El mayor encanto, el amorEl mayor encanto, el amorPedro Calderón de la BarcaJornada I
Jornada I
ANTISTES:
En vano forcejamos,
cuando rendidos a la suerte estamos
contra los elementos.
ARQUELAO:
Homicidas, los mares y los vientos
hoy serán nuestra ruina.
TIMANTES:
¡Iza el trinquete!
POLIDORO:
¡Larga la bolina!
FLORO:
Grande tormenta el huracán promete.
ANTISTES:
¡Ola iza!
LEBREL:
¡A la escota!
CLARÍN:
¡Al chafaldete!
ULISES:
Júpiter soberano
que este golfo en espumas dejas cano:
yo voto a tu deidad aras y altares
si la cólera ablandas destos mares.
ANTISTES:
Sagrado dios Neptuno,
griegos ofendes a pesar de Juno.
ARQUELAO:
Causando está desmayos
el cielo con relámpagos y rayos.
CLARÍN:
¡Piedad, Baco divino,
no muera en agua el que ha vivido en vino!
LEBREL:
¡Piedad, Momo sagrado,
no el que carne vivió muera pescado!
TIMANTES:
Monumentos de yelos
hoy serán estas ondas.
TODOS:
¡Piedad cielos!
POLIDORO:
Parece que han oído
nuestro lamento y mísero gemido,
pues calmaron los vientos.
ARQUELAO:
Paces publican ya los elementos.
ANTISTES:
Y para más fortuna,
que la buena y la mala nunca es una,
ya en aqueste horizonte
tierra enseña la cima de aquel monte
corona de esa sierra.
TIMANTES:
Celajes se descubren.
TODOS:
¡Tierra, tierra!
ULISES:
Pon en aquella punta
que el mar y el cielo, hecha bisagra, junta
la proa.
POLIDORO:
Ya el espolón toca la playa.
ANTISTES:
¡Vaya toda la gente a tierra!
TODOS:
¡Vaya!
ANTISTES:
Del mar cesó la guerra.
ULISES:
Vencimos el naufragio.
TODOS:
¡A tierra, a tierra! (Llega el bajel y desembarcan todos.)
ULISES:
Saluda el peregrino,
que en salado cristal abrió camino,
la tierra donde llega
cuando inconstante y náufrago se niega
del mar a la inconstancia procelosa.
ANTISTES:
¡Salve y salve otra vez madre piadosa!
ARQUELAO:
Con rendidos despojos
los labios te apellidan y los ojos.
CLARÍN:
Del mar vengo enfadado,
que no es gracioso el mar aunque es salado.
LEBREL:
No es aqueso forzoso,
que yo no soy salado y soy gracioso.
ULISES:
¿Qué tierra será esta?
TIMANTES:
¿Quién quieres que a tu duda dé respuesta
si siempre derrotados,
mares remotos, climas apartados,
habemos tantos años discurrido
el rumbo, el norte y el imán perdido?
POLIDORO:
Pues no nuestras desdichas han cesado,
que el monte donde ahora has arribado
no parece habitable
en lo inculto, intrincado y formidable.
ANTISTES:
En él las más pequeñas
ruinas de gente humanas no dan señas.
ARQUELAO:
Solo se ve de arroyos mil sulcado,
cuyo turbio cristal desentonado,
parece, a lo que creo,
desperdiciado aborto del Leteo.
LEBREL:
Que habemos dado, temo,
en otro mayor mal que Polifemo.
FLORO:
Quejas son, lastimosas y severas,
cuantas se escuchan de robustas fieras.
TIMANTES:
Y si las copas rústicas miramos
destos funestos ramos,
no pájaros suaves
vemos, nocturnas sí, agoreras aves.
ARQUELAO:
Y entre sus ramas, rotos y quebrados,
trofeos de guerra y caza están colgados.
POLIDORO:
Todo el sitio es rigor.
FLORO:
Todo espanto.
ANTISTES:
Todo horror.
ARQUELAO:
Todo asombro.
TIMANTES:
Todo encanto.
LEBREL:
Absorto de mirar sus señas quedo.
¿Creerasme una verdad? Que tengo miedo.
CLARÍN:
Sí creeré, si es que arguyo
que por mi corazón se juzga el tuyo. (Vanse, y quedan los dos.)
