El método racional: 6
Vimos en el artículo anterior que la física moderna había conseguido encerrar en unas cuantas hipótesis, —el éter, la ley newtoniana de la gravitación, las vibraciones moleculares, etc.,— la mayor parte de los fenómenos físicos y químicos del universo. De estas hipótesis parte la ciencia como de otros tantos postulados, y por medio del análisis matemático desentraña la infinita riqueza de verdades que en sí contienen. Pero hemos hablado, no de una hipótesis, sino de muchas; pues hé aquí otro nuevo trabajo que ha de cumplir el eterno Hércules de la ciencia: el espíritu.
Se condensaron los hechos en leyes empíricas; se han reducido estas á un corto número de hipótesis, que son en rigor grandes síntesis; pero falta completar la obra, reducir todas las hipótesis á una, y si es posible hacer que esta ley única pierda su carácter empírico, se racionalice por completo, y busque en la filosofía su verdadero orígen y su natural deduccion.
Esta aspiración noble y levantada no se ha realizado todavía: este divino ideal de la ciencia fulgura allá entre nieblas en los úlúltimos límites del horizonte: ¿podrá llegarse á él? ¡Qué importa! Por alcanzarlo se trabaja.
Todas las teorías de la física, antes distintas, apartadas, á veces opuestas, hoy se estrechan y se funden: son rayos de luz que convergen á un foco. No hay progreso parcial que no refluya á los más lejanos extremos de la ciencia: todo descubrimiento en una teoría salva sus naturales límites y pasa á las demás: de este modo la concepción de Mayer sobre el calor ha trascendido hasta la misma química, y aún pugna por llegar á las altas regiones de la metafísica; así la hipótesis del éter condensa dentro de una misma unidad y reduce á un solo problema de mecánica, el calor, la luz, el magnetismo y todos los fenómenos eléctricos.
Pero este extraordinario movimiento en que han tomado parte activa todas las naciones europeas, —ménos España por desgracia nuestra,— desgracia que no es maravilla, sino antes bien consecuencia, más que lógica, fatal, de nuestra historia; porque sin matemáticas la física no existe, y nuestra patria desde los árabes acá no ha tenido ni un matemático de primer órden, es decir, á la altura de Newton, Descartes, Pascal, Leibnitz, Bernouilli, Lagrange, Cauchy, etc. —este magnífico y extraordinario movimiento, repetimos, ni ha terminado, ni terminará hasta que se elabore por completo la gran síntesis de la época moderna, que ha de ser gloria de nuestra edad y asombro de las futuras.
Sin embargo, dos tendencias, entre otras varias menos importantes, se marcan ya; frente á frente se hallan, y aspiran al dominio exclusivo de la ciencia: séanos permitido, para terminar nuestro trabajo, dar una sucinta idea de cada una de ellas.
Y son :
La teoria atomística y la teoría de las fuerzas abstractas [1].
Ambas convienen en un punto, á saber: en explicar el mundo material por este solo principio:
«Todos los fenómenos físicos no son más que apariencias distintas y múltiples, riquísima variedad, combinaciones infinitas de un fenómeno único: el movimiento de la materia.»
Movimiento del éter es la luz; movimiento etéreo es la electricidad; vibración de las moléculas, es decir, movimiento molecular, es el calor; y el sonido es movimiento del aire; y los fenómenos celestes son movimientos de la materia cósmica; y aun las acciones y reacciones de la química son movimientos internos y atómicos de las sustancias.
Hé aquí la gran afirmación, la magnífica síntesis de ambas teorías.
Afirmación, no caprichosa ó fantástica, sino fundada en hechos; síntesis de cuanto la ciencia sabe hasta hoy.
Y nótese esta tendencia de ambos sistemas, aunque en el primero mucho más marcada que en el segundo, á destruir de una vez, á negar rotundamente esta gran categoría, la cualidad, reduciéndola ¡á ella que había pasado durante siglos por primitiva é irreducible! á otra eminentemente matemática: la cantidad. Podrá no ser absoluta esta negación como supone la teoría atómica; pero hay en ella un fondo de verdad.
En efecto, el color era antes una cualidad; ser azul, verde, amarillo, era ser algo por sí; los colores procedían de los sentidos, y eran irreemplazables por categorías del espíritu. Mas hoy la cualidad color, como cosa irreducible (y prescindiendo del problema fisiológico) queda anulada: su esencia íntima es el movimiento; todos los colores son vibraciones del éter, como las notas de la música son vibraciones del aire. ¿Y en qué difieren unos de otros? Sólo en el número de estas vibraciones.
¿Palpita la molécula etérea 685.000.000.000.000 de veces en un segundo? Pues hé aquí el color azul.
