El licenciado Periquín/Prólogo

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Nació Pedro de la Oliva en Segovia. Fue hijo de Pedro de la Oliva y de María de Oceta, vizcaýnos, gente pobre, mas muy bien nacida. Fue el exercicio de su padre acudir a las cobranças de los mercaderes, assí dentro de la ciudad como fuera della. Nació de pies, en los verdes años de sus padres y en los primeros de su matrimonio, y luziósele bien, porque sacó compuestos los quatro humores, y muy alegre, tanto que como otros nacen llorando, él nació riendo. Tomar luego el pecho le hizo partícipe de la no regalada comida de su madre: mamó con moderación, y tanta, que parecía conocer la necessidad de su casa. Baptizaron a Pedro, cuyos vizcaýnos padrinos hizieron juyzio sobre su nacimiento, teniéndole por afortunado. La comadre, que de casos tales más que los judiciarios alcança, dixo:

-¿Por qué pensáys que se les atribuye fortuna a los que de pies nacieron?

-Porque lo hemos oýdo a muchos -respondieron ellos.

Propia definición de legos que estudiantes se pretenden mostrar.

-Lo cierto es -dixo ella- que partos en que viene la criatura los pies abaxo son contra naturaleza del parir. Las más vezes suelen nacer muertos o morirse entonces, y dízese de los que escaparon que son afortunados: y es ansí, aunque yerran en su inteligencia.

Al fin, Pedro fue creciendo ni delicado ni llorón, essento de las cosas que a los niños suelen hazer enfadosos. Era agradable y hazíase querer bien en sus tiernos días, descubriendo en ellos mucho donayre para los futuros. Y ya Pedro estava en términos de yr a la escuela, donde fue tan diabólico que le tomó el maestro unos pliegues al nombre, llamándole Periquín, en el qual le confirmaron los demás muchachos sus condicípulos, a quien junto con él hazía notables burlas. A cuyo tiempo se llevó Dios a su padre.

La viuda no pudo acabar de enseñárselo, por cuya causa le acomodó con un mercader, que le ofreció hazerlo él y después tenerle en la tienda, para que se habilitasse y por aquel camino hazelle hombre. La madre se lo agradeció mucho y llevó su hijo, el qual estuvo en su casa hasta que supo bien leer, escrivir y contar.

Luego que Pedro se vio en este estado, como no viniesse en el desinio de su amo, se fue a Madrid para poner el suyo por obra, que era guiar por el camino de las letras. Para lo qual se acomodó con un clérigo que cerca de un mesón vivía, que le ofreció dar estudio, en cuya casa entró con mal pie; y aunque por entonces no tuvo efecto el de la mula de su dueño, que le quiso dar a entender que no estava manca de los pies, túvole al fin el de un vizcaýno que en el mesón estava, adonde Pedro de quando en quando se yva a entretener. Éste respondió a Periquín, a no sé qué chufeta que en su lengua le dixo, con una tan buena coz que, después de aver rodado las escaleras de un sótano, se abrió la cabeça en una de las piedras de su cimiento, de que quedó sin habla y aun como sin vida.

Lleváronsele a su amo y, llamando un barbero que le tomasse la sangre, dixo que era negocio de mucha consideración, que para el día siguiente llamassen a un cirujano: en lugar de lo qual le llevaron al hospital, donde, aunque llegó muy al cabo, al fin tuvo salud, y, luego que le pusieron parche, le embiaron con Dios.

Hallóse desamparado, solo y en tierra agena, causa de que pidiesse de en puerta en puerta, porque, como los males pocas vezes vengan sin criado (que suele ser mejor que el amo, como a este pobre moço le sucedió), tuvo nuevas de que su madre era muerta. Entendió muy bien el juego de los pobres, y como no todos lo eran del Señor y quan poca justicia avía para ellos, importando tanto que huviesse mucha para que les buscasse las vidas y aliviasse el lugar de los que no estuviessen muy impedidos; porque en breve tiempo, si se advirtiesse, de cien pobres ay veynte más que piden o persiguen no con la causa que éste de presente lo haze, porque a la gran herida y al poco tiempo que avía que salió del hospital, le era permitido buscar para lo tan necessario como es la comida.

