El melancólico

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​El melancólico​ de Tirso de Molina
Personajes
Leonisa, pastora
Firela, pastora
Carlín,pastor
Rogerio,duque
El duque de Bretaña
Filipo, caballero
Enrique,conde
Clemencia,duquesa
Pinardo,viejo, padre de Rogerio
Ricardo
Músicos
Un paje



Acto I

Salen LEONISA y FIRELA, pastoras, con líos de ropa en las cabezas, y CARLÍN, pastor

FIRELA.

Carlín, déjanos aquí;
no seas siempre pelmazo.

CARLÍN.

Pues ¿qué importava un abrazo,
si ves cuál ando tras ti?

FIRELA.

¿Cuál andas?

CARLÍN.

Cual te dé Dios
la salud. Ando cual ves.

FIRELA.

¿Cuál andas?

CARLÍN.

Ando en dos pies,
porque andas tú en otros dos.

FIRELA.

En cuatro fuera mejor,
que eres un asno

CARLÍN.

Si tratas
de que ande, Firela, a gatas
a gatas anda el Amor,
que es niño, aunque canas tién.

LEONISA.

Déjanos ir a lavar,
que es tarde.

CARLÍN.

Pues no han de hablar.

LEONISA.

Déjale, Firela, y ven.

CARLÍN.

¡Válgame Dios! ¿También ella
rezonga? Pues venga acá.
¿Qué cuenta al cura dará
después, mi pastora bella,
si por no amarme me mata?

FIRELA.

¡Oh, qué pesado que estás!

CARLÍN.

El quinto, no matarás.
No matéis, Firela ingrata,
con desdén a las criaturas,
que tenéis, aunque gallarda,
mucho, Firela, de albarda
en esto de her mataduras.

FIRELA.

Mira que estamos cargadas
con los líos de la ropa.

CARLÍN.

Si no más de en eso topa,
¿hay son soltarlo, y sentadas
escuchar la arenga larga
de mi amor? Soltaldos--¡ea!--
que lo que el amor desea
es echarse con la carga.
Lejos está el lavadero
escuchad mis desvaríos,
y yo os llevaré los líos.

LEONISA.

Oye aqueste majadero,
porque la ropa nos lleve
y acabe ya de cansarte,
que tengo a solas que hablarte.

FIRELA.

Vaya.

CARLÍN.

Vaya.

FIRELA.

En breve.

CARLÍN.

En breve.
Mi burro y, yo...; no va bien,
que el burro no ha de ir delante.
Yo y mi burro...; ¡qué ignorante!
Cuantos a un borrico ven
cargado ¿no es cosa clara
que lleva al dueño tras sí
dándole de palos?

FIRELA.

Sí.

CARLÍN.

Pues llevando yo la vara
con que darle, cuesta arriba
y cuesta abajo, a compás,
llevándome a mí detrás,
el burro delante iba.

LEONISA.

¿Y eso importa para el cuento?

CARLÍN.

¡Válgame Dios! De aquí arguyo
que es bien darle lo que es suyo
también al pobre jumento.

FIRELA.

Pasa adelante.

CARLÍN.

¿Quién? ¿Yo?
Si adelante he de pasar,
no querrá el borrico andar
porque si detrás no vo
se me aleva al primer paso,
que es bestia de mucho tiento.

FIRELA.

Que pase adelante el cuento,
te digo.

CARLÍN.

Vamos al caso.
La borrica del barbero,
que venía del molino,
luego que a mi pollino,
no sé yo quien vio primero
a quién mi burro bajaba,
y, la borrica sobía;
la vista el burro ponía
en cada paso que daba.
La burra, al sobir la cuesta,
no le debió de mirar,
porque nunca suele alzar
los ojos, que es muy honesta.

LEONISA.

Acaba ya.

CARLÍN.

No se aburra;
mas diga, cuando se ven,
¿quién mira primero a quién,
amándose, el burro o burra?

FIRELA.

Ambos a dos, si en tal caso
es igual la voluntad.

CARLÍN.

¡Por Dios que decís verdad!
Así hué. vamos al caso.
El burro, como se pica
de cortesano, al pasar,
a la burra hizo lugar;
mas díjole la borrica,
"No pasaré, ciertamente;
pase vuesa borriquencia."
Dijo él, "No haré en mi conciencia."
Yo, que estaba ya impaciente,
alzando la vara y voz,
le di un palo entre las cejas;
y ella alzando las orejas,
le dio al borrico una coz
tal, que ha menester braguero,
porque está el pobre quebrado.
El alcalde ha sentenciado
que la burra del barbero,
si mi burro lo consiente,
con él tién de desposarse,
porque el dar coz es casarse
por palabras de presente.
Mas yo por eso no paso.

FIRELA.

Pues eso ¿qué tién que ver,
bestia, con darme a entender
el tu amor?

CARLÍN.

Vamos al caso.
El dar coces, ¿no es, Firela,
querer desposarse dos?
Dadme, pues, una coz vos,
con botín o con chinela;
cuésteme una quebradura,
aunque os estará a vos mal,
que con esto no habrá tal
como ahorrar de baile y cura;
pues si por plieto se saca,
venirnos los dos a ser
tan marido y, tan mujer
como Adán y doña Urraca.
Y porque no es para más
yo voy a buscar amigos,
de este concierto testigos,
porque no os volváis atrás,
los líos que os prometí
llevo a la huente veloz;
mas mirad dó dais la coz,
no os quejéis después de mí.

Vase CARLÍN con los líos

LEONISA.

Es un tonto; déjale;
no hagas caso de él, Firela,
que cosas de más caudal
te quieren decir mis quejas.
Ese Rogerio, aquese hombre
que tiene el alma de piedra
en cuerpo de hueso y carne,
descuidado me desvela.
Ése, que todo lo sabe,
y haciendo del campo escuelas,
le llaman Fénix los sabios
en las armas y en las letras,
desdeñoso, presumido,
con saber todas las ciencias,
ignora las del amor,
que son las que el alma precia.
Bien sabes tú, mi pastor,
que me da nombre esta sierra
verdadero, de crüel,
si mentiroso, de bella.
Aunque entre frisa y sayal
nací, serrana grosera,
en cuerpo humilde y villano
aposento un alma reina.
Caudalosos ganaderos
juran--podrá ser que mientan--
que el alma les tiranizo
cautiva de sus potencias.
¿Qué abril de la juventud
no me ofrece, si no pecha
entre esquilmos de intereses
tributos de gentilezas?
¿Qué tálamos de deseos
no son túmulos que enseñan
de desdenes homicidas
esperanzas ya funestas?
¿Qué tronco no es ya letrado
a puras cifras y empresas,
libros de la voluntad,
del sencillo amor imprentas?
¿Hay fuente que no murmure
mi rigurosa aspereza?
¿Prado que no me retrate?
¿Eco que no me dé quejas?
Pues a todos soy ingrata.
Sólo agradecida, necia
a un hombre sabio, ignorante,
que enamorando atormenta.

FIRELA.

Rogerio, Leonisa mía,
que en tantas cosas diversas
se ocupa, no da al Amor,
ociosa deidad, licencia.
Es padre suyo Pinardo,
y sucede en la herencia
de estas fértiles montañas,
que rústicos pueblos cercan.
Tenémosle por señor,
y como tal le respetan
los frutos de aquestos valles,
que siempre le pagan renta.
No querrá humillar el alma
a pastoriles bellezas,
que entre sayales vasallos
se ensoberbece la seda.
Hale enseñado su padre
todas sus armas y ciencias
porque le herede su ingenio
como el estado le hereda.
Las letras, según el cura,
causan al sabio soberbia.
Sabio es Rogerio; ¿qué mucho,
si lo es, que se ensoberbezca?
Tú, si bien la más hermosa,
eres hija de una aldea,
pajiza choza tu casa
y tu dote cien ovejas.
A la sombra de las canas
que obediente reverencias,
mil aldeanas te envidian,
mil zagales te desean.
¿Qué abril hay que en flor y en rama
no te entapice la puerta?
¿Qué Mayo en gigantes mayos
que a tu puerta no amanezca?
Quiere a quien te quiere bien,
e imposibles locos deja,
que del brocado y sayal
nunca se hizo buena mezcla.

LEONISA.

Eso díselo tú al alma;
verás, amiga Firela,
qué de cosas te responde
en mi abono y su defensa.
¿Él amor no es fuego?

FIRELA.

Sí.

LEONISA.

¿Y éste, por naturaleza,
no sube lo más arriba
que es posible hasta su esfera?

FIRELA.

Así será , pues que tu
lo afirmas que eres discreta.

LEONISA.

¿Pues qué importa que esté el fuego
cebado en la tosca leña
o en la despreciada paja?
¿Por eso es razón que pierda
su inclinación generosa
y que el subir no apetezca?
Pues ¿qué importa que mi amor
cebado en alma grosera,
humilde sujeto abrace,
si experimento en mí mesma
que a pesar de mi ser tosco,
subir al valor intenta
de Rogerio, noble y rico,
que es centro donde sosiega?
Todas las almas, amiga,
son iguales. La materia
de los cuerpos solamente
hacen esa diferencia.
Alma noble me dio el cielo.
No te espantes si con ella
el amor, fuego con alas,
intenta subir y vuela.
A Rogerio he de adorar.

FIRELA.

Basta, que estás bachillera,
después que en Rogerio sabio
tus esperanzas alientas.
Vamos a lavar agora,
por ver si en la fuente templas
ardores tan desiguales.

LEONISA.

No hayas tú miedo que pueda,
que es poca el agua del mar.

FIRELA.

Los serranos que desdeñas,
¿qué han de hacer, si no los amas?

LEONISA.

Que pues padezco, padezcan.

Vanse. Salen ROGERIO, galán, y PINARDO

PINARDO.

Ya no tengo qué enseñarte.
En la esgrima tu destreza,
junto con tu fortaleza,
retratan en ti otro Marte;
la pintura verá su arte
eternizada por ti;
las liciones que te di
en la música, maestro
te han de llamar del más diestro,
cifrándole Apolo en ti.
Sútil dialéctico estás;
docto en la filosofía;
sabes de la astrología
lo que es lícito y no más.
Metafísica podrás
enseñar a quien la enseña;
y aunque una parte pequeña
sabes de la arquitectura,
por ti Vitrubio asegura
el renombre que en ti empeña.
Versos haces extremados,
los que para un cuerdo bastan;
que los que a resmas los gastan
no están ya bien opinados.
Los términos no excusados
de la corte, en que publiques,
cuando al palacio te apliques,
lisonjas, estudiado has.
No falta, Rogerio, más
de que cuerdo los platiques.

ROGERIO.

Si al padre se debe el ser,
y al maestro el ser de hombre,
y en ti de uno y otro el nombre,
señor, te llego a deber,
¿cómo podré agradecer
el doble ser que te debo?
Por padre, a darte me atrevo
gracias de eternos loores,
mas por maestro, mayores,
pues que me engendras de nuevo.
Dichoso yo, que traslado
vengo a ser de original
como el sol universal
de tanta ciencia adornado.
Mil cosas me has enseñado,
que, como dices, quisiera
que alarde de ellas hiciera
mi estudio, y tu nombre claro;
que encierra el oro el avaro,
y el noble le ostenta fuera.
¿Qué aguardas, padre, en llevarme
a la corte?

PINARDO.

Aun falta más;
que puesto que docto estás
en todo, y puedes honrarme,
temo desacreditarme
por otra parte.

ROGERIO.

¿En qué modo,
si a tu gusto me acomodo?

PINARDO.

Aunque tan sabio te siento,
voluntad y entendimiento
componen un hombre todo.
Y puesto que sea verdad
que al entendimiento debes
las letras con que te atreves
a cualquiera facultad,
no sé que la voluntad
en hombre te constituya,
pues es tan seca la tuya,
que muestras por experiencia
que te falta esta potencia
porque tu ser te destruya
tu juventud tan florida.
Cuando estímulos de amor,
desde el rey hasta el pastor,
dan a sus incendios vida,
tú, que imagen esculpida
de bronce debes de ser,
¿has podido defender
de apacibles tiranías
el alma, si en piedras frías
se puede amor encender?
¡No te viera yo siquiera
--no digo amar--mas gustar
de ser visto y de mirar
alguna cara hechicera!
¡Alguna vez no te viera
hurtar del estudio ratos,
y en los hermosos retratos,
del cielo de amor despojos,
tal vez descuidar los ojos,
que ya blasonan de ingratos!
¿Cómo podré yo atreverme
que vaya a la corte un hombre
--si es que merece este nombre--
quien entre las llamas duerme?
Voluntad que allá no enferme,
no es cortés, esto es verdad;
ni es bien que en tu sequedad
lleves, por hacerme agravio,
un entendimiento sabio
y una idiota voluntad.

ROGERIO.

Aquí, señor, no hay sujeto
en que lograr esperanzas,
ni entre groseras labranzas
mi amor halla igual objeto.
Si me tienes por discreto,
y amor es similitud
¿por qué culpas la quietud
que en mi libertad desprecias?
¿Es bien que serranas necias
malogren mi juventud?
Viva el alma libre y franca,
pues en su estudio me alegra.

PINARDO.

Ensayar la espada negra
suele hacer diestra a la blanca.
Nunca tras el toro arranca
quien no ensayó su valor
en el novillo menor;
y un discreto, si lo ignoras,
llamaba a las labradoras,
espadas negras de amor.
Si el filósofo admirable
llamó animal racional
al hombre, Platón, su igual,
le llama animal sociable.
El que no es comunicable
no es hombre, según Platón,
y siguiendo su opinión,
te hará tanta sequedad
bruto por la voluntad,
aunque hombre por la razón.
Si ver la corte pretendes,
como aprendiste a saber,
también aprende a querer,
que en verte un mármol me ofendes.
Ama del modo que entiendes
más apacible y humano,
porque en el palacio, es llano
que gradúa el menosprecio
al más docto por más necio,
si es sabio y y es cortesano.

Vase PINARDO

ROGERIO.

Entre el amor y el desdén,
mal la ciencia se conserva,
porque Venus y Minerva
jamás se llevaron bien.
Ojos que hermosuras ven
contra pasiones confusas,
no hallan a su daño excusas,
pues su ocupación distinta,
deshonesta a Venus pinta
y vírgenes a las Musas

Sale CARLÍN, que aparece mojado y lleno de jabonaduras

CARLÍN.

¡Ay, cuál vengo! Amor, no más.
¡Huego de Dios en tal dios!
Yo me acordaré de vos.

ROGERIO.

Pues Carlín ¿a dónde vas?

CARLÍN.

¡Ay, nuesamo el mozo! A echarme
catorce bizmas.

ROGERIO.

¿Caíste?

CARLÍN.

En la cuenta o en el chiste.
¿De Amor, podréis escucharme
cuatro gruesas de razones?

ROGERIO.

¡Qué tales ellas serán!

CARLÍN.

Y dichas. Pues fama os dan
que sabéis por seis salmones,
¿una traza no podréis
darme, con que de Firela,
que es tramposa y me desvela
si no me ama, me venguéis?

ROGERIO.

¿Yo?

CARLÍN.

Porque no me reproche.