¿Va y viene 477.000.000.000.000 de veces en un segundo? Pues la vista no cuenta estas vibraciones al por menor, pero las cuenta en globo y según su especial sistema; ó dicho con más verdad, las siente; y á este movimiento extraordinario le da un nombre y lo convierte en cualidad, y le llama color rojo.
De esta manera, repetimos, la óptica ha destruido una cualidad empírica convirtiéndola en categoría racional, y en adelante la razón podrá pensar los colores, y medirlos, y calcularlos, porque caen dentro de la cantidad y de sus leyes.
Otra cualidad, ó más bien otra sustancia, era en la física antigua el calor; mas la ciencia moderna ha destruido esta falsa idea convirtiendo el clásico fluido calórico en lo que realmente es: en movimiento de las moléculas; y aquí, como en la óptica, aparece la cantidad, el número, la ley matemática.
Aun las acciones químicas entran, según las hipótesis modernas, en el mismo gran principio á que están sujetos los fenómenos tísicos; y no es imposible, según dichas hipótesis, que partiendo de un cortísimo número de datos, se deduzcan a priori las propiedades íntimas de los cuerpos, se prevean los resultados de las reacciones, se llegue á la unidad de sustancia, y que, en una palabra, á esa ciencia eminentemente experimental, que nunca brotó de un silogismo sino del fondo de las retortas, y que se burla triunfante desde su laboratorio de la elucubración abstracta del filósofo, se le aplique un dia el método matemático de la cantidad.
Ya el inglés Bayma intenta definir la forma geométrica del oxígeno, del ázoe, del carbono, etc.; procura explicar por leyes matemáticas las reacciones; nos dice de cuántas maneras pueden agruparse los átomos, y cómo de aquí se deduce la teoría de los equivalentes; escribe en fórmulas la palpitación interna de la materia; cuenta el número de moléculas que hay en un milímetro cúbico; mide la distancia de unos centros á otros; y tales cosas hace y tales empresas acomete, que si como es osado á emprenderlas, fuera potente á terminarlas, bien pudiera colocársele entre los más preclaros ingenios que han visto los siglos pasados, que ven los nuestros, y que admirarán los venideros.
Mas prescindiendo de estos esfuerzos, quizá prematuros, pero dignos de consideración, es la verdad que no parece cosa tan disparatada é imposible una trasformacion de la química.
En efecto, todos los problemas de esta ciencia pueden en buena ley reducirse á este hecho único: «combinando dos ó más cuerpos A, B,.... dotados de ciertas propiedades físicas: a, a'... el primero, b, b'.... el segundo, etc., resultan otros nuevos cuerpos M, N,.... poseyendo cualidades físicas diversas de las anteriores, de suerte que M posee las propiedades m, m',..... ; N las n, n',.... P las p, p'...; etc.:» hé aquí toda la química, según las teorías modernas. Luego la propiedad química no es otra cosa que P0TENCIA para trasformar unas cualidades físicas en otras; pero si todas las propiedades físicas no son más que apariencias del movimiento y por él se explican, y en él se resuelven, trasformar propiedades físicas es trasformar movimientos; y en el movimiento mismo, y en sus varias combinaciones, reside sin género alguno de duda esta admirable facultad.
Tiempo y espacio nos faltan para juzgar la doctrina que precede, y debemos contentarnos con hacer constar la tendencia marcadísima de estas escuelas á negar las cualidades, y á reducirlas todas, como á categoría única, á la cantidad, haciendo que cuantos fenómenos físicos se desarrollan en el seno del espacio caigan bajo el dominio de la mecánica y bajo la ley del número, según la antiquísima y admirable concepción pitagórica.
Indudablemente este es un gran paso, si es firme y seguro, hácia la ciencia absoluta: las cualidades de las sustancias no están a priori en la razón; el pensamiento determina por su propia fuerza el modo de ser y las leyes de la cantidad, y como cantidades particulares las leyes del espacio y el tiempo; pero no descubre, por más que discurra, el oxígeno, el amoniaco ó la potasa, ni la intensidad de la pesantez, ni el color de la atmósfera; pero si en el orden físico no existe la cualidad, si todas las maravillas de los mundos materiales no son más que manifestaciones del movimiento de la sustancia única, claro es que la sola ciencia tísica es la mecánica, y que las fórmulas algebraicas, leyes racionales de la cantidad, lo explicarán todo, desde el astro que voltea en lo infinito al átomo etéreo que vibra y engendra la luz.
- ↑ De l'unitá delle forze fisiche. — P . Secchi. - The elements of molecular mehcanics. — Bayma.