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El león y su hijo

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Nuevas fábulas
El león y su hijo

de Felipe Jacinto Sala



-«¡Pobre hijo mío! tu natalicio
»va presidido de aciaga estrella;
»con darte vida, perdió la suya
»tu augusta madre, la infeliz reina.
»Y ¿quién ahora, cabe tu cuna,
»velará amante por tu existencia
»dando a tu cuerpo jugosa leche,
»y altas virtudes a tu alma tierna?»-
Eso decía, meditabundo,
el poderoso rey de las selvas,
príncipe egregio, que en todo imprime
los resplandores de su grandeza;
pero, venciendo tenaz congoja,
yergue su frente, y al punto ordena
que se convoquen a su manida
las más robustas lechosas hembras;
y la que elija, como nodriza
para su hijuelo, tendrá riquezas
en abundancia, dijes preciados,
cubil muy blando, comida espléndida.
Pronto al reclamo del pregonero,
que rebuznaba con entereza,
del alto monte, del hueco valle,
de los breñales y la pradera,
iban surgiendo las candidatas.
Cuando estuvieron en asamblea,
con voz potente, desde su trono,
el León hablolas de esta manera:
-«Ese cachorro, recién nacido,
»vástago ilustre de mi ralea,
»es el que un día, monarca fuerte,
»ha de regiros en paz y en guerra.
»Para que sea digno del solio,
»hay que inspirarle grandes ideas;
»nutrir su mente de hechos heroicos;
»darle virtudes que le enaltezcan.
»Venid, pues, todas; no haya recelo;
»cada cual hable con su llaneza,
»y exponga franca qué moral sabia,
»qué delicadas máximas bellas
»hará que suenen en los oídos
»de esa criatura, toda inocencia.»-
Vino la zorra: -«Yo enseñarele
»actos de dolo, mañas arteras.»-
-«Yo la venganza» -dijo la loba.
-«Idos entrambas, que sois perversas.»-
-«Le haré ligero» -dijo la corza.
-«Yo fiel y dócil» -clamó la perra.
-«Quiérole manso» -dijo la burra.
-«Yo altivo y noble» -dijo la yegua.
-«Bien, pobrecitas, ¿y la elefanta
qué bien la inculca?»-
-«La fortaleza
»con la dulzura.»-
-«¡Prendas preciosas!
»¿Y qué le infundes, tú, blanda oveja?»-
En voz muy queda, toda temblando:
-«Gran rey, responde, yo la clemencia.»-
-«Esa, hija mía; esa es, sin duda,
»de las virtudes la más excelsa:
»ella es un lazo que, en amor santo,
»con el vasallo nos encadena;
»ella nos hace ligero siempre
»el duro peso de la diadema.
»Ve: da tus pechos a mi cachorro;
»vela amorosa su cuna regia.»-





¿Quién, sospechara que un ser salvaje
con tales dotes resplandeciera?
Y ¿habrá un monarca que no perdone
cuando perdonan hasta las fieras?