ROGERIO.

De Amor no sé jugar treta.

CARLÍN.

Pues yo conozco poeta
que compra trazas de noche.

ROGERIO.

¿Qué te ha sucedido?

CARLÍN.

Estaba
en la huente, gorda y lucia
lavando, que lo que ensucia
mi amor, Firela lo lava.
Parlaban las compañeras,
--que todas nuestras serranas,
por lo que tienen de ranas,
en el agua son parleras--
y dábanle con los mazos
en la ropa, que el regalo
que dan es jabón de palo,
arremangados los brazos.
Yo, que topé la ocasión,
lleguéme a Firela y dije,
"Mi amor, que es niño y me afrige,
debe de ser pañalón,
porque tal vez huele mal
cuando triste a casa vuelvo,
y el alma donde le envuelvo
hace oficio de pañal.
Cerapez tién, ¿qué os espanta?
lavádmela si os molesta,
que quien con niños se acuesta,
ya vos veis cual se levanta."
"Que mos prace," respondieron
todas, asiendo los mazos...
¡Pardiós! que a puros porrazos
las costillas me molieron.
Pegaban con tanta acucia,
que de miedo el alma helada
creyendo salir lavada,
o suda, o vuelve más sucia.
y a no llegar cortesanos
con el duque en compañía,
llenas de volatería
como los cascos, las manos,
cazando, daban los mazos
en la huesa con Carlín;
que ropa de mazo, en fin,
muere moza hecha pedazos.
Dadme algún remedio vos

ROGERIO.

¿El Duque ha salido a caza?

CARLÍN.

A volar una picaza.

ROGERIO.

¿Aquí cerca?

CARLÍN.

Sí, por Dios;
y si no se me trabuca
el meollo, una mujer
machorra, que debe ser,
pues va a caballo, la duca.

ROGERIO.

No hay tal entretenimiento
cual la caza para mí.
Voile a ver.

CARLÍN.

Y yo, que ahí
batanada el alma siento,
echarme cien bizmas trazo.
Para el enfermo de amor,
Firela es lindo doctor,
que le cura con un mazo.

Vanse los dos. Salen el Conde ENRIQUE y CLEMENCIA, ambos bizarros, de caza

ENRIQUE.

Mientras el duque caza,
y en ejercicios nobles se embaraza,
oye, Clemencia mía,
desvelos de mi ciega fantasía.
Darás, árbitro juez, en ellos traza
de mi vida o mi muerte.
Veniste de Borgoña
a darle a él la mano, a mí ponzoña,
y siendo su sobrina,
hacerte esposa suya determina;
mas la llama por tierna, en mí bisoña,
hechizo de mis ojos,
si en él engendra gustos, en mí enojos.
Sobrino y heredero
soy suyo, y de sus deudos el primero.
Su vida es imposible
que dilate más tiempo el infalible
censo fatal, que en vasallaje fiero,
a la tirana ingrata
tributa el mozo en oro, el viejo en plata.

CLEMENCIA.

¿Qué sacas de todo eso?

Sale el DUQUE, oculto

DUQUE

Aparte
(Es vieja la sospecha, Amor sin seso,
y Enrique con Clemencia,
creciendo celos, menguan mi paciencia.
Yo soy viejo, ella moza, y él travieso;
tras ellos mi sospecha
me trae, que amor con celos, siempre acecha.)

ENRIQUE.

Si al duque al fin heredo,
y en verde mocedad, Clemencia, puedo
en tálamos iguales
amarte esposo y remediar mis males,
¿cuánto mejor te está gozar sin miedo
de caducos engaños,
florida juventud que helados años?
No ofendas tal tesoro,
ni con fallida plata mezcles oro
de preciosos quilates,
pues cuando al ciego Amor coyundas ates,
si bien te quiere el duque, yo te adoro,
ni tan hermoso espejo
niegue objetos a un mozo por un viejo.

DUQUE

Aparte
(¡Oh, amante lisonjero!,
no serás, si yo puedo, mi heredero;
que no es bien me suceda
deudo que en vida lo mejor me hereda.
Hijo tengo, retrato verdadero,
que a quien es corresponde.
Pero veamos lo que dice al conde.)

CLEMENCIA.

Enrique, en la tutela
del duque, que en amarme se desvela,
quedé desde la cuna,
muertos mis padres; y en igual fortuna,
el tiempo de mi edad, que joven vuela,
conoce satisfecho
la poca falta que con él me han hecho.
Duquesa me obedece
Orliens estado real; si me apetece
mi tío, el de Bretaña;
y el fuego de mi amor la nieve engaña,
que este hechicero amor rejuvenece,
no sé que el gusto mío
admita ver esposo a quien ve tío.
Ataja tú esos daños
y persüade sus nestóreos años;
que yo que le obedezco,
no amante, padre sí, la mano ofrezco,
a quien, cuando consulte desengaños,
el Duque me dedique.

ENRIQUE.

Espera.

CLEMENCIA.

Harto os he dicho, conde Enrique.

Vase CLEMENCIA

ENRIQUE.

Harto, y tanto, que dudo
si estoy despierto o sueño. Dios desnudo,
pues que rapaz te llamas,
destierren canas tus sabrosas llamas,
que tu reino jamás sufrirlas pudo.
Al Duque desengaña.
Dame a Clemencia, Amor, dame a Bretaña.

Vase ENRIQUE

DUQUE.

Ni a Bretaña, ni a Clemencia,
que tengo ya sucesor.
¡Menos impulsos, mi amor;
y mis canas, más prudencia!
La Duquesa ha dicho bien;
no dice mi senectud
con la verde juventud
que en su edad mis ojos ven.
Sucesores deseaba
que legítimos en ella
me heredasen, mas la estrella
que en Rogerio Francia alaba,
me inclina a que de Bretaña
el ducado ilustre herede,
y el conde Enrique se quede
con la opinión que le engaña.
Hijo es mío natural
mi Rogerio, y la prudencia
que hace a mi amor resistencia
le dará mujer igual.

Vase el DUQUE. Salen PINARDO y ROGERIO

ROGERIO.

Ya he vuelto por la opinión
que perdió mi voluntad
por seca y sin afición;
ya, señor, la autoridad
y sentencia de Platón
puede definirme en hombre;
pues si es animal sociable,
porque en ti el amor te asombre,
una belleza agradable
me ha honrado con este nombre.
Ya estoy tan enamorado
que no sé si vivo en mí.

PINARDO.

¿Tan presto?

ROGERIO.

Es precipitado
amor. Vine, vi y perdí
la libertad, no el cuidado.
Ya juzgaré por mejor
potencia la voluntad
que el entendimiento. Amor,
de su noble facultad,
hoy me ha hecho profesor.
Desde hoy cursaré su escuela.

PINARDO.

Rogerio, perdido estás.

ROGERIO.

Amor, como es ave y vuela,
llegó presto. Oye, y sabrás
la causa que me desvela.
La caza, ocupación que al noble muestra
del trato militar cifras y sumas,
al duque trajo a la comarca nuestra,
que yo solía gozar, porque presumas
que el ver servir al viento de palestra
a escaramuzas de enemigas sumas,
mi natural inclina venturoso,
en ser símil del tuyo generoso.
Emboscóse, perdíle, y a la fuente
del arrayán, guïando amor mi paso,
la humildad contemplaba de su oriente,
la soberbia, ya río, de su ocaso,
cuando vagando Amor por su corriente,
corrida su deidad del poco caso
que hacía de sus llamas mi sosiego,
rayos de agua forjó, si antes de fuego.
Una serrana, entre otras lavanderas,
cristales con cristales afrentaba
lavando linos y aumentando esferas
en círculos de plata, que acendraba.
Espejos eran todos, donde vieras,
que el sol con sus reflejos retrataba,
no ciego, lince sí, bellos despojos,
dando ojos a la ropa y a Amor ojos.
Ésta es vasalla nuestra, ésta es Leonísa
de libres presunciones vengadora,
que flores crece cuando flores pisa,
perlas produce cuando perlas llora.
Pagaba el agua en sucesiva risa
contactos suyos, más murmuradora
que otras veces, que en ver que no podía
cursos parar, corriendo se corría.
Presas madejas, no de las que a Febo
peina el Aurora, que ésas son de oro,
e ébano sí, que estima el uso nuevo,
cabellos negros, no rubio tesoro,
en un jardín de red, cárcel que apruebo,
si es bien tener en la prisión que adoro
grillos de voluntades, que traviesos,
más almas prenden, cuando están más presos.
Blanca gorguera, abierta lechuguilla,
guarnecida de puntas, mejor flechas
que entre limpia camisa, maravilla
será si ves sus pechos, y no pechas.
Ribeteado sayuelo de palmilla
verde en color, azul en mis sospechas,
mangas presas al hombro, cuyo lino
humano fue esta vez con lo divino.
Gozaba el agua lo demás que callo,
puesto que bien pudiera por viriles,
cuando no distinguirlo, penetrallo.
Los ojos del amor, Argos sutiles
de mi vasalla, en fin, siendo vasallo,
criminales deseos, en civiles
ejercicios, de estudios ocupados,
a nuevo amor dan ya nuevos cuidados.
No sé lo que le dije, divertido;
mas sé que respondiéndome agradable,
mudó palabras al mayor sentido,
si Amor ciego, por ojos es bien que hable.
Tus consejos, señor, he ya cumplido;
hombre soy con Platón comunicable.
No dirás, si intratable daba nota,
que ya me agravia voluntad idiota.

PINARDO.

Ni tanto, hijo, ni tan poco;
ni en amar tan descuidado,
ni de suerte enamorado,
que de libre des en loco.
De dos extremos contrarios
un medio se perficiona;
la sequedad te ocasiona
a efectos extraordinarios,
y el amor que ahora adquieres
en cosa tan desigual,
de tu noble natural
te ha de hacer que degeneres,
a todo pondrás remedio
si ves, que para querer,
el cuerdo no ha de escoger
por fin lo que sólo es medio.
Quita tú de aquese amor
lo supérfluo, y quedará
en buen punto.

ROGERIO.

No será
posible eso ya, señor.
La memoria, que por tarda,
con dificultad aprehende,
lo que difícil entiende,
sin olvidarlo lo guarda.
Yo, que en la memoria tengo
esta vez la voluntad,
si puse dificultad
en amar, y ya prevengo,
prenda, en que mi gusto viva,
al ángel he de imitar
en no saber olvidar,
porque eterno en ella viva.

PINARDO.

¿Hay mudanza semejante?

Sale CARLÍN

CARLÍN.

Nuesamo, los dos duquesos,
con pájaros y sabuesos,
están en casa.

PINARDO.

¡Ignorante!

CARLÍN.

¿qué dices? Que en casa están
los dos ducos, hembra y macho.
¿Pensará que esto borracho?
Pues ya llegan al zaguán.

PINARDO.

¡Válgame el cielo! salgamos
a recebirlos.

CARLÍN.

¡Verá!
De rondón se entran acá.
Boda hay hoy. Cena esperamos.

Salen por una puerta el DUQUE, CLEMENCIA y ENRIQUE. Por otra, LEONISA y FIRELA, con líos llenos de flores y MÚSICOS, con vestimenta de labradores

MÚSICOS.

Que el clavel y la rosa
¿cuál era más hermosa?

UNO.

El clavel, lindo en color,
y la rosa toda amor;
el jazmín de honesto, olor,
la azucena religiosa.

MÚSICOS.

¿Cuál es la más hermosa?

UNO.

La violeta enamorada,
la retama encaramada,
la madreselva mezclada,
la flor de lino celosa.

MÚSICOS.

¿Cuál es más hermosa?
Que el clavel y la rosa,
¿cuál era más hermosa?

PINARDO.

Mucho debe, gran señor,
a vuestra casa esta quinta,
pues por ella aquesta vez
para honrarnos, la visita.

DUQUE.

¡Oh, Pinardo! Ya que a vos
de nuestra corte os retira,
la quietud de aquestos campos,
envidiando vuestra vida,
pues no me veis, vengo a veros.

LEONISA.

Rogerio, Firela mía,
a pesar de resistencias,
a mi amor añade dichas.
Como te digo, es mi amante.
¿No ves el alma en su vista
con más ojos que pestañas,
porque sus penas me digan?

FIRELA.

¡Qué no podrán los hechizos
de tu gracia, Leonisa!
Pues las llamas de tu amor
has cebado en agua fría.

DUQUE.

Si tenéis tales serranas,
Pinardo, no es maravilla
que olvidéis telas de corte
por aldeanas palmilias.
¡Qué curiosas lavanderas!

LEONISA.

A lo menos, señor, limpias,
libres de los badulaques
que allá a las damas empringan.

ROGERIO

Aparte
(¡Ay, serrana de mis ojos!
¡Qué bien dices! ¡Qué bien pintas
la diferencia que al arte
hacen bellezas sencillas!)

CARLÍN.

Lavan la ropa de casa,
señor, Firela y Leonisa,
y hay pastor que les da a vueltas
el alma de las camisas.
Pero hay mazo lavandero
que desmenuza costillas
y batana enamorados
mis espaldas se lo digan.

DUQUE.

¿Qué os parece, mi Clemencia,
las lavanderas?

CLEMENCIA.

Que obligan
a su alabanza los ojos
y las almas a su envidia.

CARLÍN.

¡Oh! pues si lavar las viera
un menudo con sus tripas
y henchir de sangre y cebolla
un obispillo sin mitra,
yo sé, por más que es duqueso,
que, sin buscar gollorías,
a la comida y la cena
no pidiera sin morcillas.

PINARDO.

Rústico, apártate allá.

DUQUE.

Dejalde, por vida mía,
que tiene donaire extraño.

CARLÍN.

Principalmente esta niña,
que ahorra de suerte el agua,
que hizo un vientre el otro día
sin gastar más de un caldero.
¡Mirad si es barata y limpia!

DUQUE.

¿Este mancebo quién es?

PINARDO.

Mi hijo, y en quien se cifra,
gran señor mi sangre y casa.

CARLÍN.

Perdiósele el otro día,
señor, la escofieta al cura;
que hay quien dice que tién tiña,
y con Firela cenando,
la halló dentro una morcilla.

ROGERIO.

Deme los pies, vuestra alteza.

DUQUE

Aparte
(¡Cielos! ¿No fuera injusticia
a tal presencia negarle
mi sucesión, siendo digna
de la corona de Francia?
Mi hijo es, y imagen misma
de la prenda milagrosa
que en el cielo estrellas pisa.
Alzad. ¿Cómo es vuestro nombre?

ROGERIO.

Gran señor, Rogerio.

DUQUE

Aparte
(Admita
Bretaña por su señor
tan heroica gallardía,
que Enrique no lo ha de ser.)

ROGERIO

Aparte
(Suspenso el Duque me mira.)

DUQUE

Aparte
(Pues no ha de heredarme en muerte
quien piensa heredarme en vida.)
Pinardo, ya que las canas
lícitamente os jubilan
de la asistencia en mi corte,
Rogerio es bien que la siga.
Conmigo quiero llevarle.

ROGERIO.

¡Ay, cielos!

LEONISA.

¿Qué es esto, amiga?
¿Hoy amada y hoy ausente?