ULISES:
Pues los dos nos quedamos,
por esta parte penetrando vamos.
¿Qué bosque es este, cielos soberanos?
CLARÍN:
Y aun en eso no para
pues, del obscuro centro
suyo, miro salirnos al encuentro
un escuadrón de fieras,
bárbara, inculta güeste, que en hileras
mal formadas embiste
a los dos.
ULISES:
Defendámonos, ¡ay triste!,
el uno al otro. Pero, ¿cómo es esto?
No solo a nuestra ofensa se han dispuesto
más humildes: postrados y vencidos,
los pechos por la tierra están rendidos. (Salen animales y hacen lo que se va diciendo.)
Y el rey de todos ellos,
el león, coronado de cabellos,
en pie puesto una vez hacia las peñas
y otra hacia el mar, cortés nos hace señas.
¡Oh, generoso bruto,
rey de tanta república absoluto!,
¿qué me quieres decir cuando a la playa
señalas? ¿que me vaya
y que no tale más el bosque donde
tienes tu imperio? A todo me responde,
inclinada la testa,
con halagos firmando la respuesta.
Creamos, pues, al hado;
que un bruto no mintiera coronado.
Convoca a gritos fieros
a nuestros compañeros
para que al mar volvamos
y agradecidos el peligro huyamos.
CLARÍN:
Compañeros de Ulises
que discurrís los bárbaros países:
deste encantado monte
desamparad su bárbaro horizonte.
ULISES:
Al mar volved, al mar; que, tristemente,
con halago las fieras obediente,
cuando tus voces nuestras gentes llaman,
quieren quejarse y por quejarse braman.
CLARÍN:
Todas con manso estruendo,
repitiendo las señas, van huyendo.
ULISES:
Mucho es mi asombro.
CLARÍN:
Y mi tristeza es mucha.
(Sale huyendo ANTISTES.)
ANTISTES:
Dioses, ¿qué tierra es esta?
Atiende, escucha.
Entramos en ese monte,
Ulises, tus compañeros,
a examinar sus entrañas,
a solicitar su centro,
cuando a las varias fortunas
del mar pensamos que el cielo
nos había hallado amparo,
nos había dado puerto.
Mas, ¡ay triste!, que el peligro
es de mar y tierra dueño;
porque en la tierra y el mar
tiene el peligro su imperio.
Dígalo allí, coronado
de tantos naufragios ciertos,
y aquí lo diga, ceñido
de tantos precisos riesgos,
aunque ni el mar ni la tierra
no tienen la culpa dellos,
pues el hombre en tierra y mar
lleva el peligro en sí mesmo
por diversos laberintos
que labró, artífice diestro,
sin estudio y sin cuidado
el desaliño del tiempo.
ANTISTES:
Discurrimos ese monte
hasta que, hallándonos dentro,
vimos un rico palacio
tan vanamente soberbio
que, embarazando los aires
y los montes afligiendo,
era para aquellos nube
y peñascos para estos
porque se daban la mano
con uno y con otro extremo.
Pero aunque viciosos eran,
la virtud no estaba en medio,
saludamos sus umbrales
cortesanamente atentos,
y apenas de nuestras voces
la mitad nos hurtó el eco
cuando de ninfas hermosas
un tejido coro bello
las puertas abrió, mostrando
apacible y lisonjero,
que había de ser su agasajo
de nuestros males consuelo,
de nuestras penas alivio,
de nuestras tormentas puerto.
Mintió el deseo. Mas, ¿cuándo
dijo verdad el deseo?
Detrás de todas venía,
bien como el dorado Febo
acompañado de estrellas
y cercado de luceros,
una mujer tan hermosa
que nos persuadimos, ciegos,
que era, a envidia de Dïana,
la diosa destos desiertos.
ANTISTES:
Esta, pues, nos preguntó
quiénes éramos; y habiendo
informádose de paso
de los infortunios nuestros,
cautelosamente humana
mandó servir al momento
a sus damas las bebidas
más generosas, haciendo
con urbanas ceremonias
político al cumplimiento.
Apenas de sus licores
el veneno admitió al pecho
cuando corrió al corazón;
y en un instante, un momento,
a delirar empezaron
de todos los que bebieron
los sentidos, tan mudados
de lo que fueron primero,
que no solo la embriaguez
entorpeció el sentimiento
del juicio, porción del alma,
sino también la del cuerpo.
