El nacimiento de la verdad

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El nacimiento de la verdad​
 de Juan Cortés de Tolosa


Nació la Verdad en un lugar grande, pero poco poblado. Fueron sus padres la Razón y el Desengaño. Salió embuelta en un capillo, no por afortunada sino por pobre. Por la calidad de sus padres no le estuvo mal el don: éste fue de sabiduría. Fue su rostro blanco y sus faciones hermosíssimas; fue creciendo siempre tan delicada como se suele dezir della. Procuró arrimarse a buenos y huyeron su compañía, que, aunque era muy hermosa, tenía mal olor en la boca. Ya era de razonable edad quando se le pegaron muchos, que dixeron ser sus amigos: parecieron antes sus deudos en lo poco que hizieron por ella.

En ésta empeçó a exercitar su oficio. Passó ansí que, al desembocar de una calle, oyó que en una casa davan grandes gritos, a cuya puerta dixo:

-Dezid que está aquí la Verdad.

Un pobre hombre, a quien su muger dava tormento de toca, basquiña, ropa, jubón y otros adereços, dixo:

-Entre y sea muy bien venida. Veamos si tengo para dar todo esso junto.

Entró, y apenas la huvo visto la muger quando, con grandes gritos, llamó a su madre. Salió la vieja con unos colmillos de javalí y, vista de la Verdad, con apresurados passos se bolvió por donde avía entrado, que ni un gigante tan grande se atreve con una suegra. A quien siguió el desconsolado marido, diziéndola:

-No acabo de entender esta muger: dize me quiere mucho y dame pesadumbres de muerte. Dezidme, pues todo lo sabéys, qué quiere dezir esto o a dónde está el remedio.

A quien la Verdad dió por respuesta:

-En quanto a la suegra, ¡Dios se duela de vos! A que no la acabáys de entender, digo que no tan malo, pues otros aún no han empeçado con las suyas o no quieren empeçar. Creedme que esto de entender estas damas es como relación de balbucientes, que siempre están los que los oyen en los principios. A que dónde está el remedio, digo que según lo que he oýdo, que en la puerta de Guadalajara.

-¡Teneos! -respondió el marido-. Esso fuera quando, por bever el hidrópico, se le quitara la sed, mas queda dentro el humor que daña.

-Dezís muy bien.

La respondió:

-Y donde más se fragua es en los corros que hazen las damas, particularmente en las iglesias. Ara yo no sé qué sea la razón por que no se trate del remedio desto. ¡Válgame Dios! ¿La iglesia no es para encomendarse a Él? Pues, ¿cómo puede ansí ser si en semejantes corros se trata de Guadix y de las puntas de Flandes? Y no tan malo esto que haze la de fulano mucho más sin rienda que el hombre más mordaz, porque ay menos prudencia. Luego nace de aý que una oveja sarnosa pega a las demás la lepra, porque se pegó a tratar de las desventuras que la de hulano passa. Tráela un año ha con un vestido y trátala como una negra, ella las demás la lepra, porque se pegó a tratar de las demás: harto os he dicho, miraldo.

El marido se despidió y ella quedó diziendo:

-¿No digo yo que esto de maridos es tropelía?

Anduvo todo aquel día echando lances al ayre, sin aver quien la diesse cosa alguna, aunque muchos la huvieron compassión: y fue cosa muy de notar que, estando con tanta necessidad de comer, no lo quiso de uno que se lo ofreció que parecía santo, antes huyó dél, cierta señal que devía serlo de mentira. Dezía que era muy más seguro oficio aun que el del médico, pues, demás de la comida segura, lo estava también el vestido si por lo menos, al cabo del año, avía santa que llevava quatro o seys ropas.

-¡O, insigne oficio! -repitió algunas vezes-, porque si el ladrón come, ha trabajado con el ingenio y con las manos. Si el mercader es rico, ha empleado su hazienda y ha guardado ocasión para ganar en ella. Si el escrivano se trae galán y sustenta su casa y a vezes la agena, bien lo ha tarsnochado. Si el alguazil tiene baxilla, su negociación se la dio. Pero tú, beata, que dormirte te da de comer y te haze santa, ¡quánta ventaja hazes a todo este género de gente!

Oy es combidada en casa de un título nuestra madre tal de Jesús. Llega la hora de comer, come nuestra santa al passo que muchos santos ayunaron. Vase a dar gracias al oratorio y siéntase nuestra beata, porque esto de la oración ha de ser como mejor se halla cada qual: súbenla los humos al cerebro, dormita la bendita madre y tiene los ojos como quien está en éstasis. ¡O, miralda cómo está! Está para su negocio muy bien, porque tal vez es mucho mejor dormitar que dormir, porque quando duermo no sé lo que hago, y quando dormito, duermo y sélo. Está diziendo entre sí, de suerte que se pueda entender:

-¡O, qué plato de buñuelos! ¡No comí en mi vida mejor cosa!

Sale a mi señora la condesa la niña que su señoría trae con tocas de dueña y dízela:

-¡O, si oyesse vuessa señoría lo que dize nuestra madre del fruto que da la planta de los buenos, no la huviera passado más por el pensamiento el plato que tanto gusto le dio!

Benditíssima madre, que traer unos çapatos de quatro suelas, que te defienden de las piedras, te hazen santa, y más santa el saco que te defiende del sol en verano y abriga en invierno, por ti se dirá agora, o tú lo deves de dezir: «por esto me llaman beata»: y dizes y dizen muy bien, según lo que tú professas. Pues, madre nuestra, mucho mejor es obedecer que sacrificar: hartos monasterios ay donde puedes serlo viviendo debaxo de campanilla sujeta a otra voluntad.

No te espantes diga de ti esto, pues en los púlpitos se dize mucho más largo, y los hombres más doctos de España. Y es cierto, que ellos ni yo no hablaremos de aquéllas cuyas obras dizen con lo que éstas fingen, sino de aquéllas que hazen lo contrario; ni yo pudiera dezirlo, ni fuera yo si lo dixera. Para una cosa dixo ser muy buenas: para espantar niños, pues, andavan siempre haziendo gestos como lo anduvo cierta beata en cuya casa viví, de quien sucintamente contaré vida y milagros.