FIRELA.

Quien bien ama tarde olvida.

PINARDO.

Ha cumplido vuestra alteza
en esa acción con distintas
esperanzas y deseos.
Lo primero con las mías,
viendo que en Rogerio puede
daros mi vejez prolija
traslado de original,
que mi fe y lealtad imita.
Y con las suyas, señor,
porque de suerte se inclina
a serviros en la corte,
que importuno cada día
mi tibieza reprehende.

ROGERIO

Aparte
(¡Ay, serrana de mi vida!
¡Ojalá que estas verdades
no fueran por ti mentiras!
Pretendí ser cortesano
antes de verte. Ya vista,
la corte será desierto
que ausente de mí me aflija.)

DUQUE.

Hoy, Rogerio, según esto,
vuestra esperanza es cumplida.
Trocáis por la corte, campos,
y por palacios las quintas.

ROGERIO.

Honrándome vuestra alteza
por tan clara mejoría,
¿qué interés es despreciar
lo que en sí no tiene estima?

El DUQUE y PINARDO a una parte; CLEMENCIA y ENRIQUE a otra; LEONISA con ROGERIO también en otra parte, y un poco apartados de estos grupos CARLÍN y FIRELA

DUQUE.

Escuchad, Pinardo, aparte,

ENRIQUE.

Creed de mí, hermosa prima
que si no le persuado,
y el duque viejo porfia
he de perder a Bretaña.

CLEMENCIA.

Téngole amor de sobrina,
y aunque le desdeño amante,
no será bien que permita
desacatos licenciosos.

ROGERIO.

No merecen mis desdichas,
dulce hechizo de mi alma,
duración en su alegría.
Hoy os amé y hoy me parto.
¡Amor y ausencia en un día!
¡Pena y gloria en un instante!
Si no acaban con la vida,
no son efectos de Amor.

LEONISA.

Sin vos, Rogerio, la mía,
que ha tanto que sustentaba
su esperanza en vuestra vista,
peor lo habré de pasar;
que vos, en fin, cuya herida,
por nueva no es penetrante,
presto hallaréis medicina.
¿A qué desierto os partís
sino a la corte, en que habitan
entre hermosuras y engaños,
amorosas tiranías?
¡Pobre de quien sola queda!

ROGERIO.

¿Borran años, prenda mía,
señales que en un instante
el rayo en bronce eterniza?
¿Pueden injurias del tiempo,
memorias de las rüinas
que a Troya han dado tragedias,
aniquilar, ni aun cenizas?
¿Pues por qué rayos de amor
no quieres que eternos vivan
en una voluntad bronce,
que victoriosa conquistas?
Inmóvil soy a mudanzas.

LEONISA.

Que se cumpla y no se diga
es, Rogerio, lo que importa.

ROGERIO.

¿Qué temes?

LEONISA.

Circes que hechizan.

ROGERIO.

Ulises soy.

LEONISA.

Todo engaños.

ROGERIO.

Tú me agravias.

LEONISA.

Tú me olvidas.

ROGERIO.

¡Yo! ¿Cómo?

LEONISA.

Como te ausentas.

ROGERIO.

En tí me quedo.

LEONISA.

¿En mí misma?

ROGERIO.

Sí, mi bien.

LEONISA.

¡Ay, que eres hombre!

ROGERIO.

Hombre y firme.

LEONISA.

¿Quién lo afirma?

ROGERIO.

Quien te adora.

LEONISA.

Jura.

ROGERIO.

Juro.

CARLÍN.

¡Arre allá! que el duco os mira.

DUQUE.

¿Que es tan sabio? ¿Que es tan diestro?

PINARDO.

Es, gran señor, copia y cifra
de tus hazañas y letras.

ENRIQUE.

No querrá el Amor que viva
para dilatar mi gloria,
y dar a tu edad florida
el enero de sus años,
que la tuya esterilizan.

CLEMENCIA.

Dele DioS, Enrique, al duque
salud con tan larga vida,
como en mí crecen deseos.
de que en su amor no prosiga.

LEONISA.

En fin, Rogerio, ¿os partís?

ROGERIO.

Luego que yo vi, Leonisa
mi primero amor en agua,
pronostiqué su rüina.
¡Qué fácilmente se enturbian
sus esferas cristalinas!
¡Qué fácil desaparecen,
dando a sus corrientes prisa!

LEONISA.

No dista mucho la corte
de estas soledades.

ROGERIO.

Dista
lo que basta para estorbo
de verte yo cada día.

LEONISA.

Cazas hay que Amor inventa,
garzas nuestros montes crían;
Amor es todo ocasión
si la ausencia no la entibia.
Si vos la buscáis, Rogerio,
yo haré también de las mías
para iros a ver allá.

ROGERIO.

Cumple tú eso, Leonisa;
volverás el alma a un muerto
y veras que resucitan,
las veces que a verme fueres,
mis esperanzas marchitas.

LEONISA.

Ya querréis otra.

ROGERIO.

¿Yo, a quién?

LEONISA.

Hay allá damas que pisan
plata en corcho coronados.

ROGERIO.

De su mudanza me avisan.

LEONISA.

Arrastran telas.

ROGERIO.

¿Qué importa?

LEONISA.

¿Pues qué estimáis vos?

ROGERIO.

Tu frisa.

LEONISA.

¿Más que el brocado?

ROGERIO.

¿Pues no?

LEONISA.

¿Por qué, si es tosca?

ROGERIO.

Es sencilla.

LEONISA.

Traen cadenas.

ROGERIO.

Son prisiones.

LEONISA.

Traen firmezas.

ROGERIO.

Son postizas.

LEONISA.

Traen diamantes.

ROGERIO.

Son engaños.

CARLÍN.

¡Arre allá! Que el duco os mira.

DUQUE.

Casaréle con Clemencia
si el Papa le legitima,
y sucederá en mi estado.

PINARDO.

Sola su hermosura es digna
del esposo que la ofreces.

ROGERIO.

¿Permitirás que te escriba?

LEONISA.

Si las cartas son la sal
que conserva Amor, ¿quién quita
que no escribáis por instantes?

ROGERIO.

¿Sabes leer?

LEONISA.

La cartilla
de tu amor, donde comienzo
el ABC de mis dichas;

ROGERIO.

¿Y escribir sabrás?

LEONISA.

También;
pues siendo de Amor pupila,
plumas serán pensamientos
y lágrimas darán tinta.

ROGERIO.

¿De quién podremos fïarnos?

LEONISA.

De Carlín, cuyas malicias
son en toda aquesta sierra
sin perjüicio y de risa.

ROGERIO.

En fin, ¿no me olvidarás?

LEONISA.

Amor labrador no olvida.

ROGERIO.

¿Serás firme?

LEONISA.

Seré bronce.

CARLÍN.

¡Arre allá! Que el duco os mira.

DUQUE.

Ya me parece que es hora
que nos partamos, sobrina.
Traigan, conde, los caballos.

CARLÍN.

Boca abajo el zaguán pisan.

DUQUE.

Venga conmigo Rogerio.

PINARDO.

Gracias a Dios que cumplidas,
hijo, ves tus esperanzas.
Letras, armas, cortesía
te he enseñado. Si con ellas,
entre enredos y mentiras,
te conservas, bien logradas
serán las liciones mías.
Hágate dichoso el cielo.

ROGERIO.

Adiós, señor. Mi Leonisa,
esto es partir.

CARLÍN.

Con dolores,
porque es parto una partida.

ROGERIO.

No me olvides.

LEONISA.

¿Cómo puedo?

ROGERIO.

¿Irásme a ver?

LEONISA.

Cada día.

ROGERIO.

Adiós.

LEONISA.

Adiós.

ROGERIO.

¡Ay, mi bien!

CARLÍN.

¡Arre allá! Que el duco os mira.

Acto II

Salen el DUQUE, ROGERIO, CLEMENCIA y otros

DUQUE.

Ya estás legitimado,
y por sucesor mío declarado
en Bretaña, que estima
las partes con que el cielo te sublima.
Ya yo, cansado y viejo,
seguro de tus, letras y consejo,
en tus hombros alivio
el peso del gobierno que no envidio,
sino ociosos descansos
de cazas leves y de libros mansos,
porque en viejez lograda
me manda el tiempo jubilar la espada.
Clemencia es mi sobrina,
en hermosura y discreción divina,
del de Borgoña hermana,
de Orliens duquesa, que apacible y llana,
mientras Roma dispensa,
sólo en amarte, como a dueño piensa,
juzgando a gloria inmensa el bien que gana.
Rogerio, ¿pues qué es esto?
¿Tú, triste agora, cuando manifiesto
secretos que ha tenido
el tiempo en las entrañas del olvido?
Cuando sólo creías
heredar las groseras alquerías
que viste el sayal pardo,
hijo de un duque ya, no de Pinardo,
en posesión segura
del estado bretón, donde te jura
por señor la nobleza,
¿melancólico tú? ¿Tú con tristeza?
Pudiera hacerte agravio,
a no llamarte tus estudios sabio,
creyendo que echas menos
montes de riscos y de encinas llenos,
rústico por costumbre,
y que te da la corte pesadumbre,
el palacio tristeza,
y bárbaro disgusto esta belleza;
que aunque ilustre has nacido,
podrás, como entre montes has vivido,
de la costumbre hacer naturaleza.

ROGERIO.

Las razones que alegas
contra el tropel de mis pasiones ciegas,
a mi tristeza añaden
grados, señor, que más me persüaden
a la melancolía
que ocupa mi confusa fantasía.
Estaba yo contento
con un mediano estado, fundamento
de la alegre esperanza
que intenta malograr esta mudanza;
ni pobre jornalero,
ni privado en la corte lisonjero,
mas con la medianía
que Salomón, prudente, a Dios pedía;
porque ni la pobreza
deja volar ingenios, ni la alteza
que estriba en la abundancia,
se escapa de soberbia e ignorancia;
pues sólo hallan remedio
estos extremos en el justo medio
que forman la bajeza y la arrogancia.
Era mi pasatiempo
los libros y las armas, contra el tiempo
que el ocio necio pierde.
Ya el agua, el viento, y ya el campo verde,
midiendo auroras frescas
con envidiosas cazas y con pescas;
y mientras estudiaba,
agradecido al cielo, me preciaba,
que a pesar de la herencia
en que en el mundo estriba la potencia
de necios opulentos,
que llamo sabios yo por testamentos;
yo con la industria mía,
lo que no a la Fortuna, le debía
a la Naturaleza,
ambicioso de fama y de grandeza
no heredada, adquirida
con noble ingenio y estudiosa vida,
que ilustra más la personal nobleza.
Agora, pues, que veo
frustrados mis estudios y deseo,
y que en fe de esta herencia
no hay entre mí y el necio diferencia,
pues Fortuna inconstante
con riquezas me iguala al ignorante,
¿no te parece justo
que cuando adquiero estado, pierda el gusto,
viendo, como soldado
en la paz el ingenio reformado?
A pocos poderosos
he oído celebrar por ingeniosos,
que en ellos, de honras llenos,
es el ingenio lo que vale menos.
Y así siento, ofendido,
tener en menos lo que más ha sido,
pues creerá quien me jura
que no es sabio quien tiene tal ventura;
y si es así ¿en qué precio
tendré este estado, en opinión de necio,
contra el ingenio que volar procura?

DUQUE.

Toda melancolía
ingeniosa, es un ramo de manía,
y no hay sabio que un poco,
si a Platón damos fe, no toque en loco.
En ti lo verificas,
sintiéndolo del modo que lo explicas.
Felíz Platón llamaba
el reino donde el rey filosofaba.
¡Mira tú cuán opuesta
es la opinión que triste te molesta!
Probarás cuán süave
es el gobierno para aquél que sabe,
y en medio la experiencia,
la divina hermosura de Clemencia
será como instrumento
que divierta tu triste pensamiento.
Sus discursos reprime,
que suele hacer más mal el más sublime,
pues tal vez daña el mucho pensamiento.

Vase el DUQUE

CLEMENCIA.

Si como yo os tengo amor,
ventura también tuviera
para alegraros, señor
contento Bretaña os viera
y a mi con gusto mayor.
Mas si para divertiros
os pueden ser de provecho
propósitos de serviros,
deseos de un firme pecho,
y de un alma fiel, suspiros,
toda yo en vos empleada
os me ofrezco, dedicada
al templo de vuestra fe.
Vos sois mi sol, yo seré
nube por vos ayudada.
Si estáis triste, en la tristeza
se entretendrá el alma mía,
que ya a imitaros empieza;
si alegre, hará mi alegría
alarde de esa belleza.
Seré, en fin, espejo fiel
que en todas las ocasiones,
sin colores ni pincel,
retrate hasta las acciones
vuestras, mirándoos en él.

ROGERIO.

Perdóneme vuestra alteza,
que merece su belleza
un gusto más sazonado
que el mío, agora asaltado
de esta enfadosa tristeza.
Para mejor ocasión
guardo el agradecimiento
que debo a tanta afición,
cuándo el amor y el contento
pongan el gusto en sazón.
Y entretanto dé lugar
a que sin más compañía
que mi descortés pesar
ceda a la melancolía
el derecho del amar.

CLEMENCIA.

No tengo más gusto yo
que el vuestro. (Ahí mi amor llegó
Aparte
de la esfera de mi cielo
la llama, que envuelta en yelo,
abrasándome me heló.
Esta sequedad adoro,
este entendimiento estimo,
de este mármol me enamoro,
y amando me desatino,
porque si sospecho, ignoro.
Discreto que tanto sabe,
triste sin más ocasión
de la que alega, no cabe
en buen discurso y razón.
Celos, falsead la llave
de su escondido secreto,
y aunque perdáis el respeto
al recato y al temor,
sabed si es la causa amor,
porque llore yo el efecto.
Mi sospecha temerosa
sacara a sus desvelos,
pues son, pasión amorosa,
inquisidores los celos
que no se les pierde cosa.)

Vase CLEMENCIA

ROGERIO.

Todo esto es, Leonisa mía,
con sofísticas razones,
buscar necias ocasiones
para mi melancolía.
Si yo no te viera el día
que perdí mi libertad,
fuera esta prosperidad
el colmo de mi contento.
Ya sin ti, será tormento
la más regia voluntad.
Perdíte; ya no es posible,
en desiguales estados,
dar alivio a mis cuidados,
ni ver tu rostro apacible;
pues amar un imposible
será eterno padecer.
No amarte, no puede ser;
pues, amarte, y no esperar,
padecer, y no olvidar,
es morir y no poder.
Si yo de Pinardo fuera
hijo, cual pensé, y te amara,
cuando a mi ser te igualara,
poco tu suerte subiera.
Soy duque. ¡Ay, Fortuna fiera!
Tormentos con honras das.
Ya yo sé que igualado has
midiendo amorosas leyes,
los pastores a los reyes;
mas yo soy sabio, que es mas.
En cuanto rey, no era mucho
llevarme de mi pasión;
en cuanto sabio, es acción
en que mi deshonra escucho.
¡Con qué de contrarios lucho!
Amando, he de aborrecer;
príncipe, tengo poder;
sabio, ocasiono mi agravio,
y amante, príncipe y sabio,
queriendo, he de no querer.
Pues dar alivio a mi amor
por medio menos que honesto,
ni aun pensarlo; porque he puesto
todo mi honor en tu honor.
Morir, Leonisa, es mejor.
Batalle en mi fantasía
esta contraria porfía,
mientras la vida haga pausa,
como se ignore la causa
de tanta melancolía.