ANTISTES:
Pues, poco a poco, extinguidos
los proporcionados miembros,
fueron mudando las formas.
¡Quién vio tan raro portento!
¡Quién vio tan extraño hechizo!
¡Quién vio prodigio tan nuevo!
¡Y quién vio que, siendo hermosa
una mujer con extremo,
para hacer los hombres brutos
usase de otros remedios,
pues destas transformaciones
es la hermosura el veneno!
Cuál era ya racional
bruto de pieles cubierto;
cuál, de manchas salpicado,
fiera con entendimiento.
Cuál sierpe armada de conchas;
cuál de agudas puntas lleno,
cuál animal más inmundo,
y todos al fin a un tiempo
articulaban gemidos
pensando que eran acentos.
La mágica entonces dijo:
«Hoy veréis, cobardes griegos,
de la manera que Circe
trata cuantos pasajeros
aquestos umbrales tocan».
ANTISTES:
Yo, que por ser el que haciendo
estaba la relación
de nuestros varios sujetos,
aún no había al labio dado
el vaso, el peligro viendo,
sin que reparara en mí
Circe, corrí; que en efeto
el que se sabe librar
de los venenos más fieros
de una hermosura es quien solo
niega los labios a ellos.
Esto, en fin, me ha sucedido;
y vengo a avisarte desto
porque desta esfinge huyamos.
Pero, ¿dónde podrá el cielo
librarnos de una mujer
con hermosura e ingenio?
ULISES:
¿Cuándo vengada estarás,
¡oh injusta deidad de Venus!,
de Grecia? ¿Cuándo tendrán
divinas cóleras medio?
ANTISTES:
No en lastimosos gemidos
la ocasión embaracemos
que tenemos de librarnos:
al mar volvamos huyendo.
ULISES:
¿Cómo habemos de dejar
así a nuestros compañeros?
CLARÍN:
Perdernos, señor, nosotros
no es alivio para ellos.
ULISES:
Juno, si en desprecio tuyo
Venus ofende a los griegos,
¿cómo tú no los defiendes
quejosa de tu desprecio?
Acuérdate que, ofendida
de Paris, a nuestro acero
le fïaste tu venganza.
Acuérdate que sangrientos
por ti abrasamos a Troya,
cuyo no apagado incendio
hoy en padrones de humo
está en cenizas ardiendo.
Si por haberte vengado
tantos males padecemos,
remédianos, Juno bella,
contra la deidad de Venus. (Tocan chirimías, y sale en un arco, IRIS, ninfa, y canta la música.)
MÚSICA:
Iris, ninfa de los aires,
el arco despliega bellos,
y mensajera de Juno
rasga los azules velos.
IRIS:
(Cantando.)
Ya la obedezco; y batiendo
las alas rompe los vientos.
ULISES:
Línea de púrpura y nieve,
nube de rosa y de fuego,
verde, roja y amarilla
nos deslumbran sus reflejos.
ANTISTES:
Que hermoso rasgo corrido
en el papel de los cielos,
bandera es de paz.
ULISES:
Y en él
está la ninfa pendiendo,
embajatriz de las diosas,
reina de dos elementos.
Iris, bellísima ninfa,
si tu respuesta merezco,
¿qué, dichosa, vas buscando?,
¿qué, infelice, vas huyendo?
IRIS:
(Cantando.)
A tus fortunas atenta,
¡oh nunca vencido griego!,
Juno tu amparo dispone
y yo de su parte vengo.
Este ramo que te traigo
de varias flores cubierto,
hoy contra Circe será
trïaca de sus venenos.
Toca con él sus hechizos: (Deja caer un ramillete.)
desvaneceranse luego
como al amor no te rindas.
Que con avisarte desto
ya la obedezco; y batiendo
las alas rompo los vientos.
TODA LA MÚSICA:
Y batiendo las alas rompo los vientos. (Desaparece con chirimías el arco y la ninfa.)
ULISES:
Hermoso aliento de Juno,
no desvanezcas tan presto
tanto aparato de estrellas,
tanta pompa de luceros.
Espera, detente, aguarda
que te sacrifique el pecho
estas lágrimas, que lleves
en señal de rendimiento.
