Ir al contenido

El libro de los Cantares: 06

De Wikisource, la biblioteca libre.
El libro de los cantares
La niña de ojos azules

de Antonio Trueba


6

LA NIÑA DE OJOS AZULES

              I

Ved a la dulce niña
de ojos azules
risueña como el cielo
cuando no hay nubes;
vedla qué hermosa,
vedla coloradita
¡como las rosas!
Fue ayer a san Antonio
de la Florida,
que da el Santo bendito
novio a las niñas,
y un bello novio
le salió al dar la vuelta
de san Antonio.
Por eso está contenta,
por eso canta
como los pajaritos
por la mañana,
que era muy triste
sin tener un mal novio
cumplir los quince.
El novio que a la niña
salió ayer tarde
jura que la idolatra
porque es un ángel,
y ella es tan niña
que cree sus juramentos
a pie juntillas.
Niña, palabras dulces
no te seduzcan,
pues en el diccionario
las hay de azúcar;
préndate de hechos,
pues en el diccionario
no se hallan esos.
Si un galán te abandona,
no te dé pena:
pronto encontrarás otro
que más te quiera,
pues, niña hermosa,
tienes ojos azules,
ojos de gloria.

              II

Niña de ojos azules,
ojos de gloria,
si estabas colorada
como las rosas,
hoy estás, niña,
como las azucenas
descolorida.
Un besito apostemos
a que adivino
por qué tienes el rostro
descolorido...
Por más que calles,
en este mundo, niña,
todo se sabe.
Sales todas las noches
a tu ventana
y los hondos suspiros
que en ella exhalas
van a la mía
y me lo cuentan todo,
todito, niña.
Tienes enferma el alma
de mal de amores;
quieres y no te quieren...
¡pícaros hombres!,
así son todos:
a la que quiere mucho
la quieren poco.
No me admira el mal pago
de tus amores,
que amores de este mundo
buscan los hombres,
y en mi concepto
los tuyos se parecen
a los del cielo.
¡Quién espera en amores
hallar la dicha
cuando llora por ellos
la pobre niña,
la niña hermosa,
la de ojitos azules,
ojos de gloria!

              III

Te he visto en la Almudena
muchas mañanas
a los pies de la Virgen
arrodillada.
¿Porqué escondías
la cara con el velo
de tu mantilla?
Niña, se me figura...
¡Dios me perdone!
que mezclabas con llanto
tus oraciones.
¿Qué le pedías
a la santa patrona
de Madrid, niña?
¿Le pedías venganza
de aquel ingrato
que su amor te rehúsa,
que un día acaso
ante la santa
patrona de la villa
fe te juraba?
Pero tus dulces ojos
bien claro dicen
que es amor, no venganza,
lo que tú pides.
Quien tu amor siente,
en lugar de vengarse
perdona y muere.
¡Ay Dios, quién fuera dueño
de tu amor, niña,
como aquél que te puso
descolorida,
que te desdeña,
¡que ha trocado las rosas
en azucenas!
Porque tienes el alma
que yo ambiciono
y el amor de los cielos
miro en tus ojos,
pues, niña hermosa,
tienes ojos azules,
ojos de gloria.

              IV

¡Silencio!... ¡Las campanas
tocan a muerto!
¿Si habrá muerto la niña
de ojos de cielo?
Sin duda es ella,
que no la he visto ha días
en la Almudena,
que no se oyen suspiros
en su ventana,
que están mustias las flores
que ella regaba,
que su cabello
adornaba con tristes
rosas de muerto!...
Yo la hubiera querido
con alma pura,
como quieren las almas
como la suya,
pero esa niña
me dijo: «–Un amor basta
para una vida.»
Vengan sus desamores
otras mujeres;
pero... ¡bendita aquélla
que amando muere,
por más que el mundo
siembre ironía y burlas
en su sepulcro!
Más allá del martirio
se encuentra un cielo
donde los nobles mártires
tienen asiento,
donde halla siempre
amor de los amores
quien de amor muere.
Y en él está la niña
desventurada
que lloró en la Almudena
muchas mañanas,
la niña hermosa,
la de ojitos azules,
ojos de gloria.