Sale ENRIQUE

ENRIQUE.

Que el duque me haya quitado
por vos, bastardo y espurio,
a Bretaña, no me injurio,
que mi nobleza me ha dado
la sucesión suficiente
que mi sangre ha merecido;
legitime a un mal nacido
el Papa, estando yo ausente,
que de su elección aguardo
el suceso que merece
la provincia que obedece
por duque suyo a un bastardo.
Pero que con esta herencia
el duque a Clemencia os dé,
eso no, que os sacaré
el alma yo con Clemencia.
Si fuérades sabio vos,
y por consiguiente, cuerdo,
entrárades en acuerdo,
y comparándoos los dos,
vos y Clemencia, mi prima,
temiérades su nobleza,
porque en la naturaleza
el Papa no legitima;
ni por más que os habilite
para el estado que os da,
posible al Papa será
que mancha de sangre os quite.
Al aguja más limpia y clara,
como a otro cualquier licor,
se le pega el mal sabor
del vaso vil donde para;
y aunque de reyes franceses
sangre el duque os haya dado,
el vaso en que habéis estado
por lo menos nueve meses,
que os habrá pegado,
es llano, el bajo ser que tenéis,
pues sois duque, y no perdéis
los resabios de villano;
que no es más que villanía
el soberbio pretender
a Clemencia por mujer
legítima, y sangre mía.
¿Conmigo competís vos,
sin honra, ser, ni consejo.

ROGERIO.

Conde, miráos a un espejo,
y vengaréisme de vos.

Vase ROGERIO

ENRIQUE.

¿Que yo a un espejo me mire,
y de mí le vengaré?
Extraña respuesta fue.
Causa me da que me admire.
¡Cuando le injurio y espero
que usando de su poder,
o ha de mandarme prender,
o vengar en mí su acero,
sin airarse contra mí,
sin hacer de injurias caso,
sin descomponer el paso
se parte y me deja así.
Suceso es digno--¡por Dios!--
de admiración y consejo.
"Conde, miráos a un espejo,
y vengaréisme de vos."
¿Si quiso decir por esto
lo que Séneca, adivino
que la cólera y el vino
en un mismo grado ha puesto,
cuya furia y frenesí,
si la razón no la aplaca,
al hombre más cuerdo saca,
para afrentarle, de sí?
"Si el airado se mirase."
dijo Séneca, "a un cristal,
yo sé que viéndose tal,
de si mismo se afrentase."
Ya mi cólera se mira
a vuestro espejo, razón
y ya mi loca pasión
afrentada se retira.
Justamente os llaman sabio,
pues por tal es bien se estime
quien sus pasiones reprime
y disimula su agravio.
No haya más entre los dos,
que me diréis, si me quejo,
"Conde, miráos a un espejo,
y vengaréisme de vos."

Vase ENRIQUE. Salen CLEMENCIA y CARLÍN

CLEMENCIA.

Yo gusto de esto. Dejalde.

CARLÍN.

¿Pues por qué no habían de entrar?

CLEMENCIA.

Cuando yo salí a cazar
te conocí.

CARLÍN.

Ni ell alcalde,
ni el cura, me quita a mí
que no entre, si se me antoja,
en la igreja.

CLEMENCIA.

¿Quién te enoja?

CARLÍN.

Un vicio, porque entro aquí.

CLEMENCIA.

Es aquése el guardadamas.

CARLÍN.

¡Válganos Dios! ¡que hay quien deba
guardar damas, y se atreva
a que no quemen las llamas!
Pues aun no puede un marido
guardar sólo a su mujer,
¿y habrá quien pueda tener
tanto pájaro en un nido?
Él tiene gentil tempero.

CLEMENCIA.

¿A qué has venido a palacio?

CARLÍN.

En el campo hay más espacio
que acá. Mas diga, ¿es de vero
que Rogerio es duco?

CLEMENCIA.

Sí.
¿Vendrásle a pedir mercedes?

CARLÍN.

Si viniere o no...

CLEMENCIA.

Bien puedes,
que yo rogaré por ti.

CARLÍN.

Y qué, ¿el duco viejo es ya
su padre?

CLEMENCIA.

Él le ha dado el ser.

CARLÍN.

¿Y ella diz que es su mujer?

CLEMENCIA.

Mi esposo ha de ser.

CARLÍN.

¡Verá!
Hombre hué siempre de chapa;
desde mochacho lo tuvo.
Cura en nuso lugar hubo
que adivinó el verle papa.

CLEMENCIA.

¿Cómo?

CARLÍN.

Desde el primer día
que empezó de gorgear,
a todos los del lugar
taita y papa les decía;
y como no se le escapa
nada al cura al punto dijo,
"¿Papa sabéis decir, hijo?
pues yo espero veros papa."

CLEMENCIA.

¡Graciosa rusticidad!
Pues le vais, serrano, a ver,
procuradle entretener,
y su tristeza aliviad,
que después que es duque, vive
melancólico en extremo,
y al paso que le amo, temo
su salud.

CARLÍN.

¡Oh! si recibe
cierto envoltorio que aquí
le traigo, yo le aseguro
que ella vea cual le curo.

CLEMENCIA.

¿Es regalo?

CARLÍN.

Creo que sí.

CLEMENCIA.

Mostralde acá.

CARLÍN.

Viene oculto.

CLEMENCIA.

¿Es de Pinardo?

CARLÍN.

No es de él.

CLEMENCIA.

¿Pues cuyo?

CARLÍN.

Es cierto papel.

CLEMENCIA.

Regalo que no hace bulto,
¿qué será?

CARLÍN.

¿No lo penetra?

CLEMENCIA.

Son unos polvos. ¿De qué?

CARLÍN.

De carta, que si los ve,
también podrá ver la letra.

CLEMENCIA.

¿Es billete?

CARLÍN.

Sí por Dios.

CLEMENCIA.

¿Quién le escribe?

CARLÍN.

No hay decirlo.

CLEMENCIA.

¿Por qué?

CARLÍN.

Mándanme encubrirlo,
principalmente de vos.

CLEMENCIA.

¡Ay, cielos! ¿Y es quien le avisa
en él alguna serrana?

CARLÍN.

Más fresca que la mañana.

CLEMENCIA.

Bueno; ¿y llámase?

CARLÍN.

Leonisa.

CLEMENCIA.

Según eso, no me espanto,
si es su amante, y no la ve,
que triste Rogerio esté.
¿Quiérense mucho?

CARLÍN.

Tanto cuanto.

CLEMENCIA.

¿Y cuál de aquellas dos era,
que cuando a caza salí
con Regerio hablando vi?

CARLÍN.

Picando os va la celera.
La que me ha dado esta carta,
cuyo porte pagáis vos,
es, señora, de las dos,
barbinegra y cariharta.

CLEMENCIA.

¿Ésa es Leonisa?

CARLÍN.

¿No bonda
decir que sí? En muesa villa
la llaman "la albondiguilla"
por ser tan carirredonda.

CLEMENCIA.

¿Y a ésa quiere?

CARLÍN.

Es bella moza

CLEMENCIA.

Mostrad el papel acá.

CARLÍN.

Mas no nada.

CLEMENCIA.

Acabad ya,
villano.

CARLÍN.

¡Ay, que me retoza!

CLEMENCIA.

¿Vos sabéis aquestas tretas,
rústico, zafio, villano?

CARLÍN.

¡Aquí del rey, que la mano
quiere meterme en las tetas!

Sale ROGERIO

ROGERIO.

¿Qué es aquesto?

CLEMENCIA.

La ocasión
de vuestra melancolía,
si de la desdicha mía
presagios ciertos no son,
Triste estáis; tenéis razón,
que el mudar naturaleza,
¿a quién no causa tristeza?
Y mas a vos, que trocado
habéis un ilustre estado
por esta vil rustiqueza.
Será para vos destierro
la corte que os recibe,
porque donde el gusto vive,
que vive la corte es cierto.
Cambio os da el Amor, abierto
en letras que os ha librado,
cobrad, quedaréis pagado,
si aceptáis de mejor gana
una morada villana
que un generoso ducado.
Y alegraos, que ya os avisa
de que en vuestra triste ausencia
no ha de malograr Clemencia
esperanzas de Leonisa.
Guardad para ella la risa,
y para mí los enojos
que si villanos despojos
el alma os tiranizaron,
yo, porque a vos os miraron,
sabré castigar mis ojos.

Vase CLEMENCIA

ROGERIO.

¡Bárbaro! ¿que has hecho?

CARLÍN.

¿Yo?
no me sé. ¿Qué quiere que haga?
Aquésta será la paga
del parabién que le dó.

ROGERIO.

¿Envióte acá Leonisa?

CARLÍN.

¿Pues quién me había de enviar?

ROGERIO.

¿Y escribe?

CARLÍN.

Todo un plenar,
por más que la daba prisa.

ROGERIO.

Y le habrás dicho a Clemencia
todo cuanto en mi amor pasa.

CARLÍN.

Pues si con ella se casa,
¿no era encubrirlo conciencia.

ROGERIO.

¿Hay disparate mayor?

CARLÍN.

El marido y la mujer,
¿una carne no han de ser
y un alma? El sermonador
mos lo dijo el otro día.

ROGERIO.

¿Qué querrás decir por eso?

CARLÍN.

Pues si es su carne y su hueso,
el papel que a él le traía,
y yo le negué importuno,
cuando a su mujer le diera,
¿qué importa que le leyera?

ROGERIO.

¡Hay tal necio!

CARLÍN.

¿No es todo uno?

ROGERIO.

¿Dístesele al fin?

CARLÍN.

¡Mal año!

ROGERIO.

¿Qué es dél?

CARLÍN.

Aquí está metido.

ROGERIO.

Discreto tercero has sido.

CARLÍN.

No hay ya discretos hogaño.

ROGERIO.

Muestra acá.

CARLÍN.

¡Qué mala cuca
la duca debe de ser!

ROGERIO.

¡Ay, mi bien!

CARLÍN.

Un Lucifer
es si enoja la duca.

Lee ROGERIO la carta

"Del pláceme que os envío
volvedme el pésame a mí,
pues lo que siempre temí
llora ya mi desvarío.
Duque sois, y no sois mío.
Gocéis en gusto mayor
mejoras de vuestro amor,
que si en esta triste ausencia
fuere allá todo clemencia
todo acá sera rigor.
Entre celosas mudanzas
mis deseos faetones,
envidiando posesiones
sepulturán esperanzas.
Dad, sin injuriar, venganzas
a quien me ha de suceder;
que yo que os supe querer,
y nunca sabré olvidar,
siempre, duque, os sabré amar
si no os supe merecer."

ROGERIO.

¡Ay, imposible querido!
Tus parabienes son tales,
que mas serán para males
del bien que sin ti he perdido.
Quejas, Leonisa, me das,
cuando en tus valles amenos
quisiera yo valer menos
que aquí, por gozarte más.
Sin ti ¿que vale la corte,
si lo es por ti el monte? En fin
perdonándote, Carlin,
te vengo a pagar el porte
de este papel. Ven acá;
¿llora por mi mi Leonisa?

CARLÍN.

Todo es llanto, si era risa,
suspiros de a legua da.

ROGERIO.

¿Tanto llora?

CARLÍN.

Ojos y cholla
tién, que es verla compasión,
y más si hace salpicón
y es picante la cebolla,
no embargante que haya quien
ocupando el lugar vueso,
ande por ella sin seso
y la quillotre también.

ROGERIO.

Será algún pastor

CARLÍN.

¡Mal año!
Es caballero, que hereda
dos castillos, cruje seda,
y guarnece de oro el paño.

ROGERIO.

¿Quién es?

CARLÍN.

Filipo, el señor
de Castel y Fuen-Molino.

ROGERIO.

¿Filipo, nuestro vecino?

CARLÍN.

Ése la tién tal amor,
que a dó quiera que la ve
la pestilencia le toma.
No hay desde París a Roma
quien tales musquinas dé.
Anoche cantó a su puerta
con otros dos una trova,
y por Dios que no era boba;
pero no estaba despierta
la moza, y quedóse en seco.

ROGERIO.

¿Y qué dice a eso Leonisa?

CARLÍN.

Aunque hace de su amor risa
--perdóneme Dios si peco--
que ella es hembra, y él es tal,
que temo ha de derriballa
a la postre.

ROGERIO.

Torpe, calla.

CARLÍN.

Hurtáronmos del corral
el gallo el lunes pasado
no sé cual de las vecinas,
y viüdas las gallinas
no atravesaban bocado.
Llevélas otro mejor,
y él todo plumas y gala,
ya quillotrando él una ala
hasta el suelo alrededor,
ya escarbando, apenas toca
el muladar con la mano,
cuando por darlas el grano
se le quita de la boca.
Ellas con los gustos nuevos,
menospreciando el ausente,
que dó no hay gallo presente
diz que no se ponen güevos,
darán a Leonisa olvido,
y hará en la memoria callos,
que de galanes y gallos,
uno ido, otro venido.
Mas no sé quien entra acá.

ROGERIO.

Espérame afuera un rato,
mientras que responder trato
a Leonisa.

CARLÍN.

¿Escribirá?

ROGERIO.

¿Pues no?

CARLÍN.

Acabe, que es tarde.
Al puebro, par Dios, me acojo,
que me miró de mal ojo
la duca, y el diabro aguarde.

Vase CARLÍN, sale ENRIQUE

ENRIQUE.

Primo sabio, en el espejo
me he visto de la razón,
donde para confusión
de mí mismo, faltas dejo.
Vuestro prudente consejo
a pedir perdón me obliga,
y a que respetándoos diga,
que no hay más cuerda venganza
que aquella que con templanza
aconsejando castiga.
Pues sois sabio, perdonad
mi necia descompostura.

ROGERIO.

Conde, amor todo es locura,
ciega es toda voluntad.
Yo estimo vuestra amistad
sin haceros competencia.
Remitildo a la paciencia,
y tendréis presto noticia
que hay para todos justicia,
pero para vos clemencia.

Vase ROGERIO

ENRIQUE.

¿Para mí Clemencia? Enigma
es, que mi ventura entabla.
Rogerio es sabio y no habla
sino sentencias de estima.
Esta esperanza me anima.
Haced mi duda, obediencia,
amor, y tened paciencia,
pues Rogerio os da noticia
que hay para todos justicia,
pero para mí clemencia.

Vase ENRIQUE, salen PINARDO y FILIPO, caballero; los dos en traje de campo

PINARDO.

Es Leonisa una hermosa labradora,
Filipo, que si bien se considera,
es en belleza y discreción señora,
aunque la humilla calidad grosera.
Su padre, mozo entonces, viejo ahora,
en los principios de su edad primera,
extranjero la trujo a esta montaña
para ilustrar sayales, de Bretaña.
Rentero ha sido mío muchos años,
y aunque pobre, os afirmo que parece
que desmintiendo su prudencia engaños,
algún valor oculto le ennoblece.
Vaivenes causa la Fortuna extraños;
mas sea humilde o noble, ella merece
ser excepción entre esta rustiqueza
de tosca sangre y de común belleza.
No porque vos la améis, pierde conmigo
la elección que habéis hecho en su hermosura

FILIPO.