CLARÍN:
Ya las esparcidas luces
va doblando y recogiendo
hasta perderse de vista
por las campañas del viento
ULISES:
Ya no hay que temer de Circe
los encantos, pues ya veo
tan de mi parte los hados,
tan en mi favor los cielos.
A sus palacios me guía;
verasme vencer en ellos
sus hechizos y librar
a todos mis compañeros.
ANTISTES:
No es menester que te guíe
a sus ojos; que ella, haciendo
salva a tus peligros, sale
al son de mil instrumentos. (Sale CIRCE, ASTREA, LIBIA, CASIMIRA, TISBE, CLORI y todas las músicas y músicos. Trae ASTREA un vaso y salva, y LIBIA una toalla, y cantan.)
MÚSICA:
En hora dichosa venga
a los palacios de Circe
el siempre invencible griego,
el nunca vencible Ulises.
CIRCE:
En hora dichosa venga
hoy a este palacio hermoso
el griego más generoso
que vio el sol, donde prevenga
blando albergue y donde tenga
dulce hospedaje; y atento
a sus fortunas, contento
pueda en la tierra triunfar
de la cólera del mar
y de la saña del viento.
CIRCE:
Felice, pues, fuese el día
que estos piélagos sulcó;
felice fuese el que halló
abrigo en la patria mía;
y felice la osadía
con que ya vencer presuma
en tranquila paz, en suma
felicidad inmortal,
ese monstruo de cristal
siempre escamado de espuma.
Que yo, al cielo agradecida
pues ya mis venturas sé,
de tanto huésped daré
parabienes a mi vida.
Y así, a tus plantas rendida
con aplausos diferentes,
vengo a recibir tus gentes
hurtando en ecos süaves
las cláusulas de las aves,
los compases a las fuentes.
Y porque al que el mar vivió
lo que más en él le obliga
a sentir es la fatiga
de la sed que padeció
(¡quién sed en tanta agua vio!),
a traerte aquí se atreven
los aplausos que me mueven,
en señal de cuán piadoso
es mi afecto, el generoso
néctar que los dioses beben.
Bebe y sin pavor ninguno
brinda la gran majestad
de Júpiter, la beldad
de Venus, ciencias de Juno,
de Marte armas, de Neptuno
ondas, de Dïana honor,
flores de Flora, esplendor
de Apolo y, por varios modos,
porque en uno asisten todos,
bebe y brinda al dios de Amor.
ULISES:
Bellísima cazadora
que en este opaco horizonte,
siendo noche todo el monte,
todo el monte haces aurora,
pues no amaneció hasta ahora
que te vi la luz en él:
rendido admite, y fïel,
un peregrino del mar
que halló piadoso al pesar,
que halló a la dicha crüel.
Esa nave derrotada
que con tanta sed anhela,
pez que por las ondas vuela,
ave que en los aires nada,
a tu deidad consagrada
víctima ya sin ejemplo
de tus aras la contemplo,
pues aquí se ha de quedar
por trofeo de tu altar,
por despojo de tu templo.
El néctar con que has brindado
mi feliz venida aceto (Llegan ASTREA y LIBIA.)
aunque temor y respeto
me han suspendido y turbado,
tanto que, de recatado,
no me atrevo a tus favores
sin que otros labios mejores
lisonjeen tus agravios;
y así, antes que con los labios,
haré la salva con flores.
(Moja el ramillete y sale fuego del vaso.)
ASTREA:
¡En fuego el agua encendió!
LIBIA:
¡Qué es lo que mis ojos ven!
CIRCE:
¿Quién, cielos airados, quién,
más ha sabido que yo?
ULISES:
Quien tus encantos venció
deidad superior ha sido;
y pues a tiempo ha venido
que a tantos vengar espero,
verás, mágica, este acero
en tu púrpura teñido.
CIRCE:
Aunque llego a merecer
la muerte, es bien que te asombre;
que no es vitoria de un hombre
el matar una mujer.
Valor tan hecho a vencer,
no ha de ser, no, mi homicida.
Rendida tienes mi vida:
luego de tu acero hoy
dos veces segura estoy,
por mujer y por rendida.
ULISES:
Por rendida y por mujer
darte la muerte no quiero.
