El molinoEl molinoFélix Lope de Vega y CarpioActo III
Acto III
(Sale el Príncipe solo.)
PRÍNCIPE:
El cielo está cansado de sufrirme,
y yo de ir en contra él no estoy cansado;
mi padre, reino y Celia me han dejado,
y yo no puedo de ellos eximirme.
Mi pensamiento veo perseguirme,
y siempre estoy en él más engolfado;
de la causa del daño me han echado,
y yo no veo camino por dónde irme.
Estame el bien llamando, y yo huyendo,
y huye de mi alma quien yo sigo,
pues me aborrece Celia, a quien yo amo.
Quiero acabar con mi dolor muriendo,
y por darme la muestre cruel castigo
no me quiere matar, porque la llamo.
Con el ausencia pensaba
que el dolor se aplacaría:
por eso me desterraba;
mas la memoria porfía
y el pensamiento no acaba.
Vuelvo, patria y padre, a verte,
pues el pesar y mi suerte
quiere que a esa mi homicida
le venga a dejar la vida,
en pago de darme muerte.
PRÍNCIPE:
¡Ah, si Valerio viniese
para que de aquella ingrata
algunas nuevas me diese,
y de qué la Corte trata!
¡Ah, Valerio, si te viese!
Que con ti descansaría
alguna parte del día,
si en mí puede haber descanso,
pues con el gusto me canso
y me cansa el alegría.
Porque aqueste fiel criado
en mi peregrinación
me ha seguido y amparado,
y ha sido el fuerte bordón
que siempre me ha sustentado.
Mas ya siento entre estos robles
su voz, que con ecos dobles
todos los cóncavos suena.
¡Oh, consuelo de mi pena
y ejemplo de siervos nobles!
(Sale Valerio.)
VALERIO:
¿He sido en venir pesado?
PRÍNCIPE:
¡Oh, Valerio! Bien venido
seas. ¿Cómo te has tardado?
VALERIO:
Y, lo que peor ha sido,
de malas nuevas cargado.
PRÍNCIPE:
¿Malas nuevas?
VALERIO:
Y harto malas.
PRÍNCIPE:
¿Cómo así?
VALERIO:
Patios y salas
de palacio hallé cubiertas
de postas, que me hizo ciertas
la fama con prestas alas.
PRÍNCIPE:
¿De dónde vienen?
VALERIO:
De Francia.
PRÍNCIPE:
Serán de poca importancia,
ya sé las nuevas que son;
pero están del corazón
a una infinita distancia.
¿Es eso del casamiento
que de Francia se decía?
VALERIO:
Y con tanto fundamento,
que mañana, antes del día,
sale el sol de tu contento.
PRÍNCIPE:
¿Qué sol?
VALERIO:
El de tu mujer,
que tu padre hizo traer
y el de Francia ha enviado.
PRÍNCIPE:
Pues será sol eclipsado,
porque no le pienso ver.
VALERIO:
Pues ¿qué sirve que te apartes,
si han despachado correos
que te busquen por mil partes?
PRÍNCIPE:
Haz cuenta que esos deseos
nacieron, Valerio, en martes.
Que pues él me desterró
cuando matarme intentó,
no ha de hallarme cuando quiere;
y el que culpa no tuviere,
que se sufra, como yo.
VALERIO:
Pues, ¿qué ha pecado madama,
que viene para tu esposa
y como a esposo te ama?
PRÍNCIPE:
A Celia tengo por diosa,
a Celia mi alma llama.
Apártate del camino,
que sale de este molino
gente que baja a la presa.
Estos son de la Duquesa.
¿Cómo a sus pies no me inclino?
(Salen Melampo y Conde.)
MELAMPO:
Entra en el bosque, Martín,
que aquí me conviene hablarte.
CONDE:
¿No me dirás a qué fin?
Pues no vienes a esa parte
sin pensamiento ruin.
MELAMPO:
Mal mi pasión adivinas,
si tal locura imaginas;
otro es el mal que me ahoga,
y dígalo aquí esta soga
y estas robustas encinas.
CONDE:
Dime qué quieres hacer.
MELAMPO:
Lo que quiero es que le digas
a aquella ingrata mujer,
que al fin de tantas fatigas
aún no me quiere querer,
que pues veo que te ha dado
el alma que me ha quitado,
dile que en este cordel
queda Melampo fiel,
bien perdido y mal pagado.
CONDE:
Deja, loco; suelta, necio.
¿Por eso quieres hacer
al cielo tanto desprecio
y, tras la vida, perder
la joya de mayor precio?
MELAMPO:
Déjala.
CONDE:
Suéltala digo.
MELAMPO:
No haces oficio de amigo.
CONDE:
Harele de tal manera
que me aborrezca y te quiera,
y a darte a Laura me obligo.
MELAMPO:
¿A Laura?
CONDE:
A Laura.
MELAMPO:
Esos pies
son dignos de aquesta boca.
CONDE:
La mano bastará, pues.
MELAMPO:
La mano y el alma.
CONDE:
Toca,
que esa basta que me des.
MELAMPO:
En fin, ¿que aborrecerás
a Laura?