Si tal abono en mi favor consigo,
¿por qué recela estorbos mi ventura?
Estoy sin padres, y, aunque noble, sigo
la inclinación, Pinardo, que procura
de mi oro noble y de su lana escasa
telas tejer con que adornar mi casa.
Desdéñame Leonisa; no me espanto,
que no creerá promesas generosas
en donde amor promete tanto
y paga al cabo en ditas mentirosas.
Si vos la persuadís que al yugo santo
conmigo ate coyundas amorosas,
pues siempre os tuvo obedencial respeto,
la vida os deberé.

PINARDO.

Yo os lo prometo.

Sale FIRELA con unos corales en la mano

FIRELA.

Cuando los corales pierde
Leonisa, perdida está;
pero quien perdido ha
su esperanza, un tiempo verde,
y ya marchita, ¿qué mucho
que de cuentas no haga cuenta?
Amor, suspensión violenta,
¡qué de males de ti escucho!

PINARDO.

¿Qué hay, Firela, por acá?

FIRELA.

Perdió en la fuente Leonisa,
lágrimas dando a su risa,
estos corales. Si está
en casa, mande, señor,
que los salga a recibir.

FILIPO.

¿Suyos son?

FIRELA.

Y ha de sentir.
pena el perderlos.

FILIPO.

Mejor
será, dándoos el hallazgo,
que me los deis a mí.

FIRELA.

¿A fe?

FILIPO.

Y en cabeza los pondré
de mi noble mayorazgo.

FIRELA.

¿Para qué quiere él corales?

FILIPO.

Para aliviar mi pasión,
que en el mal de corazón
me afirman que son cordiales.

FIRELA.

Desear bienes ajenos
es pecado.

FILIPO.

Restituye
en ellos quien me destruye
cuando no lo más, lo menos.
Tomad vos esta sortija.

FIRELA.

¿Puedo yo ser liberal
de hacienda agena?

FILIPO.

Mi mal
me manda que los elija.

FIRELA.

Si lo sabe, ¿qué dirá?

FILIPO.

Dadle vos esta cadena
por ellos.

FIRELA.

Enhorabuena;
mas no la recibirá,
ni habrá quien dársela ose.

Dale FIRELA los corales a FILIPO y toma de él la cadena y sortija

PINARDO.

Soy yo su casamentero,
y darla a Filipo quiero.

FIRELA.

Como ella acepte, acabóse.

PINARDO.

Vos habéis de interceder;
que, en fin, más podremos dos.

FIRELA.

Como se lo mandéis vos,
¿qué hay que dudar ni temer?

PINARDO

Aparte
Decís bien, que es mi vasalla.
(Bien Rogerio la ha querido;
si es Filipo su marido,
y él sabio, vendrá a olvidalla.)
Vamos.

FILIPO.

Convertíos en risa,
lágrimas de amor leales
den esperanza a mis males
y corales de Leonisa.

Vanse FILIPO y PINARDO, sale LEONISA

LEONISA.

Anticipóse el invierno,
valles, si hasta aquí floridos,
ya secos, mi bien ausente,
ageno sí, que no mío,
ya no esperéis coronar
de verbenas y de lirios
las márgenes de sus fuentes,
los límites de estos ríos.
Sin Rogerio todo es falta.

FIRELA.

Leonisa, de los suspiros
que das, si no son de amor,
lo que buscas adivino.
Si lloras por tus corales,
halládolos ha un perdido,
que tu has ganado en perderlos.

LEONISA.

Todo lo que causa olvido
lo pierdo yo, mi Firela.
Más ¿quién los tiene?

FIRELA.

Filipo.

LEONISA.

¿Quién se los dio?

FIRELA.

Su ventura.

LEONISA.

¡Qué mal dueño han escogido!
Cóbramelos mi serrana,
así poblando tus hijos
todos estos despoblados,
cortes vuelvan sus cortijos.

FIRELA.

Levántasete con ellos
y alega en tu perjüicio
que le tienes acá el alma,
y así, que le es permitido
cobrar de donde pudiere;
fuera de que, como es rico,
lo que te usurpa en corales,
en oro pagarte quiso.
Esta cadena me dió
para ti.

LEONISA.

¿Qué desvaríos,
Firela, te descomponen
o la lealtad, o el juicio?
¿Tú eres mi amiga?

FIRELA.

Por serlo
esposo te solicito
igual, ya que no a tu estado,
a tu pensamiento altivo.

LEONISA.

¿Pues en quién puede emplearse
si subir ha merecido
hasta adorar a Rogerio,
que ya no caiga abatido?

FIRELA.

Rogerio es duque.

LEONISA.

¿Qué importa?

FIRELA.

Cásanle.

LEONISA.

Puesto que envidio
venturas de mi contraria,
no por eso desconfío.
Mi amor es sólo potencia
del alma, que no apetito;
y el amor por sólo amar,
es perfección, si es martirio.
Que se case o no Rogerio,
ni con Clemencia compito,
ni se amortiguan las llamas
de mi amor perfecto y limpio.
Tú eres apasionada;
cohechos has recibido;
para amiga no eres buena;
ni sé si hasta aquí lo has sido.
Quédate a Dios con tu oro,
cómplice de tus delitos,
que según hace traiciones,
no es mucho que ande amarillo

FIRELA.

Oye, espera, vuelve acá;
que es Rogerio, y no es Filipo,
quien con prisiones doradas
encadena tus sentidos.

LEONISA.

¿Qué dices?

FIRELA.

Que en tu amistad
la poca firmeza he visto,
con que a la prueba primera,
en vez de bronce, eres vidrio.
¿Así obligaciones rompes?

LEONISA.

Nunca el verdadero amigo,
en riesgo de su lealtad,
usa de ardides fingidos.
Mas ¿vienes tú de la corte?
¿has hallado al dueño mío?
¿dióte para mí esa prenda?
¿qué ha pasado? ¿qué te ha dicho?

FIRELA.

¿Tan andariega me hallaste?
Si con Carlín le has escrito,
y ha vuelto con la respuesta,
¿qué preguntas?

LEONISA.

¿Carlín vino?

Sale CARLÍN

CARLÍN.

¿Quién hurta a Carlín el nombre?

LEONISA.

¡Oh, leal y fiel ministro
de mi amor! dame esos brazos.

CARLÍN.

Estése queda. ¡Oh, qué lindo!
Por Dios, que piense Firela
que se los pongo. ¡Bonito
soy yo para dar celera!

LEONISA.

En fin, ¿Rogerio no ha sido
hombre en mudarse? En fin, ¿es
de la firmeza prodigio?
En fin, ¿no sabe olvidar?

CARLÍN.

¿Pues quién diabros se lo dijo?
¿Ha habido berros y artesa?

LEONISA.

En esta cadena estimo,
no el oro, que es lo de menos,
el dueño sí, que ha tenido.
Al dártela para mi,
despidióte enternecido?
¿Encargóte mi constancia?
¿Comparó a su metal fino
los quilates de mi fe?
¿Qué dices?

CARLÍN.

¿Habla conmigo?

LEONISA.

Dirás que te pague el porte.
Escoje el mejor cabrito
de mi manada.

CARLÍN.

¿Por qué?

FIRELA.

Carlín, todo lo que finjo
aquí me importa que otorgues,
o de mi amor te despido.

CARLÍN.

¿Hay son callar y otorgar?

LEONISA.

¿Qué dices?

CARLÍN.

Lo que yo digo
es, que en cuanto a la cadena,
a Firela me remito.

LEONISA.

¿Cómo es ello?

CARLÍN.

¿Qué sé yo?

FIRELA.

Éste es un asno. Hame dicho
cuanto con él ha pasado.
Como viene de camino
cansado, y yo lo sé ¿quieres
que te lo cuente?

CARLÍN.

Eso pido.

LEONISA.

¿No me responde el papel?

CARLÍN.

Así leyó el vueso y vino
la duca, que es una suegra,
y el duco, de quien es hijo,
tuvo celera la duca;
hubo llanto y suspirito;
temí alguna empalizada;
mandóme el duque novicio
que aguardase el responsorio,
y yo entonces, adivino
de cualque paloteado,
acogíme de improviso,
y véngome sin la carta.
Ya la debe haber escrito.

LEONISA.

Pues cuándo te pudo dar
la cadena que recibo,
si hubo luego tanto estorbo?

CARLÍN.

A Firela me remito.

FIRELA.

¿Hay bárbaro semejante?
Mentecato, ¿no me has dicho
que en viendo el duque el papel,
amante y tierno te dijo
que en fe del constante amor,
con que a pesar del olvido,
ausente a Leonisa tiene,
este oro hacía testigo
de su invencible firmeza,
y que, como su cautivo,
lo que enviarle podía
eran prisiones?

CARLÍN.

Sí, dijo.

LEONISA.

¿Entrarían todos luego,
y con ellos divertido
te mandó que le esperases?

CARLÍN.

A Firela me remito.

LEONISA.

En fin, ¿se acuerda de mí?

CARLÍN.

Como la olla del tocino;
como el rocín de la yegua,
y como la sed del vino.
Mas yo vengo tan cansado
de la corte y del camino,
que si hay más que pescudar,
a Firela me remito.

Vase CARLÍN

LEONISA.

¿Ves ahora cuán constante
es Rogerio, y que el olvido
no tiene jurisdicción
en él?

FIRELA.

Tu ventura he visto
de que te doy parabienes.

LEONISA.

¡Qué contenta los recibo!

FIRELA.

Déte amor fines tan buenos
como gozas los principios.

Vase FIRELA y LEONISA se echa al cuello la cadena

LEONISA.

¡Ay, bienvenida cadena!
Mal te pago, pues te envidio
al cuello donde has estado,
de amorosos brazos digno.
Tú adornarás desde agora
el pecho que te dedico.
Mi gala eterna ha de ser
las fiestas y los domingos.

Sale FILIPO, con los corales al cuello, revueltos en una banda

FILIPO

Aparte
(¡Que busque yo intercesores
para que mi esposa sea
una pastora, y se vea
mi esperanza entre temores;
mas--¡ay, cielos!--aquí está,
y con mi cadena al cuello.
Alma, si podréis creello;
viento en popa amor os da.
¡Oh, solícita Firela!)

LEONISA

Aparte
(Si vuestros quilates toca
mi fe, que os bese mi boca,
cuando el alma se desvela
por el dueño que os envía,
no hago a mi honor agravios.)

FILIPO

Aparte
(¿En mi cadena los labios?
¿Qué esperáis ventura mía?
Seguro puedo llegar,
pues de mi parte está Amor.)
Si ausente hacéis tal favor
a quien le viene a adorar,
y ya le tenéis presente,
no ocasionéis mis desvelos,
que tengo de ese oro celos,
pues en mi agravio consiente
labios de inmenso tesoro,
dignos que amor los asalte,
pues vale más ese esmalte
que los quilates de ese oro;
que aunque ya son celestiales,
pues tal ciclo los tocó,
más justo es que bese yo
por vuestros estos corales,

LEONISA.

¡Ay, mis corales perdidos!
Agora sí que lo estáis.

FILIPO.

Hallélos yo, y vos halláis
más perdidos mis sentidos.
Al Amor, Leonisa mía
le rogaba yo me diese
retrato vuestro, que fuese
apoyo de mi alegría.
Mas como excedéis al arte,
favorecióme de modo,
que no atreviéndose en todo
vino a copiaros en parte;
y dando alivio a mis males,
me dijo, "Suspende agravios,
pues el coral de sus labios
retratan esos corales."
Hallélos en ocasión,
y en fe de lo que intereso,
lo que significan beso,

Bésalos

no, Leonisa, lo que son.
Mas si vos besáis también,
por ser mía, esta cadena,
¿qué más dicha?

LEONISA.

¿Qué más pena
que la que mis ojos ven?
¿Esta cadena era vuestra?

FILIPO.

Y vuestros estos corales.

LEONISA

Aparte
(Firela, con desleales
industrias su pecho muestra.)
¡Fiad de amistad dorada!
Filipo, engañada he sido;
que destroquemos os pido
prendas que han de hacer culpada
la opinión de mi decoro,
pues dan sospechas iguales
caballeros con corales
y labradores con oro.
Lo que es vuestro os restituyo.
Haced otro tanto vos.

Quítase la cadena y ase los corales, sale ROGERIO

ROGERIO.

Amor, en fe de que es Dios,
en mí muestra el poder suyo.
Con color que salgo a caza
mi Leonisa vengo a ver.

LEONISA.

Los favores han de ser
voluntarios, no de traza;
que causen pena a su dueño.
Soltad.

FILIPO.

¡Leonisa!

ROGERIO.

¡Ay de mí!
¿Filipo y Leonisa aquí?
Bien se quieren, o yo sueño.

LEONISA.

¡Rogerio!

FILIPO.

¡Señor!

ROGERIO.

Extrañas
suertes halla un cazador.

LEONISA

Aparte
(¿Qué habéis hecho, ciego Amor?)

ROGERIO

Aparte
(¡Ocasionadas montañas!)
Bien os están los corales,
y el oro os está a vos bien.
¡Qué de cosas nuevas ven
cada día los mortales!

FILIPO.

¿Qué diré, que estoy confuso?

ROGERIO.

¿Queréis que se use el coral
entre gente principal?
No me parece mal uso,
que habiendo hombres con gorgueras,
guedejas, faldas, anillos,
y ojalá no con zarcillos,
si ya no son orejeras,
para que queden iguales
con la dama más curiosa,
no faltaba ya otra cosa
que chapines y corales.
Quitáoslos, que no debéis
dar gusto a quien os los puso.

FILIPO.

Gran señor...

ROGERIO.

Vestíos al uso,
pero no los inventéis.

Sale CARLÍN

CARLÍN.

Estos ducos no mos dejan.
¿Acá también estáis vos?

ROGERIO.

¿Qué dices?

CARLÍN.

Que esotros dos
nuesos ganados aquejan.
El viejo y la duca nuera
helos aquí donde están.

ROGERIO.

A aumentar mi mal vendrán.

LEONISA.

Perdida soy.

CARLÍN.

Plaza, afuera.

Salen el DUQUE, PINARDO, CLEMENCIA y FIRELA

PINARDO.

No aguardaba yo, señores,
tan impensada ventura.

DUQUE.

La ociosidad apresura,
Pinardo, a los cazadores.
Rogerio, ¿sin darnos cuenta,
os salís a caza así?

ROGERIO.

Criéme, señor, aquí,
y así mi tristeza intenta
buscar en mi natural
alivios que allá no tengo.
¡Gran señora!

CLEMENCIA.

Por vos vengo
a cazar también.

ROGERIO.

Mi mal
me obliga a divertimientos
del campo.

CLEMENCIA.

Tenéis razón,
y más en esta prisión,
cifra de vuestros contentos.

ROGERIO.