Vida tienes, mas primero
que en la vaina vuelva a ver
la cuchilla, has de traer
mis compañeros aquí.
CIRCE:
Eso y más haré por ti.
Oíd, racionales fieras,
en vuestras formas primeras
trocad las formas que os di. (Salen cada uno de por sí.)
TIMANTES:
¿Qué es lo que me ha sucedido
este rato que he soñado?
POLIDORO:
En un león transformado
mi letargo me ha tenido.
FLORO:
¿Qué ajeno de mi sentido
me ha usurpado un frenesí?
ARQUELAO:
¡Gracias a Dios que te vi,
oh campo azul cristalino!
LEBREL:
Vive Dios que fui un cochino
y aún me soy lo que me fui.
CIRCE:
Ya libres tus gentes ves.
ULISES:
Y ya aquí no hay que esperar:
¡alto, amigos, a embarcar!
TIMANTES:
A todos nos da tus pies
por esta ventura.
CIRCE:
Pues
tan seguro estás de mí,
no te ausentes, no, de aquí
sin que llegue a saber yo
más despacio quién venció
mis encantos.
ULISES:
Oye.
CIRCE:
Di.
ULISES:
Si caben tantos sucesos
en el coro de unas voces:
la fértil Grecia es mi patria
y Ulises mi propio nombre.
Aunque inclinado a las letras,
militares escuadrones
seguí, que en mí se admiraron
espada y pluma conformes.
Cerqué a Troya y rendí a Troya,
no me permitas que torne
a la memoria sus ruinas;
basta que Venus las llore.
Heredero de las armas
de Aquiles fui, porque logren,
si dueño no tan valiente,
dueño a lo menos tan noble.
Al mar me entregué pensando
volver a mi patria, donde
trocara el bélico estruendo
a regalados favores.
Engañome mi esperanza,
mintiome mi amor, burlome
mi deseo. ¡Oh cuánto fácil
su dicha imagina el hombre!
Venus, del griego ofendida,
mis venturas descompone;
que es, aunque diosa, mujer
en quien duran los rencores.
ULISES:
La cárcel abrió a los vientos,
para mi agravio, veloces;
que para mis esperanzas
aun fueran los vientos torpes.
Ellos, que airados embisten,
la fértil armada rompen,
y yo, turbado, perdí
con la confusión el norte.
Huésped viví de Neptuno
seis años, y por salobres
campañas de agua sospecho
que he dado una vuelta al orbe.
Entre Caribdis y Escila
me vi, y a las dulces voces
del golfo de las sirenas
basilisco fui de bronce.
Llegué al pie del Lilibeo,
ese gigante que opone
al cielo sus puntas siendo
excelsa pira de flores,
donde fui de Polifemo
mísero cautivo, y donde
con su muerte rescaté
mi vida de sus prisiones,
el trágico fin vengando
de Acis, generoso joven,
y la hermosa Galatea,
hija de Tetis y Doris,
que, lágrimas de un peñasco,
al mar en dos fuentes corren,
cuando... Mas deber no quiero
tan poco a hazaña tan noble
que la desluzga en contarla
presumiendo que la ignores;
basta decir que, seguro
de sus castigos atroces,
tuvimos por agradables
de los vientos los rigores;
porque tan airados fueron
que nos trajeron adonde
el riesgo de una mujer
venciese al horror de un hombre,
pues venimos donde tú
mágicas transformaciones
usas: llorando lo digan
esas fieras y esos robles.
ULISES:
Y así, pues tan generosas
deidades más superiores
me aseguran, volveré,
huyendo de tus rigores,
a quebrantar los cristales
dese piélago que sobre
sus espaldas tantos años
huésped me admitió. Descoge,
¡oh surto delfín que vuelas,
varado neblí que corres!,
las alas porque otra vez
la plata del agua cortes,
o con la quilla la rices
o con el buco la entorches.
Torne, pues, al albedrío
de agua y mar la nave, y torne
a llevarme donde fuere
la voluntad de los dioses.
CIRCE:
Retórico griego, a quien
este escollo cristalino,
ese peñasco de nieve,
esa campaña de vidrio,
náufrago huésped le tuvo
tantos años: pues vencidos
los hados llegas trayendo
aquesas flores contigo,
que son antídoto hermoso,
que son conjuro divino
contra mortales venenos,
contra mágicos hechizos,
no tan presto a peinar vuelvas
al mar los cabellos rizos,
que canos y ajados son
hermosos con desaliño.
