFONSO:

No me has pagado como yo pensaba,
Rey, en la prenda que me diste, ¡ah cielos!
Más es perder el bien que tener celos.
 

REY:

Siga la gente en orden el camino,
que no pretendo alcance ni más gloria
que esta prisión, laurel de mi vitoria.

FILENO:

Ah señor Rey.

ZULEMA:

¿Quién eres?

FILENO:

¿No se acuerda
de un labrador que entraba en la sortija?

ZULEMA:

De mis desdichas, cuando tantas llevo,
debo acordarme y lastimarme debo.

FILENO:

Deme mis gansos y almalafa digo.

ALFONSO:

¡Ay!, roguemos a amor, Fileno amigo,
que Inés sea Inés, que si es Inés Elvira,
mi mal será verdad, mi bien mentira.

(Salen LEONOR, DOÑA ELVIRA y LAURO.)
LAURO:

  Esto se dice por cierto.

LEONOR:

Que Alfonso es muerto, ¡ay de mí!

LAURO:

Vivo es, Leonor, para ti,
solo para Inés es muerto.
 

ELVIRA:

Si algún secreto encubierto
pensáis que tengo, es engaño,
solo me pesa su daño,
por ser hijo de quien es.

LEONOR:

No procura Lauro, Inés,
más bien que tu desengaño
  él te quiere, y te asegura
de que Alfonso es muerto ya,
y que esta tierra le da
verde y alta sepultura.
Ser tuyo promete y jura,
págale este amor, Inés,
deja tan loco interés,
que quien lo que fue posible
desprecia por lo imposible,
llora su daño después.
 

LAURO:

  Inés, si te ha persuadido
con tanta razón, Leonor,
no muera mi justo amor
a las manos de tu olvido;
tuyo soy, seré y he sido,
que fui desde que te vi,
soy, porque eres alma en mí,
y seré porque seré
tuyo, con la misma fe
que soy, que seré, que fui.
  Entre amor por tus oídos,
porque más culpados son
los que tienen discreción,
de no ser agradecidos.
¿Ves estos campos floridos?
Pues pagan a su señor
la deuda de su labor.
¡Ay Dios!, ¿cómo puede ser
cultivar una mujer,
y que no dé fruto amor?
  Inés, si cantan las aves,
de amor se quejan por ti,
hasta en las pizarras vi
cantar las aguas suaves;
responden con ecos graves
a mis acentos las penas,
diciendo que me desdeñas,
que viendo mis desventuras,
hasta las cosas más duras
quieren hablarte por señas.
  Pues yo, Inés, tengo de ser,
aunque aborrecido muera,
tan firme, como si fuera
a quien quisieras querer.
Mas tú serás mi mujer,
si tu discreción advierte,
una constancia tan fuerte,
o yo seré mi homicida,
que si te cansa mi vida,
te serviré con mi muerte.

(Vase.)

 

ELVIRA:

  Ojos, valiente firmeza
habéis tenido en sufrir
las lágrimas que al salir
provocaba mi tristeza.
La honra y la fortaleza,
aunque en efeto mujer,
os pudieron detener,
como cuando tiene el cielo,
para llover pardo el velo,
y no acaba de llover.
  Salid ya, que bien podéis,
murió Alfonso, nadie os mira,
mas no lloréis como Elvira,
para que no os afrentéis.
Y pues es bien que lloréis
como Inés, llorad mis ojos,
sobre los muertos despojos
de Alfonso, que no es amor,
más señor que labrador,
en dar placeres y enojos.
 

(Sale ALFONSO de soldado y FILENO.)
ALFONSO:

  Entra sin hacer rüido.

FILENO:

¿Cómo serán, si ya llegan
los moros y los cristianos,
que hoy en tu casa aposentas?

ALFONSO:

Lindo agüero.

FILENO:

¿Cómo así?

ALFONSO:

En casa está Inés.

FILENO:

¿Qué es della?

ALFONSO:

La primer cosa que veo.

FILENO:

¡Oh mi mujer!

ALFONSO:

Tente bestia.

ELVIRA:

¿Cielos qué veo?, ¿es Alfonso?

ALFONSO:

¿No me ves, mi sol, mi estrella?

FILENO:

¿No me ves, que soy Fileno?
Mi solana y mi azotea.

ALFONSO:

Desvíate allá.
 

ELVIRA:

Ay mi bien,
qué lágrimas que me cuestas.

ALFONSO:

¿Por mi ausencia dulces ojos?

ELVIRA:

Ay Dios, por tu eterna ausencia;
Lauro me dijo.

ALFONSO:

¿Qué dijo?

ELVIRA:

Que eras muerto, que esta sierra
era tu verde sepulcro.

FILENO:

Miente, y saco la espetera,
que los muertos son los moros,
tanto, que parecen penas
sus cuerpos en esos montes.

ALFONSO:

¿Hay tal maldad, que no cesa
Lauro, de intentar mi daño?

FILENO:

Quedo, que los Reyes llegan.

ELVIRA:

Yo me voy de aquí, señor.

ALFONSO:

Antes quisiera que vieras
al rey Alfonso.
 