Digo, pues, que esta tal gestera beata ocupava en la casa que he dicho, si no el mejor quarto, no los peores aposentos. Y como hasta que se hiziesse hora de comer se estuviesse en un patinillo della con las demás vezinas, entrando yo cierto día me dixo:

-¡Santo, mortifíquese y péleme este pollo!

Quíteme yo mi manteo, que era el ábito que entonces traía, y, llegándome al pozo para ponerle sobre su brocal, vi que en el hueco de una escalera se estava mortificando con otro pollo la compañera de nuestra beata. Enfaldéme mi sotana y veo que entra otro mortificado con media azumbre de lo bueno y, tras éste, un mortificado menor con una libra de nieve. «Ello va de mortificados», dixe yo entre mí. Empecé a pelar mi pollo, de cuyas plumas no le estuviera mal al dueño un vestido fondo en miel, porque la tal beata hazía lo que algunas mugeres que suelen vender pastillas, que, como vayan por las casas preguntando si las quieren, en entrando en ellas, suelen dezir: «Señora, también traygo riquíssimo solimán.» Mi buena beata pastillas vendía con el ábito de sayal, pero lo que debaxo dél se encerrava solimán era. También me reí, hasta que la huve conocido, de los que dezían avía zaoríes, gente que vee lo que está debaxo de tierra: y desde entonces burlo de los que no lo creen, porque esta beata veía un talego aunque estuviesse doze estados debaxo della.

Passando una y otra calle vino a dar consigo en la cárcel, donde era atormentado un hombre, achacándole avía dado una cuchillada a un maldiciente. La Verdad dixo no era ansí, que el otro se la avía tomado, pues nació de su mala lengua la causa dello; cosa que no poco la provocava a reýr, considerando que se gozavan otros los plazeres y éste una cuchillada por dezir lo que no le yva ni venía, como si huviera de dar cuenta dello.

Luego boló la fama de la mucha discreción de la Verdad, muy desseada pero mal recebida. Preguntáronla que quándo hablavan della las mugeres. Respondió que quando dezían mal de sí. Otro la preguntó que cómo sabía tanto. Respondió que antes amargava.

Viose la triste sola, desamparada y muerta de hambre. Quiso aprender oficio, y no halló otro de que echar mano, para quien ella era, sino del de sacamuelas, que las sacan sin dolor como prometen. Estando en éste, vinieron unos hombres muy ásperos, cargados de vigotes, con unas dagas muy anchas. Éstos combidaron con el suyo, diziendo no eran valientes a fuer de aquellos que no se honran con su oficio y le exercitan. Dixo dezían de sí mesmos lo que ella dixera de quien, luego que los vio, dixo que suspiravan por lo que les faltava, y esso quería dezir la temeridad que traían.

-Pues, ¿por qué razón? -se le preguntó.

Y ella respondió desta manera:

-Mayor valentía es no reñir nunca que reñir a menudo, porque aquéllos tiénenles miedo y riñen con la opinión sin aver menester más.

Suelen las más vezes semejantes hijos de Marte yr como éstos vienen, no más de porque el músico se desvela en tener un buen instrumento, y curiosos vestidos el que es inclinado a galas; ansí éstos traen grandes dagas y bien templadas, que los vigotes altos con ellos nacieron. ¿Qué hazen essotros? Aprovéchanse de lo criminal déstos; pero lo verdadero en ellos es muy civil.

Por muchos achaques, que a ello la forçaron, determinó mudar de lugar. Entrando por las puertas dél, la combidó un hidalgo a comer. Fue, aunque de mala gana. Regaláronla y pidiéronla bolviesse a la noche; y, cumpliendo lo que avía prometido, llamó a la puerta, a cuya ventana se assomó el mismo que la avía combidado.

Éste la dixo:

-Hermana Verdad, perdonadme y bolveos con Dios, que, aunque mi voluntad es buena, no quiero en mi casa gente que anda a sombra de tejados.

Passó aquella noche bien trabajosamente. A la mañana, al atravessar una calle, vio que por la una puerta de la iglesia entravan unos novios y por la otra un difunto. Allí se dixo avía acabado el uno y que empeçavan los otros. Ella respondió que antes al contrario. Vio un tahur en la misma calle de muy mal talle y de peor rostro. Llegóse a él y díxole:

-Consolaos, señor, con que los hombres no han de ser hermosos y con que, si no tenéys buena cara, tenéys muy buenas manos.

Tal ligereza tenía en ellas que, aunque sobrasse día, para los que con él jugavan siempre era de noche. El qual hombre estava graduado en el uno y otro derecho, porque era de los que podían dezir que estavan muy ricos con sus mugeres, aunque se huviessen casado muy pobres.

Tanta fue la batería que la dieron, que determinó yrse a Portugal, donde se puso a servir, aunque estuvo poco, porque su amo la quiso presentar por testigo de que era christiano viejo.

Vínose a Granada. Estuvo en una posada algunos días, donde los passajeros la preguntavan cosas a que con acuerdo respondía. Uno la preguntó por qué escogían las mugeres lo peor. Respondió que se dezía ansí, mas que era engaño si escogían siempre el dinero.

-Dezidnos, pues, ¿Por qué rezan tanto?

Dixo que por no dexar de hablar. Ya tenían a la huéspeda mohina palabras que a su entender eran preñadas. Acabaron las presentes de llevar el humo a la chiminea, porque el día antes avía faltado cierto dinero de donde pusieron unas caxas de conserva; demás desso, no se le caía el rosario de la mano. Llegóse a la pobre de la Verdad y, quitándola el capillo que su madre naturaleza la avía dado condolida de lo mal que lo avía de passar, la puso en carnes en la calle hasta que traxesse el dinero que devía. No faltó quien lo dixesse a los passajeros, gente noble mucha parte y parte plebeya, mas respondieron:

-¡Nunca otro mal nos venga!

Viose vestida, haziendo este milagro un necessitado (cosa común a ellos), y dio consigo en Guinea. Mas tan poco estuvo, que, si en otras partes no la pudieron sufrir, allí no la pudieron ver: tanta era su blancura, que se tapavan los ojos porque los deslumbrava. Y, desesperada, tomó la derrota para México, donde cobró opinión de bachillera: como a tal la preguntavan cosas a que dava presta y avisada solución.