Deja descansar las ondas;
y ese bajel que al abrigo
de dos montes surto yace,
permite que, agradecido
a la piedad de los cielos,
de los hados al arbitrio,
blanda y no penosamente
bata las alas de lino
en tanto que te reparas
de aquel pasado peligro
que derrotado te trujo
a aquestos montes altivos.
CIRCE:
Y para que sepas cuánto
asombro es el que has vencido,
darte relación de mí
este instante solicito:
esa luminar antorcha
que desde su plaustro rico
el cielo ilumina a rayos,
el mundo describe a giros.
Ese planeta que corre
siempre hermoso, siempre vivo,
llevándose tras sí el día
fue el luciente padre mío.
Prima nací de Medea
en Tesalia, donde fuimos
asombro de sus estudios
y de sus ciencias prodigio;
porque enseñadas las dos
de un gran mágico, nos hizo
docto escándalo del mundo,
sabio portento del siglo;
que, en fin, las mujeres, cuando
tal vez aplicar se han visto
a las letras o a las armas,
los hombres han excedido;
y así, ellos envidiosos,
viendo nuestro ánimo invicto,
viendo agudo nuestro ingenio,
porque no fuera el dominio
todo nuestro, nos vedaron
las espadas y los libros.
CIRCE:
No te digo que estudié
con generoso motivo
Matemáticas, de quien
la Filosofía principio
fue; no te digo que al cielo
los dos movimientos mido,
natural y rapto, siendo
ambos a un tiempo continuos.
No te digo que del sol
los veloces cursos sigo
siendo cambiante cuaderno
de tornasoles y visos;
no que de la luna observo
los resplandores mendigos,
pues una dádiva suya
los hace pobres o ricos.
No te digo que los astros,
bien errantes o bien fijos,
en ese papel azul
son mis letras: solo digo
que esto, aunque es estudio noble,
fue para mi ingenio indigno,
pues pasando a más empeños
la ambición de mi albedrío,
el canto entiendo a las aves
y a las fieras los bramidos,
siendo para mí
agüeros o vaticinios.
CIRCE:
Cuantos pájaros al aire
vuelan, ramilletes vivos,
dando a entender que se llevan
la primavera consigo,
renglones son para mí
ni señalados, ni escritos.
La armonía de las flores
que en hermosos laberintos
parece que es natural
sé yo bien que es artificio,
pues son en planta en que el cielo
estampa raros avisos.
Por las rayas de la mano
la quiromancia examino
cuando, en ajadas arrugas
de la piel, el [fin] admiro
del hombre; la geomancia
en la tierra cuando escribo
mis caracteres en ella;
y en ella también consigo
la piromancia cuando
de su centro, de su abismo,
hago abrirse las entrañas
y abortar a mis gemidos
los difuntos que responden
de mi conjuro oprimidos.
Mas, ¿qué mucho, si al infierno
tal vez obediente he visto
temblar de mí, si tal vez
sus espíritus aflijo?
Pero, ¿para qué te canso?
Pero, ¿para qué repito
grandezas mías, si todas
en esta sola las cifro?
CIRCE:
Para que mejor pudiese
entregarme a mis desinios,
a Trinacria vine, donde,
en este apartado sitio
del Etna y del Lilibeo,
estos palacios fabrico,
deleitosas selvas fundo
y montes incultos finjo.
Aquí, pues, siendo bandida,
emperatriz de sus riscos,
la vida cobro en tributo
de todos los peregrinos
que, náufragos en el mar,
a la ley de su destino,
cerrado puerto de nieve,
osaron abrir caminos.
Y porque fuese mi imperio
más raro y más exquisito,
esas fieras y esos troncos
todos son vasallos míos;
que los troncos y las fieras
viven aquí con instinto,
pues árboles racionales
son hombres vegetativos.
