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El método racional: 9

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VIII.

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A la doctrina de los átomos se opone otra: la de las fuerzas abstractas. Niega la primera la fuerza, y solo acepta el elemento material: rechaza la segunda con desden toda concepción de sustancia física, y proclama la fuerza como única entidad real.

Pero no la fuerza como propiedad de la materia, no como algo apegado á un substractum, sino como verdadera fuerza ideal: y así los átomos no son pequeños sólidos continuos y rellenos, son verdaderos centros matemáticos de fuerzas, sin dimensiones, sin formas geométricas, sin más que un cruzamiento en ellos de potencias abstractas.

Estos centros son los que se atraen, los que se rechazan, los que se mueven; y donde se acumulan muchos aparece la solidez y la impenetrabilidad.

La sustancia de la escuela materialista desaparece de esta teoría; es tosca apariencia, á la que, por decirlo así, los sentidos dan nombre, pero que la razón con su potente fuego purifica y sublima, consumiendo en él toda escoria material.

Espacio nos falta para desarrollar esta nueva teoría, que cuenta en el extranjero con ilustres mantenedores , y preciso es que terminemos este larguísimo y árido artículo.

Solo diremos que bajo el punto de vista práctico la concepción de la fuerza ideal salva terribles dificultades; pero que cuanto más se separa de los grandes abismos en que la teoría atómica cae, tanto más se aleja del término de todas sus aspiraciones, la unidad.

¿Qué diferencia hay entre tener muchas sustancias y tener muchas fuerzas? Mientras no se determine su esencia común y no se llegue á su última y definitiva unidad, el problema queda en pié y sin resolver.

Entre los dos límites extremos (la teoría atómica y la teoría de las fuerzas abstractas) existe la escuela ordinaria que acepta el átomo como sustancia y la fuerza como cualidad del átomo.

De esta, por conocida, es inútil que nos ocupemos; y por otra parte, tiempo es ya de concluir.


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La razón, adquiriendo su natural y legítimo predominio sobre el método empírico, pero sin prescindir de él, sin negarle la gran importancia que en realidad tiene; y este, perdiendo relativamente en categoría y convertido en mero instrumento, pero llegando á un admirable grado de perfección, tales son los primeros caracteres de la ciencia moderna.

La unidad, las hipótesis, la reducción de casi todos los fenómenos físicos al movimiento son sus rasgos dominantes.

Condensar todas las síntesis parciales en una gran síntesis general, la unánime aspiración de cuantos físicos pasan el nivel común.

Bien comprendemos que esta tendencia filosófica de la física encontrará adversarios; pero es esfuerzo vano el de querer ahogar en el espíritu del hombre una de sus más nobles aspiraciones: buscar en todo lo absoluto.

Si lo encuentra, bien hizo en buscarlo: si no lo encuentra, pero se aproxima á él, bien hizo en acercarse: y en todo caso su noble empeño no será estéril, porque la esperanza es el aliento de la vida.

La ciencia cae á veces, á veces se extravía; hay en ella retrocesos parciales, errores y delirios; pero en grandes períodos históricos su marcha es siempre progresiva y ascendente.

Pasa de la India al Egipto, del Egipto á Grecia, enriqueciéndose más y más; y si en la edad media decae, se alza en cambio con nuevo brío en el renacimiento y hoy llega á prodigiosa altura. A sus eclipses suceden más brillantes destellos, y sus grandes evoluciones son como olas de esa marea creciente que se llama progreso; que así como en el océano levanta la atracción solar las aguas, así también en el gran océano de las sociedades levanta la atracción de Dios los espíritus hácia sí.


José Echegaray.