Yva con su palo en la mano y, al bolver de una esquina, vio un hombre que él conocía muy bien, muy enamorado de sus manos, que hablava con unas damas que a una ventana estavan. Luego que columbró al pobre, empeçó a sacar el guante de suerte que, quando llegó a él, avía ya buen rato que la estava dando, muy adornadas de sortijas de diamantes. Pidióle limosna, y él sacó un real y se le dio. Vistas que fueron de Periquín, y tan lindas, le dixo con voz enferma y cansada:

-Suplico a vuessa merced me haga la caridad cumplida y me ponga la mano sobre esta cabeça, que me ha quedado con mucho dolor de una herida que en ella he tenido, de que del todo no estoy sano; y no puede cosa tan linda dexar de tener grandes virtudes. Y dígame qué he de rezar mientras en ella me la tuviere puesta.

-¡Jesús, Jesús, qué linda cosa! -el galán dixo-. A fee de cavallero, que has andado tan bueno que te quiero dar quatro reales.

Parece ser que una de las damas se avía aficionado más a las sortijas que a las manos, y mostrando aver gustado de lo que Periquín le dixo, enfadada de que un hombre tuviesse tanto cuydado con ellas, le dixo:

-¡Sube acá arriba!

Él lo hizo. Preguntáronle su nombre, de dónde era y qué desgracia avía sido aquélla, y él dio respuesta a todo. La dama que con las manos del galán, si le hemos de dar su propio nombre, estava mal, le dixo que si fuera reyna le hiziera, por lo que le avía dicho, mercedes. Él respondió ser aquél cabe de apaleta, que qualquiera, por mal jugador que fuesse, le podía acertar:

-Sacó -dixo- una mano con un puño en metad del braço tan sin ajar y tan llena de sortijas que creý las sacava del aparador de algún platero.

-¡O, qué donoso moço! -respondió ella-. ¿Quieres estar en casa? Aquí convalecerás y te regalaremos.

A lo qual la enamorada compañera respondió: -¡Sí, por cierto! A un moço que sale del hospital entraremos en ella para que nos pegue algo.

Periquín dixo:

-Quedito, quedito, que si yo estuve en él, vine por esso sano, mas vuessa merced de dolencia padece que será milagro si della escapa, o sino vea lo que va de tener enfermo el cuerpo a estar enferma la razón. Dígolo, enójese o no se enoje, porque quien haze cara a este galán de alfeñique tiene contra sí la presunción de que hará cosas que procedan de tan buen gusto como la presente.

La otra, que favorable se mostró a Periquín, se bañava en agua rosada, y se enfadava ésta.

Él dixo:

-Sea Dios con vuessas mercedes, que es hora de comer y me voy a mi posada, que no soy pobre criminal ni executivo. Demás de que, llevo de aquí cinco reales.

-Y otros cinco que te daré yo -dixo su apassionada.

A esto tenía ya la mano en la faldriquera para sacar una bolsilla en que guadarlos. Tras ella salió un papelillo que la dama hizo alçar del suelo diziendo:

-¿Son versos, Pedro? ¡Que te tengo por persona de buen gusto!

Él respondió:

-¡Para versos está el tiempo! ¡Démelo acá y leérselo he!-; y antes de empeçar, la dixo:

-Sepa vuessa merced que yo anduve ciertos días en compañía del hermano Francisco y que todas las mañanas nos juntávamos en un salón, donde dávamos gracias a un crucifixo, que en él avía, por las mercedes recebidas de que nos sacó de las tinieblas de la noche y por otros beneficios. Yva diziendo el hermano y repitiendo nosotros: halléme un día con pluma y tinta, y quise escrivir lo que nos enseñava.

Empeçó Pedro a leer y, a la postre de lo escrito, dezía entre otras cosas: «Gracias te doy, Señor, porque no me hiziste texa, ni piedra, ni árbol; gracias te doy, porque no me hiziste duque, marqués, ni conde.»