Dezía que engendrar hijas era trabajar para la vejez. Subió luego a una casa, enfrente de donde se avía apeado. En ella avía un enfermo, a quien la monstruosa fuerça de una melancolía aprisionó en la cama y tenía sin gana de comer, cansado de sucessos del tiempo, pariéndole siempre, al cabo de largas esperanças de ya se va, hija o hijas: sentimiento que poco o nada me maravilla, que una muger enferma, no rica y enfadosa para todos, consigo se trae los testigos y la disculpa del sentido doliente. Éste, como he dicho, avía jurado al penúltimo sucesso, ya que de la causa no se pudiesse eximir, tenderse en la cama; vino el postrero como los demás avían venido.

Dolióse la Verdad de un pobre moço que avía ocho días no atravessava bocado y dixo:

-Yo le haré que coma.

Baxó a la calle y subió un viudo, que por ella acaso passava. Luego que el doliente (diré mejor el dolor, que a enfermo de lo que aquél lo estava mejor le viene esto que el otro) le vio, dixo:

-Comería yo alguna cosa.

Mandaron asar una ave; pusiéronsela delante y comióse la media como si gozara entera salud. Pareció a la gente de casa sería necessaria alguna salsa o una naranja para lo que faltava. Ofreciéronsela, mas él dixo:

-No ay para que, que tengo de comer ésta mejor que comí la otra.

Tal la tenía delante, y, como para comer lo que no se puede se usa della, él mirava al viudo, a quien preguntó:

-Señor, ¿qué tanto tiempo ha que es viudo?

Él respondió llorando:

-Por mis pecados, ha que soy viudo quatro meses.

-¡O quién tuviera sus pecados! Dígame, le ruego, y perdóneme, que como tan enfermo estoy enfadoso, ¿queríala mucho?

-Tanto que doze años que juntos vivimos no se me hizieron doze meses.

-¿Y merecíalo ella?

-Bien me pareció a mí y contento estuve todo este tiempo y lo estuviera, si Dios no se la huviera llevado.

-Y dígame, ¿qué pecados tiene?

-La señora Verdad me mandó subiesse aquí arriba, porque era menester no sé para qué. No me dixo era para confessarme, que me huviera prevenido.

-Ansí, dígame más. ¿Casaríase otra vez?

-Antes he encargado me busquen una cosa tal. ¿Qué ha de hazer un hombre solo? Y si ha de ser de aquí a un año, ¿no es mejor sea luego?

-Ara, ¿no digo yo que nacen muchos hombres para maridos como algunos cavallos para sólo ser padres?

A esto ya tenía, demás de la gallina, una caxa de perada en buenos términos, quando entró su muger a visitarle. Luego que el doliente la vio, llamó al viudo y se asió dél: mano de Juan tuvo entonces para el enfermo, pues, si no le sanó, fue por lo menos causa de que comiesse.

-¿Qué quiere este hombre aquí? preguntó.

Dixéronla era saludador.

-Ansí, pues, sea muy bien venido.

Hincóse de rodillas delante dél, pidiéle la santiguasse el vientre, porque le tenía hinchado y con muchos dolores, de que no estava con poca pena. Llegóse a él un criado y díxole la bendixesse como hazen los que saludan y pusiesse las manos como que rezava. Hízolo ansí y, como aún le durassen las lágrimas por su muger, creyó la que de rodillas tenía que llorava de devoción de lo que yva rezando: engendróla esto tan grande en ella y tantas salieron de sus ojos y tanto la apretó las tripas, que, después de aver tañido a nublado, imitó la parte enferma con mucho más que con su acostumbrada la de las dos fuentes. Quedó con esto la causa de la enfermedad del marido muy buena y él muy malo.

Cuyo sucesso tiene algún símil con el de un hombre que, enfadado porque su muger le pariesse tan a menudo y siempre hijas, la previno que si aquella vez la paría hija, la avía de llevar a la pila. No le parió hija, mas parióle hijas. Luego que él vio dos en casa, dixo, el que tenía determinación de echar una en la piedra, de quánta mejor voluntad lo hará con dos, y llevólas para el efecto. Parece ser que otro madrugó antes y, sin que la guarda le viesse, echó una. Llegó el pobre hombre con las dos a tiempo que, el que no supo del agressor del delito de aver echado la primera, cogió del braço al que dellas se quería descargar y hízole llevar tres. Si este marido no metió en casa más de las que tenía, quedó tal que pudo valer por quatro.

Salieron todos juntos, y poco más abajo vio que de otra casa salía un muchacho a todo correr y tras él una moja y luego un escudero. Llegó a preguntar la causa de tan gran alboroto, aunque ya lo sabía, y dixéronle estava allí una señora casi acabando de una repentina enfermedad. Subió arriba. Vinieron los médicos: uno dixo moría de un cirro en las tripas, otro de enfermedad en los pulmones. Ella sabía muy bien quien era la moça y las liviandades de su madre, que casi corrían parejas con las de Faustina o Mesalina, y como ellas la tenían en aquel estado.

Dixo:

-No, no traten de curarla desso, que muere de mal de madre.

Era, a la fe, donzella no como las deste tiempo: sabía bien por donde avía de caminar, jamás dio ocasión para que nadie se riesse della. ¡O, qué buena hija era! Cantava y tañía muy devotas coplitas a una harpa. Esta virtud alabava la gente de casa, que de la boca de la Verdad estava pendiente.

Ella respondió:

-¿En qué piensan se diferencian las mugeres de quien, para exagerar su virtud, se ponen las cejas en arco en señal de lo mucho que se quiere dezir? En que hazen sus cosas con más secreto.

Bonitamente se salió, porque la madre de la enferma era muy maliciosa y no la sonó bien lo del «mal de madre», diziendo que si las mugeres huvieran nacido de la tierra como hongos sin conocer madres ni tías, que fueran menos las desventuras.