Pinardo, también os cabe
parte a vos de mi venida.

PINARDO.

Los pies os beso.

ROGERIO.

¡Qué vida
pasé aquí, quieta y süave!

PINARDO.

Diviértase y no imagine
vuestra alteza, gran señor,
en eso.

ROGERIO.

Aun estoy peor
después, Pinardo, que vine.

PINARDO.

¿De qué procede este mal
tan lastimero?

ROGERIO.

Yo creo
que es, conforme a lo que veo,
ramo de gota coral.

Habla LEONISA aparte a FIRELA y CARLÍN

LEONISA

Aparte
Por mis corales lo dice.
¡Ay, Firela! ¡qué de daños
han causado tus engaños!

FIRELA.

Pues yo por tu bien lo hice.

LEONISA.

Tú también, villano, fuiste.

CARLÍN.

¿Pues yo, por qué?

LEONISA.

La cadena
que ser del duque fingiste
hace cierto tu delito.
Si es Filipo, su señor,
¿porqué burlaste mi amor?

CARLÍN.

A Firela me remito.

CLEMENCIA.

Envidia tengo, serrana,
al donaire que tenéis.
Tras vos la corte os traéis,
dícenme que en viéndoos sana
cualquier tristeza que os mira.

LEONISA.

Pues vos triste me miráis,
y viéndome, no sanáis;
creed, señora, que es mentira.

ROGERIO.

Yo imaginé divertirme
por estos montes agora,
pero mi mal empeora,
todo ha dado en afligirme.
Volvámonos, si es servido
vuestra alteza, gran señor,
que como está en lo interior,
mi mal disparate ha sido.

CLEMENCIA.

No los halléis vos aquí,
duque, y hallaréis en mí
medicina y enfermera.
Démosle, gran señor, gusto,
aunque la caza perdamos.

DUQUE.

Pues que vos le tenéis, vamos.

ROGERIO.

Filipo, no fuera justo,
habiendo sido los dos
amigos y comarcanos,
dejaros entre villanos
sin acordarme de vos.
Sed mi secretario.

FILIPO.

Beso
a vuestra alteza los pies.

ROGERIO.

Seguidme, Filipo, pues.

FILIPO

Aparte
(¿Hay más infeliz suceso?)

ROGERIO.

Que miro muchos respetos
en vos de satisfacción,
secretario, y más si son
parientes nuestros secretos.

CARLÍN.

¿Tengo de ir por el cabrito
que en albricias me mandó?

LEONISA.

Traidor, tú me has muerto.

CARLÍN.

¿Yo?
A Firela me remito.

Acto III

Sale ROGERIO

ROGERIO.

Estaba melancólico yo, cielos,
por ver que un imposible apetecía,
¿qué haréis agora, pues, desdicha mía,
si sobre un imposible os cargan celos?
Corales dan al corazón consuelos,
y en mí corales son melancolía.
Vuélvase a un desdichado en noche el día;
lo que a otros da quietud, a mí desvelos.
Sabio dicen que soy, mas si lo fuera,
tuviera en mis pasiones sufrimiento;
pero ¿quién le tendrá con tanto agravio?
Siempre el entendimiento fue su esfera,
y contra injurias del entendimiento
jamás supo tener prudencia el sabio.

Sale FILIPO

FILIPO.

En cumplimiento, señor,
del secreto que me encarga
en estas informaciones
vuestra alteza, esta mañana
hice esta breve minuta.

ROGERIO.

Pretendo saber las faltas
que tienen los pretendientes
de mi corte y de mi casa;
que aunque es bien premiar servicios,
no será razón se haga
menos que con suficiencia
de las partes.

FILIPO.

La ignorancia,
señor, y poca noticia
de algunos príncipes causa
que sin méritos se den
injustamente las plazas.
Yo me he informado de todas
con el secreto que basta
para que nadie las sepa.

ROGERIO

Aparte
Decid. (¡Ay, celosas ansias!)

FILIPO.

Federico, hijo de Alberto,
que a los duques de Bretaña
sirvió en la paz y en la guerra
con consejos y con armas,
quedó rico, mas gastando
su hacienda en juegos y en damas,
dicen que es en la pobreza
del pródigo semejanza.
Mas no enmendado con esto,
fuerzas de flaqueza saca.
Sirve y ronda.

ROGERIO.

¿Es gentilhombre?

FILIPO.

Tiene las piernas delgadas.

ROGERIO.

Si lo están como su hacienda,
lástima es.

FILIPO.

Suple esta falta
con la industria.

ROGERIO.

¿Cómo así?

FILIPO.

Trae pantorrillas de plata.

ROGERIO.

¿Pues qué mucho que haga piernas?
No era bueno para estatua
de Nabucodonosor
si en tan ricas piernas anda.
Proseguid.

FILIPO.

Vino Conrado,
cubierto anteayer de canas,
a darme este memorial,
y hoy por ver si se despacha,
como un mozo de veinte años,
teñida cabeza y barba.

ROGERIO.

¿Y que pide?

FILIPO.

La tenencia
de un castillo.

ROGERIO.

Quien no guarda
lealtad a sus años mismos,
mal la guardará a su patria.
Decid más.

Sale RICARDO

RICARDO.

Licencia piden
muchos, gran señor, que aguardan
remedio de vuestra alteza,
que como vuela la fama
de su mansedumbre y letras,
y da a todos puerta franca
para que le comuniquen
pasiones del cuerpo y alma,
no hay quien no venga a gozar
tal dicha.

ROGERIO.

Dadlos entrada.
Divertiréme con ellos,
y aliviaré sus desgracias.

Vase RICARDO, salen varios PRETENDIENTES con memoriales

PRET 1.

A vuestra alteza suplico
mire mi necesidad,
servicios y calidad.

ROGERIO.

¿Estáis pobre, Federico?

PRET 1.

Si es vuestra alteza mi dueño,
los ricos me envidiarán.

ROGERIO.

Pobre estáis, pero galán;
galán, pero pedigüeño.

PRET 1.

Si no tengo que comer,
no haga de esto maravillas.

ROGERIO.

Coméos hoy las pantorrillas,
y después volvedme a ver.

PRET 1

Aparte
(¡Vive el cielo que ha sabido
que me las pongo de plata!
Sabio que de todo trata,
temerle. Yo voy corrido.)

Vase el PRETENDIENTE primero

ROGERIO.

¿Qué pedís vos?

PRET 2.

Consultado
estoy en una alcaidía.
La nobleza y sangre mía
me tienen acreditado.
Mis hazañas ya son llanas.

ROGERIO.

Conrado, mozo venís;
no os daré lo que pedís
hasta que peinéis más canas.

PRET 2

Aparte
(¿Si sabe que me las tiño?
Voime, que no es buen consejo
pretender cargos de viejo
quien quiere parecer niño.

Vase el PRETENDIENTE segundo

ROGERIO.

¿Qué pedís vos?

PRET 3.

A firmar,
señor, vengo este decreto.

ROGERIO.

¿De qué?

PRET 3.

El consejo discreto
los coches manda quitar.

ROGERIO.

¿Por qué?

PRET 3.

No se vio jamás
tal desorden días ni noches.
Menos casas hay que coches.

ROGERIO.

No los quiten, que habrá más.

Vase el PRETENDIENTE tercero

PRET 4.

Aconsejarme, señor,
con vuestra alteza querría
por ser su sabiduría
al paso de su valor.
Yo tengo una mujer moza
y tan señora de si,
que no hace caso de mí;
toda mi hacienda destroza.
Mas lo peor que hay en esto
es que de celos me abrasa;
no quepo con ella en casa,
y en tal extremo me ha puesto,
que el amor que había en los dos
es ya un infierno abreviado.

ROGERIO.

Lastímame vuestro estado;
mas ¿pedísla celos vos?

PRET 4.

No puedo disimularlos.

ROGERIO.

Pues mudo habéis de advertirlos,
porque lo mismo es pedirlos,
que dar licencia de darlos.

PRET 4.

Celos son que me atormentan.

ROGERIO.

Hay dos, y entrambos tan fieros,
que afligen si son solteros,
y si casados afrentan.

PRET 4.

No hay gala que no quisiera.

ROGERIO.

Pues dádsela si podéis,
y con esto excusaréis
el admitir las de fuera.

Vase el el PRETENDIENTE cuarto

PRET 5.

Señor, yo me vuelvo loco
adorando una doncella
para casarme con ella,
mas correspóndeme poco.

ROGERIO.

¿Regaláisla?

PRET 5.

Doyla versos
infinitos en quintillas,
décimas y redondillas
y otros géneros diversos
que no digo, por ser tantos.
Seis cantos de octava rima
la di ayer.

ROGERIO.

Pondránla grima,
que descalaban los cantos.
¿Son vuestros?

PRET 5.

No, gran señor,
que tengo un poeta amigo.

ROGERIO.

Y será justo castigo
que ése usurpe vuestro amor.
Cualquier género de penas
es razón hacer pasar
a quien piensa enamorar
mujer con gracias ajenas.
¿Queréisla mucho?

PRET 5.

La adoro.

ROGERIO.

Pues dejad los madrigales,
y dadle canciones reales
y redondillas en oro.

Váse el PRETENDIENTE quinto

PRET 6.

Un amigo pierde el seso
por casar con cierta dama,
que ella excusa, por la fama
que le han dado de confeso.

ROGERIO.

¿Gasta?

PRET 6.

Hale dado en sacar
el alma.

ROGERIO.

Pues bien se emplea,
que él del tribu de Dan sea,
cuando ella es del de Isacar.

PRET 6.

Hale quitado infinito,
y déjale porque está
ya tan rica.

ROGERIO.

Sí estará,
si es suyo el reino de Quito.

Vase el PRETENDIENTE sexto. Salen FILIPO y el DUQUE

FILIPO.

A ver entra a vuestra alteza
el gran duque.

ROGERIO.

Dejad, pues,
consultas para después

DUQUE.

Hijo, de vuestra tristeza
participa vuestra prima;
enferma por vos está;
visitadla, y sanará,
pues veis en lo que os estima.

ROGERIO.

¿Clemencia está enferma

DUQUE.

Y siente
vuestro amor tibio y remiso.
Desde el punto que os vio, os quiso;
si sois sabio y obediente,
agradeced como sabio;
como obediente dejad
la vuestra en mi voluntad,
que os hacéis a vos agravio.
La dispensación espero
de hoy a mañana.

ROGERIO

Aparte
(¡Ay, Amor!
Dispensad vos, que es mayor
vuestro dominío.)

DUQUE.

Yo espero
que restaure su alegría
y salud vuestra presencia.
Sangrarse quiere Clemencia.
Envïadla la sangría.

Vase el DUQUE

ROGERIO.

Filipo, la juventud
también es enfermedad.
Disposiciones curad,
sangraréisos en salud.
Corales que adornan cuellos,
no generosos, villanos,
afrentan los cortesanos.
Sangre muestran, sangráos de ellos.

FILIPO.

Señor, la que los perdió
gusta.

ROGERIO.

Yo soy vuestro amigo;
que os sangréis de ellos os digo;
no aguardéis que os sangre yo.

FILIPO

Aparte
(Mucho encierra este misterio.)

ROGERIO.

Escribir quiero a Clemencia;
traedme con qué.

FILIPO

Aparte
(La ciencia
astróloga de Rogerio
todo lo alcanza. ¿Si sabe
que quiero a Leonisa bien?
¿si la tiene amor también?)

ROGERIO.

¿No vais?

FILIPO

Aparte
(¿Si del cargo grave
que ejercito, desiguales
juzga serranos amores?)

ROGERIO.

Acabad.

FILIPO

Aparte
(¿Quién vio, temores,
sangrar de mal de corales?

Va FILIPO por recado de escribir

ROGERIO.

Por mas que callar procuro,
habla mi desasosiego;
que en fin, donde amor es fuego,
brotan celos, que son humo.

Sale FILIPO con el recado de escribir

FILIPO.

Aquí está la escribanía.

ROGERIO.

Escribiré este papel,
y llevaréisle con él
a mi prima la sangría.

Pónese a escribir

FILIPO

Aparte
(¡Que de este hombre tiemble yo!
Pero es duque y es discreto;
sangrarme manda, en efeto,
porque los corales vio,
Yo estoy por Leonisa ciego,
y si me sangra, verá
que en vez de sangre, saldrá
de todas mis venas fuego.)

ROGERIO.

Echad polvos.

FILIPO echa el tintero por polvos

FILIPO.

¿Qué hice, cielos?
Turbéme; la tinta eché
por los polvos.

ROGERIO.

Eso fue
como echar sobre amor celos.
Dadme el papel blanco acá.

Vuelve a escribir otra carta

FILIPO

Aparte
(Otra vez vuelve a escribir.
Tal prudencia, tal sufrir,
¿qué mármol no obligará?
¡Que echase la tinta yo
por los polvos! Pero, ¿a quién
no turba un sabio? ¡Ay, mi bien,
tu memoria lo causó!
Mi turbación manifiesta,
Leonisa, lo que te quiero.)

ROGERIO.

Filipo, éste es el tintero
y la salvadera es ésta.

Vase ROGERIO con la carta escrita

FILIPO.

¡Compendiosa reprensión
y discreto advertimiento!
Tan sutil entendimiento
bien merece admiración;
pero mayor me la ha dado
lo que por cifras me avisa.
¿Qué le importa que en Leonisa
ocupe amor mi cuidado,
que con tan claras señales
muestra el pesar que le doy?
¿Qué le va si suyo soy,
en que traiga sus corales?
Bien la debe de querer;
juntos vivieron los dos;
si él es duque, Amor es Dios;
¿quién tendrá mayor poder?
Pues sea su amante o no,
que si disgusto le dan
los corales en que están
cifras que Amor declaró,
yo que no oso cara a cara
mis deseos descubrirle,
por escrito he de decirle
el favor que los ampara.

Escribe y habla

Lo que por sabio penetra,
en este papel resuma.
Sirva de lengua la pluma
y de palabra la letra.
Firméla; bien está así.

Cierra el papel y sobrescríbele

"Al duque nuestro señor."
Declaradle vos mi amor,
papel, cuando vuelva aquí.

Deja el papel sobre la mesa y vase. Sale ROGERIO

ROGERIO.

Prometió venir a verme
Leonisa, y fue en prometer,
como en el amar, mujer.
La ausencia es sueño; ella duerme;
mas ya que a favorecerme
no venga, sea a atormentarme,
que si por Filipo a darme
viene penas que sufrir,
más vale verla y morir,
que no verla y abrasarme.
Aquí está un papel cerrado,

Tómale y ábrele

sobrescrito para mi.
¿Quién le dejaría aquí?
De Filipo está firmado.
Hele reñido, no ha osado
de vergüenza y de temor
darme cuenta de su amor,
y darámele en papel,
que en fe de que hay poca en él,
no tiene el papel color.