ELVIRA:

No puedo.

ALFONSO:

Espero un momento, espera.

ELVIRA:

¿Qué quieres?

ALFONSO:

Mirar un naipe,
que si la figura es cierta,
será azar, con que he perdido
la dicha, el juego y la prenda.
Ay cielos, perdido soy.

ELVIRA:

Yo más, pues el Rey intenta,
Yo más, pues el Rey intenta,
o con Manrique las guerras,
a uno dellos me ha de dar,
a uno dellos me ha de dar,
mi dicha que me conozcan,
y se acabe mi tragedia.

ALFONSO:

Fileno, Lauro me ha hecho
algún mal, pues Inés bella
se esconde en esta ocasión.
Aquí un momento te queda,
que tengo de hablar con Lauro.
 

(Vase, y salen el REY, ZULEMA, DON MANRIQUE, FELICIANO y todos.)
FILENO:

Pienso que en hablarle yerras.

FELICIANO:

Señor, esta es pobre casa.

REY:

Sois mi deudo, y puedo en ella
justamente aposentarme,
decidme, ¿qué dama es esta?

FELICIANO:

Es mi sobrina, señor,
que para casar con ella
mi Alfonso envié a León.

REY:

Si agora queréis que sea,
holgaré de ser padrino.

FELICIANO:

¿Qué dicha mayor pudiera
sucederme?

ZULEMA:

Yo me ofrezco
al dote, que es justa deuda,
pues soy cautivo de Alfonso.

LAURO:

¿A mí, perro?

(Salen riñendo con espadas LAURO y ALFONSO, y metiendo paz DORISTO y pastores.)
ALFONSO:

Muere.
 

DORISTO:

Afuera.

MANRIQUE:

¡Ay tan grande atrevimiento!

REY:

¿Pues, Alfonso, en mi presencia?

ZULEMA:

Cuánto has hecho bien, Alfonso,
en mi prisión y en la guerra,
has destrüido en sacar
la espada.

REY:

Sino tuviera
respeto a lo que te debo.

ALFONSO:

Dios sabe lo que me pesa,
señor, de haberte ofendido,
pero la ocasión es esta.
Amo una cierta mujer,
que mejor dijera incierta,
y mi primo Lauro ha hecho
una traición en mi ausencia,
que es decir que yo soy muerto,
para casarse con ella.

LAURO:

Señor, si se dijo así,
¿era mucho que quisiera,
queriéndola yo también,
solicitar su belleza?
 

REY:

No era mucho, ¿dónde está?
Que quiero que esta contienda
tenga fin, con que ella diga
a cual se inclina.

ALFONSO:

Hoy quisiera
ser muerto en esta batalla,
parte, Fileno, por ella.

FILENO:

Voy, señor Rey, pero es mía,
démela su reverencia,
y pido justicia y costas.

FELICIANO:

¿Quién sino tú me pudiera
quitar el sosiego, Alfonso?

REY:

Pariente, no os cause pena,
que yo pondré paz en todo.

(Sale FILENO y DOÑA ELVIRA.)
FILENO:

Ya estaba junto a la puerta
acechando a quien la dabas.

FELICIANO:

Entra, ¿qué te turbas? Entra,
y besa los pies al Rey.

REY:

Alza el rostro de la tierra.

ELVIRA:

No puedo alzarle, señor,
con el llanto y la vergüenza.
 

REY:

Cielos, la voz de mi Elvira
es esta, sin duda es ella.

ELVIRA:

Yo soy, señor.

FILENO:

¿Quién?

DORISTO:

La Infanta.

FILENO:

Qué graciosa borrachera,
es mi mujer.

REY:

Quiero hablarte,
y lágrimas no me dejan.

ZULEMA:

Pues si es Elvira, señor,
dámela y cese la guerra,
darele a Córdoba en dote.

MANRIQUE:

Ya no es posible que sea,
que don Manrique de Lara
merece tan alta prenda
por su sangre y sus servicios.

REY:

A tu elección sola queda
el arbitrio de casarte.
 

ELVIRA:

Por no casar con Zulema
he pasado estas fortunas.
Manrique bien mereciera
que le honraras, pero yo
soy de Alfonso.

MANRIQUE:

¿Cómo?

ZULEMA:

Espera.

ELVIRA:

Digo que de Alfonso he sido
mujer.

REY:

Llegado a que seas
por tu gusto su mujer,
nadie la ocasión pretenda.
Alfonso es mi deudo.

ALFONSO:

Dame
los pies.

REY:

Y Castilla sepa
que más te quiero casada
con hombre de tales prendas,
que no Reina de Sevilla,
mientras que de moros sea.
Sea Lauro de Leonor.
 

FILENO:

Manda, señor, pues me dejan
sin Inés, que por lo menos
me paguen lo que me deban,
y que Zulema me dé
una almalafa de tela,
y endemás cincuenta gansos.

ALFONSO:

Aquí acaba la Comedia
del labrador venturoso,
humilde su autor os ruega,
le perdonéis, pues sabéis
lo que serviros desea.

FIN DE LA FAMOSA COMEDIA DEL LABRADOR VENTUROSO