CIRCE:
Esta soy, y con mirar
el sol a mi voz rendido,
la luna a mi acción atenta,
obediente a mi suspiro
toda la caterva hermosa
de los astros y los signos;
con saber que cuando quiero
el cielo empaño, que vibro
los rayos, que de las nubes
aborto piedra y granizo,
que hago estremecer los montes,
caducar los edificios,
titubear todo ese mar
y penetrar los abismos;
y, finalmente, trocarse
los hombres sin albedrío
en varias formas, teniendo
ya en las peñas obeliscos,
ya en las cortezas sepulcro
y ya en las grutas asilo:
hoy a tus plantas me postro,
hoy a tu valor me rindo
y como mujer te ruego,
como señora te pido,
como emperatriz te mando,
como sabia te suplico
no te ausentes hasta tanto
que hayas del hado vencido
el rigor con que te trajo
derrotado y perseguido
a inculcar aquestos mares.
CIRCE:
Quédate unos días conmigo;
verás trocado mi extremo
de riguroso en benigno
con el gusto que te hospedo,
con la atención que te sirvo,
siendo el Flegra desde hoy,
no ya fiero, no ya esquivo
hospedaje de Saturno
siempre en roja sangre tinto;
selva sí, de Amor y Venus,
deleitoso paraíso
donde sea todo gusto,
todo aplausos, todo alivios,
todo paz, todo descanso.
Y no quieras más indicio
de mi piedad que ser hoy
el primero que ha venido
a aquestos montes a quien
con algún afecto miro,
con algún agrado escucho,
con algún cuidado asisto,
con algún gusto deseo
y con toda el alma estimo.
ULISES:
No fuera Ulises si, ya
que a estos montes he venido,
la libertad no trujera
a cuantos aquí cautivos
tiene el encanto. Hoy seré
de aquesta esfinge el Edipo.
ANTISTES:
Señor, no de sus lisonjas
te creas, porque es fingido
su halago.
LEBREL:
Huyamos de aquí.
CIRCE:
¿Qué dices, Ulises?
ULISES:
Digo
que no pudiera ser noble
quien no fuese agradecido;
y que conmigo he de ser
cruel por ser cortés contigo.
CASIMIRA:
¡Ay de ti, porque no sabes
a lo que te has atrevido!
CIRCE:
Pídeme pues, en albricias,
una merced.
ULISES:
Solo pido
que estos dos árboles que hoy
a lástima me han movido
porque fue mi acero causa
de aumentarles su martirio,
en pago de aquesto, sean
a la luz restituidos.
CIRCE:
Este árbol, Flérida, una
divina hermosura ha sido,
dama mía y mi privanza;
rindió al amor su albedrío
enamorada de un joven,
Lisidas es su apellido,
heredero de Toscana
que, de ese mar peregrino,
salió a tierra; y porque osados
profanaron el retiro
de mi palacio, así yacen
en árboles convertidos.
Porque aunque yo fiera y monstruo
tan dada soy a los vicios,
solos delitos de amor
fueron para mí delitos;
tanto que, Arsidas, valiente
joven y príncipe invicto
de Trinacria, a cuyo imperio
estos montes tiranizo,
con saber que enamorado
de mi hermosura ha venido,
no ha merecido tener
más favor que volver vivo.
Pero ya que es la primera
cosa que tú me has pedido,
Flérida y Lisidas rompan
las prisiones que han tenido.
(Ábrense dos árboles y salen FLÉRIDA y LISIDAS.)
LISIDAS:
Torpe el discurso, atado el pensamiento,
la razón ciega, el ánimo oprimido,
sin uso el alma, el corazón rendido,
muda la voz y tímido el aliento.
Sin voluntad, memoria, entendimiento,
vivo cadáver deste tronco he sido.
Ya, pues, que me quitabas el sentido,
quitárasme también el sentimiento.
Si de amar, ¡ay de mí!, a Flérida bella
castigo fue esta forma, en vano quieres
que yo me olvide, porque vivo en ella.
Los troncos aman, luego mal infieres
que por ser tronco venceré mi estrella,
pues no la vences tú y más sabia eres.
FLÉRIDA:
Racional, vegetable y sensitiva
alma el cielo le dio al sujeto humano;
vegetable y sensible al bruto ufano,
al tronco y a la flor vegetativa.
Tres almas son; si de las dos me priva
tu voz porque amo a Lisidas, en vano
solicitas mi olvido, pues es llano
que, aun tronco, alma me dejas con que viva.
