El mediodía
I
En la amena floresta
de un bosquecillo, se alza la espesura,
do el ardor de la siesta
se templa, do murmura
una de humilde vena fuente pura.
Allí, cuando subido
el sol a la mitad del alto cielo,
cuando más encendido
su ancho disco sin velo
el aire enciende y abochorna el suelo.
Del césped en la alfombra
suelo sentarme de frescor sediento;
un árbol me da sombra,
blanda música el viento
e ilusiones el vago pensamiento.
Allí, el sauce, agitando
su ramaje de plácida verdura
recrease mirando
su halagüeña hermosura
en el espejo de la fuente pura.
Copa el cedro elevada
esparce en la región do el viento mora:
parece levantada
mano abierta que implora
dulce rocío a la celeste aurora.
Y allí el de los amores
favorito gentil la frente umbrosa
levanta, y en las flores
derrama la amorosa
sombra que plugo a la más bella diosa.
Y en dulce compañía
otros árboles crecen allí unidos;
y allí la melodía
de mil vagos ruidos
el ánimo suspende y los sentidos.
II
¡Oh, cuán dulce es oír los rumores
de las hojas, del céfiro lira!
¡Oh, cuán dulce aspirar de las flores
la fragancia que el éxtasis inspira!
¡Oh, qué grato escuchar de la fuente
el suspiro que apenas murmura!
¡Oh, que dulce sentir su frescura!
¡Oh, que dulce sentir su frescura!
¡Y qué dulce y qué grato y qué hermoso,
entre aromas y paz y armonías,
no sentir el volar fatigoso,
no sentir el valor de los días!
¡Y dejar deslizarse serena
esta amarga, esta mísera vida,
como huye esa fuente en la arena,
en un sueño de paz adormida!
¡Y vivir sin que llegue al oído
a turbar el silencio profundo
de los hombres el vano ruido,
de ese mar que llamamos el mundo!...
¡Oh!, ¡si aquí, bella Cintia estuvieras,
si al aroma del aura tu aliento,
y tu voz amorosa añadieras
al murmullo del agua y del viento!
¡Si al matiz de estas flores juntaras
de tu labio el color purpurino;
si este bello jardín hermosearas
con tu rostro apacible y divino!...
¿Sacrificas la paz de tu alma
a esa vida de tristes pesares?
¿No apeteces del cuerpo la calma?
¿Te es tan grato el bullir de esos mares?...
Aquí todo es amor, todo amores:
Ama el árbol, el ave y la fuente;
aquí amar aconsejan las flores,
y lo enseña la tórtola ardiente.
Aquí habita el placer en las rosas,
do quier vaga un deleite sin nombre,
dice el céfiro aquí tales cosas,
que no dice la lengua del hombre...
III
¡Ven, Cintia, ven! A mi amoroso lado.
Aquí, solos los dos, sin más testigos
que las aves, los árboles y el prado,
silenciosos amigos
de secretos amores,
me amarás con más fe, con mayor fuego.
Huye el aliento de ese mundo impuro
que cuanto toca lo corrompe luego:
aquí tu corazón será tan puro
como este cielo es puro y son las flores...
Y tú, dejando aparte
esos adornos que inventara el arte
de necia vanidad, y engalanada
con la sencilla flor que la luz cría
del alba nacarada,
más hermosa serás que nunca fuiste.
El fastidio, el dolor, la duda triste:
eso el mundo te da; Naturaleza
te ofrece aquí la paz y la alegría
junto con la inocencia y la belleza...
IV
Mas, ¿a dónde me llevas
en tu blanda corriente, oh desvarío?...
¡No! tus alas no muevas,
oh, pensamiento mío,
a do has de hallar el desengaño impío.
Vuelve, vuelve a los senos
de este ameno recinto; libre gira
por ellos, que a lo menos
aquí nunca se mira
oculta la traición y la mentira.
Ve al prado, al cielo puro,
al solitario monte, al bosque umbroso
y volarás seguro;
mas nunca al borrascoso
mar de los hombres vayas ambicioso.
Porque allá el viento insano
de las pasiones mueve el desconcierto;
y buscarás en vano
allá tranquilo puerto:
aquí lo tienes más seguro y cierto.