Lee

"Leonisa, señor, perdió
los corales que os dan pena.
Hallélos, y una cadena
le envié, que recibió;
que la besaba vi yo,
con que satisfecho quedo,
si de vuestro gusto excedo
por intentarme casar,
vos lo podéis remediar,
que yo la adoro, y no puedo."
Aquí si que es menester
estudiar, ciego rigor.
Comenzó amor por amor;
viniéronle a suceder
celos; mas ya, ¿qué he de hacer
si para fin de mis años
se van aumentando daños,
pues quieren mis penas, cielos,
que a mi amor sucedan celos,
y a mis celos desengaños?
¡Que Leonisa me olvidó
tan presto! Escribí en arena.

Lee

"Hallélos, y una cadena
le envié, que recibió."
¿Por oro Filipo entró?
Pero el oro--¡que no acaba!
¡Ay, cielos!

Lee

"Que la besaba
vi yo." Basta, que si agora
Amor ya sus flechas dora,
no habrá menester aljaba.
Confiesa el suyo sin miedo,
y no le puedo culpar.

Lee

"Vos lo podéis remediar,
que yo la adoro, y no puedo."
Conclüido, por Dios, quedo.
¿Qué hay que replicar aquí?

Rompe el papel

Ganó lo que yo perdí.
Pierde el que a jugar se asienta,
y paga aunque más lo sienta.
Lo mismo será de mí.
Casarlos mañana intento,
y mostrar cuán sabio soy,
pues venciéndome a mí, doy
corona a mi sufrimiento.
Esto dice el pensamiento,
mas no el amor en que excedo
a la ley que admito y vedo.
Si hacéis, ausencia, olvidar,
"vos lo podéis remediar,
que yo la adoro, y no puedo."

Sale ENRIQUE

ENRIQUE.

Ya la dispensación, duque, ha venido,
ya le dan parabienes a Clemencia,
y ya yo, castigado, presumido,
de mis desdichas lloro la experiencia.
Interpreté, de vos favorecido,
en mi favor la equívoca sentencia
que pronunciaste, misterioso, un día,
juzgando que Clemencia fuera mía.
Engañéme de puro confïado.
Gozadla, primo, vos, que si algún gusto
admite mi dolor desesperado,
es ver lograrse en vos amor tan justo.
Yo, duque, moriré menospreciado,
abriles agostando este disgusto
de una florida edad, de un firme amante,
de un desdichado, en fin.

ROGERIO.

Dadme ese guante.

Vase ROGERIO

ENRIQUE.

¿Sin responderme se va
y de la mano me lleva
el guante? Confusión nueva,
¿quién declararos podrá?
¡Válgate el cielo por sabio!
¿Guante mío para qué?
¿Si de desafío fue
contra su primer agravio?
Mas no, que en el desafío
quien los hace y solicita,
guantes da, que no los quita,
y el duque se lleva el mío.
¿Yo dándole parabienes,
y él mis penas escuchando?
¿Yo muriendo, y él callando
sus dichas y mis desdenes;
y cuando esperando está
respuesta mi amor constante,
sale con "dadme ese guante,"
y sin hablarme se va?
¡Oh enigmático Rogerio!
Hablad y daos a entender,
que Enrique no puede ser
Edipo de este misterio.

Vase ENRIQUE. Sale CLEMENCIA, con banda, y dos CRIADOS

CLEMENCIA.

Cuanta hacienda tengo es poca
para albricias de este bien.
El seso he dado también,
que estoy de contento loca.
Ya se ha acabado mi mal.
¡Oh, alegre dispensación

CRIADO 1.

Cerca de la posesión,
todo amor es liberal.

CLEMENCIA.

¿Rogerio, qué dice a esto?

CRIADO 2.

Celebrara su alegría,
si de su melancolía
no fuera el mal tan molesto.

CLEMENCIA.

La causa de su pesar
me atreviera a decir yo,
pero mi amor me enseñó
a sentirlo y a callar.
Él es sabio y obediente.
No sabrá salir del gusto
de su padre.

CRIADO 1.

Y eso es justo.

CLEMENCIA.

Yo sé de mi amor ardiente
si una vez su esposa soy,
que sabré hacerle olvidar
memorias de su pesar.

Sale ENRIQUE

ENRIQUE.

Mil parabienes os doy,
aunque a mi costa, señora,
del tálamo que esperáis,
puesto que ingrata pagáis
un alma fiel que os adora.
Gozad de amor fértil fruto
con que a Francia reyes deis,
que si vos galas traéis,
las de Enrique serán luto.
¡Pobre de quien con perderos
tiene de perder la vida!

CLEMENCIA.

No agriéis con vuestra venida,
Enrique, el gusto de veros.
Ya os dije la voluntad
que de obedecer mi tío
ha tenido el gusto mío.
Mi contento acompañad;
que si me queréis, es justo
que mis dichas os le den.

ENRIQUE.

Mézclase el mal con el bien,
y el placer con el disgusto.
De mezcla el alma se viste,
porque estáis vos, prima mía,
alegre, tengo alegría,
y porque os pierdo, estoy triste.

Sale FILIPO con una caja curiosa cerrada, con un papel

FILIPO.

El duque, nuestro señor,
dilata, señora, el veros,
porque teme entristeceros
su melancólico humor,
y este presente os envía.

CLEMENCIA.

Su mal agua mi placer.

ENRIQUE.

Regalos deben de ser
y joyas de la sangría.

CRIADO 1.

¡Qué de perla y de diamante
el nuevo esposo enviará!

CRIADO 2.

Es sabio y largo. Sí hará.

CLEMENCIA.

Aquí solo viene un guante.

CRIADO 1.

¿Guante? Debe de pedir
limosna.

CRIADO 2.

¿Hay mejor sangría?
¡Costosas joyas envía!

CLEMENCIA.

¿Qué es lo que querrá decir
mi esposo en este presente?

CRIADO 1.

¿Guante? ¡Donoso regalo!
Para parches no era malo,
si tuviera llaga o fuente.
su esposa.

CLEMENCIA.

No sin misterio
viene.

CRIADO 1.

¿Si es desafío?

ENRIQUE.

Señora, ese guante es mío.

CLEMENCIA.

¿Vuestro guante a mí, Rogerio?

ENRIQUE.

El compañero está aquí.
Averiguadlo por él.

CLEMENCIA.

Quiero mirar el papel.

ENRIQUE.

Siempre este sabio habla así.

CLEMENCIA.

Desaciertos suyos son
sentencias dignas de estima.

ENRIQUE.

Veamos el papel, prima.

CLEMENCIA.

Sólo contiene un renglón.

CRIADO 2.

Hasta en las letras también
es avariento.

CLEMENCIA.

¡Ay, de mí!

ENRIQUE.

Leed.

CLEMENCIA.

Dice el duque aquí,
"esto sólo os viene bien."
¡Que este guante solamente
me viene a mi bien! ¿Por qué?
Si no es que sin seso esté.
¿qué es lo que por esto siente?
¿No habéis dicho que era vuestro?

ENRIQUE.

Él mismo me le quitó.

CLEMENCIA.

Que os quiero bien sospechó;
pues siendo tan sabio y diestro,
¿quién duda que habrá alcanzado
lo que me habéis pretendido,
y de celos combatido
este guante me ha envïado
para que se signifique
la mano en él de su dueño?

ENRIQUE.

No fuera ese bien pequeño
si lo consiguiera Enrique.

CLEMENCIA.

Sospechas todo lo ven,
y de vos celoso en vano,
dice que en vez de la mano,
me viene este guante bien.
Bien puede de vos formar
quejas su melancolía.

ENRIQUE.

Claro estaba, prima mía,
que yo lo había de pagar.

Sale un CRIADO

CRIADO 3.

Un accidente le ha dado
a vuestro esposo, señora,
mortal.

CLEMENCIA.

Negad, conde, agora
que vos se lo habéis causado.

ENRIQUE.

Decís bien; culpadme a mí.

CLEMENCIA.

Conde, mi sospecha es clara,
que el duque no me dejara
por otra, a no ser así.
Quitáosme, Enrique, delante.

Vase CLEMENCIA

ENRIQUE.

¿Qué es esto, cielo crüel?

CRIADO 2.

Sacaos la sangre por él,
regalaraos con un guante.

Vanse todos, sale ROGERIO

ROGERIO.

No estoy bien acompañado.
Dejadme. Cerrá esa puerta;
pues mi esperanza es ya muerta,
viva eterno mi cuidado.
¡Que por la posta han llegado
las penas de mis sentidos!
No basta, gustos perdidos,
el grado en que Roma piensa
dispensar, pues no dispensa
Amor en casos prohibidos.
Diga el médico verdad,
pues siendo sangre, es amor,
será su grado mayor
por la consaguinidad.
Leonisa en mi voluntad
como más propincua vive;
es pastora, y no recibe
mi estado. Su suerte corta
dispense Amor; mas ¿qué importa,
si la razón lo prohibe?
¿Los celos también no son
en amor prohibidos grados?
Pues si están averiguados,
¿qué importa dispensación?
¿No es mayor jurisdicción
la de Amor y más precisa
que esotras? Sí. Pues, ¿qué prisa
Roma ha dado a mi paciencia?
Mi amor no quiere a Clemencia,
ni mi nobleza a Leonisa.

Salen LEONISA, pugnando por entrar, CARLÍN, y un GUARDA

LEONISA.

He de entrar, aunque les pese.

GUARDA.

¡Tente, villana!

|-
|class="pt-personaje" style=""|ROGERIO.

|class="pt-texto" style=""|

c


¿Qué es esto?

LEONISA.

Quien vive con tantas guardas,
o es cobarde, o anda preso.

ROGERIO.

¡Leonisa es! Dejadla entrar.
¡Vos aquí! ¿A qué bueno?

LEONISA.

A procurar que lo estéis,
que allá ya os juzgan por muerto.

ROGERIO.

¿Muerto?

LEONISA.

Sí.

ROGERIO.

En vuestra memoria
lo estaré.

LEONISA.

¡Pluguiera al cielo,
y no usurpara mi llanto,
duque, los ojos al sueño!

ROGERIO.

Vendrás a ver a Filipo.

LEONISA.

Eso, sí, buscad, Rogerio,
excusas a vuestras bodas,
y grados a mis tormentos.

Siéntase ROGERIO

ROGERIO.

Diréis que le aborrecéis.
Corales vi yo por trueco
de eslabones, que, dorados,
yugo son de vuestro cuello.

LEONISA.

También yo vi que os llamaba
Bretaña sabio y discreto,
sin merecer este nombre,
quien preciándose de serlo,
es tan fácil en creer.

ROGERIO.

¿Los ojos cuándo mintieron?

LEONISA.

Cuando no los rige el alma,
ni alumbra el entendimiento.

ROGERIO.

¿Pues engañáronse?

LEONISA.

Sí.

ROGERIO.

¡Pluguiera a Dios! pero tengo
testigos, yo en vuestro daño,
fidedignos, fuera de ellos.

Sale el DUQUE

DUQUE.

Hijo ¿qué nuevo accidente
es éste, que en tanto extremo
os tiene, que solo estáis?
Más ¿qué villanos son éstos?

LEONISA.

Yo, gran señor, soy Leonisa,
hija de Lauso, el rentero
de Pinardo, que me manda
que venga a ver a Rogerio.

CARLÍN.

Y yo soy saludador,
que cuando rabian los perros,
a dos soplos....

DUQUE.

¿Qué?

CARLÍN.

A dos soplos
mato un candil y lo enciendo.

DUQUE.

Si de estas simplicidades
gustáis, hijo, entreteneos
y aliviad melancolías.

ROGERIO.

Criéme, señor, con ellos.

LEONISA.

No hemos venido de balde.

DUQUE.

¿Cómo?

LEONISA.

Curo en nueso pueblo
de mal de hechizos y de ojo,
y a la fe, que si no miento,
que está Rogerio hechizado.

DUQUE.

¿Qué dices?

LEONISA.

Allá sabemos
mucho de esto las mujeres.

CARLÍN.

Y los hombres mucho menos.

LEONISA.

Hechizos son, no hay que hablar.

DUQUE.

Bien puede ser.

LEONISA.

¡Y qué cierto!
¿Ello va a decir verdades?

DUQUE.

Sí.

LEONISA.

Pues guarde secreto.
Quiso allá Rogerio mucho,
siendo sólo caballero,
a una serrana algo bruja.

CARLÍN.

Que chupa niños y viejos.

LEONISA.

Como ahora le ve duque,
y ha mudado con el tiempo
la voluntad, pues se casa,
hechizóle.

DUQUE.

Yo lo creo;
que tristeza semejante
no es natural, ni yo puedo
creer que quien sabe tanto,
si hechizos no me le han puesto
como está, viéndose duque,
se entristezca; ¿es verdad esto?

ROGERIO.

Verdad es que a una serrana
quise, más ya no la quiero.

LEONISA

Aparte
¿Velo si doy en el punto?
(¡Ah, mudable!)
Pues yo vengo
a curarle.

CARLÍN.

Y yo también.

LEONISA.

Calla, bestia.

CARLÍN.

Dime bestio,
que soy macho y hembra no.

DUQUE.

¿Sabréis vos?...

LEONISA.

Comisión tengo
de la bruja para todo.
Déjeme hablarle en secreto.

DUQUE

Aparte
(Hay en todas las montañas
de estos extendidos reinos
mil gentes de estas perdidas,
tributarias del infierno.
Pues lo afirma esta mujer,
su hechizo debe ser cierto,
y no es mucho colegir
de tal causa tal efecto.)

ROGERIO.

Yo lo vi, no hay que excusarte.

LEONISA.

Firela hizo aquese enredo
por casarme con Filipo,
y Carlín fué el instrumento.

ROGERIO.

Filipo mismo te culpa.

LEONISA.

¿Pues qué amante, si no es necio,
siendo parte apasionada,
no mentirá en su provecho?

ROGERIO.

¿Su cadena recibiste?

LEONISA.

Por tuya, que este grosero
en tu nombre me la dió.

ROGERIO.

¿Carlín? ¿Pues qué le iba en eso?

LEONISA.

Engañarme.

ROGERIO.

No, Leonisa;
tus liviandades me han muerto.

LEONISA.

Yo he sido en firmeza bronce;
por testigo pongo al cielo.

ROGERIO.

Con Filipo has de casarte.

LEONISA.

Daréme muerte primero.

ROGERIO.

Tú le adoras.

LEONISA.

Mentís, duque.

CARLÍN.

¡Quedo, cuerpo de Dios, quedo!

DUQUE.

Apartaos, pastor, acá.

CARLÍN.

¿Que me aparte? ¡Por Dios bueno!
Traeme por saludador
Leonisa y por sopladero.

DUQUE.

¿Saludador?

CARLÍN.

¿No lo ve?
de soplón vivo; aunque creo
que hay muchos ya de este oficio
que acá llaman lisonjeros.

ROGERIO.

Yo te he querido, Leonisa,
con el amor más perfecto
de cuantos su deidad honran.
Vi tu mudable sujeto;
déjame, y ama a Filipo.

LEONISA.

Nómbrale y dame tormento.

ROGERIO.

Clemencia es ya esposa mía.

LEONISA.

Si no la abrasan mis celos.
La palabra has de cumplirme.

ROGERIO.

Soy ya duque.

LEONISA.

Y aun por eso.

ROGERIO.

Llámanme sabio.

LEONISA.

No lo es
quien se muda a todos vientos.
¿Amas a Clemencia?