-¡Ten, ten, Pedro! -dixo la que dél gustava-. Pues, ¿qué tiene que ver dar gracias a nuestro Señor porque no te hizo piedra con dárselas porque no te hizo persona de momento?

Él respondió:

-Ha preguntado vuessa merced como pudiera un letrado, y digo ansí: el hermano no dixo «gracias te doy por lo de no ser conde», sino «porque no me hiziste piedra»; mas yo lo he puesto, pareciéndome que está bien entre essas cosas que no sienten cómo o por qué. Ha de saber que como dicho tengo que no soy pobre que quiero hazer oficio el pedir, y que antes lo dexo en teniendo lo que para aquel día he menester. Oygo un sermón quando puedo entrar, y si ay una buena comedia también voy a oýrla. Supe que los días atrás predicava un famoso: púseme debaxo del púlpito, que es aquél el lugar de los pobres, y oí un alto sermón. Ofreciósele tratar del bien. ¡O, quánto me holgara de acordarme del autor que allí citó! Sólo me acuerdo que tirava su nombre a tuerto. Éste, dixo, dezía que todo bien o nace con nosotros, o nos le enseñan, o por fuerça de justicia hazen le aprendamos. Buelve luego y dize: «No nace, porque la simiente no llevava valor por aver ydo sin él la de su padre, ansí que ya no nace el bien con nosotros.» No lo huve oýdo quando, saliendo de allí, puse en mi papel lo que vuessa merced me preguntó por qué razón lo tenía; porque, si generalmente la materia de que nuestro padre nos haze va sin substancia para que nazca un hijo virtuoso, ¿la del señor cómo yrá? Luego, gracias a Dios por ello, que un hombre que nace pobre, medio enseñada la caridad nace, y si después se vee en lugar alto, se duele del necessitado, porque sabe que cosa es. ¿Quiere que le diga lo que siento? Yo no he oýdo en mi vida dezir: san Duque, san Conde, ni san Marqués, y he oýdo san Francisco pobre, san Diego pobre y san Buenaventura más pobre que éstos. ¡Y si fueron ricos y lo dexaron, más a mi propósito haze! Ansí que de aquí sabréys porque puse lo uno entre lo otro, y, con tanto, nuestro Señor, etc.

En fin, que Pedro llevó diez reales de aquella casa; y al cabo de algunos días, enfadado de la mendiguez, se fue a convalecer a un lugar ocho leguas de allí, de donde bolvió a Madrid bueno y gordo, y donde quiso acabar de enseñarse la latinidad. Para lo qual assentó con un abogado, cuyos negocios si corrieran parejas con lo que tenía en que entender con los celos que dél su muger tenía, fuera uno de los letrados de mayor opinión, tanto por esto, quanto porque, [si] su casa era falta de algunas cosas, sobravan pesadumbres en ella. A la primera vista que Pedro dio en Palacio fue conocido de unos pleyteantes de Segovia, y le llamaron Periquín. Oyólo su amo y dixo en casa el nombre, y huvo entretenimiento con él sin que por ello se corriesse. Su ama le quería bien porque, las horas que su amo gastava en el estudio, las contava mil donayres, con que entretenía a ella y a las criadas de casa.

Parece ser que, luego que entró en ella, dixo su razón a una donzella de lavor por aver entendido que no pisava derecho. Nació de no admitir su ruego pudiéndolo hazer a poca costa, que como su ama le llamasse para que como solía las entretuviesse, contarla debaxo de capa de tercera persona la mucha virtud de la donzella, como antes se lo avía prometido; y, poniéndolo por execución, dixo ansí:

-Avrá de saber vuessa merced que, en una casa principal donde unos meses serví, huvo una donzella muy parecida a Juana, que presente está (a quien el vellaco de Periquín endereçava el cuento). Esta tal donzella de labor estava muy opilada sin aver comido barro ni yesso. Luego que yo conocí el buen estado de la señora, la pedí me hiziesse favor y merced, pues la costava poco y yo quedava con mucha obligación, echándome a su salvo una S y un clavo, y que ella quedaría tan libre que pudiesse hazer lo que fuesse su gusto. Echóme unos ojos como Juana me los echa aora, llamándome atrevido, pícaro y otras cosas de mayor quantía. Dexéme tomar de la irascible, y poniendo el sombrero a lo de pesadumbre, la dixe: «Hijo soy de Pedro de la Oliva y de María de Oceta, gente de bien. Juro a Dios, yo he pedido como hombre cortés y de delgados humores: bastara echarme un no en las barvas, sin dezirme otras libertades. Pero yo me vengaré y no se me da un quarto, vengan enxambres de pages que, teniendo yo la razón de mi parte, ella me ayudará.» No quité ni puse, sino voyme a mi ama y, estando de la manera que vuessa merced está y Juana en su presencia, la dixe: «Señora, yo soy hombre de bien y tengo una fidelidad eroyca. Juana dexa abierta todas o las más noches la ventana que en su aposento tiene, por donde entra tanto ayre que la ha hinchado de la suerte que vuessa merced ve.»

Y llegóse Pedro y señaló la barriga de Juana, la qual, en bolviendo su ama los ojos a otra parte, ponía las manos haziéndole con los suyos una lamentación; y lo vio más de una su señora, aunque no quiso darlo entonces a entender. Dezía: «No ay llorarme ni ponerme las manos en bolviendo mi señora la cabeça, que no se me ha de quedar nada por dezir.»

-Esto todo -dixo Pedro- dezía yo a la otra mi señora.

La que presente estuvo le dixo:

-Has contado un cuento de suerte que estoy por preguntar si estás borracho.

Él respondió:

-No, señora, mas de aquí a un breve espacio de tiempo no será menester preguntármelo.

-Y bien, ¿en qué paró?

-En que los cogió mi señora y le hizo se casasse con ella, aunque no quiso, por redimir la vexación de yr a galeras.

-¿Y a ti no te sucedió nada?

-¡O, pesia tal! -respondió-. Cogiéronme entre él y un amigo suyo y aporreáronme muy bien, mas no se la pagué mejor a el otro, que él me la pagó a mí.

-Y bien, ¿qué le hiziste?

-¿Qué? ¡Que se casasse!

-¿No digo yo que estás borracho? Ésse fue el pecado que pagaste quando los dos te cogieron. A este averte sacudido ¿qué fue la satisfación hazerle casar? ¡Tira de aý, borracho!

-No muy borracho, que si lo que digo hize, adelantado me vengué, porque para mí bastóme saber que hazía cosa que después avía de pagar; y bien digo en la respuesta que siempre doy, si también conocí del hecho que ninguna satisfación suya echava el pie adelante a la vengança adelantada mía.

Digo, Pedro, que lo respondes tú mejor que te lo pregunto yo.

Parece ser que Periquín avía dicho todo esto de picado de Juana la donzella, la qual, aunque temerosa, entonces no quiso persuadirse a que concibió mal su señora: pudiera, en verdad, y escusara lo que después le aconteció, porque, levantándose de allí a dos noches y haziendo lo que Periquín dixo, los cogió sin poderse escapar. Ella se llevó una muy gentil buelta de palos y él fue a la cárcel, de donde salió para entrar en otra mayor.

Ya Pedro tenía un enemigo o dos enemigos, tan grandes como gente que tiene tan poco que perder. El ama no estava muy corriente con él, porque, hallando verdad lo uno, creyó serlo también lo otro y que perdió el respecto a su casa solicitando su donzella. Llegóse a esto, que, riñendo una noche sus dueños, diziendo a su marido que la tenía acabada, dixo Pedro:

-¡Pues, es, mi señor, el tiempo!