Cuatro cosas sirven de comedia general al mundo: beatas, madres, tías y maridos. ¿Quién dize cosas que los necios creen y los avisados ríen? La bendita beata. ¿Quién lo enredó? Aquella vieja de su madre. ¿Quién dio otros ñudos a esse enredo? La buena de la tía. ¿Sobre quién viene a parar todo o lo más? Sobre el pobre del marido, que sufre impertinencias; que por allá medró su muger, ya del mejor vestido de la otra, ya del mejor trato, ya del consejo de su madre o tía que se las tenga tiessas, que son grandes personas de ensayar un soldado visoño para hazerle de Satanás. Y desta manera o por esta causa son comedia general, porque si en ellas tal vez se ríe y tal vez se llora, en ésta también, según a lo que la causa provoca: que, como antes he dicho, no se habla aquí de la beata que vive como deve, ni de la santa madre, ni tía que aconseja lo que está bien, sino de las que al contrario hazen.

-¡O! -dixo- ¿y dónde hallara yo quien hablasse, como acá dentro lo siento, de lo que parecen las madres que llevan el guión delante de las niñas cargadas de dixes? Dos vezes, si mal no me acuerdo, ha de salir con su madre la hija, quando la casa o quando la entierra. Salir tan a menudo ¡ello se lo dize!

-¡O, tened, tened! ¡Por vida mía, que es costumbre! -dixo uno de los hombres.

-Y esso lloro yo. Antiguamente dava a entender que no era donzella, y si en el tiempo presente esto no es, quiere dezir por lo menos que dessean dexen de serlo. De manera que verlas tan aliñaditas con su madre y tan costosamente, para mí no es más que yr mostrando el privilegio por donde les pertenece.

Esto dixo, quando un hombre de aquéllos, medio mohino, la asió del braço diziendo:

-Dexe ya las madres. Quando se dize «es o será báculo de mi vejez» ¿por qué se ha de aplicar más a ellas que a sus maridos?

-No avéys dicho muy mal -le respondió- si huviérades dicho «aplíquese tal vez a ellos».

Con esto se despidieron y ella se fue por la calle abajo, al cabo de la qual se detuvo por ver un entierro que de una de aquellas casas salía. Era la difunta una donzella muy bien compuesta, con una palma que la cogía de alto a baxo y su guirnalda en la cabeça, cuya madre se assomó a la ventana llorando y diziendo:

-¡Los Patriarcas y Profetas vayan contigo!

La Verdad subió arriba y le dixo:

-Bolved en vos, señora, no hagáys essos estremos y encomendalda a las onze mil vírgines, pues a ellas toca su amparo.

La madre dixo:

-Pues, ¿no avían de yr con ella? Y desde que cayó en la cama lo están.

Passa lo que diré, que quando su madre la encomendava a aquellos Santos no hablava ella sino el alma, que en negocios tan de lo íntimo ella negocia, y entonces no se finge nada ni se dize uno por otro, y dávala a cuya era, que muy pocos dellos fueron vírgines; mas quando, por aver buelto en sí, fue ella la que habló, diola a quien no tenía que ver con su hija, pues se supo donde se criavan niño y niña creciditos, ya fuera de otros que un año antes se llevó el Señor. Palma llevava la donzella que parece se hizo a posta, pues, en su vida dixo averla visto mayor, y, aunque la llevava ella, no se le devía a la persona, sino al ingenio, por saber aquello que no tenía obligación, pues no era casta y la sabía hazer. Como si dixéssemos «es tan grande el ingenio de hulano que, sin avérselo enseñado, haze una joya». Ansí, pues, la palma al ingenio no a la difunta, que, por la persona, de escobas de palma harta de servir avía de yr guarnecido el ataúd.

La madre fue buena persona, columna en quien lo principal desde edificio estribó, fuera de otras dos que apretadamente me piden no las olvide. De aquéllas que dizen: «Dios lo mejore para su santo servicio»; de las que, al bolver el sacerdote, dizen: «La buelta y gracia del Espíritu Santo»; de las que tienen en el rosario un monte Calvario, cuyas cruzes y imágines van haziendo son por la calle; de las que están en la iglesia desde las siete hasta las doze, con un libro en que ay oración para cada Santo, y, quando rezan, pregonan y a una menean todas las figuras; de las que juran en buenas tres y despiden la criada porque dixo: «¡Válgate el diablo la escoba!»; y de las que van cada año a hazer santos.

«Buena madre, ¿no me haríades amistad de ahorrar de cruzes y, pues que hazéys santos, no consentir se hagan en vuestra casa pecadores, que vos no estáys en la iglesia por estar en ella, sino por no estar en vuestra posada? ¿No sabéys vos que no se me esconde a mí? Que si entrasse el saco de Roma en ella, que, como aquel filósofo se salió en camisa y dixo llevava consigo sus bienes por llevar el entendimiento, vos sacárades en braços las hijas que os quedan para llevar los vuestros.» No la dixo esto a ella, que, como tan cuerda, sabe que no tan sólo los afligidos no se han de afligir, mas aun aquéllos que no lo están, pero discurrió entre sí sobre ello. «Irrimediable caso, dixo, porque la viuda que enterró un hombre muy honrado y sus parientes lo son, de quien se haze mucho caso en la republica, ¿cómo se han de deshonrar, y ya que deshonrar no, deslustrar su honor? Por otra parte el mal exemplo, lo que otras aprenden. Remedie Dios cosa que a los hombres les está tan difícil.»

Tuvo el otro lado del edificio que dicho he una muger entre parienta y amiga a quien la viene bien el tú y el ella, cuyo marido, dexándola en casa honrada, se partió para las Indias. A ésta no se le da más que la comida y sus labores, y no se le da poco. Ay unos oficios que por si solos no son suficientes a sustentar a su dueño, pero sonlo con los aderentes. Con ser escudero sin otra cosa alguna no comerá un hombre, quanto y más su casa: pues, sea, junto con esso, sastre o carpintero y comerán todos. No puede essa muger medrar sólo con la comida: pues, dénsele sus labores. Ésta es el oráculo que responde a todas las dificultades de los que la posada cursan, graduada por Celestina, muger que, si sus amas muriessen de repente y fuesse permitido, se podría confessar por ellas.

El otro lado estrivó en un hombre, acompañador y despensero, persona de delgados pensamientos, tanto que meterá un papel por la boca de un león. De cuyos dos Atlantes, que eternamente riñeron, remaneció una sobrina, tan hija de tíos que, desde los nominativos de deme un tres, descubrió su gran natural, por quien el arte se gozara sin tanto cansancio por no tener que enmendar en ella. Ésta quita mil canas a sus tíos, que, si los años son verdes, el saber es muy maduro; sanguijuela que, desde el coche en que sus señoras la llevan, se pega en la faldriquera más enferma, cosa agena destos animales.