No de todo mi amor tendrá la palma
la parte en que has querido conservarme;
de aquella sí, que permitió esta calma.
Luego mudarme en tronco no es mudarme,
porque si no me quitas toda el alma,
todo el amor no has de poder quitarme.
CIRCE:
Agradeced vuestras vidas
al huésped que me ha venido
y vivid los dos seguros
por él ya de mis castigos,
como de vuestros amores
no deis el más leve indicio.
LISIDAS:
Siempre Ulises me tendrás
a tus pies agradecido.
FLÉRIDA:
Y siempre confesaré
que por cuenta tuya vivo.
CIRCE:
Pues porque empiecen a ser
desde hoy aplausos festivos,
todo el monte, todo el valle,
todo el mar y todo el sitio,
volved a cantar y todos
con él volved y con migo.
MÚSICA:
En hora dichosa venga
a los palacios de Circe
el rayo de los troyanos,
el discreto y fuerte Ulises.
En hora dichosa venga.
(Sale ARSIDAS.)
ARSIDAS:
No venga en hora dichosa
felice en desprecio mío,
ni el que fue sepulcro a tantos,
hoy a uno solo sea alivio.
Peligre en la tierra quien
por aquesos mares vino
en su sombra tropezando
de un peligro a otro peligro.
Ese acento armonioso
que le saluda benigno,
airado trueque en endechas
tristes, fúnebres caistros,
las cláusulas porque sean
de sus tragedias aviso;
que no es justo, no, que un griego
extranjero, advenedizo,
de tanto usado rigor
venga a mudar el estilo.
¿Desde cuándo, Circe bella,
con tanto aplauso festivo,
con tan alegre aparato,
tanto noble regocijo,
al forastero saludas,
recibes al peregrino,
sin que este mar o estas peñas
le sirvan de precipicio,
o ya convertido en fiera
o ya en árbol convertido
tenga en las peñas su estancia,
tenga en las grutas su asilo?
ARSIDAS:
Príncipe soy de Trinacria;
no derrotado y perdido
llegué a este puerto, pues vine
de más afectos traído,
porque aun aquesto también
debieses a mi albedrío;
que no quiso, no, él: solo
porque le fue fuerza quiso;
ni es sacrificio no siendo
voluntario el sacrificio.
Y en cuanto tiempo estos montes
por solo mirarte vivo,
no he debido a tu rigor,
ni a tu crueldad he debido,
una acción a quien me muestre
gustoso ni agradecido,
tanto que aún de tus encantos
libre estos campos asisto,
porque en tantos sentimientos
no me faltasen sentidos.
Pues dos hombres solamente
los que nos libramos fuimos,
Ulises y yo, porque
todo hoy en desprecio mío
resulte; pues, si los dos
nos reservamos, ha sido
Ulises para gozarlo
y Arsidas para sentirlo.
ULISES:
Si de mi dicha envidioso,
si de mi suerte ofendido...
CIRCE:
Calla Arsidas, si conoces
que la vida te permito,
porque es la mayor venganza
que tomo, como tú has dicho,
dejarte vivir teniendo
sentimientos y sentidos.
Quejarte de mí es decirme
que lo que busco consigo;
y así, porque tú te quejes,
yo la causa no te quito.
Cantad, cantad; y tú ven,
Ulises, al lado mío.
LEBREL:
[Aparte.]
No son muy malas las dos
Circecillas de a poquito.
No hay que volver a dar cartas,
que yo las tomo y no miro.
CIRCE:
[Aparte.]
Habíanme dicho que eran
los griegos, feos y esquivos;
y ni esquivos son, ni feos,
tanto como me habían dicho.
LISIDAS:
Gracias a Amor que otra vez
Flérida hermosa te miro.
FLÉRIDA:
Gracias Lisidas a Amor,
que otra vez a amarte vivo.
CIRCE:
[Aparte.]
Vencerale mi hermosura
pues mi ciencia no ha podido.
ULISES:
[Aparte.]
Libraré de aquesta fiera
a Trinacria si amor finjo.
ARSIDAS:
[Aparte.]
Solo celos me faltaban:
ya está todo el mal cumplido.
MÚSICA:
En hora dichosa venga
[a los palacios de Circe
el siempre invencible griego,
el nunca vencible Ulises.]