ROGERIO.

No.

LEONISA.

¿Y quien se casa, es discreto,
con quien aborrece?

ROGERIO.

Es fuerza

LEONISA.

¿Por qué?

ROGERIO.

Mi padre obedezco.

LEONISA.

¿Dios no es más que el padre?

ROGERIO.

Sí.

LEONISA.

¿Amor no es dios?

ROGERIO.

Es dios ciego.

LEONISA.

¿Tiénesme amor?

ROGERIO.

¡Ay, ingrata!

LEONISA.

Di verdad.

ROGERIO.

Mucho te quiero.

LEONISA.

¿Y no me obedeces?

ROGERIO.

No.

LEONISA.

¿Por qué?

ROGERIO.

Mil estorbos veo.

LEONISA.

¿Y son?

ROGERIO.

La dispensación.

LEONISA.

No la aceptes.

ROGERIO.

¿Cómo puedo?

LEONISA.

Dame a mí la mano.

ROGERIO.

¿Cómo?

LEONISA.

Siendo mi esposo.

ROGERIO.

Eso temo.

LEONISA.

No teme Amor.

ROGERIO.

Antes sí.

LEONISA.

¿Cuándo?

ROGERIO.

Cuando tiene celos.

LEONISA.

No los creas.

ROGERIO.

Vilos yo.

LEONISA.

¿A eso vuelves?

ROGERIO.

A eso vuelvo
que eres fácil.

LEONISA.

Mentís, duque.

CARLÍN.

¡Quedo, cuerpo de Dios, quedo!

DUQUE.

¿Qué es lo que habéis colegido,
serrana, de nuestro enfermo?

LEONISA.

Que está hechizado, señor.

CARLÍN.

El alma a soplos le he vuelto.

Sale FILIPO

DUQUE.

¿Qué os parece, secretario?
Hechizado está Rogerio.

FILIPO

Aparte
¡Válgame Dios, qué desgracia!
(¿No es esta Leonisa, cielos?)

LEONISA.

Señor, todo nuestro hechizo
consiste--verá si acierto--
en ponerle unos corales
que Filipo trae al cuello.

DUQUE.

¿En corales de Filipo?

LEONISA.

Sí, porque vienen en ellos,
según nos dijo la bruja,
estos hechizos envueltos.

DUQUE.

¿Tenéislos vos?

FILIPO.

Sí, señor.

DUQUE.

¿Quién os lo ha dado?

FILIPO.

Hallélos.

LEONISA.

Y consintió todo el mal
del duque sólo en perderlos.

DUQUE.

Dadlos acá.

FILIPO.

¡Ay, prenda mía!
perdiéndoos, perderé el seso.

LEONISA.

Si yo le amara, crüel,
no tuviera atrevimiento
para pedirle mi sarta.

ROGERIO.

Por engañarme lo has hecho.

LEONISA.

Póntelos.

ROGERIO.

¿Yo? ¡Cómo! Aparta,
que estos corales me han muerto.

Al DUQUE

LEONISA.

¿No ve como se resiste?
Mire su merced si es vero
lo que dice. Téngale.

DUQUE.

Por mi bien te trujo el cielo.
Hijo, en esto está tu vida.

ROGERIO.

¡Que os engañan!

DUQUE.

Ten sosiego.

ROGERIO.

¿Corales que has dado, ingrata,
a otro, me pones?

LEONISA.

Fueron
hallados, que dados no.
Mi bien, mi esposo, mi dueño,
crédito, o muerte me da.

ROGERIO.

En fin, ¿mis ojos mintieron

LEONISA.

Los ojos, mi duque, no.

ROGERIO.

¿Pues quién?

LEONISA.

El entendimiento.

ROGERIO.

¿Qué no me ofendiste?

LEONISA.

Nunca.

ROGERIO.

¿Que me quieres?

LEONISA.

Sin ti muero.

ROGERIO.

¿Y a Filipo?

LEONISA.

Si le nombras...

ROGERIO.

¿Qué harás?

LEONISA.

Rasgaréme el pecho.

ROGERIO.

Tu esposo soy.

LEONISA.

Yo tu esclava.

DUQUE.

¿Cómo estáis?

ROGERIO.

Mejor me siento.

Sale CLEMENCIA

CLEMENCIA

Aparte
(¿Es posible que hechizado
esté el duque? Mas--¡ay cielos!
¿No es ésta la labradora,
nublado de mis contentos?)
Prendan a estos dos villanos.

DUQUE.

Sobrina, ¿qué hacéis?

CLEMENCIA.

Prendedlos.

DUQUE.

¿Por qué, si a curarle vienen?

CLEMENCIA.

La hechicera que me ha muerto
y a mi esposo tiene así,
es ésta. Préndela presto

FILIPO.

Amor, ayudad mi causa,
y victoriosos saldremos,
Gran señor, esto es verdad.
Yo sé que quiso a Rogerio
esta pastora infinito,
e intenta ahora de nuevo
hechizarle.

DUQUE.

¿Qué decís?

FILIPO.

Este pastor, si a tormento
le ponen, dirá lo que es.

CARLÍN.

¡Helo aquí todo en el suelo!

DUQUE.

Di lo que sabes.

CARLÍN.

Señor,
la verdad es que yo vengo
por saludador de anillo,
que ni tal oficio tengo,
ni en viernes santo nací.

DUQUE.

¿Y quién es ésta?

CARLÍN.

Yo pienso
que es bruja que a chupar viene
ducos desde nuestro pueblo.

CLEMENCIA.

¿Qué os parece, gran señor?

DUQUE.

¡Hay tal cosa! Quitad luego
a Rogerio esos corales,
que el hechizo vendrá en ellos,
y prendan aquestos dos.

ROGERIO.

¡Traidores! ¿estáis sin seso?
¿A mi Leonisa? ¿A mi esposa?
Eso no.

CLEMENCIA.

Gran señor, ¿veislo?

CARLÍN.

Luego que soplón me vi,
adiviné el paradero.
¿Mas que me queman por brujo?
¡Ay, Dios! A chamusco huelo.

Echan mano a LEONISA y CARLÍN

ROGERIO.

¡Viven los cielos! villanos,
que si, la esposa que quiero
más que a mí, no dejáis libre
que pierda al duque el respeto.
Dadme una espada.

DUQUE.

¿Hay tal cosa?
Dejalde, que está sin seso.
Curarále la villana,
o mataréla a tormentos.

Vanse todos menos ROGERIO. Sale ENRIQUE

ENRIQUE.

Señor, ¿qué alboroto es éste?

ROGERIO.

¡Ay, Enrique, que me han preso
el alma, el gusto, la vida!

ENRIQUE.

No hagáis, primo, esos extremos.

ROGERIO.

No haré, si vos me ayudáis.

ENRIQUE.

Yo moriré al lado vuestro.

ROGERIO.

Pues venid, diréos el cómo,
que no interesáis vos menos.

Vanse los dos. Salen el DUQUE y PINARDO

DUQUE.

Sí, Pinardo, hale hechizado
una pastora a quien quiso.

PINARDO.

Quien os ha dado ese aviso,
os ha, señor, engañado;
porque esa pastora es
ocasión de mi venida,
y tan noble y bien nacida
como Clemencia. Después
que no os veo, se murió
el pastor a quien tenía
por padre y obedecía
Leonisa, el cual me dejó
aqueste papel cerrado,
mandando que se me diese
el día mismo que muriese.
Leíle, y de él he sacado
que era un noble caballero,
que del gran duque ofendido
de Borgoña, y persuadido
de vengarse, el medio fiero
que tomó, fue de dar muerte
a Leonisa en una quinta,
recién nacida, en quien pinta
el cielo su ilustre suerte.
Hallóla sola y tan bella,
que juzgando por crueldad
el marchitar su beldad,
huyó a estos montes con ella;
que por vivir desterrado
de Borgoña y sin hacienda,
le pareció con tal prenda
quedar más rico y honrado.
Vino en traje de pastor,
nombréle por mi rentero,
hasta que al trance postrero
esto me escribió, señor.
Ved como será hechicera
quien de Clemencia es hermana.

DUQUE.

Novela fuera esa vana,
Pinardo, si no supiera
la pérdida de una hija
que el duque mi hermano tuvo,
por cuya ocasión estuvo
para morir. Regocija
mi tristeza aquesa nueva.
A sacaría de prisión
vamos, que si el afición
que melancólica prueba
de Rogerio la firmeza,
siendo su esposo este día,
tendrá su melancolía
fin, y premio su belleza.

PINARDO.

Los pies, gran señor, os beso.

DUQUE.

Clemencia perdonará,
que más Pinardo, me va
el ver al duque con seso.

Sale ROGERIO

ROGERIO.

Ya yo, señor, estoy bueno,
y mi tristeza pasada,
en contento convertida,
le debe a aquella serrana
esta cura milagrosa.
Que la suelten, señor, manda,
si no es que pagues servicios
con prisiones y amenazas.

DUQUE

Aparte
(¡Extraña fuerza de amor
tiene la voluntad! Tanta,
que disimula contento,
solamente por librarla).
Hijo, de veros ya bueno
doy a los cielos mil gracias,
y haré mercedes también
a la pastora que os ama;
mas habéis de ser esposo
de Clemencia.

ROGERIO.

Como el alma
de la enfermedad del cuerpo
defectos participaba
no conocía la dicha
que con la duquesa gana;
pero ya que la conoce,
en su hermosura idolatra.

A PINARDO

DUQUE

Aparte
Todo esto, Pinardo, finge
porque la pastora salga
libre y segura. (¡Oh, Amor!
Asombros son tus hazañas.)
Llevad aquesta sortija
a la prisión, y sacadla;
pero haced que venga aquí.

PINARDO.

Cosas he visto hoy extrañas.

Vase PINARDO. Salen ENRIQUE y FILIPO

ENRIQUE.

La duquesa de Clarencia,
que de Ingalaterra pasa
a París, está en la corte.

DUQUE.

¿Qué decís?

ENRIQUE.

Esta mañana
en el puerto más cercano
tomó tierra; que es Bretaña,
la provincia más propincua
a Ingalaterra, de Francia.
Viene huyendo de su rey,
en el favor confïada
del nuestro, que es su pariente,
y aunque poco acompañada,
no quiere pasar sin veros.

DUQUE.

Avisen luego a madama
Clemencia, y a recibirla
vamos todos.

ENRIQUE.

Ya está en casa.

Sale LEONISA, a lo inglés, bizarra, y CARLÍN, a lo gracioso, también inglés

LEONISA.

No nos eches a perder.

CARLÍN.

Bona guis toixton. Palabras
inglesas hablaré solas,
y en lo demás chite y calla.

LEONISA.

Deme los pies vuestra Alteza.

DUQUE

Aparte
Gran duquesa, no esperaba
nuestra corte tanta dicha.
(¡Cielos! ¿Ésta no es la cara
de Leonisa, la pastora?
Mas no; que en brevedad tanta,
¿cómo engañarme pudiera?
Su rostro y talle retrata.)

FILIPO

Aparte
(¿No es mi Leonisa ésta, cielos?
Mas--¡ay, ojos!--que os engañan
mentirosas apariencias.)

ROGERIO.

Primero que a París parta
vuestra excelencia honre esta corte,
que ya siente que se vaya.

LEONISA.

Por serviros, gran señor,
dilataré mi jornada.

A CARLÍN

FILIPO.

Diga, señor caballero,
¿cómo se llama madama
la duquesa?

CARLÍN.

Bona guis
toixton.

FILIPO.

No entiendo palabra.
¿Tiene su asistencia en Londres?
¿Es doncella o es casada?

CARLÍN.

Bona guis toixton.

FILIPO.

¿Qué es esto?
¿Hay figura de más gracia?
¿Es caballero?

CARLÍN.

Monsiuro.

FILIPO.

Gracias a Dios que ya habla
palabras inteligibles.

Sale CLEMENCIA

CLEMENCIA.

Si el duque está sano y paga
mi voluntad en albricias,
excede mis esperanzas,
señor.

DUQUE.

Advertid, sobrina,
que tenéis en vuestra casa
la duquesa de Clarencia,
para honrar nuestra Bretaña.

CLEMENCIA

Aparte
Vueselencia. (¡Ay, Dios! ¿qué miro?
¿no es iquesta la serrana
hechicera de mi esposo?)

CARLÍN

Aparte
¿Mas que aquí mos desacatan?

Sale PINARDO

PINARDO.

No está en la prisión Leonisa.

DUQUE.

¿Cómo es eso?

PINARDO.

También falta
el rústico que traía.

CARLÍN

Aparte
(Temblando están mis lunadas.)

CLEMENCIA.

Ésta es, Leonisa, señor,
y éste el villano, que engañan
tu corte, si no la hechizan.

DUQUE.

¡Bárbaro! ¿Quién eres? Habla.

CARLÍN.

Bona guis toixton.

CLEMENCIA.

¡Matadle!

DUQUE.

Sosegad, Clemencia; basta.

CLEMENCIA.

¡Matadle!

CARLÍN.

Bercebú lleve
el bona guis y las bragas.
Yo soy Carlín, señor duco,
y ésta Leonisa, empanada
inglesa, que sacó el conde,
porque Rogerio lo manda.

DUQUE.

Conde Enrique ¿cómo es esto?

ENRIQUE.

Rogerio ha sido la causa
de que estén estos dos libres.

CLEMENCIA.

Ésta es Leonisa; matadla.

ROGERIO.

Clemencia, sedlo en las obras.

DUQUE.

No será vuestra ira tanta,
que gustéis de dar la muerte
aquí a quien es vuestra hermana.

CLEMENCIA.

¿Quién es mi hermana?

DUQUE.

Leonisa,
la que ha sido tan llorada
de vuestros padres, perdióse,
y hoy el cielo os la restaura.

CLEMENCIA.

¡Ay, hermana de mis ojos!
No hay para qué hacer probanzas.
La sangre sin fuego hierve;
reconocido te ha el alma.
Dame esos brazos.

LEONISA.

¿Qué es esto?

PINARDO.

No eres, Leonisa, villana;
hija, sí, del de Borgoña.

ROGERIO.

¡Ay, gloria de mi esperanza!

LEONISA.

¿Yo soy duquesa, señores?

DUQUE.

De Borgoña sois infanta.

LEONISA.

¿Y esposa del duque, quién?

DUQUE.

Clemencia.

LEONISA.

Pues no soy nada.

ROGERIO.

Melancólico estaré
toda mi vida, si pasan
adelante los efectos
por no remediar la causa.
Leonisa ha de ser mi dueño.

CLEMENCIA.

Siendo Leonisa mi hermana,
en albricias de su hallazgo,
mi amor en ella traspasa
su acción.

LEONISA.

Las manos te beso.

ROGERIO.

Sed, pues, hoy en todo franca.
Dad la vuestra al conde Enrique.

CLEMENCIA.

Cuando dispensare el Papa.

DUQUE.

También será menester
para los dos.

CARLÍN.

¡Alto! vayan
por otra para Carlín,
que esta comedia se acaba
sin bodas. Tirso la ha escrito;
a quien la juzgase mala,
malos años le dé Dios,
y a quien buena, buenas pascuas.