¡Nunca tal huviera dicho!, porque, después de tirarle los chapines, dixo que el criado o ella en casa; a quien, por lo mucho que él devía, rogó no se fuesse, procurando desenojarle, de donde nació meterse ella más en cólera. Al fin, se puso silencio en la riña y se fueron a cenar, quedando el señor muy amigo del siervo y la señora muy enemiga, porque, aunque por entonces se desenojó, no es cosa que tiene perdón en mugeres ofensa tocante a la edad.

Hallóse no sé con qué dinerillos y hizo un ferreruelo y sotanilla y dio consigo en Ciudad Real, donde assentó con una señora viuda para llevar sus hijos al estudio y repassarles las liciones. Y al cabo de algunos meses, que se vio con dos o tres vestidos y algunos dineros, puso los ojos en la hija del boticario del lugar, que era moça y hermosa y tenía no mal dote. Ganada, pues, la voluntad a la criada, negoció con ella diesse un papel a su señora. Ella lo hizo como se lo avía pedido, y luego que doña Francisca leyó lo del casamiento, quisiera yrse con la criada sin reparar en la calidad y cantidad del pretendiente, que en semejantes negocios de donzellas para este efecto el primero que acomete vence.

Y es cosa donosa oýrlas, antes, hablar del que ha de ser su marido, porque dizen que no tiene que cansarse el que no fuere Guzmán o Mendoça, y aún que ha de tener hábito y ha de ser de Santiago; y caen después con un page, hijo de algún sastre o de otro oficio mecánico, y no es lo peor esto, quiçá baxamente nacido. Luego tiene el diablo la culpa, y cuenta a sus amigas cómo un don Fabianico, hecho un pino de oro, la solicitava y pedía sin un quarto, tanto que dixo muchas vezes que aun la camisa no avía de llevar de en casa de sus padres: «¿Qué os diré yo, amigas mías? -repite con lágrimas-. Con la esquivez que traté aquel cavallero, nunca me vio a la ventana. Si salía de casa y le hallava en la calle, me bolvía a entrar dentro; si yva a la iglesia, me echava el manto hasta la cintura; si me traían papel suyo, le rasgava y despedía a la criada porque le recibió.» «Pues, ¡quiçá era quienquiera!» «Pues, hago os saber que tenía deudo con los mayores señores de España.» Y si alguna de las circunstantes replicava en cómo perseveró tanto en despreciarle y no bolvió sobre sí siquiera por lo bien que la estava, respondía que quando quiso no huyo lugar, porque, de desesperado, se hizo religioso de la orden descalça de san Francisco, y que ella se quiso entrar monja, sino que por ciertos dolores de estómago mudó de intento: como si para esta dolencia no fuera mejor estado el que dio de mano y huviera entonces amantes a lo divino como los de Teruel a lo humano.

Es el caso que todo esto es mentira, y verdad que el primero que la passeó fue su dueño, y que lo dize ansí a las circunstantes para disculpar una ropa de vayeta forrada en tafetán y una vasquiña y jubón de gorguerán, tan limitadamente guarnecida que parece vasquiña de imagen de aldea, lo qual vive por el puntual sufragio del doblado como los dolientes por el de los regalos. A cuya gala de las fiestas acompañan unos chapines con unas virillas de estaño, tan anchas que, si alguna lechuza las viera, cerrara con ellas teniéndolas por azeyteras, con cantidad de cintas, ansí en los braçaletes como en los guantes, apretador y gargantilla: tantas que parece entre atambor y muger. De que su marido está no poco sentido, diziendo que en ellas le consume quanto adquiere y por tenerla pobre para comprarlas; supuesto que ha de ayudarle a sustentar la casa no levanta los ojos de la almohadilla y se quexa de que se le abren las caderas, y es verdad.