CONDE:
Pienso hacer más:
que si me la traes aquí
haré que te quiera a ti.
MELAMPO:
Lo que es imposible harás.
Mas, por verte aborrecella
en mi presencia, yo voy
a traella.
CONDE:
Ves por ella.
MELAMPO:
Contento y pagado estoy,
solo en que te burles de ella.
(Vase Melampo.)
PRÍNCIPE:
¿No es este, Valerio amigo,
el molinero entonado
que, estando Celia conmigo,
entró a dalle aquel recado?
VALERIO:
De ese cuento soy testigo.
PRÍNCIPE:
Pues lleguémosle a hablar:
quizá nos sabrá informar
del estado de mis cosas.
CONDE:
De estas carrascas hojosas
siento las ramas turbar.
(Mas, ¡ay, extraño accidente!
¿Tengo al Príncipe presente
y no me hiela el temor?)
PRÍNCIPE:
Dios os guarde, labrador.
CONDE:
Bien venga la buena gente.
¿Habéis errado el camino,
o acaso tenéis que hacer
algo en aqueste molino?
PRÍNCIPE:
No venimos a moler.
CONDE:
Bien molido os imagino.
PRÍNCIPE:
No lo adivináis muy mal;
que quien anda y nunca para
parece al molino igual.
CONDE:
Bien se os parece en la cara
que sois hombre principal.
PRÍNCIPE:
Yo os he visto en otra parte.
CONDE:
Estaría de otro arte…
PRÍNCIPE:
No, sino de aquesta suerte.
CONDE:
Así se espanta la muerte,
y la vida se reparte.
PRÍNCIPE:
Era en cas[a] de la Duquesa.
VALERIO:
De Celia, ¿no la conoces?
CONDE:
Nuesa ama, por Dios, es esa.
PRÍNCIPE:
(Y de quien lo dice a voces.)
VALERIO:
(Más que le piden confiesa.)
CONDE:
¿Sois vos también su criado?
PRÍNCIPE:
Soy un hombre que la adora,
y soy un cautivo errado.
CONDE:
¡Oxte, puto! ¿A mi señora?
Vos saldréis descalabrado.
PRÍNCIPE:
si tú supieras quién soy,
dirías que la merezco.
CONDE:
Yo lo sé, que al diablo os doy,
y perdonad, que os ofrezco
por el enojo en que estoy.
PRÍNCIPE:
¿Quién soy?
CONDE:
Sois un engañado,
que os andáis embelesado
por quien jurara yo aquí
que me quiere más a mí,
lleno de harina y salvado.
VALERIO:
Todos saben su rigor.
PRÍNCIPE:
¿Cuánto habrá que allá no fuistes?
CONDE:
De entonces acá, señor,
una sola vez.
PRÍNCIPE:
¿Y esa vistes
su divino resplandor?
CONDE:
Antes no replandecía;
que un luto negro traía
por un conde que murió.
PRÍNCIPE:
Más vivo está que no yo.
CONDE:
¡Miren que bellaquería!
PRÍNCIPE:
¿Viste acaso a quién hablaba?
CONDE:
Con una carilamida.
De un príncipe se quejaba
que quitó a un conde la vida,
y socarrón le llamaba.
Echábanle maldiciones
entras las dos a montones,
y para ayudallas bien,
a todas dije yo: amén,
que digo las oraciones.
Hoy, que tengo de ir a vella
y llevalle cierta harina,
pienso hablar a su doncella
y pedille esta doctrina
para salvarme con ella.
Que aunque yo ya estoy salvado,
no estoy bien asegurado;
que a fe que temblando estoy.
PRÍNCIPE:
Valerio, de vida soy,
después de estar enterrado.
VALERIO:
¿Cómo así?
PRÍNCIPE:
Yo fabriqué
el remedio más seguro
que para hablalla tendré:
en traje tosco y oscuro,
con este villano iré.
¿Quiéreste hacer molinero?<poem>
PRÍNCIPE:
De oro fino.
CONDE:
¡Por Dios, si yerro el camino,
que de hierro me la dais!
Mas cuando me conozcáis,
me daréis lo que adivino.
PRÍNCIPE:
Hoy, a ver aquesa dama,
en traje de molinero,
iré contigo.
CONDE:
¿A nuesa ama?
¡Guarda huera al matadero!
Eso, alcahuete se llama.
PRÍNCIPE:
¿Tú no ves que es rectitud
hacer a un hombre amistad?
CONDE:
Tal os venga la salud;
que no es buena caridad
daros mi propia virtud.
Pero, porque estoy seguro
que callaréis como un muro,
id de ese traje a mudaros,
que yo me ofrezco a llevaros.
PRÍNCIPE:
¿Cierto?
CONDE:
Pues que yo lo juro.
PRÍNCIPE:
¿Que al final harás que la vea?
CONDE:
¿Ya no te digo que sí?
PRÍNCIPE:
Pues, alto, vamos de aquí,
que en esa primera aldea
habrá vestido.
VALERIO:
Sea así.
CONDE:
Vamos, que yo te aseguro
que con el traje a lo oscuro
no te conozcan.
PRÍNCIPE:
Y, en fin,
¿quieres?
