El olmo del paseo: III

De Wikisource, la biblioteca libre.
El olmo del paseo de Anatole France
''' '''

III

El padre Lantaigne, rector del Seminario de***, dirigió a monseñor el cardenal-arzobispo la carta siguiente:

"Monseñor:

"Cuando el día 17 del mes de julio tuve la honra de ser escuchado por su eminencia, temí abusar de sus bondades paternales y de su mansedumbre pastoral exponiéndole con amplitud necesaria el asunto de que fui a enterarle. Pero como este asunto corresponde a su elevada y santa jurisdicción e interesa no poco al gobierno de una diócesis que figura entre las más antiguas y hermosas regiones de la Galia católica, me creo muy obligado a exponer los hechos que la rectitud vigilante de su eminencia debe juzgar con el pleno conocimiento que reclaman de consuno su autoridad jerárquica y sus muchas luces.

"Presentando a su eminencia tales hechos cumplo un deber ineludible que pudiera calificar de penoso para mi corazón si yo ignorase que un deber cumplido es manantial inagotable de consuelos para un alma, y que no es mérito suficiente obedecer a Dios cuando se discute o se retarda el acto de obediencia.

"Los hechos que voy a comunicarle, monseñor, se refieren al padre Guitrel, profesor de Elocuencia Sagrada en el Seminario. Procuraré trasladarlos con la mayor concisión y exactitud posibles.

"Refiéreme: primero, a la doctrina; segundo, a las costumbres del padre Guitrel.

"Comenzaré por los referentes a la doctrina.

"Leyendo los apuntes que sirven de texto a sus lecciones de Elocuencia Sagrada, he observado varias opiniones que no concuerdan con la tradición de la Iglesia.

"Primero. Condenando el padre Guitrel, en sus conclusiones, los comentarios a la Santa Escritura hechos por incrédulos y por los que se dicen reformadores, no los rechaza en su principio y en su origen, y esto constituye un error lamentable. Porque, habiendo sido confiada la custodia de los libros sagrados a la Iglesia, la Iglesia es la única intérprete posible de las Escrituras que sólo ella guarda.

"Segundo. Seducido por el ejemplo de un religioso que aspiró a los aplausos del mundo, el padre Guitrel se propone reconstruir las escenas del Evangelio valiéndose de una supuesta pintura del "medio" y de la falsa psicología, de la cual hicieron los autores alemanes buen acopio; y no repara en que, avanzando por el camino de los incrédulos, bordea el abismo donde se precipitaron. Fatigaría inútilmente la venerable atención de su eminencia poniendo ante sus ojos piadosos aquellos lugares de las lecciones del padre Guitrel donde se describen, con una puerilidad lastimosa y entresacando referencias de viajeros, "las barquichuelas del lago de Tiberíades", y con una falta inconcebible y reprobable de respeto y decoro, "estados de alma" y "crisis psicológicas" de Nuestro Señor Jesucristo.

"Estas novelerías inconvenientes y estúpidas, censurables para toda persona de regulares principios, no serían tolerables ni en un seglar, preceptor de jóvenes israelitas. Con estos antecedentes, me produjo más aflicción que sorpresa enterarme de que un alumno de lo mejor de la casa —y al cual me vi obligado a expulsar por sus malas inclinaciones— calificase al profesor de Elocuencia de 'sacerdote de fin de siglo'.

"Tercero. El padre Guitrel se apoya con punible complacencia en las improbables afirmaciones de Clemente de Alejandría, que no figura en el martirologio. Esto pone de relieve la dañina ligereza de su criterio, seducido por el ejemplo de los llamados espiritualistas, que suponen haber hallado en los Estrómatas una interpretación simbólica de los misterios más fundamentales de la fe cristiana. Y, sin merecer aún que lo juzguemos heresiarca, el padre Guitrel se muestra en este concepto inconsecuente y frivolo.

"Cuarto. Como la depravación del gusto es una de las consecuencias inmediatas de los errores doctrinales, y los organismos que no pueden resistir una sustanciosa y saludable alimentación se atracan de golosinas, el padre Guitrel recoge modelos de elocuencia para ofrecérselos a sus alumnos hasta en las conferencias del padre Lacordaire y en las homilías del padre Gratry.

"Pasemos a las costumbres del padre Guitrel, que también juzgo dignas de censura:

"Primero. El padre Guitrel frecuenta la casa del señor prefecto Worms-Clavelin solapada y asiduamente, con lo cual desatiende la reserva que un eclesiástico de inferior categoría debe imponerse y conservar en cuanto a sus relaciones con los Poderes públicos; reserva que no hubo motivo para infringir en el caso presente y tratándose de un funcionario israelita. El disimulo empleado por el padre Guitrel, que oculta su intimidad con esa familia entrando en la casa por una puerta excusada, prueba que no ignora lo incorrecto de su proceder; y, a pesar de todo, continúa sin evitarlo.

"Es también cosa probada que desempeña el padre Guitrel cerca de la señora Worms-Clavelin un oficio más comercial que religioso. Dicha señora gusta mucho de reunir antigüedades, y, a pesar de su origen israelita, no desdeña los ornamentos del culto si reúnen méritos artísticos o de antigüedad. Es, desgraciadamente, indudable que se ocupa el padre Guitrel en proporcionar a la señora Worms-Clavelin, por un precio irrisorio, los objetos antiguos de las parroquias rurales abandonados a la guarda ignorante de pobres cofradías. Así, maderas talladas, paños de altar, casullas, cálices, custodias, pasan de las sacristías de los pueblos de su diócesis, monseñor, a las habitaciones particulares de la señora Worms-Clavelin. Y sabe todo el mundo que ha forrado almohadones y taburetes con las magníficas y venerables capas de Saint-Porchaire. No supongo que obtenga el padre Guitrel ningún beneficio material y directo en tales negocios; pero basta, monseñor, para que se aflija el corazón de nuestro venerable prelado, saber que un sacerdote de su diócesis contribuye a despojar las iglesias de objetos valiosos que atestiguan —hasta en opinión de los más incrédulos en materia religiosa— la superioridad de! arte cristiano sobre el arte profano.

"Segundo. El padre Guitrel consiente, sin lamentarlo ni protestar, que se propale y cunda la noticia referente a su elevación al obispado, fundada en el supuesto deseo del señor ministro de Cultos y presidente del Consejo, que le indica para la sede vacante de Tourcoing. Esta suposición es, además, ofensiva para el ministro, que, aun siendo librepensador y francmasón, debe administrar y defender pulcramente los intereses de la Iglesia, como su representante civil, y no es justo ni posible que ofrezca la silla del bienaventurado Loup a un sacerdote como el padre Guitrel. Remontándose al origen de la noticia, tal vez fuera fácil demostrar que ha sido el propio padre Guitrel uno de sus primeros propaladores.

"Tercero. Habiendo consagrado los ocios de su juventud a una traducción en verso francés de las Bucólicas, del poeta latino llamado Calpurnio —que los mejores críticos, de acuerdo en este particular, relegan al montón de las insulseces declamatorias—, el padre Guitrel, ya maduro y profesor de Elocuencia en el Seminario, con un descuido que me complazco en suponer inconsciente, permite que su manuscrito corra de mano en mano. Y una copia fue remitida por alguien a El Faro, periódico librepensador de la región, el cual publicó estrofas donde se leen conceptos que avergüenzan; ofrezco al juicio paternal de su eminencia el más leve de todos:

La gloria celestial, como un regazo amante.

"Y el periódico acompañaba estos versos de comentarios poco halagüeños para la manera de ser y el gusto literario del padre Guitrel. Como si esto no bastara, el redactor de El Faro, cuya malignidad conoce bien su eminencia, tomaba pretexto en este desliz de pluma para suponer ideas libidinosas y deshonestas a todos los profesores del Seminario y a los curas de la diócesis en general. Por este motivo, sin preocuparme de las razones que pudieran inducir al padre Guitrel como latinista, deploro la divulgación de su obra como la causa de un escándalo que seguramente para el piadoso corazón de su eminencia fue amargo como el acíbar.

"Cuarto. El padre Guitrel tiene la costumbre de acudir todas las tardes a la pastelería de la señora Magloire, plaza de San Exuperio, y curioseando en los mostradores y escaparates, examina con profundo interés y laboriosa prolijidad todas las golosinas. Al fin, descubriendo el sitio donde se hallan ciertos pastelitos que, según me dijeron, se llaman bizcotelas y babas, con la punta del índice toca uno, luego toca otro, y manda envolver esas "bagatelas bucólicas" en un papel. No es mi propósito acusarle de sensualidad por la elección minuciosa y extravagante de algunos dulces. Pero, teniendo presente que acude a la pastelería el padre Guitrel a la hora en que afluyen allí las personas elegantes de uno y otro sexo, entre las cuales nuestro profesor de Elocuencia Sagrada es una especie de hazmerreír, toma proporciones atendibles un hecho que provoca juicios desfavorables para el decoro sacerdotal. En efecto: la malicia de las gentes interpreta la diaria elección de un par de pasteles asegurando que uno es para él y otro para su criada.

"Puede, sin duda, compartir con la persona que le sirve un regalo del paladar —sobre todo si la sirvienta alcanzó la edad canónica—; pero la torpeza de las gentes da siempre a la intimidad afectuosa el sentido más lastimoso; a tantas y tales hablillas dieron pábulo entre gentes de muy varia condición las relaciones del padre Guitrel y su criada, que ni puedo repetirlas ni darles crédito. Sin embargo, su eminencia juzgará seguramente al padre Guitrel culpable de haber fomentado la calumnia con sus indiscreciones.

"Expuse los hechos conforme son.

"Y concluyo suplicando a su eminencia que releve al padre Guitrel (Joaquín) de sus funciones de profesor de Elocuencia Sagrada en el Seminario de***, usando, para esto, de sus poderes y prerrogativas, fundadas en el decreto de 17 de marzo de 1808.

"También le suplico, monseñor, que ampare con su clemencia paternal a quien, dirigiendo el Seminario de la diócesis, no desea más que ofrecer a su eminencia pruebas de su afanoso interés y del respeto profundo con que tiene la honra de considerarse, monseñor, su más humilde y obediente siervo.

"Lantaigne."

Cerró después la carta, y la selló con lacre.