El uno y otro sucesso la tuvieron muy melancólica, a no salirla al encuentro dos hombres. El uno era médico y venía puesto en la mula como si fuera en algún alaçán de la casta de Valençuela, de quien dixo saber más que Galeno, pues sabía traer toda la medicina en la uña. O, ¿quién la preguntará si dixo en la uña por saberla bien o porque en ella no puede caber mucho? El otro era un pleyteante que avía quarenta años que seguía un pleyto. Dezía que si la vida de los hombres fuera la que muy atrás fue, que no se maravillara de quarenta años de pretender o de seguir; pero, que siendo ochenta la más larga, que ¿cómo se gastavan tantos, aviendo de gozar el sucesso por tan pocos?

Al fin, no avía quien estuviesse bien con ella y, por huyr del mal que tan de cerca le amenazava, se fue a Lima, ciudad del Pirú, que esso solo la quedava ya en el mundo, por ver si tendría algún remedio. Adonde pereciera a no dolerse della una pobre muger, que la amparó con la mitad del aposentillo que por amor de Dios una señora le dava, con cuya licencia llevó a la compañera. Y ganada después la voluntad, una noche subió arriba, donde, puesta a un rincón, oyó preguntar a la hija, moça y hermosa, si avía venido el gato, y a ella su madre:

-¿Qué gato es, hija, por el que preguntáys?

-Uno el más hermoso -respondió- que mis ojos han visto. Dame tanto gusto que he dicho a la gente le regale.

Passó ansí que este gato fue un muy gentil moço, que como tal procedió: letra entre ellas para entenderse.

La Verdad, arrinconada, dixo:

-No aya miedo que buelva si se ha llevado la carne.

¡Nunca tal dixera!, que dezirlo y salir fuera de casa corrieron parejas.

Al despedirse de su hospedadora amiga la dixo:

-Paréceme que yo soy el gato, pues me dan con lo el palo. Pues, adviertan que este gato más es perro. En otras partes lloran ser muerto, mas en esto no lo será, pues ay criados de por medio, a cuya cuenta está ladrar lo que en casa passa quando el gato, o el perro que aquí dezimos, se descuydasse en ladrarlo, y tener, demás desto, cuydado de que no entre nadie debalde; y también os digo que, quando no se viviesse bien, más de por no hazerse las amas esclavas de las criadas, no era pequeño interés. Yo entendí que solo el hablar de años delante de mugeres, dicho de qualquier manera, tiene fuerça para enojarlas, pues es el hazerlo sin especificar nada más que dezir en general dellos: como yr con un palo en la mano por la calle donde ay perros, que, aunque no los ofenden, le ladran. Mas entenderé de aquí adelante que ay cosa que le acompañe: fuera de que, las que a mí tocan jamás fueron bien recebidas.

Passó aquella noche con la desventura que otras solía, determinada de quedarse donde fuesse siquiera razonablemente recebida. No halló comodidad mejor que la de unos indios. Allí la hizieron juez. El primer pleyto que decidió fue de un estupro. Llegaron los litigantes. Ella empeçó a demandar y, a querer el reo responder, le dixo:

-No os canséys, que si no os piden otra cosa no os piden nada, y también lo sabe ella como yo. Digo que está el mundo necessitadíssimo de un remedio eficaz a daño tan grande.

Al bolver la donzella las espaldas, la dixo:

-Bolved acá, yd a vuestra madre que os dé otro y no le pidáys a esse pobre hombre. ¿Dónde le tiene él?

La moça se enojó y con desemboltura dixo:

-Mi madre, señora, no da virgos.

-Dezís muy bien, que los vende. ¿Qué nos admiramos -dixo buelta a los circunstantes- de los tratos ilícitos de las usuras y de los logros si, por lo menos, el que buelve dozientos ducados ha recebido ciento? Y en la bellaquería presente por lo que puede llegar a ocho o diez reales, que no será más, y esso en especie, o por mejor dezir, en especias, se llevan dozientos, trezientos y más ducados. Digo pues, por postrero, que mientras por inviolable ley no se determinare que semejantes demandas no se pongan, han de yr cada día los daños, que de no hazerlo nacen en mayor augmento. «O, señor juez, me dirá alguno, ¿no advertiréys que la donzella que debaxo de palabra entrega su honor, da lo que no es suyo? ¿Y pueden los padres pedir esta restitución, como si el hijo les hurtasse alguna cosa, que no la pudo comprar el que la compró ni él venderla? Fuera de que, se les pone a los hombres esse freno por la poca prudencia de las mugeres.» Respondo yo que ya lo sé, y digo que son tales madres como las pobres que entran sus hijas a que pidan limosna, que después entran ellas y las dan también, aviendo entrado de consejo suyo. Quítese essa ladronera y quintaessencia de bellaquería. ¿Quién como yo sabe que estos pleytos jamás se pusieron por verse en la possessión del hombre, a quien se dize tan de veras se ama, sino por sus dineros? Digo otra vez que si esta ley se hiziesse, sería el mundo otro, las desventuras menos y las donzellas más, porque, si se acude al remedio, ¿qué mayor que el dicho? Fuera de que, muy de quando en quando lo paga el que lo pecó, porque aún estava el difunto en casa, como se suele dezir de negocio que entonces se empieça, aún no se avía perdido de todo punto la vergüença, antes avía un empacho muy grande. Mal hize, no lo sepa la tierra, passó tiempo, acabóse aquella amistad, vino otra y otra hizo su efeto; este mismo tiempo crió callos en lo que antes se entregó al olvido, pues páguelo éste.