CONDE:
A fe de Martín.
PRÍNCIPE:
¿Cierto?
CONDE:
[Vanse, quédase el Conde.]
Pues que se lo juro.
¿Hase visto jamás igual suceso?
¿Hase visto desdicha semejante?
Mas no piense fortuna que por eso
a sus desdichas mudaré semblante;
que en Celia no ha de haber tan poco seso
que, conociendo al Príncipe, se espante:
antes entiendo de su raro estilo
que le ha de herir, y por el mismo filo.
Solo de aquesto me resulta un daño,
y es estorbarme el bien que yo tuviera
hablando a Celia, y en el mismo engaño
que sus brazos toqué la vez primera.
¡Ah, tiempo: a ti que toca el desengaño
de cuanto encubre la mentira diera,
el fuego de la fénix presto imita,
y aquesta vida muerta resucita!
Salga, que es justo, de villano traje
quien no nació de sangre de villanos;
reciba nuevo lustre mi linaje
tocando a Celia sus divinas manos;
no quieras que la espada tanto baje
de estos pérfidos, bárbaros villanos:
conténtate de ver, sin merecello,
su punto amenazando mi cabello.
(Salen Melampo y Laura.)
LAURA:
¿Aquí dices que quedó?
MELAMPO:
Aquí, entre estas carrascas,
estuvo oyendo mis bascas
y sus desengaños yo.
LAURA:
Martín, ¿qué melancolía
es aquesta que te ha dado?
CONDE:
El no haberte declarado
el engaño que fingía.
LAURA:
¿Qué engaño?
CONDE:
Decir que amaba
a quien siempre aborrecí.
LAURA:
¿Tú me aborreces a mí?
CONDE:
Y contigo me burlaba.
Dos años ha que Melampo
te ha querido, sin favor,
enterneciendo su amor
monte, molinos y campos.
Este sí que te merece,
y a quien es justo que pagues,
y no acaricies ni halagues
quien te engaña y aborrece.
Moviome a desengañarte
ver que matarse intentó
y que esta soga colgó
de una encina, por vengarte.
Y así ha podido conmigo
tanto su pena y tormento,
que le hice juramento
de no verme más contigo.
Ya, Laura, yo te aborrezco;
créeme, y quiere a Melampo,
en cuyas prendas estampo
lo que yo de ti merezco;
porque no he de hablarte más.
LAURA:
No menos me prometía
la grande desdicha mía
que el galardón que me das.
No quiero de ti quejarme,
ni dar a entender que siendo
perder un hombre de viento
que ha confesado dejarme.
Quéjome solo de mí,
que con engaño te amé.
CONDE:
¿Qué te parece?
MELAMPO:
No sé
con qué pagarte.
LAURA:
¡Ay de mí!
Martín, que mejor dijera
matirio del pecho mío,
martillo de hierro frío
que rompe un alma de cera,
¿posible es que era tan duro
que divides a los dos,
que me dejas?
CONDE:
Sí, por Dios.
LAURA:
¿Cierto?
CONDE:
Pues que se lo juro.
LAURA:
¿Y que estás determinado?;
¿y que ya no me verás?
CONDE:
Yo no pienso hablarte más;
por en Melampo el cuidado.
LAURA:
¿Eso intentas, mármol duro?
CONDE:
No he de escuchar tus enojos
por vida de ciertos ojos.
LAURA:
¿Cierto?
CONDE:
Pues que se lo juro.
(Vase.)
LAURA:
¡Al fin el cruel se fue!
MELAMPO:
Aquí está quien te desea.
Laura, ¿quién habrá que crea
tu desengaño y mi fe?
No miras el desconcierto
que haces con él y conmigo,
pues dejas un cierto amigo
por un enemigo cierto.
¿Por qué, ingrata, no me quieres,
pues que conoces mi amor?
LAURA:
Para un hombre que es traidor,
poco valen las mujeres.
Mas pues este me dejó,
no se ha de burlar de mí,
no se vengue en que perdí
por él lo que no estimó.
Fingirme quiero contenta,
y a quien me aconseja, amar;
que con un diestro olvidar
el mejor come pimienta.
El que más presto olvida,
si ve que se le da poco,
suele volver como loco
a querer lo que dejó.
Melampo, ya yo deseo
dar remedio a tu pasión,
porque tu mucha afición
lo merece, cual lo veo.
Habrá dos días o tres
que mi padre me hablaba
de que casarme trataba,
¡como ya tan viejo es!
Y de Martín y de ti
me dijo que yo escogiese
el que más gusto me diese,
pero no le he dado el sí.
Ve a mi padre y di que quiero
que tú seas mi marido,
pues lo tiene merecido
tu fe y amor verdadero.
Cree que tu bien procuro
y el remedio de los dos.
MELAMPO:
¿Es de veras?
LAURA:
Sí, por Dios.
MELAMPO:
¿Cierto?
LAURA:
Pues que se lo juro.
MELAMPO:
Dame, mi bien, esa mano
por prendas de aqueste bien.
LAURA:
La mano y brazos también.
MELAMPO:
Amor, reviento de ufano.
LAURA:
Mi palabra te aseguro
que he de gozarte algún día.