Al fin, respondió le dixesse, por lo que a ella tocava, que podía pedirla a su padre, que desde luego dava el sí. Sabida, pues, esta respuesta, se informó, de quien se la traxo, de las cosas de en casa de su amo y halló que, ansí las de poco como de mucho momento, passavan por mano del mancebo; por cuya causa se hizo muy su amigo, regalándole y trayéndole a su lado todo el tiempo que desocupado le podía aver. Junto con esto hizo otra diligencia, que fue a hablar a su señora para que le favoreciesse. Ella lo hizo, y embiando por él, le dixo cómo tenía en casa un hombre muy de bien y muy bien nacido, a quien ella quería mucho por sus muchas partes y gran virtud, que le parecía era a propósito para su yerno, que se mirasse en ello y la respondiesse; y él se despidió prometiendo la brevedad.

Quando Pedro de la Oliva vino de fuera, cuydadoso de saber si su señora avía llamado a quien prometió, le dixo lo avía hecho. Se echó a sus pies, agradeciéndole el favor y cuydado. Ella estimó en mucho la humildad y dixo que de allí adelante corría por su cuenta cuydar de su augmento, que la parecía informasse a un deudo suyo, que su casa habitava, de la calidad de su persona, linage y patria, para que él más de espacio informasse al boticario.

Hízolo ansí, y, en realidad, de verdad le dixo dónde nació y cómo fue hijo de Pedro de la Oliva y de María de Oceta, que escriviessen a Segovia y sabrían si avía mentido en algo. Lo qual escusó el letrado que en Madrid fue su dueño, porque, como en aquella ciudad pocos días antes huviesse sucedido una muerte entre gente principal cuyos parientes del difunto pedían juez en el Consejo, acertó a llevar la comissión el letrado con quien en Madrid estuvo.

Vino a ella, y hallando a Pedro en la plaça con su suegro y otra mucha gente, se llegó y le dixo:

-¿Periquín por estas tierras? ¡Válgate Dios, qué hombre estás!

Él dissimuló, mas, con todo, no quisiera aver nacido, aunque respondió, riéndose y sin turbarse ni colorear:

-Muchos dizen me parezco a esse hombre.

El letrado se rio y dixo:

-Bueno, bueno está, Pedro, ¿ya no conoces a tu amo?

Él dixo:

-Harto mejor está vuessa merced teniéndome por otro.

Con esto se deshizo el corro, y le embió el boticario a comer a su casa, que no solía, donde fue tan melancólico como el que vio quebrados los ojos al buen sucesso de una muger rica, moça y hermosa.

Luego cayó en lo que su suegra no lo hizo, que fue yr en casa del juez a informarse, encargándole la conciencia, porque quería casar con él una sola hija que tenía. Él le dixo cómo avía sido su criado y que le recibió un moçuelo, con quien jugavan y tenían passatiempo, deshaziéndole todo lo que pudo: lo qual de suerte dessazonó al boticario que puso en olvido el negocio. Por cuya causa determinó bolallas de allí corrido y dando al diablo al letrado y a quien le traxo, mas no vengarse, porque, como el tan entendido, consideró que no le estava bien, pues por aquel camino lo apartó Dios, aunque lo sintió mucho. Y esso ha de aver en los trabajos que a faltar él no lo serían, mas procurar con prudencia templarle, y puestos los ojos en su pobre si no mal nacido nacimiento, causa principal de que sus fortunas se abochornassen, recogió los sentidos para las obsequias de la perdida ocasión.