El segundo fue del alcalde y del sacristán, de su vezino y del barbero. El alcalde dezía avía de ser suyo un muchacho que en una casera tenía, porque era su retrato, tenía muchas de sus acciones y, sobre todo, porque le llamava padre. El sacristán dixo que en quanto a la semejança no se metiesse, pues, puesta el moçuelo una sobrepelliz, le podían hablarle por él; que si le llamava padre era porque lo veía tan viejo que él lo avía de alegar pues, sin serlo, se lo dezía. El barvero pidió se le oyessen dos palabras. Éste dixo ser suyo, porque la madre se lo avía dicho ansí y, en el tiempo que se vio con ella, tuvo un amigo astrólogo que le dixo lo que entonces passó y aun lo que agora passa; demás de que, el muchacho nació con estrella flomotomiana imitando en todo a su padre, tan inclinado a él y a su oficio que eternamente está en su casa, tan aprovechado que sangra mejor que él si yerra la vena: dígalo la hija de Antona.

-¡Tenga voazé! -dixo el vezino, que era un valiente y maestro de armas, y tenía una muy gentil cuchillada por el rostro-. ¿No saben que es mío por essa misma razón? Herida penetrante, que éssa no es sangría, y quiérenle voacedes. Dénmele, que, demás desto, es mi cara cortada.

-Vos tenéys mucha razón en quanto a esso, mas el hijo no es vuestro ni de los demás.

-Pues, ¿cuyo? -dixeron todos.

-Del marido ausente.

-Pues, ¿por qué?

-Yo os lo diré. Porque quando se dize «es muy padre de sus hijos», tal vez se haze relación de su muger, como si dixéssemos «es muy padre de los hijos de su muger». Siendo ansí, aunque el marido esté ausente, los hijos han de ser suyos. Y dígoos que esso ganan los hombres malmirados que por mucho tiempo se ausentan de sus mugeres. No puede aver causa que a ella obligue: si la ay precisa, vayan ellas delante, si la ausencia, como digo, ha de ser por tiempo; si no lo es, no sé qué me diga. ¿No diré, por lo menos, que se tome lo que se halló? Que no ay razón para que en ningún acontecimiento la muger que lo es de bien venga a serlo de mal, supuesto que, si es vengança, como suelen algunas dezir, dellas mismas la tomaron primero, y no lo es mientras el ofensor no lo sabe; si es necessidad, yo seguro ser más bellaquería. Digo finalmente que la ocasión y el porfiar con dádivas hazen lo que al principio no se pensó. «O señora, responderá alguno, que una muger fuerte segura está de qualquier manera.» ¡Bien está! Mas fuerte es una piedra y por la continuación de una sola gota de agua viene a hazer un agujero en sus entrañas.

Luego que esto se acabó, vino una muger a pedir cumplimiento de una palabra. Preguntado él si se quería casar, dixo que sí.

-¿Qué hazienda tenéys?

-Yo, señora, ninguna.

-¿Y vos?

-Tampoco la tengo.

-Pues, no os caséys.

Dixo que no sabía qué razón huviesse para no ordenar un clérigo si no tiene alguna renta, no aviendo de sustentar más que su persona, y casar a quien sin ella avían de sustentar casa y más gente. De aquí afirmó nacer muchas desventuras, como son: casóse doña Ynés con don Grabiel, a quien tiernamente amava. Si averiguássemos la hazienda destos dos amantes, halláramos que él dança con lindo ayre y ella tiene gran garavato. Dentro de pocos días ni él sabe lo que se dança, ni ella lo que se habla.

Pássasse lo que de cosa tan bien acordada se puede entender: aparécese luego una amigota a quien tantos trabajos han llegado a lo íntimo. Ya no es tan malo el vestido y es mejor la comida. Dentro de pocos días remanece una buena alma que gasta su hazienda en obras pías. Engendran un hijo entre él y la amigota: éste es una comissión. Va a ella el que no avía ocho meses si faltara de casa una hora se bolviera loca la que es agora su muger, despáchanle por la mañana y para darle recado tiene la maestra de ceremonias enfaldadas las basquiñas, acudiendo a todo con gran puntualidad; ha ensayado ya a su muger el papel y de en quando en quando descabeça unas lágrimas colgándose de su cuello. Passa ella de la cozina a la sala y, bolviendo la cabeça a media rienda, dize: «¡Ay, qué dolor!», y con esto se entra. Pónese a cavallo y pregúntale la maestra: «Amigo, ¿ha oýdo missa?» Responde que sí, que a esso fue poco ha. Dízele su muger: «Hermano, llévete Dios con bien, que yo te ayudaré con mi labor.» Pártese, y queda diziendo la buena amiga a la que desmaridada queda: «No aya más, aunque quien te puede yr a la mano en que no llores la ausencia de tu marido no ay cosa que a su sentimiento llegue.»

No se finge aquí nada, que no ay trabajo como no ver de contino lo que bien se quiere; y ella le ayudará con su labor como promete. Buelve nuestro comissario y halla la casa que dexó colgada a lo gorrón, de ábito largo y con algunas o muchas joyas a su muger. ¿Será mucho no nos persuadiéssemos a que aquello no se ha hecho con baynicas? No por cierto. Pues, no se persuade él, aunque lo calla. Los ensalmos que en pocos días curan una puñalada no se estienden a más, ni tienen fuerça para sacar de adverso a próspero; lo uno hazen palabras, lo otro han hecho obras. Yo no querría a nadie malicioso, ni tampoco que fuesse bovo, claro está, que no es bueno: la buena alma da con que cubrir las carnes, no diamantes ni manteos de telas. ¡No es bueno, no!

Si viéssemos entrar un religioso por una ventana con su daga y espada y un broquel en la cinta ¿diríamos que yva a predicar? No señor. ¿Por ventura es él algún santo Paris que quiere rescatar a alguna devota y oprimida Elena? Si esto quiere, mejor lo hará con sus armas, pues han de ser lagrimas y suspiros. Digo, fuera desto, que no dan diamantes los Santos. Del hermano Francisco se qüenta que le dixo una muger que por falta de un manto no oía missa. Prometiósele para otro día, y, como se le tuviesse de anascote, que es lo que dan las buenas almas, le dixo: «Ay, hermano, queríale yo de soplillo.» «Ansí, pues, buelva mañana por él.» Buelta, le dixo: «Hermanita, aquí tuve el manto, mas, como era de soplillo, llevósele el ayre.»