MELAMPO:
¿Júraslo?
LAURA:
Por vida mía.
MELAMPO:
¿Cierto?
LAURA:
Pues que se lo juro.
(Vanse, y sale el Rey y la Duquesa y Teodora, su dama.)
REY:
Si, como aquí te ofrezco el alma mía,
mi reino y mi corona, todo el mundo
darte pudiera, es cierto que lo haría.
Solo en servirte y agradarte fundo
lo que merezco, lo que soy y valgo,
y en que me quieras hacerme tu segundo.
Jamás verás que de tu gusto salgo;
sin ti no tengo en nada mi persona;
por ti pretendo yo merecer algo.
Sola es esta humildad la que me abona
y la que me puede enriquecer mi gusto
si este amor, Celia, se me galardona.
Un muerto conde no te dé disgusto,
pues se te ofrece un rey en lugar suyo.
Recíbele por él, pues es tan justo.
Mi reino, Celia hermosa, será tuyo;
todo ha de estar debajo de tus plantas.
Aguardándote un sí, callo y concluyo.
DUQUESA:
Yo conozco, señor, que me levantas
del polvo de la tierra a tu grandeza
y me dispones a grandezas tantas.
Mas de esto se te sigue la bajeza
de hacer a tu vasallo igual contigo,
lo que es para mi alma ran tristeza.
Con todo eso no replico, y digo
cosa en contrario, mas decirte quiero
lo trates con mi padre, y no conmigo;
porque en aquestos términos espero
alegrarme, vestirme y componerme.
REY:
Vivo en tus ojos, en tu ausencia muero.
Aunque no quieras, Celia, socorrerme,
y pues que la venida de mi nuera
será muy presto, por venirme a verme,
yo parto a recibilla, y bien quisiera
que se hiciese la boda con contento.
Dios sabe si por ti mejor la hiciera.
En ti, Celia, estará mi pensamiento,
en ti vivo y por ti. Dame licencia,
pues que ya sabes lo que el partir siento.
TEODORA:
Y lo que ella aborrece tu presencia
lo sabe también Dios, y no lo sabes,
que al fina amor añade y quita ciencia.
Ya tiene de su pecho otros las llaves;
no hallarás entrara.
REY:
¡Celia mía!
TEODORA:
Esfuerzo te dé amor para que acabes.
Mientras más se calienta, más se enfría,
y apartarse de verla apenas osa,
y ella verle presente no querría.
REY:
¡Ay, Celia de mi alma! ¡Ay, Celia hermosa!
(Vase el Rey.)
DUQUESA:
¿Hay, Teodora, desdicha como aquesta?
TEODORA:
Estoy, señora helada y temerosa.
Veo la voluntad del Rey dispuesta,
y veo al Conde que por ti padece,
y que dejalle es cosa manifiesta.
DUQUESA:
Antes el sol que ahora resplandece
se cierra con la noche, y en lo bajo
del suelo aquella estrella que amanece,
y en formas nuevas, con igual trabajo,
fortuna avara mudará las cosas
mezclando el Ebro, el Duero, el Nilo, el Tajo,
que el Conde y sus pasiones amorosas
se borren de mi alma eternamente,
a pesar de sus manos rigurosas,
porque el perfecto amor no me consiente
que a nadie quiera, pues al Conde quiero,
y cuando hacerme fuerza el Rey intente,
todo es morir, y moriré primero.
(Sale el Príncipe, de villano, con un costal al hombro, y el Conde con él.)
CONDE:
No tengáis miedo, Pascual,
que se enoje la Duquesa,
que no me quiere tan mal.
PRÍNCIPE:
¡Oh, hi de puta, cómo pesa!
¡Ofrezco al diablo el costal!
DUQUESA:
¿Qué es esto?
TEODORA:
Los molineros.
DUQUESA:
Era ya tiempo de veros.
CONDE:
Deténgase su mercé,
¿no ve que la ensuciaré
con los nuevos compañeros?
DUQUESA:
Pues ¿Martín acompañado?
CONDE:
No lo he podido estorbar
por más que lo he procurado.
DUQUESA:
Ya no te quiero abrazar.
CONDE:
Por vos, Pascual, se ha enojado.
PRÍNCIPE:
¡Hola, Martín!
CONDE:
¿Qué me quieres?
PRÍNCIPE:
Que pues que su amigo eres,
te allegues cerca y le digas
quién soy.
CONDE:
A mucho me obligas;
empero no desesperes,
que yo llegaré en secreto
y diuré que eres un hombre
que la adora, y en efeto
servirá saber tu nombre.
PRÍNCIPE:
Que lo sabe te prometo.
Pero háblala después:
dile que el Príncipe es,
que le quiere hablar.
CONDE:
Pues mira, de este lugar
no pienses mudar los pies.
Que yo llegaré por ti
y tu nombre le diré.
PRÍNCIPE:
No me moveré de aquí;
hecho una piedra estaré.
CONDE:
Aguárdate y fía de mí;
que nadie mejor desea
que bueno el suceso sea
de estas cosas en que andamos.
Pues, nuesama, ¿cómo estamos?
DUQUESA:
Mi Conde, ¿quién esto crea?
Dime, ¿no es traidor
el Príncipe?
CONDE:
Sí, señora,
ya sabéis que os tiene amor.
DUQUESA:
¿Qué es esto, Próspero, ahora?
CONDE:
Habla bajo y sin temor.
Que este taridos me ha buscado
para venir disfrazado,
viéndome aquí el otro día.
Sábelo Dios, Celia mía,
si yo lo tengo llorado.
Pero, al fin, no puedo más,
y le traigo a que te hable.
DUQUESA:
¡Quién lo creyera jamás!
CONDE:
Es mi fortuna mudable.
DUQUESA:
Dime, mi bien, ¿cómo estás?
CONDE:
En viéndote, bueno y sano.
PRÍNCIPE:
¡Oh, lo que tarda el villano!
DUQUESA:
Yo estoy, sin verte, perdida.
CONDE:
Ponte delante, mi vida,
y tomarete la mano.
DUQUESA:
Vesla aquí.
CONDE:
Besalla quiero.
PRÍNCIPE:
¡Lo que tarda el molinero!
DUQUESA:
Con el contento de verte
se me olvida el de mi muerte.
PRÍNCIPE:
¡Ya de esperar desespero!
CONDE:
¿Cómo es eso?
DUQUESA:
Que estoy loca
de ver que el Rey quiere hacer,
tanto el amor el amor le provoca,
suya propia tu mujer.
CONDE:
¿Eso tomas en la boca?
DUQUESA:
En esta locura ha dado;
pero no te dé cuidado
que el Rey haga, aunque más valga,
que el Conde que adoro salga
del pecho que le ha guardado.
CONDE:
Eso creo yo muy bien
de tu amor.
DUQUESA:
Y del desdén
que le muestro a causa tuya.
CONDE:
Esto, mi bien, se concluya,
por este traidor también.
DUQUESA:
En fin, ¿le he de hablar aquí?
CONDE:
Conviene, señora, así.
Llegad, Pascual, que por Dios,
que he negociado por vos
lo que no hiciera por mí.
PRÍNCIPE:
¿Conócesme, Celia hermosa?
DUQUESA:
¿Parécete justa cosa,
loco Príncipe, y debida
a una dama recogida
esta invención vergonzosa?
Si aquí fueras conocido,
¿pudieras darme la fama
que en este tiempo he perdido
mientras que no soy tu dama
ni tú mi propio marido?
Deja ya las mocedades,
que si va a decir verdades,
eres más loco que cuerdo.
PRÍNCIPE:
Cuando ves que el seso pierdo,
con razones me persuades.
Yo conozco que estoy loco,
y que nace esta ocasión
de solo tenerme en poco,
que priva de la razón
la pena a que me provoco.
¿Qué esperas del Conde muerto?
¿Tú no ves que es desconcierto
amarle con tal pasión?
¿Es de piedra el corazón?
¿Tienes diamante encubierto?
Ya la tierra le aprisiona.
¿De qué sirve voces dalle,
ni maltratar tu persona?
¿Piensas de resucitalle,
como hace la leona?
Piensa, Celia, que jamás
le verás vivo.
DUQUESA:
No estás
en eso engañado poco.
Yo le veo vivo y toco,
y pienso gozalle más;
que dentro de mi sentido,
para gozalle en el cielo,
tengo a Próspero esculpido.
PRÍNCIPE:
¡Oh, pecho de fuego y hielo
y de un fiero áspid ceñido!
¿Muerto el Conde me aborreces?
DUQUESA:
Y tanto te desvaneces,
que aun vivo se representa
y me está tomando cuenta
de hablarte tantas veces.
Presente le tengo, digo.
CONDE:
Príncipe, ¿ya no te cansas?
PRÍNCIPE:
Por arduo camino sigo,
muerte, que no me descansas
de este dolor enemigo.
CONDE:
Es, señora, nuesama,
sed menos brava, por Dios,
y amad un hombre que os ama.
DUQUESA:
¿Y sabéis, villano, vos,
si le conviene a mi fama?
¿Podéis vos darme licencia
si , casada, me procura
otro marido en presencia?
CONDE:
¿Soy yo Papa, por ventura?
¿No es aquesa impertinencia?
DUQUESA:
¿Paréceos que tal ha sido
querer al primer marido?
PRÍNCIPE:
Si es muerto, aguardad que venga.
DUQUESA:
No se os dé nada que tenga
mi amor trocado el vestido.
CONDE:
¡Par Dios, Pascual! Yo no veo
remedio si ella os desama.
PRÍNCIPE:
Ni lo tendrá mi deseo.
(Entra Leridano, viejo molinero.)
VIEJO:
¡Bien dirá ahora nuesama
que vengo por jubileo!
CONDE:
¡Ah, nuesamo! ¿Que acá estáis?
VIEJO:
Dadme, señoras, esos pies.
DUQUESA:
Casero, con bien vengáis;
aunque ya se pasa un mes
que en esta casa no entráis.
¿Cómo está el molino?
VIEJO:
Bueno,
que siempre besa tus manos;
casa, huerta y jardín lleno
de mil alhelíes tempranos,
con todo su campo ameno.
Mil almendros florecidos,
con los pimpollos cubiertos,
de blanco y nácar vestidos,
tienen los ramos abiertos
que penetran los sentidos.
Váyase su señoría
por allá, si gusta un día,
que la habemos menester.
DUQUESA:
¿Hay en qué haceros placer?
VIEJO:
Desposo una hija mía.
DUQUESA:
¿A Laura?
VIEJO:
A Laura, señora.
DUQUESA:
Y, ¿con quién?
VIEJO:
Con un garzón
que ha dos años que la adora.
DUQUESA:
Digo que es justa razón:
madrina soy desde ahora.
Mañana voy al molino.
Tened bien puesta la huerta.
VIEJO:
Ella con su olor divino
hasta las flores despierta
y las tiende en el camino.
DUQUESA:
¿Irás conmigo, Teodora?
TEODORA:
Será muy cierto, señora;
es mi propio beneficio.
VIEJO:
Hágame aqueste servicio.
CONDE:
Contento estaréis ahora.
VIEJO:
¿Quién es aqueste zagal?
CONDE:
Un amigo de mi tierra.
VIEJO:
En aquesta ocasión tal,
Martín, el odio destierra;
si a Laura no quieres mal,
romper tienes los zapatos.
CONDE:
Todos bailamos a ratos,
y más con esta madrina.
VIEJO:
¿Diste cuenta de la harina?
CONDE:
Servid a viejos ingratos.
VIEJO:
¿Has llevado las carretas?
CONDE:
Bien nos podemos volver;
bien lo hacen las muletas.
VIEJO:
¡Gran boda!
CONDE:
Pienso romper
seis pares de castañetas.
(Vanse, y salen madama Princesa y Alberto.)
ALBERTO:
¿Qué os parece, madama, de esta tierra?
¿No os da contento su agradable vista,
las plantas de ella, fértiles y bellas,
tanta diversidad de frutas y árboles?
¿No os admiráis de ver tanta grandeza?
MADAMA:
Todas las cosas de la noble España
me agradan por extremo: que no es poco
para quien deja a Francia, su regalo,
sus padres, sus abuelos y parientes.
ALBERTO:
Huelgo que bien os haya parecido,
pues es forzoso que viváis en ella.
MADAMA:
En extremo, señor, estoy confusa
de ver que hasta la corte hemos llegado
sin que nadie nos haya recibido,
ni el Príncipe. No sé cuál sea la causa.
ALBERTO:
No os cause aquesto, Flordelís, disgusto,
que ha sido la venida de secreto,
y puede ser que no lo haya sabido,
si ya no fuese caso que ocupado
esté en cosa que importe, y que no pueda.
La causa se sabrá bien presto. ¡Hola,
marcha a la corte! Mas ¿qué gente es esta?
(Salen el Rey y algunos.)
REY:
Haced que lleguen luego esa carroza
para que a la ciudad volvamos juntos.
MADAMA:
Deme tu majestad tus pies.
REY:
Mis brazos
os daré, mi madama, con gran gusto,
y mi hija también.
MADAMA:
Esclava vuestra,
que vengo como en prendas, desde Francia,
de la amistad que el Rey mi padre os debe.
REY:
La discreción a la hermosura iguala;
en todo os hizo peregirna el cielo.
¿Cómo ha venido la Princesa, Alberto?
ALBERTO:
El mar le hizo, señor, algunos días
el mal alojamiento que ella suele;
mas, gloria al cielo, no fue nada todo.
REY:
Espantada estaréis, madama hermosa,
que el Príncipe no salga a recibiros;
mas pensando que fuera la venida
por tierra, por la posta fue a buscaros;
mas dentro de dos días tendrá aviso
y dará vuelta con deseo y gana
de recibir aquesos dulces brazos.
MADAMA:
Pésame a mí que mi señor el Príncipe
sin causa haya tomado ese trabajo;
mas bien se vengará de nuestra burla
con el deseo y gana de esperalle.
(Habrá ruido dentro, diciendo: «Para, para.»)
REY:
¿Qué gente es esta que camina al bosque,
Rufino amigo?
RUFINO:
Aquestos son criados
de la duquesa Celia, que esta tarde
se ha venido a aquestas caserías
a ser madrina de una boda rústica
de una hija de aqueste molinero.
REY:
Y di, ¿será capaz aquesa casa
esta noche de tan honrados huéspedes?
RUFINO:
Ya entiendo al blanco, gran señor, que tiras,
y digo que la casa basta y sobra
a aposentar doblada gente en ella.
REY:
Pues alto huésped tiene la Duquesa,
y esa boda mejora de padrino.
Haz que nos traiga de la corte presto
lo necesario para aquesta noche;
porque con otra fiesta más solemne
madama Flordelís entre en mi corte.
RUFINO:
Apercibida tienes la carroza.
Venga tu Majestad.
REY:
Venid, Princesa,
donde descansaréis aquesta noche,
y mañana dará lugar el día
para poder serviros de contento.
(Vanse, queda Rufino solo.)
RUFINO:
Extraño es el pensamiento
del Rey en quedarse aquí,
pero está lejos de sí
y cerca de su tormento.
Por gozar a la Duquesa,
sin quien no puede vivir,
quiere en el campo dormir
con la madama francesa.
(Entra el Príncipe y Conde, de labradores.)
PRÍNCIPE:
Grande alboroto he sentido,
Martín, hacia nuestra casa.
Dicen que la Infanta pasa,
que desde Francia ha venido.
RUFINO:
¡Ah, molineros!
CONDE:
¿Quién llama?
RUFINO:
¿Cuándo viene la Duquesa?
CONDE:
Por esa senda atraviesa.
RUFINO:
Madrina tenéis de fama.
PRÍNCIPE:
Éste es Rufino, criado
del Rey. Quiérome esconder.
RUFINO:
¿Cuándo la boda ha de ser?
CONDE:
Ahora está concertado.
RUFINO:
A hablar la Duquesa voy.
Quedad con Dios.
(Vase.)
CONDE:
Él os guarde.
¿De qué estuviste cobarde?
PRÍNCIPE:
De que este sabe quién soy.
Oye.
CONDE:
¿Qué quieres?
PRÍNCIPE:
Martín,
¿a dónde viene esa gente
del Rey?
CONDE:
Si pasa la puente,
irá de Celia al jardín.
PRÍNCIPE:
Dices la verdad, por Dios;
que el Rey y su nuera van
a la huerta.
CONDE:
Y dormirán
esta noche allí los dos,
que aquí se ha de ver su intento.
PRÍNCIPE:
Huélgo que disfrazado
veré la mujer que han dado
al Príncipe en casamiento.
CONDE:
Es buena imaginación
esa que el Príncipe tiene.
PRÍNCIPE:
Martín, la Duquesa viene.
CONDE:
Ella y Leridano son.
(Entran la Duquesa y el molinero, viejo.)
DUQUESA:
¿Que en esta huerta se entró
sin licencia el Rey?
VIEJO:
Y quiere
dormir en ella.
DUQUESA:
Si fuere
su gusto, lo quiero yo.
VIEJO:
El huésped, señora, es tal,
que obliga a darle la huerta.
DUQUESA:
¿Quién es el que está a la puerta?
VIEJO:
Martín, señora, y Pascual.
DUQUESA:
Pues, Martín, ¿y todavía
sois de Pascual compañero?
CONDE:
Después que soy molinero,
me muele de noche y día.
DUQUESA:
«Parecéis, molinero, amor
y sois moledor.»
PRÍNCIPE:
Yo creo
que te muele mi deseo
y endurece mi dolor.
DUQUESA:
¿No puede hacerse la boda
sin Pascual, señor Martín?
CONDE:
Es un grande bailarín:
viene a revolverla toda.
DUQUESA:
Si él piensa revolver,
dentro habrá quien le castigue.
PRÍNCIPE:
Ya no hay cosa que me obligue
a dejarte de querer;
mas pues ya soy molinero
y no te ablando jamás,
moler tengo hasta no más
aquese pecho de acero,
que por más que piedra seas,
es molino de diamante
la firmeza de un amante
a quien la muerte deseas.
DUQUESA:
Si tú la diste a mi bien,
¿qué mucho quererte mal?
PRÍNCIPE:
Moler tengo pedernal
con agua de tu desdén.
VIEJO:
El Rey viene.
PRÍNCIPE:
Aquí me aparto,
que quiero ver la Princesa.
(Apártase, y sale el Rey y la Princesa.)
REY:
Quiero tanto a la Duquesa,
que a recibilla me parto.
DUQUESA:
Beso vuestros pies supremos,
y a vos, señora madama.
¡Por mi vida, que sois dama
de peregrinos extremos!
MADAMA:
Soy yo muy vuestra criada.
REY:
A lo menos, no diréis
que en esto no me debéis
quedar, Duquesa, obligada;
pues que vengo a ser padrino
sabiendo que sois madrina.
DUQUESA:
De merced tan peregrina
hallo mi valor indigno.
PRÍNCIPE:
No es fea la francesilla.
obliga a tenella amor.
DUQUESA:
Es esa merced, señor,
para el mejor de Castilla,
y el ser padrino conmigo
donde la Princesa está
injusta cosa será;
solo a serviros me obligo.
Ella será la madrina
con vos, y yo os serviré.
REY:
En nada contradiré
lo que Celia determina.
MADAMA:
A fe, que dichosos fueron
los señores desposados;
que padrinos tan honrados
pocos reyes los tuvieron.
DUQUESA:
Mi señor el Rey ha sido
de quien yo recibo honor.
PRÍNCIPE:
Cobrándole voy amor;
harto bien me ha parecido.
REY:
Duquesa, haced que veamos
los novios, y trataremos
de que aquí los desposemos,
y buen agüero tengamos;
que esta su boda lo es
de alguna que hacer espero.
DUQUESA:
Acá se siente el agüero
para tu gusto al revés.
Pues alto, casero amigo,
y vos, Martín, allá entremos,
y los novios sacaremos
para que vengan conmigo;
y mirad que habéis de hacer
cierto negocio por mí.
VIEJO:
Haré, señora, por ti
cualquier cosa.
DUQUESA:
Así ha de ser.
(Vanse Celia y el Conde y el molinero, viejo.)
PRÍNCIPE:
Considero tan sin pena
a aquesta hermosa dama,
que con gran razón se llama
flor de lirio y azucena.
Aquí sí que mis cuidados
y amorosos desatinos
por tan honrados caminos
serán más bien empleados.
¡Mal haya el tiempo que amé
la ingrata que me aborrece!
Mujer sin fe no merece
que nadie le tenga fe.
Princesa del alma sola,
este es el Príncipe; este es;
serás ahora y después
mi princesa y española.
Aquí estoy arrepentido
del tiempo que me engaño;
no llores mi ausencia, no,
que aquí tienes tu marido. (Sale la Duqeusa embozada y vestida a lo villano, y el molinero viejo, y los desposados, y el Conde con alguna gente, y salen cantando los del molino.) (Cantan.)
Esta novia se lleva la flor,
que las otras no.
Bendiga Dios el molino
que tales novias sustenta.
Muelan su harina sin cuenta,
a costa de tal padrino.
Estas muelen de lo fino,
del trigo que muele amor
que las otras no.
REY:
¡Muy bueno es esto, por Dios!
¡Gentil agüero y fortuna!
¿Esta novia, no era una?
¿Cómo ahora vienen dos?
VIEJO:
Eran almendras paridas
las que estas huertas criaban:
que en una cáscara estaban
dos desposadas metidas.
Melampo y Martín se casan
con la dos que son mis hijas,
pues honras y regocijas,
la boda.
REY:
¡Qué cosas pasan!
Este villano es discreto,
y viendo que soy padrino,
no halla mozo en el molino
que no le casa en efeto.
VIEJO:
En fin, señor, ¿que gustáis
que se hagan estas bodas
con grande alegría todas?
REY:
Y otras muchas que traigáis.
MELAMPO:
¿Vuestra palabra real
obligáis, justo o injusto,
de no: recibir disgusto?
¡En mi vida he visto tal!
Digo que sí.
VIEJO:
Esto es hecho.
Venga un clérigo que os case.
REY:
Mirad si hay alguien que pase,
que le casaréis, sospecho.
Pero llamadme primero
la Duquesa, que sin ella
no es bien hacello.
VIEJO:
Por ella
voy como viento ligero.
(Destápase la Duquesa.)
REY:
¿Qué es lo que mis ojos ven?
DUQUESA:
A Celia con su marido.
Rey, la palabra te pido.
REY:
¿Este es el Conde?
DUQUESA:
También.
CONDE:
El conde Próspero soy,
que humilde estoy a tus pies;
que vida o muerte me des,
humilde a tus pies estoy.
En este traje he vivido,
huyendo el fiero rigor
del Príncipe, mi señor,
a quien también perdón pido.
REY:
¿Quién es aqueste villano?
PRÍNCIPE:
Tu hijo soy, que a tus plantas
pido de mis culpas tantas,
señor, tu perdón y mano.
Aunque estoy en este traje,
en que mi enojo me puso,
con la Duquesa me excuso
de mi fingido viaje.
Todo, señor, fue fingido,
el Conde muerto y mi ausencia;
que cerca de tu presencia
en este traje he vivido.
Perdonad, esposa mía,
y dadme esa mano y brazos.
MADAMA:
De vuestra esclava son lazos
que los doy desde este día.
REY:
Estoy de manera mudo,
que no sé qué responder,
y entre el pesar y el placer
lo que estoy mirando dudo.
¡Ah, Celia, mucho has sabido!
DUQUESA:
Hazañas fueron, señor,
de mujer que tiene amor.
REY:
Paciencia. Engañado he sido.
Todos os habéis casado.
Gozad vuestra mocedad,
que bien veo que mi edad
se excusa de ese cuidado.
LAURA:
¡Ah, señor Conde!
CONDE:
¡Ah, señora!
LAURA:
¿Érades vos el galán
que tanta pena y afán
suele dar a quien adora?
¿Érades aquel perjuro
contra la fe de los dos?
VIEJO:
No lo he visto.
CONDE:
Sí, por Dios.
LAURA:
¿Cierto?
CONDE:
Pues que se lo juro.
LAURA:
Basta, que burla de mí.
REY:
Desde hoy, los molineros
se tengan por caballeros.
MELAMPO:
En mi macho me lo fui.
De comer, señor, procuro,
que es la perfecta hidalguía.
REY:
Renta os doy desde este día.
MELAMPO:
¿Cierto?
REY:
Pues que yo lo juro.
CONDE:
Piedra de mi fuerte muro,
saber que ya vuestro soy.
DUQUESA:
Yo, señor, mi mano os doy.
CONDE:
¿Cierto?
DUQUESA:
Pues que yo lo juro.
REY:
Yo lo mismo os aseguro,
y así, entrarnos bien podemos
donde el casamiento haremos.
LAURA:
¿Cierto?
REY:
Pues que yo lo juro.
CONDE:
Yo fui dichoso y con tino,
pues que mi mal se remedia.
Y aquí acaba la comedia,
gran senado, del Molino.