-¿Qué culpa tuve -dixo- yo en nacer de padres tan humildes? ¿Pude hazer que aquello no fuesse? ¡Desgraciado, desafortunado salí al mundo! ¿Qué linage ay en él donde un Pariente no esté en lugar alto? ¿Quál estudio? ¿Quál fue a las Indias y, gozando de prosperidad, es lo que quiere? Navega con próspero viento, la fortuna le obedece; arrimado a uno destos nada se haze mal, aunque lo demás sea baxo, como es el oficio de los padres. Lleváronme mis desdichas al hospital: ¿fue por ventura entonces quando entró en él? No, que nacer de mis padres, morírseme dexándome tan niño, solo y sin hazienda ya me tenían dentro, que del sucesso de la caýda no nació más que yrme a curar a mi posada: triste cosa tenerla por propia y mucho más triste no tenerla, que ya yo sé de hombre tan desafortunado que aun en él no cabe por aver muchos dentro. Letrado que tanto mal me hiziste, si no mal letrado, descortés letrado, pues, sabiendo que te han dicho las leyes que lo que a ti no te está mal y a otros está bien que no se lo deves negar, ¿por qué lo entregaste al olvido, y si no lo olvidaste, por qué no lo pusiste por execución? Quitásteme en un instante muger, honra, gusto y hazienda: paga legítima a las obligaciones que me tienes. ¿Quántos días sustenté tu casa? ¿Quántas vezes reñí tus pendencias? Por ventura ¿fuy yo causa de que se murmurassen las miserias della ni tuyas? ¿Puédeseme negar que, ansí como dixo cierto ingenioso, en unos gallos en Salamanca, a otro que, al passo que tú eres necessitado, él miserable era, que si algún criado tuyo tomara ábito en religión que no le admitieran en ella por yr de otra más estrecha que era tu casa a común engaño? Respóndeme, te ruego, ¿no me conociste antes Periquín que los beneficios te hiziesse? Pues, ¿cómo echaste mano de lo peor estando más lexos? Dixe que a ti no te estava mal y a mí me estava bien, pues a ti también te importava, porque, quando dixeras fuy tu criado, te honravas con un hombre de mi talle y bien puesto: tratásteme como si yo huviera esperado en ti.

Puesto fin a este discurso, entregó su cofre al ordinario de Salamanca, adonde fue a estudiar leyes. Llegó a aquella universidad, recibiéndole todos de buena gana y haziéndose su amigo, porque acomodava pendencias y era causa de que a otros no se les hiziessen molestias. Luego, aunque nuevo, presidió en muchos corros, dio en músico y casi se salió con ello, y no fue de los peores estudiantes, ansí en su facultad como curioso en las letras humanas. Hazíase querer de todos y no se enojó porque con él se burlassen. Arrimarse a la hoja fue polilla de la primavera que en él reverdecía, que al que desgraciado ha de ser los infortunios se van haziendo del ojo, que, aunque no nació en martes, todos los días lo son para el que suerte no tiene. No diré dél que anduvo entre la cruz y el agua bendita, frasis por donde se significa tropeçar a menudo hasta caer en el hoyo, porque anduvo entre los pies de la mula o de dos machos: hizo el gallego la presa y tuvo él de Vizcaya la pinta.

Pararon todas estas desdichas en hallarse, por defensa de un amigo, cómplice en una muerte, cuyo infortunio le forçó a poner en cobro su hatillo y salir de la ciudad un mes después de como le sucedió; en el qual se contava quarto año de sus estudios.

-¡Al letrado -bolvió a repetir-, ¡si supiesses quánta parte tienes en esta desventura!

Esto dixo puestos los pies en los humbrales de la puerta de la ciudad, contento con yr donde su suerte le quisiesse llevar, sin determinación suya a lugar señalado.

Paró en Orense, uno de los de Galicia, donde llegó con algunos dineros. Púsose su manteo y sotana, y ganó la voluntad a muchas de las personas de aquel lugar, siendo dellos recíprocamente querido, que naturalmente se le inclinaron, porque su agrado lo mereció y sus partes no lo desmerecían. Reía con el alegre, llorava con el triste, jugava con el taur, seguía la inclinación al que se yva tras Marte: era finalmente camaleón que tomaría la color del paño que le ponían.

Mas el diablo, que poco sossiega y tanto a este pobre moço persigue, le pone en la cabeça que haga un libro y éntrale por el camino de la virtud, cargándole la mano en lo mal que parecía ocioso y como los que se mostravan sus amigos serían los primeros que lo murmurassen, y que, viéndole ocupado, pondrían silencio en su vida; fuera desso, que ganaría honra y opinión, y le podría ser de algún interés. Parecióle bien al pobre Pedro, y no fue más que engarçar otra desgracia en el hilo que estavan las demás. En fin, se recogió a hazerle, cuyo título, aunque no le acabó por la causa que adelante se dirá, es éste: