El nardo
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El nardo, el blanco nardo
que me prendiste al seno,
se marchitó, amor mió,
del corazón al fuego.
Marchito, está, marchito,
aquí, mi bien, lo llevo
donde en su noble orgullo
se desplegó primero.
Y qué ¿nada le queda
de aquel primor excelso
que del jardín y el aura
fue gala y embeleso?
¿Nada de aquel encanto
con que en el tallo enhiesto
él mismo dulcemente
brindóse á tu deseo?
Quédale siempre aquella,
que atesoraba dentro
su cáliz de alabastro,
esencia de los cielos.
Asi, cuando un destino
ya á nuestra dicha adverso,
venga á romper el lazo
que hoy á tus plantas beso;
Aunque el helado soplo
del enemigo tiempo
temple la ardiente llama
en que abrasar me siento;
Nardo será mi alma
de un temple mas egregio
que, si á perder llegare
su albor perecedero,
No temas, no, que pierda,
mientras en mí haya aliento,
el inmortal perfume
del inmortal recuerdo.
Gabriel G. Tassara.