Sáquese de lo moralizado, que si uno destos que por amor se casaron llevaran hazienda, que no padecieran detrimento tan de llorar. Santíssima cosa es el matrimonio, sacramento que Dios nos instituyó: claro es, que esté celebrado como manda el Concilio. Debaxo del sí de los dos viene a ser una conjunción de varón y hembra; mas si falta el contracto, que es la hazienda, trabajosa cosa es. No él, que siempre tiene su santa fuerça, sino querer que reverdezcan árboles tan secos mientras no ay una buena alma que ayude. Para remedio de lo qual se avía de establecer ley de que todos aprendiéssemos oficio. Serviría de dos cosas: la una, de estímulo contra la ociosidad, la otra, de remedio eficaz contra la muerte de un casamiento repentino por amores; que es cierto que el que pudiesse con el trabajo de sus manos sustentar su casa, que no haría ausencia della.

De cuya voluntad desos dos por amor casados dixo ser voluntad enferma, pues les llevó al hospital adonde, quando pensaron que estavan fuera, estavan más dentro: lo que va de vivir en él la persona, a vivirlo la honra.

A este casamiento dixo aver sido, en la partida, compañero otro, aunque después se diferenció en el paradero, que es: ¡casemonos, qué Dios nos hará merced! Cómese poco, vístese mal y vívese en peor casa, pero, en fin, está en ésta en pie lo que en otros tan caýdo. Y dixo:

-Dezían muy bien, porque a tan gran penitencia se sigue muy bien la merced que de Dios esperan.

Entre estas cosas que tan molestas le eran no dava el peor lugar a la que se sigue, que es: hay en casa de hulano o tres hijos y quatro hijas, o al contrario. Disponen los padres sus estados no conforme a la voluntad dellos, sino conforme a la possibilidad de su casa: cásese la hermosa, porque un deudo la dio un poquito y le negoció una prebenda; la fea sea monja, porque por ciertos respectos se la reciben debalde; y el hijo tercero sea clérigo, porque no se pierda una memoria que un tío suyo dexó. La que determinaron sea monja se quiere casar y se lo conocen ellos vive en el monasterio muriendo; la que se avía de casar ama el estado que la otra aborrece y, aunque ésta no será la peor, porque quien es buena para Dios no ha de ser mala para su marido, por lo menos no será tan buena; el que tienen para clérigo embía los ojos tras las plumas y no querría le nombrassen el bonete. Y éste es destos daños el mayor: hazer sacerdote por comodidad a quien no le sale de voluntad. Lo primero bastava para no yr bien: ¿qué será acompañándole lo segundo?

Fuéronse y, como quiera que fue, bolvieron, antes que la Verdad acabasse su judicatura, a descasarse. Apurado el negocio, vino a parar, además del mal trato, en que no la dava lo que avía menester. La Verdad dixo:

-No os quiero descasar, porque mi intento no es hazer mal a nadie. ¿Vos no sabíades lo que agora passáys? ¡Venid acá! ¿En qué pusistes vuestras esperanças?

-Señora, pensé que se aplicara y fuera a algunos negocios.

-¡A! ¿No digo yo que se casan muchos a título de comissiones? Pues, no os quiero descasar, que estáys mejor con vuestro marido pobre que sin él rica.

Con esto cessó por entonces la audiencia.

A la noche vinieron madre y hija a informarla en su negocio, que también era querer dissolver el matrimonio in totum. Llamaron a la puerta, y dixo a un criado:

-Dezidlas que se buelvan, que no vengan aquí. Otra vez que embíen su procurador o letrado. Donosa hora de informar, y, quando lo fuera, ¿por qué han de venir ellas? No sé -dixo-, señores (a unos personages que con ella estavan), que respuesta tienen lágrimas de muger, cosa en que a las más se les libró su hazienda.

Tanto enojó a estas dos negociantas no hallar franca la entrada, que dieron parte a gran número de descasadas, que a pedradas la echaron del lugar.

Vínose, admirada de ver tantas juntas que podían competir en número con las de España. Llegó con toda priessa a Toledo, donde fue recebida de un personage llamado Amor. Éste dixo ser su primo hermano: venía ricamente adereçado y cargado de oro. Respondió que era ansí, tener un pariente, y muy cercano, del nombre que él dezía, mas que ésse, aunque era hidalgo de quatro costados, tenía muy limitadamente para vestirse, porque a un amor otro en correspondencia:

-Siendo ansí, no puede estar rico. Luego no soys mi pariente.

Estando en esto, bolvió acaso la cabeça y vio a dos hombres arrimados a una esquina, que parece ser eran çapateros. Lamentávase el uno de una cosa a su parecer terrible: era, pues, de que llevasse un hombre a su casa una muger y la vistiesse, calçasse, engalanasse y la diesse de comer, sufriéndola tantas impertinencias, y después bolviesse la dote y, más, la mitad de los bienes gananciales. Esto dixo por tener la suya en términos de que le sucediesse ansí.

La Verdad despidió el no pariente y se arrimó a oírlos. A lo qual respondió el otro:

-Mire, compadre, no puedo pensar sino que el que hizo la ley era nigromántico y que puso los ojos en que si era útil en algún tiempo, lo avía de ser mucho más, tanto para ellos quanto para ellas. Es el porqué que ni todos buelven las dotes, ni todos dexan de yr sin oficio, porque, aunque se dize son ellas las que le llevan, también nosotros le llevamos, que, si traen dineros, ¿nosotros en qué nos ocupamos? Ansí que se diferencian sólo en el nombre.

-Y los que no llevaron esso ni essotro, ¿por qué llevan la mitad de los bienes gananciales?

-¡Qué sé yo! Digo, en mi fe, que algo llevaron.

-Dígole -respondió- que soys diablo. ¿De quándo acá os avéys hecho letrado?

-Nunca estudié, mas yo digo lo que he oído a otros muchos. Hermano, bolviendo a nuestra qüestión, digo que podéys bolver la dote muy contento quando no la deviérades en albricias do su muerte, tal se me provara.

-Pues dezidme, ¿quándo vistes vos dar en albricias de un buen sucesso todo lo que importa la negociación?

-¿No sabéys más que esso? -replicó-. Toda la negociación days quedándoos con la libertad.

-Vive Dios, buelvo a dezir que diera dos borricos encima: uno más del que se suele ofrecer, porque, demás de salir de con un monstruo de condición, salía también de un trabajo tan grande como es ver siempre un propio rostro, estar sujeto cada mes a sus suzias costumbres. Si mudara siquiera de tres en tres la cara como la luna en uno, no tan malo.

-Esso avéys dicho, pues advertid cada día la mudan treynta vezes: no salgáys fuera, ya tiene una diferente; ved qué os traygo, ya está con otra. Ora, compadre, dad muchas gracias a Dios, porque os saca de con muger tan terrible como la mía y porque lo que os queda será bien ganado. Después dezýs soy yo teólogo, y sabéys más latín que quatro. Que le supiera yo no era milagro, pues empeçaron a enseñármele mis padres, y, aunque no acabaron, con todo aprendí algo que me sirve de consuelo a las terribilidades de mi muger, a quien digo: mirad, es mi alivio saber que mulierem fortem quis non inueniet? Que quiere dezir: ¿quién no hallara muger fuerte?

-Válgaos la landre, ¿quién os ha dicho todo esso? -le dixo.

Quando la Verdad, muerta de risa, se llegó y les dixo:

-Hermanos, yo soy la Verdad y de quanto avéys dicho no hallo cosa que corregiros más desso que dezís en latín, que avéys de dezir: mulierem fortem quis inueniet? ¿Quién hallara muger fuerte?

-Tenga, suplicamos a su merced -dixo el que tenía su muger en lo postrero- mi compadre y yo, que no podemos averiguarnos con ellas, que no se dize por éssas, sino por aquélla que estava hilando tan alabada en el libro de los Proverbios. ¡Cuerpo de Dios, en todo y por todo tenemos mugeres fuertes, pues no sueltan el uso en todo el día! Que no es esso -dixo-, sino aquélla que tenía cuenta con su casa y no se metía en la agena. Agora digo, señora Verdad, que no se le parece más que en hilar.

Y, queriendo despedirse, el çapatero medio latino la pidió con encarecimiento les dixesse por qué los hombres muy discretos son tan pobres. Esto la preguntó, porque un don hulano le devía muchos ducados de obra que sobre una cédula le avía dado y no le pagava nada, antes, quando yva a su tienda, le quebrava la cabeça con Séneca y Aristóteles, y él no entendía nada de aquello y quisiera más su dinero.

La Verdad le respondió que harto les avía dado naturaleza si les avía hecho avisados. Ellos se rieron, diziendo que no darían un quarto por quanta discreción ay en el mundo sin dineros:

-¿Sabe qué me parece, señora Verdad? Que aver hecho naturaleza hijos avisados sin hazienda ha sido como engendrar un hombre que poco puede hijos que ha de echar a puertas de otros. Dígolo, porque los fuerça a que pidan siempre.

Para provar de todo, dio buelta a algunos lugarzillos, mas no se puede comparar el mal trato de los tiempos atrás con el que allí se le hizo, porque siquiera la admitían donde peor por un día, mas, desde que entró en los lugares del villanage, siempre durmió al sereno, porque olían su venida como perros de muestra y todos juntos salían a defenderla la entrada, y aun a ofenderla.

Parecióla bolverse a donde avía nacido, pues, por fuerça sería mejor lugar, supuesto que nació en él la Verdad. Vínose en compañía de unos passajeros, los quales, después de conocida, la preguntavan muchas cosas. La postrera dellas fue que les dixesse por qué se dixo que «buen coraçón quebrantava mala ventura».

La Verdad la respondió desta manera:

-Aunque se dize que las penalidades y trabajos llevados con valor, si no son menos, tienen algún desaguadero, es falso, porque el coraçón más valiente si no tiene que comer morirá de hambre, si tiene y quiere más y aquello que a su parecer le haze falta, lo lleva con buen coraçón. Llevar una necedad, llevar es, mas no avrá quebrantado mala ventura, porque este rigor de fortuna no se estiende a quiero más, sino a fáltame lo necessario. Lo cierto es que ay dos maneras de necessidades: unas, tras que se va, como fáltame para jugar, para mis gustos y para mis galas superfluas. Désta no ay que quexarse, supuesto que necessario quiere dezir cosa precisa; mas la necia costumbre haze que lo sea. Otra ay que va ella tras mí, como no tengo de que sustentarme ni tengo quien me lo dé. Ésta, pues, yva tras una dueña que en la casa de cierto señor servía; junto a cuya casa estava un pastelero llamado Juan, de buen coraçón, a cuyo corral caían las ventanas del señor. A una dellas se assomava muy a menudo una que tenía particular amistad con él y, de ordinario, en diziéndoselo, socorría su necessidad: y le dezía: «Buen coraçón quebranta mala ventura»; él la embiava luego un pastel o otra cosa. Y por esto se dixo lo que me preguntáys.

El personage se despidió y ella començó a tratar de acomodarse. Lleváronla en casa de cierta señora, donde fue adornada con tocas de dueña; y, saliendo con ellas, la preguntó el nombre. Dixo llamarse la Verdad. Juró que no avía de quedar en su casa, porque era muy amiga de mentir: mandó la quitassen el vestido y la echassen fuera. Sintió muchíssimo verse desnudar y que una señora tan principal lo mandasse, y mucho más la causa por que no era admitida, y que los criados la maltratassen diziéndola:

-¡Vaya la Verdad mucho en hora mala, que hasta oy vimos casa donde viviesse que todos no muriessen de hambre y anduviessen desnudos!

Salióse determinada a acogerse a la iglesia. Y hechos sus ojos fuentes, o por mejor dezir, casi ciegos de llorar, se entró por una puerta que lo parecía, donde se halló cercada de monjas. Obligóla ser tan tarde a estar allí aquella noche, mas tales cosas vio que no pudo sufrir: entre ellas, las devociones, de que fuera bien estuvieran olvidadas. Y, antes de amanecer, buscando parte cómoda por donde salir de entre algunas vírgines locas al olio, porque en ningún tiempo se dixesse aver salido Verdad de semejante casa ni por torno ni por puerta ni por reja ni por otra parte alguna donde con monjas se comunicasse, se subió al tejado, de donde se dexó caer en la calle con intento de elegir por perpetua morada la iglesia, con tal que en ella no huviesse monjas: donde tenía por cierto, aunque pesasse a la embidia, vivir segura de pesados infortunios.